Está en la página 1de 6

pikara magazine

http://www.pikaramagazine.com

La música rock y los tres pilares del sexismo

Julen Figueras Fernández*

En las últimas décadas, las conquistas sociales por y para las mujeres han sido, dimisión más,
reforma menos, lentas pero constantes. En el plano cultural, sin embargo, la industria del
entretenimiento ha permanecido inamovible y ha continuado reproduciendo, si bien a veces de
forma más sutil, la inagotable desigualdad de género que todavía sufrimos en nuestra sociedad.
La parte que a mí me toca más de cerca, la de la música rock y sus variantes estilísticas, ha sido,
en este sentido, uno de los campos en los que el carácter contestatario no ha ido de la mano de
una lucha por acabar con la subordinación de género. Más bien todo lo contrario.

Por paradójico que parezca, el estilo musical que mejor ha aguantado el envite de modas y
corrientes de la segunda mitad de siglo XX ha conseguido sobrevivir por su persistencia en valores
como la rebeldía, la juventud, el poder y, no menos importante, el sexismo. Este artículo aborda la
creación y desarrollo del discurso rockero (y sexista) en tres ámbitos: no sólo en lo que respecta a
la creación artística, sino también en cuanto al público y a la crítica, espacios en los que se repara
menos pero en los que el sexismo ha permanecido prácticamente inalterable.

Mujeres que miran

El rock no fue siempre cosa de hombres. Al menos no en los que respecta a su público. Más bien
al contrario, el fenómeno de masas que inauguró Elvis Presley supuso, desde sus inicios, una
llamada al considerado sexo débil más que al público casi exclusivamente masculino que, hasta
entonces, llenaba los locales. Algunos años antes de que el trillado “sexo, drogas y rock n’ roll”
se arremolinase en las cabezas adolescentes, los primeros éxitos de Elvis eran jaleados en los
escenarios por mujeres que, noche tras noche, aumentaban en número y en euforia. El rock and
roll fuertemente sexual de Elvis, recuerda Christopher R. Martin (1995), vigoraba el sentimiento de
libertad que las quinceañeras norteamericanas de posguerra apenas comenzaban a experimentar.

1/6
pikara magazine

http://www.pikaramagazine.com

Los conciertos del Rey del Rock desarrollaban una relación artista-público en la que las mujeres
eran sujetos activos, chicas que salían cada noche del nicho doméstico para asistir a estos rituales
de desinhibición. Quinceañeras histéricas, novios peleles llevados arrastras hasta la puerta de la
sala de conciertos, tirones a la ropa del cantante, clubs de fans, liberación sexual. Los primeros
rebeldes del rock, con Elvis a la cabeza, no eran tanto los artistas que pervertían como la
herramienta de la que las adolescentes se servían para convertirse en “chicas malas”, o en
simples mujeres dueñas de sus vidas. Quizá hoy diríamos que los conciertos de Elvis fueron
vehículos de empoderamiento femenino.

La rebeldía con la que el músico llamaba a subvertir las opresiones de clase, raza y género
calaron hondo, y el escándalo público en torno a las jóvenes empezó a extenderse, haciendo de la
decencia de las mujeres un asunto de ‘sentido común’.

La contrarreforma no tardó en llegar. Los Rolling Stones, banda de flequillos propios de la British
Invasion, se transformaron en contraparte ruda de Los Beatles más tempranos. Con temas como
'Under My Thumb' (Bajo Mi Pulgar), Mick Jagger ilustra el cambio fundamental que se
empezaba a gestar en la música rock: la mujer, antes dueña de sí misma, es ahora objeto para la
recreación masculina. Si antes la mujer tenía la sartén por el mango, es ahora el macho quien
tiene a la mujer bajo su yugo. El hombre vuelve a ser libre de la tiranía de las faldas.

