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“FRANCISCO DE ASÍS”

RETIRO

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Retiro: Francisco de Asís, Talleres de Oración y Vida

PRIMER DÍA
ACLARACIÓN: Todo el contenido de este Retiro se extrajo del libro
“El Hermano de Asís” del padre Ignacio Larrañaga OFMCap.
Fundador de los Talleres de Oración y Vida.

1.1

Saludo:
Queridos hermanos y hermanas:

Nuestra presencia aquí, en este día, tiene un gran significado. Significa que
el Señor une en un mismo sentir nuestros corazones. Nos impulsa a amarlo
cada vez más buscando su Rostro bendito, para que en medio de tanta
inestabilidad humana consigamos permanecer anclados y firmes en Su
amor.

Por eso, ¡Sean todos bienvenidos a este Retiro: Francisco de Asís!

Queremos aclarar a todos los que vivirán este Retiro, que fue organizado
con base en el libro “El Hermano de Asís” de autoría del fundador de los
Talleres de Oración y Vida, el padre Ignacio Larrañaga, y con autorización
explícita de él mismo.

Objetivo del Retiro

El principal objetivo de este Retiro es llevarnos a un conocimiento más


íntimo y profundo de la vida de Francisco de Asís, para de esta manera,
alimentados de la espiritualidad franciscana, podamos hacer de ella un
estímulo para nuestra caminata de oración y vida.

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Como dice en el libro “El Hermano de Asís”: “Nuestra alma se recrea a


imagen y semejanza de los ideales que gravitan a nuestro derredor, y
nuestras raíces se alimentan, como por ósmosis y sin darnos cuenta, de la
atmósfera de ideas que nos envuelven”.

Si queremos saber quién es un hombre miremos a su derredor. Es lo que se


llama “entorno vital”.

La vida de Francisco será el “entorno vital” con el cual queremos y vamos a


envolvernos en este Retiro.

Vamos a dejarnos envolver por los sentimientos, actitudes, ideas e ideales


de Francisco, de tal manera que sintamos con mayor intensidad la gracia de
Dios que nos impulsa a actuar con más decisión, más fe y amor a lo largo de
nuestra vida.

En este momento vamos a invocar la Presencia del Espíritu Santo quién nos
conducirá en todos nuestros trabajos en este bendecido día.

1.2
Oración: Invocación al Espíritu Santo

Ven, Espíritu divino,


manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetras las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,


descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas

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y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,


divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,


sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones


según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

1.3
Amanece la libertad
1ª Parte

Era el verano de 1203. Francisco tenía, entonces, 20 años y tomó parte de


un combate en los alrededores del Ponte San Giovanni, lugar equidistante
entre Asís y Perusa, en Italia. Así se asoma a la historia el hijo de
Bernardone: peleando en una escaramuza comunal a favor de los humildes
de Asís.

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Perdida la batalla por los jóvenes de Asís, Francisco fue hecho prisionero de
guerra en las húmedas mazmorras de Perusa.

En estos largos once meses de encierro e inactividad comienza el tránsito


de Francisco. Para construir un mundo, otro mundo tiene que
desmoronarse anteriormente. Y los edificios humanos mueren piedra a
piedra.

Y es así como en la prisión de Perusa comienza a morir el hijo de Bernardone


y a nacer Francisco de Asís.

***

Es el paso del tiempo y del viento lo que da consistencia al alma. Sin


embargo, toda transformación comienza por un despertar. Cae la ilusión y
queda la desilusión. Pero la desilusión puede ser la primera piedra de un
mundo nuevo.

Si analizamos los comienzos de los grandes santos, si observamos las


transformaciones espirituales que ocurren a nuestro derredor, en todos
ellos descubriremos, como paso previo, un despertar.

¿Qué despertar?

El hombre se convence de que toda la realidad es efímera o transitoria, de


que nada posee solidez, salvo Dios.

El hombre al despertar se va tornando en un sabio: sabe que es locura


absolutizar lo relativo y relativizar lo absoluto; sabe que somos
“buscadores” innatos de horizontes eternos y que las realidades humanas
solo ofrecen marcos estrechos que oprimen nuestras ansias de
trascendencia.

Y así nace la angustia: sabe que la criatura termina “ahí” y no tiene ventanas
de salida y, por eso, sus deseos últimos permanecen siempre frustrados, y

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sobre todo sabe que, a fin de cuentas, solo Dios vale la pena porque solo Él
ofrece cauces de canalización a los impulsos ancestrales y profundos del
corazón humano.

