Está en la página 1de 162

Coordinadora editorial

Graciela Di Marco

Coordinadora técnica
Eleonor Faur

Autoras
Graciela Di Marco
Eleonor Faur
Susana Méndez

Diseño de tapa
Juan Pablo Fernández Bussi

Diseño de interior
Guadalupe de Zavalía

ISBN: 950-511-940-2

Coordinación editorial
Área de Comunicación. UNICEF. Oficina de Argentina
Junín 1940, PB (C1113AAX), Ciudad de Buenos Aires
Mayo de 2005
Índice

Prólogo ......................................................................................... 7
Acerca de este libro...................................................................... 11
Introducción.................................................................................. 13

1. Las familias
Graciela Di Marco .................................................................... 25

2. Relaciones de género y de autoridad


Graciela Di Marco .................................................................... 53

3. Niñez y adolescencia
Susana Méndez ....................................................................... 69

4. Masculinidades y familias
Eleonor Faur............................................................................. 91

5. Conflicto y transformación
Graciela Di Marco .................................................................... 111

6. Políticas sociales y democratización


Graciela Di Marco .................................................................... 139
Prólogo

Durante la última década, las ciencias sociales argentinas han ofrecido


importantes estudios sobre las familias y fueron evidenciando algunos
cambios significativos operados en ese ámbito. Entre otros hallazgos,
se evidenció la diversidad de estructuras familiares contemporáneas, se
construyó una historia de la familia en la Argentina del siglo XX, y se visi-
bilizaron las nuevas intersecciones entre el mundo de la familia y el mun-
do del trabajo, y su impacto en la transformación de las relaciones entre
los géneros.
Los estudios fueron mostrando de distintas formas cómo las fami-
lias cambian y también cómo las familias se reacomodan y sobreviven
a los cambios, denotando en su interior nuevos perfiles y dinámicas.
Hoy por hoy, incluso con todas las alteraciones que esta institución es-
tá atravesado, la mayor parte de la población argentina vive en familias.
Uno de los cambios más importantes que están atravesando las fa-
milias se relaciona con la creciente incorporación de las mujeres al em-
pleo remunerado. La importante afluencia femenina en el espacio pú-
blico redefine el marco de las relaciones en el espacio privado. Y esta
redefinición no necesariamente implica un déficit en las familias sino
que, por el contrario, puede contribuir a la construcción de relaciones
más democráticas entre hombres y mujeres y entre adultos y niños.
Las familias son los primeros espacios donde los niños y las niñas
se vinculan con otros. Son también los ámbitos donde se incorporan
normas de relaciones interpersonales y representaciones sobre la equi-
dad en esas relaciones. Por estas razones, la familia es un territorio pri-
vilegiado para el aprendizaje de niños, niñas y mujeres sobre los dere-
chos humanos.
Sin embargo, las familias no siempre disponen de las condiciones
que determinan el ansiado “calor de hogar”. En ocasiones, las dificulta-
des son de índole económica, pero otras veces, aun teniendo o no cu-
biertas las necesidades materiales para una vida digna, las familias atra-
viesan problemáticas que se arraigan más en cómo se desarrollan las
relaciones de poder y autoridad dentro del espacio familiar.
Las familias constituyen campos donde se producen los más diver-
sos intercambios entre generaciones y géneros. Afectos, bienes eco-
nómicos, decisiones que afectan la vida de los integrantes, responsa-
8 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

bilidades por el cuidado de otros, resquemores y alegrías son algunas


de las dimensiones que dan vida a las relaciones familiares. Y, en este
constante intercambio, se ponen en juego las posiciones relativas de
los distintos integrantes: hombres, mujeres, niños y niñas.
En este contexto, muchas familias se encuentran impregnadas por
situaciones de violencia física y psicológica, que afectan en una propor-
ción significativa a las mujeres y a los niños y niñas.
Conscientes de la complejidad que atraviesan las relaciones familia-
res, los tratados de derechos humanos ofrecen una serie de orientacio-
nes que permiten regular las relaciones entre géneros y generaciones,
a la vez que legitiman el papel de los Estados en esta regulación. De
este modo, la Convención sobre los Derechos del Niño, la Convención
sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la
Mujer, y la Convención para Prevenir, Sancionar y Eliminar la Violencia
contra las Mujeres redefinen la relación históricamente existente en el
sistema jurídico entre “lo público” y “lo privado”, según la cual las mu-
jeres y los niños eran considerados como poblaciones cuyo reconoci -
miento se realizaba a través del “padre de familia”. Este concepto, que
veía a la infancia y a las mujeres adultas como dependientes del hom-
bre adulto, se plasmó durante siglos en la legislación mediante las le-
yes de “potestad marital” y de “patria potestad”.
Sin embargo, a partir de las convenciones, y de la adecuación de las
legislaciones nacionales, tanto las mujeres como los niños, niñas y ado-
lescentes son reconocidos como sujetos con derecho propio. Y, en con-
secuencia, la violencia en el espacio familiar pasó a constituirse en un
problema de política pública.
En efecto, las convenciones sobre derechos de niños, niñas y muje-
res nos indican, por un lado, que los niños tienen el derecho de vivir en
familias, y que éstas “deben recibir la protección y la asistencia nece-
sarias para poder asumir plenamente sus responsabilidades dentro de
la comunidad”.1 Pero, también, sostienen que las mujeres y los niños
tienen el derecho de vivir sin violencia, y que “la educación de los ni-
ños exige la responsabilidad compartida entre hombres y mujeres y la
sociedad en su conjunto”.2
De distintos modos, los marcos jurídicos internacionales han gene-
rado respuestas para las situaciones de violencia que se producen en
estos ámbitos, y que durante siglos fueron invisibilizadas en función de

.......................

1
Convención sobre los Derechos del Niño, Preámbulo.
2
Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación con -
tra la Mujer, Preámbulo.
I N T RO D U C C I Ó N 9

apelar a la “privacidad” de las relaciones familiares. De distintos modos


también, los tratados de derechos humanos han sentado las bases para
la democratización de las relaciones familiares.
En otras palabras, los tratados internacionales de derechos humanos
llaman a prestar atención a las familias no sólo en su papel de beneficia-
rias de políticas sociales, sino también en su configuración como espa-
cios donde comienzan a construirse los valores de justicia y democracia.
UNICEF se complace en ofrecer, a través de La democratización de
las familias, un material para reflexionar sobre las dinámicas familiares
y para promocionar ideas y herramientas destinadas a la consolidación
de este proceso. El libro constituye un aporte para decisores de políti-
cas y programas sociales, para académicos/as e investigadores/as so-
ciales, pero también para lectores y lectoras interesados en repensar
sus propias prácticas familiares.
Este libro se complementa con una guía de recursos para organizar
talleres destinados a familias, líderes comunitarios y efectores de polí-
ticas públicas. Ambos materiales se dirigen, sobre todo, a las personas
que deseen comprometerse con la consolidación de una cultura de re-
laciones familiares basada en el respeto de los derechos de todos sus
miembros, para así contribuir, aunque sea modestamente, a la demo-
cratización de la sociedad en la que vivimos.

Jorge Rivera Pizarro


Representante
UNICEF - Oficina de Argentina
Acerca de este libro

La elaboración de este libro contó con los valiosos aportes de Alejan-


dra Brener, Susana Méndez, Marcela Altschul, Javier Moro, Gabriela Ini
y Stella Maris Muiños de Britos, quienes enriquecieron las ideas pre-
sentadas.
Muchos de los conceptos surgieron de los estudios que realizamos
con Beatriz Schmuckler a lo largo de una década de trabajo conjunto.
Actualmente, ambas estamos comprometidas en implementar Progra-
mas de Democratización de las Relaciones Familiares en la Argentina y
México.
Beatriz Schmuckler colaboró en la fase inicial del proyecto de este li-
bro aportando sus elaboraciones en los temas de familia, relaciones de
género y autoridad y conflicto.
Mónica Tarducci leyó y comentó los borradores del libro, contribuyen-
do con su visión crítica, lo que permitió repensar algunos conceptos.
Es muy grato que en este libro presentemos el capítulo sobre “Fa-
milia y masculinidades” que elaboró Eleonor Faur, producto de sus in-
vestigaciones sobre el tema.
Profesionales de las áreas sociales nacionales, de la Ciudad de Bue-
nos Aires, de las provincias de Chaco, Buenos Aires, Tucumán, Jujuy y
Misiones, docentes, operadores sociales, miembros de los movimien-
tos sociales y de la comunidad han participado en nuestro programa
durante los últimos años. Sus reflexiones, que agradecemos profunda-
mente, permitieron enriquecer y contextualizar nuestra mirada.
Los conceptos, análisis e ideas aquí presentados son de la exclusi-
va responsabilidad de sus autoras y pueden no coincidir total o parcial-
mente con los de UNICEF.

Graciela Di Marco
Introducción

“¿Cómo se convierten, pues, la libertad


y la democracia no sólo en forma de go-
bierno, sino también en forma de vida?”
Ultrich Beck, Hijos de la libertad, 1999.

Este libro está escrito con el propósito de reflexionar sobre algunos te-
mas vinculados con la democratización de las relaciones familiares,
considerada ésta como una perspectiva compleja que se encuentra en
construcción. Los contenidos son producto de las sistematizaciones
que hemos realizado, enriquecidas por aportes de los participantes de
los talleres-laboratorio de reflexión que realizamos en el marco del Pro-
grama de Democratización de las Relaciones Familiares.1
El propósito de este programa es la construcción de aportes para el
desarrollo de nuevas políticas públicas que contribuyan a la democra-
tización de las relaciones familiares, mediante la redefinición de las re-
laciones de autoridad y poder entre mujeres y varones, y mediante el
reconocimiento y puesta en práctica de los derechos de la infancia,
trabajando desde dos ejes fundamentales de intervención y análisis si-
multáneos: la equidad de género y los derechos de la niñez y adoles-
cencia, en un marco que promueve la articulación entre una ética del
cuidado y una ética de los derechos.
Partimos de la necesidad de buscar estrategias para evitar o mitigar
la incidencia y reproducción del autoritarismo y la violencia, tanto den-
tro de la familia como en las relaciones sociales en general, promo-
viendo una convivencia basada en el respeto de los derechos y en el
cumplimiento de responsabilidades, en un marco de cuidado y de in-
terdependencia mutuos.

.......................

1
Hemos trabajado en la Ciudad de Buenos Aires (2000-2001) y en la Provincia
de Chaco (2002-2003) en áreas de los respectivos gobiernos. También hemos desa-
rrollado acciones con diferentes grupos de actores: docentes, trabajadores sociales,
miembros de movimientos sociales.
14 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

Para ello, ponemos el acento en la dimensión política de las relacio-


nes de género y en la necesidad de establecer una reflexión crítica so-
bre los valores y las costumbres culturalmente arraigados y sostenidos
durante siglos desde el sistema patriarcal.2 Se trata de reconocer la im-
portancia de un sistema de autoridad democrático, revisando las rela-
ciones de autoridad entre hombres y mujeres y entre adultos y niños,
con el fin de estimular el respeto por los derechos de las mujeres y de
los niños, niñas y adolescentes. Esto supone, a la vez, favorecer un
marco de protección y cuidado en el ámbito de las familias y promover
la autonomía progresiva de niños y niñas, mediante su socialización.
Con este propósito buscamos que el ejercicio de la autoridad de adul-
tos y adultas se desarrolle en un contexto de seguridad y confianza pa-
ra todos los miembros de las familias.
La familia ha sido la institución patriarcal clave a la hora de generar
relaciones autoritarias y desiguales. Por este motivo, las políticas públi-
cas que se replantean a cada uno de sus miembros, como sujetos de
derechos, se proponen promover las posibilidades de igualdad de opor-
tunidades entre hombres y mujeres y el fortalecimiento de los vínculos
de los integrantes de cada familia basados en la autonomía de cada uno
de ellos.
Por estas razones, el programa que desarrollamos puede contribuir
a las transformaciones en varios niveles:

• en las relaciones familiares, para el desarrollo de relaciones más


democráticas, que favorezcan la igualdad de oportunidades para
mujeres y para varones y la elaboración pacífica de los conflictos,
que contribuyan al descenso de la violencia ejercida hacia las mu-
jeres, niños y niñas;
• en el Estado, para la construcción e implementación de políticas
integrales desde una perspectiva de democratización, basadas en
la ética de los derechos y la ética del cuidado;3
• en las diversas acciones que realizan los profesionales en las
áreas sociales del Estado, para la profundización de las prácticas
que permiten la convergencia de los derechos, en especial, de las
mujeres, los niños y las niñas.

.......................

2
Sistema que permite la reproducción del poder paterno-masculino y la subordi-
nación de las niñas-mujeres-esposas-madres.
3
Estos dos temas se desarrollarán en el capítulo “Políticas sociales y democra-
tización” de Graciela Di Marco.
I N T RO D U C C I Ó N 15

La base teórica del programa está constituida por el conjunto de las in-
vestigaciones que estamos realizando en la Argentina desde 1989.4 Co-
mo resultado de éstas, hemos hallado dos prácticas que tienen un po-
tencial transformador del autoritarismo en las familias: la acción colectiva
de las mujeres, en el caso de que se trate de un espacio genuino de de-
sarrollo de capacidades sociales y personales –y no cualquier tipo de par-
ticipación– y las prácticas de negociaciones democratizadoras en el inte-
rior del grupo familiar, las que permiten instalar, mediante un discurso de
derechos, nuevas formas de ejercer la autoridad familiar entre varones y
mujeres, teniendo en cuenta el desarrollo hacia la autonomía de los ni-
ños, niñas y jóvenes.
Las negociaciones de las mujeres sustentadas en el discurso de dere-
chos producen modificaciones en los sistemas de autoridad familiar, re-
definiendo nuevas modalidades para ejercer esta autoridad y ampliando
el espacio para la interacción de los derechos de los diferentes miem-
bros. A través de estas negociaciones, las mujeres intentan elaborar los
conflictos, más que negarlos, y desde ese enfoque alteran las relaciones
de poder tradicionales.
Estas prácticas pueden ser impulsadas –tanto desde el nivel de los
decisores políticos y de los agentes de las áreas sociales, como desde
la misma población– a través de propuestas elaboradas desde un enfo-
que que considere las relaciones entre hombres y mujeres como rela-
ciones de poder asimétricas.
Este programa se basa en la perspectiva de ampliación de la ciuda-
danía y propone promover activa y simultáneamente los derechos de las
mujeres y de los niños, niñas y jóvenes en los grupos familiares. Nos re-
ferimos al concepto de ciudadanía como “el derecho a tener derechos”,
asumiendo una conceptualización que no considera a la ciudadanía co-
mo una propiedad de las personas, sino como una construcción históri-
ca y social, que depende de una sinergia entre la participación y la con-
ciencia social.
Cuando aludimos a la ciudadanía hacemos referencia a relaciones de
poder, que facilitan o dificultan la participación en los asuntos públicos,
más allá de la participación en elecciones. Si aquellas relaciones no se
modifican, la ciudadanía se convierte en un discurso retórico. Para que
el derecho a tener a derechos se pueda concretar, es necesario elimi-
nar tanto las condiciones ideológicas y materiales que promueven va-
rias formas de subordinación y marginalidad (de género y de edad, de
clase, de raza, de preferencias sexuales, etc.), como potenciar los sa-

.......................

4
Di Marco, 1992; Schmukler y Di Marco, 1997; Di Marco y Colombo, 2001 y Di
Marco, 2002.
16 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E LAS FA M I L I A S

beres sociales para actuar en los espacios privados y públicos, para re-
conocer las necesidades de grupos sociales diversos y para negociar
las relaciones en diversos ámbitos.
En la base del desarrollo de la concepción de ciudadanía subyace el
enfoque universal que implica que todas las personas son iguales por
naturaleza. Pero la realidad muestra que la postulación de los derechos
universales implica una concepción de ciudadanía que no tiene en
cuenta las diferencias o desigualdades de género5 ni las diferencias ét-
nicas o religiosas, entre otras. Cuanto más se predica la igualdad, se
corre el riesgo de no reconocer las diferentes identidades. El no reco-
nocimiento de las diferencias genera desigualdad y asimetrías de po-
der, por lo tanto, facilita el camino hacia la negación de los derechos de
las personas y de los grupos que no se adecuan al “ideal” del ciudada-
no universal, pues viven y expresan sus necesidades materiales y sim-
bólicas en circunstancias culturales y sociales específicas.
El enfoque de la ciudadanía universal considera al ciudadano como un
individuo libre, sujeto de derechos y obligaciones. La idea subyacente es
la de un ciudadano varón, favorecido por las normas sociales y la posibi-
lidad de acceder a recursos, y cuyas obligaciones domésticas no son ba-
rrera para su participación en elecciones, en los partidos políticos y en
otras organizaciones. Esta conceptualización pretende ser neutral en
términos de género, pero en realidad es implícitamente masculina, ya
que la ciudadanía femenina es ignorada e invisible en la esfera pública.
El aporte del “enfoque de ciudadanías diferenciadas”, en cambio, per-
mite captar las diferencias socioculturales de muchos grupos, enfati-
zando los derechos de las comunidades a ser reconocidos por su pro-
pia identidad, al mismo tiempo que por su pertenencia al conjunto
social. Así aparecen en escena los derechos de las mujeres y los de va-
rios colectivos sociales, los niños y las niñas, los ancianos, y otros co-
lectivos específicos de la población que tradicionalmente han sido pos-
tergados y marginados.
Esta perspectiva incluye entonces la concepción integral de los de-
rechos de niños, niñas y adolescentes y de otros miembros de la fami-
lia, como ancianos, ancianas, discapacitados y discapacitadas,6 además
de las nuevas concepciones que se van construyendo acerca de las

.......................

5
La mitad de la población –es decir, las mujeres– debe aún en muchas socieda-
des luchar por sus derechos, aunque se extiende cada vez más el discurso de su re-
conocimiento.
6
Desde este enfoque de derechos se contemplan todas las diferencias que ge-
neran desigualdades, aunque desde el programa que desarrollamos nos centremos
estratégicamente en los derechos de las mujeres y de la infancia y adolescencia.
I N T RO D U C C I Ó N 17

masculinidades, dimensiones necesarias para promover una transfor-


mación democrática de las relaciones de autoridad en las familias. La
incorporación de las reflexiones acerca de las construcciones de la
masculinidad que proponemos se sustenta en la necesidad de promo-
ver vínculos entre hombres y mujeres, en los que se respeten las dife-
rencias de cada uno o cada una, para que estas diferencias no se con-
viertan en motivos que justifiquen la desigualdad y la subordinación y,
por lo tanto, no interfieran en la construcción de la ciudadanía plena pa-
ra hombres y mujeres.
El papel de las familias en la socialización de las generaciones jóve-
nes puede ser considerado como el de simple reproductor de los pa-
trones de jerarquía por sexo y edad, de la desigualdad y el autoritaris-
mo, o como el lugar donde se configuran y recrean sistemas de
creencias y prácticas acerca de varias dimensiones centrales de la vida
cotidiana, entre ellos, los relacionados con los modelos (convenciona-
les o no) de género y autoridad. En las interacciones familiares, es po-
sible que se expresen acuerdos, desacuerdos o prácticas contradicto-
rias en relación con esos patrones culturales. Las familias, entonces,
pueden ser comprendidas como los sitios de la reproducción de valo-
res y normas culturalmente tan arraigados que se los considera “natu-
rales” o bien como aquellos sitios donde se cuestionan y se cambian
las reglas, es decir, donde se producen procesos de transformación.
La posibilidad de repensar los modos autoritarios de relación fami-
liar, que someten a niños, niñas y mujeres a situaciones de violencia
(verbal, emocional, física) y facilitan el desarrollo de más violencia en
una escalada en la que todos y todas se involucran, es una forma de co-
menzar a plantear el desarrollo de otras relaciones autoritarias. La de-
mocratización de las relaciones de familia puede retroalimentar la de-
mocratización de las instituciones próximas a la vida cotidiana.
Por estas razones, se formula una estrategia de trabajo que apunta
a las causas profundas del autoritarismo y la violencia, y no meramen-
te a sus efectos más visibles e inmediatos. Las hipótesis desde las que
se parte consideran que la democratización social comienza por su
práctica en los ámbitos donde transcurre la vida de la gente: la familia,
la vecindad, la escuela, el hospital, el centro de salud, la asociación co-
munitaria.
Para que las formas de convivencia más democráticas se transfor-
men en estilos de vida se requiere un cambio cultural en los modelos
de género, de autoridad, y en la concepción de los derechos de la in-
fancia, junto con una concepción del cuidado mutuo entre todos los
miembros del grupo familiar.
Las elaboraciones teóricas y las discusiones conceptuales que plan-
teamos en este libro pretenden dar cuenta de una situación histórica y
culturalmente creada de desigualdad entre hombres y mujeres (desi-
18 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

gualdad que asume diferentes formas: descalificación, desvalorización,


sometimiento afectivo y/o sexual, disciplinamiento, violencia física),
que se produce y luego reproduce en todas las instituciones sociales.
Consideramos que la familia es un núcleo indispensable de socializa-
ción donde se tejen las relaciones básicas para el desarrollo de la vida
social y al mismo tiempo el lugar donde se gestan y se desarrollan con
más claridad las relaciones de desigualdad. Nuestro objetivo es repen-
sar la organización desigual de las relaciones familiares de manera tal
que hombres y mujeres puedan tomar conciencia de sus posibilidades
de transformarlas, cada vez que sea necesario, para favorecer el ejerci-
cio de una autoridad democrática
Somos conscientes de la multiplicidad y de la diversidad de com-
portamientos y conductas que asumen las personas en sus relaciones
cotidianas, pero es cierto que esta multiplicidad permanece enmarca-
da en un sistema de relaciones de género que privilegia a un género
(el masculino) sobre otro (el femenino). Por esta razón, consideramos
indispensable trabajar desde el “colectivo” mujeres, ya que su impul-
so ha permitido transformar muchos aspectos de la realidad en los úl-
timos años.
La incorporación en los últimos treinta años de las mujeres en el
mercado laboral, acompañada por una creciente conciencia de su situa-
ción desigual, sumada a su papel activo y protagónico en las luchas so-
ciales, permite corroborar una mayor afirmación de sus derechos, lo
que se confirma en cambios visibles y en los diferentes instrumentos
de regulación jurídica que se han generado en el nivel internacional, re-
gional y nacional.7 Sin embargo, la desigualdad, la discriminación, el
maltrato y la violencia no han desaparecido.

.......................

7
En el nivel internacional: Conferencias Mundiales sobre la Mujer, impulsadas
por las Naciones Unidas, la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de
Discriminación contra la Mujer (Naciones Unidas, 1979), la Convención Interameri-
cana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer (Belem do Pará,
OEA, 1994).
En el nivel nacional: La reforma de la Constitución de la Nación de 1994, en el ca-
pítulo cuarto, artículo 75, inciso 22, establece que los tratados de derechos humanos
tienen jerarquía constitucional: la Convención sobre la Eliminación de todas las for-
mas de Discriminación contra la Mujer (aprobada por la Asamblea General de las Na-
ciones Unidas. Ratificada por Ley Nº 23.179 del año 1985); la Convención sobre los
Derechos del Niño (Naciones Unidas, 1990); el Pacto de San José de Costa Rica.
Las leyes sancionadas en estos veinte años de democracia son las siguientes:
ley que otorga el derecho a pensión del/de la concubino/a; divorcio vincular (1987);
I N T RO D U C C I Ó N 19

Manuel Castells (1999: 160) afirma:

“En los países industrializados, una gran mayoría de mujeres se considera


igual a los hombres, con sus mismos derechos y, además, el control sobre
sus cuerpos y sus vidas. Esta conciencia se está extendiendo rápidamen-
te por todo el planeta. Es la revolución más importante porque llega a la raíz
de la sociedad y al núcleo de lo que somos y es irreversible. Decir esto no
significa que los problemas de discriminación, opresión y maltrato de las
mujeres y sus hijos hayan desaparecido o ni siquiera disminuido en inten-
sidad de forma sustancial. De hecho, aunque se ha reducido algo la discri-
minación legal, y el mercado de trabajo muestra tendencias igualadoras a
medida que aumenta la educación de las mujeres, la violencia interperso-
nal y el maltrato psicológico se generalizan, debido precisamente a la ira de
los hombres, individual y colectiva, por su pérdida de poder (...). No obstan-
te, para la mayoría de los hombres, la solución a largo plazo más aceptable
y estable es renegociar el contrato de la familia heterosexual. Ello incluye
compartir las tareas domésticas, la participación económica, la participa-
ción sexual y, sobre todo, compartir plenamente la paternidad”.

Como señala Ana María Fernández (1993:17):

“Esta nueva realidad social produce una “crisis” (ruptura de un equilibrio


anterior y búsqueda de uno nuevo) de los pactos y contratos que regían
las relaciones familiares y extrafamiliares entre hombres y mujeres. Cri-
sis de los contratos explícitos e implícitos, de lo dicho y lo no dicho, que
habían delimitado lo legítimo en las relaciones entre los géneros en los
últimos tiempos”.