Con ese cambio de matiz progresivo y difícilmente perceptible, la revolución sexual de los años
sesenta sigue su curso pero, esta vez, no es sino a costa de sacar a las mujeres de las salas de
conciertos y devolverlas a su lugar. Así, Los Rolling Stones (y todas las bandas de "tipos duros"
que les seguirían) abanderaron la liberación juvenil de los años sesenta basada en la rebeldía, la
independencia o la diversión desenfrenada, en contraposición a lo aburrido y alienante del entorno
doméstico reservado a las mujeres (Martin, 1995).

De esta división nada inocente de lo público y lo privado surge la figura de la groupie, única figura
femenina aceptada entre bastidores. Una vez relegadas al aburrido hogar, el espacio público, los
locales y los escenarios se hacen casi exclusivamente masculinos. Los hombres, dueños de la
palabra y del acto, no verán con buenos ojos la presencia de las mujeres, salvo desde su
cosificación. Las groupies no son, por tanto, las mujeres que malean y alienan al hombre en el
entorno doméstico, sino objetos sexuales al servicio de las fantasías del hombre liberado (Becker,
2011).

2/6
pikara magazine

http://www.pikaramagazine.com

El legado Stone ha llegado hasta nuestros días con relativa buena salud, haciendo del sexismo, en
sus distintas vertientes, uno de los pilares básicos del imaginario rockero. La mujer como objeto de
deseo satisfecho o insatisfecho; como reflejo de un entorno doméstico al que no se quiere
regresar; o como la mentirosa que rompió el corazón al cantante, por nombrar algunas de sus
innumerables representaciones. Pero, más allá de la perversa mirada que se posa sobre las
mujeres, lo que predomina en estas canciones es el despojo de todo discurso articulado desde lo
femenino, tan sólo canciones hechas por y para hombres (o para mujeres fáciles). No es de
extrañar, así, que las jóvenes que antes llenaban las salas de conciertos hayan sido
progresivamente sustituidas por un público mayoritariamente masculino.

Mujeres que hacen música

El discurso sobre el que se asienta la dominación masculina, presente en buena parte de la


producción musical rockera de las últimas décadas, ha ido acompañado de un segundo elemento
fundamental: la paupérrima presencia femenina sobre los escenarios. Tal y como cuenta el
reciente documental sobre la escena punk 'Tomar el Escenario' (Idoate, 2013), incluso en los
territorios de mayor contestación cultural se reproducen las conductas y prejuicios patriarcales. Es
relativamente complicado encontrar un buen puñado de bandas formadas por mujeres, y la música
potente sigue siendo cosa de machos. Así, la opresión ante la que se rebelan buena parte de las
canciones de rock (como ésta o ésta) no es muy distinta de la que se ejerce desde los propios
rockeros hacia las mujeres que se atreven a hacer música (y, en distinta medida, a las personas
LGTBI).

Los números hablan por sí solos. Si el pop está repleto de Madonnas y Lady Gagas, la industria
del rock o del heavy metal ha invisibilizado el potencial creativo de las mujeres y, en general, de
toda aquella persona sin un buen encaje en los esquemas heteronormativos. En un mar de
bandas que van desde Oasis hasta Manowar, la presencia de grupos musicales formados (aunque
sólo sea parcialmente) por mujeres es puramente anecdótica. Más aun, en los pocos casos en los
que encontramos mujeres tocando un instrumento o cantando, éstas son lanzadas no desde su
valor como músicas, sino desde su cosificación y su contribución al imaginario sexista.

En lo que respecta a otras sexualidades, la discriminación es todavía más palpable. Así, incluso
las excepciones más sonadas y exitosas (cierta androginia de Annie Lennox, la ambigüedad de
David Bowie, Freddie Mercury y su homosexualidad declarada) han sido leídas desde la
heteronormatividad vigente, dotándolas no de normalidad sino de excepcionalidad. Dicho de otra
forma: para bien o para mal, los modelos alternativos nunca pasan desapercibidos.

