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El sí es unitivo, vinculante con tareas, cosas, personas. Es la aceptación


comprometida expresiva de una posibilidad: decir sí. Es reconocer, responsablemente,
nuestra conformidad, nuestra aceptación. El sí, fruto de la libertad, afirma, identifica, se
abre a lo que consideramos la verdad, concede, es decir, da permiso para que algo sea.
Evidentemente el sí, para que sea auténtico, para que sea válido tiene que ser fruto de
la libertad de la persona que es y se siente libre para afirmar lo que afirma.
El sí, a veces, es de mala calidad:
- Por debilidad: acarrea poca persona.
- Por miedo: no nace de mi libertad.
- Por dependencia: es un sí prestado, de otra persona que yo introyecto, no internalizo,
no hago mío de verdad.
- Por acomodación: no afirma nada más que mi necesidad de acomodarme a los gustos
o al poder del otro. A su cultura o a su voluntad.
- Por pertenencia: no es en realidad mío, sino del grupo al cual quiero pertenecer y que
me abre su puerta por medio de este sí.
- Por disfraz: en realidad era un no disfrazado de sí. Esto supone engaño, falsedad,
debilidad.
- Por falta de amor: no transmite amor ni a mí, ni al otro. Es un sí banal, frivolizado,
acomodaticio.
- Por falta de justicia: se trata de un sí injusto.
- Por voluntarismo: el sí es un golpe de estado psicológico, una dictadura de la voluntad
que no tiene en cuenta otras dimensiones de la persona, no las respeta y considera.
- Por esterilidad: un sí que no crea nada. Es decir una palabra vacía en la que no cree

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nadie.
- Por halago: no digo nada de mí, al afirmar este sí solamente expreso lo que tú esperas
oír.

El sí puede tener mayor o menor densidad y consistencia dependiendo de la realidad a


la cual se lo decimos. No es lo mismo un distraído sí a una sugerencia que implica unas
horas de entretenimiento, que un sí a un proyecto vital compartido. Aprendemos muy
rápidamente a decir sí con el cuerpo, con la cabeza, con la palabra, pero la capacidad de
pronunciar responsablemente sí, sólo se adquiere con un proceso de maduración
progresiva en el que me doy cuenta de lo que de verdad quiero y de qué es lo que me
propone ante mi libertad.
Decir sí supone comprometerse; mantener el sí en contra de nuestros propios
intereses y necesidades puede ser difícil, en ocasiones heroico. El sí dicho con todo el
ser abre al otro nuestra verdad y nuestro amor a la realidad afirmada.
El sí, frecuentemente es fruto de una división intrapersonal o de un intento de
conciliación interpersonal. Cuántas veces hemos constatado nuestra oscuridad al decidir
si queremos algo o no lo queremos. Una parte mía dice sí y otra dice no: por ejemplo,
mi razón dice no, mi sentimiento dice sí; mi voluntad dice sí, mi cuerpo dice no... Estas
guerras civiles entre el sí y el no las experimentamos todos en cosas serias o en
realidades más sencillas. Cuando el sí revela esa división intrapersonal, ¿qué hacemos
con él? ¿con qué criterio debemos fiarnos de la verdad de nuestro sí?

1. Orientaciones en caso de división interna

1. Escuchar la división, sus diferencias, es decir, darme cuenta de que estoy dividido.
Hay gente que se escucha muy mal, que tiene mal contacto consigo misma y no se
da cuenta que su corazón dice no a lo que sus razones dicen sí; sabe que se siente
mal pero no sabe porqué. Es el sabor de una división interna, de la duda, de la
incertidumbre. El sí tiene sus raíces y el no también; el sí tiene sus fuentes de
información y el no las suyas: ideas subyacentes, introyectos, educación, emociones
subterráneas... Todo esto colorea el sí o el no.
2. Lo primero es de sentido común pero lo que vamos a afirmar a continuación es un
poco más sutil psicológicamente hablando. "Preguntarme qué dirían en esta
situación personas significativas dotadas por mí de autoridad". Somos una historia
psíquica y una historia que arranca de nuestros padres, querámoslo o no. Por muy
buenas personas y respetuosos que hayan sido nuestros padres con nuestra libertad,

