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Elogio del ateísmo

Fundamentos científicos para una sociedad laica


(y laicista)
Mariano Chóliz Montañés
Elogio del ateísmo: fundamentos científicos para una sociedad laica y laicista.
- 1a ed. - Buenos Aires: Deauno.com, 2009.
148 p.; 21x15 cm.

ISBN 978-987-1581-10-8

1. Ensayo.

CDD 864

© 2009, Mariano Chóliz Montañés


© 2009, deauno.com (de Elaleph.com S.R.L.)

Primera edición

ISBN978-987-1581-10-8

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723


Impreso en el mes de julio de 2009 en
Bibliográfika, de Voros S.A.,
Buenos Aires, Argentina.
Mariano Chóliz Montañés

Elogio del ateísmo


Fundamentos científicos para una sociedad laica
(y laicista)

deauno.com
PRÓLOGO
Enhorabuena, lector, tiene en sus manos un libro interesante, un libro
que en ningún momento le va a dejar indiferente. Si tiene fe, le va a demos-
trar la falta de base para sus creencias. Si no es creyente, se va a encontrar
con nuevos argumentos que afianzarán su agnosticismo o su ateísmo. El
autor, como nos ha pasado a la mayoría de los españoles, conoció y practicó
a la fuerza la religión católica, es decir, la conoce bien.
Durante muchos siglos cualquier tratado de ciencia se veía obligado
a hacer referencia a uno o varios dioses o a elementos animistas, con el
fin de tratar de explicar los misterios del universo. Tenían que recurrir a
algo sobrenatural para pretender esclarecer lo que no podían aclarar de
otra manera, porque no tenían medios para ello. De eso se han valido las
religiones, en especial sus sacerdotes, para “sacar provecho personal y man-
tenerse en el poder, dictando normas que persiguen su propio beneficio”,
como acertadamente subraya el autor.
Las cosas han cambiado rotundamente; hoy ni la idea de unos seres
superiores ni ninguna creencia religiosa sirve para desentrañar el mundo
en que vivimos. Es más, ni siquiera sirven para desarrollar unos conceptos
morales. La Declaración de los Derechos del Hombre, que proclamó la
Revolución Francesa, ha superado con creces todos los conceptos éticos
de todas las religiones.
Las religiones, en su mayoría, basan sus conocimientos en unas su-
puestas revelaciones divinas, efectuadas a determinadas personas elegidas,
recogidas en unos libros tenidos por “sagrados”. Pero resulta que todo ello es
indemostrable; parten de la existencia de un dios sin poderlo verificar, que
revela una serie de conocimientos sobre el universo y el mundo que tam-
poco pueden comprobar y que carecen de valor alguno ante la ciencia.

–5–
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

Por su parte una teoría científica no se considera válida hasta que no


es contrastada con la realidad. Los resultados científicos tienen que ser
mensurables, contrastables, demostrables y verificables. Decía Aristóteles:
“¿Cómo una cosa que no se puede justificar puede ser cierta?”.
Las teorías religiosas son dogmáticas, son asertos que deben creerse
sin más, sin confirmar su veracidad, porque son “verdades reveladas por
Dios”.
Las religiones asumen sus textos “sagrados” al pie de la letra, dando
lugar a conclusiones absurdas, cuando no ridículas, que, al ser refutadas
de forma inequívoca por la ciencia obliga a sus defensores a refugiarse en
el simbolismo o en la autoridad de los Doctores de la Iglesia. Pero para
la ciencia no existe el simbolismo, sólo la demostración, y la autoridad
de un científico, por muy eminente que sea, no es suficiente para aceptar
sus tesis.
Al ser “palabra de Dios”, los conocimientos de la religión son definitivos
y cerrados, sólo es posible consentir interpretaciones, nunca refutaciones.
Mientras que el conocimiento de la ciencia es abierto y nunca definitivo,
pues siempre está dispuesta a incorporar nuevos descubrimientos. Incluso,
y ahí reside la grandeza de la ciencia, admite un grado de incertidumbre y
la posibilidad de rectificar, de rechazar una teoría, sustituyéndola por otra
que se ajuste con más precisión a la realidad.
El autor analiza las funciones de la religión desde el punto de vista
de la psicología, señalando especialmente las siguientes: interpretación
de la realidad, dar sentido a la existencia y establecer un código moral. Y
sostiene que para ello utiliza los siguientes procedimientos: la ambigüedad,
los ritos, el proselitismo, la jerarquía, el poder, el miedo, la fe, las obras de
caridad, los modelos y tratar temas importantes, como la felicidad, el amor
y la muerte. Todas y cada una de las funciones de la religión, así como
los procedimientos que emplea, son investigados con precisión y rigor. El
lector de cultura media, como somos la mayoría, encontrará en toda la
argumentación una sencillez que sólo puede aportar el sabio y Mariano
Chóliz Montañés lo es.
El ensayo finaliza con un epílogo muy significativo que titula “sus-
ceptibilidad”, en el que resalta la actitud de las religiones monoteístas ante
los argumentos contrarios a sus doctrinas, que los consideran como “actos
de agresión al derecho a tener su propio credo”. Al analizar esta ridícula

–6–
ELOGIO DEL ATEÍSMO

actitud, llega a la acertada conclusión que se debe a razones de inseguridad


en sus creencias, de sobrejustificación por la que pretenden defender unas
creencias indemostrables, y de unión ante el enemigo común, que no es
otro que la ciencia... y el sentido común.
Termina el autor con una frase que no tiene desperdicio: “Todo ello
demuestra la tesis de que el conocimiento que aporta la ciencia en general y la
psicología en particula, da muchísima luz a cualquiera de las cuestiones que
han sido abordadas desde la religión. Y que no sólo es más veraz, sino también
moralmente más justo. En definitiva, mejor”.

Gracias, Mariano, por tu espléndido trabajo.

Fernando de Orbaneja

–7–
Lo que entra en la mente por la vía de la razón, cabe ser corregido;
lo admitido por fe, casi nunca
Santiago Ramón y Cajal

¿POR QUÉ ESTE TEXTO?


Existen muchísimas obras sobre religión y sobre el hecho religio-
so. Para percatarse de ello sólo hay que acercarse a las secciones de
religión de librerías y bibliotecas. Pero son incomparablemente más
las que tratan de la condición humana sin tener en cuenta cuestiones
teológicas. Viene esto a colación porque autores tan destacados en
temas de ateología como Michel Onfray1 se lamentan de que no
exista una bibliografía específica y amplia sobre ateísmo o de que
ni siquiera el tema aparezca como una categoría en las bibliotecas,
mientras que los textos dedicados a las cuestiones religiosas ocupan
a veces un lugar privilegiado.
No obstante, entendemos que esto puede enfocarse desde otra
perspectiva. Durante gran parte de la historia del pensamiento la
realidad no podía entenderse si no se apelaba a cuestiones mitoló-
gicas o religiosas, especialmente cuando se abordaban temas cuyo
conocimiento nos era velado por desconocimiento o por ignorancia.
No obstante, a partir de la aplicación del método científico y el con-
siguiente desarrollo espectacular que se produjo en el conocimiento,
la apelación a cuestiones religiosas para comprender e interpretar la

1 Onfray, M. (2006). Tratado de ateología. Barcelona: Anagrama

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

Naturaleza va disminuyendo progresivamente, hasta reducirse a nada


en la actualidad. Durante gran parte de la historia, cualquier tratado
de medicina, biología o astronomía no podía dejar de invocar a Dios
o a elementos animistas para explicar la realidad de lo que trataba,
porque se desconocían las fuerzas físicas o los principios naturales
que los provocaban. En la actualidad, las creencias religiosas ya no
tienen nada que decir sobre temas sobre los que ejercieron un poder
absoluto durante tanto tiempo. Dios no aparece en los tratados de
histología, biomecánica o paleontología; no hacen falta creencias
religiosas para saber cómo se dividen las células, ni para entender
cómo crece una planta. Pero tampoco para tratar una fobia o un
desorden psicopatológico. Y desde la Declaración de los Derechos
del Hombre, ni siquiera para guiarnos moralmente, puesto que los
derechos humanos que nos hemos proporcionado las sociedades
democráticas son éticamente muy superiores a los de cualquier
religión. El ateísmo impregna toda la vida del ser humano, simple-
mente porque Dios no aparece y ya no hace ninguna falta ni para
entender el mundo ni para guiar convenientemente las acciones de
los hombres. En este sentido, son muchos más los libros que tienen
una base atea que teísta. Una ateología moderna debe entenderse,
no como una lucha dedicada a demostrar la equivocación en la
que están sumidas las creencias religiosas, sino para ocupar defini-
tivamente todo el espacio que dominaban las religiones y hacerlas,
simplemente, innecesarias.
Otra cosa es, y ahí es preciso dar la razón a Onfray, el hecho
de que son menos los textos que hacen frente directamente a las
creencias religiosas para rebatirlas o para demostrar su falsedad y
los perjuicios que ocasionan, mientras que abundan los textos que
describen y defienden las opiniones de las religiones. En ocasiones,
la filosofía se ha encargado de rebatir las creencias religiosas, pero
únicamente cuando debaten cuestiones intangibles e indemostrables,
porque cuando la religión aborda el conocimiento de la realidad se
ve literalmente derrumbada por la ciencia.

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ELOGIO DEL ATEÍSMO

A pesar de todo, la religión tiene una presencia mundial. En algunas


sociedades, porque está asentada en el poder y lo ejerce férreamente,
como es el caso de las repúblicas islámicas. En otras, porque cumple
una serie de funciones sociales que los gobiernos desatienden. En
nuestra sociedad occidental su presencia no se debe a que cumpla
ninguna función imprescindible hoy en día, sino que es la propia
generosidad de la democracia la que permite su existencia, toleran-
cia que las religiones no han demostrado en momentos históricos
anteriores, cuando ejercieron su autoridad de forma despótica. En el
caso actual de España, es precisamente la benevolencia de la sociedad
democrática la que permite y favorece el que la religión esté presente
en diversos ámbitos sociales, lo cual resulta paradójico a tenor de los
últimos acontecimientos y manifestaciones de algunos jerarcas de la
Conferencia Episcopal Española.
No tengo nada en contra de los creyentes. Mi padre tenía unas
profundas convicciones y sólidas creencias religiosas y era una perso-
na honesta y buena y a día de hoy sigue siendo para mí un modelo
de comportamiento ético. Pero abomino de quienes se sirven de la
necesidad de creer que tienen muchas personas, para obtener de
ello provecho personal y mantenerse en el poder dictando (como
dictadores) normas que sólo persiguen su propio beneficio. En el
caso de España, considero que no sería justo despreciar las creencias
de quienes durante la mayor parte de su vida, y a lo largo de la Dic-
tadura franquista fueron obligados a la creencia del credo católico y
al cumplimiento de sus ritos. Sería algo así como evidenciarles que
se les ha usurpado su libertad de pensamiento y constreñido su vida
por la angostura mental y moral de una religión caduca y rancia. Y
no creo que nadie tenga autoridad, ni derecho, a decirles tal cosa.
En mi caso, conozco la religión católica y la he vivido. Pero tam-
bién he tenido la suerte de entender otras fórmulas de conocimiento
de la realidad y de códigos de conducta alternativos que considero
más veraces y justos y que, desde luego, prefiero. Los aires frescos
que trajo la democracia en nuestro país abrieron la mente y el co-

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

razón de muchas personas que descubrieron otra forma de pensar y


de vivir, respetuosa con los demás pero también celosa de su propia
dignidad.
Pero nada de esto hubiera sido suficiente para decidirme a escribir
este libro. Ha sido la soberbia con la que se manifiestan los obispos,
que se arrogan una autoridad mental y moral que en modo alguno
poseen, así como su deseo por ejercer el poder en una sociedad
que debe regirse por patrones éticos y cívicos laicos, lo que me ha
impulsado, a modo de reacción, a escribir un texto en defensa del
ateísmo.
La religión cumple una serie de funciones sociales y personales
que es preciso destacar, y que se describen en este libro. Pero hoy en
día la ciencia ha avanzado tanto (tantísimo) que su conocimiento y
aplicaciones hacen que el magisterio de la religión no sólo sea inne-
cesario, sino que se haya demostrado irrelevante para muchísimas
personas.

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“El sueño de la razón produce monstruos”
Francisco de Goya y Lucientes

LA CIENCIA ES LAICA
La religión, como el arte o la ciencia, es una forma de conoci-
miento que proporciona una cosmovisión y moldea la forma de
entender la realidad. La interpretación de lo que ocurre (y en el caso
de la religión, incluso de lo desconocido y hasta de lo que no existe)
configura la forma de comprender los acontecimientos y orienta el
comportamiento.
La ciencia estudia la realidad. Y la realidad no sólo la conforman
los eventos que existen actualmente, sino también forman parte de
la misma los que han desaparecido e incluso los que están por ve-
nir. Igualmente aborda tanto entidades concretas como abstractas,
materiales o inmateriales. Los científicos pueden estudiar el com-
portamiento del lagarto de El Hierro o de los saurios antepasados
extinguidos hace 65 millones de años. Puede estudiar el efecto de las
condiciones ambientales sobre la vida actual así como las consecuen-
cias que tendrá dentro de 25 años el cambio climático, si seguimos
destruyendo el medio ambiente. Puede analizar la resistencia de una
caja de cartón o especular en base a la teoría de los fractales. En el
caso concreto de la psicología, pueden abordarse temas tan diversos
como la prevención e intervención ante la conducta violenta o las

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

emociones que se sienten al escuchar música clásica, por poner sólo


unos ejemplos.
Todos estos temas pueden ser objeto de la ciencia, siempre que
se utilice el método apropiado para analizarlos. Y es que, lo que
distingue a la ciencia de cualquier otra forma de conocimiento es
la utilización del método científico. Y lo que diferencia las distintas
disciplinas científicas entre sí es el objeto de estudio al que se de-
diquen. La psicología no se diferencia de la biología por el método
que utiliza, sino por los temas que estudia. A pesar de ello, es bien
cierto que existen materias que son más difíciles de abordar que otras
y sobre las que la metodología científica puede aplicarse con mayor
o menor precisión. Así pues, es de suma importancia conocer qué
características tiene el conocimiento que aportan tanto la religión
como la ciencia, para entender las implicaciones sociales y personales
que alcanzan. Y a este menester es al que nos vamos a dedicar en
este primer apartado.
El conocimiento que aporta la ciencia tiene una serie de caracte-
rísticas que lo diferencian de cualquier otra forma del saber y que
no solamente permiten el desarrollo de tecnología y avances sociales,
sino que le dotan de una serie de elementos singulares e incompa-
rables que ninguna otra forma de conocimiento puede procurar.
Hace ya tiempo que el profesor Ramón Bayés, uno de los pioneros
de la psicología en España y actualmente profesor emérito de la
Universidad de Barcelona, escribiera un libro sobre las característi-
cas del conocimiento científico especialmente ameno y preciso. En
dicho manual se indicaban algunas de las principales características
del conocimiento que aporta la ciencia y que la distinguen de otras
fuentes de conocimiento2.
Varias décadas después de la publicación de dicho libro retomamos
algunas de sus aportaciones principales, esta vez para evidenciar el
hecho de que, a pesar de que existen diferentes formas de acceder al

2 Bayés, R. (1974). Una introducción al método científico en psicología. Barcelona:


Fontanella..

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ELOGIO DEL ATEÍSMO

conocimiento, las características que tiene el que aporta la ciencia


lo definen y singularizan respecto a cualquiera otro. En nuestro caso
incidiremos especialmente en las diferencias entre el conocimiento
científico y el religioso
Algunas de las características más relevantes del conocimiento que
nos aporta la ciencia son las siguientes:

. Verificación y refutabilidad
Sin pretender entrar en la distinción entre verificación y falsación
(una cuestión ciertamente relevante en filosofía de la ciencia), lo
bien cierto es que la contrastación con la realidad es un elemento
sustancial del conocimiento científico y, como señala Karl Popper,
quizá sea ésta la principal característica definitoria y diferenciadora
del conocimiento que aporta la ciencia3. Las contribuciones de los
científicos pueden (y deben) ser contrastadas por otros, dondequiera
que se encuentren y cuando quiera que las lleven a cabo. Los resulta-
dos se mantienen siempre que no existan resultados contradictorios,
en cuyo caso habrá que revisar las condiciones en las que se han
realizado los diferentes estudios para conseguir resultados verificables
y contrastables. Ésta es una fórmula de seguridad de que el conoci-
miento obtenido se asienta sobre bases sólidas, ajenas a ideologías
o intereses personales del investigador o, simplemente, debido a
razones vacuas. De hecho, no se da por válida una teoría científica
hasta que ésta es contrastada. Entretanto pertenece al terreno de lo
hipotético, por mucho que tenga todos los visos de verosimilitud.
Esto quiere decir que, a excepción de las dos ciencias formales,
que son la lógica y matemática, el conocimiento que aportan las
disciplinas científicas es probabilístico. Puede que sea extraordi-
nariamente preciso (y de hecho lo es) hasta el punto de que, en
términos prácticos, incluso podamos tomarlo como cierto. Pero la
ciencia no utiliza el término “verdad” para referirse a la exactitud
del conocimiento, sino el más modesto “probable”.

3 Popper, K. (1985). La lógica de la investigación científica. Madrid: Tecnos.

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

En definitiva, la ciencia no sólo asume que en su conocimiento


puede haber cierto grado de incertidumbre, sino que en sí mismo lo
que lo caracteriza es la posibilidad de la refutación de los resultados.
El método que se utiliza en ciencia para adquirir conocimiento debe
permitir la contrastación y refutación empírica. Así, una hipótesis
establecida a partir de modelos teóricos sólidos y que no haya sido
contradicha se considera válida. Y lo será en tanto no se rebata.
Por el contrario, el conocimiento que aporta la religión es dogmá-
tico. El cuerpo de conocimiento que aporta la religión no se asienta
sobre hechos empíricos verificables, ni siquiera sobre postulados
teóricos racionales, sino sobre dogmas impuestos.
Los dogmas son asertos que deben creerse como válidos, sin que
exista ninguna confirmación de su posible veracidad. Ésta es una
diferencia sustancial respecto a las ciencias experimentales (o incluso
las empíricas), las cuales se caracterizan por el hecho de que el cono-
cimiento que originan es verificable y, por lo tanto, por la ausencia
de dogmas. Las únicas ciencias no empíricas (aunque sí verificables)
son las denominadas ciencias formales, esto es: la matemática y la
lógica, ya que parten de una serie de axiomas o postulados verdade-
ros sobre los que se fundamenta su conocimiento. Pero existen una
serie de diferencias fundamentales entre axioma científico y dogma
religioso que es preciso destacar:
a. Los axiomas en los que se fundamenta la matemática son verdades en
sí mismas que no necesitan de una demostración a través de propo-
siciones más elementales. Su valor es incondicionado, porque tienen
un carácter de verdad que los hace ajenos a la propia experiencia.
Un ejemplo de los mismos sería, por ejemplo: “las cosas iguales a una
misma cosa, son iguales entre sí”. La matemática se basa en una serie
limitada de axiomas a través de los cuales desarrollar propiedades
(teoremas) que puedan deducirse lógicamente e ir, de ese modo,
construyendo un edificio conceptual cada vez más complejo. Así,
el teorema de Pascal afirma que “los seis vértices de un hexágono están

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ELOGIO DEL ATEÍSMO

sobre una cónica si y solo si los tres puntos comunes a los tres pares de
lados opuestos están en una recta común”.
De este modo, el conocimiento va creciendo sobre pilares firmes
y asentados en criterios de veracidad. Las relaciones que se pueden
establecer entre axiomas y teoremas son ilimitadas, habida cuenta
que éstos se van construyendo lógicamente de los anteriores y sirven
para el establecimiento de los subsiguientes.
Los dogmas religiosos son proposiciones sobre cuya verdad no se
admiten dudas y cuyo acatamiento se exige por parte de todos los
fieles de un mismo credo. Sin embargo, el criterio de verdad no se
encuentra en el propio dogma, como sí que se halla en el axioma en
el caso de las ciencias formales, sino en la imposición externa a la
creencia por parte de las autoridades eclesiásticas. Existen decenas
de dogmas sobre los cuales se basa la teología católica, por ejemplo
la existencia de Dios, el hecho de que la Virgen María fue inmune
de pecado original o el de que quienes mueren en estado de pecado
mortal van al infierno.
Pero, mientras que los axiomas tienen como cualidad intrínseca
el criterio de veracidad y no requieren de proposiciones más ele-
mentales para demostrarse, los dogmas de fe no son en sí mismos
verdad, puesto que cabría la posibilidad de que no existiera Dios o
de que la Virgen no fuera inmune al pecado original caso de que
éste simplemente existiera. Además, para explicarlos es necesario
apelar a proposiciones más elementales que no han sido demostradas
previamente. Así por ejemplo, habría que demostrar la existencia de
los pecados mortales y por qué al morir en estado de pecado mortal
vamos al infierno, si es que el infierno es algún lugar a donde vamos
después de muertos, caso de que algo de nuestra persona, el alma (si
es que existe) vaya a algún sitio al expirar nuestro último aliento.
b. Los axiomas matemáticos son proposiciones universalmente reco-
nocidas como verdaderas bajo cualquier interpretación posible y en
cualquier sistema de valores. La comprensión de los mismos deriva de
la capacidad cognoscitiva del ser humano, quien entiende y capta la
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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

verdad de los postulados. El dogma, sin embargo, solamente se asume


por los creyentes de una religión, que no captan intuitivamente su
veracidad, sino que ésta se impone mediante un sistema que no es
ni racional ni verificable, que es la fe. Ésta es una de las diferencias
fundamentales entre el conocimiento que aporta la ciencia (tanto las
formales como las propiamente experimentales) y el de la religión. A
excepción de los axiomas que, como hemos comentado, se aceptan
por su grado de veracidad intrínseco, el conocimiento que aporta
la ciencia es verificable y es posible demostrarlo. A decir verdad, la
demostración (empírica o racional) es imperativa antes de asumir
como cierto un postulado científico. El conocimiento que aporta la
religión, por el contrario, no se demuestra sino que se acepta. No se
verifica, sino que se cree y se asume de forma acrítica.

. Fundamento racional y empírico


El pensamiento humano analiza y estructura la realidad, genera
hipótesis y establece modelos explicativos que relacionan los acon-
tecimientos. Pero, como hemos destacado en el punto anterior,
todo modelo teórico debe contrastarse con la realidad. Más aún: en
la mayoría de los casos deriva de la misma. La ciencia tiene la doble
finalidad de recoger sistemática y fielmente los datos de la Naturaleza
y organizarlos conceptualmente para entender su funcionamiento.
Así, los dos principales métodos científicos son el inductivo (de los
datos a la teoría) y el hipotético deductivo (de los modelos teóricos
a la predicción de los acontecimientos).
Por el contrario, el conocimiento que aporta la religión proviene
de la revelación. Las grandes religiones monoteístas basan su co-
nocimiento en textos doctrinales, que consideran libros sagrados,
cuyo contenido habría sido revelado por la divinidad a una serie de
personas elegidas. Acabamos de señalar que una de las características
distintivas de la ciencia es el método (deductivo o inductivo) y que a
excepción de las ciencias formales, que son exactas en sus postulados,
el conocimiento que aporta la ciencia proviene de la realidad. La ciencia

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ELOGIO DEL ATEÍSMO

observa sistemáticamente la realidad y establece una serie de condiciones


contrastables empíricamente que permiten que los resultados obtenidos
sean objetivos, mensurables y verificables. Por el contrario, el contenido
de los libros de las religiones (Talmud, Biblia, Evangelios, Corán...) no
es verificable y en muchos casos tampoco pertenece a la realidad, puesto
que hace referencia a hipotéticas entelequias externas al universo en el
que nos movemos. La revelación, como fórmula de adquisición de co-
nocimiento de la realidad en la que vivimos, tiene serios inconvenientes
a la hora de determinar la veracidad de sus postulados, ya que impiden
tanto su contrastación empírica, como la validez y la aceptación de ellos
por quienes no comparten su doctrina.
a. En primer lugar, se asume la existencia de una divinidad (Dios,
Alá, Yaveh) que es quien revela lo sustancial del contenido de los
libros, pero cuya existencia previamente no ha sido demostrada. La
existencia de Dios es un dogma de fe, que es revelado por la propia
divinidad en las Escrituras. Dios existe porque él lo revela en los
libros sagrados. Y lo que aparece en los textos doctrinales es verdad,
porque Dios los ha revelado. Se trata de una tautología o argumen-
to circular, inadmisible no ya sólo por la ciencia, sino en cualquier
razonamiento lógico.
b. La divinidad revela el contenido de los libros exclusivamente a de-
terminadas personas, que son depositarias de dicho conocimiento
con el objetivo de que lo transmitan a los demás. Pero si se trata de
una verdad inapelable, ésta debería presentarse evidente a cualquier
ser humano, máxime cuando no se trata de postulados que requieran
una serie de capacidades cognoscitivas que los hagan insondables al
resto de personas. De hecho, muchos de los receptores de la revela-
ción no se caracterizaron precisamente por su lucidez intelectual o
incluso por su talla moral, al menos en el momento de la revelación.
El hecho de que la verdad se manifieste sólo a unos pocos elegidos,
sin explicitar cuáles son las características que éstos deben tener para
poder entenderla de una forma directa y que los demás simplemente
deben creerse lo que ellos dicen que se les ha revelado, parece un
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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

truco de ilusionista y es el argumento que siempre utilizan los líderes


sectarios4.
c. Por otro lado, es un hecho históricamente contrastado el que el con-
tenido de los libros de las religiones se fue elaborando a lo largo de
varios siglos hasta que, en algún momento, se decidió el contenido
definitivo, que en el caso concreto del cristianismo fue en el Primer
Concilio de Letrán. Como señala Fernando de Orbaneja, los cuatro
evangelios canónicos (los escritos por Juan, Marcos, Mateo y Lucas)
ni fueron los únicos, ni siquiera son más importantes que los consi-
derados apócrifos5. Además, los escritos evidencian contradicciones
en aspectos muy significados para la propia doctrina, quizá debido
a que los autores no fueron testigos directos de la vida de Jesús (ni
siquiera eran contemporáneos de él) y el contenido de los evangelios
se recopiló por tradición oral. Hay que indicar, no obstante, que las
contradicciones internas no son un defecto concerniente de forma
exclusiva a los evangelios, sino que es una característica de todos los
textos sagrados. En el caso del catolicismo, que no sólo nos resulta más
cercano social y culturalmente, sino que sus contenidos se imparten
en el propio sistema educativo, las contradicciones alcanzan a los
pilares fundamentales de su doctrina, tales como la resurrección de
Cristo, la encarnación o el nacimiento virginal. Algunos autores du-
dan incluso de la propia existencia de Jesús, planteando argumentos
dignos de tener en consideración para avalar la tesis de que se trata
de un personaje ficticio6.
d. En lo que se refiere a la verificación de la autenticidad de la informa-
ción, la moderna historiografía utiliza elementos de contrastación
muy rigurosos para determinar el grado de veracidad de las pruebas
que utiliza, especialmente si se trata de textos. Se asume que muchos
de los documentos con los que se cuenta tienen un valor de adoc-
4 Rodríguez, P. (2000). Adicción a las sectas. Barcelona: Ediciones B
5 Orbaneja, F. (2006). Jesús y María, lo que la Biblia trató de ocultar.
Barcelona: Ediciones B
6 Martin, M. (2007). Alegato contra el cristianismo. Pamplona: Laetoli.

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ELOGIO DEL ATEÍSMO

trinamiento y de ideologización, más que de descripción objetiva


de los hechos que ocurrieron. Y los libros doctrinales no son relatos
fieles de acontecimientos reales, sino documentos de propaganda
ideológica de doctrinas religiosas. Creerse la letra de lo que señalan
es como aceptar como si fueran ciertas, leyendas mitológicas tales
como la existencia del Olimpo, el martillo de Thor o la reencarnación
en bóvidos. En la actualidad, ningún historiador utilizaría los textos
sagrados como documentos científico de descripción de la realidad,
ya que ninguno de ellos puede considerarse, en modo alguno, como
un relato histórico que describa fielmente los acontecimientos que
narra.
Este hecho, aunque evidente, tampoco les sirve a los teístas para dejar
de creer en la veracidad de las escrituras, puesto que señalan que los
textos estuvieron escritos en un momento histórico y culturalmente
muy diferente al nuestro y que no hay que leer al pie de la letra lo que
señalan, sino interpretar lo esencial, que seguiría teniendo validez en la
actualidad. A este respecto habría que señalar varias indicaciones:
• En primer lugar, no es cierto que la Iglesia no haya asumido los
textos al pie de la letra, ya que durante siglos se ha defendido la
veracidad de lo que aparecía en las escrituras tal y como en éstas
se manifestaba. El propio Joseph Ratzinger en su último libro
defiende el valor histórico de los textos de la Biblia, al tiempo que
propugna una lectura creyente de los textos7 y critica muchas de
las exégesis realizadas por los teólogos. No obstante, la creencia
literal de los mismos condujo a conclusiones tan absurdas como
el de establecer el momento de la creación de la Tierra el día 23 de
octubre del año 4.000 antes de nuestra era; o negar la evolución
de las especies, puesto que todos los organismos fueron creados
en un momento único por la divinidad; o mantener hipótesis
geocéntricas por el hecho de que en determinados escritos apa-
reciera Josué ordenando detenerse al Sol, mostrando a las claras
que es el Astro el que gira alrededor de la Tierra y un largo etcétera
7 Ratzinger, J. (2007). Jesús de Nazaret. Madrid: La esfera de los libros, S.L.

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

que sería más propio de un anecdotario que de textos con un


mínimo de seriedad.
• En segundo lugar, no solamente se han creído las escrituras al pie
de la letra, sino que de la propia letra se han sacado conclusiones
que contradecían a las de las ciencias físicas o biológicas, cuyas
hipótesis en muchos casos habían sido comprobadas empírica-
mente. Y cuando la religión ha ejercido el poder, se ha defendido
con sangre la letra de las escrituras, como bien se le hizo saber
a Giordano Bruno o a Miguel Servet. Durante la mayor parte
de la historia, las religiones han impuesto con autoritarismo el
contenido de sus libros. Y si no que se lo pregunten a Salman
Rushdie.
• En tercer lugar, el conocimiento científico no ha casado muy
bien con el arte de la interpretación. De ahí el divorcio entre la
psicología científica y el psicoanálisis o entre la astronomía y la
astrología. La ciencia describe la realidad, explica las relaciones
entre los eventos, predice los acontecimientos en función de unas
condiciones determinadas y fundamenta los principios para la ela-
boración de una tecnología que intervenga en la realidad. Pero no
interpreta. La prueba de verdad de un argumento, especialmente
cuando tiene que ver con hechos empíricos, simplemente se
pone a prueba. El hecho de que la doctrina religiosa se justifique
con interpretaciones a posteriori no tiene mucho valor desde un
punto de vista científico. No obstante, siempre que se da el caso,
se aprovechan las coincidencias entre los acontecimientos histó-
ricos y los relatos de los documentos doctrinales como supuesta
verificación de estos últimos. Ello es una evidencia palpable de la
subordinación del conocimiento religioso respecto del científico,
puesto que la realidad se utiliza como prueba, pero solamente en
los casos en los que coincide con sus asertos. En caso contrario, se
argumenta que son dos dominios diferentes, dos realidades dis-
tintas. Tal argumentación no se trata sino de una excusa bastante
burda para no corregir las equivocaciones.
– 22 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

Para finalizar, habría que señalar que, si el conocimiento de la


ciencia y el de la religión están en dos planos diferentes, lo que es
indubitable y demostrado es que la ciencia habla del universo real.
Si la religión se encuentra en un plano ontológicamente distinto,
lo que puede concluirse es que trata sobre un universo no real y
probablemente inexistente. De cualquier manera, inferior en los
planos racional y empírico y, como veremos más adelante, también
en el propiamente moral.
Pero lo real no sólo es lo material. También las cuestiones mentales
forman parte de la realidad y pueden estudiarse científicamente. La
psicología hace ya mucho tiempo que estudia los procesos cognosci-
tivos y afectivos, aplicando el método de la ciencia a temas que hasta
la creación del primer laboratorio de psicología en 18798, eran objeto
de estudio de la filosofía especulativa y de la religión. Pero de eso ha
pasado mucho tiempo y se han escrito miles de trabajos científicos
que hacen que los temas que algunos defienden como patrimonio
de la religión, y que están relacionados con cuestiones trascendentes
y morales, hoy se entiendan mucho mejor desde la psicología. De
hecho, el propio sentimiento religioso es explicable desde los prin-
cipios básicos de esta ciencia, ya que uno de los temas de estudio de
la psicología es, sin duda ninguna, el mundo afectivo9.

. Incremento gradual y continuado de conocimiento


El conocimiento científico está en constante crecimiento. La
aplicación del método científico permite que cada vez tengamos
un cuerpo de contenidos mayor y mejor estructurado, porque las
nuevas aportaciones sirven no sólo para incrementar el patrimonio

8 Se considera a Wilhem Wundt como el padre de la psicología científica, al crear


en 1879 el primer laboratorio de psicología.
9 La emoción es una de las áreas de la psicología en la que se ha demostrado la
utilidad y conveniencia de la aplicación del método científico. Son decenas los
congresos anuales sobre el tema o las revistas internacionales específicas y centenares
los trabajos científicos publicados. Véase http://www.ame.com.es para acceder a la
página web de la Asociación Española de Motivación y Emoción (AME).

– 23 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

del saber, sino también para comprender mejor lo que ya se conoce.


