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Comentarios críticos a Amoris laetitia, VIII: El matrimonio en el abismo

Comentario 14
«El Evangelio de la familia alimenta también estas semillas que todavía esperan
madurar, y tiene que hacerse cargo de los árboles que han perdido vitalidad y
necesitan que no se les descuide» (Amoris laetitia, n. 76)
«”El discernimiento de la presencia de los semina Verbi en las otras culturas
(cf. Ad gentes divinitus, 11) también se puede aplicar a la realidad matrimonial y
familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos
en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas”, aunque tampoco
falten las sombras. » (Amoris laetitia, n. 77)
«La mirada de Cristo, cuya luz alumbra a todo hombre (cf. Jn 1,9; Gaudium et
spes, 22) inspira el cuidado pastoral de la Iglesia hacia los fieles que simplemente
conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a
casar. Con el enfoque de la pedagogía divina, la Iglesia mira con amor a quienes
participan en su vida de modo imperfecto» (Amoris laetitia, n. 78)
«Frente a situaciones difíciles y familias heridas, siempre es necesario recordar un
principio general: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir
bien las situaciones” (Familiaris consortio, 84). El grado de responsabilidad no es
igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de
decisión. Por lo tanto, al mismo tiempo que la doctrina se expresa con claridad,
hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas
situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a
causa de su condición”.» (Amoris laetitia, n. 79)
 
Bajo el epígrafe «Semillas del Verbo y situaciones imperfectas» se suceden cuatro
parágrafos (números 76 a 79) de gran importancia en Amoris laetitia, porque son
como la llave ideológica que permite abrir la caja del capítulo 8, que es la clave de
toda la exhortación. De estos cuatro párrafos hemos seleccionado cuatro pasajes
fundamentales.
En el n. 76 se habla de las «situaciones imperfectas» como de «semillas que
todavía esperan madurar», y se asocian al Verbo vía sacramental, es decir,
interpretándolas «partiendo del don de Cristo en el sacramento». O sea, que se
pretende que estas situaciones imperfectas sean entendidas como semillas
sacramentales del Verbo.
En el n. 77 compara estas semillas sacramentales con «los semina Verbi en las
otras culturas», y afirma que «se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar»
y se pueden encontrar también «[f]uera del verdadero matrimonio natural» como
elementos positivos «en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas»,
aunque reconociendo eufemísticamente que «tampoco falten las sombras».
En el n. 78, se enseña que, de la misma forma que la luz de la mirada de
Cristo «alumbra a todo hombre», —también, al parecer, alumbra a los que viven
en las mencionadas situaciones imperfectas, por eso la Iglesia dirige su «cuidado
pastoral» a «los fieles que simplemente conviven, quienes han contraído
matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar». Y lo hace mirando estas
situaciones con amor porque, quienes participan en ellas, participan también de la
vida y luz sacramentales, si bien «de modo imperfecto».
Y así, mediante eufemismos, se atribuye el carácter de semilla  sacramental al
concubinato y la fornicación de «los fieles que simplemente conviven», al rechazo
apóstata del sacramento matrimonial de «quienes han contraído matrimonio sólo
civil», o al grave pecado de adulterio y escándalo público de los «divorciados
vueltos a casar».
***
Resulta escandaloso 1º atribuir la luz de Cristo a estos gravísimos pecados, y 2º,
pretender que los pastores aprendan a “discernirla", haciéndose dioses del fuero
interno ajeno.
Y es que rechina profundísimamente en los oídos católicos que se utilicen
eufemismos para mitigar la gravedad del pecado. Como se hace en el n. 79, para
resumir todo lo anterior bajo la etiqueta de «situaciones difíciles y familias
heridas»; y, ¿por qué este eufemismo? Pues para «evitar los juicios que no toman
en cuenta la complejidad de las diversas situaciones», se dice, pretendiendo así
que, en el pecado, los pastores disciernan semillas del Verbo pero no disciernan lo
pecaminoso, sino que lo dejen en suspenso.
 
