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EL CONCEPTO DE TIEMPO EN SAN AGUSTÍN

Por Miquel Cortada


 
La importancia de las tesis sobre el tiempo objetivo defendidas por Agustín de
Tagaste radica en el hecho de su novedad al abordar por primera vez la
experiencia del tiempo en sí misma y en su relación con el individuo. Cabe resaltar
que sus meditaciones y análisis, expuestos en el libro XI de lasConfesiones, se
dan en el seno de unas consideraciones teológicas sobre la creación por las
cuales la experiencia humana está siempre referida al proyecto divino. El objeto de
sus meditaciones es distinguir el tiempo humano del tiempo de la naturaleza y
observar la razón de ser del tiempo mediante las acciones del alma humana. San
Agustín advierte la insuficiencia de las tesis centradas en la medida del
movimiento y propone un nuevo concepto para ello: la distentio animi. En toda
experiencia del tiempo hay dos elementos principales. La experiencia de la
sucesión, por la cual las cosas aparecen y desaparecen, y por lo tanto pasan; y
por otra parte la experiencia de una magnitud, por medio de la cual se pueden
comparar las duraciones. Sin embargo la razón de ser del tiempo no parece poder
deducirse de su posibilidad de medirse, sino que debe exponerse a partir de una
determinada concepción del ser, y el ser se caracteriza por mantener las
propiedades que lo determinan. Si se intenta comprender el tiempo a partir de la
experiencia del pasado, del presente y del futuro, su aportación al ser es muy
problemática porque el pasado ya no existe y el futuro todavía no es; entonces el
tiempo está hecho de no-ser y de un presente inestable que no se deja atrapar
fuera de una anticipación de futuro o de una transformación en pasado. La noción
de magnitud, noción central en el conocimiento, no implica la estabilidad de las
partes medidas ni la contemporaneidad de la medida con lo medido. En principio,
creemos medir el pasado y el futuro, pero esta medida nos lleva siempre a la
medida del presente y, en realidad, el centro de gravedad del tiempo es el
presente aunque no logremos medirlo sin referencia a su pasado o a su porvenir.
El continuo temporal, a diferencia del continuo espacial, no tiene la existencia
simultánea de sus partes, y la divisibilidad temporal es al mismo tiempo un
derramarse en la nada, por lo que la línea de actualización en el presente llega a
ser tan fina como inasible. Si el ser se identifica con el presente hablamos
impropiamente del tiempo, porque no puede estar constituido de tres dimensiones,
una de ellas el presente, sino que está constituido de tres presentes. El tiempo es
una única dimensión de la que surgen tres aspectos: el presente del pasado, el
presente del presente y el presente del futuro. El lugar del pasado es la memoria y
su ser es un ser de imagen y de signo; también es una imagen o un signo que ya
se ha dado y que puede interpretarse como anticipación. En los dos casos es el
alma humana la que articula un acontecimiento presente, natural o mental, con el
pasado o con el futuro, y son sus operaciones psicológicas las que contienen el
triple presente. Sin renunciar a la magnitud, San Agustín se centra en la
percepción de la duración como experiencia de la medida del tiempo. Para ello
recurre a la métrica de los poemas o a la duración de los sonidos, cuya existencia
parece exclusivamente temporal. Una sílaba larga debe enunciarse con mayor
tiempo que una corta, y un sonido puede durar más que otro; sin embargo la
medida se establece siempre por comparación y no se consigue una aprehensión
directa de la duración. Incluso un mismo elemento poético puede pronunciarse en
duraciones diferentes. La duración siempre es relativa y nunca establece una
unidad de medida inmediata; y en un intento por definir la medida inmediata de la
experiencia temporal Agustín de Tagaste denota el tiempo como ‘distensión’, esto
es, ‘dilatación’, ‘espaciamiento’. Pero en definitiva medir el tiempo implica aplicar
una unidad de tiempo a otra duración, y esto se hace en un mismo presente
gracias a la memoria. El desdoblamiento del tiempo en la medida supone una
capacidad reflexiva que, en la unidad de sus operaciones, permite la aplicación de
una duración que rememora a otra. La medida del tiempo se hace mediante las
operaciones del alma. El tiempo es, para San Agustín, un movimiento psíquico y
no de la naturaleza. Según San AGUSTÍNe, l tiempo fue creado por Dios. Sin
embargo

La solución de Agustín de Hipona al problema del tiempo se conoce


como la teoría del triple presente. Frente a los argumentos escépticos, que
niegan la propia existencia del tiempo, la experiencia articulada en el
lenguaje es suficiente para refutarlos y, en concreto, el testimonio de la
historia y de la previsión permiten afirmar la existencia de las cosas futuras
y de las cosas pasadas:

Habría que decir que los tiempos son tres: presente de las
cosas pasadas, presente de las cosas presentes y presente de
las futuras. Los tres existen en cierto modo en el espíritu y fuera
de él no creo que existan [ Confesiones: XI, 20, 26]

Admitida la realidad del tiempo, el pasado no sería sino memoria de lo


que ha dejado de existir, el futuro se definiría como la expectación de lo que
no existe todavía y el presente no consistiría más que en la atención sobre
un punto, un instante que pasa y que carece de duración. Pero quedaría por
resolver el problema de la medición del tiempo. San Agustín había afirmado
la posibilidad de la medida del tiempo en el alma humana por cuanto
permanece la impresión —affectio— de las cosas al pasar. Dicha impresión,
que supone un elemento pasivo, debe colocarse en relación con un
elemento activo: la actividad del espíritu que se extiende como memoria,
atención y espera en direcciones opuestas. Así que la extensión del tiempo
se aprecia, según el santo de Hipona, en la distensión del espíritu humano,
solución que Plotino había apuntado en relación con el espíritu del mundo.

La relevancia del elemento activo, de carácter psicológico, se pone de


relieve a medida que San Agustín desarrolla su argumentación y describe el
presente, no ya como un punto que carece de duración, sino como
una intención presente (praesens intentio). La atención merece
llamarse intención por cuanto asegura el tránsito del tiempo: la intención
presente traslada el futuro al pasado, hasta que, consumido el futuro, todo
se convierte en pasado.

La actividad del espíritu permite la vivencia del tiempo, ya que no habría


futuro ni pasado sin una espera y sin un recuerdo. Es decir, la impresión del
tiempo depende de la actividad de un espíritu que espera, atiende y
recuerda. La memoria y la espera radicarían en el espíritu humano como
imágenes-huella e imágenes-signo, respectivamente. Aunque el presente se
redujera a un punto, en la medida en que la atención hace pasar el tiempo,
y dicha atención perdura, se explica la medición del tiempo en el alma
humana.

Frente a la temporalidad humana, la eternidad es para San Agustín


siempre estable, estabilidad consistente en que todo está presente —a
diferencia del tiempo, que nunca está presente en su totalidad. San Agustín
considera que el tiempo ha sido creado con el mundo, pero deja abierta la
posibilidad de la existencia de otros tiempos antes del mundo, reservando
así a los seres angélicos una dimensión temporal. Por lo tanto, la idea
central que caracteriza el tiempo según San Agustín es el ser creado. Por
ese motivo, cualquier especulación acerca del tiempo antes de la creación
es absurda, como absurda sería la atribución de temporalidad a Dios, el Ser
eterno: «Tú precedes a todos los tiempos pasados por la magnitud de la
eternidad, siempre presente» [Confesiones: XIII, 13, 16].

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