Esta propiedad singular deriva de la primera de las características
que hemos señalado, es decir, del hecho de que el conocimiento es
verificable. Cualquier aportación válida se incorpora a (y se sustenta
en) el conocimiento previamente establecido10. En la actualidad,
cualquier estudiante de bachiller, simplemente por la materia que
se aporta en su currículo, tiene más conocimientos de biología que
los que pudieran haber tenido cualquiera de los filósofos o médicos
más eminentes anteriores al siglo XIX.
Por el contrario, el conocimiento que aporta la religión es cerrado
y no admite más incorporaciones que las interpretaciones que den
a su doctrina los doctores de la Iglesia. Las religiones, especial-
mente aquéllas que se basan en los textos sagrados, asumen que el
conocimiento esencial se encuentra en dichos libros. En el caso del
cristianismo se trataría de la Biblia y de la Tradición (los escritos de
los padres de la Iglesia). Negar su plenitud sería tanto como asumir
que la verdad revelada es incompleta y, por lo tanto, imperfecta, cosa
que no tiene sentido si ha sido manifestada por la divinidad. Así
pues, el contenido de los textos no sólo es dogmático (irrefutable e
inmodificable) sino que es completo, lo cual lo cierra a cualquier
aportación ulterior y limita enormemente la capacidad de explicación
en un mundo cambiante y progresivamente más complejo, en lo
que al ser humano y sus condiciones de vida se refieren. Si tenemos
en cuenta que los libros doctrinales son textos que en algunos casos
tienen más de dos mil años, pero que cualquiera de ellos supera el
millar, es absolutamente ingenuo, a la par que extravagante, pretender
explicar la realidad actual con los esquemas mentales y conocimientos
de hace tanto tiempo, especialmente porque en las últimas décadas
se han producido más modificaciones en la forma de vida del ser

10 Se le atribuye a Newton la frase de que todo lo que él sabía acerca del universo
se lo debía a que caminaba a hombros de gigantes, refiriéndose a Kepler y Galileo.
La frase ha sido adoptada para titular un extraordinario libro que recoge las grandes
obras de física y astronomía comentadas por Stephen Hawkins

– 24 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

humano que durante los miles de años desde que se establecieran las
primeras civilizaciones. Y no digamos desde la aparición del hom-
bre, hace varios centenares de miles. Cualquier manual científico
de unos cuantos años se ha quedado obsoleto e incompleto, debido
a que la ciencia aporta continuamente información que es preciso
incorporar y otra que es necesario desechar. Un científico que no
hubiera leído nada durante unas décadas sería incapaz de entender
la mayoría de artículos o trabajos actuales de su propia disciplina,
porque le faltarían conocimientos (en muchos casos incluso teóri-
cos básicos) para entender las nuevas aportaciones. Sin embargo la
religión todavía se basa en los mismos textos de hace miles de años
y en las explicaciones e interpretaciones que efectuaron los padres
de la Iglesia, hace ya siglos.

. Ausencia de falacias
El lenguaje de la ciencia es objetivo y su comprensión es universal.
Cualquier estudioso de una disciplina conoce con exactitud a qué se
refiere otro científico cuando aquél describe una investigación o un
descubrimiento, por muy alejado geográfica e ideológicamente que
se encuentren uno de otro. Las aportaciones se comparten, siempre
que el método utilizado haya sido el correcto y la argumentación la
adecuada. La ciencia se basa en conocimientos verificados y sobre
postulados claros. Cualquier contribución debe ser justificada con
una metodología apropiada y adecuarse al conocimiento ya adquirido
por décadas de investigación.
Los argumentos aportados por la ciencia sirven para sostener la
verosimilitud de los temas que se plantean. Están construidos lógica-
mente y son autocorrectivos, de forma que solamente pasan el filtro
de veracidad aquellas conclusiones que superan los criterios impues-
tos por la misma ciencia, tal y como hemos indicado anteriormente.
La religión, sin embargo, no puede demostrar empíricamente sus
postulados, puesto que tratan de entidades y temas inobservables,
sobre los cuales es preciso creer. Por ello, el criterio de veracidad se

– 25 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

basa no en la evidencia empírica, sino en la argumentación. No


obstante, en muchos casos el discurso de la religión encierra errores
que, en ocasiones no se trata sino de auténticos sofismas. Es lo que
se conoce como falacias11.
Las falacias son argumentaciones incorrectas que provocan con-
clusiones falsas12. Se trata de razonamientos muy persuasivos, por el
hecho de que parecen lógicos, pero que cuando se analizan deteni-
damente se advierte que se han cometido errores por inadvertencia
de detalles relevantes, en muchas ocasiones debido a la forma como
se han presentado los argumentos. Se trata de un recurso muy uti-
lizado en el discurso político, que ya fue analizado magníficamente
por Jeremy Bentham (1748-1832), filósofo británico considerado
como el fundador del movimiento utilitarista13.
En este texto no pretendemos describir exhaustivamente las falacias
que comete la religión en su discurso, puesto que ello nos llevaría a
un documento de una extensión mayor que la que tiene este libro.
Señalaremos simplemente unas cuantas de ellas, para evidenciar
algunos de los errores más comunes en los que incurre la Iglesia en
la defensa de su doctrina. Hemos mantenido el término en latín de
cada una de ellas, no por pedantería, sino para evidenciar que se trata
de un recurso tan antiguo como el propio uso del lenguaje como

11 Las falacias son un recurso muy utilizado siempre que se pretende convencer
a otras personas, pero se carece de argumentaciones sólidas que lo refrenden o
bien se pretende conseguir un impacto inmediato. El lector puede encontrar un
ejemplo muy característico de las mismas en un texto que el autor de este libro
escribió hace unos años analizando el discurso demagógico del gobierno de España
de entonces, en referencia a temas referidos al medio ambiente, en concreto sobre
la polémica hidrográfica. La cita bibliográfica es Chóliz, M. (2001). El lenguaje y
las mentiras de la propaganda. Valencia: Promolibro.
12 El lector puede encontrar un magnífico estudio sobre las falacias en el libro
de García Damborenea, R. (2000). Uso de razón: diccionario de falacias. Madrid:
Biblioteca Nueva.
13 Bentham, J. (1990). Falacias políticas. Madrid: Centro de Estudios Políticos
y Constitucionales.

– 26 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

medio de persuasión y que ya fue analizado muy precisamente por


los filósofos griegos y oradores latinos.

a. Petitio principii
Se trata de un error en la argumentación, del que ya prevenía
el propio Aristóteles, cuando la conclusión aparece en las propias
premisas o bien cuando se utiliza como premisa algo que no está
probado.
Este error fundamental lo comete la religión siempre que asegura
alguna intervención divina en forma de acción, presentación, reve-
lación o milagros, ya que la condición principal, que es la propia
existencia de Dios, no está demostrada. No cabe ninguna deducción
lógica de una premisa no probada. La doctrina moral que se deduce
de los dogmas es un ejemplo claro de esta falacia, puesto que se asume
indiscutible algo que no ha sido demostrado.
Ésta es una diferencia esencial respecto del conocimiento científico,
que no avanza sino sobre fundamentos demostrados e incontestables.
Lo contrario resultaría extraordinariamente peligroso dado que, en
el caso de que se demuestre la falsedad o inexactitud de las premisas,
es muy probable que el resto de conclusiones no sean ciertas y todo
el edificio conceptual se desmorone. En ese aspecto, la ciencia se
muestra extraordinariamente conservadora, lo cual contrasta con la
posición epistemológicamente tan arriesgada de la religión.
Una mención especial requieren los milagros, acontecimientos
incomprensibles a la luz de los conocimientos actuales, cuya expli-
cación se asume por acción de la divinidad. Con independencia de
que se trata de una falacia, ya que el hecho de que no se disponga
actualmente de una explicación racional, ello no significa que sea
una demostración de la intervención divina, habría que indicar que
el relato de los propios milagros es en sí mismo, no sólo falaz, sino
también mitológico. Se trata de leyendas, hechos cuya veracidad
es incomprobable o simplemente auténticas patrañas que nunca
existieron. Una de las evidencias de ello es que, cuando se analizan

– 27 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

objetivamente, se descubre que la explicación no es milagrosa o


simplemente que los acontecimientos no ocurrieron tal y como se
relatan. De hecho, los milagros más espectaculares, como son las
resurrecciones (que por cierto, están presentes en todas las religiones)
ya no existen desde hace varios siglos, lo cual podría indicar que
hace varios cientos de años que los dioses ya no se preocupan tanto
por la Humanidad como antaño. En realidad lo que ocurre es que
son acontecimientos legendarios que se mantienen por tradiciones
culturales, pero que no hay ninguna posibilidad de demostrar que
efectivamente ocurrieron en algún momento, porque efectivamente
nunca se produjeron. Los milagros actuales ya no son tan especta-
culares como antes. Hoy en día, como mucho, consisten en apari-
ciones de dudosa credibilidad o acontecimientos tan superficiales
que un aficionado al ilusionismo los realizaría con mayor elegancia.
Probablemente lo que pasa es que no son sino efectos ilusorios. O
acaso, auténticos fraudes.

b. Ad verecumdian
Pese a que la ciencia posee nombres venerables, personas que
han destacado por su sabiduría y sus aportaciones a la Humanidad
(Galileo Galilei, Santiago Ramón y Cajal, Isaac Newton, Marie
Curie, etcétera), las afirmaciones que cada uno de ellos realizaron
en su momento y que supusieron hitos en la historia de la ciencia,
no fueron ciertas porque las dijeran personas eminentes, sino al
contrario: los nombres de estas personas son ilustres porque en su
día consiguieron demostrar lo que afirmaban que, por lo general,
se trataba de cuestiones muy complejas y de gran relevancia para el
ser humano. En modo alguno el conocimiento científico se acepta
porque lo diga una u otra persona, por muy célebre o insigne que
ésta sea. La ciencia no apela al argumento de autoridad, que no
deja de ser sino una de las falacias más comunes. Otra cosa es que
quienes tienen autoridad científica lo sean, precisamente, porque

– 28 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

han demostrado su conocimiento en esa materia. La demostración


es la única evidencia de la verdad.
Por el contrario, el conocimiento religioso no solamente es
dogmático, sino que se acepta porque así lo han dicho los padres
de la Iglesia, a pesar de que dichas afirmaciones nunca se hayan
contrastado, no coincidan con la realidad o lleguen a ser contra-
dictorias con los argumentos de otros doctores de la propia Iglesia.
Se trata de la falacia ad verecundiam, sofisma que consiste en que
para cerrar cualquier crítica racional se apela a la autoridad de una
persona eminente ante la cual no cabe (o es vergonzante) siquiera
discutirle. La religión apela en numerosas ocasiones a este sofisma,
pero quizá el más característico, por su singularidad y radicalidad es
la infalibilidad del papa. Se trata de un dogma establecido en 1870
en el Concilio Vaticano I por el papa Pío IX. El papa decide que
el papa nunca se equivoca en temas de fe y de moral cuando habla
ex cathedra y lo eleva a la categoría de dogma, es decir, de verdad
incontestable. En pocas ocasiones puede evidenciarse un insulto a
la inteligencia de una manera tan burda como ésta. De hecho este
dogma ha sido criticado por parte de algunos teólogos católicos.
El caso más paradigmático es el de Hans Küng, quien manifestó lo
erróneo de considerar infalible al papa. Por ésta y otras cuestiones
en las que manifestaba su discrepancia con la doctrina oficial, el
cardenal Ratzinger, a la sazón prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe (institución heredera de la Inquisición) prohibió
a Küng seguir enseñando teología. Toda una demostración de la
diferencia abismal que existe entre el conocimiento de la ciencia y
el de la religión14.

14 Se da la paradoja de que el actual papa ha rebatido a Juan Pablo II, al afirmar


recientemente que “el infierno existe y no está vacío” a pesar de que Karol Wo-
jtyla, aseguraba que el infierno “no es un lugar a donde se va, sino el más místico
estado de ausencia de Dios”. Puesto que las afirmaciones de ambos pontífices son
lógicamente contrarias entre sí, lo que es cierto es que una de ellas no es verdad
(quizá no lo sea ninguna), con lo cual lo que efectivamente se demuestra es que,
lo que es falso es que el papa nunca se equivoque.

– 29 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

c. Ad hominem
Se incurre en la falacia ad hominem cuando se intenta descalificar
el argumento del contrario atacando personalmente al oponente.
Es muy común que se descalifique los argumentos del ateísmo
aduciendo los execrables crímenes que llevaron a cabo ateos como
Stalin o Pol Pot.
Con independencia de que podríamos encontrar muchos ejemplos
de religiosos, especialmente cardenales y papas, que no se caracteri-
zaron precisamente por su buena conducta moral, la conclusión de
que el ateísmo no es moralmente bueno, tomando como ejemplo
la maldad de determinados ateos es falaz, ya que Stalin no cometió
las atrocidades y el genocidio por el hecho de ser ateo. De hecho
asesinó tanto a gente con creencias religiosas, como a quienes no
tenían ninguna. Sin embargo, han sido numerosas las persecuciones,
muertes y guerras llevada a cabo en nombre de Dios.
La falacia ad hominem es muy frecuente, puesto que es muy sen-
cillo descalificar directamente al oponente al poner de manifiesto
sus errores personales, magnificando algunos (y habitualmente,
inventándose otros) con el objetivo de anular los argumentos del
contrario sin someterlos al juicio de la razón. Se trata de una de las
falacias preferidas en las discusiones políticas y, desde que la jerarquía
católica española ha mostrado interés por la cosa pública parece que
se han contagiado de la misma. Desde hace unos años va siendo
frecuente que desde los púlpitos se descalifique personalmente a
políticos o filósofos no creyentes, con el objetivo de desprestigiar su
actividad pública o intelectual y con ello evitar que se discutan de
forma racional las diferentes posiciones ideológicas. Precisamente
la cadena COPE, propiedad de la Conferencia Episcopal, tiene la
caterva de “periodistas” que usan y abusan de la falacia ad hominem
con mayor profusión para atacar las posiciones ideológicamente
diferentes mediante la acusación personal de los que simplemente
piensan distinto.

– 30 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

d. Ad baculum
Cuenta Hopkins que en la Conferencia de Yalta, sir Winston
Churchill informó a los demás mandatarios sobre una serie de re-
comendaciones que el papa quería que atendieran, a lo que Stalin,
manifestando su desacuerdo, le interpeló: “¿cuántas divisiones acora-
zadas preparadas para el combate dice usted que tiene el Papa?”.
Habitualmente existen dos elementos que concurren para que
aparezca la falacia ad baculum. El primero es que no exista una posibi-
lidad razonable de persuadir mediante argumentos. El segundo, que
se tenga autoridad sobre la persona a la que se pretende convencer.
Es por ello que también se le denomina apelación a la fuerza.
Esto explica el porqué del interés de las grandes religiones en
detentar el poder, ya que de esa manera pueden imponer sus argu-
mentos de forma expeditiva y coactiva de una forma eficaz, tal y
como describiremos posteriormente. Pero, incluso en el caso de que
no tengan autoridad social o política, al menos la pueden ejercer
sobre sus propios fieles. Y a ella se recurre cuando la justificación de
normas de conducta, principios morales o incluso creencias teológi-
cas no pueden ser demostradas, ni siquiera justificas. En este caso se
apela al castigo divino (eterno y terrible) que se producirá en el caso
de que no se obedezcan las aseveraciones de los prelados De hecho
se trata de uno de los argumentos preferidos por las religiones, ya
que la omnipotencia de Dios se basa en el poder de premiar a los
buenos y castigar a los malos. La amenaza de una pena eterna en el
infierno es uno de los principales recursos esgrimidos para conven-
cer a los temerosos fieles, sin necesidad de justificar ni la validez ni
la veracidad de los dogmas y preceptos que se imponen, porque el
miedo cuida el rebaño.

e. Non sequitur
Se incurre a la falacia non sequitur cuando no se tienen en cuenta
otras interpretaciones alternativas que pueden explicar más conve-
nientemente los hechos que se relatan.

– 31 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

“Tres de cada cuatro alumnos matriculados en Madrid (el


75,4%) optaron durante el presente curso por cursar la asig-
natura de religión en las escuelas”15.
Para aclarar esta falacia, falsa donde las haya, es preciso tener en
cuenta de qué tipo de centros estamos hablando, ya que en los co-
legios concertados de ideario católico (la mayoría de los que tienen
concierto con la Administración), no existe la posibilidad de cursar
la asignatura de alternativa para la religión. De hecho, el 99,1% de
los inscritos a dichos centros “elige” cursar religión católica porque
en éstos se “invita” a los padres, antes de formalizar la matrícula, a
que firmen un documento en el que deben mostrar su preferencia
de que sus hijos cursen la asignatura de religión. Sabiendo que los
padres no llevan a sus hijos a colegios concertados porque deseen
que sus hijos tengan una educación religiosa, sino por otro tipo de
causas que el lector puede adivinar, semejante declaración parece,
cuanto menos, oscura.
Por otro lado, si comparamos esta misma cuestión con los centros
públicos, en los que sí que existe la posibilidad de impartir libre-
mente ambas materias, la mayoría de estudiantes no se matriculan
en religión, sino en la asignatura denominada de “alternativa a la
religión católica”. Es decir, que cuando se permite elegir libremen-
te, la opción de cursar la asignatura de religión queda claramente
relegada del currículo del estudiante.

f. Ad populum
Se trata de una falacia en la que se incurre cuando, para demostrar
la certeza de los argumentos, se apela a la cantidad de gente que
opina lo mismo. Ése es el argumento esgrimido por parte de las
grandes religiones cuando recurren a la cantidad de fieles con los
que cuentan cada una de sus doctrinas y lo muestran como refrendo
de sus opiniones.

15 Declaraciones de Rouco Varela, recogidas en ABC, el 8 de marzo de 2007.

– 32 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

La historia está repleta de creencias universalmente asumidas que


posteriormente, con el avance del conocimiento, se han demostrado
equivocadas. Este fenómeno acontece incluso en la propia ciencia,
pero como hemos explicado anteriormente, ésta tiene mecanismos
correctores de los errores16 o imposturas17, cosa que otras formas de
conocimiento no pueden rectificar, al no basar su conocimiento en
el método científico.
“¿Cuál es la evidencia de que la oración funciona?, pues el
que mucha gente reza”
Ésta es una de las justificaciones defendidas por muchos grupos re-
ligiosos. Sin embargo, mediante una investigación llevada a cabo por
Herbert Benson y un amplio equipo de colaboradores18 se demostró
que el rezar por enfermos con patologías cardiovasculares sometidos
a cirugía en la que se realizaba un by-pass coronario no tiene ningún
efecto terapéutico sobre su salud, si se comparaba con pacientes
por los que nadie rezaba. Pero lo verdaderamente relevante de esta
investigación fue que el grupo de pacientes a los que se les informó
que había personas que estaban rezando por ellos fue el que más
trastornos coronarios tuvo. Probablemente, ello fue debido al hecho
de que suponían que se encontraban realmente mal, cuando tantas
personas estaban rezando por su recuperación. Lo que demuestra esta
investigación (que irónicamente fue financiada por una fundación
cristiana para demostrar los efectos de la oración) es el poder del
efecto placebo y nocebo sobre la salud y la enfermedad19

16 DiTroccio, F. (1997). El genio incomprendido. Madrid: Alianza


17 DiTroccio, F. (1998). Las mentiras de la ciencia. Madrid: Alianza.
18 Benson, H.; Dusek, J.A.; Serwood, J.B.; Lam, P.; Bethea, C.; Carpenter, W.;
Levitsky, S.; Hill, P.; Clem, D.; Jain, M.; Drumel, D.; Kopecky, S.; Mueller, P.;
Marek, D.; Rollins, S. y Hibberd, P. (2006). Study of the Therapeutic Effects of
Intercessory Prayer (STEP) in cardiac bypass patients: A multicenter randomized
trial of uncertainty and certainty of receiving intercessory prayer. American Heart
Journal, 151, 934-942.
19 Brody, H. (1997): The placebo response. New York: Cliff Street Books.

– 33 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

La religión, sin embargo, ha utilizado en numerosas ocasiones


esta falacia cuando recurre a las muchedumbres para que refrenden
sus postulados. Procesiones, celebraciones multitudinarias y hasta
manifestaciones contra algunos gobiernos son las tácticas que utili-
zan no sólo como mecanismo identitario (proceso sobre el que nos
detendremos más adelante) sino también como forma de persuasión
social. Pero el que se concentren multitudes no quiere decir que los
postulados que corean sean ciertos, ni es argumento que pruebe su
veracidad. Además, en la mayoría de los casos, la muchedumbre
desconoce los argumentos que se esgrimen y sólo atiende a eslóganes
vacíos de contenido, aunque emocionalmente intensos. La creación
de líderes carismáticos, apelando a la necesidad de afiliación y de
conformación de grupo, así como festejos, celebraciones o manifes-
taciones no es válido como muestra de veracidad de los argumentos
y sólo sirve como mecanismo de presión para ejercer el poder.
Sin embargo, las jerarquías eclesiásticas suelen buscar en la mul-
titud el refrendo a sus postulados.

g. Sofisma patético
Finalizamos el breve decurso sobre falacias haciendo referencia a
una de las más comunes. Se trata de apelar a la emoción (pathos), en
lugar de a la razón para rebatir un argumento. La apelación a emocio-
nes en sí mismo no es inapropiada, habida cuenta de que la emoción
es fundamental para movilizar el comportamiento. Podemos estar
de acuerdo con los argumentos que plantea un determinado partido
político en relación con algún tema, pero si no se tiene verdadero
interés por ello (y para eso es necesario que de alguna manera nos
afecte), probablemente decidamos no comprometernos (por ejem-
plo ir a votar) y dediquemos el tiempo en algo que nos interese más
en ese momento. En este sentido, la apelación a las emociones no
invalida las acciones ni sus argumentos, además de que puede ser
una estrategia útil y eficaz. La falacia ocurre cuando se movilizan
emociones para desviar la atención de la argumentación o para

– 34 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

dirigirla a una conclusión a la cual no se llegaría por un proceso de


razonamiento correcto.
Declaraciones como “oleada de laicismo radical”, “totalitarismo del
Estado que pretende adoctrinar con la asignatura de Educación para la
Ciudadanía” y tantas otras que se han convertido ya en demasiado
frecuentes por parte de la jerarquía de la Conferencia Episcopal y
sus medios de comunicación afines, no pretenden sino apelar a la
hostilidad, ira o resentimiento, posicionando de antemano contra
propuestas políticas o sociales y haciendo imposible el necesario
debate sereno de los argumentos.

. Ausencia de proposiciones finalistas o teleológicas


La ciencia pretende entender cómo está organizada la Naturaleza.
Por ello, en las fases iniciales debe descubrir y describir el funciona-
miento de las cosas. Posteriormente llegará el momento de organi-
zarlas conceptualmente y establecer modelos teóricos explicativos
y predictivos. Con el desarrollo de la tecnología, el conocimiento
científico servirá para intervenir y modificar las condiciones que nos
permitan una vida mejor.
El científico puede representar las órbitas de los planetas alrede-
dor del Sol e indicar que son elípticas, pero no explicar por qué las
leyes de la gravitación son como son y no de otra manera, de forma
que nos moviéramos en torno al Sol trazando tirabuzones. Hemos
evolucionado hasta el Homo Sapiens, pero no hay ninguna razón que
explique por qué. Según algunos paleontólogos, si los dinosaurios
no se hubieran extinguido, nuestros antepasados no hubieran teni-
do ninguna posibilidad de sobrevivir y nosotros no seríamos como
somos. Probablemente ni siquiera estaríamos donde estamos. Pero
lo que es seguro es que los grandes saurios no se extinguieron hace
65 millones de años para permitirnos que mucho tiempo después
habitáramos (y quizá destrocemos) la Tierra.
Por el contrario, el conocimiento que aporta la religión es teleológico.
Según la religión, la realidad está organizada siguiendo un orden

– 35 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

establecido por Dios. El ser humano sería la cúspide de la creación


(que no de la evolución, porque la religión todavía niega algunos de
los parámetros esenciales del evolucionismo). Las hipótesis del jesuita
Teilhard de Chardin para congeniar la doctrina religiosa y la teoría
de la evolución, aunque avanzadas para la teología de su tiempo20,
son inaceptables por la actual paleontología, ya que suponen que el
ser humano se encuentra en la cúspide de la Naturaleza y que existe
una evolución dirigida y finalista en el proceso de hominización para
conseguir una convergencia entre lo humano y la Naturaleza en un
clímax (“punto omega”) en el que tendría lugar la divinización y la
unidad de la Humanidad. Según la mucho más acertada metáfora
de paleontólogos como Piero y Alberto Angela21, la evolución se re-
presentaría mejor como un arbusto, en el que el Homo Sapiens sería
una de las múltiples ramitas, que no necesariamente tiene por qué
colocarse en la cúspide. No estamos aquí por un designio divino,
sino que aparecimos en su día y en la actualidad somos los únicos
homínidos que hemos conseguido sobrevivir. Finalmente, con el
desarrollo de la cultura hemos logrado que sea el medio el que se
adapte a nosotros.
Desde la aparición de El origen de las especies, la evolución siempre
ha sido materia de confrontación entre ciencia y religión, hasta el
punto de que Darwin hubo de procurarse de valedores extraordi-
narios como Thomas Huxley, quien defendió con mayor ahínco las
teorías evolucionistas que él mismo. Incluso en la actualidad, para
algunos teólogos, la complejidad de las estructuras de la Naturaleza
sería una demostración de la necesidad de la existencia de un creador,
que sería Dios. Se trata de los típicos argumentos mitológicos de
etapas arcaicas de la civilización y, desde luego, anteriores al desa-
rrollo del método científico, que significó indudablemente un salto
cualitativo en el nivel de conocimientos que disponemos los seres

20 Teilhard de Chardin, P. (1967). La aparición del hombre. Madrid: Taurus.


21 Angela, P y Angela, A. (1992). La extraordinaria historia del hombre. Madrid:
Mondadori.

– 36 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

humanos. Aducir los mismos argumentos que se indicaban hace miles


de años, cuando el patrimonio de conocimientos de la Humanidad
era mínimo comparado con el actual, es simplemente extravagante.
Cuando aparecieron las religiones se necesitaban de explicaciones
míticas para entender una realidad cuyo funcionamiento entonces
resultaba incomprensible. Pero la ciencia ha avanzado a pasos de
gigante durante los últimos cinco siglos y ha dado explicación de
muchas de las cuestiones que anteriormente resultaban indescifrables.
El hecho de que todavía falte mucho por saber no puede servir para
mantener las explicaciones que se daban anteriormente a los fenó-
menos de la Naturaleza, especialmente cuando se han demostrado
ingenuas y erróneas en la explicación de tantos otros.
Quizá una de las polémicas más conocidas y actuales hace re-
ferencia precisamente a este tipo de argumentación y es la que ha
enfrentado a la comunidad científica con un reducido (pero política-
mente muy poderoso) grupo de cristianos integristas, defensores del
creacionismo. Al mantener la creencia de que el universo y el hombre
habían sido creados por Dios, no podían admitir de ninguna manera
la teoría evolucionista que defiende que somos un producto de la
evolución. Algunos Estados de EEUU consiguieron que en las aulas
se impartiera el mismo número de horas de creacionismo que el que
se diera de evolucionismo en asignaturas como biología. Después de
que en 1987, el Tribunal Supremo de Estados Unidos sentenciara
como inconstitucional la ley de Louisiana, puesto que contradecía
el principio de separación entre Iglesia y Estado, los creacionistas
volvieron a la carga inventándose una definición nueva para un con-
cepto viejo: el denominado “Diseño Inteligente”. Esta vez acudieron a
algunos “científicos” (más que nada han sido filósofos y teólogos de
ideología conservadora y creencias evangélicas) para atacar de nuevo
a la ciencia. El argumento para invalidar las hipótesis evolucionistas
es simple: existen estructuras demasiado complejas para que hayan
aparecido por evolución natural. Según ellos, las estructuras tan
complejas no pueden haber sido fruto de la evolución y el azar y,

– 37 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

por lo tanto, eso es demostración de la existencia de un “diseñador”


de inteligencia superior, que las ha creado. Como evidencia de este
argumento señalan el hecho de que la eliminación de alguna de las
partes de dicha estructura significa el colapso del sistema, con lo cual
no pudo llegarse a dicha organización estructural por evolución. Es
lo que los creacionistas denominan “complejidad irreductible”.
Se trata éste de un argumento extraordinariamente simple, espe-
cialmente después de que Stephen Jay Gould, sin duda uno de los
evolucionistas más destacados del siglo XX y extraordinario divulga-
dor científico, describiera el hecho de que las estructuras existentes
disponen de lo que él denominó como “capacidades latentes”. La
evolución no se produce siempre de forma gradual y lineal, sino que
pueden aparecer funciones nuevas en estructuras antiguas, al tiempo
que producirse “saltos” o aceleraciones en los cambios morfológicos,
tal y se indica en la Teoría del Equilibrio Puntuado22.
La complejidad de las estructuras existentes no invalida la teoría de
la evolución. Pero aunque así lo fuera, tampoco confirma la existencia
de un creador. Porque si existiera el Divino Hacedor ¿a qué debe él su
propia existencia? ¿qué es lo que ha favorecido su aparición? ¿acaso
otro diseñador anterior? ¿o se trata de leyes naturales a las que el Todo-
poderoso también debe someterse?. En la actualidad resultan mucho
más ilustrativas y confiables las respuestas de los científicos, como el
genial Carl Sagan, que las que se proponen en cualquier religión23.
En realidad, el trasfondo subyacente a esta polémica es la reticencia
de la Iglesia a perder el poder. Porque, si finalmente se demuestra
que los argumentos que con tanta vehemencia se han defendido
durante siglos son falsos, pierden toda autoridad racional en la in-
terpretación y análisis de la realidad. Eso, que es algo que muchos
sabemos, todavía no ha sido aceptado por parte de las jerarquías
eclesiásticas y, dado que la religión no puede competir con la ciencia

22 Gould, S.J. (2004): La estructura de la teoría de la evolución. Barcelona: Tusquets


23 Sagan, C. La diversidad de la ciencia: una visión personal de la búsqueda de
Dios. Barcelona: Planeta

– 38 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

en este terreno, intentan disfrazar sus argumentos de cientificidad,


aunque sólo los ingenuos o quienes tienen oscuros intereses en el
tema pueden aceptar.
Hay, sin embargo, una cuestión de mayor calado que nos compete
muy especialmente a los españoles. Tanto el creacionismo como el
diseño inteligente han generado un intenso debate en EEUU, hasta el
punto de llegar a las más altas instancias de los tribunales de justicia,
con sentencias firmes en contra de ellos. Lo que se dirime es si estas
hipótesis son científicas o no porque, si se da el caso de que se trata
de creencias religiosas, no pueden impartirse en las escuelas, ya que
la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense establece
explícitamente el principìo de separación entre Iglesia y Estado.
Nada parecido a lo que ocurre en España, donde la religión católica
se imparte a lo largo de toda la educación (infantil, primaria, se-
cundaria obligatoria y bachiller) en un adoctrinamiento tan grosero
como inmoral en una sociedad, como la española, que es constitu-
cionalmente aconfesional y sociológicamente laica. De nada sirve
buscar alternativas a la religión católica que conformen el currículo
del estudiante. La escuela no debe ser el lugar para adoctrinamientos
religiosos, sino para impartir conocimientos científicamente demos-
trados o, al menos, no excluyentes de nadie y válidos para todos.

. Ajeno a cualquier ideología.


Como hemos comentado, lo que define a la ciencia es el método
que utiliza para adquirir conocimiento, no el objeto de estudio. Por
supuesto que un científico tiene sus propias ideologías políticas, en
tanto que ciudadano de una sociedad y mostrará sus preferencias
por un partido político u otro, caso de que en su país exista una
democracia parlamentaria, e incluso puede haber quien tenga hasta
creencias religiosas. La ideología personal puede condicionar la forma
de entender la sociedad o conducir sus propios intereses vocacio-
nales. Puede haber científicos moralmente perversos que dediquen
su estudio a desarrollar armas atómicas, u otros que consagren su

– 39 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

tarea de investigación al desarrollo de vacunas sintéticas contra la


malaria, a pesar de que en Barcelona no haya casos de paludismo
(desde aquí un reconocimiento a la labor del doctor Pedro Alonso,
del Hospital Clínico de Barcelona). Pero eso en nada modifica las
características del conocimiento científico que hemos comentado.
Con independencia de la ideología del investigador o del objetivo de
sus estudios, el conocimiento científico es verificable, acumulativo,
no apela a argumentos de autoridad, estudia la realidad y deriva de
la razón o de los datos de la experiencia.
Por el contrario, la cosmovisión que aportan las religiones es en sí
misma una ideología, puesto que se fundamenta, no en la evidencia
empírica o racional, sino en creencias sobre las cuales construyen
todo su edificio teórico. La dependencia, y hasta servidumbre, de
la doctrina religiosa respecto de la ideología que la subyace se pone
de manifiesto en numerosos aspectos. En primer lugar, todas las
religiones establecen preceptos morales que emanan de la interpre-
tación ideológica de la doctrina. Los preceptos configuran valores y
actitudes que conforman la interpretación de la realidad, basada por
lo tanto en la propia ideología. En segundo lugar, las disquisiciones
sobre cuestiones teológicas (tan numerosas durante la historia de las
religiones) se han resuelto de manera ideológica; en muchos casos,
política y, en no menos ocasiones, mediante la expeditiva manu
militari. En tercer lugar, cuando la religión tiene una vocación de
extensión universal, como es el caso de los monoteísmos, ha pro-
pagado su doctrina desde el poder, bien ejerciéndolo directamente,
bien acercándose a quien lo detenta. La querencia del poder por
parte de la religión es un aspecto que destacaremos más adelante y
que supone uno de los parámetros más esclarecedores para entender
la historia y la realidad actual de las grandes religiones.

Para finalizar este capítulo dedicado a las diferencias entre el co-


nocimiento que aporta la ciencia y el de la religión no deberíamos
obviar dos cuestiones de extraordinaria relevancia.