.......................

reforma el Régimen de Patria Potestad y Filiación del Código Civil; Cuota mínima de
participación de mujeres; aprobación de la Convención sobre la Eliminación de todas
las formas de Discriminación contra la Mujer; decreto sobre acoso sexual en la Admi-
nistración Pública Nacional; Protección contra la violencia familiar; aprobación de la
Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la
Mujer, Convención de Belem do Pará; institución del Día Nacional de los Derechos Po-
líticos de las Mujeres; Decreto Igualdad de Trato entre Agentes de la Administración
Pública Nacional; Decreto Plan para la Igualdad de Oportunidades entre Varones y Mu-
jeres en el Mundo Laboral; Reforma laboral: introducción de la figura de despido dis-
criminatorio por razón de raza, sexo o religión; delitos contra la integridad sexual, mo-
dificación del Código Penal; Régimen Especial de Seguridad Social para Empleados/as
del Servicio Doméstico; Reforma laboral: Estímulo al Empleo Estable: incorporación de
dos incentivos para el empleo de mujeres; creación de un Sistema de Inasistencias
Justificadas por razones de Gravidez; Participación Femenina en las Unidades de Ne-
gociación Colectiva de las Condiciones Laborales (Cupo Sindical Femenino).
20 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

Las tendencias actuales muestran las profundas modificaciones que se


están produciendo en las familias: retraso en la formación de parejas y
vida en común sin matrimonio; divorcios, separaciones, nuevas uniones,
familias ensambladas, familias con un solo progenitor, varios grupos fa-
miliares emparentados que deciden compartir una vivienda por deterio-
ro de las condiciones económicas. Las formas familiares emergentes
muestran diferentes relaciones de afecto, de sostén y de reproducción.
Estas nuevas formas, lejos de sugerir la destrucción de la familia, mues-
tran cómo los lazos familiares se crean y recrean continuamente.
Para aproximarnos a la democratización de las relaciones en los gru-
pos familiares, la transformación de las relaciones sociales entre los gé-
neros requiere de un enfoque complejo que trabaje, según metodolo-
gías apropiadas, tanto la construcción de las subjetividades femeninas
como la de las masculinas. Por eso, para abordar la problemática de la
democratización de las relaciones familiares y para desarrollar herra-
mientas adecuadas que la lleven adelante, consideramos que es con-
veniente reflexionar sobre algunos conceptos teóricos clave, una tarea
que desarrollaremos a lo largo de los capítulos de esta obra.
En el capítulo 1 se presenta un análisis de la familia como institución
social, la conformación de los modelos hegemónicos de relaciones fa-
miliares y las modificaciones del sistema patriarcal en la sociedad occi-
dental. Esta presentación no está indicando que los grupos familiares
de los diversos países occidentales se ajustaron al modelo patriarcal en
forma homogénea, sino que estos modelos son aquellos sobre los cua-
les se realiza la interpretación y valoración de la normalidad o no de las
familias concretas. Asimismo, se analizan la familia y la maternidad en
la Argentina, considerando las relaciones existentes entre feminidad y
maternidad, destacando la centralidad de la experiencia de la materni-
dad en las vidas de muchas mujeres, así como las implicaciones que
ésta tiene en la construcción de ciudadanía, en la medida que la mater-
nidad es resignificada por las mujeres. Para concluir, se presenta un
perfil actualizado de los indicadores más relevantes que describen a los
grupos familiares en la Argentina.
En el capítulo 2 se examinan los debates sobre el concepto de rela-
ciones de género. Se explica la construcción de las identidades de gé-
nero como parte de un aprendizaje familiar y social de pautas y valores
asociados a cada género, en el cual los sujetos no son entes pasivos
que absorben estas normas sin contradicciones. En este capítulo tam-
bién se analizan los sistemas de poder y autoridad dentro de la familia y
las jerarquías implícitas en las relaciones de poder entre sus miembros.
En el capítulo 3, Susana Méndez analiza la construcción social de la
niñez y de la adolescencia. A partir de una revisión histórica y crítica de
las concepciones sobre estas categorías, llega hasta la aprobación de la
Convención sobre los Derechos del Niño, donde se pone en evidencia
I N T RO D U C C I Ó N 21

la aparición de un nuevo paradigma, desde el cual se considera a niños


y adolescentes como sujetos únicos de derechos y se deja de conside-
rarlos como objetos pasivos de intervención por parte de las familias, la
escuela y el Estado para reconocerlos como portadores de derechos es-
peciales según las etapas de desarrollo que estén transitando. Desde el
análisis de este instrumento legal y su aplicación, se examina la situa-
ción de la infancia y la adolescencia en los ámbitos en que se desenvuel-
ven los niños, niñas y adolescentes argentinos, teniendo en cuenta las
diferencias y similitudes según el género y de acuerdo con su ubicación
en la estructura social. Teniendo en cuenta la influencia de los modelos
que la sociedad ofrece a la infancia y la adolescencia, en el pasaje por
ciertas instituciones, rituales, tradiciones y espacios de socialización que
perpetúan desigualdades y comportamientos autoritarios.
En el capítulo 4, Eleonor Faur aborda la relación entre la construcción
de masculinidades y las relaciones que los hombres establecen dentro
de sus familias. Desde la definición y desde las características centra-
les de las masculinidades, se analiza la ubicación de privilegio de los
hombres dentro de las relaciones de género y la manera en que ésta
se inserta en la familia, identificando rupturas y continuidades del mo-
delo patriarcal. Allí se reconocen las identidades masculinas –y las fe-
meninas– como construcciones culturales que se reproducen social-
mente, a través de distintas instituciones: familia, escuela, Estado,
iglesias, etc., que vehiculizan modos de pensar y actuar, a la vez que
establecen lugares de jerarquía de la masculinidad dentro de las rela-
ciones de género mediante mandatos que subyacen en los comporta-
mientos, actitudes, afectos y relaciones vinculares.
En el capítulo 5 se analizan las situaciones conflictivas que suceden
en el ámbito familiar: las vinculadas con las relaciones de pareja y
aquéllas relacionadas con hijos e hijas. Además se señalan las formas
violentas de resolver conflictos y se considera la relación entre conflic-
to, poder y autoridad. Se plantea la democratización de las relaciones
familiares, se proponen procesos de negociación que cuestionen las
relaciones de poder y autoridad y se diferencian las negociaciones tra-
dicionales de las democratizadoras, haciendo especial referencia al
concepto de “discurso de derechos”.
En el capítulo 6 se retoman algunos de los temas planteados en es-
ta introducción, con el fin de reflexionar acerca de las políticas sociales
y de las bases teóricas e ideológicas de aquellos discursos sobre los
que se asientan los programas y las prácticas de intervención. Se anali-
zan los discursos de tres perspectivas relevantes en el análisis de géne-
ro, exactamente aquellas que tienen efectos a la hora de ser utilizadas
para la fundamentación de políticas y programas. Por último, en este ca-
pítulo se analiza el concepto de empoderamiento, muy usado en estos
discursos, y se propone el concepto de democratización para presentar
22 D E M O C R AT I Z AC IÓ N D E L AS FA M I L I AS

una concepción de la política social que concibe a los sujetos en su in-


tegridad, vinculando en forma interdependiente la redistribución, el re-
conocimiento, el cuidado y el respeto por la integridad corporal.
Finalmente, consideramos indispensable para contribuir a la demo-
cratización de las relaciones familiares, en particular, y de las relaciones
sociales en general, reconocer que ambas se construyen sobre relacio-
nes desiguales de género y que éstas son relaciones políticas que se
producen y se expresan tanto en la vida social como en la estructura-
ción de la subjetividad.
La democratización de las relaciones familiares requiere respuestas
colectivas que consideren la “politicidad” de la vida cotidiana, en las
cuales ciertos “cambios de roles” que se mencionan frecuentemente
todavía no constituyen indicadores de una profundización de las prácti-
cas democráticas.
I N T RO D U C C I Ó N 23

Bibliografía

Beck, Ulrich (1999), Hijos de la libertad , Buenos Aires, Fondo de Cultu-


ra Económica.
Castells, Manuel (1999), La era de la información: economía, sociedad
y cultura. Vol. II. El poder de la identidad, México, Siglo XXI editores.
Chitarroni, Horacio y otros (2002), El infierno doméstico, Buenos Aires,
USAL.
Di Marco, Graciela (1998), “Ciudadanía femenina”, en ADEUEM (1998),
Relaciones de género y exclusión en la Argentina de los 90, Buenos
Aires, Editorial Espacios.
Di Marco, Graciela (2000), “Democratización de la familia”, en Lo público
y lo privado, Documentos de Políticas Sociales Nº 21, CIOBA, Direc-
ción General de Políticas Sociales, Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires.
Di Marco, Graciela y Colombo, Graciela (2000), “Las mujeres en un en-
foque alternativo de prevención”, Documentos de Políticas Sociales
Nº 22, CIOBA, Dirección General de Políticas Sociales, Gobierno de
la Ciudad de Buenos Aires.
Di Marco, Graciela (2003), “Democratización de las relaciones familia-
res”, en (2003), Hacia una transformación de la política social en Mé -
xico, Puebla, México, Universidad Iberoamericana Golfo Centro.
Di Marco, Graciela (2002), “Democratización social y ciudadanía”, en re-
vista Ensayos y experiencias, Buenos Aires, Novedades educativas.
Fernández, Ana María (1993), La mujer de la ilusión, Buenos Aires, Pai-
dós.
Giddens, Anthony (1992), The Transformation of Intimacy. Sexuality, love
and eroticism in modern societies, Standford University Press.
Held, David (1997), “Ciudadanía y autonomía”, en Agora Nº 7, invierno,
Buenos Aires.
Kymlicka, Will y Norman, Wayne (1997), “El retorno del ciudadano. Una
revisión de la producción reciente en teoría de la ciudadanía”, en Ago -
ra Nº 7, invierno, Buenos Aires.
Schmukler, Beatriz y Di Marco, Graciela (1997), Las madres y la demo -
cratización de la familia en la Argentina contemporánea, Buenos Ai-
res, Biblos.
1. Las familias
Graciela Di Marco

Introducción

La institución “familia” ha adoptado formas muy diversas a lo largo de


la historia y a través de las diferentes culturas, así como disímiles sig-
nificados y valoraciones. Sin embargo, la sociedad occidental construyó
un modelo de familia que pronto se impuso como “ideal” aun cuando la
realidad histórica y las prácticas de los sujetos no fueran uniformes. Por
este motivo no puede hablarse de “familia” sin tener en cuenta que se
trata de un concepto normatizador cargado de ideología: la idea de “fa-
milia” se instala como universal y establece modelos, legítima roles y
regula comportamientos. En este capítulo intentaremos recorrer el iti-
nerario de los discursos sociales acerca de las familias, más que cen-
trarnos en reseñas históricas.
Para analizar las familias en la Argentina hemos recortado tres temas
entre los muchos posibles: la información que proviene de investigacio-
nes realizadas sobre expedientes judiciales de los siglos XVIII y XIX en
la Ciudad de Buenos Aires, porque contribuye a comprender la diversi-
dad de prácticas concretas de las personas, bajo una superficial homo-
geneidad; las prácticas de la maternidad, puesto que éstas permiten
observar el potencial transformador que pueden desarrollar las mismas
y, finalmente, la información cuantitativa comparada de los últimos diez
años, desagregada por regiones y por quintiles de ingresos, que nos
permite contar con un perfil de los cambios en las familias.

Las relaciones familiares


en la sociedad preindustrial

A partir de un proceso comenzado a fines del siglo XVIII y que se con-


solida a mediados del siglo XIX, se construye la noción de familia nu-
clear, organizada alrededor de una pareja conyugal matrimonial y sus hi-
jos. A esta familia, que se extiende como modelo familiar en algunos
países occidentales, se la ha denominado familia moderna.
En los siglos precedentes predominaban las familias en las que las
actividades de producción para la supervivencia del grupo ocupaban a
26 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

todos los miembros, bajo la autoridad del padre. Varias generaciones


trabajaban dentro de esas familias y las tareas de reproducción biológi-
ca (tener hijos), vida cotidiana (las tareas domésticas para la subsisten-
cia) y social (socialización y educación) se realizaban a la par de las pro-
ductivas, basadas en la agricultura y el artesanado.
El trabajo de las mujeres se confundía con el trabajo familiar. A la
vez, su dependencia de las familias extensas y de sus normas le ase-
guraba a la mujer protección económica y seguridad social (su susten-
to material era el resultado del trabajo organizado por el “pater familia”
y al mismo tiempo era protegida por éste). Esta dependencia de la mu-
jer comenzaba en su familia de origen, donde la autoridad era el padre,
y continuaba en su matrimonio, donde la autoridad era el marido.
Desde el punto de vista de la organización y los valores, las familias
eran unidades económicas, sociales y políticas, que subordinaban los
intereses individuales a los colectivos, y los de los hijos y mujeres a los
del padre. A su vez, cada familia servía a los intereses de grupos de pa-
rentesco más amplios, controlados por el patriarca. Las uniones de
hombres y mujeres dependían de la decisión de éste, quien fomenta-
ba uniones vinculadas con la continuidad del linaje o de la producción y
no con la atracción o el afecto.
Los niños y niñas tenían muy poco espacio como sujetos, pues for-
maban parte de la propiedad patriarcal. Las altas tasas de mortalidad in-
fantil y la corta esperanza de vida adulta generaban lazos débiles entre
madres e hijos. La infancia, según las investigaciones históricas, no
aparecía delimitada como un estadio específico.1
Estas familias, que podemos denominar premodernas, en las que la
vida laboral y la vida familiar estaban integradas, presentaban el tipo de
relación patriarcal clásica: los hombres mandaban, con un poder indis-
cutido, y las mujeres aceptaban la subordinación a cambio de protec-
ción y estatus social seguro. Este vínculo incluía el control sobre sus
cuerpos, sus emociones, sus hijos y su trabajo.

.......................

1
Siguiendo a La Play, Cicchelli-Pugeauth y Cicchelli (1999: 51) señalan que en al-
gunas sociedades la garantía de la continuidad familiar, de la tradición y conserva-
ción del patrimonio se obtenía en algunas sociedades de occidente por la designa-
ción de un heredero primogénito. La estabilización de la familia y la eliminación de
los conflictos se lograban mediante el sometimiento de los integrantes del grupo a
la figura paterna y luego, cuando el padre fallecía, al hermano mayor, quien se con-
vertía en jefe de la familia. Los hermanos menores, mientras eran solteros y sin des-
cendencia, podían permanecer en la casa familiar, respetando la autoridad del jefe
de la familia. En cambio, a los hermanos varones que preferían emigrar o a las hijas
que se casaban, se los dotaba de acuerdo con los ingresos del grupo.
L AS FA M I L I AS 27

En síntesis, se trataba de familias bastante estables en sus vínculos


por una suma de factores:

• el trabajo de los hombres y de las mujeres era económicamente


interdependiente, bajo el mando del varón;
• el hogar servía como unidad de producción, reproducción y control;
• los individuos no tenían alternativas de vida económica, sexual
y social fuera de las familias y estaban inmersos en un conjun-
to amplio de lazos de parentesco, comunidad y religión (Stacey,
1996:49).

La familia moderna

La familia moderna acompaña el desarrollo de la sociedad industrial, en


la cual se disocian de la vida doméstica tanto los medios de producción
como la fuerza laboral. La producción y la reproducción se van a desa-
rrollar en ámbitos separados: los hombres comienzan a trabajar en ma-
yor medida en las actividades fabriles, dejando de lado la producción ru-
ral familiar, mientras que las mujeres se van a ocupar mayoritariamente
de la vida doméstica. 2
Las categorías producción y reproducción tienen mucha importancia
en la constitución de las familias de mediados del siglo XIX: a partir de
sus actividades productivas, los hombres pasan a ubicarse en el mun-
do público y las mujeres, ocupándose de la reproducción biológica, co-
tidiana y social, en el mundo privado. Sin embargo, estas tareas, al no
ser consideradas con un valor monetario en el mercado y al permane-
cer fuera del mundo público, quedarán “invisibilizadas”.
La autoridad masculina se institucionaliza en la familia nuclear. La
producción de los medios económicos para la obtención de comida y
abrigo corre por cuenta del varón, mientras que la elaboración de estos
productos para ser consumidos en la familia forma parte de la labor so-

.......................

2
Por ejemplo, antes de la mecanización, la economía del tejido se apoyaba en
una división del trabajo interna al grupo doméstico, se adaptaba a las capacidades
individuales a la vez que estaba al servicio de la fuerza de trabajo del hogar. El pa-
dre tejía y, una vez realizadas las tareas domésticas, lo secundaba su esposa y am-
bos recibían progresivamente la ayuda de sus hijos e hijas, de modo que ninguno
de los miembros de la familia estaba desempleado. El trabajo se organizaba en fun-
ción de una vida familiar comunitaria. El surgimiento de las fábricas de tejido mecá-
nico sacude desde la década de 1830 esta economía familiar, al hacer que el traba-
jo manual pierda competitividad (Cicchelli-Pugeauth y Cicchelli, 1999: 18).
28 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

cialmente invisible de la mujer, quien, además, asume la responsabili-


dad ante la crianza y la socialización de las jóvenes generaciones. El rol
de la mujer se consolida bajo el título de “ama de casa”, nominación car-
gada de ambigüedad, que le otorga el poder de decisión en todo lo re-
lativo a la actividad doméstica siempre y cuando la mujer reconozca su
subordinación al varón proveedor. Ivonne Knibiehler (2000: 62) afirma:

“Cuando el progreso del capitalismo volvió raras las empresas familia-


res, el padre tuvo que abandonar el hogar para ir a la oficina o a la fábri-
ca. Disoció su vida profesional de su vida familiar, se habituó a supervi-
sar a sus hijos sólo de lejos. La madre, teóricamente sin la carga del
trabajo productivo, se dedicó de lleno a la vida doméstica y asumió una
responsabilidad educativa cada vez más amplia, incluso con respecto a
sus hijos varones. El centro de gravedad de la vida familiar se desplazó
hacia su lado”.

Surge además una nueva manera de ver la infancia, ya que los niños,
especialmente los varones, se transforman en una inversión que es ne-
cesario cuidar, pues se constituirán en la mano de obra industrial del fu-
turo. Jacques Donzelot (1998) analiza el desarrollo del “complejo tute-
lar”, por el cual el Estado comienza a intervenir en las vidas de las
familias, para asegurar las mejores condiciones de crianza de la niñez.
El Estado delega esta tarea explícita pero no formalmente a las ma-
dres, quienes quedan así investidas con la responsabilidad de velar por
la salud y el bienestar del grupo familiar, siguiendo las instrucciones de
los “expertos”, agentes de las áreas sociales del Estado (médicos, en-
fermeras, asistentes sociales, maestras, psicólogos). Sin embargo, al
considerar estas actividades como parte del destino natural de las mu-
jeres, ellas no serán reconocidas socialmente por realizarlas.

Parentesco y familia

La industrialización requirió de núcleos familiares móviles y capaces de


adaptarse a las nuevas necesidades de la expansión capitalista. En los
centros industriales, el grupo de parentesco ampliado fue perdiendo su
carácter de proveedor de identidad. Por el contrario, la pareja unida en
matrimonio, comenzó a desprenderse de diversas maneras del grupo
de parentesco y se instaló en una unidad doméstica separada de sus pa-
rientes y comenzó a vender su fuerza de trabajo en el mercado. Simul-
táneamente con la desaparición de la unidad de producción común, o el
oficio familiar como única fuente de subsistencia, las parejas dejaron de
vivir en las tierras comunes con sus parientes (Schmukler, 2000).
En las familias premodernas las relaciones entre varias generacio-
nes brindaban identidad a cada miembro del grupo familiar. La coope-
L AS FA M I L I AS 29

ración y el apoyo que brindaban las relaciones entre varias generacio-


nes fueron reemplazados en las familias modernas por las relaciones
de la pareja conyugal y de padres e hijos. El grupo de parentesco per-
dió el carácter de proceso continuo y lineal que existía, precedía y con-
tinuaba la vida individual. Se fortalecieron las relaciones entre cónyu-
ges, entre hermanos y cuñados y con parientes cercanos del padre y
de la madre. La nueva estructura de parentesco que se creó fue una
unidad atomizada cuyos lazos de descendencia se resquebrajaron y
donde la estabilidad de cada núcleo familiar pasó a depender de los la-
zos afectivos, nuevos cohesionantes y estabilizadores de las familias.
La dependencia afectiva pasó a constituirse en la principal articulación
del núcleo familiar al mismo tiempo que crecieron las posibilidades de
desarrollo individual fuera de la vida familiar. La familia moderna quedó
entonces conformada por hombres ganadores del sustento, mujeres
amas de casa e hijos dependientes. A mediados del siglo XX el grupo
familiar se estableció en el imaginario de la sociedad como núcleo de
reproducción biológica, lugar de estabilidad afectiva para individuos que
buscan y desarrollan su crecimiento personal con diferencias de desti-
nos posibles para varones y mujeres, y como centro de seguridad eco-
nómica y de protección para la infancia y la tercera edad, con las ma-
dres a cargo de las tareas necesarias, más allá de las posibilidades
concretas de los sujetos para realizar este ideal (Schmukler, 2000).
Junto con la nueva organización familiar quedan divididos los ámbi-
tos sociales: el mundo público pertenecerá a los hombres y el privado-
doméstico a las mujeres-madres encargadas del cuidado afectivo de to-
dos los miembros de la familia. Cuidado directamente vinculado con la
postergación de los propios deseos en función de la atención familiar.
Dentro de este nuevo orden familiar, se preferirá que las mujeres no
tengan un trabajo y un salario, sino que se queden en la casa, para que
los hombres proveedores tengan resueltas las cuestiones relacionadas
con el cuidado, la comida y la crianza de los hijos. Para ello, los Estados
más avanzados tratarán de dar al hombre proveedor un salario familiar,
que contemple la carga extra de mujeres e hijos y que proteja la orga-
nización patriarcal para que continúe siendo funcional a las necesidades
de las industrias.
En síntesis, el discurso sobre la familia moderna se establecerá so-
bre las siguientes características:

• el trabajo familiar y el trabajo reproductivo se separan, haciéndo-


se invisible el trabajo femenino. Las mujeres se convierten en de-
pendientes de los hombres;
• el amor y el compañerismo pasan a ser el ideal del matrimonio;
• la vida familiar queda alejada de la observación pública. Se enfati-
za la experiencia de la privacidad;
30 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

• las mujeres comienzan a tener menos hijos y la maternidad co-


mienza a ser exaltada como una vocación natural y demandante.

La valoración de la condición de madre de la mujer, que la llevó a situar-


se, al lado del jefe del hogar, como la reina de la casa, por su dominio
altruista sobre los aspectos de la vida cotidiana de sus seres queridos,
es parte constitutiva de este nuevo modelo de familia. Las esferas de
acción separadas (el mundo público para los varones, el hogar para las
mujeres), el amor como base de formación de las parejas y el casa-
miento voluntario, ya no por orden del patriarca (aspectos constitutivos
de lo que se denomina “el amor romántico”) van a marcar en adelante
las relaciones, en las cuales seguirá existiendo la subordinación feme-
nina, ahora disfrazada por este lugar de poder desde los afectos, en un
proceso que significó darle el lugar de “reinas” afectivas a las madres,
a cambio de sacrificio y amor incondicional hacia sus esposos, sus hi-
jos e hijas y, también, hacia las personas mayores y los enfermos.

“El culto de la maternidad encontró su apoteosis con la segunda revolu-


ción industrial, que tendió a aumentar los salarios de los hombres con el
salario familiar y a excluir a las mujeres y niños del lugar de trabajo, y con-
ducir a una división del trabajo más radical entre el hombre, el ganador
del sustento, y la mujer, la cuidadora. El maternaje, criar más que engen-
drar los niños y niñas, fue visto como una vocación a tiempo completo,
sin duda, la vocación superior, con los padres marginados de la escena
doméstica a través de su ausencia por estar en el trabajo. Por supuesto,
muchas mujeres continuaron en el trabajo pago pero su contribución de -
vino en menos visible debido al énfasis en la crianza” (Mitchell y Goody,
en Oakley y Mitchell, 1997: 219).