***

Francisco despertó en la cárcel de Perusa.

Despertó de los sueños de su época: caballeros yendo para los campos de


batalla bajo las banderas del honor para dar alcance a esa sombra huidiza
llamada gloria; y a punta de lanzas conquistar títulos nobiliarios, y en los
brazos de gestas heroicas entrar en el templo de la fama.

En una palabra, todos los caminos de grandeza pasaban por los campos de
batalla. Ese era el mundo de Francisco y se llamaba sed de gloria.

Persiguiendo esos fuegos fatuos había llegado nuestro joven soñador a las
proximidades de Ponte San Giovanni.

Y ahí, la primera ilusión degeneró en la primera desilusión; ¡Y de qué


calibre! Soñar con glorias tan altas y encontrarse con tan humillante
derrota, y en el primer intento, ¡era demasiado!

Pero ¡ahí mismo lo esperaba Dios!

En los castillos levantados sobre el dinero, poder y gloria no puede entrar


Dios. Porque cuando todo resulta bien en la vida, el hombre tiende
insensiblemente a centrarse sobre sí mismo.

¡Gran desgracia! Porque de él se apodera el miedo de perderlo todo, y vive


ansioso, y se siente infeliz. Para el hombre la desinstalación es, justamente,
su salvación.

Por eso, si Dios Padre quiere salvar a su hijo arropado y dormido sobre el

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lecho de la gloria y el dinero, no le queda otra salida que enviarle una buena
sacudida (La historia del águila…)

Eso fue lo que sucedió con el joven Francisco en el llano de Ponte San
Giovanni. Se vinieron al suelo sus castillos en el aire.

En el primer momento, como siempre sucede, envuelto en el polvo, se


sintió confuso, pero, al llegar al presidio, en la medida en que fue pasando
el tiempo y el polvo se desvanecía, comenzó a ver claro: todo es
inconsistente como un sueño.

Las palabras de Celano, cronista contemporáneo de Francisco, nos dan pie


para confirmar lo que estamos diciendo: que todo comenzó en la cárcel de
Perusa; que Dios irrumpió entre los escombros de sus castillos; que allá
tomó gusto a Dios y allá vislumbró, si bien entre tinieblas, otro rumbo para
su vida.

El mismo biógrafo Celano nos cuenta que, ante la euforia de Francisco en la


cárcel, sus compañeros se molestaron y le decían:

“¿Estás loco, Francisco? ¿Cómo puedes estar tan radiante entre estas
cadenas oxidadas?”

Y Francisco respondía textualmente: “¿Saben por qué? Miren, aquí dentro


llevo escondido un presentimiento que me dice que llegará el día en que
todo el mundo me venerará como santo”.

***

Entre el momento que Francisco y sus compañeros fueron liberados y


regresaron a Asís, y la famosa “noche de Espoleto”, pasaron
aproximadamente dos años.

¿Qué hizo durante este tiempo el hijo de Bernardone?

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Los biógrafos nos hablan poco, y de lo poco que dicen, sin embargo,
podemos deducir mucho.

Para desgracia nuestra (no sé si decir por desgracia también de la Iglesia e


incluso para la historia humana), Francisco fue a lo largo de su vida
extremadamente reservado en lo referente a su vida profunda, a sus
relaciones con Dios.
Normalmente era comunicativo, por eso el movimiento que originó tiene
carácter fraterno o familiar. Pero en lo referente a sus experiencias
espirituales, se encerraba en un obstinado círculo de silencio y nadie lo
sacaba de ahí.

Sin embargo, para descifrar el enigma de Francisco tenemos un cable: Dios.


He ahí la gran palabra de su vida.

- Dios pasó por sus latitudes.


- Dios tocó a este hombre.
- Dios pasó sobre este hombre.
- Dios visitó a este amigo.

De este modo, podemos comprender cómo el hombre más pobre del


mundo podía sentirse el hombre más rico del mundo, y tantas otras cosas.

1.4
Oración:
El Dios de la fe

¡Oh Tú que no tienes nombre


y eres impalpable como una sombra
y sólido como una roca!
Nunca serás empíricamente captado
ni intelectualmente dominado,
porque eres el Dios de la Fe.
No eres una cosa misteriosa sino el Misterio:

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Aquel que no puede ser entendido


analíticamente;
Aquel que no será reducido a abstracciones
ni categorías.
Aquel a quien nunca alcanzarán los silogismos;
Aquel que es para ser acogido, asumido, vivido.
Aquel al que se le “entiende” de rodillas,
en la fe, entregándose.
Eres el Dios de la Fe.