– 40 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

En primer lugar, se ha defendido en muchas ocasiones que la


ciencia y la religión son diferentes e irreconciliables y que los intentos
por establecer un conocimiento unificado entre ambos ha sido una
empresa vana. Asumiendo que esta afirmación evidentemente es
cierta, ello en modo alguno quiere decir que ambas formas de conoci-
miento sean equiparables, que se encuentren a la misma distancia de
la verdad, ni que sean igualmente válidas o legítimas. Como hemos
podido constatar, el conocimiento que aporta la ciencia tiene una
serie de características que no solamente lo distinguen de otras formas
de conocimiento, como es el caso de la religión, sino que lo hacen
indudablemente privilegiado. El que podamos confirmar o rebatir
lo que afirmamos, el que no se trate de conocimientos dogmáticos
y que sean igualmente válidos y aplicables para cualquier persona,
con independencia de su capacidad o ideología y un largo etcétera
de características que acabamos de destacar, son ventajas de la cien-
cia sobre la religión y que hacen que el conocimiento científico sea
más válido, más humano y más justo. Y cuando algo no es posible
conocerlo científicamente, ello no quiere decir que la interpretación
que hace la religión sea verdadera, ya que se ha visto que siempre
que ciencia y religión discrepan, es la ciencia la que tiene la razón.
El que no encontremos una explicación natural a las cosas no quiere
decir que la solución sea sobrenatural. Lo único que nos queda es
perseverar en el conocimiento e investigación científica hasta que
logremos explicaciones convincentes.
En segundo lugar, acogernos a las creencias religiosas para explicar
lo que la ciencia todavía no consigue desvelar, no sólo es una fala-
cia, sino que puede resultar muy peligroso. Porque una vez que se
abandona el imperio de la razón para sumergirnos en la mitología,
nos hacemos susceptibles de manipulación mental y quedamos a
expensas de quienes utilizan la religión como ejercicio de poder.
Ciertamente, como reflejara el genial Francisco de Goya en uno de
sus grabados “el sueño de la razón produce monstruos”.

– 41 –
La inquietud religiosa es al mismo tiempo la expresión del sufrimiento
real y una protesta contra el sufrimiento real. La religión es la queja
de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón y el
espíritu de un estado de cosas desalmado. Es el opio del pueblo
Karl Marx

¿PARA QUÉ SIRVE LA RELIGIÓN?


A pesar de que mucha gente no comparte ningún tipo de creencia
religiosa ni forma parte de ningún credo, lo cierto es que el hecho
religioso ha sido una realidad durante la historia de la Humanidad
y aún lo sigue siendo actualmente de forma muy notable en algunas
sociedades, como las de profesión musulmana. El hecho de que el
fenómeno religioso esté tan extendido ha dado pie a especulaciones
tales como que “algo haya de verdad, cuando tanta gente cree” o
incluso a que las creencias formen parte de algún tipo de instinto
religioso en el ser humano. Ya hemos clarificado anteriormente que
el que muchas personas crean en algo no prueba su veracidad, sino
que las creencias es preciso demostrarlas con criterios externos a las
mismas (empíricos o racionales), cosa que ninguna de las religiones
ha sido capaz de lograr, ni existen expectativas razonables de que
lo consigan. Respecto a que el sentimiento religioso se deba a un
instinto humano, antes de nada es preciso definir cuáles son las
características que definen este concepto y, de esta forma, poder
precisar posteriormente si el sentimiento religioso puede considerarse
como tal.
– 43 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

Los trabajos de etólogos tan eminentes como Konrad Lorenz24


o Niko Tinbergen25 establecieron las condiciones necesarias para
poder definir un instinto. En concreto, se trata de una conducta
que tiene unas características precisas y definidas: 1) es innata, no
adquirida; es decir, aparece a pesar de que no se instruya ni se adoc-
trine; 2) es estereotipada; esto es, se ejecuta siempre de la misma
manera, no habiendo diferencias en los patrones comportamentales
en diferentes situaciones ni por parte de distintos individuos; 3) es
una conducta propia de una determinada especie, 4) que se provoca
ante la aparición de estímulos externos concretos y ante un estado
de privación o necesidad, 5) que aparece de forma idéntica en todos
los organismos de la especie que tienen un desarrollo madurativo
determinado, si bien puede haber diferencias en función del sexo y
6) que una vez iniciada prosigue la secuencia hasta que ésta finaliza.
Éstas son las características del instinto y a esto hay que hacer refe-
rencia cuando se habla de comportamiento instintivo. Vistas estas
premisas, la conclusión es tajante: en modo alguno puede hablarse
de la existencia de un instinto religioso, puesto que no se cumplen
la mayoría de los requisitos, principalmente los definitorios. Así, las
manifestaciones religiosas, ni son universales, ni aparecen en todos
los individuos ante unas condiciones específicas, ni la privación de
religión provoca una necesidad de religiosidad, ni se trata de una
conducta innata que se manifieste en todos los individuos de la
misma manera. La religión depende del contexto cultural en donde
se eduque (no hay muchos musulmanes en Islandia y no creo que
haya demasiados cristianos evangélicos en Irán o en Mongolia). Y
no sólo por las manifestaciones externas o los ritos diferentes, sino
por el propio sentimiento de religiosidad, que no es en absoluto ni
universal ni innato.

24 Lorenz, K. (1985). Consideraciones sobre las conductas animal y humana.


Barcelona: Planeta.
25 Tinbergen, N. (1985). El estudio del instinto. Madrid: Siglo XXI.

– 44 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

Otra cosa es que, efectivamente, las creencias religiosas aparezcan


en el ser humano y que ello tenga no sólo una explicación, sino una
función que puede entenderse desde mecanismos adaptativos. Para
Richard Dawkns, uno de los más influyentes sociobiólogos, famoso
por la metáfora del “gen egoísta”26, la religión sería un subproducto
accidental en la adaptación. No es que la religión o -dicho con más
propiedad-, las creencias religiosas sean en sí mismas adaptativas,
sino que la religión es consecuencia de un proceso que sí que es vital
para la supervivencia, que es la obediencia sin cuestionar las órdenes.
Para Dawkins, la evolución ha construido cerebros infantiles que
están diseñados para obedecer las normas, pero también para creer a
ciegas27 (baste recordar la cantidad de mitos infantiles que constru-
yen los adultos para controlar su comportamiento). Posteriormente,
algunas de las creencias firmemente asentadas son ya muy difíciles
de erradicar y constituyen tanto el fundamento de las doctrinas reli-
giosas como de las propias tradiciones culturales. De ahí que para las
religiones sea tan importante el adoctrinamiento durante la infancia,
ya que es la etapa en la que es más sencillo el que se acepten como
válidas afirmaciones increíbles.
El hecho de obedecer sin cuestionar resulta adaptativo principal-
mente en dos circunstancias. La primera de ellas es en los casos en
los que es preciso responder con rapidez ante imponderables que
exigen una respuesta urgente. En esos casos el cuestionamiento de
la norma o simplemente el tiempo que puede ocuparse en asimilar
la situación y entender lo apropiado de la respuesta, puede resultar
fatal. Un ejemplo de lo que estamos comentando son las reacciones
ante situaciones de crisis o de peligro inminente, en las cuales las
respuestas automáticas de los individuos puede que resulten inapro-
piadas; en este caso lo mejor es seguir las instrucciones de quien tiene
conocimiento de la situación y sabe de la respuesta más idónea. La
otra circunstancia en la que es preciso obedecer sin pensar es cuando

26 Dawkins, R. (2000). El gen egoísta. Barcelona: Salvat.


27 Dawkins, R. (2007). El espejismo de Dios. Madrid: Espasa.

– 45 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

quien debe llevar a cabo una conducta comprometida no tiene los


recursos mentales o carece de la información suficiente para entender
lo apropiado de dicha acción, pero es probable que en un futuro,
con más información o cuando hayan desarrollado los procesos
psicológicos apropiados, sea capaz de entender lo conveniente de
la conducta que se le exige. La infancia está llena de eventualidades
en las cuales el niño debe obedecer, porque no llega a comprender
las consecuencias de su conducta, aunque no por ello los padres
deben omitir las explicaciones de sus órdenes ya que, de hecho, una
correcta explicación (ajustada en todo momento a las capacidades
cognoscitivas del niño) puede ayudar no sólo a comprenderlas, sino a
obedecerlas de nuevo en el futuro. Los niños deben obedecer, puesto
que la infancia se caracteriza precisamente por un extenso periodo de
aprendizaje de normas sociales, pero quien las ordena debe explicar
lo apropiado de las mismas, ajustándose a las capacidades mentales
del menor. En eso se basa el fundamento de los programas de pre-
vención de conductas de riesgo.
Estas dos circunstancias tienen como elemento común el que
quien da la orden está en posesión de la verdad o dispone de la
solución más apropiada a las exigencias de la situación, mientras
que el niño se encuentra en el desconocimiento y necesidad de ser
guiado. En ese caso está justificado el que se haga lo posible para
que se acate la orden.
No obstante, estas condiciones en modo alguno se cumplen en el
caso de la religión, ya que las acciones que obligan, ni son emergen-
cias, ni quien da las órdenes está en posesión de la verdad. Más bien,
los clérigos intentan aprovechar un periodo especialmente sensible
del desarrollo de la personalidad -como es la infancia-, en el que se
adquieren creencias y valores básicos que organizarán el comporta-
miento, para adoctrinar sobre una serie de creencias pontificadas
por las religiones que son extemporáneas, siempre; estrambóticas, en
ocasiones; contradictorias con el conocimiento científico, las más de

– 46 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

las veces; antagónicas con el ordenamiento jurídico en una sociedad


de derecho y refractarias al sentido común.
Pese a todo, es cierto que la religión cumple una serie de funciones
psicológicas y sociales que explican el porqué ha llegado a tener tanto
predicamento. En la mayoría de los casos, no obstante, las aporta-
ciones de la ciencia en sus diferentes disciplinas han desplazado a la
religión en el cumplimiento de dichas funciones. Debe ser cuestión
de tiempo el que la religión vaya desapareciendo de las sociedades
modernas y se sustituya por un conocimiento y un código moral
científico y laico, si bien lo que parece cierto es que para ello también
debe lograrse elevadas cotas de civismo y democracia en la sociedad.
Pero no adelantemos acontecimientos y reseñemos algunas de las
funciones más destacadas que cumple la religión y que explican por
qué goza todavía de tanto crédito en algunos ámbitos.

. Interpretación de la realidad.
El ser humano necesita tener una interpretación congruente de
lo que ocurre, especialmente de los eventos vitalmente importantes,
y que dicha explicación se ajuste tanto a sus propios procesos cog-
noscitivos como a sus necesidades personales. Es fundamental poder
predecir los acontecimientos que nos afectan significativamente y
entender el funcionamiento de la realidad que nos resulta cercana
y relevante ya que, en caso contrario, la angustia que provoca la in-
certidumbre se incrementa hasta niveles difícilmente soportables. Se
trata de una situación desagradable que ha de ser, de alguna manera,
resuelta. En este sentido, para el ajuste psicológico es más importante
resolver la inseguridad de forma creíble, que llegar a la verificación
de que la creencia es ciertamente real. Y eso lo saben muy bien los
charlatanes, parapsicólogos y curanderos, que se aprovechan de la
credulidad de la gente (especialmente cuando se necesita aferrarse
a algo sólido en lo que creer) para engañar, suministrando explica-
ciones que tienen como objetivo principal obtener beneficio de la
necesidad de las personas que acuden a su “ayuda”.

– 47 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

Durante la mayor parte de la historia de la Humanidad, el


conocimiento sobre la naturaleza de las cosas fue acumulándose
y transmitiéndose de generación en generación de una manera
lenta, aunque constante, hecho éste que nos distingue de muchos
de los animales y nos demuestra lo cerca que nos encontramos de
otros28. La observación de la realidad, especialmente cuando ésta se
llevaba a cabo de forma sistemática, suministraba información que
la experiencia y las generaciones posteriores iban perfeccionando
paulatinamente. Se tenía una percepción relativamente acertada de
cuestiones concretas, lo cual permitió el desarrollo de tecnologías
-esencialmente mecánicas-, en las que el conocimiento teórico po-
día aplicarse y convertirse en desarrollo técnico y cuya aplicación o
viabilidad podía comprobarse de una forma inmediata. Se descu-
brió cómo hacer fuego; se desarrollaron ingenios extraordinarios,
como la rueda; se aplicaron los conocimientos mecánicos a obras
de ingeniería; se aprendió elaborar alimentos y bebidas, etcétera. El
devenir histórico de las sociedades en muchos casos es fruto de los
conocimientos adquiridos29.
No obstante, quedaban enormes lagunas en el conocimiento de la
realidad, cuyo funcionamiento no se alcanzaba siquiera a vislumbrar,
pero que era necesario comprender de alguna manera. El descono-
cimiento de las principales leyes de la Naturaleza, que solamente
con la aplicación del método científico se consiguió conocer (pero
esto no ocurriría hasta el siglo XVI) obligaba a buscar explicaciones
fantásticas. Así nacieron la mitología y la religión como fórmulas de

28 Los trabajos pioneros de Jane Goodall, quien demostró en trabajos de


campo que los chimpancés también transmiten a otros miembros del grupo los
conocimientos adquiridos individualmente, han sido corroborados posterior por
Victoria Homer con chimpancés en cautividad con metodología experimental.
Véase Goodall, J. (1988). En la senda del hombre. Barcelona: Salvat.
29 Para una lectura agradable (especulativa en ocasiones, pero fundamentada
siempre) de cómo las bebidas ha condicionado la historia de las civilizaciones,
recomiendo la lectura de Tom Standage: La historia del mundo en seis tragos.
Barcelona: Debate (2006).

– 48 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

comprensión de la realidad. Las religiones más primitivas adoraron


a los fenómenos naturales, cuya fuerza resultaba inabordable y su
mecanismo de acción incomprensible. Se venera al Sol, la Luna o la
madre Tierra, a las cuales se les atribuían efectos poderosos sobre la
Naturaleza y sobre los propios seres vivos. Posteriormente, se supuso
que serían entidades con un poder muy superior al de los humanos
las responsables de controlar dichos fenómenos, por todo lo cual
adquirieron rango de deidades algunos de los seres que se temían o
idolatraban.
Finalmente, el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza. Al
principio toda una cohorte de dioses con diferente rango y carac-
terísticas en muchos casos específicamente humanas, con pasiones,
defectos y veleidades como los moradores del monte Olimpo. Dioses
ordenados jerárquicamente por su poder o relevancia, pero que no
eran perfectos, justos o bondadosos. Deidades que manifestaban
tanto las virtudes como los vicios humanos, pero con mayor poder
y, en algunos casos, con un claro atributo distintivo, que es la in-
mortalidad. Por último, un solo Dios todopoderoso (y por lo tanto
verdadero) en las religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e
islamismo. Obviamente, aquél que es responsable del orden de la
Naturaleza y desplaza a cualquier otro dios adquiere un rango muy
superior y no sólo debe adorarse y venerarse, sino que no admite
ninguna otra divinidad sobre él.
El hombre establece fórmulas exclusivas para reverenciar a los
seres superiores. Honra a Dios, como lo había hecho anteriormente
con deidades menores y fenómenos naturales, mediante una serie de
acciones especiales dedicadas exclusivamente a él. De eso se trata el
rito, la fórmula de comunicación con Dios. En ocasiones como una
forma de rogativa; las más de las veces como expresión de inferiori-
dad y sumisión ante su supuesto poder. El acceso a él se lleva a cabo
mediante intermediarios, que son quienes entienden e interpretan
sus mensajes, conocen sus designios y se comunican con él a través
de las ceremonias que caracterizan los diferentes cultos. Aparecen los

– 49 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

sacerdotes que, conforme llevan a cabo dichas funciones y se liberan


de las más mundanas de cazar, cultivar, criar o producir van consi-
guiendo cotas de poder y acceden a la cúspide de la jerarquía social.
La casta sacerdotal aparece y se desarrolla con el rito, las fórmulas
de comunicación con las entidades superiores, ultramundanas y
desconocidas. La función de intermediación les confiere un estatus
diferenciado y superior, porque son ellos quienes entienden los de-
signios de la divinidad, interpretan sus manifestaciones, atemperan
sus iras y conocen las fórmulas de redención que el resto de mortales
desconoce o no tiene potestad para ejecutarlas.
De la misma manera que las civilizaciones se influían entre sí,
asimilando conocimientos técnicos y culturales, el mito y los ritos
se imitan entre las diferentes creencias religiosas. Posteriormente,
cada religión interpreta lo simbólico de acuerdo con su doctrina
teológica y provee de significación a celebraciones en muchos casos
ascentrales y previas a la propia religión. En España algunas iglesias
se construyeron sobre antiguas mezquitas y éstas, a su vez, sobre
templos cristianos anteriores, que se habían elevado en santuarios
consagrados a divinidades primitivas. Muchas de las celebraciones
actuales tienen orígenes en religiones antiguas o en ritos paganos.
Centenares de años antes de que se escribiera en la Biblia la epopeya
de Gilgamesh habla de un diluvio universal que se produjo como
castigo a la Humanidad por sus faltas. Las fechas de las celebracio-
nes también tienen orígenes lejanos. El 25 de diciembre y el 24 de
junio coinciden aproximadamente con los solsticios de invierno y
verano, respectivamente. En el primero de los casos marca un punto
de inflexión al alargarse los días a partir de esa fecha. El segundo
coincide con el día más largo del año. Numerosos pueblos han ado-
rado al Sol en estas fechas miles de años antes de que el cristianismo
las santificara como la festividad de la Natividad o de San Juan,
respectivamente, cosa que no ocurrió hasta el siglo IV en el caso de
la Navidad. Remito al lector al documentado libro de Fernando de

– 50 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

Orbaneja para una descripción detallada y precisa de la historia y


evolución de las diferentes religiones30.
Como hemos comentado anteriormente, las actuales religiones
(principalmente las monoteístas) basan su conocimiento de la rea-
lidad en lo expuesto en sus libros doctrinales (Biblia, Corán, Nuevo
Testamento). Defienden que en sus textos se encuentra todo el saber
y que lo que en ellos se escribió es la verdad. Se trata, por lo tanto
de un conocimiento cerrado, sin posibilidad de incrementarse, ni
de modificarse. Lo único que se admite son desarrollos en las inter-
pretaciones de lo que ya está escrito. Este proceder es radicalmente
contrario al conocimiento que aporta la ciencia, que es esencialmen-
te acumulativo y abierto no sólo a nuevo conocimiento, sino a la
propia refutación del saber adquirido. En el caso del conocimiento
que aporta la religión, éste ni se incrementa ni se refuta, es decir, es
un conocimiento esclerotizado.
Además de todo ello, el conocimiento que aporta la religión
es un saber establecido hace siglos o milenios, en cualquier caso
mucho antes de la aplicación del método científico, y que ha sido
inmune (incluso refractario) a los adquiridos por otras fuentes de
conocimiento. Es comprensible que hace dos mil años el hombre
necesitara recurrir a entidades superiores y poderosas para explicar
la complejidad de la Naturaleza o de los fenómenos que acontecen
en ella pero, a medida que la ciencia da solución a algunas de las
cuestiones principales (como el desarrollo de la vida sobre nuestro
planeta, la explicación de la mayoría de los fenómenos naturales,
etcétera) la apelación a un dios creador y todopoderoso adquiere la
misma entidad gnoseológica que cualquier otra explicación mitológi-
ca. El mito o la religión suministran respuestas creíbles para quienes
no disponen de una explicación racional de la realidad. Cumplen
el objetivo de resolver la necesidad de conocimiento que tenemos
como seres humanos cuando no disponemos de soluciones que nos
aclaren el funcionamiento de fenómenos de los que se nos escapan

30 Orbaneja, F. (2006). Historia impía de las religiones. Barcelona: Planeta.

– 51 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

explicaciones comprensibles. Las creencias mitológicas o religiosas se


ajustan a los procesos mentales y a los conocimientos que se tienen
en ese momento.
Pero todo ello en modo alguno supone una demostración de su
veracidad. La creencia, aunque fuera universal, en la existencia de
vida extraterrestre no es una demostración de la misma. El que más
de mil millones de personas crean en la reencarnación o transmi-
gración de las almas no es una demostración de que la vaca que está
ordeñando mi vecino contenga el alma de mi tatarabuelo con un
karma negativo, que actualmente está expiando sus culpas31.
Cierto es que la ciencia todavía no puede explicar todo lo que
ocurre. Y muy probablemente haya cosas que nunca consigamos
entender, simplemente porque la configuración y estructura de
nuestro cerebro dificulta el entendimiento de conceptos que no
concuerden con nuestras coordenadas espaciotemporales, que es
sobre las que establecemos las categorías del pensamiento. Pero eso no
quiere decir que las explicaciones religiosas alternativas sean ciertas.
Se trata de una falacia de principiante, inaceptable desde cualquier
planteamiento, no ya racional sino, simplemente, sensato. Como
señala Nicholas Capaldi, en cualquier teoría sobre argumentación,
la carga de la prueba se encuentra en las afirmaciones que señalan
la existencia de algo cuya existencia no es evidente32. Y el que algo
sea posible no quiere decir que efectivamente exista. Se trata de una
afirmación que hay que demostrar. Si la religión asegura la existen-
cia de Dios, su obligación es demostrarlo. Es una falacia pretender
que sean los demás quienes acrediten su no existencia, ya que no se
puede demostrar la no existencia de algo máxime cuando, además,
se inventan otros universos posibles (tampoco demostrados) en los
cuales Dios pudiera encontrarse pero a los que nuestro conocimiento

31 Ya hemos descrito que el asegurar que algo es verdad apelando al principio


de multitud es una de las típicas falacias del pensamiento, conocida como ad
populum.
32 Capaldi, N. (2000). Cómo ganar una discusión. Barcelona: Gedisa.

– 52 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

no tiene acceso. Se trata de uno de los sofismas más frecuentes, el


cual sólo puede aceptarse mediante la argucia más torticera, la fe, a
la que dedicaremos unas líneas más adelante.
Tal y como hemos indicado anteriormente, el conocimiento de las
religiones monoteístas se encuentra en sus libros doctrinales. Se trata
de textos que se escribieron a lo largo de siglos, que fueron transcritos
y reescritos, con añadidos y recortes, en función de la interpretación
de los escribanos y autoridades eclesiásticas. A pesar de que cada
una de las religiones tiene establecidos los propios, no se trata de
los únicos que existieron, puesto que a lo largo de la historia fueron
apareciendo (y desapareciendo) textos diferentes que no coincidían
entre sí en el contenido, incluso cuando abordaban los mismos
temas. Los diferentes concilios sirvieron para unificar la doctrina y
señalar los heréticos, si bien los criterios utilizados no se basaban en
el rigor histórico o conceptual, sino en la conveniencia política. Los
textos alternativos fueron literalmente quemados y destruidos; sus
defensores perseguidos y, en muchos casos, eliminados. A pesar de
ello, los propios textos definitivos ni siquiera son homogéneos entre
sí, sino que tienen contradicciones internas muy notables33.
Existen una serie de razones objetivas para considerar que los
libros sagrados son documentos que, en modo alguno, pueden
considerarse como veraces. Pese a ello, la doctrina teológica de las
religiones monoteístas se basa en dichos textos, todo lo cual provoca
una duda sospechosa sobre la razón de lo que manifiestan cada uno
de los credos. Algunos de los elementos que evidencian el error en
sus planteamientos son los siguientes:
a. No son los únicos textos que existen sobre la cuestión que abordan.
La tradición judaico-cristiana dispone de textos alternativos a los
oficiales, tales como los Manuscritos del Mar Muerto, los textos de Naj
´Hammadi, etcétera considerados apócrifos pero que, en realidad,
no son más erróneos que los propios oficiales. A decir verdad (como
33 Odifreddi, P. (2008). Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos.
Barcelona: RBA.

– 53 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

es el caso de los Evangelios Gnósticos) en ocasiones representaron


auténticas corrientes alternativas a la religión oficial, especialmente en
lo que se refiere a la rebeldía hacia las autoridades eclesiásticas, motivo
por el cual fueron perseguidos sus defensores y destruidos sus textos.
Los que quedaron como definitivos, y que son sobre los que se basa
la doctrina y la tradición, no lo fueron por su veracidad, sino porque
eran los que mantenían las jerarquías dominantes. Los heterodoxos
no lo eran porque fueran más falsos que los oficiales, sino porque los
profesaban quienes perdieron política o militarmente.
b. Muchas de las cuestiones que se plantean como características o
incluso genuinas del cristianismo, judaísmo o islam derivan de tradi-
ciones anteriores que se remontan a las religiones egipcias o sumerias.
Los romanos se reconocían herederos culturalmente de los griegos
quienes, a su vez, admitieron la influencia que sobre su pensamiento
y mitología ejercieron los egipcios. Pero ninguna de las religiones
monoteístas aceptaron jamás que gran parte de sus creencias, mitos
y ritos derivan de la civilización del Nilo. Incluso en la actualidad, los
islamistas egipcios aborrecen de su propio legado cultural e histórico,
atentando contra lo que consideran pagano, todo lo cual no es sino
una demostración (otra más) de la intolerancia de las religiones mo-
noteístas. La civilización egipcia fue extraordinariamente religiosa e
introdujo ritos y creencias que después adoptaron las religiones que
todavía se conservan en la actualidad. Así, por ejemplo, el faraón
tenía naturaleza divina y humana, como Jesucristo; en el cuento de
Satmi se señala que “La sombra de Dios se apareció a Mahitusket y le
anunció: tendrás un hijo y se llamará Si-Osiris”, que quiere decir hijo
(“Si”) de dios (Osiris), quien resucitó después de que su cuerpo fuera
desmembrado por Seth. Incluso el monoteísmo surgió en Egipto
cuando Akenatón instituyó el culto a un dios único.
Históricamente el que las civilizaciones que han tenido algún tipo de
relación se han influido profundamente, tanto en la asimilación de
los desarrollos tecnológicos, como en las manifestaciones culturales.
Judá era un minúsculo territorio al lado de la inmensa civilización

– 54 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

egipcia. Resulta obvio que ésta ejerciera una evidente influencia en


la génesis de la religión judía. Nos encontramos en definitiva ante el
hecho -por otra parte evidente- de que las religiones se han influido
notablemente, pero no sólo en las cuestiones concretas de los ritos,
sino incluso en lo esencial de la doctrina; es decir, en los componentes
teológicamente más relevantes. En lo que hace referencia al cristianis-
mo, podemos encontrar precedentes de los mitos de la divinidad de
Jesucristo, su resurrección y ascensión a los cielos, la fecundación de
María, etcétera en la antigua religión egipcia. Para algunos autores,
incluso el nacimiento y muerte de Jesús formarían parte de arquetipos
universales compartidos por numerosas culturas: el egipcio Osiris, el
persa Mitra, el griego Dionisos o el azteca Quetzalcoatl34.
Así pues, las cuestiones teológicas esenciales sobre las que se funda-
mentan los credos de las diferentes religiones actuales no solamente
se basan sino que son, literalmente, mitologías milenarias elaboradas
en un momento de la historia de la Humanidad en la que para la
interpretación de lo ignoto se recurría al mito y la superstición. Es
por ello que tales creencias son inaceptables a la luz de los cono-
cimientos que tenemos en la actualidad, a no ser que se recurra a
la fe, a la creencia sin pruebas, a la aceptación sin crítica. De otro
modo esas creencias resultan totalmente indefendibles hoy en día.
Pretender imponerlas en la escuela y enseñarlas como si fueran ciertas
es un atentado contra la inteligencia y, en los tiempos que corren,
me atrevería a denunciar que incluso es inmoral, porque uno de los
principios éticos que gobiernan nuestra sociedad es la condena de
la falsedad y el engaño.
c. Los textos doctrinales (Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, Co-
rán) tienen tal cantidad de contradicciones internas que no es posible
considerarlos como veraces. Y no sólo sobre cuestiones triviales, sino
de aspectos sustanciales que no debieran dar lugar a ambigüedad.
Así, mientras que el Quinto Mandamiento establece “No matarás”,
imperativo tajante y exento de ambigüedad, se han encontrado en
34 Odifreddi, P. Op. cit.

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

los propios textos justificaciones a la guerra por parte del propio


Agustín de Hipona, que fue el primer padre de la Iglesia en utilizar el
término “guerra santa”. El islam está plagado de versículos que alaban
a un Dios misericordioso, al tiempo que apelan a la acción violenta.
La historia nos demuestra de manera recurrente de qué manera tan
perversa se utiliza el nombre de Dios para santificar guerras y matan-
zas. De una manera grosera, las Iglesias han amparado o inducido
(cuando no perpetrado) muerte en nombre de Dios.
d. Derivado de lo anterior, es preciso señalar que, a pesar de que los
libros sagrados pretenden establecer un código moral, sus preceptos
en modo alguno son claros y dan lugar a groseras ambigüedades, de
manera que las numerosas contradicciones a las que incurren pueden
justificarse y, por supuesto, tomarse a conveniencia. A veces la extrac-
ción literal de los párrafos genera incoherencias o afirmaciones difí-
cilmente compatibles entre sí. La “solución” a estas contradicciones
en la letra se resuelve mediante exégesis de los textos. Obviamente, la
interpretación se concede exclusivamente a sacerdotes o autoridades
teológicas, quienes en muchas ocasiones analizan los textos de manera
incomprensible y poco veraz. Pero, tal y como hemos comentado
anteriormente, la interpretación no es un procedimiento que pueda
considerarse científico. En muchos casos, las explicaciones a posteriori
no sirven sino para justificar los errores en la predicción cometidos
previamente; en otros, para disculpar acciones incompatibles con
la doctrina moral que la propia religión establece o, en definitiva,
excusar de comportamientos éticamente reprobables en cualquier
código moral universal.
e. El análisis histórico de los textos exige conocer el contexto socio-
cultural en el que éstos fueron elaborados. De algunos de los textos
doctrinales no solamente se desconoce la autoría de los mismos,
sino también el momento histórico en el que fueron desarrollados.
En la mayoría se han llevado a cabo innumerables modificaciones
a lo largo de siglos de historia de la religión. Así, no sólo es que los
cuatro evangelistas no fueran contemporáneos de los hechos que
– 56 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

relatan; es que en algunos casos los textos que conforman el Nuevo


Testamento se escribieron casi trescientos años después de la muerte
de Jesucristo. La decisión de utilizar la Vulgata y rechazar otros textos
para unificar los libros se llevó a cabo casi quinientos años después
de los acontecimientos a los que se refieren. Teniendo en cuenta que
se realizaron sin el más mínimo rigor que la historiografía actual
consideraría imprescindible, lo verdaderamente extravagante en la
actualidad es llegar a creer lo que en ellos se afirma.
En definitiva, las religiones surgen en momentos de la historia en
los que no existía la ciencia tal y como la disfrutamos actualmente y en
sociedades con estructuras rígidas y no democráticas de las que emana y a
las que apoya. En lo que se refiere al cristianismo, éste se va construyendo
desde Pablo de Tarso, que es quien aporta su doctrina moral, lo separa
definitivamente del judaísmo al que pertenecían los cristianos y lo com-
promete a una expansión universal35. Los sucesivos concilios van unifican-
do la doctrina, añadiendo unos contenidos y eliminando otros mediante
criterios que no son los científicos de verificabilidad o racionalidad, que en
realidad son los únicos con los que se puede asegurar la veracidad de los
argumentos. A partir de la aparición del método científico, que supone
una interpretación de la realidad mucho más ajustada objetiva y veraz, el
cristianismo no sólo no ha desarrollado nuevas aportaciones conceptuales
(a excepción de algunos dogmas o exégesis de relatos), sino que ha tenido
que reconocer los numerosos errores, algunos de un significado doctrinal
muy importante. Todavía hoy se resiste a reconocer conceptos como la
evolución de las especies tal y como lo formula la ciencia o a rechazar
algunos de sus principales dogmas, como la existencia del alma, la de
una vida después de la muerte, etcétera.
La religión hace tiempo que perdió definitivamente la partida contra
la ciencia en la interpretación de la realidad y de los fenómenos naturales.
Pero, como vamos a tener la oportunidad de seguir viendo, no es el único
ámbito en el que sus concepciones han quedado obsoletas y refutadas.

35 Atienza, J.G. (2000). Los pecados de la Iglesia. Barcelona: Martínez Roca

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

. Encontrar sentido a la propia existencia


El ser humano tiene una extraordinaria capacidad cognoscitiva. Es
capaz de formar conceptos, utilizar el lenguaje como instrumento de
organización conceptual y comunicación, representar mentalmen-
te la realidad y crear otras posibilidades nuevas de forma creativa.
Como señala Rolf Oerter, el pensamiento tiene tanto la función
de representación de la realidad como de producir una propia
acción interna36. Gracias a su extraordinaria capacidad mental no
solamente ha conseguido moldear la Naturaleza de acuerdo con sus
necesidades y aprovecharse de la misma (tanto en lo que se refiere
a los otros seres vivos, como a los propios recursos físicos) sino que
trasciende intelectualmente su esfera natural, para llegar a plantearse
cuestiones existenciales que probablemente ninguna otra criatura se
propone, aunque habría que analizar el pensamiento de los grandes
monos en torno a esta cuestión37. En este último caso, esto nos
obliga a replantearnos nuestro comportamiento con animales con
los que compartimos no solamente un 98% de herencia genética,
sino aspectos psicológicos considerados tradicionalmente como
específicamente humanos38.
De manera muy singular, el hombre se identifica cuando se mira
a un espejo. Observa la realidad y aprecia que no es la única criatura
posible, evidencia las notables distinciones entre especies, aunque
comparte con sus semejantes la creencia de pertenecer a una espe-
cie privilegiada en el universo. También se da cuenta de que forma
parte de una realidad que le trasciende, una realidad que ya existió
antes de que naciera y que le sobrevivirá a su muerte. Entiende que
dicha realidad es muy probable que persista después de la propia
extinción de la especie humana y es seguro que existiera mucho
antes de que formáramos parte del mundo como Homo sapiens. El

36 Oerter, R. (1975): Psicología del pensamiento. Barcelona: Herder.


37 Premack, D. y Premack, A.J. (1988). La mente del simio. Barcelona: Debate.
38 Cavalieri, P. y Singer, P. (1998). El proyecto “Gran Simio”: la igualdad más allá
de la humanidad. Madrid: Trotta.