Al poder y autoridad masculinos, basados en la condición de ser el


hombre el único proveedor y jefe del hogar, se contrapone ahora el
engañoso “poder femenino” sobre los afectos, centrado en la mater-
nidad. Las mujeres se convierten en las cohesionantes del grupo fa-
miliar, pero… a cambio de subordinarse al “jefe del hogar”, no contar
con dinero propio, no desarrollar su autonomía, ni ser reconocidas co-
mo autoridad. El poder de la esposa y madre en el hogar se convier-
te en un poder “entre bambalinas”, poder sin autoridad y sin legitimi-
dad dentro del grupo familiar. Durante este proceso, las mujeres y los
niños se hacen cada vez más dependientes de los hombres, ya que
su sustento y la representación de los asuntos familiares quedó a car-
go de ellos.
La normativa hacia la maternidad es una construcción cultural –natu-
ralizada– que opera por violencia simbólica, ya que a través de su me-
canismo de totalización se apropia, invisibilizando y negando, de las di-
versidades de sentido que diferentes mujeres han dado al concepto y
L AS FA M I L I A S 31

a la práctica de la maternidad (Fernández, 1993). Si se pretende cues -


tionar el orden patriarcal y las desigualdades de género y democratizar
el orden familiar, será necesario deconstruir el concepto de maternidad
y pluralizarlo.
Si bien la maternidad pudo ser resignificada en algunos contextos
históricos particulares (la aparición de las Madres de Plaza de Mayo en
la Argentina puede servir de ejemplo) y la maternalidad y la ética del
cuidado pudieron ser formas de revalorizar la conducta maternal asig-
nada culturalmente a las mujeres (y naturalizada por las instituciones,
los medios de comunicación y las mismas mujeres), la reproducción de
la familia está íntimamente relacionada con la normativa cultural acerca
de lo que una “verdadera” mujer debe ser y hacer. En nombre de la ins-
titución maternal, las mujeres han quedado durante siglos relegadas al
ámbito doméstico y a actividades que van más allá del cuidado de los
hijos, extendiéndose sus tareas hasta responsabilizarlas del cuidado de
todos los miembros de la familia en desmedro de su propio cuidado.3
Hacia la mitad del siglo XX, el complejo de pautas que describe a
las familias modernas de occidente (desde el nacimiento, el noviazgo,
el matrimonio, el trabajo, la crianza, la separación de los hijos y la
muerte) se convirtió en un imperativo tan fuerte, que aun cuando mu-
chas familias vivían de una manera diferente, este conjunto de carac-
terísticas se impuso como “la familia”, que pasó a ser pensada como
única forma natural y universal, mientras toda modalidad familiar dife-
rente pasó a ser considerada una desviación. El amor romántico y la
sobrevaloración de la maternidad se transformaron en ideologías repro-
ductoras de las desigualdades, a la vez constitutivas y producidas por
el patriarcado.
El sociólogo Talcott Parsons (1953) contribuyó desde la teoría social
a darle legitimidad a la familia moderna, a través de sus análisis de la
familia estadounidense de los sectores medios, de los años cincuenta.
De allí se deriva una concepción de la familia nuclear armoniosa, y és-
ta se considerará como la institución universal. La diferenciación y es-
pecialización de tareas que ya se habían establecido en buena parte de

.......................

3
Las transformaciones contemporáneas en el ámbito de la sexualidad y la anti-
concepción han sido evidentes avances en relación con la situación de las mujeres y
con la posibilidad de elegir cuándo ser madres. Sin embargo, la anticoncepción sigue
siendo una ventaja determinada por la cuestión de clase y el acceso a la educación
(la educación sexual, por ejemplo, sigue siendo una asignatura pendiente y los em-
barazos adolescentes o no deseados continúan creciendo), además de una proble-
mática compleja en términos culturales, ya que estos avances sociales no han encon-
trado eco en las normas y valores que las instituciones y los medios reproducen.
32 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I AS

las familias de los EE.UU., blancas, de los sectores medios, pasaron a


ser las características de la familia.
El apogeo de las familias modernas acompaña al de la sociedad ca-
pitalista, con su reorganización social, espacial y temporal del trabajo y
de la vida doméstica. Pocas familias trabajadoras se apropian de este
ideal hasta bien entrado el siglo XIX, ya que existían grandes núcleos
de empleo subordinado de hijos e hijas solteros y también trabajo in-
fantil. Sólo después de la Segunda Guerra Mundial, en los países capi-
talistas avanzados, un número importante de hogares vive de acuerdo
con el modelo de la familia moderna.

Estructura de la familia nuclear,


según el sociólogo estadounidense T. Parsons

Líder Seguidora

Hombre adulto Mujer adulta


(padre) (madre)

instrumental expresiva

(ideas, disciplina, control) (afecto, cuidados, calidez, emoción)


Niño (hijo) Niña (hija)

El análisis de Parsons confiere gran importancia a las funciones en la


estructura social, desde allí aborda los roles de hombres y mujeres: a
los primeros les corresponde el rol “instrumental” –el sostenimiento
económico de la familia, la representación de la familia en el mundo pú-
blico y la supervisión y control de los hijos e hijas–, a las segundas, el
rol denominado “expresivo”, vinculado con la maternidad y, por lo tanto,
con la crianza, el afecto y el cuidado, no sólo de los hijos e hijas sino de
las personas necesitadas del grupo familiar, como enfermos y ancia-
nos. La ciencia social legitimiza y universaliza de este modo la noción
de la complementariedad de los roles en la pareja adulta.

Prácticas familiares contemporáneas

La debilidad de las familias modernas estaba presente en su propia


constitución, basada en un compromiso que se concebía como inamo-
vible y eterno y en la complementariedad de la pareja. Por eso, algunos
L AS FA M I L I AS 33

académicos sostienen que el momento de esplendor de la familia mo-


derna tenía cerca su inminente declinación. Durante los años sesenta
y setenta, la brecha entre la ideología cultural dominante y los compor-
tamientos discordantes generó desafíos a las familias de la modernidad
y provocó crisis que condujeron a nuevos acuerdos o rupturas, las que
–crecientemente– culminaron en separaciones y divorcios.
Algunos factores que incidieron en los cambios en las familias fueron:

• al extenderse la esperanza de vida, las personas adultas comen-


zaron a disponer de un tiempo en el que ya no estaban criando a
sus hijos, lo que en muchos casos las enfrentó con la imposibili-
dad de continuar manteniendo un vínculo que se apoyaba en la
convivencia con ellos;
• las mujeres progresivamente ingresaron en el mundo del trabajo;
• los empleos se desplazaron desde los industriales tradicionales a
nuevos sectores industriales y de servicios;
• los empleadores recurrieron a la mano de obra de mujeres, más
barata y no sindicalizada;
• aparecieron las píldoras anticonceptivas, lo que permitió a las mu-
jeres decidir cuándo, cómo y cuántos hijos tener;
• el amor romántico, que era la base de la familia moderna, no pu-
do asegurar el amor para toda la vida. Aparecieron así cada vez
más divorcios y nuevas uniones;
• el movimiento de mujeres impactó fuertemente en los modos de
relación entre mujeres y hombres, en la sexualidad y la reproduc-
ción, en el avance de la legislación (leyes de divorcio, de patria po-
testad compartida, etc.).

Sobre el estereotipo de las familias modernas se están construyendo


nuevos arreglos, que incluyen nuevas estrategias en las relaciones de
género y de crianza que rehacen las familias desde otros enfoques y
prácticas. Algunos autores comienzan a denominar a las nuevas fami-
lias como familias posmodernas, para caracterizar la fluidez de los vín-
culos y las diversas estrategias familiares que combinan viejas y nue-
vas formas de relaciones.
Algunas características de las familias posmodernas son:

• se separan los ámbitos de la sexualidad, la gestación, el matrimo-


nio, la crianza y las relaciones familiares;
• los adultos divorciados y vueltos a casar, así como la convivencia
de hijos de diferentes matrimonios, se han transformado en un
fenómeno cotidiano;
• muchos hijos viven con sus madres más que con ambos padres;
• los conflictos familiares reciben nuevas y diversas respuestas;
34 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I AS

• los hijos e hijas comienzan a ser considerados como ciudadanos,


se revisan las concepciones acerca de la infancia y del poder de
los adultos sobre ella.

En estas familias, las mujeres:

• tienen más acceso a la educación y al empleo;


• son menos dependientes de lo que ganan los maridos;
• tienen más cargas, ya que desarrollan una doble jornada laboral,
sumando el trabajo doméstico y el extradoméstico. Además, a
veces tienen algún grado de participación comunitaria, lo que las
enfrenta a una triple jornada de trabajo;
• pueden alejarse de relaciones abusivas o violentas.

En amplios sectores de las sociedades occidentales, la familia moder-


na no existe más, sin embargo, en el imaginario social y cultural aún
persiste la idea de ésta como la familia.

Las familias ¿reproducen o recrean


las pautas sociales?

Para los enfoques más tradicionales, las familias se encargan de repro-


ducir los procesos de la sociedad o de socialización. En este sentido,
los grupos familiares son considerados como los ámbitos en los cuales
las nuevas generaciones se socializan en las normas y los valores de la
comunidad en la que están viviendo. La familia es vista como una ins-
titución reguladora y transmisora de las prácticas valoradas por cada
cultura, como agente social que contribuye a que una comunidad de-
terminada normatice las conductas de sus miembros. Estos enfoques
no tienen en cuenta la posibilidad de protagonismo, de agencia, de las
familias y sus integrantes, como creadores de cultura. Si bien es cierto
que las familias son las encargadas de reproducir los patrones cultura-
les vigentes, como la jerarquía por sexo y edad, la desigualdad y el au-
toritarismo, también es cierto que el grupo familiar puede ser el lugar
desde donde se cuestionan y se cambian reglas, desde donde se ges-
tan procesos de transformación.
Es en el grupo familiar donde a menudo se inician procesos que
cuestionan el orden jerárquico, que plantean disconformidad con el au-
toritarismo y que buscan nuevos modos de relación. Las formas fami-
liares emergentes presentan diferentes dinámicas de relaciones fami-
liares, algunas producidas por elecciones; otras, por el imperio de las
circunstancias (familiares de desaparecidos, por ejemplo); otras como
respuestas innovadoras a situaciones conflictivas.
L AS FA M I L I AS 35

Las familias en la Argentina


Relaciones familiares durante los siglos XVIII y XIX
en Buenos Aires

La familia en la Argentina se desarrolló (excluyendo para este abor-


daje los patrones de conducta de los pueblos precolombinos) según las
normas que el patriarcado impuso en occidente, es decir, reproducién-
dose sobre las desigualdades de género. La familia nuclear se estable-
ció bajo la autoridad del padre, encargado del bienestar económico a
partir de su participación en el mundo público. La figura de la mujer se
conservó en segundo plano como “reina del hogar”; como dijimos an-
teriormente, se trató de un reinado ideológicamente peligroso ya que
bajo esa denominación se ocultaba su falta de autoridad en el ámbito
doméstico, su dependencia económica del marido, su obligado lugar
de madre sacrificada y servicial, su renuncia sexual y pasional y, por si
fuera poco, se invisibilizaba su actividad productiva.
En este apartado seguiremos las observaciones de Ricardo Cicer-
chia (1998), basadas en sus investigaciones sobre las dinámicas fami-
liares de los sectores populares urbanos en la Ciudad de Buenos Aires
(estos sectores constituían el 85% de su población). En la historia ar-
gentina, la familia fue una preocupación del Estado (léase de la monar-
quía española y luego de los gobiernos independientes) desde la colo-
nización de nuestro territorio. Desde el punto de vista legal es
importante señalar la preexistencia del control de la Iglesia Católica so-
bre el matrimonio y la vida familiar, un control que el Estado intentó li-
mitar ya desde la época de la colonia –impulsado por las ideas del ilu-
minismo– pretendiendo, entre otras cosas, restar poder al discurso
eclesiástico, primero en Europa y luego en América. Al mismo tiempo,
esta secularización de las relaciones familiares se apoyó en la figura del
“pater” como autoridad absoluta dentro del ámbito doméstico. Un po-
co más tarde, con la revolución de Mayo, las únicas transformaciones
fueron la prohibición de matrimonios entre españoles-europeos y ame-
ricanas en 1817 y un proyecto de ley no sancionado de 1824 sobre di-
vorcio y separaciones voluntarias.
El mismo autor considera que si bien los valores oficiales y las repre-
sentaciones culturales en torno a lo familiar penetraron todo el cuerpo
social, existían conductas familiares como el amancebamiento, la en-
trega de hijos y la presencia de mujeres como cabeza de familia, que
representaban hábitos consagrados por la costumbre y que formaban
parte de un”sentido común” popular.
Una vez alejado el control exclusivo de la Iglesia, los desórdenes fa-
miliares comenzaron a convertirse en “cuestiones de Estado”. Cuando
esto ocurrió, las mujeres empezaron a aparecer como protagonistas de
36 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

reclamos judiciales, lo que las ubicó como sujetos de derechos. Así se


consolidaron sistemas institucionales de protección del orden social
que redefinieron no sólo el espacio público sino también las relaciones
intrafamiliares. Sobre las mujeres descansaba el edificio del sistema fa-
miliar, pilar indispensable para el mantenimiento del orden social, por lo
tanto, sus reclamos podían ser escuchados si éstos se apoyaban en la
idea de cierta cohesión familiar, con o sin esposo de por medio. Los
conflictos del ámbito familiar que hoy nos preocupamos por analizar ya
existían en la época colonial y en el siglo XIX. Un riguroso análisis de
las causas judiciales y de las denuncias policiales de las mujeres y de
otros grupos subalternos permite señalar, en primer lugar, la marca di-
fusa que existía en esa época entre lo público y lo privado y, en segun-
do lugar, resaltar la importancia del análisis de las crisis familiares co-
mo el mejor vehículo de comprensión de la “normalidad familiar”
(Cicerchia, 1998: 67).
Ya en el siglo XIX, las mujeres se presentaban como demandantes
en causas vinculadas con la tenencia de los hijos, el reclamo de alimen-
tos y buenos modales por parte de los maridos. Las separaciones (di-
vorcios eclesiásticos) incluían disputas sobre las propiedades o cuotas
de alimentos. Asimismo, las demandas por maltratos implicaban una
eventual sanción penal para el acusado hallado culpable. Los juicios de
divorcio reconocían en los maltratos una de las figuras que habilitaba a
las mujeres a solicitar la separación. Y aunque muchas preferían callar,
otras “hacían público” su malestar.4

El autor expresa esta reflexión:

“… a pesar de que el sistema judicial se constituía sobre los prejuicios


y las desigualdades de las asimétricas relaciones de género, las mujeres
sintieron que encontraban allí una posibilidad para resolver situaciones
de injusticia doméstica, presentando discursos pragmáticos sobre la fa-
milia, negando la indiferencia afectiva, confesando actos forzados por su
situación y modelando así la rígida lógica del honor familiar” (Cicerchia,
1994: 72).

Resulta interesante reflexionar acerca del rol del Estado y la justicia en


la instauración y defensa de los derechos de las mujeres –esposas y

.......................

4
“En los juicios por desórdenes familiares registrados entre 1776 y 1850, la pri-
mera constatación es que las mujeres de diferente condición y estado constituye-
ron sujetos de derecho. Sobre 365 demandantes individuales, el 60% fueron muje-
res. De éstas, el 70% eran porteñas, 44% pertenecían a los grupos “no blancos” y
cerca del 30% carecían de estado legítimo” (Cicerchia, 1994: 55).
L AS FA M I L I AS 37

madres– ya que, a pesar de los beneficios que las mujeres pudieron ob-
tener cuando se presentaron ante las instituciones sociales, frecuente-
mente lograron la clemencia de la justicia o el reconocimiento de sus
reclamos sólo si se comportaban dentro de los modelos que la socie-
dad y las relaciones desiguales de género establecían para ellas.

Maternidad en la Argentina

El pensamiento hegemónico que superpone “mujer” a familia, median-


te el nexo representado por la maternidad, también está presente en
las concepciones de la maternidad en la Argentina. Si bien esta noción
de feminidad ligada casi exclusivamente a la capacidad femenina de en-
gendrar y cuidar la vida humana es una construcción cultural que ha
contribuido a la subordinación histórica de las mujeres, consideramos
que la experiencia de la maternidad es central en la vida de muchas mu-
jeres, como punto de anclaje de identidad y de reconocimiento y como
ejercicio que tiene profundas implicaciones en las relaciones familiares
y en la construcción de ciudadanía.
Carole Pateman denomina a la maternidad la diferencia par excellence:

“La maternidad y la crianza han simbolizado las capacidades naturales


que apartan a las mujeres de la política y de la ciudadanía; maternidad y
ciudadanía, en esta perspectiva, al igual que diferencia e igualdad, son
mutuamente excluyentes. Pero si la maternidad representa todo aquello
que excluye a las mujeres de la ciudadanía, la maternidad ha sido cons-
truida también como un estatus político. La maternidad, como las femi-
nistas la han entendido por mucho tiempo, existe como un mecanismo
central a través del cual las mujeres han sido incorporadas al orden polí-
tico moderno” (Pateman, 1992: 19,28).

La maternidad puede ser una experiencia “privada” , aislada en el hogar,


subordinada al varón en la esfera doméstica, a la que se le reconoce
únicamente su poder afectivo sobre los hijos. O, por el contrario, pue-
de ser considerada una experiencia social y política (maternidad social)
cuyas prácticas vinculan las preocupaciones por los propios hijos tam-
bién con cuestiones colectivas, como ha sucedido, por ejemplo, con las
madres de desaparecidos, en la defensa de los derechos de sus seres
queridos y de otros en situaciones semejantes.
Esta redefinición de la maternidad presenta aspectos contradicto-
rios con la imagen tradicional de la madre, ocupada solamente por el
bienestar de su marido y de sus hijos, y genera las condiciones para la
construcción de una ciudadanía femenina, en la medida en que se re-
conoce a las mujeres –y ellas a sí mismas– como un colectivo que des-
de la maternidad define intereses y necesidades y se convierte en su-
38 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

jeto político (Di Marco, 1997). La maternidad así considerada es una


práctica que interpela al poder de diversas maneras, ya sea por el recla-
mo frente a la violación de los derechos y los ejercicios abusivos del po-
der, ya sea por la ampliación y calidad de los servicios, ya sea por sus
derechos a una vida sexual y procreativa plena, o por el derecho al tra-
bajo (Schmukler,1997).
Es conveniente entonces detenerse en el carácter dual de la mater-
nidad como proceso creativo y como parte de una relación de domina-
ción y subordinación, y pensar en un concepto de ciudadanía que pue-
da dar cuenta de las diferentes experiencias de las mujeres y de las
madres.
En la historia argentina podemos encontrar ejemplos de las ambi-
güedades que encierra lo maternal y de las diferentes formas que pue-
de asumir al incorporarse a la discusión y a las prácticas políticas. Co-
mo explica Marcela Nari (2000), a principios del siglo XX, y en el marco
de la lucha por el derecho al voto femenino, el feminismo defendía la
“cuestión maternal” y sostenía que el ámbito “natural” de las mujeres
y, por lo tanto, el espacio para ejercer su poder, era el doméstico. Pero
también, desde el Estado, la Iglesia y los medios de comunicación (re-
vistas y periódicos) se ensalzaba la maternidad como práctica sagrada
y se destacaba su importancia para el desarrollo del país.

“La ‘cuestión maternal’ en la época fue tan rica y compleja precisamen-


te por esta superposición de intenciones contradictorias, por sus límites
difusos. La maternidad, convertida en cuestión pública, se politizó. Y las
feministas participaron de ese debate. Aceptaron la maternidad como
clave de la feminidad. Todas las mujeres, más allá de las diferencias so-
ciales, compartían la capacidad y la experiencia de la maternidad. Era lo
que las acercaba y las volvía idénticas” (Nari, 2000: 204).

Los conceptos de maternidad que se enfrentaban en los discursos y en


las prácticas sociales eran diferentes; para algunas instituciones la ma-
ternidad era la garantía del orden social, mientras que para otras, en ella
radicaba la posibilidad del cambio social.
Continuando con las reflexiones de Nari (2000: 205,209):

“Las feministas intentaron reformular la maternidad. No cuestionaron que


constituyera una misión natural para las mujeres, pero fundamentalmente
la consideraron una función social y, para algunas, incluso una posición po-
lítica: el ejercicio de la maternidad era una forma de hacer política. Al im-
plicar una función social y política tan importante para la especie, la socie-
dad y la nación, la maternidad debía ser recompensada por el Estado y la
comunidad. Dios, o la Naturaleza, había asignado a las mujeres determina-
dos deberes con respecto a la reproducción y ellas los asumían honrosa-
mente en diversas situaciones sociales. Pero de estas cargas debían ema-
L AS FA M I L I A S 39

nar derechos. Derechos que el Estado y la sociedad les habían, hasta en-
tonces, negado: derechos civiles, económicos y también políticos”.

El doble carácter de la maternidad continuó vigente y no permitió gran-


des transformaciones en la vida política de las mujeres. Las feministas
no lograron imponer sus posturas y el voto femenino llegó en 1947 de
la mano de Eva Perón y desde una ideología tradicional en torno a la
cuestión maternal.
Recién a fines del siglo XX, la organización de las Madres y Abuelas
de Plaza de Mayo y las organizaciones de madres en las comunidades
para generar servicios sociales (por la crisis económica de los años
ochenta en la Argentina) pudieron reapropiarse y resignificar los conte-
nidos de la maternidad extendiendo en principio su preocupación por
los propios hijos a “los hijos de todas” y participando en la vida pública
y política desde la maternidad social.
Lo “maternal” atraviesa la experiencia de lo femenino y la organiza-
ción de la vida familiar desde la consolidación de las relaciones de gé-
nero. Como parte de ellas, parece tener una forma y un contenido in-
mutables y eternos, que resulta dificultoso revisar y reconstruir. Sin
embargo, las prácticas que hemos presentado muestran otras cons-
trucciones posibles de la maternidad.
Los procesos de redefinición de la maternidad involucran tener en
cuenta las ambigüedades de la práctica maternal y los peligros de con-
vertir a las mujeres en entidades ahistóricas, universalizadas y superiores
“moralmente” a los hombres (Schmukler, 1997). Asimismo, debe estar
atenta a la compleja “ideología del afecto” que, en situación de desigual-
dad, puede convertirse en el eje de la dominación y la subordinación.

Cambios recientes en las familias y los hogares5

Los cambios en la formación de las familias y en los procesos de repro-


ducción social, económica, biológica y cultural se asocian con cambios
en la condición social de la mujer. Todas estas mutaciones –que empe-
zaron en Europa occidental desde mitad de los años cincuenta– dieron
lugar al surgimiento del concepto de segunda transición demográfica.6

.......................

5
Esta sección del capítulo fue elaborada por Andrea Federico.
6
Este concepto, introducido por Van de Kaa y Lesthaegue en 1986, busca expli-
car las tendencias demográficas obser vadas en Europa central desde mediados de
los años cincuenta en relación con la fecundidad, mortalidad, movilidad y dinámica
familiar (Solsona, 1996).
40 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

Las razones que se encuentran en la base de esas transformaciones


están en la revolución sexual, la revolución contraceptiva, la posición de
los hijos y la motivación de los padres respecto de la calidad de vida de
los hijos (Lesthaeghe, 1996).
Como ya se ha señalado, uno de los factores centrales en los cam-
bios en la dinámica familiar es la condición de las mujeres vinculada
con el mundo del trabajo. Si bien la inserción de las mujeres en el
mercado de trabajo no es un hecho novedoso, se ha producido un im-
portante crecimiento de la participación económica femenina a eda-
des centrales. Evidentemente, las transformaciones en el ámbito de
la familia, en la situación social de la mujer y en el trabajo femenino
se ligan de manera tal, que uno no es posible al margen del otro. Y,
por otra parte cada vez más, la estabilidad de las familias y sus fun-
ciones sociales dependen de la ampliación de oportunidades de par-
ticipación de las mujeres en diversos ámbitos de la vida pública (Sa-
lles y Tuirán, 1999).
Para dar cuenta de las transformaciones acontecidas en nuestro país,
se analizan los cambios que en la última década se produjeron en la
composición de los hogares, la jefatura del hogar y la conyugalidad. La
información que a continuación se presenta proviene de la Encuesta
Permanente de Hogares (INDEC) de octubre de 1991, 1995, 1998, 2000
y 2002.

Composición del hogar

El modelo nuclear, representado por la pareja y sus hijos solteros, es el


tipo más frecuente de organización familiar. Sin embargo, este modelo
convive con otras formas de organización familiar cada vez más habitua-
les (véase cuadro 1 en la próxima página), como los hogares monoparen-
tales (integrados por el jefe del hogar, generalmente una mujer, con sus
hijos) y monoparentales extendidos (monoparentales a los que se suman
otros familiares o no familiares). Este tipo de hogares (monoparentales y
monoparentales extendidos) han mostrado un importante crecimiento
desde 1991. En efecto, entre ambos concentraban el 12% del total de ho-
gares en 1991 y en la actualidad son más del 17%, lo que da cuenta de
un crecimiento relativo del 42%. Por otra parte, los hogares unipersona-
les representan aproximadamente el 15% del total de hogares y, si bien
no han tenido un crecimiento tan destacable como en el caso de los mo-
noparentales, no puede dejar de resaltarse su importancia.
En estrecha relación con el crecimiento de los hogares monoparen-
tales, se produce el aumento del porcentaje de personas menores de
18 años que no viven con ambos padres. Tal como se muestra en el
cuadro 2 que se presenta a continuación, en la última década ha crecido
L AS FA M I L I AS 41

el porcentaje de los niños o jóvenes que viven con un solo progenitor,


especialmente con la madre, ellos son aproximadamente el 15% del to-
tal en 2002. 7

Cuadro 1. Hogares particulares. Distribución porcentual por composición


de parentesco
Total país, octubre 1991, 1995, 1998, 2000 y 2002

Año Composición de parentesco

Pareja Pareja Pareja Pareja Monopa- Monopa- Uniper- No familiar Total


sin hijos con hijos sin hijos con hijos rental rental sonal multi-
+ otros + otros extendido personal

2002 12,5 41,0 1,4 7,9 11,7 5,5 14,8 5,1 100,0
2000 12,9 42,1 1,4 7,8 10,8 4,8 14,7 5,4 100,0
1998 13,0 42,5 1,3 7,8 10,4 4,7 14,9 5,3 100,0
1995 13,6 44,1 1,6 8,5 9,1 4,3 13,9 4,9 100,0
1991 14,1 46,0 1,6 8,7 8,2 3,9 12,5 5,0 100,0

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH-INDEC.

