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“Cine-fórum” sobre LA CABAÑA (P.

ENRIQUE CLIMENT, SJ)


Título original: The Shack, 2017, Estados Unidos. Dirección Stuart Hazeldine
Guion: (Novela: William Paul Young). Reparto: Sam Worthington, Octavia Spencer, Tim McGraw, Radha
Mitchell, Graham Greene, Sumire Matsubara, Avraham Aviv Alush, Lane Edwards, Carolyn Adair.
Género: Drama | Religión. Duración: 132 min.

La película está basada en la novela de William P. Young (comenzada a escribir en 2005 y


publicada en 2007), todo un éxito literario sorprendente que alcanzó el primer puesto de la lista de
superventas del New York Times, permaneciendo en ella durante más de 70 semanas. Las ventas
superaron los 22 millones de ejemplares y se publicó en más de 40 países. Datos que no dejan de
sorprender cuando se conoce el género de esta narración: encuentro con Dios, conversión y
reconciliación profunda.
¿Quién es este autor tan exitoso? William Paul Young (1955) es un escritor canadiense,
conocido fundamentalmente por su novela La cabaña. Un ser humano marcado por “heridas
profundas en la infancia, haber sufrido abusos, abandono, terrores nocturnos; adolescencia
conflictiva y vida adulta agobiada de mentiras, perfeccionismo compulsivo y enorme vergüenza…
de no haber sido por la gracia de Dios, el coraje de mi esposa, Kim y el amor de unos cuantos
amigos, yo no habría sobrevivido. A través de todo eso, Dios tuvo que desmantelar y reconstruir mi
vida entera desde cero” (cfr. “La historia detrás de la cabaña, pp. 263-270; en la ed. de Windblown
Media, Los Ángeles, California 2007). El autor reside ahora en Estado Unidos, junto a su esposa.
Tiene seis hijos y seis nietos.

En la primavera del 2005 nuestro autor se encontraba por fin recuperado y su esposa le insistió
en repetidas ocasiones a escribir algo para sus seis hijos con el fin de poner en un solo lugar sus
perspectivas sobre Dios y su propio proceso de fe. Para ellos comenzó a escribir. No es su propia
historia. “No: es ficción. La inventé. Habiendo dicho esto, añadiré que el sufrimiento emocional con
toda su intensidad y el proceso que desgarra el corazón el alma” del protagonista es real. Yo tuve
mi cabaña, mi Gran Tristeza… pensó que su proceso podía ayudar a otros. El autor reconoce que,
mientras se ocupaban de retocar el libro y buscar el modo de publicación, ya pensaba en que
se convirtiera en una película “que esperábamos tocara a todo un mundo de corazones ansiosos
que quizá no conocían al Dios que nosotros conocemos” (cfr. “La historia detrás de la cabaña, pp.
263-270; en la ed. de Windblown Media, Los Ángeles, California 2007).

La película “La Cabaña”. Diez años más tarde se estrena la película y con un éxito notable,
más de 50 millones de dólares de recaudación en Estados Unidos. Su director, Stuart Hazeldine,
pone imágenes a un drama sobre la superación del dolor... entendido como un proceso paralelo al
de la recuperación de la fe. Trata la historia de Mackenzie, un hombre en pleno proceso de duelo
por el asesinato de una de sus hijas. Encerrado en su Gran Tristeza. Un día, el protagonista recibe
una carta. Dios le invita a reunirse con él en la cabaña donde identificó el cadáver de la niña.
En el apartado visual, se pretende lo espectacular del tratamiento formal del cine más
comercial, cercano a la estética del “new age”: imágenes de detalles de la naturaleza capturados
con colores cálidos y desenfoques estetizantes, paisajes de una gran belleza que inspiran calma,
interioridad, melodías pianísticas moderadamente introspectivas....

En este nuevo cine religioso hay una cierta nostalgia de lo rural y del ambiente que los más
jóvenes dirían de “buenrollo”. Todo facilita la entrada del espectador a sentirse bien y dispuesto a
dejarse impresionar por la historia que se nos está narrando.