– 58 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

ser humano se hace preguntas acerca de la realidad y del sentido de


la misma. ¿Quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?
¿qué sentido tiene la vida? ¿para qué estamos en este mundo? ¿qué
pasaría si nosotros no estuviéramos? ¿existen otras realidades que no
conocemos? Las preguntas de la vida, que diría Fernando Savater,
sobre cuestiones que todavía hoy continúan abiertas “porque no
admiten ninguna solución definitiva” 39.
El hombre, en fin, se da cuenta de su finitud y mortalidad. No
alcanza a comprender cómo llega a ser (y a existir) a partir de nada
y le aterroriza dejar de ser para convertirse -de nuevo- en nada, para
siempre. Los términos absolutos y abstractos a veces son difíciles de
entender porque solemos utilizar referencias concretas para analizar
y conceptualizar la realidad. Nuestro pensamiento es categorial y
las abstracciones son producto del análisis y síntesis de elementos
particulares. Por eso es fácil entender conceptos abstractos cuando
éstos se deducen a partir de la experiencia y de lo concreto. Tenemos
el concepto “blanco” porque conocemos muchos objetos que, aun
con sus matices diferentes, tienen una tonalidad que se nos asemeja
parecida y que puede calificarse como blanca. De igual forma, dis-
ponemos de la noción de justicia porque pensamos en personas o
acciones que consideramos justas y extrapolamos una regla general
(basada en normas y reglas sociales, por supuesto) para entender
qué otras acciones posibles pueden etiquetarse como más o menos
justas o injustas.
Pero es difícil entender de una forma intuitiva que, una vez que
hayamos muerto, nunca más volvamos a tener existencia. Habrá otras
personas en el mundo, la especie humana continuará en la Tierra,
o puede que ésta se transforme radicalmente haciendo imposible
nuestra actual forma de vida; incluso que desaparezca por causas
naturales o por nuestra propia depredación. Pero el tiempo seguirá
y con él otras realidades. Sin cada uno de nosotros, que no sólo no
estaremos sino que ya no seremos.

39 Savater, F. Las preguntas de la vida. Barcelona: Ariel

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

Esta posibilidad, cuando se reflexiona detenidamente, provoca en


muchas personas una especie de desconsuelo existencial y vértigo
trascendental, que se incrementa cuando coincide con tragedias per-
sonales vitales. Se hace necesario encontrar una solución para mitigar
el desasosiego. La religión y la mitología suministran un bálsamo
que permite que cuestiones como éstas no perturben excesivamente
el equilibrio psicológico. La solución suele ser extraordinariamente
simple, a la vez que común en la mayoría de las religiones: existe
otra vida después de la muerte, porque es difícil entender qué es
lo que será de uno mismo después de morir. Pero, principalmente,
es desconsolador pensar que, sencillamente, ya no será. La religión
tranquiliza inventando una nueva vida separada de las condiciones
físicas actuales, cuya existencia se producirá en otra dimensión.
Puesto que es evidente que en la otra vida no será posible utilizar
el mismo cuerpo, ya que hasta los neandertales sabían que éste se
descompone y desaparece, se llega a la conclusión de que los seres
humanos estamos formados por un elemento no corpóreo, que
sería el que podría transportarse a otras dimensiones y otras vidas
separadas por una barrera infranqueable para el cuerpo. Aparece el
alma que, según autores como Puente Ojea, es la esencia del pen-
samiento religioso40.
La conciencia de la percepción de un yo distinto y diferenciado
del resto del mundo facilita la aparición de una sensación de que la
propia existencia es algo más que la actividad del organismo. Pero,
aunque la sensación psicológica sea real, ello no quiere decir que
efectivamente haya una entidad diferenciada, con existencia propia
y que trascienda la corporeidad. Sirva como ejemplo la sugestiona-
bilidad que se favorece con algunas técnicas psicológicas, como el
“entrenamiento autógeno” de J.H. Schultz41. La sensación de peso en
las extremidades es una de las más características de este procedi-

40 Puente Ojea, G. (2001). Ateísmo y religiosidad. Madrid: Siglo XXI.


41 Schultz, J.H. (1969). El entrenamiento autógeno. Barcelona: Científico-
Médica.

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ELOGIO DEL ATEÍSMO

miento y una de las que aparece, ya en las primeras sesiones, cuando


se entrena en técnicas de relajación o hipnosis. La impresión de peso
es absolutamente real y parece que las piernas y brazos se aplasten
contra el suelo o el colchón. Dicha sensación se produce porque, al
relajarse, cuesta moverlos. El cerebro recibe información de que los
movimientos son arduos y, aunque la explicación neurológica es que
las fibras musculares están hipotónicas y por ello es difícil llevar a
cabo el movimiento, la inferencia es que, cuando algo cuesta mover-
lo, es “porque pesa”. El cerebro lo interpreta como tal, sintiéndose
entonces que piernas y brazos pesan más. De eso se aprovecha el
terapeuta para introducir otras sugestiones cuya evidencia es menor
pero, comoquiera que se han conseguido inducir percepciones que,
en realidad, el paciente no esperaba, éste se encuentra más suges-
tionable para aceptarlas.
El ser humano es un ser autoconsciente, que se da cuenta de que
una dimensión de su existencia es no corpórea (la conciencia, los
pensamientos y buena parte de la actividad psíquica) a pesar de que
hoy día sabemos que el pensamiento es un producto de la actividad
neuronal42. La experiencia trascendente que puede llegar a alcanzarse
al quedar en silencio y soledad observando el cielo en una noche
estrellada es real y una de las más comunes en los seres humanos.
Muy probablemente debió ser extraordinariamente frecuente en
otros momentos históricos, cuando la noche no se encontraba, como
ahora, artificialmente iluminada. Además, desde tiempo inmemorial
el hombre ha tenido experiencias personales muy intensas, bien como
producto de ingestión de sustancias con poder psicoactivo (bebidas
alcohólicas, sustancias alucinógenas, etcétera), bien como efecto de
la propia actividad mental (técnicas de concentración o relajación)
o de condiciones físicas (calor excesivo) o hasta psicopatológicas
(experiencias de despersonalización)43. Antonio Escohotado escri-

42 Mora, F. (2002). Continuum: ¿cómo funciona el cerebro?. Madrid: Alianza Editorial.


43 Es muy interesante observar cómo se inducen estados mentales característicos
(en algunos casos estados alterados de conciencia) en muchos de los ritos religiosos

– 61 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

bió un voluminoso y erudito manual sobre el consumo de drogas


a lo largo de la historia y las civilizaciones y el efecto de las mismas
sobre la experiencia personal, cuya lectura es recomendable44. Los
síntomas son reales y la experiencia auténtica, todo lo cual favorece
y refuerza creencias sobre supuestas dimensiones, que ésas sí que
son positivamente irreales, tales como la posesión de poderes supe-
riores paranormales, inmortalidad o transmutación. La sensación
de que nos fundimos en el cosmos o la de que nos transportamos
en el espacio-tiempo, puede ser real si nos entrenamos en ejercicios
mentales o consumimos drogas pero, en ningún momento, nadie ha
conseguido físicamente trascender su propia corporeidad ni deslizarse
por otras dimensiones. Resulta, no obstante, digno de mención el
que muchas de las prácticas religiosas, y la mayoría de las animistas,
utilizan en sus ritos tanto el consumo de sustancias que provocan
estados alterados de conciencia (alcohol, alucinógenos, etc.), como
ejercicios mentales que pueden llegar a provocar experiencias pareci-
das (meditación, sonidos repetitivos, estimulación física, etcétera).
No hay que negar, sin embargo, el valor que dichas experiencias
afectivas y mentales pueden llegar a tener para algunas personas. Pero
el que estas soluciones les supongan en momentos determinados una
especie de alivio emocional, puede que las convierta en válidas para
superar situaciones de crisis (lo cual es ciertamente importante), pero
no quiere decir que la explicación de los fenómenos que se dicta en la
doctrina sea cierta. El criterio de veracidad se debe establecer en otro
plano, lógico o empírico, y no existe ninguna razón para tomar por
ciertas las afirmaciones que se establecen en las religiones, si éstas no
superan el criterio de la razón o la evidencia empírica. Pese a ello, la
realidad virtual a la que somete la religión a sus creyentes sirve para
que algunas personas encuentren explicación de cuestiones vitales
importantes sobre las que no tienen ninguna respuesta o cuando la

mediante el consumo de sustancias tóxicas o por ejercicios psicológicos como la


repetición de una frase o un ejercicio compulsivamente.
44 Escohotado, A. (2002). Historia general de las drogas. Madrid: Espasa Calpe.

– 62 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

solución que se les ha proporcionado no les ha resuelto su inquietud


intelectual o su angustia existencial.
Cuando se desconoce el verdadero funcionamiento de los pro-
cesos mentales (y ya hemos indicado anteriormente que el primer
laboratorio de psicología aparece en la reciente fecha de 1879) y las
experiencias son tan espectaculares como las que hemos comentado,
el ser humano busca urgentemente explicaciones que se acomoden
a su entendimiento. La magia y la religión suministran aclaracio-
nes que, aunque no son veraces, sí al menos resultan convincentes
cuando se repiten sistemáticamente y no se ejerce el sano juicio
crítico que los seres humanos somos capaces de llevar a cabo45. Una
vez eliminadas estas necesarias barreras mentales, solamente queda
construir el edificio teológico. Las diferentes religiones elaboran su
cuerpo doctrinal basándose en la necesidad humana de entender
los aspectos fundamentales de la existencia. Pero con fundamentos
teóricos rotundamente equivocados.
Al igual que ocurre con el conocimiento de la naturaleza física, la
ciencia está dando solución a la explicación de cogniciones y afectos
del ser humano. La psicología experimental suministra información
rigurosa y contrastada sobre sentimientos y emociones y la psico-
terapia basada en el conocimiento científico del comportamiento
humano provee de técnicas de intervención y asesoramiento mucho
más eficaces (y veraces) que la doctrina planteada por la religión. Lo
que hace falta es favorecer la divulgación de este conocimiento, al
menos tanto como hasta este momento se ha hecho con la doctrina
religiosa.
El ser humano necesita sentirse autorrealizado, que no es sino
encontrar sentido a sus actos, aceptar su condición actual, dirigirse
hacia objetivos que considera superiores y conducirse de forma

45 Es por ello por lo que a las religiones les interesa tanto adoctrinar desde la infan-
cia y mantener su influencia durante toda la vida. El procedimiento es tan simple
como reiterar continuamente sus postulados e impedir que se piense racionalmente
sobre ellos o siquiera que se planteen alternativas a su pensamiento único.

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

congruente con sus actitudes y valores. Ante una existencia mísera,


efímera, vivida en condiciones infrahumanas o de semiesclavitud,
la creencia en una existencia ulterior mejor que la que ha tocado
sufrir es, más que una esperanza, un consuelo. Pero dichas creencias
ultraterrenales en ocasiones en nada facilitan el cambio, ni el afán
de superación. Más bien al contrario, se han utilizado en muchas
ocasiones por parte de las clases dominantes (y la jerarquía eclesial
siempre han formado parte de ella) para mantener el status quo de la
desigualdad y la injusticia. Todos tenemos una serie de condicionan-
tes personales y sociales que nos limitan muchas posibilidades. Pero,
en compensación, también disponemos de recursos extraordinarios
para superar la adversidad, que se manifiesta incluso en condiciones
terribles. Es lo que se conoce como resiliencia, término acuñado
por Suzanne Kobasa y Salvatore Maddi para hacer referencia a la
capacidad de superación del ser humano para sobreponerse o incluso
fortalecerse, en situaciones críticas o traumáticas46.
Por último, habría que destacar que el hecho de tener conciencia
de uno mismo y de la realidad, así como el formar parte de una
comunidad, contribuye a que tengamos una percepción de nosotros
mismos en lo que se refiere a habilidades, aptitudes y valores. A este
proceso se le conoce como autoesquema o self. Esta percepción de uno
mismo se conforma en gran medida a partir del juicio que tienen
los demás de cada uno de nosotros, demostrándose la extraordinaria
relevancia que tienen las valoraciones sociales y morales de los de-
más en la creación del propio autoconcepto. Uno se considera a sí
mismo en diversa medida como justo o injusto, valiente o cobarde,
atento o desconsiderado, trabajador u holgazán, etcétera. Dicha
percepción se construye por las valoraciones de los demás y es un
elemento sustancial para el ajuste personal y la adaptación social,
aunque también dichas concepciones condicionan los juicios (y
prejuicios) que tienen los demás de nosotros mismos, como puso

46 Kobasa, S.C., Maddi, S.R. y Kahn, S. (1982). Hardiness and health: A prospec-
tive study. Journal of Personality and Social Psychology, 42, 168-177.

– 64 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

de manifiesto Robert Rosenthal al demostrar experimentalmente el


“efecto Pigmalión”47.
En la medida en que el autoesquema (lo que nosotros pensamos
de nosotros mismos) coincida o sea congruente con el modelo ideal
al que aspiramos, lo aceptaremos de mejor grado y servirá, tanto
como proceso motivacional que nos ayude a superarnos, como fuente
de satisfacción vital. En la actualidad la ciencia nos ha dotado de
numerosos recursos y técnicas cognitivo-comportamentales que han
demostrado su extraordinaria eficacia para favorecer la autoestima48.
El recurso a la religión se hace en la actualidad para mucha gente
absolutamente innecesario.

. Necesidad de afiliación
Como titula Elliot Aronson a uno de los libros más extraordinarios
de psicología, el ser humano es un “animal social”49. El Homo sapiens
no podría haber sobrevivido ante depredadores más poderosos, ni a las
condiciones naturales adversas, si no se hubiera organizado socialmente
y establecido un comportamiento grupal de protección. Pero las personas
necesitamos de los demás no sólo para la propia supervivencia individual
o de la especie: también precisamos comunicar nuestro estado de ánimo,
establecer vínculos afectivos con otras personas o compartir experiencias.
Retomando lo que acabamos de señalar, incluso los demás son impres-
cindibles en la elaboración del propio concepto de uno mismo. Somos
lo que somos en la medida en cómo nos ven los demás. Autoestima y
autoconcepto se forjan en la interacción con los otros. Alguien se cree
guapo porque los demás lo ven bello y se lo manifiestan de alguna forma;

47 Rosenthal, R. y Jacobson, L. (1968). Pygmalion in the classroom: Teacher expectation


and pupil’s intellectual development. New York: Holt, Rinehart and Winston.
48 Los manuales de autoayuda, basados en la investigación científica, para favo-
recer la autoestima son innumerables y algunos de ellos ciertamente beneficiosos.
Resultaría difícil citar sólo uno (de tantos que existen), pero para continuar con
la costumbre de este texto indicaré uno de los más conocidos bestsellers: Dyer,
W.W.(1996). Tus zonas erróneas. Barcelona: Grijalbo Mondadori.
49 Aronson, E. (2007). El animal social. Madrid: Alianza Editorial.

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

las personas podemos considerarnos inteligentes o estúpidas en función


de unos criterios o cánones establecidos socialmente. El chamán más
respetado de una tribu del Amazonas resultaría ridículo en un McDo-
nalds, mientras que un poderoso banquero sería un mequetrefe digno
de lástima si apareciera con su maletín y su chistera en una caravana de
tuaregs, por mucho dinero y conocimientos de ingeniería financiera que
tuviera. La valía personal y los atributos que se consideran más impor-
tantes se establecen en función de las necesidades ambientales y de las
normas establecidas por los grupos.
La religión no solamente es una forma de conocimiento, tampoco
es únicamente un medio para encontrar sentido a la propia existencia.
La religión, en su manifestación organizada, como es la Iglesia ofrece
la oportunidad de vincularse con otras personas que tienen intereses
e inquietudes similares. Proporciona lo que en psicoterapia se conoce
como “apoyo social”, tan relevante en los procesos de integración en
la comunidad y de superación de problemas psicológicos y hasta de
enfermedades somáticas. La Iglesia católica, la Alianza judía o la Umma
islámica suponen algo más que un grupo numeroso de personas. Es la
referencia que iguala y, sobre todo, que les diferencia de los paganos
o gentiles. En todos los casos existen una serie de ritos de iniciación,
normas, criterios morales, actividades y, en algunos casos, hasta atuen-
dos que identifican con el grupo y distinguen de los demás.
El grupo proporciona una serie de características que sería difícil,
si no imposible, conseguir individualmente. Y esas propiedades son
las que explotan las religiones para conseguir la adhesión a la co-
munidad, porque ésta también se beneficia de los individuos que la
conforman. Una comunidad numerosa y cohesionada es un elemento
socialmente muy relevante que, llegado el caso, puede ejercer presión
para conseguir objetivos que nunca podría alcanzar un pequeño grupo
de individuos. Y las jerarquías eclesiásticas no dudan en aprovechar
este fenómeno para hacer prevalecer sus posiciones ideológicas50.

50 La Conferencia Episcopal Española ha promovido recientemente numerosas


manifestaciones congregando a sus fieles para que se manifiesten en contra de

– 66 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

A su vez, las grandes religiones contienen subgrupos, como es el


caso de las órdenes religiosas, que están todavía más cohesionados
y que asumen unas normas más estrictas, pero que son los que más
se benefician del poder social de la religión. Con frecuencia son
quienes ejecutan las acciones que requieren un mayor compromiso
con la Iglesia o la Umma. En algunos casos, dichos subgrupos tienen
componentes claramente sectarios51, tanto por la presión que se ejerce
sobre sus miembros para que lleven a cabo proselitismo y acciones
que benefician al grupo o sus líderes, como por la dificultad de aban-
donar la orden; por el hermetismo de sus acciones y relaciones; por
la presencia de ritos y símbolos que los diferencian, etcétera.
La pertenencia a un grupo reporta innumerables ventajas al indi-
viduo. En muchos casos la religión se sirve de ello como forma de
ampliar el número de adeptos y tener una presencia más extensa en
la sociedad. Algunas de los beneficios que aporta la pertenencia a un
grupo y que pueden explicar la adhesión de algunas personas a las
diferentes religiones son las siguientes:
a. Identidad. Los miembros de una religión se sienten identificados
con los que profesan la misma creencia y, especialmente, con los
que comparten los ritos. Además, las iglesias, mezquitas y sinagogas
tienen la función de servir de punto de encuentro y de distinción
respecto a los otros, porque en muchos casos la identidad se adquiere
evidenciando las diferencias con quienes no forman parte del grupo.
Esto es especialmente aplicable también a algunos nacionalismos
o a las propias sectas, aunque, a diferencia de ellas, las religiones
monoteístas no se contentan con conformar grupos minoritarios y
aislados (que es lo que caracteriza al sectarismo) sino que pretenden
enorme visibilidad e influencia, así como la ocupación de amplios

leyes o acuerdos políticos del gobierno. La antepenúltima, la manifestación a


favor de la familia cristiana, criticando abiertamente las leyes que el gobierno de
España promovió para extender derechos sociales a colectivos tradicionalmente
marginados en épocas anteriores, como los homosexuales.
51 Rodríguez, P. (2000). Adicción a las sectas. Barcelona: Ediciones B.

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MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

espacios sociales. En muchos casos, incluso la regulación de la propia


estructura de la sociedad.
La identidad es singularmente importante a la hora de mantener
la cohesión interna del grupo, especialmente cuando se encuentran
en circunstancias adversas o, simplemente, en minoría. Posterior-
mente, es el elemento que favorece la extensión y ampliación social
y el acercamiento, acceso y detentación del poder. El cristianismo
era una secta hasta el Edicto de Constantino y, si se mantuvo y no
llegó a desaparecer en épocas más difíciles, fue debido a la cohesión
que proporcionaba el grupo. El islam nace por la necesidad de los
árabes de tener un credo diferencial de judíos y cristianos. Hasta hoy
en día, el Corán se recita en árabe en cualquier parte del mundo y
con independencia de la lengua que profesen los creyentes, con la
justificación de que ésa es la lengua que utilizó Dios para transmi-
tírselo a Mahoma.
Pero los procesos identitarios que favorecen las religiones son
también uno de los factores más relevantes a la hora de explicar la
dificultad de integración que tienen los grupos en sociedades más
amplias. La religión no sólo es el elemento que aglutina a los fieles
del mismo credo, sino el que los diferencia de quienes tienen otro
o, especialmente, de aquellos que no comulgan con ninguno. En
el caso del Reino Unido, es la religión la que ha impedido el que
grupos significativos de musulmanes se integren o incluso que se
consideren como ciudadanos británicos, a pesar de que nacieran en
Gran Bretaña. Llegado al paroxismo, es el elemento aglutinador y
el detonante de acciones violentas, como los atentados del 7 de julio
en el metro de Londres, que no se pueden entender (al igual que
los terribles atentados del 11-S o los del 11-M) sin la perturbación
mental y perversión moral provocada por la religión, en este caso
musulmana. La relación entre religión y acciones violentas es descrita
de una forma singularmente precisa en el libro de Juergensmeyer52,
en donde se describe cómo la religión proporciona muchas veces la

52 Juergensmeyer, M. (2001). Terrorismo religioso. Madrid: Siglo XXI

– 68 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

estructura organizativa, la motivación y el fundamento ideológico


de las acciones violentas.
b. Reputación. La pertenencia a un grupo puede otorgar prestigio o
consideración por parte de los demás. Como acabamos de señalar,
dentro de las propias religiones hay subgrupos (en algunos casos
sectarios) por cuyas normas internas, dificultad de admisión o no-
toriedad de quienes pertenecen a ellas adquieren especial respeto o
autoridad. De cualquier manera, los miembros de las religiones se
sienten orgullosos de pertenecer al grupo, ya que los clérigos y los
propios textos doctrinales se encargan de repetir que se encuentran
en posesión de la verdad, que la pertenencia al grupo y la observancia
de sus normas es la fórmula de salvación, incluso en casos como el
judaísmo, que se trata del propio pueblo elegido de Dios.
c. Conformidad. Los trabajos de Solomon Asch53 se hicieron mundial-
mente famosos al demostrar cómo la opinión del grupo podía ser un
factor de extraordinaria importancia para modificar la apreciación
y el juicio sobre cuestiones tan objetivas como la percepción del
tamaño de un objeto. Si esto es así en la valoración de cuestiones
tan evidentes, qué influencia no podrá aparecer en cuestiones más
controvertibles, como en el caso de actitudes o valores. La pertenencia
al grupo favorece la conformidad hacia las normas establecidas que,
en la mayoría de los casos pretenden principalmente la perpetuación
del propio grupo y, en el caso de las religiones monoteístas, conse-
guir el poder. Muchas de las reglas que establecen las religiones no
tienen sentido fuera de dichas creencias, incluso pueden llegar a verse
extrañas, estrambóticas o extemporáneas para los que no comparten
su credo. Sin embargo conforman un estilo de vida que asemeja a
los miembros y los distingue del resto. En muchos casos carecen de
funcionalidad salvo la de favorecer una actitud de sumisión ante los
mandatos de los clérigos que, llegado el caso, pueden ordenar cum-

53 Asch, S. (1951). Effects of group pressure upon the modification and distortion of
judgment. En H. Guetzkow: Leadership and men. Pittsburgh: The Carnegie Press.

– 69 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

plir aunque no se correspondan con otras normas sociales o incluso


atenten contra la legislación vigente. La misoginia característica de
las religiones monoteístas, que excluye a las mujeres de cualquier po-
sición relevante tanto en la organización como en el funcionamiento
de su institución, es inadmisible en cualquier sociedad moderna. En
lo que hace referencia a España, resulta incomprensible cómo no se
ha puesto coto a la discriminación machista que sufren las mujeres
en la Iglesia católica, de la que no pueden formar parte de los cargos
relevantes, simplemente por el hecho de tener dos cromosomas X,
en lugar de uno. Se trata de un clarísimo ejemplo de discriminación
por razón de sexo, lo cual es, como poco, anticonstitucional. Pero,
además, es inmoral y atenta contra la dignidad personal. No obstante,
lo sorprendente no es tanto que la religión católica sea misógina (lo
son incluso en mayor grado el judaísmo y especialmente el islam),
como que se le permita serlo en Estados de Derecho. Cuando las
leyes hablan de paridad, cuando se ha aprobado una ley de igualdad
o existen sentencias de tribunales que obligan a admitir a mujeres
en asociaciones hasta entonces exclusivamente masculinas (como es
el caso de una asociación de pescadores de El Palmar, en Valencia)
resulta sorprendente, a la par que intolerable, que se permita a una de
las instituciones más poderosas económica, social y mediáticamente
mantener posiciones sexistas. La situación adquiere ya tintes intolera-
bles cuando está copando la educación (más del 80% de los colegios
concertados son de confesión católica) y recibe dinero por parte del
erario público. Una institución que tiene semejante presencia social
debería ajustarse a las normas del Estado de Derecho. Y la discrimi-
nación por razón de sexo fue legal en época de Franco, cuando las
mujeres tenían que tener el permiso del marido para abrir una cuenta
bancaria o cuando, por ley, no podían ser jueces, pero en la actualidad
el sexismo (que aunque perverso no deja de ser un principio moral)
ya no está legalmente permitido en España.
d. Apoyo instrumental y emocional. En algunas sociedades, probablemente
ésta sea una de las principales funciones que cumple la religión en la

– 70 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

actualidad. La religión está presente en los principales momentos de la


vida mediante ritos singulares, tales como el bautismo, en el momento
del nacimiento; comunión, a la llegada de la pubertad; confirmación,
al iniciarse la edad adulta; matrimonio, con el establecimiento de las
relaciones de pareja; extremaunción y ritos funerarios, en la última
fase de la vida. Las celebraciones religiosas suponen un momento de
encuentro social o de apoyo tanto en situaciones de crisis, como en
momentos vitalmente importantes.
La implantación social de las religiones suele estar relacionada con el
establecimiento de tramas sociales y organizaciones de caridad que
apoyan materialmente a los fieles, en muchas ocasiones allá donde
no llega el Estado. Esto es especialmente relevante en la actualidad en
grupos con raíces islamistas, como FIS o Hezbolá, quienes disponen
de una red de asistencia sanitaria, hospitales, apoyo social y laboral,
así como centros y escuelas gratuitas que ofrecen a la población en
países donde los gobiernos pobres o corruptos, no pueden o no tienen
interés en hacerse cargo. Como consecuencia de ello, forman adeptos
y fieles extraordinariamente comprometidos, hasta el punto de morir
o matar, si así lo ordena la autoridad religiosa.
Asociaciones o fundaciones benéficas pertenecientes a la Iglesia
católica ejercieron esta función durante mucho tiempo en España,
mientras las monarquías absolutas o las dictaduras militares no se ocu-
paban del bienestar de los ciudadanos. Era una forma útil de conseguir
presencia social y un puesto al lado de San Pedro pero, en la actualidad,
nuestra sociedad no necesita de ellas para cumplir su labor social. Es
más, en las actuales circunstancias suponen más un inconveniente que
un beneficio. España dispone de suficientes recursos económicos para
hacer frente a las necesidades sociales, sanitarias y educativas de sus
ciudadanos, sin que sea preciso acudir a los que proporciona la religión
católica. Es una auténtica falacia defender que los colegios privados
concertados (en su mayoría pertenecientes a la Iglesia católica) cubren
una necesidad educativa de la que el Estado no podría hacerse cargo,
ya que es éste quien contrata y paga al profesorado, que es la parte más

– 71 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

sustancial del gasto que supone el sistema educativo. Y en lo que hace


referencia al coste que supondría la creación de nuevas infraestructuras
educativas, nadie puede creer sinceramente que en España el problema
de la construcción sea un inconveniente, incluso ahora que se venden
menos viviendas que durante el pelotazo urbanístico. Bastaría con una
recalificación del terreno y construir unos cuantos chalets adosados al
lado de los colegios, para que la construcción de los mismos resultara
incluso rentable54. Los colegios privados, en fin, sólo se encuentran
allá donde su actividad resulta lucrativa a sus propietarios, mientras
que son los públicos los que cubren la necesidad de la escolarización
obligatoria en el ámbito rural o en los barrios económicamente más
desfavorecidos de las ciudades, mostrando efectivamente que es la
escuela pública la única que está cumpliendo un verdadero papel
social en la universalización de la educación55.
Sin embargo, con ser éstas razones suficientes para abogar por una
organización estrictamente laica de los servicios sociales y educativos,
habría una de mucho mayor calado que no suele argumentarse, pero
que todavía es más importante, si cabe. En las actuales circunstancias
sociales y políticas, la religión se encuentra extraordinariamente des-
fasada respecto a los derechos sociales adquiridos por los ciudadanos.
Las leyes de matrimonio entre personas del mismo sexo, las leyes de
igualdad, reasignación de sexo y tantas otras recientemente aprobadas,
indican que nuestra sociedad está dotando a los ciudadanos de unos
derechos civiles que la Iglesia católica no sólo no puede suministrar,
sino con los que se está mostrando beligerantemente en contra. En
la actualidad, la religión supone un pesado lastre, un inconveniente
en el avance social. Y no digamos la religión musulmana, muchos

54 Nótese el tono irónico de la propuesta.


55 En el momento de escribir estas líneas ha aparecido la noticia de que la Iglesia
va a llevar a cabo una campaña publicitaria para informar de lo beneficioso que
resulta su actividad para ahorrarle dinero al Estado por los servicios que presta.
Sinceramente creo que es una falacia, pero aunque fuera cierto lo que dicen, ello
tampoco justificaría el que el Estado deje en sus funciones para que la lleven a cabo
entidades cuyo ámbito de acción debe ser el de las creencias personales.

– 72 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

de cuyos preceptos no sólo no están acordes con los últimos avances


sociales, sino que en nuestro país serían auténticamente anticonstitu-
cionales. En este sentido, una sociedad moderna que se está dotando
de derechos civiles muy importantes y avanzados no puede dejar en
manos de la Iglesia, ni de otros sectores involucionistas (y hasta reac-
cionarios) ni la educación, ni el bienestar social de sus ciudadanos. Y,
por supuesto, esto no puede servir de excusa a los gobernantes para
incumplir con sus obligaciones.
e. Fuente de actividades. Los grupos religiosos llevan a cabo actividades
con las que llenar el tiempo libre, que sirven como adoctrinamiento
y cohesión del grupo. Las personas necesitamos realizar acciones con
las que nos sintamos a gusto con nosotros mismos como una manera
de crecimiento personal, autorrealización o simplemente, como for-
ma de ocio. Hasta hace poco tiempo, incluso las actividades lúdicas
estuvieron restringidas a las festividades religiosas, que eran los únicos
momentos en los que se dejaba de trabajar. En esos casos, la religión
ocupaba el tiempo con ritos y celebraciones y aún hoy en día el calen-
dario laboral se rige en gran medida por días festivos religiosos.
No obstante, la sociedad actual en nada se parece a la de hace
unas décadas. El ocio forma parte de nuestro tiempo en igual medida
que el trabajo, y nuestros momentos de asueto los ocupamos con
actividades ajenas a la religión. La sociedad se ha dotado de servicios
y posibilidades de llevar a cabo actividades lúdicas, mientras que la
religión se está quedando limitada a las actuaciones benéficas. Pero
incluso en este caso, actualmente las acciones de voluntariado civil
representan un porcentaje más elevado que las que se llevan a cabo
desde asociaciones religiosas, demostrando que el altruismo es una
característica inherentemente humana que se puede fomentar con
actuaciones sociales y comunitarias apropiadas que no tienen por qué
estar vinculadas a ningún credo.
f. Privilegios y poder. Las religiones monoteístas tienen un afán de
expansión. Históricamente, una vez superado un primer momento
de aislamiento (que todas ellas acusan como de persecución) pasan
– 73 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

de ser un grupo esencialmente sectario y reducido, para extenderse y


ocupar todos los espacios sociales. Con el argumento (a veces con la
excusa) de expandir la doctrina se acercan al poder o directamente lo
usurpan en el caso de teocracias y en los regímenes con los que tienen
conexiones o acuerdos beneficiosos. En la actualidad existen varios
países teocráticos islámicos, como Pakistán o Irán; judíos como Israel
o católicos como el Vaticano. Pero en otros en los que los clérigos
no tienen formalmente el poder, lo ejercen mediante vinculaciones
estrechas o tratados muy beneficiosos, como es el caso de España con
los acuerdos preconstitucionales con el Vaticano. La pertenencia a
la religión o a ciertos subgrupos privilegiados comporta sustanciales
beneficios, lo cual constituye un gravísimo agravio comparativo para
los que no pertenecen a la organización o no comparten sus creencias.
Resulta comprensible, no obstante, la reacción desmedida (y hasta
ridícula) por parte de las jerarquías eclesiásticas contra lo que deno-
minan “avance del laicismo” cuando durante tanto tiempo han estado
gozando de generosas prerrogativas y prebendas. La Iglesia católica
siempre ha estado al lado del poder en España o incluso lo ha ejercido
directamente. Históricamente resulta comprensible tratándose de
monarquías absolutas o dictaduras, pero no es tolerable, en ningún
caso, en democracia. Realizo estos comentarios en un momento en el
que la Conferencia Episcopal Española lleva tiempo alineándose con
los presupuestos políticos de partidos conservadores, actuando no sólo
como auténtica oposición al gobierno de España, sino censurando
leyes legítimas del propio Parlamento español. Resulta un sarcasmo
que en el país donde la Iglesia católica goza de más beneficios (sociales
y fiscales), en el que se imparte su doctrina en las escuelas (cosa que está
prohibido incluso en Estados Unidos), se rebelen contra las acciones
de un gobierno democrático. Bastante teníamos con la dificultad que
tienen algunos gobiernos para asumir la separación de los tres poderes,
para que ahora nos venga un cuarto poder, la religión, a constreñirlos.
Porque, en la España democrática, la Iglesia no es un poder del Estado
y, por lo tanto, no tiene autoridad legal para ejercerlo. Tampoco tiene

– 74 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

autoridad racional, puesto que la ciencia tiene un conocimiento más


veraz sobre los aspectos de la realidad y de la vida, tal y como hemos
expuesto detenidamente. Y, conociendo la historia de España y el
papel que la Iglesia católica ha ejercido durante tantos siglos, podemos
afirmar taxativamente que también carece de autoridad moral para
inmiscuirse en cuestiones políticas56. Las sociedades democráticas y
de derecho se dotan de instituciones de legislación y de gobierno. Y
en ningún caso la Iglesia debe cumplir un papel, ni dictando leyes,
ni obligando a cumplirlas.
En resumen, la tercera de las principales funciones de la religión
es la formación de una organización grupal que permita la satisfac-
ción de la necesidad de afiliación que tenemos los seres humanos.
Lamentablemente, la religión va mucho más allá de esta importante
función, al convertirse en verdaderos grupos de poder que en muchos
casos asaltan la propia voluntad de quienes no tienen ningún credo.
Las sociedades modernas se están liberando de este corsé dotándose
de estructuras sociales y comunitarias que cumplen con la función de
satisfacer la necesidad de afiliación, pero sin someterse a las creencias
dogmáticas ni a las rígidas normas de las religiones.