Las palabras más excelsas del lenguaje humano no serán capaces de


encerrar en sus fronteras ni un ápice de tu substancia, no podrán abarcar la
amplitud, inmensidad y profundidad de tu realidad.

Superas, abarcas, trasciendes y comprendes todo nombre y toda palabra.


Eres realmente el Sin-Nombre, verdaderamente el Innominado. Eres el Dios
de la Fe.

Solo en la noche profunda de la fe,


cuando callan la mente y la boca,
en el silencio total y en la Presencia Total,
dobladas las rodillas y abierto el corazón,
solo entonces aparece la certeza de la fe,
la noche se trueca en mediodía, y se comienza
a entender al Ininteligible.

Mientras tanto tenuemente vamos vislumbrando tu figura entre


penumbras, huellas, vestigios, analogías y comparaciones. Pero cara a cara
no se te puede mirar. Eres el Dios de la Fe.

Nuestra alma desea ardientemente asirse a Ti, adherirse. Queremos


poseerte, ajustarnos en Ti, y descansar. Pero ¡cuántas veces!, al llegar a tu
mismo umbral, te desvaneces como un sueño, y te tornas en ausencia y
silencio.

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Definitivamente eres el Dios de la Fe.

Como los exiliados, somos arrastrados hacia Ti por una oscura y potente
nostalgia, una extraña nostalgia por una persona que nunca abrazamos y
una patria que nunca habitamos.
Nos das el aperitivo y nos dejas sin banquete. Nos diste las primicias, pero
no las delicias del Reino. Nos das la sombra, pero no tu Rostro, y nos dejas
como un arco tenso. ¿Dónde estás?

Peregrinos del Absoluto y buscadores de un Infinito que nunca


“encontraremos”, y al no “encontrarte” jamás, estamos destinados a
caminar siempre detrás de Ti como eternos caminantes en una odisea que
solo acabará en las playas definitivas de la Patria, cuando hayan caducado
la fe y la esperanza, y solo quede el Amor. Entonces sí, te contemplaremos
cara a cara.

Dios mío, si yo soy un eco de tu voz, ¿cómo es que el eco sigue vibrando
mientras la voz permanece en silencio?

Si yo soy la sed, y tú el Agua Inmortal, ¿cuándo acabarás de saciar la sed?

Si yo soy el río y tú el mar,


¿cuándo voy a descansar en Ti?
Te aclamo y reclamo,
te afirmo y confirmo,
te exijo y necesito,
te añoro y te anhelo,
¿dónde estás?

Oh Tú que no tienes nombre ni figura;


en la oscuridad de la noche doblo mis rodillas,
me entrego a Ti, creo en Ti.

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1.5
Amanece la Libertad
2ª Parte

Vamos a retornar a los días en que Francisco salió de la prisión en Perusa.

¿Qué sucedió con él?


Apenas el joven Francisco pisó las calles de Asís, olvidó los llamados del
Señor y dando rienda suelta a sus ansias juveniles reprimidas durante un
año, se enfrascó en el torbellino de las fiestas.

Muerta la sed de gloria, le nacía la sed de placeres.

Se formaron grupos espontáneos de alegres camaradas, que trasnochaban


hasta altas horas. Los que habían estado en prisión constituían las pandillas
más bullangueras. Nombraron a Francisco como jefe del grupo, y le
entregaron el bastón de mando, generalmente costeaba los banquetes.
Envidiado por algunos y aplaudido por todos, era indiscutiblemente el rey
de la juventud asisiense. Era una sed insaciable de fiestas y de alegría.

Así como el año anterior, la Gracia había derribado en un “round” su sed de


gloria, ahora la misma Gracia iba a reducir a polvo su sed de placeres y
alegría.

Una grave enfermedad se abatió sobre Francisco, manteniéndolo por largos


meses entre la vida y la muerte, con fiebres altas, sudor frío, pesadillas y
debilitamiento general, y una muy lenta convalecencia.

En esta prolongada enfermedad y convalecencia su madre, doña Pica, llena


de dulzura y fortaleza, imprimió en el alma de su hijo marcas indelebles de
fe y esperanza.

