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ISSN 2386-6098
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Artículo
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Recibido: 10/09/2019
Aceptado: 12/10/2019
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Pensamiento al margen. Revista digital. Nº11, 2019. ISSN 2386-6098
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Resumen
En este texto se aportan elementos para contribuir al análisis de la precariedad, tanto en
la extensión como en el valor, de las tierras que fueron puestas en circulación durante el
porfiriato en el estado de Tlaxcala, México. Con este propósito se examina el registro
notarial de las transacciones realizadas entre 1880 y 1912, con arreglo a la ley de
desamortización y nacionalización de bienes eclesiásticos y civiles, para discutir la idea,
muy arraigada en la historiografía nacional, de que en el mercado de tierras sólo
participaba la élite.
Abstract
This text provides elements to contribute to the analysis of the precariousness, both in the
extent and value, of the lands that were put into circulation during the Porfiriato in the state
of Tlaxcala, Mexico. For this purpose, the notarial registry of transactions between 1880
and 1912 is examined, in accordance with the law of confiscation and nationalization of
ecclesiastical and civil property, to discuss the idea, deeply rooted in national
historiography, that in the market of lands only the elite participated.
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Introducción
La aplicación de la legislación liberal sobre la desamortización de fincas rústicas y
urbanas de las corporaciones civiles y eclesiásticas, decretada en 1856 con el objetivo
reactivar la economía y las finanzas públicas del Estado, tuvo una enorme repercusión en
la estructura de la propiedad corporativa de la iglesia, de los ayuntamientos y de los
pueblos indígenas, ya que su fin último era alentar la propiedad privada e individual. Esa
legislación, conocida genéricamente como Ley Lerdo fue la base de las acciones
desamortizadoras que se realizaron desde su promulgación, en 1856, hasta el porfiriato
que culminaría en 1911.
Sus repercusiones han sido materia de análisis para los estudios históricos que se han
ocupado primero, en determinar la extensión o dimensión de las tierras comunales de los
pueblos y sus instituciones y, después, de la problemática que significó el ingreso de la
propiedad raíz, mediante mecanismos diversos, al mercado.
El influyente trabajo de Jan Bazant (1966) estableció que los terratenientes fueron los
mayores beneficiarios de los efectos de la Ley Lerdo, seguidos por los comerciantes y los
profesionistas de corte liberal. Mientras que Frasert (1972), retomando los tradicionales
ensayos de Molina Enríquez y Reyes Heroles, destacó que la ofensiva contra las tierras
comunales de los pueblos indígenas fue una política constante desde 1856 hasta 1911.
Ambos trabajos no consideraron la participación de los vecinos de los pueblos dedicados
a labrar más los campos ajenos que los propios ni los posibles beneficios que obtuvieron
al adaptarse a las nuevas reglas del mercado.
Más adelante, trabajos como el de Knowlton (1990), empezaron a analizar las dificultades
del proceso de privatización de la propiedad raíz que no reportó, en lo inmediato, los
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beneficios esperados, pues esta significó, entre otras cuestiones, un moroso pago de
impuestos y resistencia a la división de las tierras, lo que derivó en la obstrucción de las
leyes y en la lentitud de su cumplimiento. Schenk (1995), por su parte, explicó que la
privatización de las propiedades comunales, avivada con la legislación porfiriana, fue
caótica y a menudo se cometieron fallas en los procedimientos, lo que causó
innumerables conflictos entre los pueblos.
Las investigaciones sobre los efectos de la Ley Lerdo lograron una nueva perspectiva al
recurrir a los archivos municipales. Gracias a la información contenida en esos
repositorios se pudo establecer cómo y en qué medida se ejercieron los derechos que los
nuevos dueños adquirieron, y qué resultó del proceso de desamortización de la tierra. Un
análisis como el de Antonio Escobar Ohmstede (1993) sobre la región de la Huasteca, en
especial la hidalguense y la veracruzana durante el siglo XIX, muestra las trasformaciones
de la tenencia de la tierra, y cómo los pueblos indígenas protegieron sus tierras. Su
análisis mostró que los pueblos indígenas de esa región mantuvieron su dominio territorial
siguiendo tres estrategias: la compra de tierras, el litigio y las invasiones. Para este autor,
la conservación de las tierras de las comunidades, mediante la compra de tierras, fue
posible gracias a la conformación de los condueñazgos y las sociedades agrícolas.