Cuadro 2. Hogares con hijos menores de 18 años con un solo progenitor.


Porcentaje de hogares con presencia de un solo progenitor: madre o padre
Total país, octubre 1991, 1995, 1998, 2000 y 2002

Año Sólo madre Sólo padre

2002 14,7 2,6


2000 14,0 1,8
1998 13,2 2,1
1995 11,3 1,8
1991 8,9 1,6

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH-INDEC.

.......................

7
En relación a este punto es preciso destacar que la fuente de información con
que se ha trabajado no permite identificar claramente las situaciones de personas
menores que viven con ambos progenitores. A partir de los datos de la EPH, es po-
sible determinar si los niños viven con una pareja (integrada por jefe y cónyuge), pe-
ro no es posible determinar si esa pareja está compuesta por ambos padres o es
una pareja integrada por uno de los padres y su nuevo cónyuge, en lo que se deno-
mina un hogar ensamblado.
42 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

Hasta aquí, las referencias presentadas han sido para el total del país.
Sin embargo, es posible detectar diferencias regionales que son produc-
to de los distintos patrones sociales y culturales y de estructuras demo-
gráficas distintas. En tal sentido, se encuentra que los hogares uniper-
sonales son más frecuentes en el GBA y en la región pampeana (esto
se debe a la estructura por edad más envejecida, particularmente en el
caso de las mujeres).
Las parejas sin hijos prevalecen en mayor medida en la región del
GBA, en tanto que en el noroeste y el nordeste este tipo de arreglo es
mucho menos habitual. Paralelamente, los hogares monoparentales y
monoparentales extendidos considerados en conjunto son más fre-
cuentes en las regiones mencionadas, donde concentran a más de la
quinta parte de los hogares.

Cuadro 3. Hogares particulares. Distribución porcentual por composición


de parentesco
Total país, octubre 2002

Región Composición de parentesco

Pareja Pareja Pareja Pareja Monopa- Monopa- Uniper- No familiar Total


sin hijos con hijos sin hijos con hijos rental rental sonal multi-
+ otros + otros extendido personal

GBA 14,1 41,7 1,8 7,2 11,0 5,0 15,3 3,9 100,0
Noroeste 6,0 39,0 1,2 14,1 13,4 8,5 11,4 6,4 100,0
Nordeste 7,9 41,8 1,9 9,9 13,5 7,2 11,9 5,9 100,0
Cuyo 10,4 42,5 1,2 9,8 12,3 6,6 11,7 5,6 100,0
Pampeana 12,9 39,2 ,9 6,7 12,1 5,1 16,0 7,2 100,0
Patagonia 10,6 44,7 1,0 6,7 14,0 4,7 14,7 3,6 100,0
Total urbano 12,5 41,0 1,4 7,9 11,7 5,5 14,8 5,1 100,0

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH-INDEC.

Jefatura del hogar

El jefe del hogar es, en las encuestas de hogares, la persona a la que


el resto de los integrantes define como tal. De manera que los criterios
que subyacen a la definición del jefe o la jefa pueden ser múltiples y es-
tán anclados en determinantes sociales, culturales, generacionales y
económicas, entre otras.
En los últimos años, ha crecido la jefatura femenina del hogar. Tal
como lo muestra el siguiente gráfico, el porcentaje de hogares que tie-
ne a una mujer como jefa registra un crecimiento del 6% entre 1991 y
L AS FA M I L I AS 43

2002, lo que implica un crecimiento relativo de más del 25%. Eviden-


temente, las razones que están detrás de este crecimiento son diver-
sas y dan cuenta del cambio de la posición social de las mujeres en el
ámbito de las familias residenciales.

Gráfico 1. Incidencia de la jefatura femenina


En porcentajes sobre el total de hogares
Octubre 1991, 1995, 1998, 2000 y 2002

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH (INDEC).

La jefatura femenina es más frecuente en los hogares monoparen-


tales, unipersonales y no familiares. En los primeros se trata de muje-
res que viven solas con sus hijos o con otras personas (familiares o no
familiares) y que no tienen cónyuge. En el caso de los hogares uniper-
sonales, casi dos tercios están integrados por mujeres solas, en su ma-
yoría viudas o separadas y de más de 60 años.
Si bien la prevalencia de jefas mujeres es poco frecuente en arreglos
familiares en los que está presente el cónyuge, tal el caso de las pare-
jas (con o sin hijos, con o sin otras personas), sí es destacable el creci-
miento relativo que registra. En efecto, y tal como muestra el cuadro 4
que a continuación se presenta, el porcentajes de hogares integrados
por parejas en los que la jefa es la mujer se ha duplicado y en algunos
casos casi triplicado. Es evidente que no se trata de una tendencia im-
portante desde el punto de vista cuantitativo (los porcentajes son ba-
jos), sin embargo, merece ser destacada en cuanto a que sugiere un
cambio en los patrones de conformación de las relaciones familiares.
44 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

Cuadro 4. Incidencia de la jefatura femenina por composición de parentesco


del hogar
En porcentajes sobre el total de hogares, octubre 1991, 1995, 1998, 2000 y 2002

2002 2000 1998 1995 1991

Pareja sin hijos 4,3 5,9 4,5 2,6 2,0


Pareja con hijos 3,2 3,1 2,2 1,6 1,2
Pareja sin hijos + otros componentes 6,4 7,7 4,6 5,1 3,4
Pareja con hijos + otros componentes 3,8 4,8 3,6 3,4 1,8
Monoparental 81,3 85,9 83,6 84,6 84,7
Monoparental extendido 81,0 80,9 84,0 78,1 82,8
Unipersonal 64,9 61,3 61,3 65,5 66,6
No familiar multipersonal 54,5 55,1 57,2 54,4 60,9

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH (INDEC).

Cambios en la conyugalidad

En el plazo considerado (1991-2002) se destaca un aumento en la pro-


porción de población unida consensualmente –que se duplicó en por-
centaje– y de la población separada y/o divorciada.
El crecimiento de las personas unidas de hecho se produjo paralela-
mente a la menor presencia de casados, lo que muestra que se trata
de un cambio en la forma de las uniones y no de la disminución de és-
tas. Como muchos otros trabajos ponen de manifiesto: la población se
une, aunque prefiere –más que en otras épocas– la unión consensual
al matrimonio civil.
El aumento en la proporción de población unida se produjo de mane-
ra importante y con igual intensidad en mujeres y varones, tomando va-
lores extremos de 6% en 1991 y de 12% en 2002. Los mayores niveles
de “unión” se producen en la población de 25 a 34 años, para alcanzar
valores más bajos en los mayores de 35 años. Si se compara la estruc-
tura conyugal de mujeres y varones, se advierte la mayor presencia de
personas unidas después de los 30 años en el caso de los varones.
Las uniones consensuales tuvieron un crecimiento mayor en la po-
blación más joven. Entre las mujeres, creció el porcentaje de unidas a
menor edad, mientras que en los varones cobra importancia mayor a
partir de los 30 años. La proporción de separados/ divorciados es ma-
yor en las mujeres y su incidencia es más importante en el tramo de
40 a 59 años.
La proporción de casados es mayor entre los varones y en el grupo
de 35 años y más. Esto sugiere un cambio en las opciones entre coha-
bitación y matrimonio, ya que se produce paralelamente al aumento de
L AS FA M I L I A S 45

las personas unidas, en estos grupos de edad. La disminución relativa


de los casados se registra en el caso de varones y mujeres, aunque en
éstas se produce en paralelo con el crecimiento de las divorciadas y se-
paradas. Estos datos sugieren que las mujeres muestran una menor
propensión a volver a casarse luego de un divorcio. Por el contrario, los
varones tienen un comportamiento más tradicional, que se manifiesta
en una mayor tendencia a casarse en segundas nupcias.
La viudez es un fenómeno mayoritariamente femenino, asociada a la
mayor mortalidad masculina en todas las edades y a la mayor esperan-
za de vida de las mujeres.
Algunos de los cambios más importantes observados en el estado
conyugal han sido:
• crecimiento de las uniones entre los jóvenes;
• aumento de los divorcios o separaciones, más entre las mujeres
que presentan una menor propensión a volver a casarse o a unir-
se luego de un divorcio;
• crecimiento de la población soltera más joven, puesto que los jó-
venes tienden a retrasar su ingreso a la unión;
• disminución de la población casada, simultánea al crecimiento de
uniones en los jóvenes y de divorcios a mayores edades;
• estabilidad de la viudez en general.

Cuadro 5. Distribución de la población masculina y femenina de 14 años


y más por estado conyugal según edad
En porcentajes. Total país, octubre 2002

Varones 14-19 20-24 25-29 30-34 35-39 40-44 45-49 50-54 55-59 60-64 65-69 70 y + Total

Solteros 98,7 80,0 51,1 28,2 13,9 10,2 6,7 9,6 6,0 6,2 2,6 2,8 37,5
Unidos 1,2 13,3 24,6 24,6 19,0 14,9 14,1 10,0 10,2 9,4 8,9 4,8 12,8
Casados ,0 6,5 23,2 44,8 64,4 69,3 71,6 69,3 73,1 75,1 74,0 70,1 44,0
Sep./div. ,0 ,1 1,1 2,4 2,7 4,5 7,1 8,0 7,1 4,9 5,7 1,9 3,0
Viudos ,0 ,0 ,0 ,1 1,1 ,5 3,0 3,5 4,4 8,7 20,5 2,6

Total 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

Mujeres 14-19 20-24 25-29 30-34 35-39 40-44 45-49 50-54 55-59 60-64 65-69 70 y + Total

Solteras 94,6 71,4 40,3 21,7 15,3 12,6 8,7 7,9 6,5 6,4 8,0 9,0 33,1
Unidas 4,7 16,1 26,3 20,8 14,6 7,3 10,1 11,1 6,4 5,6 2,8 2,4 11,2
Casadas 0,7 11,0 29,3 50,5 61,6 61,6 64,4 63,2 58,1 55,3 47,1 27,0 38,3
Sep./div. 0,0 1,4 3,8 6,7 7,6 15,7 12,9 12,7 16,1 10,9 6,9 3,7 6,9
Viudas 0,0 0,0 0,4 0,3 0,8 2,8 3,9 5,0 12,9 21,8 35,2 57,9 10,4

Total 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH (INDEC).


46 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

Se observan algunas diferencias en el estado conyugal asociadas a


la región de residencia. La proporción de solteros es menor en GBA y
más alta en las regiones noroeste y nordeste. Esto se debe a las dife-
rentes estructuras por edad y sexo presentes en cada región; mientras
que en la primera se trata de una población más envejecida, con me-
nos presencia de personas menores, en las otras dos regiones hay más
participación de personas menores que aumentan el peso de la cate-
goría solteros.
Respecto de las uniones, se registran más altos niveles (a través del
porcentaje de población unida) en la región nordeste y en la patagonia.
Paralelamente, el porcentaje de casados es más bajo, lo que da cuen-
ta de pautas culturales diferentes en el tipo de unión.
La viudez es un fenómeno esencialmente femenino (por la mayor es-
peranza de vida de las mujeres), que alcanza valores más bajos en po-
blaciones más jóvenes y donde la presencia de personas de más edad
es menor.

Cuadro 6. Población de 14 años y más. Estado conyugal


por sexo y región
En porcentajes. Total país, octubre 2002

Estado
conyugal Región

GBA Noroeste Nordeste Cuyo Pampeana Patagonia Total urbano

Varón Mujer Varón Mujer Varón Mujer Varón Mujer Varón Mujer Varón Mujer Varón Mujer

Solteros 35,5 30,4 42,9 40,4 43,1 39,6 38,2 35,1 38,3 34,5 38,4 34,0 37,5 33,1
Unidos 13,1 11,5 13,4 11,6 15,3 13,8 9,4 8,1 12,1 10,3 15,2 14,4 12,8 11,2
Casados 45,6 40,0 38,2 33,3 36,1 32,5 47,3 40,1 44,0 37,3 40,6 37,8 44,0 38,3
Sep./div. 2,8 7,3 3,1 6,0 3,2 6,8 3,2 6,2 3,3 6,6 4,0 6,5 3,0 6,9
Viudos 3,0 10,8 2,3 8,7 2,3 7,3 2,0 10,5 2,3 11,3 1,8 7,3 2,6 10,4

Total 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

Fuente: elaboración propia sobre la base de EPH (INDEC).

El estado conyugal también está asociado con la educación alcanza-


da. En tal sentido, se observa que el porcentaje de solteros es más ele-
vado entre mujeres y varones que tienen nivel secundario y superior/u-
niversitario incompleto. Evidentemente, se trata de la población que se
encuentra asistiendo a la educación formal. En el caso de los de nivel
secundario, se trata de población más joven; en el caso de los que se
L AS FA M I L I AS 47

encuentran en el nivel superior/universitario, es sabido que la perma-


nencia en el sistema educativo retrasa el ingreso a las uniones.
El porcentaje de población unida es más alto entre los que tienen
primario incompleto o completo. Esto sugiere que “la consensualidad”
continúa siendo una forma de ingreso a la unión más habitual en los
sectores de menores recursos.
La proporción de casados –menor entre las mujeres que entre los
varones– es más baja entre quienes se encuentran en los niveles se-
cundario y superior/universitario incompleto. Este dato es coherente
con el que se expresó en relación a la población soltera y sugiere el re-
traso en la unión por parte de quienes se encuentran insertos en la edu-
cación formal.
La situación de los separados/divorciados sigue tendencias diferen-
tes para mujeres y varones. Entre los varones, hay más divorciados en
los niveles primario incompleto y completo y, en el otro extremo, supe-
rior/universitario completo. En tanto que en el caso de las mujeres di-
vorciadas, la presencia de estas últimas es mayor cuando se trata de
niveles secundario y superior/universitario completo.
Otra variable que da cuenta de comportamientos diferenciales es el
nivel de ingreso per cápita familiar.8 En este sentido se observa:

• mayor proporción de solteros en el primer quintil de ingresos,


proporción que desciende a partir del segundo quintil (una vez
más, se trata del efecto de la estructura por edad más joven en
los sectores de menores ingresos);
• mayor porcentaje de unidos en el primer quintil de ingresos, que
decrece a partir del segundo quintil. Como ya se ha visto a través
de la educación, también a partir del ingreso es posible detectar
que las uniones consensuales siguen siendo más frecuentes en
los sectores de menores recursos, pese al crecimiento experi-
mentado entre los sectores medios durante los últimos años.

Respecto de las personas separadas/divorciadas, su distribución es di-


ferencial por nivel de ingresos familiares y sexo. Así, se observa que,
entre los varones, los divorciados son relativamente más en el quinto
quintil (el quintil de mayores ingresos). En cambio, en el caso de las

.......................

8
El ingreso per cápita familiar es la suma total de ingresos de un hogar dividido
entre todos sus integrantes. Cuando se incluye esta variable como indicador de con-
diciones de vida es frecuente que se la agrupe en “quintiles de ingresos”, los que di-
viden al conjunto de los hogares en cinco partes iguales. De manera que en el primer
quintil se encuentran los de menores ingresos y en el quinto los de mayores ingresos.
48 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

mujeres la proporción de divorciadas es mayor en los quintiles de me-


nores ingresos (primero y segundo).
La viudez, como ya se ha dicho, es un hecho mayoritariamente fe-
menino. Sin embargo, su incidencia es menor en el primer quintil, de-
bido a la estructura por edad más joven.
Como síntesis, se advierte que en la Argentina la formación de fami-
lias y los procesos de reproducción que la acompañan han experimen-
tado importantes cambios. Entre los cambios recientes que se obser-
van en la dinámica familiar cabe destacar:

• reducción en el tamaño medio de los hogares, debido al descen-


so de la fecundidad;
• mayor número de hogares encabezados por mujeres, entre los
cuales predominan los unipersonales y los monoparentales;
• mayor número de parejas que conviven sin vínculos legales;
• aumento de la población divorciada;
• menor proporción de hogares integrados exclusivamente por la
pareja con sus hijos solteros, hogares nucleares.

Comentarios finales

En la primera parte de este capítulo, hemos desarrollado el proceso de


configuración ideológica de “la familia”, que moldea, aún hoy, los valo-
res, percepciones y prácticas acerca de las relaciones familiares en mu-
chos sectores sociales. No hemos pretendido presentar una descrip-
ción histórica, sino más bien recorrer hitos en la construcción del
modelo de familia que se impuso socialmente, más allá de las prácti-
cas concretas en cada región y país.
La dificultad para abordar en forma unívoca el tema de las familias
ya ha sido tema de debate entre los historiadores sociales. Por ejem-
plo, dos de los más importantes historiadores de la familia, como Mi-
chael Anderson (1980) y Peter Laslett (1972), 9 difieren en sus conside-
raciones acerca de las organizaciones familiares. Mientras que para el
primero no ha habido nunca un solo sistema familiar; para el segundo,
la organización familiar fue siempre e invariablemente nuclear. Posible-
mente la ambigüedad del concepto de familia sea una de las razones
de las discrepancias, ya que, según sea el que se considere (lo cual no
es neutro), difieren los análisis de los hogares, el parentesco, la sexua-
lidad, los lazos de afecto y los procesos de socialización, interpretados
en los discursos según los contextos históricos y culturales. Otra de las

.......................

9
Citados por Barret y McIntosh (1982).
L AS FA M I L I AS 49

posibles razones está vinculada con los sectores sociales que se anali-
zan. Así, por ejemplo, Ricardo Cicerchia (1994) describe en las familias
latinoamericanas de los siglos XVIII y XIX uniones consensuales e inter-
étnicas, familias encabezadas por mujeres, grupos familiares pequeños
y redes de parentesco, es decir, un conjunto de prácticas que poco tie-
nen que ver con el modelo universalizado de familia, especialmente
cuando se investigan los modos de vivir y convivir de los sectores popu-
lares. El análisis de las dinámicas de las relaciones familiares en estos
mismos siglos en la Ciudad de Buenos Aires, abordado por este autor,
especifica algunos de los argumentos citados en este capítulo.
En el discurso hegemónico, tal como hemos desarrollado hasta
aquí, familia y maternidad aparecen mutuamente implicadas. Además,
la maternidad es una experiencia singular en la vida concreta de mu-
chas mujeres. Por lo tanto, nos hemos referido a ella en su doble as-
pecto: el de reproductora de los valores dominantes (aun a costa de las
mismas mujeres-madres) y el de deconstructora de estos mismos va-
lores, como nos presentan las prácticas de la maternidad social, que
tan bien nos enseñaran las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Finalmente, el análisis de la información para los últimos diez años
de la Argentina, década de profundas transformaciones en lo económi-
co, social y cultural, nos sugiere que las familias están progresivamen-
te transformándose: reducción en el tamaño medio de los hogares, ma-
yor número de parejas que conviven sin vínculos legales; aumento de
la población divorciada, crecimiento relativo de más del 25% de los ho-
gares que tienen a una mujer como jefa.
También se observan distintos patrones sociales y culturales y es-
tructuras demográficas, según las regiones del país y los niveles de in-
gresos: mayores niveles de uniones en la región nordeste y en la pata-
gonia y un porcentaje de casados menor; más frecuencia de hogares
unipersonales en el GBA y en la región pampeana (por la estructura por
edad más envejecida, particularmente en el caso de las mujeres); pre-
valencia de las parejas sin hijos en la región del GBA, mientras que es-
ta forma familiar es menos frecuente en el noroeste y el nordeste; ma-
yor proporción de solteros y de personas unidas de hecho en los
sectores de menores ingresos. Esta descripción permite dar cuenta de
procesos comunes, y de otros diferentes, que nos aproximan a la rea-
lidad de los arreglos familiares en la Argentina contemporánea.
50 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

Bibliografía

Barret, Michelle y McIntosh (1982), The anti-social family, Londres, Ver-


so Editions.
Cicchelli-Pugeauth, C. y Cicchelli, V. (1999), Las teorías sociológicas de
la familia, Buenos Aires, Nueva Visión.
Cicerchia, Ricardo (1994), “Familia: la historia de una idea. Los desórde-
nes domésticos de la plebe urbana porteña, Buenos Aires 1776-
1850”, en Wainerman, Catalina (comp.) (1994), Vivir en familia, Bue-
nos Aires Losada.
Cicerchia, Ricardo (1998), Historia de la vida privada en la Argentina,
Buenos Aires, Troquel.
Donzelot, Jacques (1998), La policía de las familias, Buenos Aires, Pre-
Textos.
Fernández, Ana María (1993), La mujer de la ilusión. Pactos y contratos
entre hombres y mujeres, Buenos Aires, Paidós.
Gil Lozano, Fernanda, Pita, Valeria y Ini, María Gabriela (comps.), (2000),
Historia de las mujeres en la Argentina, Buenos Aires, Taurus.
INDEC. Encuesta permanente de hogares 1991,1995, 2000, 2001 y 2002.
Jelin, Elizabeth (1994), “Familia, crisis y después...” en Wainerman, Ca-
talina (comp.), (1994), Vivir en familia, Buenos Aires, Losada.
Knibiehler, Ivonne (2000), Historia de las madres y de la maternidad en
Occidente, Buenos Aires, Nueva Visión.
Lesthaegue, R. (1996), “Una interpretación sobre la segunda transición
demográfica en los países occidentales”, en EMAKUNDE, Demogra -
fía y políticas sociales, s/d.
Mitchel, Juliet y Godoy, Jack (1997), “Feminism, Fatherhood and the
Family in Britain”, en Oakley, Ann y Juliet Mitchell, Who’s Afraid of Fe -
minism?, Nueva York, The New Press.
Nari, Marcela (2000), “Maternidad, política y feminismo”, en Gil Lozano,
F., Pita, V. y Ini, M. G. (comps.), (2000), Historia de las mujeres en la
Argentina, Buenos Aires, Taurus.
Oakley, Ann y Juliet Mitchell (1997), Who’s Afraid of Feminism?, Nueva
York, The New Press.
Parsons, Talcott (1976), El sistema social, Madrid, Revista de Occidente.
Parsons, Talcott y Bales, C. (1956), Family, Socialization and Interaction
Process, Nueva York, Free Press NY.
Salles, V. y R. Tuirán (1999), Vida familiar y democratización de los espa -
cios privados, s/d.
Schmukler, Beatriz (1982), “Familias y dominación patriarcal en el capi-
talismo” en León, Magdalena (ed.), (1982), Debate sobre la mujer en
América Latina y el Caribe, Vol. III, Sociedad, Subordinación y Femi-
nismo. Bogotá, Editorial Presencia, ACEP.
L AS FA M I L I AS 51

Schmukler, Beatriz y Di Marco, Graciela (1997), Madres y democratización


de la familia en la Argentina contemporánea, Buenos Aires, Biblos.
Schmukler, Beatriz (2000), Documento de trabajo sobre los cambios de
las familias y los conflictos familiares, Buenos Aires, UNICEF.
Solsona, M. (1996), “La segunda transición demográfica desde la pers-
pectiva de género”, en Solsona, M. (comp.), (1996), Desigualdades de
género en los viejos y los nuevos hogares, Barcelona, Ministerio de
Trabajo y Asuntos Sociales y Universitat Autònoma de Barcelona.
Stacey, Judith (1990), Brave New Families. Stories of Domestic Uphea -
val in Late Twentieth Century Family, Berkeley, University of Califor-
nia Press.
Stacey, Judith (1996), In the Name of the Family, Boston, Beacon Press.
Serie Encuesta de Desarrollo Social y Condiciones de Vida Nº 44 (2001),
Las familias, SIEMPRO, Argentina, Ministerio de Desarrollo Social y
Medio Ambiente.
Torrado, Susana (1983), La familia como unidad de análisis en censos y
encuestas de hogares, Buenos Aires, Ediciones CEUR.
Torrado, Susana (2003), Historia de la familia en la Argentina moderna
(1870-2000), Buenos Aires, Ediciones de la Flor.
Wainerman, Catalina (comp.) (1994), Vivir en familia, Buenos Aires, Losada.
2. Relaciones de género
y de autoridad
Graciela Di Marco

Introducción

En este capítulo presentamos algunas reflexiones sobre las relaciones


de género dentro de las familias, las construcciones de identidades fe-
meninas y masculinas, y los sistemas de autoridad familiares. Más ade-
lante, en el capítulo 4 “Masculinidades y familias”, nos referiremos es -
pecíficamente a la construcción de las identidades masculinas, pues
existe un corpus de resultados de investigación y desarrollos teóricos
para repensarlas, a la luz de los desafíos que presenta el proyecto de
construir relaciones sociales más igualitarias.
En los últimos treinta años el concepto de “género” se ha difundido
en varios espacios, especialmente en el mundo académico y en el mo-
vimiento social de mujeres. Empujado por las movilizaciones que procu-
ran el reconocimiento de los derechos de las mujeres, el tema ha ingre-
sado en las arenas políticas, tanto nacionales como de los organismos
internacionales. La creciente aceptación de este término también ha
generado su banalización, la que se expresa en su utilización como si-
nónimo de sexo, apelando a diferencias binarias basadas en la hetero-
sexualidad y en la dupla naturaleza-cultura, o como una “variable” o
“conjunto de roles”. Por otra parte, la asimilación del concepto de géne-
ro a la categoría “mujer”, paralelamente a la extensión de su uso, si bien
ha contribuido a “visibilizar” a las mujeres como colectivo social subor-
dinado, también ha conllevado, en algunas ocasiones, a desconocer la
construcción de las relaciones de género, naturalizando las desigualda-
des entre hombres y mujeres –así como entre otras identidades gené-
ricas– sin tomar en cuenta el conjunto de prácticas, valores y normas
socioculturales que constituyen el sustrato de tal relación.
Las teorías de género presentan una gran riqueza conceptual, des-
de las diversas vertientes del pensamiento feminista. Sin embargo,
nuestro propósito en este capítulo no es pasar exhaustiva revista sobre
cada una de ellas, sino tomar algunos puntos centrales, invitando a su
profundización desde los aportes de diversas autoras, algunas de las
cuales presentamos en la bibliografía de este capítulo.
En el Segundo sexo, Simone de Beauvoir (1949) afirma que “una
mujer no nace sino que se hace”, refiriéndose al sexo no como hecho
54 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

biológico sino como una experiencia cultural, de este modo cuestiona


los supuestos de que la biología es destino, y su reflexión teórica se
convierte en hito fundamental de la teoría feminista.
La socióloga británica Ann Oakley (1972: 158) en el libro Sexo, géne -
ro y sociedad, publicado en 1972, introduce el término género en el dis-
curso de la ciencia social, distinguiendo “el sexo” como un término bio-
lógico y “el género” como un término psicológico y cultural; allí señala
que ser masculino o femenino es algo bastante independiente del se-
xo biológico.1 En escritos recientes, Oakley (1997: 32) considera que el
sexo tiene un referente biológico en los términos “hembra” o “macho”,
basado en la diferenciación cromosómica, mientras que el concepto de
género se refiere a las múltiples diferenciaciones de los cuerpos que
ocurren en el espacio sociocultural.