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hemos vivido años dependiendo de ellos, captando ideas, actitudes suyas, por
mimetismo y por supervivencia. Pues ¿qué dirían en esta situación personas (padre,
madre, abuelo/a, una tía a la que yo quería muchísimo, un educador que me dejo
una huella muy grande, un cura, un orientador espiritual...) que para mí eran tan
importantes? ¿qué dirían en esta situación esas personas tan significativas, y por lo
tanto dotadas de autoridad, o a las que, al menos subjetivamente, yo doto de
autoridad? ¿Por qué escribo esto? Porque muchas veces el hombre tiene miedo a la
libertad, como explicaba ampliamente Erich Fromm. No puede vivir sin la
aprobación de personas poderosas, aun viendo lúcidamente que no debería hacerlo
(el culto a la Diosa razón que estructuraba la modernidad y que ha sido sustituido en
la postmodernidad por el culto al sentimiento). Vemos claro que "éste sería mi
camino pero no me atrevo a enfrentarme, en mi mundo simbólico, con las personas
que dirían lo contrario: tengo miedo a elegir y quedarme solo; apoyado en mis
propios argumentos, en mis propios pies." Esta conducta aprendida se repite
frecuentemente en nosotros sobre todo en aspectos más serios de la vida. No nos
atrevemos a enfrentarnos con la soledad de un sí. Un sí serio es un sí muy solo. Es
más, el sí auténtico ante una realidad comprometida y comprometedora exige una
dosis de soledad habitada y madura de la que muchas personas carecen. Por eso
preferimos un sí prestado por otra persona en una clara conducta de dependencia
familiar, grupal, jerárquica. A veces, el sí puede ser contracultural: decirlo acarrea
marginación y aislamiento.
3. Preguntarme si mi respuesta busca la verdad que me hace libre o la aprobación
dependiente de esas personas sin las cuales se me hace difícil vivir por miedo a la
libertad.
4. En coherencia con mi historia, acercarme a encrucijadas semejantes a la actual y
recordar qué me produjo más gozo auténtico y verdadero, más paz. La experiencia
maestra de la sabiduría puede enseñarme a decir el sí más coherente y auténtico.
5. Darme cuenta qué es lo más profundo, unificador, expresivo de mi mismo en esta
situación. El sí que me unifica, que recoge la energía fundamental de mi ser, puede
ser el que acertadamente pronuncie como persona llamada a identificarse
unificadamente.
6. Asegurarme, en estos casos de división intrapersonal que diga lo que diga me
seguiré queriendo, teniendo paciencia y misericordia conmigo mismo. El sí puede
ser erróneo pero esto no resta nada al amor que me debo y al respeto a mi pequenez.
7. Alzar los ojos más allá de mi yo. Es verdad que el sí va a brotar de mi persona pero
debo escuchar la realidad, saber ver lo obvio, escuchar al otro o a los otros y,
finalmente, comprender el auténtico bien común. Lo que es bueno para todo el
hombre y para todos los hombres.

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8. Arriesgarme a decir el sí sin pedir más seguridad a los datos o realidades de la que
me pueden ofrecer.

El sí es difícil porque exige una buena percepción, una adecuada comprensión y una
capacidad de compromiso. Esto presupone una mínima seguridad básica en uno mismo
que nos permita afrontar todos los resquicios de la inseguridad que aparece cuando
vamos a dar nuestra palabra. El sí es difícil porque nos responsabiliza. Frecuentemente
será bueno desdramatizar, relativizar, no darle excesiva solemnidad sino la verdad y
consistencia que pide la realidad interior y social. El sí muchas veces es el fruto maduro
de lo permitido: Hágase en mí, doy permiso para que eso acontezca. Es importante
saberse perdonar en caso de equivocación y saber pedir perdón.

Aprender a decir sí es cultivar la posibilidad, desde el gozo, desde la mirada


realmente esperanzada en la bondad de lo humano.
Situarlo en su perspectiva histórica del fluir cambiante de la vida significa que
nuestros síes definitivos lo serán todo el tiempo en que podamos alimentarlos, regarlos,
cuidarlos. El sí abre una página de nuestra pequeña historia lo importante es mantener
ese sí vigente cuidando todo aquello que le permite seguir vivo e impidiendo aquello
que le amenace o debilite.
Nuestro sí es autoafirmación, apertura a la libertad del otro. Para que sea auténtico
tenemos que amarlo: decirlo con verdad, sin violencia opresora, sin autoafirmación
orgullosa. Esto supone saber convivir con el "no vecino y cercano en un pluralismo
respetuoso".
Afirmar el sí y expresarlo con ternura es compatible con la fortaleza del sí maduro de
un adulto. Ternura y fortaleza, cuando la situación así lo requiere, son armonizables en
un sí que afirma y abre posibilidades de vida a uno mismo y al otro.
Ejercicios: sí

1. Lleva la atención a tu cuerpo; que tu postura te facilite la visualización. Deja fluir tu


respiración aflojando las tensiones musculares que experimentes en este momento.
Recuerda algunos síes que hayas dicho en los últimos días, la última semana,
aunque sean pequeños. Date cuenta de cómo los has dicho, desde dónde los has
afirmado; observa si han acarreado libertad a tu persona, decisiones auténticas,
amor... ¿Cómo sueles decir sí?
Recuerda ahora de una manera más profunda, más vital dos o tres síes que hayas
pronunciado en tu vida y de los que te sientes ahora satisfecha/o. Date cuenta cómo
unificaron, cómo se pronunciaron existencialmente en tu vida, de dónde salieron: de

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la razón, del corazón, de todo tu ser... Dos o tres síes en tu historia que, al
recordarlos, te producen sensación de paz y de vida.
2. Después de la preparación corporal capta intuitivamente dos o tres síes que desearías
o necesitarías decir en tu vida para sentirte mejor contigo mismo/a. Síes que
acarrearían unificación, libertad, paz, verdad. Que te permitirían sentirte más
coherente. ¿Cuáles son? ¿En qué situaciones están latiendo esos síes? Si intuyes que
diciendo alguno de esos síes te ibas a sentir mejor date cuenta de qué resistencias
tienes para decirlos, cómo frenas ese sí que te acarrearía paz, o libertad, o verdad, o
bienestar. ¿Cómo lo dificultas y lo alejas de tu conducta actual?
3. Recuerda algún sí significativo ... QUE HAYAS RECIBIDO HACE POCO Y TE
HAYA LLENADO DE SATISFACCIÓN ... y saca de él energía para afrontar los
retos actuales que están acosando tu corazón y tus labios, tu persona y tu vida.

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