En el mismo sentido, Menegus (2007) hace notar que en Oaxaca ciertos cacicazgos se
vieron afectados de forma indirecta por la aplicación de la ley de desamortización, ya que
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En las primeras décadas del tercer milenio, los estudios sobre el tema han coincidido en
señalar que la privatización de tierras de uso común, posible gracias a la legislación liberal
decimonónica, cambió la concepción de la propiedad. El hecho de que las parcelas de
cultivo se pudieran comprar, vender, embargar, repartir, heredar y adjudicar generó un
activo mercado en el que no sólo participaron los terratenientes, empresarios y políticos,
sino también los campesinos.
Sobre este particular, Sanchez (2013) ha destacado el papel esencial que tuvo la
propiedad de la tierra como factor de empoderamiento del pequeño campesino y de las
mujeres frente al hacendado y las autoridades. Esto propicio la tenaz defensa del
patrimonio territorial ante propios y extraños valiéndose de recursos judiciales y
extrajudiciales. Los estudios de Sanchez (2013; 2019) muestran a los habitantes de los
pueblos dentro de un entramado de relaciones y de contextos institucionales, actuando
para beneficiarse de las fisuras en las leyes o en alianzas coyunturales con las élites
económicas y políticas para, así, alcanzar o mantener su condición de propietarios. A
partir de estas reflexiones se propone revisar los procesos de mercantilización de la tierra
en el territorio tlaxcalteca.
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Fuente: http://www.sct.gob.mx/pet-sct/cobertura-2016/tlaxcala/
Surcada, en el oriente, por los ríos Zahuapan y Atoyac —tributarios de la cuenca superior
del río Balsas— y por las corrientes Viejo, Grande y Tepextitla-La Trinidad, la región
suroeste del estado de Tlaxcala tuvo las tierras más fértiles del estado. Sus haciendas5,
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El proceso ha sido estudiado por Sempat Assadourian (1991: 13-33), quien señala que, a
finales del siglo XVI, hubo dos formas de apropiarse de la tierra en la provincia de
Tlaxcala: a partir de una merced que concedía la corona española por los servicios
prestados en guerra, compatible a la tradición indígena, y a través de un mercado de
tierras que chocaba con las costumbres indígenas, por lo que la nobleza india trató de
frenar la adquisición de propiedades por parte de los españoles por la vía de la compra.
Sin embargo, su resistencia fue incapaz de contener el cambio de manos de las tierras
tlaxcaltecas. La investigación de Sempat Assadourian, basada en el análisis de 209
escrituras relativas a cesiones de tierras a españoles, muestra que 160 —76.5 por
ciento— corresponden a operaciones de compraventa, mientras que las 49 restantes —
23.5 por ciento— testimonian once donaciones, tres trueques y treinta y cinco
arrendamientos y de que, en estas cesiones, la nobleza india tuvo una destacada
participación. Entonces, tenemos evidencia de una temprana formación de un mercado de
tierras en el territorio tlaxcalteca y, más aún, de que este fue activado por los mismos
indígenas desde finales del siglo XVI.
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Los estudiosos del curso que siguió la mercantilización de la tierra, en la región suroeste
de Tlaxcala, recuperaron la pista de la problemática a partir de la aplicación de las
reformas liberales de mediados del siglo XIX.
