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DOCTORADO EN HISTORIA Y ETNOHISTORIA

ALUMNA: AMEZCUA CONSTANDCE NAYELI OLIVIA


MATERIA: SEMINARIO DE INVESTIGACIÓN
PROF: ELIO MASFERRER KAN

Control de lectura de Jan Assmann. Religión y memoria cultural. Diez estudios. Buenos
Aires, Lilmod/ Libros de la Araucaria, 2008.

El libro de Assmann consta de nueve ensayos breves y una introducción que giran
en torno al concepto de memoria cultural, desarrollado por el autor y su esposa Aleida. En
cada uno de ellos se aborda alguna idea referente a dicho concepto, explicado hace ya
varios años pero que, como se indica en la presentación escrita por los editores (Marcelo
Burello y Karen Saban), es de gran relevancia para Latinoamérica, en el marco del
problema que la memoria presenta en esta zona, vinculado a la defensa de los derechos
humanos postdictatoriales (p. 12).
La memoria cultural tiene tres características importantes. La primera es que es
vinculante (p. 21), ya que la sociedad transmite conocimiento sobre el pasado que permite
generar una conciencia particular y de pertenencia. La segunda es que se configura
simbólicamente y se contiene en objetivaciones culturales, lo que le permite recuperar en
nuevos contextos, producciones pasadas, por lo que se distingue así de la memoria
individual y de la memoria colectiva, las cuales dependen de la transmisión oral.
Finalmente, la memoria cultural se encuentra estrechamente vinculada a la escritura, ya que
los textos culturales de las llamadas religiones secundarias (que veremos más adelante) son
el lugar ideal para almacenar los significados.
Aunque Assmann explica que la memoria tiene una base neuronal, considera que su
base sociocultural es igual de importante. El autor afirma que si bien el individuo es el
único que puede tener memoria como tal, debe preguntarse hasta qué punto está
determinada social y culturalmente. Surge también la pregunta sobre la transmisión de
dicha memoria.

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A este respecto, Assmann explica que son dos los conceptos que pueden arrojar luz
al respecto; se trata del concepto de religión y del de memoria mismo, que el autor
desarrolla a partir de los trabajos de autores como Luckmann, Freud, Warburg y su esposa
Aleida. Assmann afirma que ambos conceptos son importantes porque hacen referencia al
saber de un grupo, así como a su elaboración, su delimitación y su transmisión, aunque la
religión se remite al carácter vinculante de dicho saber, mientras que la memoria implica la
asociación y la formación de identidad (p. 52).
En un primer momento, la religión invisible (“universos simbólicos en general”, p.
53) es tratada por el autor como sinónimo de memoria cultural, ya que el saber sobre el
mundo puede caracterizarse por aquello que involucra a la religión (atención, compromiso,
reverencia), pero también por lo que define a la memoria (continuidad, identidad). Así, la
memoria cultural constituye la institucionalización de la religión invisible, “la totalidad de
las formas en las que un mundo simbólico de sentido es posible de ser comunicado y
transferido (p. 58)”.
Mencioné ya la importancia de la escritura para la transmisión de la memoria
cultural, pero Assmann explica que en el proceso histórico de preservación de medios
culturales encontramos tanto la objetivación y el almacenamiento como la reactivación y la
circulación de sentido, siendo la escritura el medio más eficiente de objetivación simbólica,
mientras que el rito constituye la reproducción de la identidad cultural mediante la
presencia y la repetición (p. 60).
Un problema que se muestra entonces es el referente a la tradición, que al autor
ubica entre dos posturas teóricas: la que analiza la tradición como recuerdo (Halbwachs) y
la que la concibe desde la escritura, como lo opuesto o lo que está más allá de lo escrito
(como en el judaísmo y el cristianismo). Assmann advierte que desde cualquiera de los dos
puntos de partida es necesario hacer precisiones, pero su aportación principal radica en
mostrar la oposición y al mismo tiempo la complementariedad de la tradición y la escritura,
explicando que la tradición no se pone por escrito (el hacerlo constituiría un quiebre o una
crisis en dicha tradición) sino que tiende a convertirse en costumbre, en algo implícito, no
explicable, habitual e inconsciente (p. 90).
Para explicar el punto de quiebre de una tradición, Assmann utiliza el concepto de
excarnación, desarrollado por su esposa Aleida. El autor afirma que si se entiende a la