. Establecimiento de un código moral


Cualquiera de las religiones pretende ejercer un control sobre el
comportamiento de las personas, señalando lo que está bien y lo que
está mal, lo apropiado y lo inapropiado; es decir, además de suminis-
trar información sobre la realidad o sobre nuestra propia existencia,
establecen una doctrina moral. Las religiones apuntan una serie de

56 Sin embargo, ahí está la instrucción pastoral de noviembre de 2006: “Orien-


taciones morales ante la situación actual de España” o la más reciente “Nota de la
comisión permanente de la Conferencia Episcopal Española ante las elecciones gene-
rales de 2008” en la que claramente la jerarquía de la Iglesia Católica se alinea
con el Partido Popular en las principales (y muy terrenales) cuestiones políticas
que con mayor beligerancia se han planteado en el discurso político de toda una
legislatura de gobierno.

– 75 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

preceptos sobre lo que deben hacer o dejar de hacer las personas,


fundamentándolos siempre en las afirmaciones que se dicen reveladas
por la particular divinidad de cada religión. Así como las tres princi-
pales religiones monoteístas tienen un concepto parecido de Dios en
cuanto a sus atributos esenciales (debido principalmente a que tanto
el islamismo como el cristianismo provienen del judaísmo) discrepan
en cuanto a la doctrina moral, puesto que cada una de las religiones se
desarrolla en contextos socioculturales e históricos diferentes.
Los Diez Mandamientos son la esencia del judaísmo; son compartidos
literalmente por el cristianismo e influyeron de manera muy relevante
en la religión islámica. A partir de ahí la doctrina moral varía en las tres
religiones monoteístas, hasta el punto de diferenciarse sustancialmente
entre ellas.
La Torá recoge 613 mandatos. De ellos hay 248 positivos (“harás”) y
365 negativos (“no harás”) que establecen desde la obligatoriedad de la
observancia del sábado, a la prohibición de afeitarse con navaja o cuchi-
lla de afeitar. El catolicismo distingue entre diferentes tipos de pecados
(mortal, venial) y faltas. Obliga a acudir al rito dominical, prohíbe comer
carne los viernes de cuaresma o desear al cónyuge del prójimo. El isla-
mismo, finalmente obliga a rezar en cinco ocasiones al día, peregrinar a
La Meca, dar limosna a los pobres, prohíbe los juegos de apuestas o el
consumo de alcohol y establece unas rígidas normas de conducta que
deben cumplirse en el Ramadán.
No obstante, y por mucho que les pese a las jerarquías eclesiásticas más
conservadoras, las tres religiones monoteístas tienen mucho en común,
puesto que derivan de la misma tradición judaica y todos sus principales
profetas descienden de Abraham. Las tres fundamentan gran parte de su
doctrina en la creencia en un Dios que consideran todopoderoso y bueno,
así como el temor reverencial que le profesan. En realidad, las principales
diferencias estriban en el rito, en los aspectos formales concretos, los
preceptos que obligan los clérigos que, en buena medida, se explicarían
en virtud de las diferencias socioculturales en las que se gestaron y se

– 76 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

difundieron cada una de las religiones, así como en el estado actual de


las sociedades en las que se encuentran.
Las religiones monoteístas son especialmente poco tolerantes con
el quebrantamiento del código moral que establecen, castigando en
ocasiones de forma muy severa a quienes no cumplen con los preceptos
o cometen faltas a su reglamento. En la actualidad existen ejemplos
palmarios de intolerancia por parte de éstas, principalmente del islam,
pero de nuevo se trata de una cuestión de contexto histórico y socio-
cultural, puesto que el cristianismo ha impuesto su doctrina con sangre
durante la mayor parte de su historia. Como indica Bertrand Russell en
un ensayo excepcional57, la intolerancia hacia otras creencias religiosas
se extendió con el advenimiento del cristianismo, debido a la creencia
judaica en la virtud y exclusiva realidad del Dios judío. En este sentido,
las religiones monoteístas son las más intolerantes con las demás creencias,
especialmente con las heterodoxias de su propia doctrina. Todavía hoy
en algunos países la Ley sharia castiga asesinando a las mujeres por
haber tenido relaciones sexuales extramatrimoniales o por “deshonrar
a la familia” no aceptando matrimonios previamente pactados. El
antepenúltimo de los ejemplos es la reacción desmesurada y fanática
provocada a consecuencia de la aparición de caricaturas de Mahoma
en un periódico holandés obviando que la norma de no representar
al profeta o la de venerar su figura obliga exclusivamente a los cre-
yentes del credo musulmán, pero en modo alguno es un precepto
que deban cumplir quienes no profesan su doctrina58. La religión
no tiene ninguna autoridad legal sobre las sociedades no teocráticas,
y muchísimo menos sobre las democráticas, en las que el poder lo
delegan los ciudadanos en sus representantes políticos elegidos me-
diante sufragio. Las religiones solamente tienen autoridad sobre sus
fieles, pero ni siquiera en ese caso se trata de una autoridad legal,

57 Russell, B. (1999). Por qué no soy cristiano. Barcelona: Edhasa


58 Históricamente la prohibición de representar figuras humanas es una tradición
originariamente árabe. El arte inspirado en la religión musulmana dispone de
bellísimas representaciones humanas, incluso del propio Mahoma.

– 77 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

puesto que la ley civil está por encima de las normas religiosas en
un Estado de Derecho. Se trata solamente de una autoridad moral,
exclusivamente para quienes la aceptan, porque el código ético de
las religiones no está demostrado racional ni empíricamente, sino
que simplemente se asume al creer la doctrina. Y eso es algo personal
y voluntario59.
Pero no es que la religión islámica sea más intolerante que las
otras religiones monoteístas, ya que las tres son especialmente in-
transigentes. Lo que ocurre es que las sociedades en las que están im-
plantadas actualmente están gobernadas por regímenes dictatoriales
y no democráticos, donde priman valores violentos y autoritarios.
En dichos países no existe un control político y social de la religión,
sino que en muchos casos, como en los estados teocráticos, el poder
lo ejercen propiamente los clérigos. Así, por ejemplo, las reacciones
violentas provocadas por la intransigencia religiosa de los ulemas
o imanes son mucho más graves en Irán o Arabia Saudí, que en
Kosovo o Bosnia-Herzegovina, a pesar de que en todos esos países
la religión mayoritaria sea la musulmana. Igualmente, la religión
católica cometió gravísimos abusos durante siglos (en realidad hasta
épocas muy recientes) cuando la situación sociopolítica lo favorecía
o cuando las circunstancias lo permitieron. En España, durante la
infausta dictadura franquista fue cómplice y partícipe de muchos de
sus desmanes. Y en lo que se refiere al judaísmo, uno de los factores
que limita la posibilidad de solucionar el conflicto palestino es, pre-
cisamente, la intransigencia de los judíos ortodoxos que, teniendo
enfrente a los ulemas musulmanes, hace que sea imposible cualquier
acercamiento que solucione el problema de Oriente Medio. Resulta
más que paradójico el que la ciudad “tres veces santa” para las reli-
giones monoteístas (las únicas “verdaderas” según cada una de ellas)

59 Nótese que no he utilizado el argumento de la perversión moral de algunos


sacerdotes católicos (especialmente los delitos de pederastia), ni la omisión de las
jerarquías eclesiales en su condena. Pero indudablemente ello significa la revocación
de cualquier posible autoridad moral que tuvieran con sus fieles.

– 78 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

sea la zona más violenta del Planeta. Y eso que es tierra sagrada de
un Dios bueno y misericordioso.
En la actualidad la principal función de las religiones es el esta-
blecimiento de un código moral, que es el que obligan a sus fieles y,
siempre que pueden, también a la sociedad en general. Una de las
principales tesis que planteamos en este texto, sin embargo, es que
dicho código no es mejor que el de las legislaciones democráticas
y los principios en los que se basa son, sin duda, éticamente peores
que los que se dotan dichas sociedades, al menos desde la Declara-
ción Universal de los Derechos del Hombre. Siendo esto así, cabría
analizar dos cuestiones: 1) ¿cuáles son los elementos que hacen del
laicismo una condición moral más beneficiosa para el ciudadano?
y a pesar de ello 2) ¿qué es lo que hace que le religión sea tan eficaz
en la aplicación de su código moral?

a. La moral del laicismo


La defensa de un código moral propio es uno de los aspectos más
relevantes de la religión y, desde luego, el de mayor trascendencia
para muchas personas. Se puede asumir que la religión no supone
una fuente veraz de conocimiento; de hecho, pocas personas, aún
siendo cristianas pueden aceptar la explicación de los fenómenos
naturales que se indican en la Biblia y ni siquiera muchos de los
milagros o misterios. Incluso cuando la religión contradice a la
ciencia, ni siquiera los creyentes dudan de la veracidad del conoci-
miento científico. Se puede hasta censurar ciertos comportamientos
individuales de clérigos o deficiencias de la propia institución pero,
en lo que se refiere a cuestiones morales, la religión establece unos
criterios que la jerarquía eclesiástica se encarga de presentar como
si fueran superiores a los del pensamiento laico. Y ésta es, sin duda,
una asunción falsa e injustificada.
Las principales religiones defienden que su código moral se basa en
los libros doctrinales, así como en la tradición que emana de dichos
escritos. El hecho de que los criterios éticos de la religión se fundamenten

– 79 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

en textos elaborados hace miles de años es poco menos que estrambótico,


habida cuenta de las condiciones tan extraordinariamente diferentes que
presentan las sociedades de hace varios milenios, si las comparamos con
el actual siglo XXI. La ética se origina en un contexto socio-histórico y
depende tanto de las estructuras sociales actuales, como del funciona-
miento de las mismas y de su propio devenir histórico. Nada es igual en
lo que se refiere a los derechos humanos universales desde la Revolución
Francesa o desde la Carta de las Naciones Unidas. Los criterios morales
cambian, evolucionan en función de las organizaciones sociales a las que
sirven y eso es tan evidente, que incluso causa turbación explicitarlo. Una
vez asumido esto, es de suponer que pocas personas preferirán vivir en una
sociedad organizada mediante estructuras medievales, precolombinas o
babilónicas (que son origen de algunas de las religiones) que en Estados
democráticos y de Derecho.
En la actualidad, la sociología, antropología o la psicología social han
abordado el tema de los valores, que es uno de los puntales de la moral,
desde diferentes perspectivas, pero de una forma que han enriquecido y
ampliado el conocimiento de estos conceptos. Los valores son principios
unificadores explicativos de la conducta, que no pueden entenderse ajenos
al contexto y a las condiciones ambientales en las que se han generado
y en las que se desarrollan. Procuran un marco de conocimiento que
permite tanto entender el mundo, como reorientar en cierta medida el
comportamiento. Milton Rokeach60, sin duda uno de los investigadores
más reconocidos sobre este tema los definió como “una creencia estable en
que unas formas concretas de comportamiento o unas condiciones finales de
existencia, son preferibles, tanto social como personalmente, a otras opuestas a
las mismas”. Los valores se ordenarían en sistemas conceptuales, es decir,
en organizaciones estables y jerarquizadas tanto de las creencias como de
las conductas apropiadas y estados-finales deseables.
La ciencia, de nuevo, aporta un conocimiento mucho más ajustado
a la realidad y exigencia del ser humano que la religión, también en este
campo de la moral. Desde que el tema de los valores es estudiado de

60 Rokeach, M. (1973). The nature of human values. New York: FreePress

– 80 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

una forma científica (y existe numerosa investigación al respecto tanto


en psicología social, como en ética, antropología cultural o sociología)
entendemos por qué son tan relevantes determinados principios mora-
les, en ciertas sociedades en contextos históricos, sociales, económicos o
políticos concretos.
Hay clarísimos ejemplos de valores que han adquirido recientemente
en nuestra sociedad una relevancia notable. La defensa del medio am-
biente o la igualdad de derechos entre mujeres y varones son ejemplos
de lo que estamos comentando. En el primer caso, el interés por
preservar el medio natural ha sido debido, tanto al conocimiento
científico sobre el impacto negativo de las acciones del hombre sobre
la Naturaleza, como a la evidencia (también científica) de las graves
consecuencias económicas que dicha repercusión puede llegar a tener,
ya que el beneficio económico también es uno de los principales
valores de nuestra sociedad. Pero el ecologismo como principio
rector del comportamiento ya estaba en cierta medida presente en
otras sociedades, como las de los indios norteamericanos, debido a
la congruencia de su estilo de vida con las condiciones naturales.
Respecto a la igualdad de derechos entre mujeres y hombres, se
trata de un valor muy reciente en la historia y que todavía está lejos
de cumplirse en muchas sociedades, culturas y religiones actuales,
donde el sexismo es un valor que privilegia a unas personas sobre
otras por razones exclusivamente genéticas y que incluso es uno de los
pilares en los que se sostiene en el poder político. El propio franquismo,
en nuestra lamentable historia reciente, se basaba en buena medida en
el sexismo para mantener la estructura social que le permitía continuar
en el poder. Por no decir de los actuales regímenes basados en la religión
musulmana así como en la estructura de la Iglesia católica.
Este análisis es aplicable a cualquier otro valor presente en nues-
tra sociedad y sirve para entender cómo los principios rectores del
comportamiento han llegado a tener relevancia, en qué lugar se
encuentran dentro de la jerarquía de principios morales y cómo
ejercen su influencia en el comportamiento humano. En este punto

– 81 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

es preciso esbozar siquiera un breve comentario sobre algunas cues-


tiones relevantes en psicología moral.
El ser humano es capaz de gobernarse por principios éticos y hacerlo
sin supeditarse (ni siquiera teniendo como referente) a ningún dios. Es
un error el asumir que la ciencia no trata de cuestiones morales y que
deba retirarse para que sea la religión la que los aborde (lo cual a veces
es bastante peligroso, dicho sea de paso). Dentro de la psicología, una
de las áreas más relevantes en la actualidad es la Psicología de la Emoción
que, entre otros temas, aborda el análisis de las denominadas emociones
morales: vergüenza, culpa, empatía, compasión y un largo etcétera que
explican cuáles son los principios que gobiernan la conducta moral61.
Por poner solamente un ejemplo, los seres humanos tenemos la ca-
pacidad de ayudar a los demás y probablemente el altruismo haya sido
más importante para la supervivencia y el desarrollo de nuestra especie
que la agresión, que es la que prima en otras especies como mecanismo
adaptativo. Siendo, como somos, un animal físicamente débil, lento
y sin poderosas armas naturales para defendernos o atacar, la solución
para no ser depredado pasó por la de convertirnos en un animal social.
El grupo permitió disponer de un ambiente protegido para la larga in-
fancia del Homo sapiens y la ayuda que se dispensaban los miembros del
clan compensaría las deficiencias físicas de los individuos. En definitiva,
la conducta de ayuda favoreció el desarrollo de nuestra propia especie
pero, al mismo tiempo, la capacidad para regirse mediante principios
morales, como el de justicia o reciprocidad, permitió el que apareciera
el propio altruismo. El ser humano, por naturaleza, tiende a gobernarse
por principios morales y ello es un mecanismo evolutivo necesario para
la adaptación62.
Además, la ciencia ha permitido conocer cuáles son las condiciones
que favorecen el que las personas se comporten de manera altruista con
61 Lewis, M. (2000). Self-conscious emotions: Embarrassment, pride, shame, and
guilt. En M. Lewis y J.M. Haviland-Jones (Eds.), Handbook of emotions. New
York: Guilford Press.
62 Buckman, R. (2002). Can we be good without god?: Biology, behaviour, and
the need to believe. Toronto: Viking.

– 82 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

los demás o, por el contrario, desprecien o agredan al prójimo, de manera


que el establecimiento de un código de conducta moral se puede elabo-
rar mucho más apropiadamente desde el conocimiento que nos aporta
la ciencia que a partir de cualquier ideología religiosa. La evidencia de
que somos capaces de ser buenos sin ningún dios también se pone de
manifiesto mediante las investigaciones con dilemas morales, en las que
se demuestra que, con independencia de la religión, los seres humanos
poseen conciencia de lo que está bien y lo que está mal. Las investiga-
ciones al respecto consisten en plantear situaciones comprometidas que
exigen tomar decisiones que pueden perjudicar a otras personas. En
estos casos la mayoría solemos tomar decisiones parecidas, generalmente
minimizando los perjuicios, no agrediendo de forma gratuita, etcétera.
Es decir, gobernándonos mediante principios morales tales como igual-
dad, justicia o reciprocidad. Lo interesante de estas investigaciones es que
ciertos principios morales prevalecen sobre otros (hemos comentado
anteriormente el que los valores están dispuestos jerárquicamente) y
que no hay diferencias entre ateos y creyentes a la hora de realizar dichos
juicios63. Por ello, nos permitimos discrepar de uno de los más ilustres
divulgadores científicos, al tiempo que el más relevante teórico evolucio-
nista desde Darwin64, cuando afirmaba que la ciencia y la religión tienen
dos magisterios diferentes y que no deben inmiscuirse, sino respetarse,
asumiendo que el magisterio de la ciencia es la realidad, mientras que el
de la religión es la moral. Como hemos descrito anteriormente, la cien-
cia no se caracteriza tanto por el objeto de estudio, sino por el método
que utiliza. En este caso, la ciencia también ha abordado el estudio de
la moral desde diferentes disciplinas y ello nos ha permitido que en la
actualidad dispongamos de un conocimiento mucho más preciso de la
ética y la moral. En este tema, como en el de tantos otros que antaño

63 Hauser, M.D. (2006). Moral minds: How nature designed our universal sense
of right and wrong. New York: Ecco.
64 Gould, S.J. (2007). Ciencia versus religión: un falso conflicto. Barcelona:
Crítica7

– 83 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

fueron patrimonio exclusivo de la religión, cuando la ciencia avanza, la


religión debe dar un paso atrás.
Respecto a cómo se adquieren los principios morales, dos son las
principales orientaciones teóricas que explican el desarrollo moral en el
ser humano. Lawrence Kohlberg65, discípulo intelectual de Jean Piaget,
concibe el desarrollo moral como la elaboración de juicios universales
sobre lo que es bueno y lo que es malo a lo largo de un proceso evolutivo.
Según Kohlberg, el razonamiento moral atraviesa seis etapas sucesivas
representadas en tres grandes niveles (preconvencional, convencional y
postconvencional) en cada uno de los cuales habría a su vez dos estadios.
A través de las sucesivas fases se va adquiriendo un desarrollo cada vez
más elevado de los principios morales más importantes, de entre todos
los cuales destaca, como fundamental, el principio de justicia. Cada uno
de estos estadios se caracterizaría por criterios cualitativamente diferentes
acerca de lo que está bien y de lo que está mal, así como de una serie
de razones distintas que justifican la conducta. Según este modelo, el
desarrollo moral depende del desarrollo cognoscitivo, que es necesario
también para adquirir una perspectiva social o habilidad para ver las co-
sas desde el punto de vista del otro. Si esto es así, se hace absolutamente
necesario fomentar las condiciones educativas y sociales que favorezcan
un desarrollo mental que sea capaz de entender y asimilar los valores
preferibles en nuestra sociedad democrática.
Complementando este punto de vista está la teoría del Aprendizaje
Social, representada por Albert Bandura, uno de los psicólogos de mayor
influencia en las últimas décadas por sus trabajos sobre los efectos de la
observación de la violencia y las características del aprendizaje vicario,
mediante modelos66. El desarrollo moral se adquiere mediante el apren-
dizaje de las conductas que son aceptadas socialmente, así como la inter-
nalización, por dicha experiencia, de los valores y normas que priman en
el contexto social en el que se vive. Sus postulados teóricos, así como la

65 Kohlberg, L. (1992). Psicología del desarrollo moral. Bilbao: DDB.


66 Bandura, A. y Walters, (1980). El aprendizaje social y el desarrollo de la perso-
nalidad. Madrid: Alianza.

– 84 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

evidencia empírica de muchas de sus investigaciones, son fundamentales


a la hora de establecer programas educativos en valores, tan necesarios
para formar ciudadanos que tiendan a la justicia y la libertad.
Ambos modelos teóricos, que en ocasiones se han presentado como
enfrentados, en realidad son complementarios: el del desarrollo moral
nos indica las fases evolutivas desde el egocentrismo hasta la adqui-
sición del valor de justicia y los procesos mentales que están a la base
de dicho progreso, mientras que el modelo del aprendizaje social
explica cuáles son los principios éticos que prevalecen socialmente,
así como la forma que tenemos de adquirirlos mediante los procesos
de psicología del aprendizaje.
La ciencia, en su progresivo proceso de descubrimiento y acumu-
lación del saber, va transmitiendo a la sociedad conocimientos que
lenta, pero inexorablemente, se van incorporando a su sistema de
valores. Ya hemos visto que la acumulación progresiva de saber es
una característica esencial de la ciencia y un objetivo que la religión
nunca podrá conseguir. La ciencia ha demostrado que todos los seres
humanos somos de la misma especie y que no existen diferencias
entre grupos étnicos en lo que se refiere a características típicamente
humanas. No hay ningún “pueblo elegido”, como tampoco la mu-
jer es inferior al varón en ninguno de los atributos esencialmente
humanos. Ha desarrollado tratamientos médicos que ayudan en el
proceso de curación y ha demostrado su eficacia en el aprovechamiento
de los recursos naturales, así como la destrucción de la que puede ser
capaz el ser humano si utiliza despiadadamente la tecnología. Además
de la acumulación de dichos conocimientos, la experiencia adquirida
es fundamental para el desarrollo de valores igualitarios, no sexistas ni
xenófobos, tolerantes, humanitarios o ecológicos.
El acopio del saber, añadido a la evolución histórica y social tiene como
consecuencia el que actualmente dispongamos de unos referentes éticos
laicos superiores a los de hace miles de años, momento en el cual hicie-
ron su aparición las grandes religiones, las cuales todavía mantienen sus
principios morales ancestrales. Contamos con la Declaración Universal de

– 85 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

los Derechos Humanos o la Declaración de los Derechos del Niño, que


son incomparablemente más avanzadas, justas y buenas que los criterios
morales de cualquier religión, que entre otros aspectos se caracterizan por
su agresividad (“ojo por ojo”) o misoginia. El hecho de que todavía falte
mucho para que los pueblos de la Tierra cumplan con lo que aparece en
dichas declaraciones no quita mérito a sus preceptos sino que, muy al
contrario, evidencia el camino que nos queda por recorrer para llegar a
tener una comunidad de seres humanos equitativa y justa. La Humani-
dad ha sabido dotarse de unos referentes éticos basados en valores como
la justicia, igualdad, fraternidad o libertad, que son superiores a los de
cualquier religión, cuyo mandato supremo es el de adorar a Dios,
tal y como aparece en los mandamientos cristianos o judíos y en las
suras coránicas. Es por ello que cuando los clérigos profieren frases
como la de que “la ética sin Dios no preserva los derechos del hombre”,
como llegó a decir el arzobispo de Madrid, Rouco Varela67, no sólo
son falsas, sino singularmente alevosas. Falsas, porque es evidente
que hemos organizado declaraciones de derechos universales mu-
cho más avanzadas, justas y buenas que cualquiera de los preceptos de
cualquier religión, y ello sin necesidad de tener como referente a ninguna
divinidad, con la inevitable ambigüedad que ello comporta (¿qué quiere
decir “amar a Dios sobre todas las cosas”? ¿en qué preceptos se define?).
En las diferentes declaraciones de derechos humanos y civiles emitidas
desde la de la Revolución Francesa se indican expresamente algo a lo
que ninguna de las religiones monoteístas accedería, que es el respeto
al derecho de cualquier persona a creer o dejar de creer, en cuestiones
religiosas o trascendentes, sin que con ello se conculquen derechos ni se
prejuzgue moralmente. Y alevosas, porque lo que se encuentra a la base de

67 El arzobispo de Madrid dio una conferencia en Ratisbona el 6 de julio de


2007 sobre “Europa cristiana, herencia e identidad” en la que llegó a decir que
las Naciones Unidas no llegaron a exponer una fundamentación filosófica en la
Declaración Universal de los Derechos del Hombre, cuando, en realidad, dicha
Declaración se basa en la casi homónima que emana de la Revolución Francesa,
hija de la Ilustración y el racionalismo, en definitiva de la victoria de la ciencia
sobre la superstición.

– 86 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

este tipo de declaraciones es el intento de las jerarquías eclesiásticas para


arrogarse la potestad de dictar (como dictadores) normas de conducta
como mecanismo de ejercicio del poder68.
Es posible avanzar más en nuestro razonamiento y concluir que no es
que el hombre necesite a Dios para llevar a cabo acciones justas, ni que
haya bondad en el mundo porque existe Dios. Más bien al contrario,
Dios existe como producto de la conciencia moral del ser humano,
probablemente como necesidad para superar condiciones sociales
que históricamente han sido injustas para quienes no detentan po-
der o para los que no se benefician del mismo, sino que lo sufren.
Desde luego que una frase de Albert Einstein, citada por Christo-
pher Hitchens en su indispensable libro69, refleja muy bien lo que
acabamos de afirmar:
“No creo en la inmortalidad del individuo, y considero que
la ética es una preocupación exclusivamente humana que no
está respaldada por ninguna autoridad sobrehumana”
Así pues, los criterios morales laicos que disponemos en la actualidad
no son, en modo alguno, inferiores a los de las religiones. Más bien al
contrario, son mucho más avanzados y humanos. En ellos se habla de
paz, justicia, libertad o igualdad entre todas las personas. Y a pesar de
que todavía queda mucho recorrido hasta que algún día se cumplan en
su totalidad, no es menos cierto que ello también ha ocurrido con los
mandamientos más beneficiosos para el ser humano, como aquél de “No

68 En la misma conferencia (como en muchos de sus sermones, repetida en medios


de comunicación, comentada por contertulios afines, difundida por Internet…),
Rouco Varela indica que “la política debe subordinarse a la ética y la ética vincularse
a Dios” (el de los cristianos, por supuesto). No hay frase lapidaria más palmaria
sobre lo que significa una interferencia de la religión en las normas sociales. Y
luego nos escandalizamos con las declaraciones de imanes y ayatolás.
69 Hitchens, Ch. (2008). Dios no es bueno. Barcelona: Debate. En este texto el
autor describe algunas de las atrocidades morales de las principales religiones y
cómo las acciones de Dios descritas en las diferentes doctrinas no son precisamente
moralmente edificantes.

– 87 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

matarás” o “No codiciarás los bienes ajenos”, mandatos que muchas veces
la propia Iglesia ni cumple, ni respeta70.
En los párrafos anteriores se ha intentado evidenciar cómo la moral del
laicismo es superior a la que proporciona cualquier religión, principalmen-
te porque se basa en el conocimiento científico del ser humano y porque
fundamenta los más recientes avances sociales y en derechos humanos. Es
gracias al código ético del laicismo por lo que las sociedades democráticas
no sólo se encuentren en su estadio tecnológicamente más avanzado, sino
también en un nivel ético superior al de siglos anteriores. Las religiones
siguen constreñidas en sus preceptos morales antiguos, muchos de los
cuales son inaceptables actualmente. Algunos de los acontecimientos más
significativos de la “historia sagrada” en la actualidad serían punibles en
cualquier código penal de un Estado de Derecho.
Demostrar las atrocidades morales de la religión es tan sencillo como
leer la Biblia, el Corán o el Nuevo Testamento y reflexionar sobre lo que
efectivamente están describiendo. Así, los comportamientos de algunos
de los principales padres de la religión, como Abraham, Josué o el propio
Moisés no solamente serían moralmente reprobables hoy en día, sino
que estarían castigados duramente en cualquier código penal. Abraham
hubiera perdido la patria potestad de su hijo Isaac, al que casi asesina tras
haber escuchado una orden de Dios para matarlo, en lo que cualquier
psicólogo clínico diagnosticaría como alucinación esquizofrénica. Josué
cometió un auténtico genocidio en Jericó, ciudad de la que no se salva-
ron hombres, mujeres, ancianos, ni niños. En su caso, probablemente
el Tribunal Penal de la Haya lo condenara por delito de lesa humanidad.
Lot ofreció a sus hijas para que fueran violadas por los pueblerinos de
Sodoma, a cambio de que no tocaran a un invitado. Jacob, ayudado por
su madre, engañó a su padre ciego colocándose una piel de cordero para

70 Por lo de robar, en la actualidad sigue pendiente un litigio entre la diócesis


de Barbastro-Monzón y la de Lérida por los bienes culturales de poblaciones
aragonesas, que la catalana tiene en su museo diocesano. El Vaticano decidió que
los devolvieran, pero el obispado de Lérida se negó a ello insistentemente. Irónica-
mente, y agotada la vía canónica, la diócesis de Lérida acudió a los tribunales civiles
para intentar retener en su museo unos bienes que no son sino del pueblo.

– 88 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

obtener los derechos de primogenitura en contra de su propio hermano,


al que ni siquiera fue capaz de invitarle a comer cuando vino hambriento
después de una dura jornada de trabajo. Y podíamos seguir con decenas
de acontecimientos que denotan la bajeza moral de algunos de los padres
de las principales religiones monoteístas71 72 73.
Pero con ser deleznable el comportamiento de algunos de los venera-
dos personajes bíblicos, lo verdaderamente espeluznante son las acciones
atribuidas al propio Dios, en absoluto características de un ser bueno y
justo. Según la Biblia, Dios cometido el mayor de los genocidios cuando
prácticamente exterminó a todos los seres vivos mediante un diluvio uni-
versal del que solamente se salvaron una pareja de animales por especie y
la familia de Noé. Destruyó por completo comunidades como Sodoma
y Gomorra para castigar el comportamiento supuestamente libertino de
algunos de sus ciudadanos. Endureció el corazón de Ramsés (sic) para
justificar la serie de plagas que arrojó contra el pueblo de Egipto, llegando
a asesinar a todos los primogénitos de cada familia, que no eran sino niños
inocentes. Produjo la ruina económica, la enfermedad y hasta la muerte
de los hijos de Job simplemente para poner a prueba su fe. Participó en
guerras a favor de la tribu de Israel, provocando la muerte de decenas de
miles de “enemigos” que, supuestamente, también son hijos de Dios. En
cualquier caso, se muestra irascible y vengativo, especialmente cuando se
desobedecen sus preceptos o cuando se adora a otro que no sea él. Uno
de los sucesos más estremecedores de su impiedad es el pecado original,
un castigo que recibe toda la Humanidad por un delito que nunca co-
metimos, sino que fue obrado por los primeros padres. Tan grave pecado
no fue de robo o asesinato, sino de desobediencia. Y es singularmente
significativo que la desobediencia fuera la de comer la fruta del Árbol de
la Ciencia del Bien y del Mal, es decir, el de adquirir conocimiento de
la ética y la moral. Y es que a ninguna religión le interesa que la gente

71 Rodríguez, P. (2008). Los pésimos ejemplos de Dios, según la Biblia. Madrid:


Temas de Hoy.
72 Hitchens, Ch. Op. cit
73 Odifreddi, P. Op. cit

– 89 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

tenga un conocimiento racional de las cuestiones morales, sino que


obliga a que los fieles (a veces incluso todos los ciudadanos) asuman
acríticamente su doctrina y obedezcan sus preceptos. De ahí que desde
los primeros párrafos de la Biblia la religión se arrogue el derecho a
imponer su doctrina moral e impedir que exista ninguna alternativa
a sus mandatos, a los que les confiere carácter divino para que sean
más expeditivos74.
Fernando Savater expresa de una forma pedagógicamente impeca-
ble la defensa del laicismo en cinco tesis en las sociedades democráti-
cas75 y, muy especialmente, en España, en un momento en el que la
jerarquía católica, envalentonada por los apoyos de ciertos sectores
sociales y políticos arremete contra este valor esencial, fundamento
de libertad y tolerancia. Nuestro filósofo argumenta que: 1) las de-
mocracias basan su organización en leyes discutibles (y revocables)
que, entre otras, defienden el derecho a tener creencias religiosas; 2)
que dichas creencias son derechos individuales, pero no obligaciones
para el resto de la colectividad; 3) que las religiones pueden decir
a sus fieles lo que consideran como pecado, pero en absoluto están
facultadas para decir lo que es legal o ilegal; 4) que el currículo de
la escuela pública se debe basar en contenidos verificables o válidos
para todos y ahí no cabe la enseñanza catequística, que debería que-
dar fuera de la escuela y 5) que las señas de identidad de la sociedad
europea no se reducen al cristianismo y que, por lo tanto, deben
evitarse dichas alusiones en los textos legales76.

74 La relación entre la ira de Dios en el Libro del Génesis y la de los obispos


españoles contra la asignatura de “Educación para la Ciudadanía” es fruto del
mismo proceso perverso: la intolerancia contra los principios éticos diferentes,
especialmente los que provienen de planteamientos laicos, así como la arrogancia
por imponer su doctrina moral.
75 Savater, F. (2007). La vida eterna. Barcelona: Ariel.
76 Se refiere al interés de la Iglesia Católica y algunos partidos políticos conser-
vadores en mencionar explícitamente en el preámbulo de la nonata Constitución
Europea las raíces cristianas de Europa.