Hidalgo (Tlaxcala) 1 1 7 37 22 17
Juárez (Huamantla) 1 8 11 19 39
Zaragoza (Zacatelco) 7 32 22 20
Morelos (Tlaxco) 1 3 4 5 29
Ocampo (Calpulalpan) 1 3 12 1 20
Cuauhtémoc 5 33 10
(Escandón)
Total 2 3 33 129 69 135
Fuentes: Larrea y Cordero, Pedro, Gran cuadro histórico, industrial y religioso de la ciudad de Tlaxcala y el
Estado de su nombre, Tlaxcala, 1886. Para el distrito de Cuauhtémoc hemos agregado los datos a partir de
Velasco, Alfonso Luis, Geografía y estadística del Estado de Tlaxcala, México, Gobierno del Estado de
Tlaxcala, 1998 (ed. facs. de la de 1892), tomado de Sanchez, 2019: 54)
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En el caso de los terrenos comunales, que en diversas regiones fueron considerados por
los ayuntamientos como parte de su espacio territorial gracias a la herencia de la
Constitución de 1812, los “nuevos propietarios”, en muchos casos indígenas y
campesinos, perdieron sus parcelas al no poder erogar los gastos de deslinde, titulación y
compra de los derechos o acciones que tenían en usufructo desde hacía tiempo. Otros las
conservaron y las fueron dejando en herencia, algunos más las traspasaron a aquellos
que les habían facilitado el dinero para su adquisición en primera instancia (Escobar
Ohmstede, 2012).
Ante las varias formas de apropiación y explotación de la tierra, los intentos de aplicar una
legislación normativa de corte liberal fueron acompañados de reinterpretaciones y
reacomodos diseñados desde los poderes locales, como se constata en el estado de
Tlaxcala. Entonces, se debe revisar el planteamiento tradicional de que, a partir de las
leyes de desamortización y nacionalización de terrenos baldíos, los únicos beneficiados
fueron los terratenientes, pudientes y especuladores que se aprovecharon de la situación
de muchos labradores pobres. Lo mismo que la tendencia a visualizar solamente la
privatización de ciertas tierras para conformar las grandes propiedades.
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Los casos citados por Sanchez no son aislados. La fuente notarial indica que en los
distritos de Hidalgo y Zaragoza, entre 1880 y 1915, se realizaron 671 transacciones
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relativas a la comercialización de bienes raíces, de las cuales, 601 —90 por ciento—
correspondieron a la compraventa de pequeños terrenos.
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Teolocholco 0 0 16 4 20 3%
Tepeyanco 0 0 0 0 0 0%
Tetlatlahua 0 0 1 1 2 0%
TOTAL 6 38 602 25 671 100%
% 1% 6% 90% 4% 100%
Fuente: Archivo de Notarías de Tlaxcala, Libros de notarios, distritos de Hidalgo y Zaragoza, 1881-1910.
Los terrenos ubicados cerca de los ríos Zahuapan y Atoyac alcanzaron mayor demanda y
valor. Mientras Luis García Teruel, propietario de la hacienda Santa Ana Atayazolco,
conocida como Portales, localizada en el municipio de Nativitas, pudo vender cuatro
caballerías —171.2 hectáreas— de su hacienda a 95 vecinos de los pueblos de Nativitas,
San Gerónimo Lacualpan, San Luis Teolocholco y de Santa Inés Zacatelco, en 38,400
pesos7. El ayuntamiento del pueblo de San Isidro Buensuceso sólo pudo obtener 7,608
pesos por la venta de diez caballerías —428 hectáreas—, que comprendían un terreno de
labor y otro en el monte de la Malintzi a veintiséis matrimonios8. O sea, mientras las tierras
de labor de una de las haciendas más importantes y productivas, ubicada en medio de
dos cursos de agua se cotizaban en 224 pesos la hectárea, las tierras montañosas, con
todo y que brindaban la posibilidad de explotar la madera y la trementina, apenas
alcanzaban un valor promedio de diecisiete pesos por hectárea. En estos dos casos, la
diferencia entre el número de compradores asociados y el valor de la propiedad raíz está
claramente determinada por la calidad de la tierra y por la distancia que mediaba entre el
terreno y las fuentes de aprovisionamiento de agua.