—Discernir, en el pecado, semillas sacramentales de Cristo, pero no discernir lo
pecaminoso. Esto es, al fin y al cabo, lo que se pide en estos cuatro parágrafos. Al
igual que se imaginan semillas del Verbo en las religiones adámicas, pero sin
discernir lo pecaminoso de su idolatría, se deben imaginar semillas del Verbo en
las ofensas contra el matrimonio, pero sin esclarecer (juzgar) su carácter
pecaminoso. Lo negativo tanto de las situaciones imperfectas, como sus análogos
las religiones imperfectas, sólo serían algunas sombras que no se dejan de
reconocer. Pero son sombras de maduración, como quiere el punto 76, sombras
de semillas aún por madurar, debilidades de un árbol cansado.
Sin embargo, la situación del matrimonio y la familia en el mundo actual ofrece una
perspectiva muy diferente a la ofrecida, y muy lejos de contener la luz de Cristo,
antes bien la eclipsan, sobre todo porque contienen otro numen, el de su enemigo.
En el mundo actual cayeron ciertamente semillas de Cristo, pero el mundo actual
las ahogó y no prosperaron, porque la tierra de la Modernidad axiológica es mala.
Un simple vistazo a la realidad del matrimonio en las sociedades actuales nos
hace comprender que los males que le aquejan son mucho más que algunas
sombras aquí y allá, y que lejos de ser sembradura de Cristo, es sembradura de
su enemigo. La situación es trágica y desoladora.
—La difusión del impudor.- Los hábitos de vida impúdica se han convertido en
vicios masivos. Los católicos no dan importancia al impudor, y esto multiplica el
pecado mortal, que se vuelve habitual, consolidando estructuras de pecado
virtuales y reales. El impudor y la lujuria atacan hoy al matrimonio con violencia
anticristiana. Los poderes del mal campean a sus anchas a través de auténticas
estructuras de impudor y lujuria, en que la tecnología y la cultura sirven de
instrumento de difusión, y el ocio público sirve de tentación en plural. La
normalidad del impudor y la lujuria vuelve anormal la castidad matrimonial, y
habitual el estado de enemistad con Dios. La crisis del sacramento de la confesión
en numerosas iglesias locales consolida el mal y parece volver pandémico el
estado de pecado habitual.
—La difusión/normalización del divorcio/adulterio. Aumenta el número de
adulterios entre católicos, y esto multiplica su aceptación moral y se difunde como
una plaga. Esta difusión/normalización es figura de la difusión/normalización de la
apostasía, pues el adulterio es tipo de la idolatría. Quebrantar el matrimonio
sacramental ofende la unión de Cristo y de su Iglesia, y prepara la herejía, la
heterodoxia, la pérdida de la fe. En realidad, quien traiciona a su cónyuge se
convierte a las criaturas y se vuelve idólatra. ¿Nos extrañaremos, entonces, de la
calamitosa crisis de fe que padece el catolicismo?
—El crimen del aborto se ha extendido entre matrimonios de bautizados, difundido
por leyes malvadas aprobadas y votadas, también, por bautizados. La sangre de
los seres humanos abortados pende sobre la conciencia de cónyuges,
sociedades, instituciones. Es un crimen suscitado y anticipado por la practica
masiva de la anticoncepción, que no sólo mantiene alejados de la gracia
santificante a los esposos, corrompiendo su unión conyugal y cegando las fuentes
de la vida; sino que sumerge sus matrimonios en un nihilismo de egocentrismo. La
generalizada oposición, en los años del posconcilio, a la Humanae vitae, movida
por teólogos prestigiosos y pastores desviados, muestra con pavorosa claridad
cuán difundida estaba y estaría la anticoncepción en la mentalidad de las viejas
sociedades cristianas, en pocos decenios descristianizadas.
La trágica situación del matrimonio y la familia católica fue ya advertida, en plena
consolidación de los estados liberales, por León XIII. Su diagnóstico es
rabiosamente actual.
—León XIII denuncia la tragedia del matrimonio adámico, multiplicada por el
liberalismo, en su encíclica Arcanum divinae sapientiae, de 10 de febrero de 1880.
Ahí presenta la verdadera perspectiva con que contemplar la corrupción del
matrimonio en las culturas paganas; sí, en esas mismas culturas en las
que Amoris laetitia pretende encontrar semillas de Cristo y a las que agradece su
admirable lucha contra mal, reconociendo en ellas la acción del Espíritu; pues
bien, de ellas afirma León XIII que «apenas cabe creerse cuánto degeneró y qué
cambios experimentó el matrimonio, expuesto como se hallaba al oleaje de los
errores y de las más torpes pasiones de cada pueblo».
Y ampliando el análisis a todas las naciones, continúa describiendo de esta forma
la dramática situación del matrimonio en el mundo:
«Todas las naciones parecieron olvidar, más o menos, la noción y el verdadero
origen del matrimonio, dándose por doquiera leyes emanadas, desde luego, de la
autoridad pública, pero no las que la naturaleza dicta. Ritos solemnes, instituidos
al capricho de los legisladores, conferían a las mujeres el título honesto de
esposas o el torpe de concubinas; se llegó incluso a que determinara la autoridad
de los gobernantes a quiénes les estaba permitido contraer matrimonio y a
quiénes no, leyes que conculcaban gravemente la equidad y el honor. La
poligamia, la poliandria, el divorcio, fueron otras tantas causas, además, de que se