La figura de doña Pica se nos desvanece en el fondo del silencio. Aparece,


resplandece y desaparece. Es de aquella clase de mujeres capaces de

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sostener el mundo en sus manos, pero lo hace sin dramatismos,


simplemente y en silencio.

Celano nos dice que, cuando Bernardone, el viejo mercader padre de


Francisco, lo encerró en el calabozo, a su madre “le crujían de pena las
entrañas”. “Sentía que su corazón materno se derretía”. No era solo la pena
que una madre siente por su hijo. Era mucho más.

Entre la madre y el hijo circulaba una corriente profunda de simpatía; entre


los dos no solo había consanguinidad, sino también afinidad.

Dios, antes de dar a Francisco su vocación y su destino, le dio esa madre.

Francisco comenzó a experimentar en estos meses la dulzura de Dios, y


sentía una profunda paz y fragmentos de sabiduría. En esos momentos el
camino de Dios le parecía el más luminoso.

Pero la conversión es, casi siempre, una carrera de perseverancia en la que


el hombre va experimentando la dulzura de Dios y el encanto de las
criaturas hasta que, progresivamente, éstas se van decantando, y se afirma
y confirma definitivamente la Presencia.

Presentimos en el joven Francisco, este juego alternado en que, de pronto


prevalecen los ímpetus mundanos y más tarde los deseos divinos.

Entre los bastidores de esta crisis estaba sin duda doña Pica, colaborando
con la Gracia para forjar aquel destino privilegiado.

Francisco estaba herido, pero no acabado. Así es la conversión: nadie se


convierte del todo y para siempre.

Herido y todo, el “hombre viejo” nos acompaña hasta la sepultura. E igual


que la serpiente herida, de repente levanta, amenazadora, su cabeza.

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Pasaron los meses y Francisco recuperó enteramente su salud. El fuego de


la ilusión levantó de nuevo su cabeza llameante, y nuestro alocado joven,
se lanza de nuevo en la vorágine de fiestas y diversiones.

No podía pasar tiempo sin sus amigos. Dicen los cronistas que muchas veces
abandonaba apresuradamente la mesa familiar, dejando plantados a sus
padres para irse a reunir con sus amigos.

Desde 1198 estalló en Italia una nueva guerra. Esta vez el epicentro de la
discordia era el Reino de Sicilia.

La guerra tomó carácter de cruzada y en todas las ciudades italianas se


alistaban los caballeros y los soldados. El fuego sagrado se prendió también
en Asís.

La nobleza de la causa y la posibilidad de ser armado caballero cautivaron a


Francisco, y a sus 25 años se alistó en la expedición. En pocas semanas,
preparó alegremente sus pertrechos bélicos, y llegó el día de la partida.

Aquella mañana se despidió de sus padres, y en medio de la conmoción


general de la ciudad, la pequeña y brillante expedición militar emprendió
su marcha hacia Apulia.

Al caer la tarde, la expedición llegó a Espoleto. Pero estaba escrito que en


Espoleto acababa todo y en Espoleto comenzaba todo.

Todos los cronistas dicen que en aquella noche Francisco escuchó, en


sueños, una voz que le preguntaba:

—Francisco, ¿a dónde vas?

—A Apulia, a pelear por el Papa.

—Dime, ¿quién te puede compensar mejor, el señor o el siervo?

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—Naturalmente, el señor.

—Entonces, ¿por qué sigues al siervo y no al señor?

—¿Qué tengo que hacer?

—Vuelve a tu casa y entenderás todo.

Y a la mañana siguiente Francisco regresó a su casa.

En aquella noche en Espoleto, Francisco no escuchó voces ni tuvo sueños ni


vio visiones, sino que, por primera vez, tuvo una fuerte, muy fuerte
experiencia de Dios.

Es aquello que, en la vida espiritual, se llama gracia infusa extraordinaria,


que tiene características especiales.

Es más que probable que el propio Francisco, refiriendo a algún confidente


la experiencia de aquella noche, lo hiciera en forma de un sueño o quizás
en forma de alegoría.

Pues esto es una constante en la historia de las almas: cuando un alma ha


tenido una vivencia espiritual fortísima, se siente incapaz de comunicar el
contenido a las palabras y, para expresarse, acude instintivamente a las
alegorías.

Entonces, ¿qué pasó aquella noche?