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tradición como el saber vivido, encarnado en agentes y que se aprende por imitación y
oralidad, el quiebre se manifiesta cuando dicha cadena oral e imitativa se rompe y un saber
es extraído y puesto por escrito, lo que implica la aplicación de cierta normatividad: “La
tradición escrita ya no puede simplemente tener influencia sobre las generaciones
posteriores, debe ser aprendida… La tradición normativa debe ser puesta por escrito,
porque ya no puede ser simplemente imitada. La normatividad de los textos debe ser
revisada y fijada para tener algo de qué sostenerse (p. 97).
Ejemplo de una situación de quiebre en la tradición se encuentra en el cautiverio
babilónico y la diáspora judía, donde la falta de modelos vivos lleva a buscar orientación en
los textos, lo que implica una excarnación “de la tradición en el sentido de un saber
previamente implícito que se vuelve explícito y se codifica. Por otro lado, se trata
únicamente de volver a encarnar ese saber, de tal suerte externalizado y escrito, a través de
la memorización y el respeto (p. 97)”. Además, esta excarnación da paso a la condena de la
adoración del cosmos y a la importancia concedida a la escritura canónica que, según el
autor, poco a poco va remplazando al mundo, desligado de su creador.
A partir de estos conceptos se puede responder a las preguntadas planteadas
anteriormente; ¿quién recuerda y para qué? Assmann afirma que en buena medida es el
Estado el que recurre a la escritura, paradójicamente, como medio de redención de la
“maldición del pasado”, creando el sistema simbólico de la memoria cultural, con sus
condiciones de estabilización, “o sea, la desigualdad, el sometimiento a un sistema
jerárquico de mandato y sumisión, es el precio que la humanidad tuvo que pagar para
humanizarse gracias a la memoria cultural (p. 125)”.
Otro planteamiento interesante del autor es la idea de que a partir del quiebre en la
tradición y su normatividad en la escritura surgen las llamadas religiones de libro o
secundarias, ligadas a las ideas de revelación y refundación, así como a un canon de
escritos sagrados, como la Biblia o el Corán. Lo interesante es el hecho de que
paralelamente a estas religiones secundarias encontramos a las religiones primarias, que el
autor considera religiones de culto, basadas en el rito y la inmanencia (p. 164). Una
diferencia radical entre ambas radica en que la idea de lo sagrado tiene también tintes
distintos. Con la canonización de la escritura (cuando un texto escrito se considera sagrado
de tal forma que no debe cambiarse nada de su contenido) lo sagrado sale del mundo y pasa

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a la escritura y a la trascendencia, ya que el creador se encuentra separado de su creación.
Por el contrario, para las religiones primarias o de culto, lo sagrado está en el mismo
mundo, cuyo funcionamiento depende, en buena medida, de la correcta realización del
ritual. Cabría preguntarse si en macrosistemas como el catolicismo es posible encontrar
sistemas religiosos que, siguiendo a Assmann, pudiéramos llamar primarios y secundarios,
conviviendo como parte del mismo macrosistema.
Son dos los conceptos que Assmann desarrolla para explicar esta distinción entre
religiones primarias y secundarias. En primer lugar está el de texto cultural. El autor
explica que los textos culturales constituyen un complejo de signos que norman y forman a
la sociedad y le dan identidad, coherencia, sentido de pertenencia y particularidad, tanto a
ella misma como al mundo en el que se ubica, y con cuya transmisión los grupos se
reproducen en las siguientes generaciones y se reconocen como tales (p. 165). La cuestión
radica en que los tiempos cambian y los textos culturales deben adaptarse para poder
reutilizarse, pero manteniendo su sentido. Por otro lado, siguiendo a Ehlich, Assmann
explica que una situación prolongada hace referencia a una situación comunicativa en la
que ciertas instituciones culturales permiten que se reanuden siempre los mismos mensajes.
Así, en las sociedades ágrafas el rito constituye la institución prolongada de los
textos culturales, en donde el medio principal es la repetición. Por otro lado, la escritura
permite que dicha repetición ya no sea necesaria, pero aparecen entonces las ideas de
aprendizaje y comprensión, que podríamos llamar hermenéutica. Como bien afirma
Assmann, el paso de la coherencia ritual a la textual implica también un cambio en la
estructura participativa, ya que esta última implica no sólo el que cada miembro de la
comunidad conozca los escritos sagrados, sino también la existencia de personajes que
puedan interpretarlos y explicarlos (p. 167).
Según Assmann, la canonización de la escritura despojó de toda la teatralidad ritual
a la religión, pero nuevamente habría que preguntarse qué sucede, por ejemplo, cuando el
cristianismo se difunde, y se acepta, precisamente mediante el ritual.

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