Pero, aun en el primer caso, si se dividiera la fracción vendida, 171.2 hectáreas, entre los
noventa y cinco vecinos tendríamos un promedio de 1.8 hectáreas por comprador —lo
cual no es del todo exacto pues hubo quien pudo comprar lotes más extensos o más de
un lote—. Pero, si consideramos la extensión promedio de los lotes, la cuestión que se
plantea es si estos pequeños terrenos eran suficientes para satisfacer las necesidades de
una familia campesina de cuatro o cinco integrantes, ya sea para el autoconsumo o para
participar en el mercado con la venta de sus excedentes. Para aclarar la cuestión
tomamos en consideración las estimaciones de Cook y Borah (1980: 153-154), quien
apunta que un adulto consumía alrededor de un tercio o la mitad de cuartillo diario de
maíz —entre 319 y 479 gramos— complementado con otros alimentos como frijol, chile y
pulque. Una plantación de mil brazas cuadradas —una hectárea aproximadamente— en
promedio tenía un rendimiento de 6.7 fanegas de maíz —1,060 kilogramos—,
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considerando tanto las tierras irrigadas como las no irrigadas. Por tanto, una familia de
cuatro o cinco miembros requería un terreno de tres hectáreas, por lo menos, para
satisfacer sus necesidades de alimentos, sin posibilidad de excedentes destinados a
complementar el ingreso económico en el mercado, es decir, estos datos trazan el rostro
de una precariedad históricamente instalada en el medio rural.
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el pago por la propiedad, lo que podía demorar de ocho a diez años, ésta se dividía entre
los nuevos propietarios que así podían gestionar los títulos de propiedad
correspondientes, en los que se señalaban claramente las colindancias y el valor de cada
fracción. La división de la propiedad se demoraba, pues el dueño no quería cobrar a cada
nuevo propietario, ya que prefería mantener en una sola escritura la venta de su
propiedad y no en varias.
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La cantidad de tierra así obtenida dependía del número de vecinos que intervinieran en la
operación y de su capacidad de compra. En ocasiones el terreno se repartía
equitativamente, en otras, un solo vecino podía adquirir varios lotes. El caso del rancho
Techichilco, ubicado en la municipalidad de San Pablo Apetatitlan, nos ilustra al respecto.
Fue comprado por los vecinos de San Matías por la cantidad de 695.00 pesos y los
involucrados en la operación decidieron dividir la propiedad. Sin embargo, por el precio
que pagó cada asociado, no les correspondió la misma superficie: dos personas pagaron
la cantidad de 20 pesos y obtuvieron tres hectáreas, en cambio otra persona por la misma
cantidad consiguió un lote de 0.78 ha. Lamentablemente la escritura no especifica el tipo
o calidad de la tierra9.
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El precio de los lotes osciló entre diez y veinte pesos y sólo tres de ellos correspondían,
según Cook y Borah (1980), a la extensión mínima para sostener una familia de cuatro a
cinco integrantes: tres hectáreas. La mayoría de los lotes eran de escasa extensión, pues
veintitrés fracciones de las treinta y siete en las que se dividió el rancho, tenían menos de
una hectárea. Lo notable es que no es un caso aislado. Sanchez (2019: 44) reporta
procesos de compraventa muy similares: fraccionamiento de terrenos en lotes mínimos,
insuficientes para el sostenimiento de una familia, vendidos a precios muy bajos. De esta
manera, las extensiones de tierra así adquiridas apenas eran suficiente para una
subsistencia precaria de las familias campesinas. Pero hay que mirar con mayor
detenimiento estos registros notariales para comprender el afán de los pequeños
campesinos por hacerse de una fracción de tierra, por mínima que nos parezca.
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Observaciones finales
En el suroeste del estado de Tlaxcala, la mercantilización de la propiedad raíz adoptó
características particulares con la aplicación de la legislación liberal de la segunda mitad
del siglo XIX. La propiedad corporativa de la tierra de labor, pero también la propiedad
privada, se fraccionó y salió al mercado, poniéndose al alcance de particulares que, de
manera individual o colectiva, reconfiguraron la base material de subsistencia de la
sociedad tlaxcalteca. La puesta en circulación de fracciones de tierras de labor demandó
estrategias organizativas a los campesinos que pretendieran su adquisición, de ahí que la
precarización del mercado de tierras no sólo debe sopesarse en su dimensión económica,
sino también en su dimensión social y política.