– 90 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

De esta manera, cuando algunos cargos de la Conferencia Epis-


copal Española critican “la oleada de laicismo” imperante en nuestra
sociedad, para algunos de nosotros lo que nos indica es que, caso de
que sea cierto, vamos por buen camino.

b. Aplicación del código moral de la religión


Si hay que reconocerles algo a las religiones en general, y a las
monoteístas en particular, es la eficacia (y la decisión) en la aplica-
ción de su código moral, cosa que no puede decirse de otro tipo
de instituciones, como la ONU, cuando pretenden que se lleven
a cabo conductas éticamente apropiadas. Las conclusiones de las
conferencias internacionales están cargadas de buenas intenciones
pero, aun en el caso de que concluyan en acuerdos (que tampoco
suele ser lo habitual), normalmente no se suelen cumplir. No hay
que hacer un recorrido histórico demasiado largo para evidenciar
cuántas resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas se
incumplen (según quién sea el afectado), la vergonzante situación en
la que se encuentran los Compromisos del Milenio para la Disminución
(ni siquiera erradicación) de la Pobreza, los incumplimientos de los
Protocolos de Kyoto o Bali, por no mentar el de No Proliferación de
Armas Nucleares. Tampoco las organizaciones internacionales han
mostrado eficacia alguna para eliminar comportamientos morales
universalmente reprobables, como el uso de la violencia por parte
del ejército de los Estados sobre la población civil, ni en la abolición
de la pena de muerte y las torturas, el sometimiento sexual que se
sufren muchas mujeres en el mundo sufriendo mutilaciones genitales
o la tragedia a la que se ven sometidos los niños soldado. Y es que un
código moral debe incluir un sistema de control conductual para
que se cumplan las normas que se establecen.
La forma más eficaz de control de la conducta, como bien
destacara Fred Skinner, es la aplicación sistemática de un sistema
de contingencias77. Y una de las principales leyes del refuerzo es la

77 Skinner, B.F. (1982). Ciencia y conducta humana. Barcelona: Fontanella.

– 91 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

correspondencia entre las consecuencias de la conducta y el propio


comportamiento que queremos promover o modificar. En el caso de
la religión, este principio se plasma muy singularmente en el hecho
de que el código moral conlleva implícito y asociado un programa
de premios y sanciones con el que tiene una relación directa, con
lo cual, en el momento que se llega a creer la doctrina, se asumen
las condiciones que se imponen. Todo ello le confiere una elevada
eficacia, especialmente teniendo en cuenta que el credo se sustenta
en aspectos míticos, como hemos podido constatar a lo largo del
texto. Algunos de los elementos clave que explican la eficacia en el
control conductual son los siguientes:
a. Acierta en seleccionar las recompensas y castigos más poderosos:
salvación y condena eternas. El hecho de que se trate, respectivamen-
te, de la situación más agradable posible y de la más temible que
se alcance a imaginar que, además, se mantienen eternamente (un
concepto ciertamente terrorífico si se piensa detenidamente), es lo
que ejerce una poderosa influencia sobre el comportamiento. Las
recompensas intensas son las que generan una tasa más elevada y
consistente de conducta, pero también los castigos más elevados son
los que provocan una reducción mayor del comportamiento que
se pretende eliminar. Bertrand Russell estaba en lo cierto al indicar
que el miedo es el fundamento de la religión. La apelación al miedo,
una de las emociones más poderosas y que ejerce una considerable
influencia sobre las conductas de escape y evitación, es una constante
en los códigos morales de las religiones. Dios es poderoso y justo, es
decir, premia a los buenos, pero también castiga a los malos. Su ira
puede llegar a ser espectacular y así nos muestran a Dios, Alá o Jehová.
Algunos de los castigos que Dios ha llevado a cabo se considerarían
como auténticos genocidios, desde nuestros principios morales ac-
tuales. Piénsese, si no, qué significa la devastación de las ciudades de
Sodoma y Gomorra o el exterminio al que fueron sometidos tanto la
Humanidad como el reino animal mediante el diluvio universal. La
propia condición “penosa” que es la vida terrenal para los cristianos es

– 92 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

un castigo a toda la Humanidad por la “soberbia” del primero de los


hombres por querer comer del árbol de la ciencia (¿por querer saber
más?). Igualmente, está previsto un juicio al final de los tiempos, a
partir del cual quienes hayan cumplido los preceptos se les reserva
un sitio en el Paraíso (también no sé cuántas vírgenes, si se muere
por Alá, aunque no sé qué pensarán ellas de esto). A los pecadores
se les reserva “el llanto y crujir de dientes”78
b. Establece una gradación de conductas, en función de la gravedad
de las mismas. Existen pecados mortales, capitales y veniales. Cada
uno de ellos está claramente definido e identificado, con lo cual
se establece de forma inequívoca qué es lo que no se puede hacer,
cuál es el grado de gravedad de cada una de las acciones y la pena
que conllevan. Esta diferenciación por categorías es extraordinaria-
mente útil para conseguir un control de las conductas. Es lo que en
psicología se conoce como “operativización” del comportamiento,
es decir, concretar qué es lo que está permitido hacer, qué es lo que
está absolutamente prohibido, qué acciones se permiten sólo excep-
cionalmente, etcétera.
c. Existe la posibilidad de redimir. El hecho de que las acciones, por
graves que éstas sean, puedan disculparse (aunque con ciertos costos
con cargo al infractor) favorece el que siempre pueda haber una salida
después de haber cometido una infracción moral. Y esto es funda-
mental, porque quienes no tienen posibilidad alguna de redimir su
falta, tampoco tienen necesidad de modificar su conducta. Es impe-
rativo dar alternativas posibles y oportunidades, con independencia
de que las infracciones tengan su justa consecuencia y eso es esencial
en psicología del aprendizaje79. Los sacerdotes tienen la facultad de
perdonar las deudas, siempre que el pecador realice los actos que se
le indican en compensación por el daño provocado, que es lo que se

78 Mt 8:12
79 Sulzer-Azaroff, B. y Mayer, G.R. (1990). Procedimientos del análisis conductual
aplicado a niños y jóvenes. México: Trillas.

– 93 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

conoce como penitencia. Además de ser un elemento extraordinario


para el control conductual, la potestad de perdonar y establecer la
pena es algo que confiere a los clérigos una enorme autoridad sobre
la gente, porque sólo mediante ellos se pueden librar de los duros
castigos ultramundanos. No está todo perdido después de cometer
una falta, pero uno se ha de someter a la voluntad y a las normas
impuestas por los sacerdotes, lo que indefectiblemente les coloca en
una situación de superioridad.
d. Se apela a emociones para motivar el comportamiento. Las emocio-
nes favorecen la acción. Si no fuera por la conmoción que provocan,
en muchas ocasiones no reaccionaríamos o nuestra respuesta sería
de muy baja intensidad, de cualquier forma sería insuficiente para
mantenerla durante mucho tiempo o para vencer las resistencias o
inconvenientes que le surgieran. La emoción favorece la motivación
y las religiones apelan no sólo al miedo por el castigo por nuestros
pecados, sino también a otras muchas reacciones afectivas, como la
culpa, el miedo o la ira.
La culpa favorece la conducta de ayuda y el resarcimiento de la
víctima cuando este sentimiento aparece por haber hecho daño a
alguien injustamente. Es una emoción extraordinariamente positiva
si los principios morales subyacentes son éticamente saludables,
aunque lamentablemente la tradición judeocristiana ha abusado de
esta emoción, induciendo culpabilidad por comportamientos que en
modo alguno son reprobables. Todavía hoy en día, la moral represiva
de la religión católica en materia sexual limita (especialmente a las
mujeres) una sexualidad plena y placentera.
El miedo induce las conductas de escape o evitación. No hay
mejor forma de favorecer la huída o dejar de hacer algo que se
anhela, que inducir temor por las consecuencias de dicho compor-
tamiento. El código moral de las religiones se dota de un sistema de
castigos extenso y derallado, capaz de impedir que se lleven a cabo
las conductas que la religión prohíbe, a pesar de la “tentación”, es
decir, de lo atractivas que puedan resultar. El miedo a la condena

– 94 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

(infierno, purgatorio) o incluso a la venganza (castigos divinos) se


utilizan tanto para condenar comportamientos, como para mantener
creencias o conseguir adeptos80.
Finalmente, la ira es una de las emociones que inducen acciones más
enérgicas. Es necesaria para defenderse de ataques o, con demasiada
frecuencia, para iniciarlos. La mayoría de programas de prevención
de conductas violentas dedican una fase relevante de la intervención
para entrenar a manejarse en el control de la ira, al tiempo que cuando
se pretenden acciones agresivas o bélicas la irritación es una de las
técnicas más eficaces, tal y como se demuestra en la propaganda de
guerra81. En el epílogo de este libro dedicaremos un apartado especial
a la susceptibilidad de las religiones monoteístas, que no deja de ser
sino una reacción de ira ante supuestos (y fantaseados) ataques contra
su doctrina o sus principios.
e. Se ejerce potestad sobre las contingencias. Finalmente, para que
pueda ser aplicable eficazmente un programa de modificación del
comportamiento es necesario tener control y autoridad sobre las
consecuencias de la conducta. Esto es fundamental para cualquier
institución, tanto si se trata de la escuela, como si son los servicios
sociales o la propia familia. Los padres deben tener la posibilidad
de ejercer su autoridad permitiendo que sus hijos consigan lo que
deseen o bien privándoles de privilegios, si consideran que su com-

80 Aunque la Biblia está repleta de ejemplos de este tipo, incluso en la actualidad


catástrofes naturales como las provocadas por el huracán Katrina en Nueva Orleáns
(en este caso agravadas por la negligencia humana personificada en George W.
Bush) fueron atribuidas a un castigo divino, tanto por el rabino Ovadia Yosef,
como por parte de Al-Zarqawi. El astuto lector convendrá con el humilde autor
de este libro que las presuntas causas que aducen tan relevantes personalidades del
judaísmo e islamismo son distintas. Pero el castigo es divino, en cualquier caso.
81 Chóliz, M.: La propaganda de guerra en la invasión de Iraq: análisis psicológico
del discurso. Comunicación presentada al III Simposio de la Asociación Española
de Motivación y Emoción, Valencia, mayo de 2003. El lector puede descargarse
este documento en mi página web: http://www.uv.es/choliz/Psicol propaganda
guerra.pdf

– 95 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

portamiento no es el apropiado; las autoridades educativas o sociales


deben poder premiar las acciones convenientes o adecuadas y sancio-
nar las incorrectas; las instancias políticas o judiciales, en fin, deben
tener potestad para condenar a las personas que han cometido faltas,
actos ilegales o delitos. En el caso de las religiones, los sacerdotes se
arrogan la prerrogativa de tener una comunicación directa con la
divinidad, como representantes de Dios en la Tierra y los feligreses
se someten a su autoridad obedeciendo las consignas que predican.
Por eso es tan importante para ellos formar una institución con
reglamento normativo y capacidad de sancionar, así como acercarse
al poder y detentarlo en las diversas fórmulas que la sociedad o el
contexto histórico les permita. Por ello la jerarquía católica (desde
el papa hasta cualquiera de los obispos) predican constantemente
la necesidad de que la religión no sea solamente un hecho privado,
sino que se manifieste socialmente, ya que eso incrementa de forma
muy considerable su poder coercitivo.
Estas indicaciones que acabamos de señalar tienen una importancia
extraordinaria, en tanto que son las que facilitan el control sobre la
conducta de las personas. De hecho se trata de algunos de los principios
básicos de lo que en psicología se conoce como “análisis conductual”.
Pero como hemos indicado, para ejercer el control del comportamiento
de una manera eficaz, la religión debe desempeñar un protagonismo
especial en la sociedad, formar parte de sus instituciones y, especialmente,
acercarse al gobierno o detentar la autoridad. La historia de la religión,
más que la búsqueda por la trascendencia, se ha convertido en la fórmula
de ejercicio del poder.

– 96 –
“Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”
Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi del III Reich

¿CÓMO ES POSIBLE LA RELIGIÓN?


Las religiones aportan una interpretación de la realidad absoluta-
mente extemporánea, repleta de aspectos mitológicos ciertamente
rocambolescos (una virgen que queda encinta, paraísos extraterre-
nales, resucitaciones, dioses todopoderosos, etcétera). Somete a los
feligreses a un adoctrinamiento y a normas rígidas y arcaicas, más
propias de la era antigua que del siglo XXI. No ha favorecido la
cohesión social, ni el entendimiento con otras creencias; más bien
al contrario, ha azuzado muchos de los conflictos y está a la base de
algunos de los de más difícil solución, como el de Israel y Palestina y
agrava el entendimiento entre diferentes culturas o distintas formas
de ver el mundo, como ocurre en el conflicto entre el mundo occi-
dental (democrático) y el islámico. Las grandes religiones tienden
a establecer vínculos estrechos con el poder (cuando no lo ejercen
directamente) y las teocracias son una de las fórmulas de gobierno
más intransigentes y perniciosas para la libertad social y personal.
Sin embargo, la religión ha estado presente a lo largo de la historia,
jugando un papel extraordinariamente relevante en el decurso de la
Humanidad y, todavía hoy, goza de enorme popularidad y predica-
mento. ¿Cómo es posible que siga teniendo semejante consideración

– 97 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

y notoriedad después de lo que ha significado y de los perjuicios que


ha cometido al propio ser humano?
Una de las razones principales por las cuales las religiones man-
tienen su hegemonía es que, además de cumplir las importantes
funciones que hemos señalado anteriormente y de su acomodación
muy cerca del poder, que le asegura la permanencia e implantación
social, las religiones sobre todo han sabido reclutar adeptos. Ingentes
cantidades de fieles profesando una misma fe, adorando a los mismos
dioses obedeciendo las doctrinas impuestas por las jerarquías ecle-
siásticas. Sin duda que las instituciones religiosas han sabido alistar
y organizar de la manera más eficaz a grupos numerosos. Algunos
de los procedimientos de adoctrinamiento, persuasión y control
social ya los hemos ido viendo en los apartados anteriores (manejo
de contingencias y control de recompensas y castigos; beneficios ob-
tenidos por la pertenencia al grupo; explicación del funcionamiento
de la realidad; dar sentido a la existencia, etcétera). En este apartado
añadiremos algunas de las técnicas más características que utilizan
las religiones para conseguir que las personas se congreguen en torno
a ellas y acaben creyendo su doctrina, aceptando su organización
jerárquica y acatando sus normas.

. Ambigüedad en el discurso.
La religión no solamente es impermeable a la evidencia empí-
rica por una cuestión dogmática y porque no acepta cambios ni
adiciones a lo que ya está escrito. Lo es también porque su propia
estructura expositiva es ambigua. Probablemente sea pretendidamente
ambigua. Esto explica que en muchos casos no sea posible refutar
sus declaraciones, lo cual les sirve como argumento de que están en
lo cierto. Como hemos visto anteriormente, en realidad esto no es
sino un sofisma.
La religión aporta una serie de frases de significación confusa.
Cuando la interpretación de sus aseveraciones coincide con la reali-
dad, ello se utiliza como argumento de verosimilitud. Pero cuando

– 98 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

no es así, cuando lo que afirman los textos o la doctrina es incon-


gruente con la evidencia científica o, simplemente, con la realidad,
entonces se apela a que se trata de planos ontológicos diferentes o al
hecho de que no es compatible fe y razón o al argumento de que se
requiere una interpretación distinta a la que aparece explícitamente
(que por supuesto la emite la autoridad eclesiástica), aunque dicha
interpretación es incomprobable e incontestable. Así, el discurso
de las religiones suele ser lo suficientemente ambiguo como para
que no haya posibilidad de contrastarlo. La misma frase emitida en
un sermón o en una encíclica, puede utilizarse con diferentes sig-
nificados y las interpretaciones a posteriori sirven para justificar los
errores cometidos en el pasado. Se suele utilizar una retórica vacía,
en muchos casos ausente de contenido concreto, pero repleta de pa-
labras grandilocuentes. El discurso es irrebatible, ya que en realidad
en muchos casos carece de sentido. En otros tantos, los símbolos
que utiliza se elaboraron en momentos históricos anteriores y hace
tiempo que ya no son válidos.
La repetición en cada uno de los ritos, arengas u oraciones hace
que frases que no tienen un contenido real se acepten por el mismo
proceso que la publicidad comercial o la propaganda política utiliza
con los eslóganes: la reiteración. Decía Goebbels, ministro de propa-
ganda nazi del Tercer Reich, que “una mentira repetida mil veces, se
convierte en verdad”82. ¿Cuántas y cuántas veces se repiten los mismos
sermones, en ocasiones carentes de contenido o directamente falaces?
La conclusión es que, de tanto reiterarlos, finalmente se aceptan. Ésta
es una de las razones por las que a la Conferencia Episcopal Española

82 “El orden y la repetición suelen ser más primitivos de lo que pensamos. Por ello,
la propaganda debe ser esencialmente sencilla y repetitiva. A largo plazo sólo tendrá
buenos resultados en términos de influencia sobre la opinión pública quien sea capaz de
reducir los problemas a los términos más sencillos y tenga el valor de seguir repitiéndolos
siempre de la forma más simple, a pesar de las propuestas de los intelectuales”. Esta
frase de Goebbels, que aparece citada y comentada en mi libro “El lenguaje y las
mentiras de la propaganda” y que se centra en el análisis de las falacias políticas,
puede ser absolutamente válida para el caso de la religión

– 99 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

le interesa tanto que se imparta religión católica en la escuela: para


adoctrinar -a base de insistir a lo largo de todo el ciclo educativo-
sobre unos dogmas o creencias repletos de falacias y supersticiones
e impedir el sano juicio crítico, precisamente en la escuela, que es
el santuario del conocimiento, en donde debe primar el imperio de
la razón sobre el dogma y la irracionalidad.

. Ritos
El rito es la forma, la plasmación en conductas y manifestaciones
externas de un significado simbólico. Por lo general, la escenificación
no tiene nada que ver con el contenido, pero suele ser espectacular,
evidenciando en muchos casos la superioridad y dominación de
los clérigos sobre los feligreses y la distancia a la que se encuentran
de ellos. Finalmente, el rito se convierte en el auténtico motivo de
adoración, alejándose y perdiendo la relación (que probablemente
nunca tuvo) con el significado teológico y místico. Pero las formas
y apariencias representan una solución sencilla de unificación. La
estética espectacular, diferenciada de otras religiones o de los paga-
nos, une a quienes profesan la misma fe, los distingue de los otros,
prestigia según sus cánones estéticos y, en la mayoría de los casos,
es el principal o único motivo de pertenencia a una determinada
confesión.
En el rito es donde sobresale la figura del sacerdote ocupando
una posición privilegiada, ya que es él (siempre varón en las tres
religiones monoteístas) el único autorizado a llevar a cabo los actos
más importantes del ritual. Puede utilizar ayudantes (ahora sí que
las mujeres pueden participar) para funciones menores del rito, con
lo que se asegura el que haya personas que adquieran un grado de
compromiso con la institución, lleven a cabo acciones de proselitismo
que consoliden su presencia y autoridad social, interviniendo (y en
algunos casos interfiriendo) en las relaciones sociales y humanas. El
permitir intervenir a seglares en cuestiones menores del rito sirve
para establecer una red de apoyo social y justificar la presencia de

– 100 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

la religión en la sociedad, al tiempo que permite dar una impresión


de que llega a todo el mundo por igual, hecho éste absolutamente
necesario si pretende imponerse en sociedades democráticas. No
obstante, en todos los casos en los cuales los feligreses participan,
su acción siempre está supeditada a la del sacerdote, cuya presencia
y actuación es imprescindible para que el rito tenga validez.
El lector puede encontrar en el excelente tratado de Frazier83 una
descripción de cómo muchas de las ceremonias no son sino aco-
modaciones de ritos paganos o de otras religiones anteriores, que se
llevan a cabo en momentos vitales importantes, tanto en la dimensión
personal como social. Así, el bautismo es el rito de aceptación de
un nuevo individuo por parte de la comunidad, hecho éste que se
da en muchas culturas tanto en el momento del nacimiento, como
cuando un nuevo miembro entra a formar parte del grupo. Todas
las sociedades tienen ritos específicos para celebrar la formación
de una pareja y ratificar ese vínculo por parte de la comunidad,
que ya los reconoce unidos y aptos para formar una familia más
amplia. Finalmente, el rito alcanza su mayor cota de expresión en
la muerte, mediante las formas de despedida de un ser querido o
de un miembro de la comunidad. Las celebraciones funerarias son
uno de los elementos básicos por los que la religión ha adquirido
su relevancia social, pero lo cierto es que se han llevado a cabo en
todas las culturas y sociedades, con independencia de su religiosidad,
hasta el punto de que los ritos funerarios son uno de los indicativos
del proceso de hominización. Los realizaron tanto el Homo sapiens
neanderthalensis como el Homo antecesor, 400.000 años atrás84,
tal y como han puesto de manifiesto el equipo de paleontólogos de
Atapuerca, tras el descubrimiento de elementos presentes en ritos
funerarios, como el hacha Excalibur.

83 Frazier, J.G. (1944). La rama dorada: magia y religión. México: Fondo de


Cultura Económico.
84 Arsuaga, J.L. y Martínez, I. (2006). La especie elegida: la larga marcha de la
evolución humana. Madrid: Temas de hoy.

– 101 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

. Normas estrictas de reclutamiento y de conducta.


Todo grupo destacado tiene una serie de fórmulas de iniciación
severas y selectivas, que son requisitos indispensables para poder
formar parte de él. Posteriormente, el iniciado debe obedecer una
serie de reglas a las que no están obligados el resto de fieles, algunas
de las cuales son auténticas represiones personales que a los ojos de
los demás llegan a considerar como gratuitas. Los votos que tienen
que cumplir sacerdotes y monjas tienen dos funciones principales.
Por un lado, distinguirse de los demás, ya que pocos están dispues-
tos a cumplirlos, aunque sea para acceder a un grupo exclusivo de
privilegiados. Por otro, mantenerse como miembro del selecto grupo
ya que, si el acceso a dicho grupo supone esfuerzo y privación, ello
incrementa el valor y la importancia de la elección que se ha llevado
a cabo.
El primero de los objetivos es fácil de entender, puesto que se
suele asumir que para acceder a determinada condición social sea
necesario pasar por ciertos ritos o cumplir con algunos requisitos
personales, como fórmula de distinción. Otra cosa es que en realidad
tengan sentido actualmente.
La segunda de las funciones es la utilidad de las propias reglas y
compromiso personal con las normas de la Iglesia, especialmente
cuando éste es irrevocable, como suele ocurrir con tantos ejemplos
de la religión. Las privaciones y exigencias en el estilo de vida a que
se obligan sirve para sobrevalorar la opción elegida. Para entender
cómo se produce este fenómeno hay que acudir al concurso de una
serie de procesos psicológicos, tales como la sobrejustificación, el sesgo
autocomplaciente o la disonancia cognitiva, procesos que tienen como
objetivo mantener la autoestima ante conductas que pueden llegar
a ser social y psicológicamente disfuncionales.
Mediante la sobrejustificación85, uno pretende ser el agente
causal de sus propios actos, dando una especial relevancia a las
acciones que uno ha elegido voluntariamente. La sobrejustifi-
85 Aronson, E. Op. cit

– 102 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

cación es una de las dimensiones principales de la motivación


intrínseca, que es el proceso psicológico que explica el hecho
de que en ocasiones la conducta no se lleva a cabo para obtener
recompensas materiales o externas, sino por el simple interés por
realizarla. En el caso que nos ocupa, la elección de determinado
estilo de vida religioso conlleva limitaciones e inconvenientes que
se deben minimizar, al tiempo que se sobrevaloran la relevancia y
superioridad moral de la elección personal, so pena de evidenciar
que se trata de un sacrificio que, a los ojos de los demás, es tan
innecesario como inútil. Muchas monjas o sacerdotes justifican
su imposibilidad de formar una familia o de tener una conducta
sexual saludable, minimizando los beneficios que proporcionan
tanto la familia, como el sexo y sobrevalorando la cualidad moral
de lo que a muchas personas no nos parecen que son sino graves
limitaciones personales.
El sesgo autocomplaciente86 es un error de atribución caracteri-
zado por el hecho de que uno valora sus propios actos de manera
más benévola que si la evaluación fuera estrictamente objetiva. En
concreto, los éxitos se atribuyen a la valía personal, mientras que
los fracasos se imputan a circunstancias externas y ajenas al propio
control. En sí mismo este sesgo no tiene por qué ser negativo,
siempre que no perjudique a los demás ni aleje a la persona de
la realidad o del razonable juicio. De hecho, es un mecanismo
que ayuda a mantener la autoestima ante situaciones difíciles,
mostrándose indulgente con uno mismo y asegurando un buen
concepto de sí mismo. Es uno de los procesos implicados en el
optimismo87 que, a su vez, es la esencia de la felicidad.

86 Miller, D.T. y Ross, M. (1975). Self-serving biases in attribution of causality:


Fact or fiction?. Psychological Bulletin, 82, 213-225.
87 Chóliz, M. (2008). ¿Es el optimista un pesimista mal informado?. Razón y
emoción en la búsqueda de la felicidad. En E.G. Fernández-Abascal: Emociones
Positivas. Madrid: Pirámide.

– 103 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

Por último, mediante la disonancia cognitiva88, se pretenden


hacer congruentes las actitudes que uno tiene sobre cuestiones
vitales importantes, con el comportamiento que lleva a cabo en
tales circunstancias, ya que uno de los factores principales en el
equilibrio psicológico es, precisamente, el mantenimiento de dicha
congruencia. Por ello, cuando la conducta es difícil de cambiar (y
los compromisos que se han adquirido, y que la Iglesia obliga, son
estrictos), es necesario hacer congruentes las actitudes personales con
las normas de la religión. Ya que no se puede cambiar la conducta, se
modifican las actitudes y se hacen congruentes con las reglas: si un
sacerdote no puede tener una vida sexual normal -porque los votos
se lo impiden- se adecuan las actitudes hacia la sexualidad y se asu-
me que la conducta sexual no es necesaria ni conveniente, y que su
privación es una forma de conducta “más cercana a Cristo” (sic).
Todos estos procesos psicológicos explicarían cómo se pueden
llegar a justificar y considerar como moralmente superiores con-
ductas que, en realidad, son socialmente disfuncionales, restringen
el bienestar personal y limitan el placer.
Pero las normas estrictas de reclutamiento no sólo son útiles para
consolidar la elección y mantenerse en el grupo, sino que también
pueden explicar algunas de las actitudes características y singulares
hacia (o en contra de) algunas de las motivaciones humanas más
importantes del ser humano. Pongamos de nuevo el ejemplo de la
sexualidad.
El voto de castidad exigido a los sacerdotes católicos tiene diver-
sas consecuencias muy significativas en su actitud hacia el sexo. En
primer lugar, al tener que privarse de una de las actividades más pla-
centeras con las que contamos las personas, se provocan mecanismos
psicológicos que tienen como finalidad justificar su deficiencia en
materia sexual, atribuyendo a la castidad un valor superior, máxime
cuando la elección de acceder al sacerdocio ha sido voluntaria. Se

88 Festinger, L. (1957). A theory of cognitive dissonance. Stanford: Stanford Uni-


versity Press.

– 104 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

trata de un mecanismo de superación de los efectos emocionalmente


perturbadores que produce la incongruencia debida a las propias
decisiones personales. Si se aceptan unos votos (por ejemplo el de
castidad) que suponen una privación de aspectos emocionales y
vitales muy relevantes, que conllevan comportamientos socialmente
desadaptativos y psicológicamente perturbadores, debe ser porque
con ello se consigue un beneficio superior, porque en caso contrario
es una decisión insoportablemente estúpida. Se habla de “vocación”,
de “llamada” de Dios, de conductas moralmente superiores y toda
una serie de justificaciones de una elección que en nuestra sociedad
actualmente es difícilmente comprensible. En un segundo momento,
la sobrevaloración de la elección personal suele acompañarse de una
denigración de la alternativa no elegida. Se trata de la solución para
favorecer el ajuste psicológico después de tomar una decisión que
supone la renuncia de otras metas o formas de vida beneficiosas y
valiosas. Hace ya mucho tiempo que Kurt Lewin89 y Neal Miller90
describieron la dinámica motivacional presente en los conflictos de
atracción y evitación que, en nuestro caso sirve para explicar por
qué los curas y monjas católicos denigran el sexo, especialmente el
de los demás.
Otro de los mecanismos psicológicos implicados en la actitud del
clero hacia el sexo y que también está relacionado con la autosegre-
gación que provocan las normas de reclutamiento es el conocido
como deprivación relativa, ya descrito por Alexis de Tocqueville en la
explicación de conflictos violentos. Los procesos de comparación con
los semejantes sirven no sólo para mantener el propio autoconcepto,
sino también como procedimiento de superación de situaciones
críticas. En muchas ocasiones, más que la propia privación, lo que
resulta insoportable es el que los otros posean aquello de lo que uno

89 Lewin, K. (1938). The conceptual representation and measurement of psychological


forces. Durham: Duke University Press.
90 Miller, N.E. (1944). Experimental studies of conflict. En J.M. Hunt (ed.),
Personality and behavioural disorders. New York: McGraw-Hill.

– 105 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

carece. Se trata de uno de los mecanismos responsables de la envidia,


que es una de las emociones más destructivas91. Ésta es una de las
razones de la insistencia por parte de los obispos en que los demás
no gocen de lo que ellos voluntariamente se han privado. De ahí la
enfermiza animadversión de muchos clérigos a que la gente disfrute
de la sexualidad de manera sana, libre y con placer.

. Jerarquía
Las organizaciones suelen tener estructuras jerarquizadas y la re-
ligión es una de las que dispone de una estructura más rígidamente
establecida, que se mantiene prácticamente incólume desde hace
siglos. La jerarquía no sólo es la estructura del grupo que está por
encima de los individuos y organiza sus acciones, sino que además
es una herramienta eficaz para eliminar disidencias u otras formas
alternativas de funcionamiento de la organización.
Cada uno de los miembros: feligreses, sacerdotes obispos, car-
denales, papa, etc. tienen definidas tanto sus funciones, como sus
competencias. Su estatus está sacralizado, lo que le otorga una enti-
dad superior e irrebatible dentro de su organización (pero en modo
alguno debería serlo fuera de ella) y algunos de los miembros tienen
votos específicos de obediencia, con lo que se mantiene rígidamente
la estructura jerárquica. En el caso del papa, el dogma de la infalibi-
lidad sirve además para justificar la doctrina que establezca mediante
sus comunicados o encíclicas cuando se pronuncia ex cathedra.
En este tema sí que no hay lugar a ambigüedades. Probablemente
sólo la institución militar (con la que la Iglesia suele tener buenas
relaciones, por cierto) tiene una eficacia comparable. Pero incluso los
ejércitos han sufrido cambios sustanciales que no se han producido
en la Iglesia, como es la incorporación de las mujeres a la estructura
de mando. Resulta incomprensible que todavía hoy la sociedad y la

91 Chóliz, M. e Iñiguez, C. (2002). Emociones sociales II (enamoramiento, celos,


envidia y empatía). En F. Palmero, E.G. Fernández-Abascal, Martínez, F. y Chóliz,
M., Psicología de la Motivación y Emoción. Madrid: McGraw-Hill.

– 106 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

legislación acepten discriminaciones sexistas tan groseras como las


que definen la jerarquía de la Iglesia, en la cual la mujer tiene un papel
de absoluta subordinación al varón. La igualdad jurídica entre sexos
es un valor superior que debe asumirse tanto en la organización de
cualquier organismo, como en los acuerdos entre instituciones92.

. Poder
Las grandes religiones siempre han estado cerca del poder. En
muchos casos no sólo se han encontrado próximas a él, sino que lo
han ejercido directamente. Las tres religiones monoteístas surgieron
apenas como un pequeño grupo sectario, al principio marginal e
incluso marginado, para extenderse ampliamente por amplios te-
rritorios geográficos e implicar ingentes masas de personas. Tanto
el cristianismo como el islamismo tienen una vocación de extensión
universal y así se ha puesto de manifiesto a lo largo de la historia,
puesto que en muchos casos la actividad misionera acompañaba a
las guerras de conquista. Las religiones reivindican territorios y hasta
naciones, se identificaban con gobernantes (reyes o dictadores “por la
gracia de Dios”) o incluso naciones con un designio de salvaguardar
los valores primigenios de la religión ante el “azote del paganismo o
el laicismo” (Ratzinger dixit). Como gráficamente señala Gonzalo
Puente Ojea, el poder se manifiesta por la “realeza de los dioses y la

92 Alguien estaría tentado a rebatir este argumento indicando que así es como
está organizada la Iglesia, ésas son sus normas y que quien desee formar parte
de ella, simplemente debe asumirlas. Adelantándome a dichos argumentos, no
habría sino que afirmar que resultarían cuando menos cínicos, teniendo en cuenta
que la Conferencia Episcopal Española se opone tan manifiesta y radicalmente,
ejerciendo todas acciones coactivas que están a su alcance, contra normativas que
le son ajenas, como los matrimonios civiles entre personas del mismo sexo, su
disolución administrativa, el establecimiento de las asignaturas del currículo de
los estudiantes y un largo etcétera. No obstante, con ser éste un argumento que
debiera hacer sonrojar al buen cristiano y cerrar la boca a cualquier obispo, más
importante todavía es que ninguna institución de una sociedad democrática debe
contravenir los principios constitucionales. Y la no discriminación por razón de
sexo está explícitamente recogida en el artículo 14 de la Constitución de 1978.

– 107 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

divinidad de los reyes”93. Incluso en la nonata Constitución europea


las Iglesias cristianas han pretendido explicitar su relevancia en el
texto, como si se tratase de una característica consustancial de la so-
ciedad que la Carta Magna deba reflejar. Habrá que reivindicar con
firmeza que, con independencia de que tanto el cristianismo como
el islam tuvieron mucho que ver en la historia de Europa (y también
fueron responsables de algunas de sus más graves tragedias), una
constitución es una carta de ciudadanía del siglo XXI, de derechos y
obligaciones civiles de una sociedad moderna, heterogénea y diversa.
Y sin negar el derecho a que las personas de forma individual tengan
creencias religiosas, éstas no deben orientar, ni mucho menos dirigir,
la organización social y política.
Pero la relación entre religión y poder es íntima. Tanto en las
propias teocracias como en los Estados con los que, aún siendo
aconfesionales mantienen relaciones de privilegio, la religión siempre
se ha implicado en los gobiernos, incluso formando parte de ellos
siempre que se lo ha permitido la legislación o cuando han tenido
capacidad para ocuparlo. Cuanto mayor ha sido el grado de impli-
cación de la religión con el poder, mayor carga de autoritarismo se
ha producido. Y no hace falta sino alejarse unas pocas décadas en
nuestra historia para constatarlo. En la actualidad, los regímenes
teocráticos, como Irán, son de los más perversos para las libertades
individuales. Mención aparte merece el caso del Vaticano, un Estado
donde el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial están no solamente
unidos, sino presididos por la misma persona, que es el papa. Un
Estado donde los únicos que tienen derecho a voto son los miem-
bros del Colegio Cardenalicio, que son seleccionados personalmente
por el Pontífice y cuya única participación “democrática” consiste
en elegir un nuevo sucesor cuando éste fallece. Por ello es indigno
apelar al establecimiento de relaciones políticas, en muchos casos
preferenciales, con el Vaticano, para que la religión siga teniendo

93 Puente Ojea, G. Op. cit

– 108 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

privilegios en España, cuando se trata de uno de los Estados más


autoritarios que actualmente existen en el mundo.
Durante el franquismo la Iglesia católica estuvo al lado del poder,
ayudando a mantener la Dictadura gracias a los Concordatos con
el Vaticano. Si bien después de la muerte del Dictador dejaron de
formar parte de algunas de las instituciones del Régimen94, siempre
han mantenido una relación privilegiada con el poder, aduciendo
que España es consustancialmente católica y reclamando derechos
adquiridos de manera poco legítima durante la aciaga Dictadura.
La separación del poder ha sido más formal que real, como se pone
de manifiesto en la presión que ejercen sobre los gobiernos demo-
cráticos cuando entienden que las leyes que promulgan (que son
legítimas) van contra su propio criterio moral. No hay que recordar
sino la denodada agresión con la que la Conferencia Episcopal y sus
adláteres han vertido sobre leyes como la del matrimonio civil entre
personas del mismo sexo o la presión para mantener e incrementar
sus privilegios en materia educativa (conciertos escolares, asignatura
de religión en el currículo, etcétera). Una de las manifestaciones más
palmarias de la relación entre la Iglesia y el poder es la posición de la
jerarquía eclesiástica en el tema del intento de solución del terroris-
mo de ETA o la acepción de la unidad de España como un criterio
moral (¡!), alineándose claramente con los postulados políticos e
ideológicos de partidos de ideología conservadora, con la intención
de ejercer poder.
En febrero de 2007 se hizo pública una sentencia del Tribunal
Constitucional respecto a la idoneidad de la Iglesia católica para se-
leccionar a los profesores de religión, aplicando los criterios morales

94 En 1953 Franco consiguió superar el aislamiento internacional de la Dictadura


mediante el Concordato con el Vaticano, lo cual significó para la Iglesia católica la
adquisición y reforzamiento de numerosas prerrogativas, no solamente en materias
educativas, fiscales o sociales, sino incluso políticas. Por poner sólo un ejemplo,
el prelado de mayor jerarquía y antigüedad formaba parte tanto del Consejo del
Reino, como del Consejo de Regencia, esta última una institución organizada
para los casos en los que quedara vacante la Jefatura del Estado.