Desarrollos teóricos del concepto de género

La noción de género como categoría social se refiere a las relaciones


sociales desde el punto de vista de las relaciones de poder y subordi-
nación que se establecen entre hombres y mujeres a partir de las ela-
boraciones culturales sobre lo que se supone que es ser hombre o ser
mujer. Elaboraciones estructuradas a partir de las diferencias biológicas
entre los sexos, que se conciben como naturales, ahistóricas, inmuta-
bles y determinantes de los comportamientos y que, precisamente, sir-
ven para reproducir y sostener las desigualdades.
Joan Scott (en Amelang y Nash, 1990: 45) establece una definición
de género en dos partes interrelacionadas: a) el género es un elemen-
to constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que
distinguen los sexos y b) el género es una forma primaria de relaciones
significantes de poder.2 La primera parte de la definición está constitui-
da por cuatro elementos interrelacionados:

.......................

1
Ann Oakley toma este concepto de Robert Stoller, profesor de psiquiatría en
la Escuela de Medicina de la UCLA, quien había publicado un libro llamado Sexo y
género, en 1968. Según Stoller, el género se refiere a “grandes áreas de comporta-
mientos, sentimientos, pensamientos y fantasías que están relacionados con los se-
xos y, sin embargo, no tienen connotaciones biológicas primarias”.
2
Scoott, Joan (1986), “Gender: A Useful Category of Historical Análisis”, en
American Historical Review, Nº 91, en Amelang, James y Nash, Mary (eds.), (1990),
Historia y género: las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Alfons El
Magnanin, Valencia.
R E L AC I O N ES DE G ÉN ERO Y DE AUTO R I DA D 55

• los sistemas simbólicos, es decir, cómo las sociedades represen-


tan el género;
• los conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones
de los significados de los símbolos. Estos conceptos se expresan
en doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas,
que se instalan como las únicas posibles;
• las instituciones y organizaciones de género: el sistema de paren-
tesco, la familia, el mercado de trabajo segregado por sexos, las
instituciones educativas, la política;
• los procesos de construcción de la identidad de género en orga-
nizaciones sociales y representaciones culturales históricamente
específicas.

La segunda parte alude al género como campo primario, dentro del


cual o por medio del cual se articula el poder. Sin ser el único campo,
es una forma persistente y recurrente de facilitar la significación del po-
der en las tradiciones occidental, judeo-cristiana e islámica (Scott, en
Amelang y Nash, 1990: 47).
Judith Butler, desde una perspectiva crítica de la distinción entre sexo
y género como dos categorías dicotómicas, argumenta que “en un prin-
cipio esta distinción pretendía disputar la fórmula biología es destino, es-
ta distinción entre sexo y género sirve al argumento de que no importa
cuál sea la insolubilidad biológica que el sexo parezca tener, el género es
un constructo cultural: por tanto no es ni el resultado causal del sexo ni
tan manifiestamente fijo como el sexo. La unidad del sujeto es de esta
manera respondida potencialmente por la distinción que da lugar al gé-
nero como una interpretación múltiple del sexo (Butler, 1999: 38).
La autora citada considera que si el género es el significado cultural
que el cuerpo sexuado asume, entonces un género no puede decirse
que sea el resultado de un sexo de manera única (Butler, 1999: 39). A
propósito del concepto de “cuerpo sexuado”, afirma que la distinción
entre sexo y género sugiere un corte radical entre los cuerpos sexua-
dos y los géneros construidos sexualmente ya que no necesariamente
el constructo “los hombres” corresponde exclusivamente a los cuer-
pos de varones y el constructo “las mujeres” se interpreta sólo como
“cuerpos femeninos”. Por lo tanto, no hay razón para asumir que los gé-
neros deberían ser dos.
De modo que, según Butler, en algunas versiones la noción de que
el género se construye sugiere un cierto determinismo de significados
genéricos inscriptos en cuerpos diferenciados anatómicamente, donde
aquellos cuerpos son entendidos como recipientes pasivos de una ley
cultural inexorable. Entendido de esta manera, parecería que el género
está tan determinado y fijado como lo estaba según la fórmula biología
es destino.
56 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

Considerando la identidad de género como una relación entre sexo,


género, práctica sexual y deseo, la autora problematiza la noción de gé-
nero preguntándose hasta qué punto aquella es el efecto de una prác-
tica reguladora que puede ser identificada como una heterosexualidad
obligatoria, en un esfuerzo por restringir la producción de identidades
de acuerdo con los ejes del deseo hetorosexual.
Por su parte, Marta Lamas (2000: 83) señala que el género se cons-
truye a través de los deseos, discursos y prácticas alrededor de la dife-
rencia sexual. La adquisición del género es un proceso complejo que
realizan los sujetos, “cuerpos sexuados en una cultura”. “Mujeres y
hombres son ‘producidos‘ por el lenguaje y las prácticas y representa-
ciones simbólicas dentro de las formaciones sociales dadas, pero tam-
bién por procesos inconscientes vinculados a la vivencia y simboliza-
ción de la diferencia sexual” (Lamas, 2000: 67).
Las relaciones de género se refieren a relaciones de poder y de au-
toridad, y no de género como sinónimo de “mujeres”. Retomando la
conceptualización de Scott con respecto al género como campo prima-
rio de articulación del poder, un tema central en las relaciones entre
hombres y mujeres es la posibilidad desigual de ser considerado/a co-
mo autoridad. Generalmente este lugar le es otorgado al hombre, mien-
tras que las mujeres suelen ejercer poder, sin ser reconocidas como au-
toridad. Estas diferencias en la asignación de la autoridad remiten a que
el sistema de género es una relación jerárquica entre hombres y muje-
res cuyo ordenamiento está apoyado en discursos que lo legitiman y na-
turalizan.
En la construcción social de las relaciones de género, el eje central
está situado en la dominación masculina y la subordinación femenina.
En términos de Michael Kaufman (1997): “… la clave del concepto de
género radica en que éste describe las verdaderas relaciones de poder
entre hombres y mujeres y la interiorización de tales relaciones”.
El concepto de patriarcado –forma de autoridad basada en el hom-
bre/padre como cabeza de familia, con la mujer y los hijos subordina-
dos a su autoridad– resume las relaciones de género como asimétricas
y jerárquicas, entre varones y mujeres. Como señala Joseph-Vicent
Marqués (1997): “... lo que define una sociedad patriarcal no es tanto
una distribución arbitraria e injusta de los roles, como una posición ge-
neral femenina de subordinación”.
El sistema patriarcal se encargará de tratar a las personas del mis-
mo sexo como si fueran idénticas y como muy diferentes del sexo
opuesto (Marqués, 1997). De este modo, se opacan las diferencias que
los sujetos, tanto varones como mujeres, pueden tener entre sí, enfa-
tizando y homogenizando las diferencias individuales sobre la base de
un modelo de sujeto femenino y masculino. Esta simplificación lleva a
no tomar en consideración que, dentro del contexto general de domi-
R E L AC IO N ES D E G ÉN ERO Y DE AUTO R I DA D 57

nación masculina y subordinación femenina, se inscriben otras formas


de dominación entre mujeres y entre hombres de diferentes sectores
sociales, grupos étnicos, nacionalidades. Aun cuando existen diferen-
cias en la distribución del poder dentro del sexo masculino, aun cuan-
do quizá unos pocos se ajusten al modelo normativo de masculinidad
hegemónica, todos se benefician con lo que se denomina “el dividen-
do patriarcal”: ventajas y privilegios que obtienen de la construcción so-
cial de la dominación masculina. Un hecho asumido, naturalizado y con-
vertido en “sentido común” por parte de hombres y mujeres.
El dividendo patriarcal es tanto simbólico como material y consiste
en el honor, prestigio y derecho a mandar que se considera correspon-
de a los hombres, así como en ocupar las posiciones de mayor influen-
cia en los gobiernos, en las corporaciones, en las asociaciones, tal co-
mo lo revelan las investigaciones que se han realizado acerca de la
posición en el mundo del trabajo de hombres y mujeres, y los salarios
correspondientes (Connell, 1997).

Identidades de género

La identidad es construida por el deseo y el inconsciente, la historia


personal, las relaciones en la familia, la escuela y otros contextos so-
ciales (y depende de las maneras en que las sociedades representan
al género y la articulación de las reglas que normativizan las relaciones
sociales).
Gloria Bonder (2003) señala que:

“… habría que pensar el proceso de subjetivación en términos de una tra-


ma de posiciones de sujeto, inscritas en relaciones de fuerza en perma-
nente juego de complicidades y resistencias. Esto es diferente de supo-
ner que existe una identidad de género definida, unitaria, que en forma
sucesiva o simultánea se articula con una identidad de clase o de raza,
con las mismas características […] los sujetos se en-generan en y a tra-
vés de una red compleja de discursos, prácticas e institucionalidades, his-
tóricamente situadas, que le otorgan sentido y valor a la definición de sí
mismos y de su realidad”.

En otro párrafo, considera “… que la subjetividad se construye en y a


través de un conjunto de relaciones con las condiciones materiales y
simbólicas mediadas por el lenguaje, lo cual requiere aceptar, entre
otros aspectos, que toda relación social, incluida la de género, clase o
raza, conlleva un componente imaginario”.
La identidad de género es un proceso de interpretación y de nego-
ciación de significados –heterogéneos y contradictorios– que los sujetos
58 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

hacen de los discursos disponibles. Las prácticas discursivas se asien-


tan en el cuerpo, en el deseo, en las emociones, en las actividades de la
vida diaria.
En la teoría de la socialización,3 la noción de aprendizaje de las pau-
tas y valores asociados a cada género es analizada como resultado de
los procesos de imitación, identificación e internalización de las estruc-
turas sociales, a través de un canal privilegiado: los padres y en espe-
cial la madre. Desde esta teoría, las personas son consideradas como
determinadas por la sociedad, pasivas y maleables. Otros autores, con-
sideran que los seres humanos “son agentes inteligentes que registran
reflexivamente el fluir de la interacción recíproca”. Así, los actores re-
crean permanentemente las prácticas sociales (Giddens, 1995: 40).
De allí se deriva que las feminidades y masculinidades son múlti-
ples; algunas son hegemónicas dentro de un determinado contexto
cultural y otras no lo son (Connell, 1997). Desde esta perspectiva, los
niños y niñas son considerados agentes activos en la construcción de
la subjetividad. Las pautas y valores sociales pueden ser contradicto-
rios, y cada sujeto, en su colectivo de pertenencia, continuamente ne-
gocia con esa multiplicidad.
El género sólo es uno de los discursos que moldea la subjetividad
humana, junto con la clase social, el grupo étnico, los valores y creen-
cias del grupo familiar y el significado que adquiere para cada uno o ca-
da una el momento histórico y el contexto social en el que nació. Sin
embargo, la diferencia de género constituye el aspecto fundante de la
subjetividad: todos los seres humanos son “genéricos” y no existe un
sujeto neutral desde esta perspectiva. Pertenecer a un género es un
aspecto básico de la experiencia humana, aunque esto suponga varia-
ciones en las elecciones e identidades sexuales.
La identidad de género comienza a construirse tempranamente, pe-
ro puede ir transformándose a lo largo de todo el ciclo vital. Este pro-
ceso de construcción se realiza al principio en las relaciones primarias
y luego es reforzado o transformado durante las experiencias que se
desarrollan en los grupos de pares, amigos, novios, en la escuela, el lu-
gar de trabajo y otros espacios de pertenencia.
Tanto entre los hombres como entre las mujeres, la construcción de
la identidad de género se desarrolla tempranamente en interacción con
el cuidador o cuidadora. Parte de las imágenes internas del sí mismo se
construyen sintiendo las emociones del otro y actuando sobre ellas, en

.......................

3
Nos referimos a la teoría funcionalista de la socialización, en la cual se repre-
senta a las personas como pasivas, maleables y determinadas por la sociedad (Par-
sons, y Bales, R. eds.,1956).
R E L AC IO N ES D E G ÉN ERO Y DE AUTO R I DA D 59

la medida que ellas interjuegan con nuestras propias emociones, ya


que la formación de la identidad es un proceso interaccional.
La formación del niño y de la niña como personas supone, durante
los primeros años de vida, un proceso de gestación cultural dentro de
un contexto familiar caracterizado por un determinado tipo de vínculo
con los modelos dominantes de género.

Las relaciones de género en la familia

La familia ocupa un lugar importante en la generación de discursos que


reinterpretan los valores y las normas culturales. Estos discursos inte-
ractúan con otros presentes en el contexto social continuamente modi-
ficados por los actores. Desde esta perspectiva, es importante recono-
cer cuáles son los caminos posibles, imposibles, vedados y permitidos,
legítimos o ilegítimos de desarrollo personal para cada sexo.
La interacción entre los miembros del grupo familiar puede manifes-
tar conflictos, ambigüedades o conformidad con los modelos conven-
cionales de género. En el proceso de crecimiento, los niños y niñas rea-
lizan su síntesis personal: no son entes pasivos que imitan a su padre
o a su madre, sino que crecen aceptando, rechazando, resistiendo,
adecuando comportamientos propios, o intentando transformar el mo-
delo de sus padres.
El sistema de comunicación del grupo familiar, cuando no es repre-
sivo, permite la expresión de los conflictos, tensiones y pluralidades.
Esta diversidad que se extiende desde las situaciones problemáticas,
las rupturas vinculares, hasta las negociaciones y los consensos, habi-
lita a pensar que no hay modelos rígidos de ser mujer o de ser hombre
y que los parámetros legitimados de masculinidad y feminidad son sus-
ceptibles de ser modificados. Tal reconocimiento depende de los dis-
cursos paternos y maternos en relación con el amor, la sexualidad, el
trabajo, el trato entre los géneros, las condiciones de desarrollo de ca-
da uno o una, etc. (Schmukler, 2000).
En el discurso familiar típico de cada grupo está contenido un reper-
torio de significados de género, que abarca tanto los que se hablan co-
mo los que se callan. Este repertorio refleja las contradicciones y con-
flictos que afloran en la convivencia cotidiana entre los miembros del
grupo sobre los significados que le atribuyen a las relaciones de género.
La identidad de género, cómo ya hemos dicho, supone construir una
imagen del sí mismo/a a partir de la diferencia sexual, moldeada por
normas culturales de género a los que uno y una adhiere o resiste, en
forma consciente o no. Esa imagen y esas normas implican un deter-
minado enlace entre los siguientes aspectos, que son interdependien-
tes (Schmukler, 2000):
60 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

• reconocimiento de un sistema de poder y autoridad, de las jerar-


quías implícitas en las relaciones de poder;
• establecimiento de una moralidad de género sobre las responsa-
bilidades, obligaciones y derechos del género al que se pertenece;
• incorporación subjetiva del propio valor, que se construye de acuer-
do con los valores atribuidos en cada cultura, en la interacción con
los otros y particularmente con las personas de otro género;
• capacidad de desarrollo de una voz propia que significa el recono-
cimiento de los deseos de ese sujeto y la potencialidad legitima-
da de expresarlos y realizarlos, lo que se evidencia en el discurso
de derechos de algunas mujeres que pueden discursivamente
afirmar sus necesidades y las razones de sus prácticas.

Las identidades de género de todos los miembros del grupo familiar, su


grado de ajuste o desajuste respecto de los valores hegemónicos (se-
gún los cuales, entre otras cosas, el ejercicio del poder se encuentra
más legitimado en los hombres que en las mujeres) y sus procesos de
transformación resultan claves para analizar y resolver los conflictos
que se producen en el interior de la familia. La identidad de género de
los miembros de las parejas pesa en los contratos implícitos que éstos
crean para la convivencia cotidiana y tiene gran impacto sobre el tipo
de relación amorosa que crean y recrean cotidianamente.
Otro de los aspectos sustantivos está dado por las diferencias en el
ejercicio de la autoridad, que se relacionan con las creencias, valores y
expectativas en cuanto a las relaciones de género de la pareja conyu-
gal y/o parental, los discursos y prácticas de género, la provisión de los
recursos, la distribución de tareas, responsabilidades, culpas y méritos
entre los miembros de la familia. Consecuentemente, las diferencias de
género es probable que generen desigualdades y, por consiguiente, se
conviertan en obstáculos para el ejercicio de la autoridad de parte de
las mujeres, si las tareas vinculadas con la crianza y educación de los hi-
jos e hijas, la generación de recursos, las decisiones y las áreas de con-
trol y utilización de los mismos están delimitadas por criterios rígidos de
atribución según se trate de actividades “apropiadas” para los hombres
o para las mujeres.

Poder y autoridad

Anteriormente habíamos considerado que en el sistema de género


existe un eje central dado por la posibilidad desigual de ser considera-
do/a como autoridad, es decir, una relación de poder de los hombres
sobre las mujeres, legitimada socialmente y convertida en autoridad
masculina.
R E L AC I O N ES DE G ÉN ERO Y D E AUTO R I DA D 61

En este punto es necesario establecer desde qué concepciones se


menciona el poder y la autoridad, para abrir senderos de reflexión que
permitan adentrarnos un poco más en las complejidades de las relacio-
nes de género.
Lo entendemos, coincidiendo con Michel Foucault, como:

“… la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del


dominio en que se ejercen y que son constitutivas de su organización; el
juego que por medio de luchas y enfrentamientos incesantes las trans-
forma, las refuerza, las invierte; los apoyos que dichas relaciones de fuer-
za encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o sis-
tema o, al contrario, las contradicciones que aíslan a unas de otras; las
estrategias, por último, que las tornan efectivas y cuyo dibujo general o
cristalización institucional toma forma en los aparatos estatales, en la for-
mulación de la ley, en las hegemonías sociales” (Foucault, 1986: 113).

El poder es un mecanismo que construye discursos,4 relaciones, y que


produce nuevas realidades sociales. “El poder consiste, en realidad, en
unas relaciones, un haz más o menos organizado, más o menos pirami-
dalizado, más o menos coordinado de relaciones“ (Foucault, 1983: 188).
Cuando las relaciones de poder son piramidales, ocupar el vértice
produce privilegios y discursos que son considerados como verdades
(Foucault, 1983: 207). Para ejercer poder en esta posición, es necesa-
rio hacerse reconocer. Los sistemas de dominación aspiran a ser con-
siderados legítimos, para que tengan lugar la voluntad y el interés de
obediencia al poder y no la imposición de obediencia. La legitimidad es
el reconocimiento por parte del grupo hacia quien o quienes tienen po-
der (Weber, 1964); si se identifica autoridad con legitimidad: la gente re-
conoce y obedece voluntariamente a quienes la conducen. Se explica
la legitimidad por la obediencia voluntaria, porque se reconoce el dere-
cho de pedir obediencia. O, en palabras de Sennett (1980), la autoridad
significa un proceso de interpretación y de reconocimiento del poder.
En los sistemas de autoridad tradicionales la relación entre el que
manda y el que obedece no se apoya en una razón común ni en el po-
der del primero. Lo que tienen en común es el reconocimiento de la
pertinencia y legitimidad de la jerarquía, en la que ambos ocupan un

.......................

4
“El discurso es un conjunto de estrategias que forman parte de las prácticas
sociales, las cuales pueden ser instrumento y efecto del poder, pero también punto
de resistencia y de partida para una estrategia opuesta. El discurso transporta y pro-
duce poder, lo refuerza, pero también lo mina, lo expone, lo torna frágil y permite
detenerlo” (Foucault, 1983: 123).
62 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

puesto definido y estable (Arendt, 1954,1996: 103). De este modo, la


fuente de autoridad trasciende al poder y a los que están en el poder.
Los discursos acerca del poder de hombres y mujeres se constru-
yen sobre la desigualdad de la relaciones entre los géneros, de tal mo-
do que la legitimidad del poder de las mujeres queda oscurecida, no re-
conocida o confinada a ser un poder en el mundo de los afectos, ese
ámbito considerado como el lugar de la feminidad.