Por razones deductivas debió pasar, tuvo que pasar, lo siguiente: de una
manera sorpresiva, desproporcionada, invasora y vivísima (estas son las
características de una experiencia infusa) la Presencia Plena se apoderó
gratuitamente de Francisco.
El hombre se siente como una playa inundada por una pleamar irresistible.
Y queda mudo, anonadado, absolutamente embriagado, con una clarísima

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conciencia de su identidad, pero al mismo tiempo como si fuera hijo de la


inmensidad, trascendiendo y al mismo tiempo poseyendo todo el tiempo y
todo el espacio, todo esto “en Dios, algo así como si esa persona
experimentase en un infinitésimo grado en qué consiste “ser Dios”, un poco
parecido en tono menor, a lo que será la Vida Eterna.

Y todo esto como gratuidad absoluta de la misericordia infinita del Señor,


nadie sabe si en el cuerpo o fuera del cuerpo.

Esta visitación de Dios tiene en la persona que la recibe las características


de una revolución. El Dios que hizo en él una revolución, ahora tiene que
hacer una transformación.

Francisco tuvo una evidencia vivísima y clarísima (que no se la podían dar


los sueños ni las palabras) de que Dios (“conocido, experimentado”) es
Todo Bien, Sumo Bien, el Único que vale la pena.

Ahora bien, ¿por qué se concluye que tuvo que suceder algo de esto en
aquella noche?

Porque de otra manera no se podría explicar lo que sucedió esa noche. Para
entenderlo, tenemos que meternos en el contexto personal de Francisco:

- Él iba a Apulia como un cruzado para defender al Papa.


- Ayer se despidió de sus padres y del pueblo de Asís.
- En esta expedición militar Francisco estaba comprometido:
▪ Con la juventud de Asís,
▪ Con los nobles muchachos que iban con él,
▪ Con el conde Gentile a cuyas órdenes marchaba,
▪ Con sus padres que cifraban en esta expedición sus deseos de
grandeza,
▪ Y comprometido con su honor, su palabra de caballero, su
nombre…

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Un simple sueño no es capaz de desamarrar todas estas ataduras.

Si Francisco decide regresar a casa a la mañana siguiente, tirando por la


borda tantos compromisos, significa que algo grave sucedió en aquella
noche.

No basta un simple sueño para explicarnos esta revolución nocturna. Solo


una fortísima y libertadora experiencia de Dios explica ese formidable
cambio. Aquí abandonaba una vida segura y promisoria. Y aquí se lanzaba
a una ruta incierta, llena de enigmas e inseguridades, y tenía que asumir
todo solitariamente.

Pero estaba dispuesto a todo para seguir a su Señor que, ahora sí, lo
“conocía” personalmente.

¡Había amanecido la libertad!

Aquí nos detendremos para realizar nuestro Tiempo Fuerte.

Por más interesantes que sean las charlas sobre la vida de Francisco, lo
mejor les sucederá en los momentos en que vivan sus Tiempos Fuertes en
silencio y soledad con el Señor.

1.6
Tiempo Fuerte
“Haz lo necesario, después lo posible, y de repente, te encontrarás
haciendo lo imposible”.
Francisco de Asís

1- Comienza el Tiempo Fuerte leyendo del Libro Encuentro “Cómo vivir un


desierto”, desde: “La única manera de vivificar…” hasta: “La gente tiene
tiempo para lo que quiere”.

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Cómo vivir un Desierto

La única manera de vivificar las cosas de Dios es vivificando el corazón.


Cuando el corazón se puebla de Dios, los hechos de la vida se llenan del
encanto de Dios. Y el corazón se vivifica en los Tiempos Fuertes. Así hicieron
los profetas, los santos, y, sobre todo, Cristo.

Tiempo Fuerte significa reservar, para estar con el Señor, unos fragmentos
de tiempo en el programa de las actividades, por ejemplo treinta minutos
diarios, unas cuantas horas cada quince días, etc. Tiempos Fuertes no solo
para orar sino también para recuperar el equilibrio emocional, la unidad
interior, la serenidad y la paz; porque, de otra manera, las gentes acaban
por desintegrarse en la locura de la vida.