En este tipo de cine religioso la ambigüedad es un aspecto relevante; por una parte se
desarrolla todo lo que puede exacerbar el sueño/deseo de excepcionalidad individual (¡Incluso Dios
te invita a pasar el fin de semana!). A la vez se ofrece una espiritualidad, estilo autoayuda. El
Misterio se hace accesible, se aplana: la Santísima Trinidad aparece en un entorno rural (cabaña,
jardines, lago), feminizada, racialmente diversa y en una relación de unidad: “estamos en un
círculo de relación, no en una cadena de mando… lo que ves aquí es relación sin ninguna capa
de poder…” (cfr. La Cabaña, pg. 116).

A pesar de que sabemos que la terrible historia del protagonista le impide llamar a Dios “padre”
no todo el mundo está preparado para contemplar a Dios-Madre en la imagen de Octavia
Spencer una muy buena actriz negra y que un viejo indio represente el rostro paterno de Dios. Más
difícil de aceptar es Jesucristo, representado como un joven afable, algo “colega” que juega a
caminar sobre las aguas con su invitado y poco más. El Espíritu Santo será una agradable joven
oriental, excesivamente hierática, con mucho menos contenido y hondura en la película que en la
novela, en el texto se subraya ser el aire, el viento (ruah): “Estoy más en sintonía con los verbos
que con los sustantivos –dijo el Espíritu Santo-. Verbos como confesar, arrepentir, vivir, amar,
responder, crecer, cosechar, cambiar, sembrar, correr, bailar, cantar, etc. Los seres humanos, al
contrario tienen la manía de tomar un verbo que está vivo y lleno de gracia y convertirlo en
sustantivo muerto…. Los verbos son lo que dan vida al universo” (cfr. La Cabaña, pg 208).

Nos encontramos con una mezcla de convicciones new age con una llamada a la conversión
del más puro estilo cristiano al presentar la necesidad del perdón y la reconciliación como
expresión de la misma conversión. Cuando Dios “se le aparece” a Mack, es para enseñarle a
perdonar… a perdonar a su padre, a perdonar incluso al asesino de su hija, y a perdonarse a sí
mismo.

Tanto en la novela como en la película se pretende mostrar una nueva manera de entender la
relación con Dios… Una relación que va más allá de los de estereotipos religiosos para insistir en
lo definitivo: la misma experiencia de “relación” personal con Él; eso sí, alejada de cualquier forma
comunitaria y eclesial.

Muchos de los lectores/espectadores de la película reconoceremos que más de una vez hemos
“juzgado” a Dios, le hemos “culpado” y “condenado” por las desgracias que nos ocurren. Dios
mismo reta a Mack a que le juzgue y, poco a poco le hace ver su amor radical por toda criatura, su
voluntad de salvación.

“La Cabaña” hay que saber verla sin escándalos inútiles. Muchos espectadores han salido del
cine con buenas sensaciones, inclinaciones al perdón, a la reconciliación, a mejorar relaciones e,
incluso nuevo acercamiento a Dios. Es verdad que los 132 minutos pueden hacerse largos (mucha
crítica lo denuncia así) y, sin embargo, a otros espectadores les ha servido para acoger y discernir
con calma emociones y sentimientos que llegan al corazón, multitud de mensajes que la película
nos intenta hacer llegar con ese envoltorio musical, de ritmo y color tan espectacular. Y,
posiblemente haya más espectadores de los que pensamos que, al final, acojan lo que nos dice
San Pablo en Rm 8,26: “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”.
“Cine-fórum” sobre LA CABAÑA (2ª) (Fray Víctor M. Alcalde, ofm)

