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Estructura de la personalidad según Freud

Freud desarrolla distintos modelos de personalidad para


intentar comprender cómo funcionan las diferencias
individuales, entre estas teorías, destacamos el modelo
estructural. Dicho modelo separa nuestra mente en tres
conceptos: el ello, El Yo y el Superyo. Esta teoría de
personalidad divide la psique humana según las funciones
que desempeña cada elemento.
El Ello
La parte más primaria e instintiva del ser humano.
El objetivo principal del ello es satisfacer los impulsos
(también conocidos como pulsiones).
Sentimientos: La agresividad, el deseo sexual, la búsqueda
de placer...todos estos sentimientos se gestionan a través del
Ello y gracias al principio de placer.
Este elemento de la psique humana nos acompaña desde
que nacemos y tiene por objetivo cubrir nuestras necesidades
más básicas.
El Yo
Este elemento es el responsable de conectarnos con la
realidad que nos rodea, entendemos pues que el Yo funciona
gracias al principio de realidad.
El objetivo del Yo es satisfacer los deseos del ello utilizando
como herramientas la realidad de la que disponemos. El
principio de realidad analiza la situación y toma decisiones en
base a los costes y beneficios de cada acción. El yo regula
los instintos y deseos del ello.
El Superyo
El último elemento del modelo estructural de Freud. Este nivel
comprende las ideas éticas y morales de cada individuo. El
Superyo también controla los impulsos del ello, sin embargo,
lo hace a través del ideal del yo y la conciencia moral. Según
Freud, este elemento no nos acompaña desde que nacemos
sino que lo aprendemos a través de los padres y otras figuras
de autoridad.
Teoría del desarrollo de la personalidad:
modelo genético
El modelo genético de Sigmund Freud busca entender la
personalidad a través del desarrollo psicológico y sexual.
Según esta teoría, la conducta de las personas estará
fuertemente influida por la búsqueda del placer durante la
infancia en distintas zonas erógenas del cuerpo. Según la
etapa evolutiva en la que se encuentre el niño, la zona
erógena será distinta. Asimismo, si se produce demasiada
gratificación o un sentimiento de frustración repentina en una
etapa concreta, se desarrollará un tipo específico de
personalidad durante la adultez.
Etapas de la personalidad
1. Etapa oral: en esta etapa inicial, la zona erógena
implicada es la boca. Se establece desde el nacimiento hasta
pasado el primer año. Una frustración en esta etapa puede
generar una personalidad agresiva y reactiva.
2. Etapa anal: esta fase comprende desde el primer año
hasta los cuatro años. Se caracteriza por experimentar con la
retención y la expulsión de heces y centra su placer en el
ano. Un problema durante dicha etapa puede formar a un
individuo muy retraído o, por lo contrario, laxo y derrochador.
3. Etapa fálica: entre los cuatro y los siete años de edad,
según esta teoría, el infante tiene el foco de placer en el falo
y los genitales. Se inician los primeros actos masturbatorios y
una frustración durante este proceso puede desarrollar el
famoso complejo de Edipo y el complejo de Electra.
4. Etapa de latencia: durante esta etapa (entre los siete
años hasta la adolescencia) no hay un foco de placer
erógeno concreto, Freud creía que la pulsión sexual de
dejaba a un lado para permitir al individuo un aprendizaje
correcto del entorno.
5. Etapa genital: finalmente, durante esta etapa el niño ha
crecido lo suficiente y deja que la pulsión sexual se apodere
de su individuo. Es en la etapa genital donde las personas
experimentan con la sexualidad y se reafirman como hombre
o mujer (según su teoría).

Mecanismos Narcisistas
 Proyección: Consiste en adjudicar a otra persona, impulsos o errores
propios reprimidos. Así pues, el individuo no los identifica como
propios y si no los ve reflejados en otras personas.
 Negación: Se trata de negar o desconfirmar directamente una
realidad que resulta obvia.
 Distorsión: Es el hecho de atribuirse cualidades exageradas o
distorsionadas a uno mismo o a los demás, pero que nos son reales.
Mecanismos Neuróticos
 Control: Es la necesidad de evitar a toda costa cualquier cambio
ambiental y/o personal.
 Aislamiento afectivo: Es una disociación entre los elementos
cognitivos o racionales, y los emocionales.
 Racionalización: Consiste en ofrecer explicaciones (supuestamente
racionales) para justificarse a uno mismo.
 Disociación: Es la sintomatología donde elementos inaceptables son
eliminados de la autoimagen o negados por nuestra conciencia.
 Formación Reactiva: Se trata de la sustitución de comportamientos,
pensamientos o sentimientos que resultan inaceptables, por otros
totalmente opuestos.
 Represión: Consiste en expulsar de la conciencia pensamientos y
deseos que no nos agradan y nos producen dolor.
 Intelectualización: Es la desconexión de la emociones a partir de la
razón o el intelecto.
Mecanismos Inmaduros
 Regresión: Se trata de huir de la realidad retrocediendo en el tiempo,
retomando hábitos ya superados que nos causan seguridades y
satisfacciones, a causa de conflictos que se cree no poder superar.
 Hipocondríasis: Es el despliegue de fantasías sobre la idea de haber
contraído una enfermedad sin ninguna base real.
 Fantasía: Consiste en la construcción mental idealizada de una
persona o situación que sirve para compensar una realidad contraria.
 Somatización: Es la expresión a través de una respuesta fisiológica
(dolor, enfermedad), de algo que nos hace daño emocionalmente.
 Conducta pasiva agresiva: Se trata de mostrar agresividad de forma
encubierta o escondida.
 Conducta impulsiva: Este mecanismo evita que la persona se pare a
reflexionar sobre los aspectos y motivaciones de su comportamiento.
Mecanismos Maduros
 Sublimación: Es la canalización de los deseos hacia otra actividad
diferente.
 Supresión: Aquí la persona evita intencionadamente enfrentarse o
pensar en problemas, deseos o experiencias que le dan malestar.
 Ascetismo: Es la retirada voluntaria de las situaciones que producen
gozo.
 Humor: Se trata de utilizar el sarcasmo y la ironía frente a los
problemas.

Los mecanismos de defensa son estrategias para frenar el malestar de


ciertas vivencias y los sentimientos asociados a ellas. En algunos casos
incluso, estas estrategias defensivas del Yo sirven para garantizar la
supervivencia. Por ejemplo, ¿Cómo puede un niño de dos o tres años que
ha perdido a la madre enfrentarse a sus emociones? Si ese niño no fuese
capaz de interrumpir su dolor emocional mediante algún tipo de mecanismo
de defensa, probablemente entraría en una situación depresiva de riesgo.
Nuestro cerebro parece haber desarrollado diversas formas para
proteger nuestro organismo de aquello que nos parece demasiado
doloroso o inaceptable. Es como cuando dejamos de respirar al pasar por
un estercolero, o cuando nos taponamos los oídos ante un estridente ruido,
o cerramos los ojos de repente evitando un fuerte destello de luz. De la
misma manera, protegemos de diversas maneras nuestra emocionalidad
frente a lo desagradable, como cuando no queremos reconocer algún
aspecto de nosotros mismos que nos disgusta o rompe
el autoconcepto que nos habíamos creado.
Pero debido a la automatización de estos mecanismos de defensa, resulta
difícil abandonar el hábito de su uso, pese a que como contrapartida nos
generen desequilibrio en ciertos aspectos madurativos. Es parecido al
refrán: “ojos que no ven corazón que no siente”. La cuestión es, ¿a qué
precio?

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