Los que quieran tomar en serio la vida con Dios, necesitan integrar el
sistema de los Tiempos Fuertes en la organización de sus actividades. Si
salvas los Tiempos Fuertes, los Tiempos Fuertes te salvarán a ti, ¿de qué?,
del vacío de la vida y del desencanto existencial. Si te quejas diciendo que
falta tiempo, te diré que el tiempo es cuestión de preferencias; y las
preferencias dependen de las prioridades. Se tiene tiempo para lo que se
quiere.
1.7

2- Leer del libro “El Hermano de Asís”, del capítulo I el subtítulo: “Los
castillos amenazan ruinas”. Subraya los pensamientos que hagan eco en
tu corazón y tu mente, anotando en tu cuaderno espiritual por qué estos
pensamientos te causaron este impacto.

Los castillos amenazan ruinas.

Francisco era demasiado joven para absorber sin pestañear aquel golpe. A
los veinte años, el alma del joven es un ánfora frágil. Basta el golpe de una
piedrecita, y el ánfora se desvanece como un sueño interrumpido. Es el
paso del tiempo y del viento lo que da consistencia al alma.

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Uno tiene la impresión de que los biógrafos contemporáneos pasan como


volando por encima de los años de conversión de Francisco. Igual que los
periodistas, los cronistas nos entregaron anécdotas. Pero, al parecer, no
presenciaron o, al menos, no nos transmitieron el drama interior que
origina y explica aquellos episodios. Nada nos dicen de su conversión hasta
la noche de Espoleto. Sin embargo, en esta noche cayó la fruta porque
estaba ya madura.

Para mí, en estos once largos meses de encierro e inactividad comienza el


tránsito de Francisco. Para construir un mundo, otro mundo tiene que
desmoronarse anteriormente. Y no hay granadas que arranquen de raíz una
construcción; los edificios humanos mueren piedra a piedra. En la prisión
de Perusa comienza a morir el hijo de Bernardone y a nacer Francisco de
Asís.

Zeffirelli nos ofreció un bellísimo filme, Hermano sol, Hermana luna. Pero
tampoco ahí se nos desvela el misterio. Nada se nos insinúa de los impulsos
profundos que dan origen a tanta belleza. La película se parece a un mundo
mágico que, de improviso, emergiera nadie sabe de dónde ni cómo. Es
como imaginar el despegue vertical de un avión sin reactores. Nadie, salvo
un masoquista químicamente puro, hace lo que Francisco en esas escenas:
someterse a una existencia errante presentando un rostro feliz a las caras
agrias, con la frente erguida ante las lluvias y las nieves, dulzura en la
aspereza, alegría en la pobreza. Todo eso presupone una fuerte capacidad
de reacción, que no aparece en la película, y un largo caminar en el dolor y
la esperanza; presupone, en una palabra, el paso transformante de Dios por
el escenario de un hombre.

La Gracia no hace estallar fronteras. Nunca se vio que el mundo amanezca,


de la noche a la mañana, vestido de primavera. El paso de un mundo a otro
lo hizo Francisco lentamente, a lo largo de dos o tres años, y no fue un
estallido repentino sino una transición progresivamente armoniosa, sin
dejar de ser dolorosa. Todo comenzó, según me parece, en la cárcel de
Perusa.

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***
En toda transformación hay primeramente un despertar. Cae la ilusión y
queda la desilusión, se desvanece el engaño y queda el desengaño. Sí; todo
despertar es un desengaño, desde las verdades fundamentales del príncipe
Sakkiamuni (Buda) hasta las convicciones del Eclesiastés. Pero el desengaño
puede ser la primera piedra de un mundo nuevo.

Si analizamos los comienzos de los grandes santos, si observamos las


transformaciones espirituales que ocurren a nuestro derredor, en todos
ellos descubriremos, como paso previo, un despertar: el hombre se
convence de que toda la realidad es efímera y transitoria, de que nada tiene
solidez, salvo Dios.
En toda adhesión a Dios, cuando es plena, se esconde una búsqueda
inconsciente de trascendencia y eternidad. En toda salida decisiva hacia el
Infinito palpita un deseo de libertarse de la opresión de toda limitación y,
así, la conversión se transforma en la suprema liberación de la angustia.

El hombre, al despertar, se torna en un sabio: sabe que es locura absolutizar


lo relativo y relativizar lo absoluto; sabe que somos buscadores innatos de
horizontes eternos y que las realidades humanas solo ofrecen marcos
estrechos que oprimen nuestras ansias de trascendencia, y así nace la
angustia; sabe que la criatura termina ahí y no tiene ventanas de salida y,
por eso, sus deseos últimos permanecen siempre frustrados; y sobre todo
sabe que, a fin de cuentas, solo Dios vale la pena, porque solo Él ofrece
cauces de canalización a los impulsos ancestrales y profundos del corazón
humano.