Construcción y reconstrucción de la autoridad

Cuando se enuncia la palabra autoridad pueden surgir ideas como la


de proteger, juzgar, dar seguridades, dar garantías de que se puede
confiar porque es el punto de referencia del conjunto. La autoridad es
necesaria, tanto para los niños y jóvenes, que necesitan autoridades
que los guíen y apoyen, como para la realización de una parte del desa-
rrollo personal de los adultos, por la posibilidad de desplegar su aten-
ción hacia otros, a través de ser guías, por la posibilidad de conferir con-
fianza y seguridad (Sennett, 1980).
La autoridad es relacional, alguien tiene legitimidad porque es reco-
nocido dentro de las normas y valores aceptados por el conjunto, lo que
indica que, si se modifican las normas y los valores aceptados, los mo-
delos de autoridad pueden cambiar según las redefiniciones que hagan
los actores. En nuestra cultura, la autoridad se presenta como una posi-
ción y, por lo tanto, se la desvincula del dinamismo de las relaciones de
poder, de las cuales debería ser una expresión. A menudo, no se la con-
sidera como una relación transformable, sino como una relación rígida,
naturalizada, bajo el supuesto de que las “cosas siempre fueron así”,
porque la autoridad se impone por la fuerza o porque se ejerce de una
manera alejada de la experiencia cotidiana y concreta de las personas.
En estas situaciones, la autoridad produce temor o miedo.
En cambio, el acercamiento, la conversación, las preguntas acerca
de las razones de las reglas, permiten la desmitificación de la autoridad.
Revisar la legitimidad de las autoridades naturalizadas o tradicionales es
lo que permite construir otras autoridades. En otras palabras, se trata
de tomar por dentro la autoridad. Para la transformación de la autoridad,
es necesaria la experiencia colectiva a través del interjuego entre las
esferas privadas y públicas y el debate sobre las relaciones de poder y
su transformación, para que cada vez sea más visible y legible la auto-
ridad (Sennett 1980: 151 y ss.).
Las reglas de juego que hacen a los actores sociales mutuamente
responsables y que generan las coordinaciones necesarias para la vida
social a cargo de la mayor cantidad de actores posibles constituyen otra
manera, más democrática, de ejercer la autoridad. La búsqueda activa
R E L AC IO NE S D E G ÉN ERO Y D E AUTO R I DA D 63

acerca de la validez de las normas y las consecuencias de éstas en la


vida de cada persona, replantean el significado del poder y la autoridad,
pero no los eliminan.
La autoridad puede convertirse en un proceso que implique cons-
trucción, destrucción y reconstrucción de significados (Sennett, 1980:
179). Puede ser legible y visible. La autoridad se hace visible mediante
discursos que develen los procesos decisorios: que permitan la discu-
sión sobre las decisiones, la posibilidad de revisarlas y la reflexión so-
bre los criterios para ejercer poder y autoridad. El autor mencionado se-
ñala dos tipos de lenguajes vinculados con la autoridad: a) un lenguaje
del rechazo, considerado como el de la desobediencia dependiente,
pues implica rebelarse y desobedecer, pero dentro del mismo sistema
de autoridad y b) un lenguaje de los derechos o la autonomía, por el
cual se desmitifica la autoridad, se la hace “accesible y legible”, y se
reinterpreta el poder mediante un proceso de reconocimiento del pro-
pio valor (Sennet, 1980: 51).
En el segundo tipo de lenguaje, la autoridad, al quedar privada de la
alteridad, puede ser redefinida (Sennett, 1980: 39). El acercamiento y la
desmitificación contribuyen a construir una nueva relación de autoridad,
donde se puede respetar y confiar sin temer, ya que la autoridad se ha-
ce accesible y legible al quedar privada de la alteridad.
Según Anthony Giddens (1992: 185), la autoridad es justificable
cuando reconoce el principio de autonomía, de acuerdo con la defini-
ción que toma de Held:

“Los individuos deben ser libres e iguales en la determinación de las con-


diciones de sus propias vidas, esto es: ellos deben disfrutar iguales de-
rechos (e iguales obligaciones), en la especificación del marco que gene-
ra y limita las oportunidades disponibles para ellos, siempre y cuando no
se nieguen los derechos de otros” (Held,1986). 5

Giddens (1992: 191) considera que el principio de autonomía suminis-


tra una guía para el proceso de democratización en la vida personal, ya
que significa la condición de relacionarse con otros de una forma igua-
litaria. Así como en la esfera política la democracia involucra la creación
de una constitución y un foro de debate, en la vida privada, implica exa-
minar los discursos tradicionales, naturalizados, para rever el poder di-
ferencial en las relaciones e ir más allá del juego de poder inconscien-
temente organizado. El dar explicaciones sobre las acciones y sus
fundamentos y el proveer de confianza en el accionar son aspectos
.......................

5
Held, David (1986), “Models of Democracy”, Cambrige, en Polity, p. 270, citado
en Anthony Giddens (1992: 185).
64 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

constitutivos de la autoridad. La autoridad entre adultos existe como


especialización, donde cada persona ha desarrollado especialmente las
capacidades que no tiene el otro. La autoridad como especialización
(según gustos y habilidades de cada uno o de cada una) o situacional
(según momentos precisos) está todavía en el camino hacia su redefi-
nición, ya que para que esto exista, es necesario que todas las perso-
nas, hombres y mujeres, tengan la misma posibilidad de desarrollo de
sus potencialidades en las mismas áreas.

Relaciones de género y relaciones


de autoridad en las familias

Los significados que cada grupo familiar confiere a la relación mutua


mantienen los lazos entre sus miembros. Éstos son de gran compleji-
dad, puesto que las interacciones se sostienen en dinámicas cons-
cientes e inconscientes. Las reglas en las que se basan las relaciones
familiares comportan una definición de la relación como simétrica o
complementaria, jerárquica o igualitaria, en el contexto de la vivencia
de profundos sentimientos, como el amor, el respeto, el odio, entre
muchos otros.
El modelo patriarcal de familia se funda en el supuesto de comple-
mentariedad entre varones y mujeres, con una posición jerárquica dife-
rente. La organización del poder está basada en la jerarquía masculina
y, por lo tanto, legitima el poder de los varones. Un modelo familiar di-
ferente, más democrático, se caracteriza por la simetría de las posicio-
nes de los adultos en el grupo familiar. Este modelo sostiene un criterio
igualitario del poder y de la autoridad entre varón y mujer, y un enfoque
democrático y consensual de la crianza de los hijos.
En las relaciones complementarias no se cuestiona la justicia o la in-
justicia del acceso desigual de cada individuo al ejercicio del poder y la
autoridad, ni se considera que generalmente quien adopta la jerarquía
“superior” es el varón, complementado por su mujer, y no a la inversa.
La relación complementaria parte de una situación de desigualdad que
puede manifestarse como relación jerárquica de dominio y hasta de ex-
plotación. En este tipo de vínculo se inscriben ciertas formas de inter-
cambio y reciprocidad, como el mantenimiento del hogar a cargo del
varón a cambio del cuidado de los hijos por parte de la mujer y la obe-
diencia de éstos y la mujer a las decisiones del primero.
En las relaciones simétricas, tanto hombres como mujeres poseen
las mismas obligaciones, ninguno tiene específicamente prerrogativas
y se puede establecer la interdependencia en la relación asociada a la
autonomía de los sujetos, considerándolos en su integralidad. En las re-
laciones jerárquicas se aplica una regla de asimetría y de complemen-
R E L AC I O N ES DE G ÉN ERO Y D E AUTO R I DA D 65

tariedad, y las prerrogativas se marcan, tanto por el sexo, como por la


edad, el estatus social, el prestigio.
Las familias modernas se organizaron en torno al poder y la auto-
ridad del cabeza de familia, el varón, el cual no era sólo el proveedor
sino la autoridad respetada por los miembros de la familia. Esto no
significa que las mujeres no logren poder en sus familias, pero fre-
cuentemente lo hacen sin obtener el reconocimiento acerca de su le-
gitimidad para ejercerlo.

Consideraciones finales

Para concluir esta reflexión, veamos cómo se vinculan las relaciones de


género y las relaciones de poder y de autoridad familiar –que permi-
ten–, con el propósito de considerar situaciones concretas en los gru-
pos familiares. El concepto de autoridad es compartido por el grupo fa-
miliar y comprende una serie de atribuciones para quienes ejercen la
autoridad. Como se afirmaba anteriormente, las creencias patriarcales
fueron conformando la identidad masculina para el ejercicio de la auto-
ridad, en un sistema jerárquico piramidal.
En la mayoría de los casos, el grupo familiar reconoce una autoridad
principal y ésta es, en general, masculina y paterna. Esta autoridad ca-
si siempre coincide con la autoridad masculina en las familias forma-
das por parejas heterosexuales o en aquellas donde hay otro hombre
adulto presente, el hermano de la madre, el padre, etc. Se trata de una
autoridad moral, social y económica, por la capacidad que tiene esa
persona de proveer económicamente al grupo, de proteger a sus
miembros moral y físicamente de los posibles peligros del mundo exter-
no. Esta autoridad cumple una función importante de mediación entre
el mundo familiar y el mundo externo: también por su papel de protec-
ción económica, por el conocimiento que tiene de ese mundo extrafa-
miliar y por la posibilidad de manejarlo frente a crisis económicas, de-
socupación de algún miembro, reducción de ingresos, problemas de
vivienda, etc.
Por otra parte, se reconocen diversos grados de poder a la madre o
a alguna mujer adulta; generalmente se trata de aquella persona que
vela por la unión del grupo, quien brinda afecto y cuidados, un rol con-
siderado de importancia para el conjunto. El poder que asume la madre
está de tal modo naturalizado que no es considerado un tipo de poder
reconocido por sus integrantes y no llega a constituirse como autori-
dad. Cuando la madre es jefa de hogar puede ejercer esta autoridad o
sentirse presionada para aceptar que algún hombre de la familia se en-
cargue de ejercerla. Si convive con un nuevo compañero, es muy fre-
cuente que, si ha ejercido autoridad sobre hijos e hijas propios, conti-
66 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

núe haciéndolo y, dado este caso, es probable que se produzcan pro-


cesos de negociación con su compañero en relación a la autoridad so-
bre los hijos de ambos.
El sistema de autoridad familiar que hasta aquí describimos es desa-
fiado de múltiples maneras por algunas mujeres, sin embargo, todavía
predomina en nuestras sociedades. Las reflexiones que hemos desarro-
llado en este capítulo nos indican tanto la fuerza simbólica de los mode-
los hegemónicos de relaciones entre los géneros, como las posibilida-
des de transformación, las cuales se derivan de las prácticas concretas
de muchas mujeres que en sus relaciones resisten, cuestionan e inten-
tan resignificar el estado actual de los vínculos entre los géneros.
R E L AC IO N ES D E G ÉN ERO Y DE AUTO R I DA D 67

Bibliografía

Amorós, Celia (1997), Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyec -


to ilustrado y posmodernidad, España, Ediciones Cátedra Universi-
dad de Valencia, Instituto de la Mujer.
Amorós, Celia (1986), Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona,
Anthropos.
Arendt, Hannah (1954, 1996), Entre el pasado y el futuro. Ocho ejerci -
cios sobre la reflexión política, Barcelona, Península.
Bonder, Gloria (2003), “Género y subjetividad: avatares de una relación
no evidente”, Documento de mazorca, México, Revista del Centro In -
terdisciplinario de Estudios de Género, www. Modemmujer.org
De Beauvoir, Simone (1977), El segundo sexo, México, Siglo XXI.
Butler, Judith (2001), El género en disputa. El feminismo y la subversión
de la identidad, México, PUEG, Paidós.
Cavarero, Adriana (1992), ”Equality and sexual difference: amnesia in
political thought”, en Bock, G. y James, S. (1992), Beyond Equality
and Difference. Citizenship, feminist politics and female subjectivity,
Londres, Routledge.
Connel, R. W. (1997), “La organización social de la masculinidad”, en Val-
dés, Teresa y Olavaria, José (eds.), (1997), Masculinidades. Poder y
crisis, Santiago de Chile, Isis Internacional, Ediciones de las Mujeres
Nº 24.
Di Marco, Graciela (2002), “Democratización social y ciudadanía”, en
Revista Ensayos y Experiencias. Educación, ciudadanía y participa -
ción, Buenos Aires, Novedades educativas.
Foucault, Michel (1980), Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta.
Foucault, Michel (1983), El discurso del poder, México, Folios.
Foucault, Michel (1977, 1986), Historia de la sexualidad, Madrid, Siglo XXI.
Giddens, Anthony (1992), The transformation of Intimacy, Sexuality, Lo -
ve and Eroticism in Modern Societies, Stanford University Press.
Giddens, Anthony (1995), La constitución de la sociedad. Bases para
una teoría de la estructuración, Buenos Aires, Amorrortu, primera
edición: 1984.
Kauffman, Michael (1997), “Homofobia, temor, vergüenza y silencio en
la identidad masculina”, en Valdés, Teresa y Olavaria, José, (1997),
Masculinidades. Poder y crisis, Santiago de Chile, Isis Internacional,
Ediciones de las Mujeres Nº 24.
Lamas, Marta (20 00), “Género, diferencia de sexo y diferencia sexual”,
en Alicia Ruiz (comp.), (2000), “Identidad femenina y discurso jurídi -
co”, Buenos Aires, Biblos.
Lamas, Marta (2002), Cuerpo, diferencia sexual y género, México,
Taurus.
68 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

Marqués, Joseph-Vincent (1997), “Varón y patriarcado”, en Valdés, Tere-


sa y Olavaria, José (eds.), (1997), Masculinidades. Poder y crisis, San-
tiago de Chile, Isis Internacional, Ediciones de las Mujeres Nº 24.
Mouffe, Chantal (1996), “Por una política de la identidad nómada”, en
Debate Feminista, México, Año VII, Vol. 14.
Parsons, T. y Bales, R. (eds.), (1956), Family and Interaction process,
Londres, Routledge.
Oakley, Ann (1972), “Sexo, género y sociedad”, Nueva York, Temple
Smith.
Oakley, Ann y Juliet Mitchell (1997), Who’s Afraid of Feminism?, Nueva
York, The New Press.
Rubin, Gayle (1975), “The traffic in women: notes on the political eco-
nomy of sex”, en R. Reiter (ed.), (1975), Toward an Anthropology of
Women, Nueva York, Monthly Review Press.
Schmukler, Beatriz (2000), Documento de trabajo sobre los cambios de
las familias y los conflictos familiares, Buenos Aires, UNICEF.
Schmukler, Beatriz y Di Marco, Graciela (1997), Madres y democrati -
zación de la familia en la Argentina contemporánea, Buenos Aires,
Biblos.
Scott, Joan (1986), “Gender: a Useful Cathegory of Historical Analysis” ,
en American Historical Review Nº 91, American Historical Associa-
tion, Washington.
Sennet, Richard (1980), La autoridad, Madrid, Alianza.
Weber, Max (1944, 1964), Economía y sociedad, México, Fondo de Cul-
tura Económica.
3. Niñez y adolescencia
Susana Méndez1

Introducción

Las relaciones de intimidad y amor familiares son indispensables para


la construcción de la identidad y para el bienestar de cada uno como
sujeto. Por lo tanto, es conveniente repensar la interdependencia y re-
ciprocidad de las relaciones familiares, junto con la primacía de los ni-
ños por ser protegidos.
La responsabilidad de la crianza y de la protección de la infancia; la bús-
queda de la igualdad entre los géneros; el reconocimiento de la responsa-
bilidad social y personal para generar y sostener familias que provean de
seguridad y protección, intimidad y confianza, en las cuales tanto las mu-
jeres como los hombres tengan igual acceso a oportunidades y recursos;
el desarrollo de la autonomía de cada uno se sus miembros; el respeto
por la diversidad de formas familiares son principios que deberían orientar
tanto las relaciones familiares como las políticas públicas y las leyes.
La igualdad de género practicada desde la infancia permitirá tanto a
mujeres como a varones establecer relaciones más simétricas en los
sistemas de autoridad familiares, así como también el desarrollo de la
responsabilidad y el placer del cuidado y de la asistencia, los que han
sido considerados, tradicionalmente, como tareas femeninas.
Una crianza que libere las energías creativas de chicas y muchachos,
sin los condicionamientos estereotipados por las normas sociales para
cada género, contribuye a la autonomía de los sujetos y al desarrollo de
procesos democratizadores en la sociedad. Para generar estas condi-
ciones, se necesita de relaciones familiares más igualitarias, en las que
se toman seriamente en cuenta las necesidades e intereses de todos,
en las que las voces de las mujeres, niños, adolescentes y también las
de los hombres puedan ser pronunciadas, oídas y respetadas.
Necesitamos recorrer los discursos que se han construido acerca de
esta época de la vida humana, para repensar creativamente las prácti-

.......................

1
Este capítulo presenta aportes de documentos de trabajo elaborados por Mar-
cela Alschul, María Laura Durandeu y Javier Moro.
70 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

cas de los adultos, en razón de que son ellos los garantes de la vida fa-
miliar y la pública, así como de las prácticas que conviertan en realidad
los principios que hemos descrito someramente.
Por estas razones, en este capítulo abordaremos, en primer lugar,
las concepciones de la infancia y, en segundo término, analizaremos
sintéticamente algunos datos de la situación heterogénea de la infan-
cia y de la adolescencia en la Argentina, con el objetivo de reflexionar
sobre la complejidad de esta situación, la que revela aquello que García
Méndez (1998) llama “el paradigma de la ambigüedad”, es decir, la dis-
crepancia entre los nuevos marcos normativos y la prácticas que repro-
ducen viejas concepciones.

Concepciones sobre la infancia

Históricamente, la niñez y la adolescencia no fueron consideradas tal


como lo hacemos en la actualidad. Phillippe Ariès, historiador francés,
sitúa el nacimiento de la concepción de la infancia en el siglo XVII
(Ariès,1962: 25), momento en que se produce su presentación, como
categoría diferente de la de los adultos. Previamente, señala este au-
tor, la infancia no era diferenciada como tal, “el niño no salía de una es-
pecie de anonimato”, mientras que la adolescencia aparece confundida
con la niñez hasta el siglo XVIII. Sólo será considerada como una cate-
goría separada de ésta y de la adultez, en el siglo XIX.
Si se recorren pinturas de las distintas épocas históricas, se puede
apreciar la representación que las distintas culturas daban a la infancia.
Así, en los cuadros de la Edad media, los niños y las niñas iban vesti-
dos de acuerdo con las corporaciones o los gremios a los que pertene-
cían los adultos, según las jerarquías de las familias (Ariès: 1962: 50).
De esto se deduce que no existía una identificación de la infancia co-
mo perteneciente a una categoría diferente, sino que los niños eran re-
presentados como adultos en miniatura.
Se esperaba que los niños y las niñas compartieran trabajos con los
adultos y comenzaran actividades laborales tan pronto como sus habili-
dades se lo permitieran, es así que aun los de muy corta edad, tres o
cuatro años, ya tenían responsabilidades. La mayoría permanecía en sus
hogares hasta los ocho años, luego iban a convivir con otras familias co-
mo aprendices de oficios o sirvientes. Este sistema de aprendizaje era
la manera de formarse en un oficio, dado que la educación no era otor-
gada por las escuelas sino que lo que se aprendía se hacía a través del
trabajo con los adultos. La disciplina era estricta. Se la imponía hasta con
castigos corporales; en muchos casos, sangrientos, los aprendices eran
golpeados fuertemente (McConville, 1992).
N IÑ EZ Y A DO L E S C E N C I A 71

Poco a poco, la sociedad occidental, en un largo proceso histórico,


fue otorgando a la infancia un lugar, inscribiéndola en un espacio pro-
pio, con características singulares y necesitada de cuidados exclusi-
vos; esto definió nuevos vínculos y nuevos roles en el interior de las
familias.
Hacia el siglo XVII, la crianza de los niños y de las niñas va quedan-
do en manos de la familia dentro del ámbito privado como un proyecto
de larga duración y de gran responsabilidad para los adultos. Se define
a la niñez como dependiente y necesitada de protección y cuidado por
parte de los adultos, esta concepción resulta de la idea de que la infan-
cia es un producto inacabado y que requiere de tiempo de dedicación
para un pleno pasaje a la vida adulta. Los cuidados son transferidos, por
la construcción de las relaciones de género, a las mujeres –madres o
nurses–, mientras que los hombres –padres o tutores– serán los encar-
gados de las acciones de control y disciplinamiento.
La relación adultos-infancia coloca a esta última en una posición de
dependencia, a partir de la paradoja de que debe ser “protegida” pe-
ro a la vez, “controlada”. Surge así, una clara diferenciación entre un
mundo de “adultos” y otro de “niños y niñas”, que fue consolidada en
las relaciones entre padres e hijos e hijas, a través de las relaciones
entre la infancia y las instituciones y por las regulaciones jurídicas que
afirmaban estas diferencias entre mayores y menores de edad (Moro,
2003: 4).
Así, surge la necesidad de institucionalizar el espacio propio de la in-
fancia, a través de la creación de una nueva organización, que colabore
con la familia en la formación de las nuevas generaciones. Esto da lu-
gar a la creación de la institución escolar, la que poco a poco fue orga-
nizando más sistemáticamente el aprendizaje de roles sociales y labo-
rales, lo que antes se realizaba en forma doméstica.
De esta manera, se constituyó en la institución cuyo objetivo consis-
tía en producir la inserción de los niños en la vida productiva adulta y, a la
vez, en establecer para los niños y niñas un espacio separado de los adul-
tos. La escuela, como organización institucional que coadyuvaba a la for-
mación de los futuros adultos, fue transmisora de los valores morales y
sociales imperantes, entre ellos, de la desigualdad entre los géneros
El sistema escolar, a pesar de definirse como universalista, trajo con-
sigo la paradoja de la desigualdad, en primer lugar entre géneros, a par-
tir de su intervención en el proceso de socialización, de acuerdo con los
ideales de ser hombre o ser mujer. De esa manera, se preparaba a los
varones para tareas de producción y a las mujeres para las tareas do-
mésticas y de cuidado de los otros. En segundo lugar, discriminó a aque-
llos que eran diferentes (especialmente por condiciones socioeconómi-
cas), expulsando del sistema a los que se encontraban en condiciones
de vulnerabilidad o con dificultades de adaptación a las normas sociales.
72 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

Lo expuesto significó una nueva lectura de la infancia a partir de la


cual los niños comenzaron a ser considerados en relación con su sexo
y con la situación socioeconómica familiar. Esta primera segregación se
acentuó con la creación de un sistema tutelar para aquellos que no ha-
bían podido socializarse a través de sus familias por cuestiones de po-
breza, por ser abandonados o por haber sido excluidos del sistema es -
colar. Así, el sistema produjo una fragmentación de la infancia.
El sistema tutelar surge en Inglaterra, en época de la revolución in-
dustrial, cuando “la sociedad protectora de animales” llama la atención
sobre el maltrato de niños en las minas inglesas y menciona la necesi-
dad de “tutelarlos”. Posteriormente, a fines del siglo XIX se crea en Illi-
nois, EE.UU., el primer tribunal tutelar de niños, que bajo un discurso
discriminatorio, pero aparentemente humanitario, los considera “infe-
riores, vulnerables y necesitados de tutela” (Zaffaroni, 2003: 88). El sis-
tema tutelar, entonces, intervino en aquella porción de la infancia con-
siderada como “peligrosa”, por ser pobre o abandonada.
Este sistema controlaría y socializaría a los que denominó “meno-
res” a través de mecanismos implementados por los aparatos adminis-
trativos y judiciales. De esa manera, el Estado se hacía cargo ya no só-
lo de la educación, sino también de la vida misma de un sector de la
infancia, convirtiendo a los niños en “sujetos tutelados” puestos a dis-
posición de un juez hasta que llegaran a la edad en que la ley marcaba
su entrada en la adultez. Asimismo, desde ese lugar la ley estableció
una autoridad masculina para hacerse cargo del “control de los hijos”,
siempre con el objetivo de “protegerlos”.
En la Argentina, el Congreso Nacional sancionó en 1919 la Ley de Pa-
tronato de Menores Nº 10.903, primera ley en América latina y modelo
para las posteriores legislaciones de menores que culminaron con la
sanción de la ley venezolana en 1939. La Ley de Patronato derivó en
cambios en el Código Civil, específicamente en la institución de la pa-
tria potestad.
Esta ley, también llamada “Ley Agote”, en alusión al diputado nacio-
nal que la propuso, estableció un poder compartido de los jueces y de
un órgano administrativo específico –el Consejo Nacional del Menor,2
posteriormente creado– para todos las personas menores de 18 años
que se encontraren en “situación irregular”.
Mediante esta ley se otorgaban a los jueces amplios poderes para
disponer sobre la vida y la libertad de ese sector de la infancia, y estos

.......................

2
El Consejo Nacional del Menor fue creado en 1957, por el decreto 5285/57, y
cambió de denominación en 2001, cuando pasó a llamarse Consejo Nacional de Ni-
ñez, Adolescencia y Familia, por el decreto 295/2001.
N IÑ EZ Y A DO L E S C E N C I A 73

poderes se implementaban a través de la identificación de los niños, la


separación de sus respectivas familias y del ámbito social, y la realiza-
ción de un tratamiento para controlar su presunta peligrosidad. Estamos
así frente a dos ideas que se complementaban y que orientaron la apli-
cación selectiva de las normativas: la defensa de la sociedad, basada en
el derecho penal que lleva a aislar la parte negativa o enferma de la co-
munidad, y la prevención, que conlleva la idea de intervenir antes de que
esos “menores” se convirtieran en delincuentes. Con este propósito se
establecieron los tribunales de menores, como los encargados de aque-
lla parte de la infancia que se debía salvaguardar. Los niños y adolescen-
tes eran separados de sus familias, educados en una estricta disciplina
y se volvían carentes de toda autonomía; para cumplir estas condicio-
nes, se crearon institutos especiales llamados de minoridad.
Los institutos de minoridad se asumían como instituciones totales,
cerradas en sí mismas, con configuraciones relacionales que replicaban
discriminaciones y estigmatizaciones y cuyo proyecto a futuro, a pesar
de proveer programas de educación y formación en oficios, sólo facili-
taba que los niños continuaran institucionalizados. De este modo, solo
podían construir subjetividades tuteladas e institucionalizadas sin con-
tactos con el mundo externo.
Estas prácticas de apropiación, basadas en el modelo cultural pa-
triarcal y autoritario, realizaban verdaderos “secuestros filantrópicos”,
como los califica Hugh Cunningham (1997: 183), que consistían en arre-
batar a los niños de sus familias “inadecuadas” alojándolos en los ins-
titutos de minoridad, para otorgarles “una mejor condición de vida”.
Una extensión de estas metodologías es la que utilizó la dictadura
militar sucedida en la Argentina entre 1976 y 1983, a partir de un plan
sistemático de apropiarse de los bebés de las detenidas –desapareci-
das embarazadas– para suplantarles su identidad y su historia entre-
gándolos a familias que pudieran darles “una educación y una ideolo-
gía” diferente de la de sus padres, bajo la concepción de que la infancia
era una tabula rasa que se podía moldear según los intereses de una
clase dominante.
Esos niños y niñas, a los que se les cambiaba hasta la fecha de na-
cimiento, atravesaron su infancia y su adolescencia construyendo su
identidad sobre la base de una historia inventada por sus apropiadores.
La mayoría de ellos, hoy jóvenes, continúan en el desconocimiento de
su origen y siguen siendo buscados intensamente por sus familias bio-
lógicas y por las Abuelas de Plaza de Mayo.3

.......................