En este contexto, el rock como espacio de formación de identidades y luchas se percibe idóneo
para hombres, pero ciertamente limitado para las mujeres, que tienen que luchar, antes que nada,

3/6
pikara magazine

http://www.pikaramagazine.com

contra los estereotipos imperantes en este género musical. Un terreno abonado para tipos duros y
rudos, para el sexo sin amor y drogas duras. ¿Queda espacio para el rock de mujeres? De la
misma forma que sucede con las groupies, muchas de las bandas de rock lideradas por mujeres
(que las hay) consiguen hacerse un hueco no tanto por su talento como a través de la legitimación
y reforzamiento de los estereotipos rockeros (Hartman, 2014): Vixen (zorra), Heart (corazón),
Madam X, Girlschool (escuela de niñas), The Runaways (las fugitivas/las desbocadas) o Blondie
(rubita). No es de extrañar, por tanto, que la presencia de las mujeres en el rock no esté tanto
sobre los escenarios como en los miles de videoclips y portadas de rock.

Hombres que escriben sobre mujeres

La tercera pata del sexismo en el rock la encontramos en lo que sobre éste se dice y se escribe
cada día. Hace tan sólo unos pocos meses se publicaba, en un webzine de cierta tirada, una
entrevista a la banda de rock sueca Crucified Barbara, que nos sirve aquí como muestra flagrante
de un fenómeno que, aunque a veces sutil, puede apreciarse en buena parte de la crítica musical.
El texto, que incluía preguntas de periodismo riguroso del estilo de “¿Cómo se vive el periodo
menstrual cuando una está en la carretera?”, provocó una buena cantidad de críticas.

El entrevistador, desde la primera línea, se encarga de recordar que la banda entrevistada está
formada por chicas y suecas, por lo que “no tiene el chichi pa farolillos” (sic.). Ante preguntas
tópicas, como las referentes al rol reproductivo femenino, la respuesta de la entrevistada es
fulminante: “Como algunas personas del mundo ya han descubierto, las mujeres no fueron
puestas sobre la tierra para ser tiernas y complacer a los hombres y todas esas cosas. (…) No
tenemos hijos, y si queremos tenerlos o no es algo privado. Nunca veo este tipo de preguntas
cuando se habla con artistas masculinos, y eso me asusta”.

El periodismo y la crítica musical occidental no son, probablemente, artífices del machismo en el


rock, pero sí son garantes y reproductores de un discurso que, por omisión o por excesiva
atención, perpetúa a las mujeres a su excepcionalidad. Por un lado, si la industria de la música
cuenta ya con notables barreras de entrada para principiantes, la música creada por mujeres tiene
garantizados obstáculos adicionales. Los pocos grupos femeninos que consiguen pasar ciertos
umbrales, tienen que luchar contra la invisibilización, la ridiculización y, por supuesto, la incesante
constatación de género: quien está tocando no es una banda al uso, sino que es una banda de
mujeres. Por eso, no extrañan las preguntas/afirmaciones que el entrevistador lanza a Crucified
Barbara: “¿(…) han sido ignoradas por una parte del público rockero sencillamente por el hecho de
que son chicas guapas suecas?”

La excepcionalidad a la que se enfrentan las mujeres cuenta con otra cara, aparentemente más
amable aunque igual de subordinante. Tal y como apuntan algunas de las mujeres que participan
en el documental 'Tomar el Escenario', el prejuicio inicial al ver subirse al escenario a un grupo de
mujeres es desactivado cuando suena la música (al fin y al cabo, el talento creativo y las
capacidades técnicas poco tienen que ver con el sexo de quien hace música). ¿El resultado? Una

4/6
pikara magazine

http://www.pikaramagazine.com

palmada en la espalda por parte de aquellos hombres (músicos, público y crítica) que, sin esperar
nada, han constatado que, para ser mujeres, no tocan nada mal. Así, podemos ver cómo opera un
mecanismo doble de infravaloración: como constatación de la disonancia en un entorno
marcadamente masculino, y como confirmación del valor de esas músicas; en tanto que mujeres y
a pesar de ello (Hartman, 2014).

¿Puede el rock dejar de ser sexista?