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Referencias
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Archivo General de Notarías del Estado de Puebla.
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historia del origen de las comunidades teenek (huastecas) de Tantoyuca, norte de
Veracruz. México: Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos.
Cazarín Martínez, A. (2009). Regiones y autonomía municipal en Tlaxcala. Scripta
Ethnologica, XXXI, 59-89.
Collin Harguindeguy, L. (2006). Identidad regional y fronteras étnicas: la historia de la
conquista según los tlaxcaltecas. Scripta Ethnologica, XXVIII, 21-40.
Cook, S. F., & Borah, W. (1980). Producción y consumo de alimentos en el México central
antes y después de la conquista (1500-1659). En S. F. Cook, & W. Borah, Ensayos
sobre historia de la población: México y el Caribe (págs. 124-164). México: Siglo
XXI Editores.
Escobar Ohmstede, A. (1993). Los condueñazgos indígenas en las huastecas
hidalguense y veracruzana: ¿Defensa del espacio comunal? En A. Escobar
Ohmstede, Indio, nación y comunidad en el México del siglo XIX. (págs. 171-188).
México: CIESAS.
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Mexico: ¿una ley agraria, fiscal o ambas? Una aproximación a las tendencias en la
historiografia. Mundo agrario: Revista de estudios rurales, 13(25).
Fraser, D. J. (1972). La política de desamortización en las comunidades indígenas, 1856-
1872. Historia Mexicana, XXI(4), 615-651.
Guerra, F.-X. (1988). México: del antiguo régimen a la revolución (Primera ed., Vol. I).
México: Fondo de Cutura Económica.
Knowlton, R. J. (1990). La división de las tierras de los pueblos durante el siglo XIX: el
caso de Michoacán. Historia Mexicana, XL(1), 3-25.
Ley de desamortización de fincas rústicas y urbana propiedad de corporaciones civiles y
eclesiásticas. (1856). México.
Menegus Bornemann, M. (2007). La desvinculación y desamortización de la propiedad en
Huajuapan, siglo xix. En C. Sánchez Silva, La desamortización civil en Oaxaca
(págs. 31-64). Oaxaca: Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca.
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1
Los condueñazgos resultaron de la segregación del territorio comunal de los pueblos posterior a la aplicación de las
Leyes de Reforma. Los vecinos, que poseían el territorio de facto, se constituyeron en grupos de compradores que
dividieron esas fracciones de tierra en lotes para formar una sola copropiedad. De este modo se constituyeron
legalmente como propiedades privadas avaladas por un sólo título pero poseídas por varios socios, es decir, condueños
poseedores de una acción, mas no propietarios de una extensión claramente delimitada de terreno. Esto no permite
calcular el valor ni la extensión de tierra explotada por cada condueño que dependía, más bien, de su capacidad de
inversión (véase Ariel de Vidas, A., 2009).
2
Las sociedades agrarias tenían personalidad jurídica independiente de sus socios. Contaban con un reglamento que
daba cuenta de su organización, podían admitir a cualquier vecino del pueblo si se comprometían a contribuir en partes
iguales para el pago de la tierra. Quienes no entraban en la asociación, podían ser admitidos como arrendatarios y
disponer de la propiedad por espacio de un año, con la posibilidad de extender por más tiempo el arrendamiento (véase
Menegus Bornemann, M.; Hernández Vidal, Y. G., 2012).