– 109 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

que ellos establezcan, incluso a pesar de que contradigan algunos


de los principios básicos presentes en nuestra legislación, como es
la libertad a la hora de establecer vínculos afectivos con la persona
que cada uno quiera, con independencia de su estado civil95. Este
hecho, siendo grave, no es sino un síntoma de la relación íntima entre
religión y poder (en este caso judicial). Parece que en este caso no
se han medido las consecuencias, ni la magnitud de la sentencia ya
que, siendo competencia de las jerarquías eclesiásticas la elección de
profesores idóneos de religión, es el Estado el que establece el contrato
laboral con el trabajador. En el caso que nos ocupa, que es el de una
profesora despedida de su trabajo por vivir con otra persona con la
que no estaba casada, la restricción del contrato por parte del Estado,
por mucho que haya sido a instancias de la Conferencia Episcopal,
es ilegal, inmoral, injusta y me atrevería a decir que inconstitucional,
aunque a veces algunas sentencias parecen enigmáticas.

. Apelación al miedo
El miedo es una de las emociones más desagradables e intensas.
Las personas intentamos eludir las situaciones que nos lo provocan
y, de hecho, el temor es la forma más eficaz de inducir conductas de
escape o evitación. Las técnicas de persuasión basadas en apelación
al miedo utilizan este recurso para provocar un estado de malestar y
tensión que sólo se supera con la ejecución de una serie de conductas
que ponen fin a un estado emocional desagradable. El terror que
provoca el infierno, así como el recibir severos castigos por llevar a
cabo acciones que la religión sanciona, sirve para que no se realicen
las conductas prohibidas, consideradas como pecados o faltas por las
normas de la religión. Dios no sólo es todopoderoso, también puede
95 Según la sentencia del TC no es inconstitucional el que los obispos despidan
a una profesora de religión por vivir con otra persona que no sea su marido. Sin
embargo, es el Estado (aconfesional) quien contrata y paga el sueldo del profeso-
rado de religión y, en el colmo de lo esperpéntico, quien debe hacerse cargo del
subsidio de desempleo o de la indemnización por despido, si éste se considera
improcedente.

– 110 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

ser vengativo y su ira terrible. Ofenderle (y hay muchas formas de


hacerlo) supone ser castigado irremediablemente si no se llevan a
cabo acciones de arrepentimiento y penitencia. Y son los sacerdotes
quienes tienen la potestad de evitar el castigo imponiendo una pena
para poder purgar las faltas. Esta función los coloca definitivamente
en un plano superior al de los feligreses, puesto que su posición de
intermediación entre el hombre y la divinidad, así como la autoridad
que le confiere su cargo, hace que sean imperativas tanto la obediencia
debida, como la creencia de sus asertos.
La religión siempre ha utilizado este recurso. En épocas anteriores
de una manera expeditiva y cruel, como es el caso del Tribunal de
la Inquisición. En la actualidad mediante las fatuas emitidas por
ayatolás. El miedo a ser requerido por la Inquisición favorecía falsas
delaciones y el terror a sus consecuencias, incluso autoinculpaciones
artificiales. A pesar de que en la actualidad dicho Tribunal no im-
pone penas por la inobservancia de sus preceptos, lo cierto es que la
religión sigue utilizando la estrategia de apelación al miedo, puesto
que sigue disponiendo de recursos como el castigo eterno y juicios
divinos irrebatibles por los mortales96.

. Recurso a la fe
Como hemos señalado anteriormente, la fe es el recurso a la igno-
rancia. Supone abandonar la capacidad que tenemos los humanos
de aceptar la realidad con el ejercicio de la razón y el entendimiento
para, por el contrario obedecer de forma ciega y acrítica, sin someter
a contrastación empírica o juicio racional aquello que se nos plan-
tea u obliga. La fe, el creer sin intentar comprender, es la mejor de

96 Joseph Ratzinger ha asegurado de forma contundente que “el infierno existe y


es eterno”, retrocediendo todavía más las posiciones teológicas de Karol Wojtyla.
Dicha afirmación aparece en una Exhortación pastoral en marzo de 2007 y es
consecuencia directa del primer sínodo de su papado, una de cuyas frases con las
que lo inició fue la de que “Dios ha sido desterrado de la esfera pública”, instando,
de esa manera a prelados y fieles para que la religión no se limite al ámbito privado
de las creencias.

– 111 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

las herramientas para evitar que se desenmascaren los errores o los


engaños. Es un recurso obligado cuando se pretende que se acepten
postulados falsos o indemostrables.
Para justificar este recurso, las religiones someten a un incesante
adoctrinamiento en el que sitúan la fe en un plano moral superior al
del razonamiento. A las personas con fe se les considera moralmente
superiores, como si la ignorancia fuera un criterio de bondad. A
nuestro juicio éste es uno de los principales atentados contra la dig-
nidad humana, ya que si en algo nos distinguimos de otros animales,
precisamente es por la capacidad de aprehender cognoscitivamente
la realidad, lo que nos permite ser capaces de decidir sin necesidad
de guiarnos exclusivamente por reflejos fisiológicos u órdenes e
imperativos dogmáticos.
La fe supone tanto la aceptación como la manifestación de la
propia ignorancia. Cuando no se tienen argumentos con los que
defender las afirmaciones que se declaran, cuando no existe evidencia
empírica de las mismas (y en muchos casos ni siquiera son lógicas)
se apela a la fe. Y el recurso es ciertamente eficaz, porque con la fe se
obliga a creer afirmaciones que aquél que las proclama ya no tiene
siquiera obligación de justificarlas. De esta manera pueden estable-
cerse dogmas y creencias sin necesidad de demostrarlos racional o
empíricamente. Postulando la fe eliminamos el juicio crítico que, de
hecho, es la única manera de conseguir que se acepten como ciertos
los supuestos míticos de las religiones.
Pero para poder mantener eficazmente este recurso se precisa de
apoyo externo. Uno de los pilares en los que se basa es la apelación
al argumento de autoridad (argumentum ad verecundiam), una de
las falacias más características cuando se expone una argumentación
falsa. Se apela a que se crea porque quien la emite es una persona
de reconocido prestigio o de la cual no está bien discutir, pero que
en este caso no es capaz de sustentar racional o científicamente sus
declaraciones97. Creer en dogmas porque así lo han hecho personas

97 García Damborenea, R. (2000). Op.cit.

– 112 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

venerables, sin analizar el contenido de la creencia ni las circunstan-


cias personales, ambientales, culturales o históricas que hicieron que
dicha persona creyera, es apelar a la falacia de autoridad.
La fe se asienta en otro apoyo, quizá más fundamental todavía, ya
que los fieles se ven sometidos continuamente a un adoctrinamiento
en el que se asume que la posesión de la fe significa un valor esencial
y superior, que además es un don y una manifestación de la cercanía
con Dios. Como hemos indicado, la fe es la única forma posible de
aceptar los postulados de la religión, entre ellos la propia existencia
de Dios, puesto que son indemostrables. Pero al mismo tiempo, la
fe se concibe como una evidencia de que el propio Dios ha obrado
en el creyente para infundirle un don que se considera superior mo-
ralmente. Así pues, no se trata tan solo de una simple tautología (la
fe es un don infundido por Dios, cuya existencia es un acto de fe),
sino también de una impostura moral. Según la religión el tener fe
se considera como una virtud (“ser ungido con la gracia de la fe”) que
quien la ostenta disfruta de una categoría moral superior.
Las personas tenemos la necesidad tanto de creer que obramos
bien, como de valorarnos éticamente. Así, la elevación en el nivel
moral que se le supone a la fe por parte de la religión refuerza sus
creencias, convirtiéndose de esta manera en uno de los principales re-
cursos para que se acepten como válidas doctrinas indemostrables.

. Obras de caridad
Quizá sea ésta una de las fórmulas más eficaces y extendidas de
captación y difusión social de la religión, a la par que de justificación
de su existencia. El pueblo marginado, indefenso, maltratado y hasta
hambriento encuentra en algunas de las organizaciones pertenecien-
tes a la Iglesia o la Umma ayuda para su desventura. El apoyo a los
más desfavorecidos por parte de algunas organizaciones de caridad
que, aunque suele suponer una parte menor de los dispendios si los
comparamos con las partidas que las propias religiones dedican a
boato, fastuosidad (caso del Vaticano) o incluso gasto militar (caso

– 113 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

de Hezbolá) es prácticamente la única ayuda con la que cuentan los


pobres en los países pobres. El predicamento que tienen organiza-
ciones como el FIS en Argelia o la propia Hezbolá en el Líbano se
explican porque son las únicas que proveen de asistencia social, edu-
cativa y médica en Estados desestructurados o en otros en los que los
gobiernos dedican la mayor parte de sus recursos al enriquecimiento
de sus dirigentes o a pagar la deuda externa contraída con los países
ricos. En estas circunstancias, la ayuda real suministrada por orga-
nizaciones religiosas sirve para unir y crear un verdadero cuerpo de
fieles agradecidos a sus benefactores. Una parte más que sustancial de
esta ayuda social va destinada a la educación. La red de escuelas está
controlada y dirigida por organizaciones religiosas con el objetivo de
adoctrinar desde la infancia para conseguir adeptos fieles.
La presencia de personas o grupos dentro de la Iglesia que mani-
fiestan altruismo, conductas prosociales u obras de caridad es otro
de los argumentos esgrimidos para justificar el valor de la religión y
defender su implantación social.
En este punto cabría hacer algunas consideraciones que considera-
mos oportunas. Es cierto que algunas personas e incluso instituciones
pertenecientes a las diversas religiones honran su nombre y dignifican
los credos a los que pertenecen por las acciones de humanidad que
llevan a cabo98. Lo que ocurre es que estas personas o colectivos no
tienen poder alguno en las religiones de las que dependen. Los curas
y obispos de la Teología de la Liberación ejercen un papel extraordi-
nario en la defensa de la libertad y de la dignidad de los pueblos de
Hispanoamérica, donde surge y está implantada, llevando a cabo
una labor social que los Estados han renunciado a cumplir. Pero no
es precisamente una corriente que tenga influencia ni poder en la
jerarquía católica. El Opus Dei, por ejemplo, dispone de numerosos
cardenales en la curia vaticana, así como un control económico y

98 Sería injusto no reconocer la labor humanitaria de personas con convicciones


religiosas o el compromiso personal de ayuda a los desfavorecidos por parte de
personas dentro de instituciones de la propia Iglesia.

– 114 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

político de la jerarquía católica incomparablemente mayor99. Es más,


en muchos casos las acciones de los curas de la teología de la libe-
ración han sido duramente censuradas por parte de las autoridades
eclesiales. Karol Wojtyla acuñó el término de “Teología de la Bendi-
ción” precisamente para amonestar a los (a su juicio díscolos) curas
hispanoamericanos, al tiempo que el cardenal Ratzinger se enfrentó
a ellos durante mucho tiempo mientras ejerció el cargo de prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Hace unos meses, Jon
Sobrino, jesuita español y uno de los principales representantes de la
Teología de la Liberación, ha sido inhabilitado para impartir cursos
de teología por parte del (ya papa) Joseph Ratzinger.
Al igual que ocurre con el tema de la educación (y de nuevo
reconociendo la labor social que llevan a cabo personas con convic-
ciones religiosas), lo que hay que defender con rotundidad es que
los recursos sociales son responsabilidad del Estado. En el caso de
España, la economía tiene una capacidad más que suficiente para
que los derechos sociales no sean objeto de acciones de caridad. Y no
solamente porque existan recursos económicos suficientes, ya que un
país que teje una red de trenes de alta velocidad como la que se está
construyendo demuestra que cuenta con recursos financieros más
que de sobra para mantener el bienestar social. Sólo es cuestión de
priorizar las políticas sociales. Lo que es verdaderamente sustancial
es que un Estado moderno tiene la responsabilidad del bienestar
de sus ciudadanos y la sociedad no debe permitir a sus gobiernos
que los derechos sociales sean actividades caritativas discrecionales.
La correcta aplicación de los servicios sociales y educativos es una
obligación que el Estado tiene contraída con sus ciudadanos obli-
gación que no puede abandonar y que se nos debe, porque es la
base de la propia dignidad humana y que tiene más relevancia que
tantas otras sobre las que se dedican ingentes cantidades de dinero.
Y los derechos y la dignidad de las personas se salvaguardan mejor
con leyes democráticas tolerantes, que no distinguen de diferencias

99 Orbaneja, F. (2007). Opus Dei: la santa coacción. Barcelona: Ediciones B.

– 115 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

ideológicas entre ciudadanos, que con códigos morales religiosos,


que todavía predican que la salvación sólo es posible en el seno de
la Iglesia100. Recurrir a la asistencia de caridad que obra la religión
es, de nuevo, una dejación de funciones del Estado, que tiene la
obligación de asistir los problemas de sus ciudadanos.

. Establecimiento de modelos
Todas las religiones disponen de un repertorio de personas que
o bien son consideradas como santos o han adquirido una especial
categoría espiritual o moral que los sitúa en un plano superior a los
demás y que sirven como modelo, guía o incluso pueden ser objeto
de culto. Disponer de ellos es un poderoso recurso de adoctrina-
miento, ya que las creencias, convicciones, criterios morales y pautas
de conducta que impone la religión son más creíbles y admisibles si
provienen de personas cuya conducta ejemplar es objeto de venera-
ción. Sobre ellos se crea el mito, acreditándoles atributos y cualidades
personales que los hacen más atractivos y convincentes, de manera
que se facilita la aceptación de las normas de la Iglesia cuando éstas
provienen de ellos.
Pero ésta no ha sido la única función que han tenido, ya que su
utilización como herramienta propagandística ha sido grotescamen-
te frecuente a lo largo de la historia. Comunidades, poblaciones e
incluso Estados se arrogan la propiedad de santos y otras personas
venerables, incluso como arma (nunca mejor dicho) contra infieles,
enemigos o simplemente adversarios. San Jorge, Santiago o Vírge-
nes de toda condición caracterizadas etnográficamente en función
de donde “aparecieran” ayudaron a la comunidad que los venera a
derrotar y destruir a los enemigos, en lo que supone una falsificación
de la historia y de los hechos acontecidos de una forma tan absurda
como irreal. Se trata de un instrumento poderoso de persuasión,

100 Las tres principales religiones monoteístas indican claramente en su doctrina


que sólo es posible la salvación en el seno de su propia iglesia. Los judíos, incluso
se arrogan la preferencia de ser el pueblo elegido de Dios.

– 116 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

adoctrinamiento y sumisión a la autoridad, propio de un pensamien-


to mitológico, que es en definitiva la esencia de la religión.
A los personajes objeto de veneración se les supone una existencia
actual plena de felicidad en el paraíso propio de cada religión, que
compensa las penalidades que tuvieron que sufrir en vida. En mu-
chos casos su muerte se produjo de forma atroz e indigna. El propio
martirologio que rodea a las religiones monoteístas no deja de ser un
acontecimiento terrible (y a mi juicio sádico) contra el respeto a la
dignidad humana que ha tenido dos funciones principalmente.
En primer lugar, la de justificar la inmovilidad contra las injusticias
y el sometimiento ante los dictados de las jerarquías dominantes, ya
que los mártires fueron modelo de pasividad y ausencia de rebeldía.
En segundo, como argumento para conseguir o mantener privile-
gios, indicando que los mártires son la muestra de que han sido una
comunidad perseguida por sus ideas que, por lo tanto, merece una
compensación.
La segunda función la ejercen los modelos actuales. En este caso
se trata de líderes, personas que ejercen una destacada influencia
sobre los miembros del grupo, que se encuentran en una posición
de dominación y sus mandatos son obedecidos sin crítica por los
subordinados. Su condición de dirigente puede ser debida a la ca-
pacidad de organización (líder de tarea) o por su atractivo personal
(líder carismático). Los líderes presentan una elevada motivación de
poder, que según Susan Fiske, viene caracterizada esencialmente por
el interés en establecer relaciones asimétricas con los demás101. En este
sentido, la estructura organizativa de las religiones es jerárquica, en
la que el líder espiritual se encuentra en una posición de dominación
sobre los feligreses. Las funciones que llevan a cabo los confirman en
su categoría, por todo lo cual ejercen una poderosa influencia sobre
las actitudes y comportamientos de los creyentes.
Pero aquí ocurre uno de los hechos más rocambolescos, difícil-
mente asumible en las sociedades modernas. El que un líder disponga

101 Fiske, S.T. y Taylor, S.E. (1991). Social cognition. New York: McGraw-Hill.

– 117 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

de suma autoridad en el seno de su grupo, para nada autoriza a


impartirla fuera del mismo. La sociedad no tiene por qué escuchar
(ni mucho menos obedecer) los dictados de los clérigos cuando im-
parten doctrina en materia de moral o de normas de conducta. Ni los
gobiernos, ni los medios de comunicación deberían dar credibilidad
ni pábulo a obispos, imanes o rabinos cuando intentan influir o in-
terferir en las acciones de los gobiernos democráticamente elegidos.
Sus arengas deberían confinarse a su grupo de referencia, es decir, a
sus fieles y subordinados, pero en absoluto a quienes ni aceptan sus
creencias ni forman parte de su “cuerpo místico”.

. Abordar temas de gran importancia personal


Como hemos indicado cuando repasamos las funciones que
cumple la religión, una de las principales es abordar algunas de las
cuestiones trascendentales que preocupan al ser humano para dar
sentido a la propia existencia. Se trata de bálsamos emocionales,
más que de conocimiento veraz, pero que han sido de utilidad para
muchas personas, especialmente en épocas históricas en las que la
ciencia o no existía o su conocimiento no era suficiente para explicar
dichos fenómenos. En la actualidad todo ha cambiado bastante y los
principales temas sobre los que la religión dogmatizaba son abordados
por las ciencias humanas como antropología, sociología y psicología
hasta el punto de que las explicaciones que aporta la religión se han
demostrado que no sólo son ingenuas, sino también innecesarias.

a. Búsqueda de la felicidad
Según Aristóteles, la felicidad es el bien último al que se dirigen
todas las acciones, porque cualquier cosa se pretende para alcanzar
objetivos superiores, pero la felicidad no se desea para conseguir
otros fines sino que se aspira por sí misma. Sin embargo, no fue
el Areopagita sino Epicuro quien sitúa la felicidad en el centro de
su pensamiento filosófico y, aunque el epicureismo nunca niega la
delicada conmoción intelectual que provoca el razonamiento, tam-

– 118 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

poco es ajeno a los deleites corporales, siempre que su intensidad


no perturbe el afecto positivo.
Las grandes religiones, sin embargo, tienen una visión de la
felicidad radicalmente opuesta y, como vamos a evidenciar a conti-
nuación, esencialmente insana. Con un discurso pretendidamente
ambiguo y vago, imposible de rebatir ni de contrastar, manifiestan
una animadversión patológica al hedonismo, cuando el principio
del placer gobierna la mayoría de nuestra conducta y de nuestros
sentimientos. Nuestro cerebro no sólo ejerce funciones perceptivas
o racionales consideradas como “superiores”, sino que está tam-
bién especialmente organizado para disfrutar del placer. Circuitos
neuronales, neurotransmisores como la dopamina o áreas como el
sistema límbico conforman un sistema esencial para comprender la
capacidad de gozar que tenemos los seres humanos102. Evitamos el
dolor y el sufrimiento, que también es una experiencia que es con-
secuencia de la actividad cerebral. Esto es un hecho tan evidente,
que resultaría grotesco hasta obviarlo. Sin embargo, el cristianismo
basa su ideal en un martirologio que, visto desde fuera, no parece
sino una retahíla de actos sádicos y masoquistas difíciles de entender
si no se participa de su credo o si no se tiene una mente patológica.
Los santos que, como acabamos de comentar, son los modelos de
personas a imitar, lo son en muchas ocasiones por el sufrimiento al
que supuestamente han sido sometidos. La privación gratuita del
placer, el sufrimiento y abnegación injustificados se consideran va-
lores moralmente superiores, que se utilizan como medio de purgar
los propios defectos y alcanzar una plenitud futura ultramundana.
La culminación del amor de Dios a los hombres es “el sacrificio y
muerte de su propio hijo; y muerte de cruz” dicen los textos doctri-
nales. Dicha frase, incongruente y terrible (el amor se demuestra
torturando y matando al hijo) no puede entenderse desde la cordura
mental y moral y solamente puede llegar a aceptarse mediante un
adoctrinamiento basado en la repetición mecánica de dicha frase,

102 LeDoux, J. (1999). El cerebro emocional. Barcelona: Ariel.

– 119 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

hasta que ésta se vacía de contenido. Porque su significado es tan


espantoso como repugnante.
Otra cosa es que, para que se produzca un desarrollo personal
ajustado y completo, tanto los patrones de crianza como las pautas
educativas deben dotar a las personas de recursos para soportar la
frustración, tolerar el dolor y superar el sufrimiento. Pero no porque
la frustración, el dolor o el sufrimiento sean en sí mismos buenos o
deseables ni, por supuesto, porque la mortificación sea en esencia una
acción moralmente superior, sino porque se trata de condiciones que
muy probablemente todos padezcamos en algún momento de nuestra
vida y es preciso superar con dignidad, para lo cual debemos estar
preparados y afrontarlas con los recursos psicológicos suficientes.
Así las cosas, para la mayoría de las religiones la “auténtica” felici-
dad no se encuentra en esta vida sino después de la terrenal muerte,
convirtiendo la existencia en un triste tránsito hacia otra existencia
eterna, en donde se conseguirá la felicidad al lado de Dios o en el pa-
raíso de Alá. Se trata de nuevo de frases sin sentido, pretendidamente
ambiguas y apelando a una realidad incomprobable y probablemente
inexistente. Es evidente que muchas personas pasan privaciones, pe-
nalidades y sufrimientos -a veces indescriptibles- y que su existencia
es dramática. Además, se trata en muchos casos de situaciones que
no tienen visos de solución, sino que muy probablemente quienes
las padecen se encuentren condenados a soportarlas durante mucho
tiempo. En la mayoría de los casos se trata, además, de circunstancias
injustas. En estas condiciones las personas necesitan creer en que en
algún momento cambiará su situación y, de alguna forma, hasta se
compensará su sufrimiento actual. En este caso se trata de un recurso
psicológico que sin duda ayuda a soportar tan penosa situación,
pero en lugar de ayudar a buscar objetivos razonables y dotar de
estrategias para superar las circunstancias en las que se encuentran,
las religiones prometen una existencia más plena y feliz después de
la muerte, siempre que se cumplan con los preceptos que obligan.
Con ello impiden que se lleven a cabo acciones que podrían favore-

– 120 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

cer la superación de sus padecimientos reales y presentes e inducen


al doliente en la resignación, hasta el punto que la búsqueda de la
“verdadera” felicidad que promulgan las religiones ha servido más
para justificar el sufrimiento que para ayudar a solucionarlo.
Los clérigos son una clase especial dentro de las religiones. Disfru-
tan de una situación de privilegio, tanto por las funciones que se les
otorgan en el ritual religioso, como por la exención de obligaciones
a las que se ve sometido cualquier ciudadano. Para acceder a dicha
casta deben pasar una serie de ritos de iniciación y cumplir preceptos
o votos que los distinguen de los demás y que son su seña de iden-
tidad y diferenciación. La misión de los votos sirve, precisamente,
para proceder a una selección entre los miembros de la comunidad
que, generalmente, no están dispuestos a seguir unas normas tan
rígidas ya que, de hecho, dichas reglas son arbitrarias y nada tienen
que ver con el desempeño de sus funciones. En ocasiones los votos
hacen explícita referencia a la privación del placer en sus diversas
manifestaciones. Para poder hacer congruente el equilibrio cognitivo
de vedarse el placer y hacerlo además de forma voluntaria (a nadie
se le obliga a ser clérigo), deben justificar su elección apelando a que
se trata de una forma de vida superior y así transmitirlo a los otros.
De esta forma, entienden la renuncia al placer (significativamente
el placer sexual, tal y como hemos visto anteriormente) como una
forma superior y trascendente de vida. El verdadero problema es
cuando para justificar sus deficiencias vitales (y su represión en
materia sexual) intentan obligar a todos los demás a que limiten
su capacidad de disfrutar de la vida en sus numerosas posibilidades
apelando a cuestiones morales cuando, en realidad, lo que pretenden
es soportar su propia frustración.
En lo que hace referencia al conocimiento científico de la felicidad
hay que decir que durante décadas, tanto la psicología como la filoso-
fía se han dedicado con mucho más interés a las emociones negativas
que a las positivas. Miedo, ira, pena, ansiedad o depresión han sido
objeto de estudio prioritario y, de hecho, se les ha considerado de

– 121 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

mayor relevancia social y personal que la satisfacción, el optimismo


o la alegría. Al menos de mayor urgencia.
No obstante, esto ha cambiado sustancialmente en los últimos
años. Y aunque todavía las emociones negativas ocupan más interés
como objeto de estudio (en gran medida porque son la base de
numerosos trastornos y deben dedicarse esfuerzos para desarrollar
tratamientos eficaces que mitiguen el malestar) cada vez es mayor
el interés por la denominada psicología positiva, entre los que des-
tacan científicos tan insignes como Martin Seligman103 o Mihaly
Csikszentmihalyi104. El análisis de las emociones positivas y cómo
afectan no sólo al bienestar, sino también al establecimiento de
relaciones sociales funcionales, promoción de la salud o adaptación
a las exigencias del ambiente, es una de las áreas de estudio más
prometedoras y fructíferas de la psicología de la emoción. De entre
todas las emociones, la felicidad probablemente sea la que genera
actualmente un mayor interés científico.
Según la psicología actual, la felicidad se entiende como un estado
afectivo que está íntimamente relacionado con emociones positivas,
tales como alegría o satisfacción. No es fugaz, sino que consiste en
un estado de ánimo duradero que compromete y se generaliza con
las propias actividades y experiencias cotidianas. Pero, pese a tratarse
de un estado de ánimo global, la felicidad se construye de forma
sintética a partir de elementos más simples105. Existen factores y
circunstancias que facilitan la aparición de un estado de ánimo pla-
centero que favorece la comprensión de la realidad de una manera
amigable, característica de lo que podemos considerar como felicidad.
Los principales instigadores que se ha demostrado que influyen en la
aparición de la felicidad son: 1) el tener objetivos vitales relevantes
que nos permitan crecer personalmente; 2) congruencia entre lo

103 Seligman, M. (2005). La auténtica felicidad. Barcelona: Byblos.


104 Csikszentmihalyi, M. (1997). Fluir: una psicología de la felicidad. Barcelona:
Kairós.
105 Chóliz, M. Op. cit.

– 122 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

que se tiene y lo que se desea, y 3) presencia de momentos placen-


teros y ausencia de situaciones aversivas. A su vez, la felicidad se ha
demostrado que permite disfrutar de las experiencias vitales; genera
una actitud positiva hacia uno mismo y los demás; favorece la em-
patía y conductas de ayuda; facilita el establecimiento de relaciones
interpersonales e induce sensaciones de vigorosidad, competencia,
trascendencia y libertad.
Todas estas cuestiones han sido demostradas a lo largo de décadas
de investigación empírica y experimental. La aplicación del método
científico permite entender este fenómeno de una manera más clara
que la ambigüedad que proporciona la religión pero, sobre todo,
posibilita el conocer detalladamente cuáles son las claves para vivir
más plenamente y ser, en definitiva, más feliz.

b. Entender y fomentar el amor


A pocas cuestiones se hace tanta referencia en los textos cristianos
como al amor; al que tiene Dios a los hombres y el que nos debe-
mos profesar los seres humanos entre nosotros. La primera encíclica
del papado de Joseph Ratzinger fue dedicada precisamente a este
tema.
Pero el amor no es tema exclusivo de la religión, ni de la religión
católica. De hecho, es posible que se trate de la experiencia humana
más importante y a esta cuestión se refieren desde los poetas hasta
los cantantes, desde los padres a los amantes. Y, desde luego, ha sido
objeto de estudio de la ciencia, como veremos a continuación. No
obstante, comoquiera que todos experimentamos amor, cada uno
de nosotros tiene una idea del mismo en función de las experiencias
que hemos vivido o de las propias expectativas que alberguemos.
Si ya los textos doctrinales suelen manifestar un contenido ambi-
guo cuando abordan cuestiones reales, en lo que se refiere al amor la
vaguedad alcanza dimensiones descomunales. La utilización de giros
gramaticales, circunloquios, utilización de palabras biensonantes,
pero carentes de significado concreto en el contexto en que se plas-

– 123 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

man, hace que los textos, epístolas o la propia encíclica papal sean
discursos con un elevado componente estético, más que semántico.
Las metáforas tienen la doble función de plasmar de forma atractiva
y directa significados diferentes a los de su acepción literal. Adquie-
ren su sentido concreto en contextos muy determinados, pudiendo
modificar considerablemente su significado si varían las situaciones o
circunstancias. Utilizadas de forma improcedente no sólo se consigue
que pierdan su significado alegórico por el que fueron elegidas, sino
que el contenido de la frase llega a ser fútil, confuso e insostenible.
Si analizamos en concreto la encíclica papal “Deus Caritas est”
podemos encontrar que en ella se establecen deducciones verdadera-
mente arbitrarias, que llegan a ser hasta extravagantes, como cuando
concluye, a partir de los textos del Génesis (metafóricos sin duda,
cuando se habla de costillas con las que se crean personas) el que
Dios imponga matrimonio heterosexual y monógamo. O cuando
la letra explícitamente sexual del Cantar de los Cantares se difumina
de su carga erótica, interpretando como una simbolización del amor
de Dios a los hombres. O cuando se considera que la manifestación
más sublime del amor es cuando Dios (¿existe?) mata a su Hijo
(que es Él mismo y todopoderoso) como manifestación de amor a
los hombres (¿muerte y tortura como manifestación de amor?). Se
trata de un discurso más poético que filosófico, estético más que
científico. Y aunque no puede negarse que el amor tenga un aspecto
idílico (principalmente el del enamoramiento, aunque éste no es un
tema que suela tratarse en textos teológicos), en modo alguno puede
pretenderse que una encíclica papal, que es un texto doctrinal lleno
de pautas de conducta y valoraciones morales, se rija por los cánones
poéticos. Debe tener una estructura racional y empírica rigurosa,
cosa de la que adolece absolutamente “Deus caritas est”.
Y esto en modo alguno es novedoso, ya que la religión católica
gusta de utilizar la retórica para llegar a conclusiones que se toman
como definitivas. Así, en muchas ocasiones se cometen errores o fala-
cias y en otras se argumenta sin una base sólida. Volviendo de nuevo

– 124 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

a la encíclica “Deus Caritas est”, en ella se indica que “el desarrollo del
amor hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza conlleva el que
ahora aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica
exclusividad —sólo esta persona—, y en el sentido del «para siempre».
El amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido
también el tiempo. No podría ser de otra manera, puesto que su promesa
apunta a lo definitivo: el amor tiende a la eternidad.”
Lo primero que habría que demostrar es el hecho de que el de-
sarrollo del amor en su más íntima pureza aspire a lo definitivo.
¿En qué se basa para afirmar eso?; ¿acaso no es un proceso y como
tal en continuo desarrollo y cambio? Tampoco se justifica el que lo
definitivo quiera decir exclusividad, y además exclusividad de sólo
esta persona. ¿Por qué no se puede amar a otras personas también?
¿Cuánto se puede amar? Y ¿qué quiere decir que el amor engloba la
existencia entera en todas sus dimensiones? ¿acaso no existen dimen-
siones en las cuales el amor tiene poco o nada que decir?. Por otro
lado, el amor de pareja dispone de una dimensión esencial, que es
la sexual, a la cual las jerarquías eclesiásticas suelen relegar al plano
exclusivo de la procreación y a la que alejan de la dimensión de placer
que caracteriza a la sexualidad y la singulariza del resto de acciones
humanas, que suelen ser mucho menos placenteras que ésta.
Así suelen ser las argumentaciones teológicas: una carga impre-
sionante de metáforas y grandes palabras unidas frases sintáctica-
mente correctas, pero cuyo contenido no deriva lógicamente de
argumentos veraces, ni está contrastado por la realidad. La mezcla
de hechos históricos, pseudohistóricos, metáforas, criterios morales,
etcétera, hace que en realidad los discursos sobre el amor que pro-
pugnan carezcan de todo sentido. Las incoherencias de las prédicas
(y encíclicas) no son sino una manifestación más de que el adoctri-
namiento religioso tiene como objetivo mantener el discurso en un
nivel ajeno a la discusión y el entendimiento. La apelación a la fe y
credulidad aceptando la autoridad del papa o de los sacerdotes que
interpretan los textos (falaces y simbólicos) es el principal recurso

– 125 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

a la ignorancia. Su aceptación no es sino la más clara evidencia de


impostura intelectual. Hans Christian Andersen lo puso en boca de
un niño, pero ¿es que ningún cristiano se ha dado cuenta de que el
emperador va desnudo?.
Por el contrario, la explicación científica del amor es ciertamente
diferente. Si bien es cierto que la experiencia amorosa es difícil de
medir y cuantificar (parámetros éstos esenciales del conocimiento
científico) es cierto que una exploración rigurosa de la experiencia
amorosa exige analizar sus componentes esenciales, si queremos no
solamente entenderla, sino también fomentarla. Probablemente
el amor que profesamos a otras personas sea la experiencia más
importante que tendremos ocasión de experimentar a lo largo de
nuestra vida y es por ello que es necesario conocerlo y establecer las
condiciones para que sea, además, una experiencia gozosa y plena.
El ser humano tiene la capacidad de amar y lo hace de muy dis-
tinta manera, según la relación que se establezca con el ser querido.
Así, podemos distinguir el amor fraternal, el paternal, el amor
romántico o la propia amistad. Cada una de las posibles relaciones
que definen las distintas formas de querer puede ser más o menos
intensa o adquirir mayor o menor grado de compromiso. Como
cualquier relación humana, ésta evoluciona en el tiempo y según
las circunstancias personales y ambientales.
En lo que hace referencia al amor de pareja, los trabajos de Ro-
bert Sternberg demostraron la existencia de tres dimensiones que
lo definen y que sirven para entender, no sólo las características de
la propia relación amorosa, sino las áreas en las que sería preciso
intervenir para que la experiencia sea gratificante y plena106. El
amor se compone principalmente de tres factores: intimidad, com-
promiso y pasión. Los amantes son confidentes, buscan momentos
de encuentro y a lo largo de la relación se acercan en las cuestiones
vitales importantes, tales como actitudes y valores: es la intimidad.