***

1.8

En la cárcel de Perusa despertó Francisco. Allí comenzó a cuartearse un


edificio. ¿Qué edificio? Aquel soñador había detectado como un
sensibilísimo radar, los sueños de su época, y sobre ellos y con ellos había

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proyectado un mundo amasado con castillos almenados, espadas


fulgurantes abatiendo enemigos: los caballeros iban a los campos de batalla
bajo las banderas del honor para dar alcance a esa sombra huidiza que
llaman gloria; con la punta de las lanzas se conquistaban los títulos
nobiliarios, y en brazos de gestas heroicas se entraba en el templo de la
fama y en las canciones de los rapsodas, igual que los antiguos caballeros
del rey Arturo y los paladines del gran emperador Carlos. En una palabra,
todos los caminos de la grandeza pasaban por los campos de batalla. Este
era el mundo de Francisco y se llamaba sed de gloria.

Persiguiendo esos fuegos fatuos había llegado nuestro joven soñador a las
proximidades de Ponte San Giovanni. La primera ilusión degeneró en la
primera desilusión, ¡y de qué calibre! Soñar en tan altas glorias y
encontrarse con tan humillante derrota, y en el primer intento, ¡era
demasiado! Y ahí mismo le esperaba Dios.

En los castillos levantados sobre dinero, poder y gloria no puede entrar


Dios. Cuando todo resulta bien en la vida, el hombre tiende
insensiblemente a centrarse sobre sí mismo, gran desgracia porque de él se
apodera el miedo de perderlo todo, y vive ansioso, y se siente infeliz. Para
el hombre, la desinstalación es, justamente, su salvación.

Por eso, a Dios Padre, si quiere salvar a su hijo arropado y dormido sobre el
lecho de la gloria y el dinero, no le queda otra salida que darle un buen
empujón. Al hundirse un mundo, queda flotando una espesa polvareda que
deja confuso al hijo. Pero, al posarse el polvo, el hijo puede abrir los ojos,
despertar, ver clara la realidad y sentirse libre.

Eso le sucedió al hijo de doña Pica. En el llano de Ponte San Giovanni se


vinieron al suelo sus castillos en el aire. En el primer momento, como
siempre sucede, el muchacho, envuelto en la polvareda, sintió confusión.
Pero, al llegar al presidio, en la medida en que fue pasando el tiempo y el
polvo se desvanecía, el hijo de doña Pica, como otro Segismundo, comenzó
a ver claro: todo es inconsistente como un sueño.

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Era demasiado para un joven sensible e impaciente, permanecer inactivo


entre los muros de una cárcel, mascando la hierba amarga de la derrota. En
un cautiverio hay demasiado tiempo para pensar. Allí no hay novedades que
distraigan. Solo queda flotando, como realidad única y oprimente, la
derrota.

Por otra parte, nuestro muchacho no se escapó de la psicología de los


cautivos. El cautivo, igual que el preso político, vive entre la incertidumbre
y el temor: no sabe cuántos meses o años permanecerá recluido en la
prisión, ni cuál habrá de ser el curso de los acontecimientos políticos, ni qué
será de su futuro. Solo sabe que ese futuro queda pendiente de un podestá
arbitrario o de una camarilla hostil de señores feudales.

Por otra parte, nuestro muchacho estaba bien informado de que los
cautiverios y derrotas son el alimento ordinario en la vida de las aventuras
caballerescas. Pero otra cosa era experimentarlo en carne propia y por
primera vez, ¡él que todavía no estaba curtido por los golpes de la vida y
era, además, de natural tan sensible!

La crisis comienza. Frente a las edificaciones que hoy suben y mañana bajan,
frente a los emperadores que hoy son de carne y mañana sombra, frente a
los nobles señores que son silenciados para siempre por la punta de una
lanza, hay otro Señor cabalgando sobre las estepas de la muerte, otro
Emperador al que no le alcanzan las emergencias ni las sombras, otra
Edificación que tiene estatura eterna. La Gracia ronda al hijo de doña Pica.
Éste pierde seguridad.

Los viejos biógrafos nos dicen que, mientras sus compañeros estaban
tristes, Francisco no solo estaba alegre sino eufórico. ¿Por qué? Un hombre
sensible fácilmente se deprime. A partir de su temperamento, tendríamos
motivos para pensar que Francisco tenía que estar abatido en la cárcel. Sin
embargo, no lo estaba.