3
Las consecuencias del autoritarismo reinante en el período dictatorial recayeron
sobre todos los niños, las niñas y los adolescentes, quienes debieron completar su
74 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

La Convención sobre los Derechos del Niño

La Convención sobre los Derechos del Niño fue aprobada por la Asam-
blea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989. El
Estado argentino ratificó este pacto de derechos humanos específicos
de la infancia en 1990 y, en el año 1994, le otorgó, junto a otros instru-
mentos internacionales, la máxima jerarquía legal incorporándola en la
Constitución de la Nación, en el artículo 75, inciso 22. A partir de este
otorgamiento, la Argentina debía adecuar la legislación y las políticas
públicas de infancia y adolescencia, a fin de lograr el cumplimiento de
los derechos civiles, económicos, sociales y culturales hasta el máximo
de recursos de que dispusiera.
A través de la ratificación realizada por casi todos los países del mun-
do,4 la Convención sobre los Derechos del Niño significó un cambio de
paradigma respecto del concepto de infancia, por el cual aquellos paí-
ses –principalmente los de América latina– que necesitaban de nuevos
instrumentos para redefinir las instituciones democráticas comprendie-
ron que el cambio implicaba tanto la reformulación de las políticas pú-
blicas, como la inter vención de la comunidad y el sistema de justicia.
La Convención reconoce a niñas, niños y adolescentes como suje-
tos de derecho y esto marca un giro fundamental respecto de las tradi-
ciones tutelaristas y paternalistas que primaron en el sistema de mino-
ridad. Cuestiona los supuestos de la pedagogía moderna y, en general,
reorienta las intervenciones de todas las instituciones sociales y esta-
tales que se relacionan con la infancia, redefiniendo desde esa posición
la concepción misma de ésta (Moro, 2003). Esto es:

• una sola infancia y una sola adolescencia. Contra la fragmenta-


ción que operó de hecho, a lo largo del siglo XX, con políticas se-

.......................

desarrollo evolutivo en un medio que obturaba premisas esenciales para el proceso


de socialización. Su maduración y su desarrollo infantil transcurrieron en una época
de crisis social, en la que los ataques que provenían del Estado se presentaban en
los planos políticos, sociales y económicos. De esta manera, el abuso represivo pu-
so en tela de juicio el valor de las figuras de autoridad, desvirtuando los valores éti-
cos de toda la población, con la consecuente influencia sobre la infancia y la adoles-
cencia. Las políticas que devenían de estos ataques se vieron reflejadas en
proyectos autoritarios de educación, empobrecimiento de clases y criminalización
de la participación, lo que marginalizó a gran parte de la población infantil y adoles-
cente (Méndez, 1987).
4
Los únicos dos países que no han ratificado hasta la fecha la Convención sobre
los Derechos del Niño son los Estados Unidos y Somalia.
NI ÑE Z Y A DO L E S C E N C I A 75

lectivas que generaron exclusión. Se interpela a los/as infantes y


a los/as adolescentes como sujetos únicos;
• de objeto a sujeto. Los/as infantes y los/as adolescentes dejan de
ser considerados/as seres inacabados, tabula rasa y, por tanto,
objetos de disciplinamiento, de protección, de beneficencia, de
control, etc.;
• sujetos de derechos. Ya no se define a niños, niñas y adolescen-
tes a partir de lo que les falta, de su déficit en relación con los
adultos, sino como personas con iguales derechos, más una con-
sideración especial de acuerdo con el momento de desarrollo en
que se encuentran.

De este modo, la Convención reconoce a la infancia y a la adolescencia


a partir de su condición de sujetos de derecho. Esta equiparación fun-
ciona en los mismos términos que el principio de igualdad ante la ley lo
hace para los adultos mayores en las democracias liberales y, a su vez,
se hace explícito que no hay distinción relacionada con la posición eco-
nómica, etnia, religión, entre otras (art. 2). Vemos así que se contrarían
varios de los aspectos centrales que caracterizaron las políticas públi-
cas dirigidas a la infancia durante el siglo XX.
En el contenido de la Convención se pueden obser var dos ejes:

• la consideración del niño, la niña y el adolescente como sujetos


plenos de derecho, merecedores de respeto, dignidad y libertad.
Con este enfoque se abandona el concepto del niño como obje-
to pasivo de intervención por parte de la familia, el Estado y la so-
ciedad;
• la consideración de los niños, las niñas y los adolescentes como
personas con necesidad de cuidados especiales. Cuestión que
supone que, por su situación particular de desarrollo, además de
todos los derechos de que disfrutan los adultos, ellos tienen de-
rechos especiales.

La Convención marca entonces un nuevo lugar para las intervencio-


nes de los adultos, sean éstos padres, madres, maestras, jueces,
asistentes sociales, médicos, psicólogos, psicopedagogas, etc. Se
trata de un nuevo posicionamiento que no anula las diferencias entre
los adultos y la infancia, de hecho se reconocen para esta última al-
gunos derechos especiales y para los adultos que se asuman respon-
sabilidades respecto de la infancia. Pero esas responsabilidades ya no
se ejercen de manera indiscriminada, tutelar y paternalista, o dirigida
a una infancia ubicada en un papel pasivo, sino que se inscriben des-
de un lugar de intervención y de vinculación distinto: ya no es el adul -
to quien tiene todo el saber y todo el poder. Las niñas y niños, de
76 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

acuerdo con su desarrollo evolutivo, también piensan, entienden, opi-


nan y eligen. La infancia como sujeto de derecho adquiere entidad
normativa en términos de reconocimiento y valoración, y promueve
entonces que cada niña, niño y adolescente sea considerado en su
propia singularidad.
A partir de este nuevo posicionamiento, la Convención otorga un pa-
pel primordial a la familia en cuanto a la crianza, siendo reconocida co-
mo el lugar propio de convivencia y pertenencia de los niños, las niñas
y los adolescentes, en contraposición a las antiguas concepciones de
minoridad. Además, establece responsabilidades por parte de los pa-
dres, para fortalecer en los hijos los derechos que les otorga la catego-
ría de ciudadanos.
En lo que se refiere al Estado, la Convención le adjudica dos respon-
sabilidades. Por un lado, la de garantizar que las familias puedan de-
sempeñar sus funciones brindándoles su apoyo, sin criminalizar ni judi-
cializar las situaciones de pobreza. Por el otro, la de actuar en aquellos
casos excepcionales en los que exista la necesidad de separar al niño
o al adolescente de su familia (sólo entendiendo que se trate de una
causa justa); éste es el único caso en que el Estado puede intervenir
en la vida familiar, y sólo lo hará en función del “interés superior de la
infancia”, evaluando los derechos vulnerados y buscando la manera de
restablecerlos.
En el caso específico de los niños, niñas y adolescentes que son
sospechosos de la comisión de un delito, la Convención prevé lo que
se denomina un sistema de responsabilidad penal juvenil, cuyos pun -
tos más importantes son los siguientes:

• los niños menores de 18 años de edad no pueden ser introduci-


dos en el sistema penal de adultos, definiendo cada Estado una
edad, que no debe ser muy temprana, por debajo de la cual los
niños no pueden ser perseguidos penalmente por el sistema;
• entre la edad fijada y los 18 años, los estados deben delinear un
sistema específico de responsabilidad para los adolescentes, en
el cual se deben respetar todas las garantías reconocidas para los
adultos frente al proceso: seguimiento del mismo, defensa espe-
cífica, revisión de las decisiones judiciales frente a un tribunal su-
perior, aconsejándose la no persecución penal de ciertos actos y
fomentando la conciliación del adolescente con la víctima u otras
formas de finalización anticipada del proceso;
• las sanciones, como respuesta del Estado a la conducta infracto-
ra del adolescente, deben ser acordes al hecho cometido y juzga-
do, priorizando en forma absoluta las sanciones no privativas de
libertad, como la amonestación, la imposición de reglas de con-
ducta, la realización de trabajos comunitarios, entre otros;
N IÑ EZ Y A DO L E S C E N C I A 77

• la privación de libertad debe ser una sanción excepcional, en ca-


sos específicos y graves, delimitada temporalmente y aplicada
por el menor tiempo posible.

Como síntesis, podemos distinguir que la nueva concepción de la infan-


cia que la Convención sobre los Derechos del Niño introduce a partir del
nuevo paradigma de protección integral, presenta diferencias con la
concepción tradicional de la situación irregular, algunas de las cuales
pueden apreciarse en el siguiente cuadro elaborado por UNICEF.

Doctrina de Situación irregular Doctrina de Protección integral

Sólo contempla a los niños, niñas y adoles- La infancia es una sola y su protección se ex-
centes más vulnerables, a quienes denomina presa en la exigencia de formulación de políti-
“menores”, intentando dar solución a las si- cas básicas universales para todos los niños.
tuaciones críticas que atraviesan, mediante
una respuesta estrictamente judicial.

El niño o “menor” al que van dirigidas estas El niño, más allá de su realidad económica y
leyes no es titular de derechos, sino objeto social, es sujeto de derechos y el respeto de
de abordaje por parte de la justicia. éstos debe estar garantizado por el Estado.

El juez interviene cuando considera que hay El juez sólo interviene cuando se trata de pro-
“peligro material o moral”, concepto que no blemas jurídicos o conflictos con la ley penal;
se define, y permite “disponer del niño, to- no puede tomar cualquier medida y si lo ha-
mando la medida que crea conveniente y de ce debe tener duración determinada.
duración indeterminada”.

El Estado interviene frente a los problemas El Estado no es “patrón” sino promotor del
económico-sociales que atraviesa el niño a tra- bienestar de los niños. Interviene a través de
vés del “Patronato” ejercido por el sistema judi- políticas sociales planificadas con participa-
cial, como un “patrón que dispone de su vida”. ción de los niños y la comunidad.

El sistema judicial trata los problemas asis- El sistema judicial trata los problemas jurídi-
tenciales o jurídicos, sean civiles o penales, a cos con jueces diferentes para lo civil (adop-
través de la figura del Juez de menores. ción, guarda, etc.) y lo penal. Los temas
asistenciales son tratados por órganos des-
centralizados en el nivel local, compuestos
multisectorialmente.

Considera abandono no sólo la falta de pa- La situación económico-social nunca puede


dres, sino también aquellas situaciones gene- dar lugar a la separación del niño de su fami-
78 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

Doctrina de Situación irregular Doctrina de Protección integral

radas por la pobreza del grupo familiar, lo que lia. Sin embargo, constituye un alerta que in-
le permite separar al niño de sus familiares. duce a apoyar a la familia en programas de
salud, vivienda y educación.

El juez puede resolver el destino del niño en El niño en dificultades no es competencia de


dificultades sin oír su opinión y sin tener en la justicia. Los organismos encargados de la
cuenta la voluntad de sus padres. protección especial están obligados a oír al
niño y a sus padres para incluir al grupo fami-
liar en programas de apoyo.

Se puede privar al niño de la libertad por tiem- Se puede privar de la libertad o restringir los
po indeterminado o restringir sus derechos, derechos del niño, sólo si ha cometido infrac-
sólo por la situación socioeconómica en la que ción grave y reiterada a la ley penal.
se encuentra, aduciendo “peligro material o
moral”.

El niño que cometió un delito no es oído y no El juez tiene la obligación de oír al niño autor
tiene derecho a la defensa e incluso cuando de delito, quien a su vez tiene derecho a te-
sea declarado inocente puede ser privado de ner un defensor y un debido proceso con to-
su libertad. das las garantías y no puede ser privado de la
libertad si no es culpable.

El niño que ha sido autor de un delito y el que El niño que ha sido víctima de un delito no
ha sido víctima de un delito reciben el mismo puede ser objeto de tratamiento judicial. La
tratamiento. justicia no puede victimizar ulteriormente a la
víctima, sino actuar sobre el victimario.

La situación de los niños, niñas y adolescentes


en la Argentina, a partir de la Convención sobre
los Derechos del Niño

Los gobiernos que adhirieron a la Convención sobre los Derechos del


Niño, entre ellos la Argentina, asumieron un conjunto de compromisos
relacionados con la reformulación de la legislación y las políticas públi-
cas, que pretendía eliminar la brecha entre los objetivos formulados y
las prácticas reales.
Si bien el gobierno argentino, al ratificarla, enfatizó la necesidad de
priorizar la atención de los grupos más desfavorecidos, tendiendo con
ello a reducir las desigualdades sociales y geográficas, aún no se han
N IÑ EZ Y A DO L E S C E N C I A 79

producido cambios significativos en ese sentido. La fragmentación so-


cial y los elevados índices de pobreza en la población, continúan mar-
cando discriminaciones y exclusiones sobre la niñez y adolescencia del
país. Datos oficiales de fines del año 2001 indican que la pobreza afec-
ta al 52,7% de los niños, niñas y adolescentes, quienes no alcanzan a
cubrir sus necesidades básicas y viven en condiciones de hacinamien-
to crítico en los principales aglomerados urbanos. La presencia consi-
derable de indigentes entre ellos da cuenta del deterioro de la calidad
de vida en un sector importante de la población.
Esta fragmentación a la vez marca diferencias sustanciales en todos
los ámbitos en los que se desenvuelve la infancia y la adolescencia ar-
gentina. En general, en los sectores más pobres, los niños y las niñas
no tienen una percepción de sí mismos como protagonistas de sus pro-
pios derechos, ni consideran que lo adultos tengan derechos y obliga-
ciones hacia ellos. En cambio, en las clases medias y altas, toda la ac-
tividad familiar aparece centrada sobre los chicos. Así, mientras que un
grupo de niños y niñas de sectores medios y altos señala diversas obli-
gaciones de los adultos destinadas a ellos/as: cocinar y darles de co-
mer; darles abrigo, como también jugar con ellos y ocuparse de su rit-
mo escolar; el otro grupo habla de cocinar, limpiar la casa, encargarse
de hermanos menores, sin incluirse como destinatarios de tales accio-
nes (Altschul, 2002).
La socialización de género de niñas y niños también es diferente si
se analiza desde cada contexto social. En los sectores de menores re-
cursos sociales y económicos, se prioriza el desarrollo del varón en el
mundo público y el de la mujer en el mundo privado. En tanto que, en
los sectores medios, estas divisiones no están tan rígidamente esta-
blecidas, por lo cual, si bien existen patrones de comportamientos se-
xistas, que influyen en el proceso de socialización, éstos están más in-
visibilizados (Altschul, 2002).
En lo que se refiere a la educación, a pesar de que las políticas edu-
cativas fueron expandiendo una concepción de derechos en el plano de
los sistemas normativos, el empobrecimiento de los recursos sociales
y los procesos de descentralización implementados en la década del
noventa plantearon contradicciones en cuanto a su aplicación. Investi-
gaciones realizadas en este sentido coinciden en señalar que existen
dos factores que permiten comprender el problema de la desigualdad
en todos los niveles de la educación de los niños, niñas y adolescen-
tes. Por un lado, la segmentación social y, por el otro, el debilitamiento
institucional de la oferta educativa. Así, la desigualdad en la adquisición
del capital cultural se ve incrementada por el hecho de que aquellas fa-
milias con mejor poder adquisitivo pueden invertir en mejores posibili-
dades y calidades educativas, mientras que las familias con mayores di-
ficultades económicas ni siquiera pueden satisfacer las condiciones
80 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

básicas para proveer condiciones de educabilidad (Feijoo, 2002; Kess-


ler, 2002).
Existen escuelas diferentes según los contextos de las poblaciones
que asisten a ellas, se pueden determinar “escuelas ricas” donde se
ofrece mejor calidad de educación y “escuelas pobres” donde tanto la
institución como sus docentes se sienten incapaces de compensar la
pobreza social y cultural, y esta situación se agudiza a medida que los
establecimientos educativos se alejan de las grandes ciudades o están
insertos en medios rurales.
El estado de exclusión en que viven las poblaciones bajo condicio-
nes de pobreza se ve complejizado por altos porcentajes de niños, ni-
ñas y adolescentes que directamente no asisten a establecimientos
educativos –situación agravada entre los 13 y 17 años–, lo que determi-
na la futura inserción en el mercado de trabajo de estos niños, niñas y
adolescentes, reafirmando situaciones que reproducirán el círculo de la
pobreza. Esta población fue abandonando la escuela en distintos mo-
mentos; parte de ella no completó el nivel primario, otra parte comple-
tó el nivel primario pero no ingresó al secundario y, por último, existe
una parte importante que abandonó el secundario.
Más de la mitad de los niños de menos de 14 años del Gran Buenos
Aires era pobre en 2001. En la medición de mayo del 2002 surge que,
sobre 2.324.910 niños y niñas de menos de 14 años en el conurbano,
el 76,7% es pobre y el 39,8% es indigente.5 La deserción escolar de
estos niños, niñas y adolescentes está asociada con la pobreza y, en
muchos casos, con su inserción en alguna actividad que les permita ob-
tener ingresos y contribuir a satisfacer las necesidades familiares: ven-
der objetos, limpiar los parabrisas o abrir las puertas de los autos en la
vía pública, juntar cartones entre los residuos, pedir limosna. En el ca-
so de las niñas, ellas tienden a dejar la escolaridad porque deben que-
darse en sus casas a cuidar a sus hermanos menores mientras sus pa-
dres (especialmente las madres) salen a trabajar, porque se emplean
como servicio doméstico o porque quedan embarazadas. Las condicio-
nes laborales de alta vulnerabilidad que presentan niños, niñas y ado-
lescentes se agrava en las zonas rurales, donde el trabajo de los chicos
no es medido, porque ellos colaboran con sus padres en grupos de tra-
bajo familiar, aunque estas tareas les insumen, desde muy pequeños,
considerables esfuerzos (Feldman, 1997).
En condiciones de pobreza, las presiones familiares para dar inicio a
las actividades laborales están teñidas por las construcciones que deri-
van del modelo patriarcal de las relaciones de género. Por este motivo,

.......................

5
INDEC. Pobreza e indigencia, septiembre de 2002, sobre la EPH, mayo de 2002.
NI ÑE Z Y A DO L E S C E N C I A 81

son los varones quienes realizan actividades antes que las mujeres. Es-
tas inserciones poseen un alto grado de vulnerabilidad e inestabilidad,
generalmente son fluctuantes y de baja calificación y, por lo tanto, no
favorecen experiencias de aprendizaje significativas para el futuro labo-
ral (Gallart, Jacinto y Suárez, 1996). En la actualidad, la situación laboral
de estos adolescentes es problemática, pues la desocupación es críti-
ca para los sectores pobres de la población. Y a esto se añade que se
requieren altos niveles educativos para ocupar empleos precarios y mal
remunerados.
Por el contrario, los adolescentes y jóvenes de los sectores medios
y altos, que poseen un mayor capital social y cultural (que les permiti-
ría acceder a posiciones más calificadas) retrasan el inicio de sus acti-
vidades laborales debido a que, por un lado, no sufren presiones fami-
liares y, por el otro, porque se prioriza la formación mediante el acceso
a estudios superiores, los que en el futuro los habilitarían para obtener
una mejor calificación profesional.
En lo que atañe a las condiciones de salud de los adolescentes, exis-
ten cuatro nudos problemáticos: la salud sexual y reproductiva, que in-
cluye los embarazos adolescentes; el sida y las enfermedades de trans-
misión sexual; el consumo de drogas y alcohol; y la exposición a
episodios de violencia, como violaciones, abusos sexuales, accidentes,
homicidios y suicidios.
En lo que respecta a la sexualidad, tiene implicancia la temprana ini-
ciación de la actividad sexual, unida a una total desinformación sobre el
tema, lo que deja a las adolescentes en riesgo de embarazarse, por un
lado, o de contraer VIH-sida y otras enfermedades de transmisión se-
xual, por el otro. El desconocimiento de los métodos preventivos, los
prejuicios sociales y las restricciones financieras hacen que las y los jó-
venes no se protejan de embarazos o no consulten sobre la prevención
o el tratamiento de infecciones de transmisión sexual.
En líneas generales, los embarazos adolescentes de 15 a 18 años se
presentan a partir de relaciones entre pares. En cambio, los que corres-
ponden a niñas de 10 a 14 años están asociados, la mayoría de las ve-
ces, con situaciones de abuso sexual cometidos por hombres mayores
de 30 años quienes, muchas veces, pertenecen al entorno familiar.
El riesgo de infección de VIH-sida por transmisión sanguínea o se-
xual es mayor en los niños que viven en grandes ciudades, donde los
índices de infección en general son más altos que en las zonas rurales.
Además, son especialmente vulnerables los niños en situación de ca-
lle, debido a que las condiciones riesgosas de vida (que entrañan el uso
de drogas y la promiscuidad) son factores que predisponen a contraer
la infección.
Gran cantidad de niños y niñas se iniciaron en la prostitución antes
de los 15 años, empujados por organizaciones con estructuras interna-
82 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

cionales, proxenetas pequeños o explotadores familiares, y fueron


compelidos hacia múltiples modalidades, como la prostitución femeni-
na, masculina, travesti y homosexual. Estos niños y niñas no sólo per-
tenecen a los sectores más pobres, sino que poseen como denomina-
dor común el sentimiento de desamparo ocasionado por haber sido
expulsados de sus hogares. En general, pertenecen a familias violen-
tas, desintegradas, autoritarias o explotadoras. La mayoría de ellos se
inicia en el comercio sexual entre los 13 y 15 años, aunque se encon-
traron inicios aun más tempranos, entre los 8 y 11 años. La explotación
se lleva a cabo en los más diversos espacios, de todas las categorías y
estatus, a través de avisos publicitarios o en las calles.
El tema del consumo de drogas es sumamente complejo, desde la
incursión de los poderosos intereses movidos por el narcotráfico hasta
la estigmatización del tema, que confunde el uso ocasional con las adic-
ciones. La situación de insatisfacción de necesidades básicas y la falta
de oportunidades laborales hace que muchos adolescentes de los estra-
tos empobrecidos, utilicen drogas y en algunos casos comercien con
ellas. Sin embargo, se ha obser vado que no son sólo los adolescentes
de los sectores pobres los que ingresan al mundo de las drogas, tam-
bién se ha podido apreciar que ingresan los de los sectores medios y
altos. Diversos fenómenos sociales, como la pérdida de confianza en el
futuro, el quiebre de los valores éticos de convivencia, las contradiccio-
nes entre el reconocimiento social y los castigos, y el incremento del
individualismo, entre otros, condicionan la propagación de esta situa-
ción (Paura, 1998: 120).
Una de las situaciones más sobrecogedoras de la infancia vulnera-
ble que se observa en las grandes ciudades del país es el fenómeno de
niños, niñas y adolescentes en situación de calle, deambulando y so-
breviviendo, soportando frío, calor, lluvias, noches al desamparo, enfer-
medades. Viven el presente, y la tensión que les crea la búsqueda de
la supervivencia los lleva a no tener proyecciones futuras, sino más
bien a buscar soluciones inmediatas para su alimentación y el cuidado
ante situaciones de peligro.
La mayoría tiene familia y la frecuentan habitualmente, y muchos de
ellos vuelven a sus hogares a dormir. Esto significa que realmente son
muy pocos los que hacen de la calle su hábitat sin ningún contacto con
sus grupos familiares. Estos últimos, en ocasiones migran de una ciu-
dad a otra, escondidos en trenes, acompañados por compañeros de la
misma condición. En su mayoría, provienen de familias muy pobres,
con lazos afectivos muy frágiles, que presentan altos niveles de violen-
cia y baja o nula contención afectiva. En líneas generales, han interrum-
pido la escolaridad.
Estos niños, niñas y adolescentes comparten características de vul-
nerabilización dada la situación de marginación en la que viven. Lo que
NI ÑE Z Y A DO L E S C E N C I A 83

los caracteriza es la exposición al maltrato, a abusos, a la explotación por


parte de los adultos y a la posibilidad de muerte temprana, ya sea por
enfermedades o por la violencia a la que se enfrentan cotidianamente.
La situación de las chicas que deambulan en la calle se encuentra
atravesada además por las construcciones de género presentes en la
sociedad. Esto significa que ellas son vistas en la calle desde su sexua-
lidad, lo que facilita su exposición a la posibilidad de una violación, del
abuso sexual o de prostituirse6 como un medio de subsistencia. Esta
condición las humilla frente a los demás y, como consecuencia, algu-
nas de ellas se muestran y actúan como varones, enfrentando situacio-
nes de peleas y desafíos, de la misma manera o más violentamente
que los niños.
Niñez y adolescencia se encuentran hoy –más que nunca en nues-
tro país– atravesadas por la violencia, como producto de la complejidad
de las relaciones dentro de las instituciones sociales (familia, escuela,
grupos de pertenencia, policía) que la permiten, la generan o la recrean.
El Informe sobre la Salud en las Américas de la Organización Pana-
mericana de la Salud (OPS), del año 1998, pone especial énfasis en es-
te tema, señalando elevadas tasas de mortalidad en varones de 10 a 18
años debido a homicidios y actos de violencia, mientras es seis veces
menor la incidencia en el caso de las mujeres dentro de la misma fran -
ja etaria.
Si bien en ocasiones se recurre al simplismo de relacionar violencia
con pobreza, las investigaciones de la CEPAL7 indican que “las mayores
expresiones de violencia no se concentran en las zonas más pobres, si-
no en aquellos contextos donde se combinan perversamente diversas
condiciones económicas, políticas y sociales” (CEPAL, 2000: 182).
De hecho, el incremento de violencia que se observa en las escuelas
sólo es explicable desde el análisis de fenómenos complejos, que devie-
nen al menos de tres dimensiones: a) la realidad social que traspasó las
paredes de la escuela estallando dentro de sus aulas, a partir de los di-
versos tipos y niveles de conflictos sociales: económicos, políticos, fa-
miliares, laborales y de convivencia cotidiana; b) la vida dentro de la ins-
titución educativa, atravesada por la violencia sistémica que aporta el
sistema educativo y que emerge de prácticas y procedimientos que em-

.......................