relajara enormemente el vínculo conyugal. Gran desorden hubo también en lo que
atañe a los mutuos derechos y deberes de los cónyuges, ya que el marido
adquiría el dominio de la mujer y muchas veces la despedía sin motivo alguno
justo; en cambio, a él, entregado a una sensualidad desenfrenada e indomable, le
estaba permitido discurrir impunemente entre lupanares y esclavas, como si la
culpa dependiera de la dignidad y no de la voluntad. Imperando la licencia marital,
nada era más miserable que la esposa, relegada a un grado de abyección tal, que
se la consideraba como un mero instrumento para satisfacción del vicio o para
engendrar hijos. Impúdicamente se compraba y vendía a las que iban a casarse,
cual si se tratara de cosas materiales, concediéndose a veces al padre y al marido
incluso la potestad de castigar a la esposa con el último suplicio. La familia nacida
de tales matrimonios necesariamente tenía que contarse entre los bienes del
Estado o se hallaba bajo el dominio del padre, a quien las leyes facultaban,
además, para proponer y concertar a su arbitrio los matrimonios de sus hijos y
hasta para ejercer sobre los mismos la monstruosa potestad de vida y muerte.»
(LEÓN XIII, Arcanum, n. 5).
A continuación, repasa los ataques al matrimonio y la familia perpetrados por el
mundo anticristiano, ayudado «en nuestros tiempos» por el maligno; ataques
sistemáticos «imbuidos en las opiniones de una filosofía falsa [la filosofía
moderna, ilustrada, liberal y revolucionaria] y por la corrupción de las costumbres»
promovida «por el enemigo del género humano» (n. 10): desprecio y rechazo de
su elevación y restauración por Cristo (Cf. n.10), negación de la potestad de la
Iglesia, de cuya motivación anticristiana surgen «los llamados matrimonios civiles»
—en los que A.L. encuentra semillas sacramentales del Verbo—; intento de
separar contrato y sacramento (Cf. n. 12); profanación del matrimonio (Cf. n. 13),
negación de su carácter sagrado (Cf. N. 13).
Seguidamente, supuesta la exclusión de la religión del ámbito familiar y doméstico,
León XIII enumera una serie de terribles males que aquejan al matrimonio en los
tiempos modernos (n. 15-18):
«Desterrada y rechazada la religión […] los matrimonios tienen que caer
necesariamente de nuevo en la esclavitud de la naturaleza viciada y de la peor
tiranía de las pasiones. De esta fuente han manado múltiples calamidades, que
han influido no sólo sobre las familias, sino incluso sobre las sociedades».
Y enumera de forma impresionante los males del divorcio:
«las alianzas conyugales pierden su estabilidad, se debilita la benevolencia mutua,
se ofrecen peligrosos incentivos a la infidelidad, se malogra la asistencia y la
educación de los hijos, se da pie a la disolución de la sociedad doméstica, se
siembran las semillas de la discordia en las familias, se empequeñece y se
deprime la dignidad de las mujeres…[y el resultado es la] depravación moral de
los pueblos»
Luego sigue completando la tremenda lista de calamidades:
«Tan pronto como la ley franqueó seguro camino al divorcio, aumentaron
enormemente las disensiones, los odios y las separaciones, siguiéndose una tan
espantosa relajación moral, que llegaron a arrepentirse hasta los propios
defensores de tales separaciones; los cuales, de no haber buscado rápidamente el
remedio en la ley contraria, era de temer que se precipitara en la ruina la propia
sociedad civil. […]; tardó poco, sin embargo, en comenzar a embotarse en los
espíritus el sentido de la honestidad, a languidecer el pudor que modera la
sensualidad, a quebrantarse la fidelidad conyugal en medio de tamaña licencia
depravación moral y la intolerable torpeza de las leyes.[…] [que] arrastra a la
sociedad a una ruina segura».
Pues bien, según Amoris laetitia n. 76-79, en estos grandes males se dice que
existen semillas del Verbo; que son situaciones meramente imperfectas que no se
deben juzgar porque son reflejos seminales de la luz de Cristo, que ilumina a todo
hombre.
Si el culto de una religión se dirige a un ídolo, no puede decirse que esa religión
tenga semillas del Verbo, sino semillas de ese ídolo. Si los cónyuges deciden no
casarse como Dios manda, sino vivir como Dios desaprueba, no puede decirse
que en esa unión haya semillas del Verbo, sino semillas de sus propias
voluntades.
 
En fin, la terrible situación que vive el matrimonio en la Modernidad, descrita por el
Papa antiliberal, León XIII, obviamente ha empeorado en la actualidad, agravada
por el empuje institucional de la ideología de género, la difusión planetaria de los
anticonceptivos y del aborto, y el avance imparable de la lujuria de masas.
Hay que lamentar profundamente que en una exhortación apostólica se pida a los
pastores de la Iglesia, que por «amor a la verdad» no disciernan lo pecaminoso de
estos males, sino una supuesta sembradura sacramental del Verbo en ellos. 
También hay que lamentar profundamente el silencio de una gran mayoría de
pastores al respecto, como si la verdad misma pudiera resistir tan grande
agresión.  Porque, a fin de cuentas, ni la idolatría es culto en espíritu y en verdad,
ni el adulterio es un matrimonio. El estado del matrimonio natural y cristiano en el
mundo actual es tan desastroso, que no hay eufemismos que puedan encubrir la
realidad.
 

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