Las palabras de Celano, cronista contemporáneo, nos dan pie para

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confirmarnos en lo que venimos diciendo desde el principio: que todo


comenzó en la cárcel de Perusa; que Dios irrumpió entre los escombros de
sus castillos arruinados; que allá tomó gusto a Dios, y allá vislumbró, si bien
entre tinieblas, otro rumbo para su vida.

Efectivamente, cuenta el viejo biógrafo que, ante la euforia de Francisco, se


molestaron sus compañeros y le dijeron:

—Estás loco, Francisco. ¿Cómo se puede estar tan radiante entre estas
cadenas oxidadas?

Francisco respondió textualmente:

—¿Sabéis por qué? Mirad, aquí dentro llevo escondido un presentimiento


que me dice que llegará el día en que todo el mundo me venerará como
santo.

Fugaces vislumbres de eternidad cruzaron el cielo oscuro de Francisco en


la oscura cárcel de Perusa.

1.9

3- Tomar los textos bíblicos: Deuteronomio 30, 11-14 y 31, 6-8 y hacer con
estos textos una meditación pidiendo al Espíritu Santo que te ilumine
para entender con claridad lo que quiere decirte el Señor con estas
palabras. Anota en tu cuaderno espiritual, la frase que te ha llamado la
atención y el porqué.

Deuteronomio 30, 11-14

11 "Este mandamiento que yo te doy no es superior a tus fuerzas ni está fuera de


tu alcance.

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12. No está en el cielo, para que puedas decir: «¿Quién subirá al cielo y nos lo
traerá? Entonces escucharemos y lo pondremos en práctica».
13. Tampoco está al otro lado del mar, para que tengas que decir: «¿Quién pasará
hasta el otro lado y nos lo traerá? Entonces escucharemos y lo pondremos en
práctica».
14. Todo lo contrario, mi palabra ha llegado bien cerca de ti; ya la tienes en la
boca y la sabes de memoria, y solo hace falta ponerla en práctica".

Deuteronomio 31, 6-8

6. “Sean valientes y firmes, no teman ni se asusten ante ellos, porque Yavé, tu


Dios, está contigo; no te dejará ni te abandonará.
7. Después de esto, Moisés llamó a Josué y le dijo en presencia de todo Israel: «Sé
valiente y firme, tú entrarás con este pueblo en la tierra que Yavé, hablando a sus
padres, juró darles; y sortearás la parte que le corresponderá a cada uno.
8. Yavé irá delante de ti. El estará contigo; no te dejará ni te abandonará. No
temas, pues, ni te desanimes»".

1.10

4- Al terminar la meditación, repetir con unción las palabras de Francisco


que están en el libro “El Hermano de Asís” en el capítulo II – subtítulo
“Dulzura en la aspereza”

“¡Mi gran Señor Jesucristo!, absuélveme de mi pusilanimidad. Tú sabes que


soy hoja seca al viento. Cúbreme con tus alas. Calza mis pies con sandalias
de acero y no permitas que el miedo anide en mi corazón”.

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1.11

5- Terminar su Tiempo Fuerte con la oración: “Señor de la victoria”

Señor de la victoria

Cuando todo se desmorona


en nuestros proyectos humanos,
en nuestros apoyos terrestres;
cuando de nuestros más bellos sueños
solo nos queda la desilusión;
cuando nuestros mejores esfuerzos
y nuestra más firme voluntad
no alcanzan el objetivo propuesto;
cuando la sinceridad y el ardor del amor
nada consiguen,
y el fracaso está ahí, desolador y cruel,
frustrando nuestras más bellas esperanzas,
Tú permaneces, Señor, indestructible
y fuerte,
nuestro amigo que todo lo puede.

Tus designios permanecen intactos,


nada puede impedir
que tu voluntad se cumpla.
Tus sueños son más bellos que los nuestros,
y Tú los realizas.

Conviertes los fracasos en un triunfo mayor,


nunca eres vencido.
Tú, que de la pura nada
haces surgir el ser y la vida,
tomas nuestra impotencia
en tus manos creadoras,

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con infinito amor,


y la haces producir un fruto, obra tuya,
mejor que todos nuestros deseos.

En Ti, nuestra esperanza


se salva del desastre,
cumplida en plenitud. Amén.

Te esperamos mañana. Dios te bendiga y te guarde.

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