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NOTAS AL PROGRAMA

Ricardo Castro apareció en la gran música de concierto, justamente en la transición de los siglos
del XIX al XX, cuando en nuestro país se estaba en la búsqueda de una sólida identidad nacional
que vendría a consolidarse finalmente a mediados del siglo pasado, principalmente en las
pinceladas musicales de Manuel M. Ponce y otros contemporáneos suyos que terminaron por
definir con intensos y finos trazos el perfil de lo que con toda puntualidad podemos y debemos
llamar “nuestra música”. Posiblemente Ricardo Castro fue el primer compositor mexicano en
abordar todos los repertorios, el género concertante, escribió dos, el de cello, y el de piano, de
inconmensurable belleza y piedra angular en la estructura concertante de nuestro país. Dentro del
género sinfónico escribió dos sinfonías y un poema sinfónico, “Oithona”, cinco óperas, además de
la orquestación de la ópera “Zulema” de Ernesto Elorduy, y claro, una muy generosa producción
para música de piano, valses, música de salón, mazurcas, canciones, y otras muchas formas de
igual importancia como el Minuet, como es el caso del Minuet para orquesta de cuerdas que abre
el programa de hoy.

Ma mère l´oye es una colección de piezas inspirada en el fantástico mundo de los cuentos
infantiles, a los que a menudo recurrió el autor. La obra toma su título de los clásicos Contes de ma
mère l’oye de Charles Perrault, y tiene su origen en la estancia realizada por Ravel en la residencia
de Ida y Cipa Godebski en Valvins, en el verano de 1908. Durante este período estival el músico
compartió muchas horas de juego con Mimie y Jean, los dos hijos del matrimonio Godebski, que
entonces contaban nueve y siete años de edad. La fascinación de los niños por una selección de
cuentos infantiles sugirió a Ravel la posibilidad de crear una obra para piano a cuatro manos
inspirada en dichos relatos, cuya dificultad técnica fuera asequible para los jóvenes intérpretes a
quienes iba dirigida. Así vio la luz en septiembre de 1908 la primera pieza de la colección, la
Pavana de la Bella durmiente del bosque. Las cuatro piezas restantes, también dedicadas a los
hijos del matrimonio Godebski, están fechadas en abril de 1910. El estreno de esta primera versión
tuvo lugar el 20 de abril de 1910 en la Salle Gaveau de París, interpretada por dos niñas. A fines de
1911, y a consecuencia del éxito cosechado por la obra, Ravel realizó una suite orquestal a partir
de estos materiales, integrada por cinco números en los que el autor lleva al pentagrama algunos
de los relatos más célebres de Charles Perrault (1628-1703), la Condesa d’Aulnoy (ca. 1650-1705) y
Marie Leprince de Beaumont (1711-1780). El último número: El jardín maravilloso no bebe
directamente de ningún relato infantil, sino que fue concebido por el compositor como apoteosis
final de la obra.
En el siglo XIX las culturas de Medio y Lejano Oriente ejercieron en la imaginación de muchos de
los países europeos una intensa fascinación, que no sólo se vio reflejada en los temas de un
número considerable de obras de arte (como el cuadro La gran odalisca de Ingres, la novela
Salambó de Gustave Flaubert o la obra de teatro Salomé de Oscar Wilde, por sólo citar algunos
ejemplos tomados de distintas expresiones artísticas), sino en la manera en la que su influencia
transformó los lenguajes artísticos (basta recordar el efecto que las estampas japonesas
produjeron en las concepciones pictóricas de Manet y los impresionistas, o la música de las
orquestas gamelán provenientes de las islas de Java y Bali en la música de Claude Debussy). La
Rusia Imperial no permaneció ajena a este encanto y muchos de sus artistas encontraron en el
exotismo oriental una gran fuente de inspiración. Así, entre las cosas provenientes de oriente que
mayor asombro despertaron en una Europa cansada de sí misma y ávida de maravillas de otras
tierras se encontraba uno de los libros más fascinantes de la historia de la literatura, Las mil y una
noches. «¡Sigue adornando nuestras orejas con las perlas de tus cuentos!» Le dice el sultán Shariar
a su esposa Sheherezada en una de esas noches a lo largo de las cuales el hontanar de la
imaginación de su mujer mantuvo cautivada su atención con sus historias, prolongando así de uno
a otro amanecer la ejecución a la que estaba condenada hasta lograr obtener el perdón de su
marido. Castillos de oro, palacios de esmeralda, jardines de perlas, ciudades de cobre, cuevas
prodigiosas, lámparas maravillosas, genios malvados, casadas infieles, ladrones arrepentidos,
gallos sabios, terneras encantadas, papagayos indiscretos, e infinidad de lugares, objetos, animales
y personajes pueblan la multitud de narraciones picarescas, místicas, amorosas, didácticas,
satíricas, guerreras, etcétera, con las que Sheherezada logró que el sultán depusiera la cólera que
en él había despertado la infidelidad de su primera mujer. Fue precisamente a partir de la lectura
de Las mil y una noches que Nikolai Rimsky-Korsakov concibió la idea de componer su suite
sinfónica Scheherazade. Después de haberse dejado arrastrar por el furor nacionalista que lo llevó
a formar parte del Grupo de los Cinco y cultivar una forma de componer alejada de la disciplina
académica, Rimsky-Korsakov decidió crear en 1888 (ya con pleno dominio del lenguaje armónico,
contrapuntístico y formal y poseedor de una deslumbrante técnica de orquestación), una serie de
cuadros sinfónicos tomando como punto de partida algunas de las narraciones contenidas en Las
mil y una noches, entre las que podemos reconocer claramente «Los viajes de Simbad el marino» y
«La historia del tercer zaluk», que pertenece a la «Historia del alhamel y las mocitas» —en la
primera se inspiran los movimientos primero y tercero de la obra, y la segunda da origen al
segundo movimiento, mientras que el tercer movimiento refleja muchas de las historias de amor
entre príncipes y princesas presentes en la obra como la «Historia del matrimonio del rey Badr
Basim, hijo del rey Sahramán, con la hija del rey Samandal.

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