Los mimbres disruptivos con los que la cultura rockera se ha constituido han permanecido
básicamente inamovibles durante las últimas décadas. Si bien el racismo y otras formas de
discriminación no se toleran como años atrás, el sexismo ha permanecido inalterado en el
imaginario rockero, tan sólo censurando las expresiones más explícitas y más odiosas. El “sexo”
que acompaña a las “drogas y rock and roll” es, casi exclusivamente, el sexo perpetuador de
relaciones opresivas. Relaciones opresivas sin las cuales la mayoría de bandas de rock perderían
buena parte de su lenguaje, su mensaje y su atractivo.

En este escenario, las posibilidades de una apuesta por la igualdad dentro del rock son bastante
limitadas. Para muchas de las personas que disfrutamos con el blues, el rock o el heavy metal, el
sexismo que estas músicas constantemente destilan se hace cada vez más incómodo. Ésta es,
además, una postura minoritaria, ya que, en los tres ámbitos desarrollados (es decir, entre artistas,
público y crítica) impera la indulgencia de quien afirma que, si te pones a mirar en detalles,
ninguna banda se salva.

Hay, con todo, excepciones. Desde los años noventa, el movimiento Riot Grrrl ha supuesto la
corriente feminista musical más estimulante de las últimas décadas. En castellano, los bilbaínos
Doctor Deseo han sabido explorar sin complejos las sexualidades que van más allá de los
prototipos impuestos en el género, tanto a través de sus letras como de una puesta en escena que
no es posible ignorar.

Lujuria, banda de heavy metal por la que la caverna mediática se ha rasgado las vestiduras más
de una vez, lleva más de veinte años visibilizando, desde su posición privilegiada, la opresión
sexual. En cuanto a festivales, el internacional LadyFest viene combatiendo el sexismo en la
música desde el año 2000.

Estos son, en todo caso, casos aislados en medio de un mar de sexismo. En una relación en
constante retroalimentación entre quienes producen, consumen y hablan de música, el discurso
sexista parece ser más un reclamo que un lastre. Por si fuera poco, el incremento de la presencia
femenina en cualquiera de estos ámbitos no es, ni mucho menos, garantía de que la situación
vaya a subvertirse. Así, cabe preguntarse hasta qué punto no está el rock perpetuando unos
rasgos que, aunque odiosos, venden bien y sustentan la supervivencia del género musical.

Mientras bandas marcadamente sexistas llenen estadios, mientras sigamos mirando con

5/6
pikara magazine

http://www.pikaramagazine.com

indulgencia videoclips repulsivos, o mientras se publiquen entrevistas como la de Crucified


Barbara, esa música que cincuenta años atrás fue bandera contracultural acabará
estableciéndose, en el siglo XXI, como búnker machista.

*Julen Figueras Fernández es politólogo y escribe en el webzine rockangels.com

Referencias y otro materiales

Colectivo Antropólogos en Fuga y Compañía (2011) Rock, mujeres y música. Regiones,


suplemento de antropología… año 7, número 44, marzo-mayo de 2011.

Davies, Helen. “All Rock and Roll is Homosocial: the Representation of Women in the
British Rock Music Press.” Popular Music 20.3 (2001): 301-317

Hartman, C. (2014). Girly Boys and Boyish Girls: Gender Roles in Rock and Roll Music,
55–70.

Idoate, E. (2013). Tomar el Escenario. Autoexpressió produccions. Accesible en


https://www.youtube.com/watch?v=TXQoeoB1pSY

McCarthy, K. (2006). Not Pretty Girls? The Journal of Popular Culture, 39(1), 69–94.

Martin, C. R. (1995). The Naturalized Gender Order Of Rock and Roll. Journal of
Communication Inquiry, 53–74.

Ramos, S. (2015). Crucified Barbara: ¿Es esto una entrevista seria?. Metal Circus.
Accesible
en http://www.themetalcircus.com/entrevistas/crucified-barbara-es-esto-una-entrevista-
seria/

Rhodes, Lisa (2005) Electric Ladyland: Women and Rock Culture. Philadelphia: University
of Pennsylvania Press.

6/6
Powered by TCPDF (www.tcpdf.org)

También podría gustarte