106 Sternberg, R. (2000): El triángulo del amor: intimidad, pasión, compromiso.


Barcelona: Paidós.

– 126 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

Los amantes tienen proyectos en común, se ayudan y manifiestan


su relación externamente; se implican el uno con el otro: se trata del
compromiso. Finalmente, los amantes se desean, se provocan afectos
positivos y emociones intensas y disfrutan sexualmente: la pasión es
la tercera de las principales dimensiones del amor.
Respecto a esta última, y retomando de nuevo el tema, la actividad
sexual no sólo tiene la misión de procrear. Desmond Morris cita al
menos diez funciones, entre las cuales se indican la de dar placer,
formar y mantener relaciones de pareja, manifestar estatus o utili-
zarlo como intercambio107. Y hace más de seis décadas que Alfred
Kinsey puso de manifiesto que una persona puede tener entre varios
cientos y varios miles de relaciones sexuales a lo largo de su vida108,
pero muy pocos hijos (solamente 1,2 si es español), con lo que se
pone a las claras que la reproducción no sólo no es la única función
de la actividad sexual, sino que es, además, una función secundaria
y, desde luego, francamente ineficiente. En lo que hace referencia a
las relaciones de pareja, la actividad sexual sirve tanto para establecer
vínculos afectivos, como para mantenerlos. Pero también es una de
las motivaciones humanas más importantes que se pueden llevar a
cabo, con independencia de las relaciones amorosas. La actividad
sexual sirve también para proporcionar placer aunque se lleve a cabo
por personas que no se aman, sino que simplemente pretenden gozar
de una experiencia agradable e intensa.

c. Actitud hacia la muerte


Como señala André Comte-Sponville109, probablemente es en
la actitud hacia la muerte donde la religión todavía ejerce una su-
premacía respecto a otras fórmulas sociales para afrontar la última
e inevitable etapa de la existencia. La religión suele tener un papel
destacado en estos momentos, incluso en los casos en los que las
107 Morris, D. (2000). El mono desnudo. Barcelona: Plaza & Janés.
108 Kinsey, A.C.; Pomeroy, W.B. y Martin, C.E. (1948). Sexual behaviour in the
human male. Filadelfia: Saunders.
109 Comte-Sponville, A. (2006). El alma del ateísmo. Barcelona: Paidós.

– 127 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

creencias no han significado mucho durante la vida. La “solución”


que aporta la religión se basa en la creencia en una entidad no cor-
pórea, cuya existencia perdura después de que el cuerpo se haya con-
vertido en materia inerte. Pese a tratarse de una explicación mágica
y no demostrada, lo cierto es que sirve para dar alivio a la angustia
de quien está en trance de morir, al tiempo que ayuda a sus seres
queridos para superar el duelo y llenar el vacío de la pérdida.
Pero, de nuevo, el que tenga esta utilidad para el que cree, en modo
alguno sirve como demostración de su veracidad. Las opiniones de
las creencias religiosas son útiles para el que las comparte como un
mecanismo psicológico de afrontamiento ante momentos difíciles,
lo cual no quiere decir que sean verdad. La religión dice lo que se
quiere oír en ese momento y proporciona consuelo (que no es poco)
en una sociedad que en modo alguno nos prepara para hacer frente
a lo más natural que tiene la vida, que es la defunción.
Sin embargo, la religión no es la única que ha aportado fórmulas
para enfrentarnos ante la muerte. Puede decirse que se trata de un
problema genuinamente humano, incluso anterior a nuestra propia
especie. Ya hemos indicado anteriormente la importancia de los ritos
funerarios en el Homo sapiens neanderthalensis, lo cual da a entender
que el fallecimiento tenía un significado trascendente para ellos y
que tenían una forma especial de enfrentarse a ese trance110. De he-
cho, el conocimiento de la propia mortalidad es probablemente el
tema más profundo con el que nos topamos los seres humanos y el
que nos distingue, junto con el de la conciencia de uno mismo, de
muchos otros animales. Tal es así, que la muerte es el principal tema
que abordan todas las culturas y civilizaciones. El culto a los muertos
fue singularmente importante en las civilizaciones egipcia, china o
precolombinas; ha sido uno de los principales motivos de reflexión
de las filosofías griega u oriental y no ha existido una sociedad que
no haya adoptado una actitud especial (la mayor parte de las veces
grave) hacia este fenómeno.

110 Arsuaga, J.L.(2003). El collar del neandertal. Madrid: Temas de hoy.

– 128 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

A pesar de la importancia que siempre ha tenido este tema en todas


civilizaciones o del hecho de que se trata de uno de los principales
trances de la existencia, al tiempo que una cuestión que genera sin
duda graves pasiones y preocupaciones, la investigación científica
sobre las actitudes y reacciones emocionales en torno a la propia
muerte es uno de los temas sobre el que todavía queda mucho por
estudiar. Pero eso no quiere decir que no se haya avanzado bastante,
ya que se conocen desde hace tiempo técnicas de intervención para
superar el duelo y durante las últimas décadas del siglo pasado se
evidenció un avance espectacular en la intervención psicológica en
enfermos terminales, principalmente de cáncer. La psicología de la
salud ha propuesto fórmulas para mejorar la calidad de vida en las
últimas etapas de la misma. En la emblemática fecha del año 2000,
Daniel Callahan ya indicó en una de las más prestigiosas revistas
científicas que en el siglo XXI la medicina no sólo debería luchar
por curar la enfermedad sino que, cuando la muerte sea inevitable,
lo que hay que conseguir es que el enfermo muera en paz111.
Tal y como ha demostrado la investigadora Elisabeth Kübler-Ross,
la superación del duelo sigue varias fases, y requiere del concurso
de diferentes procesos psicológicos para hacerle frente112. Negación-
aislamiento, ira, pacto, depresión y aceptación son las cinco etapas
habituales que experimentan la mayoría de personas tras el falleci-
miento de un ser querido. La primera de estas fases, la de negación,
es una especie de resistencia ante la fatalidad, fase que se supera
relativamente pronto, ya que la evidencia no puede obviarse durante
mucho tiempo. Es en esta primera fase, que sin duda es también la
que tiene un componente emocional más intenso al estar tan recien-
te del desenlace, donde suele intervenir la religión suministrando
una explicación que, aunque de dudosa credibilidad, supone en la

111 Callahan, D. (2000).Death and the research imperative. The New England
Journal of Medicine, 342, 654-656.
112 Kübler-Ross, E. (2003). Sobre la muerte y los moribundos. Barcelona:
Mondadori.

– 129 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

mayoría de los casos un alivio al malestar. Se asegura que la persona


fallecida no ha muerto realmente, sino que se encuentra en una es-
pecie de vida diferente, esta vez inmortal, en un estado más apacible
y elevado, en otra dimensión que sólo podemos alcanzar después
de la muerte. Es obvio que en los primeros momentos después del
fallecimiento de un ser querido las emociones de pena y desesperanza
nos embargan, por lo que se suele aceptar sin mucha discusión las
interpretaciones que mitigan el desconsuelo y ayudan a superar la
tristeza de la pérdida. Como hemos comentado anteriormente, el
ser humano tiende a evitar el sufrimiento. Si, además, la solución
que se le aporta favorece el que se le encuentre un sentido, tanto a la
vida como a la propia muerte, la explicación que aporta la religión se
acepta fácilmente en un momento especialmente crítico, ya que es un
bálsamo emocional que ayuda a superar el desconsuelo. La realidad
es más difícil de aceptar, al menos en los primeros momentos, pero
ello no quiere decir que no existan técnicas psicológicas eficaces para
ello sin tener que recurrir a este tipo de “mentiras piadosas”.
Ésta es, desde luego, la fase más crítica, tanto si debemos asimilar
la pérdida de un ser querido, como si nos enfrentamos a nuestra
propia muerte. En el caso del duelo por el fallecimiento de alguien
cercano, las acciones posteriores se deben centrar en el desarrollo de
estrategias para vivir plenamente la propia existencia. Y para eso la
psicoterapia cuenta con numerosos recursos que apelan a la modi-
ficación de estilos de vida, resolución de problemas interpersonales
y de relación con los demás, superación de reacciones y estados
afectivos, etcétera.
Para concluir, debemos reiterar que el problema principal es que
nuestra sociedad no nos prepara para la fase final de nuestra existencia,
postergando indefinidamente abordar este tema o evitándolo cuando
se nos presenta. Y se ha demostrado en innumerables ocasiones que
este tipo de “soluciones” no ayudan a resolver la cuestión. Hans J.
Eysenck puso de manifiesto hace varias décadas que las conductas de
evitación refuerzan e incrementan el miedo hacia el objeto temido.

– 130 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

Tememos a la muerte y ello nos incapacita para superar una etapa tan
natural como indefectible de nuestra existencia. Este miedo reveren-
cial no ocurre en otras culturas, como en algunos pueblos andinos,
en donde la muerte se concibe como una etapa en la existencia y se
presenta ajena de connotaciones de dolor o tristeza. Ni tampoco la
muerte es denostada y temida en todas las orientaciones ideológicas
o filosóficas. La segunda Máxima Capital del ideal epicúreo indica
que “Nada es la muerte, sino privación de los sentidos”, máxima que
se explica deliciosamente en la carta a Nemeceo cuando señala que
“El más terrible de los males, la muerte, nada es para nosotros, ya que
cuando somos ella no está, y cuando aparece, entonces nosotros ya no
existimos. Nada es para los vivos la muerte, nada para quienes han fa-
llecido, porque no existe para los primeros y estos últimos ya no son”113.
No creo que sea fácil que algún psicoterapeuta cognitivo pudiera
decirlo con mayor acierto y precisión.

113 Epicuro. Máximas para una vida feliz. Madrid: Temas de hoy.

– 131 –
“Matadlos a todos: Dios reconocerá a los suyos”
Arnaud Almaric, arzobispo de Narbona. Asedio de Béziers, 1209

EPÍLOGO:
La susceptibilidad de las religiones monoteístas
Las religiones monoteístas no solamente pretenden extender su
doctrina (en ocasiones por la fuerza), son proselitistas y críticas con
las demás creencias, sino que presentan una extraordinaria susceptibi-
lidad, a veces con manifestaciones agresivas contra quienes no creen
en sus doctrinas, las cuestionan o relativizan. No suelen aceptar las
críticas e interpretan los comentarios que rebaten sus creencias como
un acto de agresión al derecho a tener su propio credo. Cualquier
objeción a sus concepciones de la realidad o su postura moral, así
como cualquier oposición al adoctrinamiento al que someten al resto
de la población se asume, irónicamente, como un acto de agresión
contra su libertad religiosa. Les ofende que se cuestione su credibi-
lidad y, por supuesto, que se ironice sobre algunas de sus creencias,
aunque algunas de ellas parezcan estrambóticas a la luz de los no
creyentes. Sin embargo, continuamente defienden la superioridad de
sus principios morales, al tiempo que pretenden expandir su credo
mediante actividades misioneras, en algunas ocasiones por la fuerza
y, en muchas otras, de forma coactiva.
Semejante reacción de susceptibilidad furibunda es muy caracte-
rística de las religiones monoteístas y, como tantas otras formas de

– 133 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

conducta, puede explicarse (que no aceptarse) desde los principios


de la psicología científica. En la mayoría de los casos no se trata sino
de una estratagema para unir a los feligreses en torno a un enemigo
(muchas veces político) y una forma de desviar la atención del pro-
pio contenido de la crítica. Con ello se consigue el doble objetivo
de cohesionar al grupo de creyentes en torno a un enemigo común
externo, así como evitar que ellos mismos piensen y se cuestionen
algunos de los preceptos morales o contenidos religiosos imposibles
de demostrar y difíciles de creer, si no es mediante estrategias de este
tipo. Una tercera consecuencia, esta vez externa al grupo de fieles, es
que, comoquiera que la tolerancia es uno de los principales valores
de las sociedades democráticas, lo que se consigue magnificando el
sentimiento de ofensa es desviar del debate a los propios críticos. Los
Estados democráticos y de derecho se caracterizan por la apertura
de miras y por el respeto que manifiestan a los que son diferentes
o piensan distinto. Esta actitud francamente sana de las sociedades
actuales no suele aparecer en las jerarquías eclesiales, que tan a
menudo cargan contra quienes critican la religión o defienden una
sociedad regida por criterios morales laicos. Se da la paradoja de
que, en la actualidad, a los defensores de la laicidad se les acusa de
intolerancia precisamente por quienes no están dispuestos a dejar
de influir e imponer su doctrina. Si no fuera así, ¿qué sentido tiene
la obsesión por adoctrinar a los niños en la escuela?. Si en verdad
la jerarquía de la religión católica fuera tolerante con las creencias
y comportamientos de los demás, se limitaría a difundir su prédica
entre sus fieles y a observar el culto en sus templos y dejar a los
demás en paz. Pero se da la circunstancia de que quienes no comul-
gan con las creencias religiosas, y así lo manifiestan, son los que se
ven obligados a demostrar que la sana crítica que difunden no es
intolerancia para con la religión. En la actualidad, el islam todavía
manifiesta una beligerancia mucho mayor ante las críticas, especial-
mente en los países con gobiernos opresores y déspotas que, en no
pocas ocasiones, no se trata sino de regímenes feudales. Baste recordar

– 134 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

los incidentes de las caricaturas de Mahoma para demostrar de qué


manera la religión es excesivamente susceptible a las críticas y cómo
dichas suspicacias pueden llegar ser extraordinariamente perniciosas,
incluso en el plano de las relaciones internacionales. Se ha llegado
hasta el punto de conseguir que las instituciones se disculpen por
acciones que en el código moral de las sociedades laicas no son en
modo alguno, ni graves, ni ilegales.
La explicación a la susceptibilidad desmedida de las jerarquías
eclesiásticas ante la crítica a sus postulados o simplemente ante la
afirmación de que sus creencias son falsas o infundadas, tendría
varias claves que ya hemos tenido ocasión de señalar anteriormente
en la descripción de otras cuestiones y que podríamos centrar en dos
aspectos principalmente: en el terreno de las creencias y en el de los
compromisos adquiridos.
a. Injustificación racional o empírica de las propias creencias.
Las creencias religiosas son, por lo general, fantasiosas y
difícilmente creíbles, si uno se detiene a pensar críticamente
en ellas siquiera unos minutos. De ahí la importancia del
adoctrinamiento continuado desde la infancia y durante toda
la vida, la insistencia en centrarse en los aspectos meramente
formales y protocolarios de ritos y liturgias o el recurso a la
fe como fórmula magistral para impedir el análisis de lo que
se afirma. Un examen mínimamente riguroso de la doctrina
demuestra que muchos de los contenidos de la mayoría de
las religiones actuales son extravagantes, lo cual se entiende
si tenemos en cuenta de que se trata de mitos que muchas
veces tienen su origen en civilizaciones que hace miles de
años que desaparecieron, como los sumerios o los antiguos
egipcios. Pero las fábulas que se relatan se han mantenido
inmutables durante centenares de años, a pesar de los cam-
bios tan notables que se han producido en la Humanidad,
tanto en la comprensión de la realidad, como en las propias
relaciones sociales. Así pues, a la luz de los conocimientos

– 135 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

actuales, la mayoría de los mitos y dogmas religiosos son


inasumibles. Formarían parte de las leyendas históricas que
se desarrollaron en tiempos remotos y que fueron concebidas
para entender acontecimientos inexplicables a la luz de los
conocimientos de la realidad que se tenían entonces.
Ante la imposibilidad de defender racional o empíricamente
las creencias aceptadas mediante la fe, la religión suele
utilizar un lenguaje gramaticalmente correcto, pero carente
de significado o al menos imposible de verificar, de manera
que se hace inmune a la crítica racional. Baste como ejemplo
los comentarios que hemos realizado respecto a la encíclica
papal sobre el amor. Se llega a hablar de temas sobre los que
no solamente no se tiene una experiencia personal que avale
empíricamente lo que se comenta (como es el caso de la
familia o del amor de pareja), sino que sus afirmaciones en
modo alguno se fundamentan en conocimientos científicos
o al menos justificables racionalmente.
Este tipo de discurso, por otro lado, se hace inmune a la
crítica científica. Ni la retórica, ni la evidencia empírica sirven
para desmontar el argumentario religioso, construido desde
hace cientos de años y repetido reiteradamente en púlpitos,
escuelas y otros ámbitos sociales. Volviendo a una de las
máximas de Goebbels respecto a la propaganda política,
podemos asegurar no sólo que “una mentira repetida mil
veces se convierte en verdad”, sino que una frase sin sentido
repetida mil veces alcanza significación y es imposible de
rebatir racionalmente.
Una forma de mantener dichos mitos es mostrarse extraor-
dinariamente riguroso en la aceptación de los mismos, no
permitiendo ningún atisbo de duda y siguiendo la ortodo-
xia de la doctrina, porque si se pone en tela de juicio, muy
probablemente todo el edificio construido se desmontaría
como figura de naipes. Pocas veces es más apropiada la cita

– 136 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

de Tertuliano: “lo creo porque es absurdo” para entender cómo


pueden llegar a asumirse creencias que, sometidas al juicio
de la razón, las podemos considerar, muy benévolamente,
como extravagantes.
La religión no tiene ninguna posibilidad de superar a la
ciencia ni a la filosofía en un debate sobre la veracidad y
justificación de sus propias creencias. Por lo tanto, huye de
cualquier sana confrontación intelectual ante una inevitable
derrota. Una de las fórmulas de alejarse de dicha discusión
racional sensata es mostrarse ofendido por los argumentos
del otro, que entonces tiene que dedicarse a justificar que
con su crítica no ha pretendido afrentar, ni menospreciar sus
creencias. Se desplaza la discusión a otro plano, cuando en
realidad de lo que se trataba era debatir la cuestión de fondo,
que es la veracidad o falsedad de los dogmas religiosos. Se
desvía la atención del análisis crítico del contenido mediante
un sentimiento de ofensa, que lo que pretende (y frecuente-
mente consigue) es alejarse del hilo del discurso.
Para combatir al adoctrinamiento que durante siglos hemos
sido sometidos por parte de las religiones no sirve la discusión
racional, al menos en la mayor parte de foros. En este caso,
el mejor recurso es “salir de la escena”, adoptar otro punto
de vista (generalmente externo) que nos permita relativizar
no sólo lo que se afirma, sino también los fundamentos en
los que se basa.
La fórmula más sencilla y menos drástica, pero extraordinari-
amente eficaz para evidenciar lo erróneo de los planteamien-
tos de la religión y, en general, de los discursos inmunes a
la crítica racional, es el recurso al humor. El humor permite
situarse en un plano de la discusión inesperado y para el cual
ya no resulta válida la repetición mecánica del discurso. Con
humor se evidencian los errores (en algunos casos hasta lo
ridículo de los planteamientos) de manera que seguir repi-

– 137 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

tiéndolos, que es un buen recurso contra la crítica racional,


sólo sirve para hacer más evidentes las inconsistencias y lo
absurdo de sus planteamientos. En esta tesitura, la reacción
que tiene la religión es la única que se podría esperar, que es
interrumpir drásticamente la discusión, mostrándose ofendi-
da ante planteamientos que simplemente son cómicos, pero
que han evidenciado de una forma automática y repentina
lo ridículo de muchos de sus postulados.
El humor es una forma divertida de relativizar cuestiones
políticas, sociales, familiares, incluso personales (es bueno
aprender a reírse de uno mismo) porque en todos esos casos
existe una salida honrosa a la situación que se ironiza. En
muchos casos permite aliviar momentos de tensión. Pero en
el caso de la religión, la ironía respecto a sus creencias simple-
mente pone en evidencia lo endeble de sus planteamientos
y les deja sin una posible salida racional. Y si la fórmula de
repetir el discurso ya no sirve, puesto que dichas afirmaciones
son la causa de la comicidad, entonces la reacción inmediata
es la exasperación.
b. Crisis existencial por el compromiso vital adquirido. Asumir
una vida plenamente religiosa no solamente implica aceptar
creencias difíciles de justificar, sino acatar una doctrina moral
exigente y restrictiva, especialmente por parte del colectivo
clerical, pero también de los seglares que estén muy com-
prometidos. Como hemos indicado anteriormente, proba-
blemente la represión sexual sea el ejemplo más evidente,
pero la religión suele establecer otros patrones rígidos de
conducta y de actitudes más amplios, que abarcan desde la
abstinencia de alimentos a mortificaciones corporales. De
cualquier manera, privaciones de diferentes tipos de placer,
lo cual es una decisión ciertamente radical, especialmente
en la sociedad actual, en la que priman otro tipo de valores.
Esto no deja de ser sino una evidencia más de la distancia

– 138 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

entre las obligaciones que impone la religión y las conductas


que permite nuestra sociedad.
Como ya demostrara Leon Festinger, la incongruencia
entre las actitudes des que se tienen sobre temas vitalmente
importantes, y la conducta contraria a las mismas genera
un estado de disonancia cognitiva que es emocionalmente
perturbador y que urge resolver114. Para que no aparezca la
incongruencia cognitiva, provocada por el hecho de obser-
var que las prácticas restrictivas impuestas por la religión
suponen limitaciones o carencias de beneficios que nuestra
sociedad promueve y valora, deben radicalizarse mucho más
las actitudes coherentes con la práctica religiosa.
Puesto que es evidente que algunas de las conductas que
obliga la doctrina religiosa son menos atractivas o funcio-
nales que las que promueve la sociedad, la congruencia
con la doctrina religiosa consiste en otorgarles un valor
superior. Para quien voluntariamente se censura compor-
tamientos sexuales gratificantes y socialmente adaptativos,
la abstinencia se concibe como una forma de “acceder más
directamente a la comunión con Dios” (sic) y le concede a
dicha creencia un valor superior. De otra manera, sería una
decisión lamentable.
Ya hemos hablado de los mecanismos psicológicos impli-
cados cuando nos involucramos voluntariamente con un
estilo de vida que nos reporta mucho esfuerzo o sacrificio y
cuyos beneficios no son evidentes o incluso se hace patente
que otras formas alternativas hubieran sido mucho mejores.
En este caso o bien se modifica el comportamiento o, más
frecuentemente, se autojustifica la conducta dotándola de
cualidades subjetivas superiores. Para la mayoría de personas
(creyentes incluidos) este mecanismo queda en el ámbito de
lo personal y es un valioso proceso que favorece la autoestima

114 Festinger, L. Op. cit.

– 139 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

y previene la disforia u otros problemas emocionales. Pero


para quienes están muy implicados (y es evidente que los
clérigos y algunos seglares muy comprometidos forman parte
de este colectivo), la justificación de las propias actitudes
traspasa la barrera de lo personal, para intentar imponer a
los demás sus propias limitaciones. Entonces se producen
las reacciones furibundas contra otras personas a las que
consideran que su comportamiento no es acorde con los
principios morales de la religión. Llegado el caso se rebelan
y son incapaces de tolerar que otras personas actúen de
acuerdo con otros criterios éticos. Es el momento en el que
aparecen las conocidas y lamentables reacciones en contra
del matrimonio de personas del mismo sexo, los mecanis-
mos para eliminar las trabas burocráticas para conseguir el
divorcio, etcétera.
Cuando se producen estas reacciones, se ha sobrepasado ya
la discusión sobre las creencias, porque ya no se trata úni-
camente de una respuesta ante opiniones diferentes, ni un
mecanismo para mantener la propia autoestima, sino que
lo que se pretende es limitar la libertad de otras personas
que no comparten los principios morales de la religión y
que tienen el derecho a comportarse siguiendo un código
ético diferente.
Como conclusión, la religión proporciona a los creyentes de un
mismo credo el sentimiento de formar parte de una comunidad que
comparte valores y creencias. Además, la pertenencia a un grupo
significativo, como es la Iglesia o la Umma, adquiere un valor trascen-
dente. Pero también es cierto que es la presencia social de la religión,
a través de grupos numerosos y organizados, lo que le permite alcan-
zar el poder terrenal. Y es con el propio comportamiento de masas
como la religión ejerce su influencia social. Para conseguir la deseada
cohesión del grupo por parte de gobernantes con elevadas dosis de
demagogia o autoritarismo, uno de los recursos más eficaces es la

– 140 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

apelación a un enemigo externo. La amenaza que viene del exterior


fortalece los vínculos internos, lo cual es especialmente interesante
en momentos de crisis de identidad del grupo o cuando se pretenden
evitar las disensiones internas o las autocríticas. En el caso de que los
argumentos contrarios a la doctrina religiosa provengan de los no
creyentes se denuncian como un ataque a la esencia de la religión y
a los propios fieles, a pesar de que lo que se discute en la mayoría de
los casos es la validez del credo. En otras ocasiones simplemente es
una manifestación de resistencia a que se impongan los dictados de
la religión a quienes no comulgan con ella.
Ésta es otra de las diferencias sustanciales entre el conocimiento
científico y el religioso. Los trabajos de los científicos están someti-
dos a revisiones críticas por parte de otros colegas; de hecho éste es
uno de los requisitos esenciales de la ciencia y un elemento que lo
distingue de otras formas de conocimiento. Si se consiguen superar
las verificaciones de otros investigadores, el conocimiento adquiere
una solidez mayor. Pero si, por el contrario, se refutan las afirmacio-
nes, lo que se demuestra es que es necesario seguir investigando y
profundizando en el tema, aprendiendo también de los errores. La
religión, por el contrario, está herméticamente cerrada a la discusión
sobre los planteamientos dogmáticos, que simplemente se deben
creer, sin posibilidad de confrontación teórica. Y una de las formas
de cerrar filas es impidiendo la discusión y siendo beligerantes ante
las críticas, aunque sean sanas y bienintencionadas. Al final, lo de
menos es el objeto de la discusión, porque lo que se consigue con
ello es el puro enfrentamiento personal, de manera que cualquier
planteamiento que se presente por el contrincante se rechazará de
plano simplemente por venir de él. Y ya hemos visto que eso no es
sino una falacia denominada argumentum ad hominem.
Pero la beligerancia no sólo se presenta contra las manifestaciones
de personas ajenas a la religión. Y tampoco la eliminación de las
ideas consideradas heréticas es cosa del pasado. Teólogos y emi-
nentes miembros de la Iglesia católica como Hans Küng, Jacques

– 141 –
MARIANO CHÓLIZ MONTAÑÉS

Pohier, Edgard Schillebeeckx, Leonardo Boff, Charles Curran, Tissa


Balasuritya, Anthony de Mello, Jacques Dupuis, Marciano Vidal,
Roger Haight y, más recientemente, Jon Sobrino han sido conde-
nados por la Congregación para la Doctrina de la Fe prohibiéndoles
enseñar en instituciones católicas y retirándoles el nihil obstat a sus
obras. Este castigo ha sido impuesto porque sus planteamientos,
aún siendo cristianos, se apartaban de la ortodoxia católica. Se trata
de sanciones que significan una condena por pensar libremente o
comprometerse socialmente con causas con las que la curia vaticana
se desentiende. Afortunadamente, por lo menos, ya no los queman
en la hoguera115.
Es dichoso el que las instituciones de las sociedades democráticas
no se comporten con la religión como las jerarquías eclesiales lo
hacen con quienes no comparten sus creencias, porque en ese caso
nos encontraríamos en una guerra abierta y total entre religión y
sociedad. Más bien al contrario, el catecismo, las encíclicas papales
o los sermones que emiten desde sus púlpitos curas e imanes no
encuentran una reacción por parte de los no creyentes proporcional
a los desatinos intelectuales que ellos propagan, en algunos casos
ciertamente notables. Solamente en el caso de que supongan un
atentado contra derechos fundamentales y que provoquen alarma
social, como ha sido el caso de la justificación de la violencia machista
por parte del imán de Fuengirola, es cuando se ha generado alguna
reacción social en contra. Pero se trata de la excepción a tanto dislate
que suele invocarse, ya que ni siquiera la homofobia que manifiestan
en sus prédicas (véase el Anexo) es contestada como se merecería
por parte de los colectivos de no creyentes, asociaciones de derechos
civiles, autoridades políticas o judiciales.
Finalizamos retomando la tesis principal de este libro, que es la
enorme diferencia entre el conocimiento (y las actitudes) de la ciencia

115 Algo que no se puede decir del islam en sociedades con regímenes auto-
ritarios. La sharia condena a muerte la apostasía de la religión musulmana y la
conversión a otra religión.

– 142 –
ELOGIO DEL ATEÍSMO

y la religión. Mientras que la ciencia no sólo tolera, sino que exhibe


y fomenta la disparidad de criterios, de forma que se propicia el
debate y análisis crítico de cualquier comentario o resultado de una
investigación, la religión cierra filas en torno a sus dogmas haciéndose
no sólo insensible a modificaciones, sino intolerante respecto a las
críticas a su doctrina. Todo ello demuestra la tesis de que el conoci-
miento que aporta la ciencia en general y la psicología en particular da
muchísima luz a cualquiera de las cuestiones que han sido abordadas
desde la religión. Y que en la actualidad no sólo es más veraz, sino
también moralmente más justo. En definitiva, mejor.

– 143 –
ANEXO: Religión y homofobia
Carta a los obispos de la Iglesia católica, 1 de octubre de 1986
“... La particular inclinación de la persona homosexual, aunque en si
no sea pecado, constituye sin embargo una tendencia, más o menos fuerte,
hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista
moral. Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como
objetivamente desordenada...”
“... Cuando la actividad homosexual se acepta como buena o cuando
se introduce una legislación civil para proteger un comportamiento al
cual nadie puede reivindicar derecho alguno, ni la Iglesia, ni la sociedad
en su conjunto debería luego sorprenderse de que también ganen terreno
otras opiniones y prácticas desviadas y aumenten los comportamientos
irracionales y violentos...”
“... Ningún programa pastoral auténtico podrá incluir organizaciones
en las que se asocien entre sí personas homosexuales, sin que se establezca
claramente que la actividad sexual es inmoral...”
“... Una especial atención se deberá tener en el uso de edificios per-
tenecientes a la Iglesia por parte de estos grupos, incluida la posibilidad de
disponer de las escuelas y de los institutos católicos de estudios superiores. El
permiso para hacer uso de una propiedad de la Iglesia en realidad constituye
una contradicción con las finalidades mismas para las cuales estas instituciones
fueron creadas...”
Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe

– 145 –
ÍNDICE

PRÓLOGO ...........................................................................................

¿POR QUÉ ESTE TEXTO? ..................................................................

LA CIENCIA ES LAICA.....................................................................
1. Verificación y refutabilidad ............................................................15
2. Fundamento racional y empírico ....................................................18
3. Incremento gradual y continuado de conocimiento ..........................23
4. Ausencia de falacias ......................................................................25
a. Petitio principii ........................................................................27
b. Ad verecumdian .......................................................................28
c. Ad hominem ............................................................................ 30
d. Ad baculum .............................................................................31
e. Non sequitur ............................................................................31
f. Ad populum .............................................................................32
g. Sofisma patético ........................................................................34
5. Ausencia de proposiciones finalistas o teleológicas .............................35
6. Ajeno a cualquier ideología. ..........................................................39

¿PARA QUÉ SIRVE LA RELIGIÓN? .................................................


1. Interpretación de la realidad..........................................................47
2. Encontrar sentido a la propia existencia..........................................58
3. Necesidad de afiliación ..................................................................65
4. Establecimiento de un código moral ...............................................75
a. La moral del laicismo ...............................................................79
b. Aplicación del código moral de la religión ...................................91
¿CÓMO ES POSIBLE LA RELIGIÓN? .............................................
1. Ambigüedad en el discurso.............................................................98
2. Ritos ..........................................................................................100
3. Normas estrictas de reclutamiento y de conducta. ..........................102
4. Jerarquía ....................................................................................106
5. Poder .........................................................................................107
6. Apelación al miedo .....................................................................110
7. Recurso a la fe ............................................................................111
8. Obras de caridad ........................................................................113
9. Establecimiento de modelos..........................................................116
10. Abordar temas de gran importancia personal ..............................118
a. Búsqueda de la felicidad .........................................................118
b. Entender y fomentar el amor ...................................................123
c. Actitud hacia la muerte ...........................................................127

EPÍLOGO: La susceptibilidad de las religiones monoteístas ....

ANEXO: Religión y homofobia .....................................................

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