Nuestro ilustre y tan querido comentarista de cine y yo tenemos un punto de vista diverso sobre esta
película y, como la vida consagrada es comunión en la diversidad, incorporo mi parecer a la brillante
crónica del P. Enrique para suscitar esa diversidad de miradas que puede resultar útil si alguna comunidad
ve esta película y quiere dialogar sobre ella.
El protagonista pasó tres días inconsciente o en coma y, durante ese tiempo, lo que experimentó “no era
de este mundo” -¿fue espiritual?, ¿proyección del subconsciente?, ¿la química del cuerpo en crisis ante lo
estertores de la muerte?,...- pero le cambió la vida ("Cada uno tendrá que plantearse si lo que cuenta Mack
puede ser real o no. Los cambios que yo veo en mi amigo son suficiente prueba para mí. Ama más que
muchos, es rápido para perdonar y más rápido para pedir perdón").
Aunque “me chocó” que Octavia Spencer interpretara el papel de Dios Padre, nunca se habla de "Dios-
madre" sino que el espíritu puro que es el Padre se manifiesta como aquél a quien se comunica es capaz de
tolerar: la zarza ardiente, la columna de fuego, como mujer ante un hombre con un trauma de infancia por el
padre a quien asesinó... A Dios Padre –tanto cuando le interpreta un actor como cuando lo hace una actriz -
se le llama “Papá” o “Adonay”, pero nunca en femenino.
Desde la lógica premisa de que “en Dios no existen los géneros”, vemos en la película que nos ocupa que,
aunque dos de los cuatro actores que representan a las tres divinas Personas sean mujeres –la actriz que
interpreta al Padre y “Ruah” o “Sarayu” en la versión original, la que lo hace respecto del Espíritu Santo- a
Dios no se le feminiza. ¿Se le habría acaso de “masculinizar”?
Ruah (soplo, viento, aliento), del hebreo, es de género femenino y pneuma, del griego (aire), es un
sustantivo masculino. Con ambos vocablos se designa al Espíritu Santo en multitud de escritos
protocristianos; "ruha" es ese mismo sustantivo en arameo -la lengua de Jesús- y es un sustantivo femenino.
En el libro de la Sabiduría, “la Ruah” es la manifestación femenina de YHWH. Escritores cristianos antiguos
como San Macario de Siria, mártir (+374), Afraates, Efrén de Siria, Simeón de Mesopotamia o Santos Padres
como Orígenes, citados en este sentido con frecuencia en obras de teólogos de la altura de, por ejemplo,
Danielou, hablan del Espíritu en femenino e incluso lo califican por analogía (como en una “comparación”)
como “el principio femenino de la Trinidad”.
Todo esto no son más que analogías, aproximaciones al Misterio a base de proyecciones antropomórficas
de nuestras formar de calificar y denominar, y no pueden conducir a ninguna afirmación sobre si a Dios o a
alguna de las Personas divinas les corresponde un género u otro. A Jesucristo sí, desde la Encarnación, pero
sólo porque Dios se humana en la Persona de Su Hijo. En la Trinidad “inmanente” (dentro de sí) no hay
géneros pues estos son propios de la esfera de lo creado.
Cierto que “el Jesús” de esta película no es un Jesús “Maestro” ni “Señor”; es el Hijo que disfruta de Su
humanidad, que disfruta con los hombres (Prov 8, 28-31). Como ya vemos en una obra de Cicerón en el 45
a.C. y en autores cristianos como S. Isidoro de Sevilla, la película trata de presentar la “re-ligión” como “re-
lación” o “conexión” (re-ligare) y como “re-lectura” (re-legere) de la historia de la humanidad y de la propia
vida desde el Misterio de Dios, en la línea de la etimología moderna que de la palabra “religión” hacen Zubiri
o Mircea Eliade. Estoy de acuerdo en que, a pesar de lo dicho, el personaje de Jesús es fragmentario, como
lo es el del Padre o el del Espíritu, o las mismas relaciones entre las Personas divinas; es una atrevida aunque
muy lograda aproximación cinematográfica a las analogías con las que nos tratamos de acercar al Misterio.
Sobre la ausencia de referencia comunitaria-eclesial alguna, tan solo recordar que el film comienza y
termina en un acto de culto protestante, evangélico, pues de tal confesión era el autor de la novela. Toda
experiencia del totalmente-Otro es tan trascendente como subjetiva. La doctrina y la teología nos ayudan a
objetivar y fijar buena parte pero la vida y la experiencia nunca son plenamente definibles. Esta película nos
mueve, apoyados en lo objetivamente cierto y Verdad, a salir al encuentro del Misterio, cada uno, como
Iglesia.

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