3
El territorio del actual estado de Tlaxcala estuvo densamente poblado desde tiempos prehispánicos. Sus ocupantes
contribuyeron notablemente a la empresa de la conquista y la colonización española lo que les confirió un estatus de
aliados de la Corona. Esta condición les permitió mantener una notable cohesión y control de su territorio: los límites
territoriales de Tlaxcala han variado muy poco a lo largo del tiempo, aunque a su interior se hayan registrado
innumerables reconfiguraciones. Ubicado en el centro del país, Tlaxcala fue inscrito como territorio de la Federación en
la Constitución de 1824, dependiente del gobierno de Puebla. En 1836, cuando los estados fueron transformados en
departamentos, el territorio de Tlaxcala quedó incluido dentro del Departamento de México en calidad de distrito.
Después de varios reclamos, la Constitución de 1857 determinaría su categoría de estado de la Federación. Después de
la restauración de la república eligió como gobernador al liberal Miguel Lira y Ortega para el período 1868-1872.
Posteriormente, y hasta el estallido del movimiento revolucionario, la figura de Próspero Cahuantzi dominaría la escena
política. Actualmente es una de las 32 entidades federativas de México, y se encuentra dividido en 60 municipios. Con
sus 3,997 km² es la entidad federativa menos extensa del país. (Véase Cazarín Martínez, 2009; Sanchez, 2019 y
http://siglo.inafed.gob.mx/enciclopedia/EMM29tlaxcala/historia.html)
4
Con este vocablo se designa al período de la historia mexicana que va de noviembre de 1876 a mayo de 1911 y que
corresponde al gobierno del militar oaxaqueño Porfirio Díaz, cuya divisa fue “Orden y Progreso”. Es esos largos años se
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lograron avances en la pacificación del país y se pusieron las bases del moderno Estado mexicano al tiempo que las
libertades individuales y la vida democrática se vieron seriamente limitadas, lo que llevaría al estallido revolucionario de
1910.
5
El Diccionario de Autoridades, en el año 1734, define a la hacienda como las heredades del campo y tierras de labor
que se trabajan para que fructifiquen. Durante el período colonial, la creciente demanda interna y externa de productos
agrícolas y ganaderos propiciaron la expansión territorial de las labores agrarias organizadas en unidades productivas
complejas, mejor conocidas como haciendas. Andando el tiempo, en México, adoptarían características muy diversas:
algunas se dedicaron al monocultivo, otras diversificaron su producción, algunas incorporaron los adelantos tecnológicos
en sus labores, otras dependieron mayormente de la mano de obra campesina, unas fueron administradas directamente
por sus propietarios con criterios empresariales, otras quedaron en manos administradores que sustituían a propietarios
ausentistas. Las que se ubicaron en el norte del país fueron muy extensas, no así las que se localizaron en el altiplano
central. De tal manera que la hacienda, como unidad productiva por excelencia, dominó el panorama económico de
México hasta la aplicación la Reforma Agraria en el siglo XX.
6
El territorio tlaxcalteca ha atravesado por diferentes estatus político-administrativos, desde señorío, alcaldía mayor,
provincia, territorio hasta que alcanzó su carácter de estado libre y soberano con la promulgación de la Constitución de
1857. Del mismo modo, su propia división territorial interna pasó de prefecturas a distritos, compuestas por
municipalidades, pueblos y barrios. Para el período que abarca esta contribución, 1885-1912, su territorio pasó de cinco
a seis distritos, cada uno de ellos se integraba por una capital de distrito, varios municipios, pueblos y barrios (véase
Cazarín Martínez, 2009).
7
Archivo General de Notarías del Estado de Puebla, Notaría 1, Compraventa de 4 caballerías pertenecientes a la
hacienda Santa Ana Atayazolco alias Portales”, 26 de diciembre 1883, 193f-195v
8
Archivo de Notaría de Tlaxcala, Libro de Protocolos de 1905, f. 58v-61. Compraventa de un fracción montañosa y una
laboría en la montaña denominada Malintzi entre el síndico doctor Guillermo Lira y los vecinos de San Isidro
Buensuceso, 3 de abril de 1905.
9
Archivo de Notarías de Tlaxcala. Libro de Protocolos de 1883. Compra del rancho Techichilco por los vecinos de del
pueblo de San Matías Tepetomatitlan, 1 de septiembre de1883.
26