6
Al respecto, Eva Giberti (2001) señala que “si bien los varones en situaciones
de mendicidad pueden ser víctimas de contagios de VIH y otras enfermedades de
transmisión sexual, son las niñas y las adolescentes en estas situaciones las que co-
rren mayores riesgos, a una edad más joven”.
7
La CEPAL es la Comisión Económica para América latina y el Caribe, organis-
mo dependiente de las Naciones Unidas.
84 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

pobrecen el aprendizaje de los alumnos, dañando a niños, niñas, adoles-


centes y docentes y c) la imposición de una cultura “oficial” que contra-
dice y violenta la cultura de los estudiantes (Méndez, 2001).
La relación entre los jóvenes y las instituciones sociales es ambigua
y contradictoria, ya que pueden observarse discrepancias entre la ne-
cesidad de los adolescentes de afirmar su identidad y los modelos que
la sociedad les ofrece. Las instituciones sociales muchas veces los “in-
visibilizan” o los registran como peligrosos y ejercen violencia sobre
ellos, la que abarca desde la carencia de políticas que les brinden igual-
dad de oportunidades, hasta discriminaciones, violaciones y, en casos
más graves, la pérdida de la vida.
Este conjunto de factores vulnerabiliza a la población adolescente,
pues la pertenencia a un grupo social se ve dificultada. Esto puede con-
ducir al desarrollo de situaciones objetivas y subjetivas de exclusión y
desamparo, que llevan al adolescente a movilizar un caudal de agresión
hacia sí mismo o a traducir su inconformismo en violencia hacia los
otros (Méndez, 1993).
Las barras o patotas violentas, comunes en los sectores margina-
dos, son espacios en los cuales niños y adolescentes encuentran una
pertenencia bajo la replicación de los modelos culturales de domina-
ción y sometimiento que prevalecen en la sociedad. En estos grupos,
los adolescentes reproducen las prácticas autoritarias sobre otros ado-
lescentes o sobre la población en general.
A través de conductas violentas, sólo subsisten aquellos que pueden
ser agresivos (o por lo menos aparentarlo), cuyos procesos de socializa-
ción fueron realizados marcadamente dentro del modelo hegemónico
de la masculinidad. Durante estos procesos, la cultura les impone a los
varones patrones de competencia y de negación de sentimientos.
Vivir a diario situaciones violentas es fuente de tensiones verdade-
ramente intolerables; así aparecen formas de evasión mediante el alco-
hol y la droga. Los jóvenes comienzan con cerveza y pegamento, con-
tinúan con marihuana y llegan, en algunos casos, a drogas “más
pesadas”. Los niveles de agresión se acrecientan y conducen a niveles
delictivos en los que es común el uso de armas.
Estos modelos de dominación y sometimiento, que la cultura pa-
triarcal asigna a las relaciones de género, originan en las relaciones
amorosas de los y las adolescentes episodios de violencia de variadas
modalidades psicológicas, físicas y sexuales, en los que aparecen
comportamientos autoritarios de parte de los varones sobre las muje-
res y que constituyen el germen de futuros modelos de convivencia
violenta para la adultez. A menudo, los adolescentes maltratadores y
las adolescentes maltratadas provienen de familias en las que prima-
ron estas conductas violentas (donde ellos mismos fueron víctimas o
testigos durante la infancia).
NI ÑE Z Y A DO L E S C E N C I A 85

Los niños y adolescentes en conflicto con la ley en su mayor parte


poseen bajos niveles de integración social y educativa, ya sea porque
han abandonado la escuela o porque han pasado por ella con bajo ren-
dimiento. En general pertenecen a familias con alto grado de vulnerabi-
lización y presentan escasa integración con la comunidad en la que re-
siden. De esto se deduce que las familias, la escuela y la comunidad
no les han podido brindar marcos protectores, acarreando el conse-
cuente desdibujamiento de los límites entre lo legal y lo ilegal.
Un tema central de esta problemática es la relación que este grupo
establece con la policía, la cual no es vista por ellos como parte del Es-
tado sino como una amenaza constante, especialmente en los secto-
res pobres, debido al fenómeno de “criminalización de la pobreza” que
impera en la sociedad. En este contexto, la policía es el contrincante
principal frente a quien temen perder, entre otras cosas, la propia vida,
ya sea por los enfrentamientos violentos, ya sea porque, al ser deteni-
dos, pueden sufrir apremios ilegales en comisarías, tal como lo de-
muestran las numerosas denuncias en los juzgados.
En nuestro país, algunos sectores insisten en la penalización de ni-
ños y adolescentes, en perfeccionar los sistemas represivos y en bajar
la edad de la imputabilidad. En la Argentina, las leyes que están vigen -
tes para el tratamiento de niños, niñas y adolescentes en comisión de
delito son: a) la Ley Nº 10.903, sancionada en 1919, que siempre cons-
tituyó una herramienta para la internación de personas menores y para
criminalizar la pobreza y b) las leyes de regulación de penas: Ley Nº
22.278 y Ley Nº 22.803, dictadas durante la dictadura militar (1976-
1983), las que otorgan al juez la facultad de resolver la internación de
personas menores de 16 años sin llevar a cabo juicio alguno e, indistin-
tamente, de que los niños o jóvenes hayan sido víctimas de un delito o
presuntamente lo hayan cometido.
De esta manera, queda en manos de los jueces la facultad de deci-
dir, según su entender, cuáles niños, niñas o adolescentes son entrega-
dos a sus familias y cuáles son institucionalizados. Esta situación deja a
las personas menores, en primer lugar, con menores garantías que a los
adultos en cuanto a un juicio justo, en segundo lugar, marca una división
entre infancias y adolescencias pobres y no pobres, dado que a aquellos
que pertenecen a los sectores medios y altos y que presumiblemente
cometieron un delito se los considera, en su mayoría, en condiciones de
regresar a sus familias para su reeducación (Zaffaroni, 2003: 90-91).

Consideraciones finales

En este capítulo hemos recorrido la consideraciones de la infancia y de


la adolescencia a través de los siglos, señalando que dichas categorías
86 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

fueron atravesadas por brechas de género y generación que la cultura


impuso en distintos momentos, provocando desigualdades significati-
vas en el seno de la familia y de la sociedad.
La Convención sobre los Derechos del Niño fue aprobada un siglo
después por la Asamblea General de las Naciones Unidas y, a pesar de
ello, países como el nuestro mantienen contradicciones significativas
respecto de su aplicación. El cambio de paradigma en la concepción de
la infancia y la adolescencia que produjo la Convención sobre los De-
rechos del Niño todavía no se ha concretado completamente, mientras
que, en muchos casos, sólo ha tenido un impacto más declamatorio que
de aplicación sustantiva, tanto en los ámbitos privados como públicos.
Se puede señalar, entonces, que en el país aún existen brechas impor-
tantes en el logro de un tratamiento igualitario de niños, niñas y adoles-
centes, tanto en los ámbitos privados como en los públicos.
Esta situación coloca a la infancia y a la adolescencia en un espacio
atravesado por contradicciones. Así, un número importante de niños,
niñas y adolescentes carecen de la contención necesaria para su creci-
miento y desarrollo en la adquisición de una ciudadanía plena. Esta si-
tuación conduce a niños, niñas y adolescentes a estar expuestos a las
condiciones referidas en este capítulo.
Finalmente, es importante mencionar que la concepción de las rela-
ciones familiares que sustentamos tiene como base el cuidado de las
nuevas generaciones, desde la a igualdad de oportunidades, tanto de
género como de generaciones, por parte de la familia y de las organiza-
ciones de la sociedad encargadas de su bienestar. Para que esto pueda
materializarse, el Estado deberá propender a la instauración de políticas
públicas, con el debido cumplimiento de las Convenciones internacio-
nales, que respalden acciones propicias para acompañar la tarea socia-
lizadora de la infancia y de la adolescencia. Esto implica, sustancialmen-
te, considerar tanto a los grupos familiares como a las organizaciones
sociales como sistemas abiertos en constante interacción, con redes
más amplias que permitan construir identidades más complejas, a tra-
vés de las cuales se puedan asumir compromisos de solidaridad y afec-
tividad más amplios hacia el conjunto social.
La acción colectiva para el replanteo de los temas que hemos trata-
do permite no sólo romper la fragmentación social que conduce al ais-
lamiento, sino también forjar identidades de mujeres y varones más po-
tentes y generadoras de acciones éticas, creativas y solidarias, que se
amalgamen en la identidad de los niños, niñas y adolescentes para que,
desde allí, se puedan producir procesos democratizadores que transfor-
men las relaciones familiares y sociales.
N IÑ EZ Y A DO L E S C E N C I A 87

Bibliografía

Altschul, Marcela y Durandeu, María Laura (2002), “Informe sobre infan-


cia y adolescencia”, Buenos Aires, mimeo.
Ariès, Philippe (1987), El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen,
Madrid, Taurus.
Ariès, Philippe (1962), Centuries of childhood, Harmondsworth, Middle-
sex, England, Pinguin Books Ltd.
CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales), (2001), “Derechos de los
niños: en busca de una legislación adecuada”, en Memoria, Capítulo
VII, Buenos Aires, Argentina.
CEPAL (2000), “Juventud, población y desarrollo en América latina y el
Caribe: problemas, oportunidades y desafíos”, Santiago de Chile.
Cillero Bruñol, Miguel (2003), “Los derechos del niño, de la proclama-
ción a la protección efectiva”, en Faur Eleonor y Lamas Alicia
(comps.), (2003), Derechos universales, realidades particulares, Bue-
nos Aires, UNICEF.
Cunningham, Hugh (1997), Storia dell’infanzia, Il Mulino, XVI-XX Scco-
lo, Bolonia.
Feijoo, María del Carmen (2002), Equidad social y educación en los no -
venta, Buenos Aires, IIPE-UNESCO.
Jelin, Elizabeth (1999), “Notas para un debate: ¿de qué hablamos cuan-
do hablamos de familia?”, “Vínculos familiares y redes sociales”, en
UNICEF (1999), La inclusión del niño y la familia en las relaciones so -
ciales e institucionales desde la perspectiva de sus derechos, Bue-
nos Aires.
Jelin, Elizabeth y Paz, Gustavo (1991), Familia/género en América lati -
na: cuestiones históricas y contemporáneas, Buenos Aires, Docu-
mento CEDES/68.
Feldman Silvio (1997), “Los niños que trabajan en la Argentina”, en Feld-
man S. y García Méndez, Emilio, Los niños que trabajan, Buenos Ai-
res, Cuadernos del UNICEF Nº 1.
Gallart, M. A., Jacinto, C. y Suárez, A. (1996), “Adolescencia, pobreza y
formación para el trabajo”, en Konterllnik, I. y Jacinto, C., Adolescen -
cia, pobreza, educación y trabajo, Buenos Aires, Losada-UNICEF.
García Méndez, Emilio (1998), “Infancia, ley y democracia: una cuestión
de justicia”, en García Méndez, E. y Bellof, M., Infancia, ley y demo -
cracia en América latina, Bogota-Buenos Aires, TEMIS/Depalma.
Giberti, Eva (2001), “La niña: para una gnoseología de la discriminación
inicial”, trabajo presentado en la Conferencia Interuniversitaria del
Mercosur contra toda forma de discriminación, xenofobia, racismo y
formas conexas de intolerancia, Buenos Aires, INADI.
88 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

Golbert, Laura y Kessler, Gabriel (2000), “Cohesión social y violencia ur-


bana: un estudio exploratorio sobre la Argentina a fines de los noven-
ta”, mimeo.
Grimberg, Mabel (2003), “Sexualidad, cuidado sexual y VIH-sida. Pro-
blemáticas de prevención en jóvenes de sectores populares del sur
de CABA y Avellaneda”, citado en Bianco, Mabel y Correa, Cristina
(2003), La adolescencia en la Argentina: sexualidad y pobreza, Bue-
nos Aires, FEIM.
INDEC-UNICEF (2003), Situación de los niños y adolescentes en la Ar -
gentina 1990/2001, Buenos Aires.
Kessler, Gabriel (2002), La experiencia escolar fragmentada. Estudian -
tes y docentes en la escuela media en Buenos Aires, Buenos Aires,
IIPE-UNESCO.
Llobet, Valeria (2002), “Promoción de resiliencia con chicos de la calle
en instituciones”, en X Anuario de Investigaciones, Buenos Aires, Fa-
cultad de Psicología, UBA.
Llobet, Valeria (2003), “Las instituciones para niñas y niños en situación
de calle y la promoción de ciudadanía”, ponencia presentada en las
9nas. Jornadas de investigación en Psicología, Buenos Aires, Facultad
de Psicología, UBA.
McConville, Brigid (1992), “Working children”, Londres, publicado por
Children in conflict, Macdonald Book, Donna Bailey edit.
Méndez, Susana (1987), “Secuelas de la represión y la tortura en la po-
blación adolescente”, ponencia presentada en las II Jornadas Marpla-
tenses de Salud Mental, Mar del Plata.
Méndez, Susana (1993), “El adolescente y su medio social”, ponencia
presentada en XII Jornadas de Adolescencia de la Fundación Argen-
tina de Adolescencia, Buenos Aires.
Méndez, Susana (2001), “La escuela en el ojo de la tormenta”, en Re -
vista Educación: una propuesta Nº 2, Argentina.
Moro, Javier (2003), Informe sobre niñez y adolescencia, Buenos Aires,
mimeo.
Nadorowski, Mariano (1999), Después de clase. Desencantos y desa -
fíos de la escuela actual, Buenos Aires, Novedades educativas.
Nadorowski, Mariano (1994), Infancia y poder. La conformación de la
pedagogía contemporánea, Buenos Aires, Aique.
Nirenberg, Olga y Vuegen, Silvia (2002), “La salud de los adolescentes
y jóvenes: situación y perspectivas”, en Taber, Beatriz (coord. gene-
ral), (2002), Proponer y dialogar: temas jóvenes para la reflexión y el
debate, Buenos Aires, UNICEF.
Paura, Vilma (1998), “Trabajo en negro y drogas: dándole la palabra a los
jóvenes”, en Sidicaro, Ricardo y Tenti Fanfani, Emilio, La Argentina de
los jóvenes: entre la indiferencia y la indignación, Buenos Aires, UNI-
CEF-Losada.
N IÑ EZ Y A DO L E S C E N C I A 89

Zaffaroni, Raúl (2003), “Infancia y poder punitivo”, en Faur, Eleonor y La-


mas, Alicia (comps.), Derechos universales, realidades particulares,
Buenos Aires, UNICEF.
4. Masculinidades y familias
Eleonor Faur

Una introducción

El chofer del taxi hizo mínimos gestos que indicaron que registró la di-
rección solicitada y continuó manteniendo una conversación disimula-
da por un imperceptible aparato de telefonía celular ajustado en su ore-
ja. A los pocos minutos, se despidió de su interlocutora con palabras
amorosas y, con cierta gentileza me saludó, disculpándose, y comenzó
a desahogar su angustiado relato.
Comentó que estaba hablando con su esposa, la madre de su hija de
cinco años. La niña acababa de tener un accidente y se encontraba hos-
pitalizada, esperando una próxima intervención quirúrgica de su cadera
y su columna vertebral. Decía el hombre que el accidente se produjo por
la caída de la niña desde la terraza. En medio del relato, abundante en
invocaciones religiosas, el taxista intercaló una serie de informaciones
desordenadas. Contó cómo consiguió que un comerciante mayorista
del Once, de nombre Simón, le regalara una muñeca que la niña quería
(“esa muñeca nueva, que vale más de cien pesos y habla... hace de to-
do”) con sólo contarle la historia de la niña y su desesperación por no
llegar a disponer del dinero que la operación requería.
Seguí atentamente su relato, apuntalándolo cada tanto con exclama-
ciones del tipo “pobrecita”, “todo saldrá bien” y otras similares que sa-
len casi sin el filtro del pensamiento al escuchar la angustia de un pa-
dre luchando por su hija. A su vez, el buen hombre contó que llevaba
30 horas encima del coche, prácticamente sin descansar (lo que gene-
ró pánico en la pasajera, que imaginó el estado de los reflejos de un
hombre angustiado y sin dormir). Esta maratón productiva se debía a
su necesidad de juntar el dinero para la operación y para solventar el
costo de la prótesis que la niña necesitaba en su cadera. Ya había jun-
tado bastante, no sólo trabajando, sino también vendiendo su radio y
mediante préstamos que los amigos le facilitaron, pero aún le faltaban
casi doscientos pesos.
Entre el cúmulo de anécdotas, el taxista incluyó meticulosamente el
listado completo, y con registro horario, de los cafés y los mates con
aspirinas que ingirió para despertarse, así como los gestos solidarios
que encontró en sus amigos. Entre estos últimos, contó una escena
92 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

única en la que él se presentó en la casa de un amigo a las seis y me-


dia de la mañana para higienizarse. Este retrato incluía que el amigo le
ofreció un baño “de bañera” y le cebó unos mates sentado en el ino-
doro mientras conversaban –ambos desnudos– y la esposa del amigo
le planchaba su remera en el cuarto contiguo.
Al hombre se lo veía auténticamente conmovido a través de su expe-
riencia límite de paternidad y mi (¿femenina?) alma continente se dejaba
estremecer por los cuentos y comenzaba a imaginar una estrategia de
donaciones en favor de la niña. Todo ello mientras un costado de mi men-
te divagaba sobre el enorme esfuerzo que traía aparejada la responsabi-
lidad del hombre proveedor, sobre la increíble conmoción que estarían
atravesando familiarmente y sobre la suerte que tenía esa niñita de con-
tar con un papá que tanto la quería y que tanto “se sacrificaba por ella”.
Antes de que alcanzara a proponerle la “vaquita solidaria”, me mos -
tró una férula en su mano izquierda y anotó: “mire lo mal que estaré
que ayer salí del hospital y le pegué tres piñas a un poste hasta que me
lastimé el brazo… de la bronca”.
Quedé paralizada ante el arrebato irracional, pero el señor, incólume,
continuó su confesión: “… y no sabe cómo está la madre… Pobre, ellas
sí que sufren estas cosas. Nosotros podemos preocuparnos pero una
verdadera madre se desespera… imagínese que ayer estaba tan histé-
rica que tuve que darle dos sopapos para que reaccionara”.
Ahora sí, se me cortó la respiración. Procuré abstenerme de hacer
comentarios, pero no lo logré. Con suavidad, ahora orienté el “pobreci-
ta” a su esposa, en plan de mostrar la situación de una madre angustia-
da que –para colmo de males– se ve sometida a un episodio de violen-
cia conyugal. Luego de hacerle una mínima observación de principios,
arribé al destino. Mis antiguos planes de solidaridad se vieron reduci-
dos al hecho de ahorrarle una discusión adicional y pagarle el doble de
lo que marcaba el reloj.
Continué mi ruta según mis apurados planes, ahora con una nueva
certeza en mente: los estilos de masculinidad distan de ser puros o uni-
laterales. Conviven en los hombres zonas de amor y zonas de violen-
cia, expresiones de autoridad y rasgos de cuidado en variadas dosis.
Pensar a los varones en esquemas polares o dicotómicos no puede lle-
varnos muy lejos en la reflexión sobre las masculinidades tradicional-
mente hegemónicas o sus contestaciones contemporáneas (extendi-
damente conocidas como “nuevas masculinidades”).
En las páginas que siguen, nos proponemos presentar, muy sintéti-
camente, una aproximación conceptual para abordar el estudio de las
masculinidades. Con ello, procuramos ofrecer algunas dimensiones de
análisis para observar a los hombres dentro de sus familias y conjetu-
rar acerca de la validez que tiene en la actualidad la referencia a la lla-
mada “nueva masculinidad”.
M AS C U L I N I DA D ES Y FA M I L I AS 93

Masculinidades: elementos para


su conceptualización

¿Es la masculinidad una condición biológica, un modo de ser, un con-


junto de atributos, un mandato o una posición? David Gilmore conside-
ra que es una construcción que parte de un ideal representado en la
cultura colectiva (Gilmore, 1994). Diversos autores coinciden en seña-
lar que esta representación varía de una cultura a otra e, incluso, den-
tro de una misma cultura, en diferentes tiempos históricos, pertenen-
cia étnica, clase social, religión y edad (entre ellos: Connell, 1995;
Kimmel, 1997; Viveros, 2001; Olavarría, 2001).
No sólo varía la masculinidad, sino también la forma de pensar en
ella. Clatterbaugh (1997) ha distinguido ocho perspectivas de análisis
sobre las identidades masculinas. Todas ellas pretenden no sólo enten-
der la masculinidad y las relaciones sociales entre hombres y mujeres,
sino también contribuir a la transformación –o a la conservación– de las
mismas. Entre las que reconocen la existencia de jerarquías entre los
géneros y/o hacia el interior del género masculino, se encuentran las
perspectivas socialistas (Tolson, 1977; Connell, 1987 y 1995; Seidler,
1991) que consideran que la llamada “dominación patriarcal” forma par-
te de la lógica de jerarquización entre los seres humanos, que también
tiene expresión en el sistema de clases sociales, así como aquellos au-
tores profeministas liberales (Kaufman, 1989; Kimmel, 1992), que seña-
lan que la masculinidad ha sido una fuente de privilegios para los varo-
nes y apuestan por su transformación. Asimismo, se pueden señalar
perspectivas provenientes de la investigación sobre grupos específi-
cos, las que reflejan la discriminación que atraviesan algunos varones,
particularmente gays (Altman, 1972; Ellis, 1982, Thompson, 1987, cita-
dos en Clatterbaugh, 1997) y afroamericanos (Gibbs, 1988; Majors y
Billson, 1992, citados en Clatterbaugh, 1990).
Entre los enfoques que no incorporan una mirada crítica sobre las re-
laciones sociales de género, se incluyen desde la desarrollada por el
“movimiento mitopoético”, que busca un resurgimiento de la “masculi-
nidad profunda” y se encuentra fuertemente inmersa en una lógica
esencialista (Bly, 1990; Keen, 1991; Kreimer, 1991), hasta las perspec-
tivas claramente antifeministas, que se sostienen por defender los
“Derechos del Hombre”, negando la existencia de privilegios en favor
de los hombres y criticando la ampliación de derechos de las mujeres
(Kimbrell, 1995; Haddad, 1993; Hayward, 1993). También en este cam-
po, se ubican las perspectivas “conservadoras”, para las cuales sería no
sólo natural sino también saludable mantener la dominación de los
hombres en la esfera pública, ejerciendo su función de provisión y pro-
tección, y la de las mujeres en la esfera privada, actuando como cuida-
doras de los otros miembros de la familia.
94 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

De estos varios autores, nos interesa recuperar la definición de Ro-


bert Connell quien va más allá de la definición inicial de Gilmore, al ob-
servar la construcción social de identidades masculinas en un marco de
relaciones sociales de género. Según este autor, las masculinidades
responderían a configuraciones de una práctica de género, lo que im-
plica, al mismo tiempo: a) la adscripción a una posición dentro de las
relaciones sociales de género, b) las prácticas por las cuales hombres
y mujeres asumen esa posición y c) los efectos de estas prácticas en
la personalidad, en la experiencia corporal y en la cultura. Todo ello se
produce a través de relaciones de poder, relaciones de producción y
vínculos emocionales y sexuales, tres pilares presentes en distintas es-
feras de la vida social (familiar, laboral, política, educativa, etc.) y que re-
sultan de gran fertilidad para el análisis de la construcción social de las
identidades de género (Connell,1995).
Partimos, entonces, de pensar la identidad masculina como una
construcción cultural que se reproduce socialmente y, por ello, que
no puede definirse fuera del contexto en el cual se inscribe. Esa cons-
trucción se desarrolla a lo largo de toda la vida, con la intervención de
distintas instituciones (la familia, la escuela, el Estado, la Iglesia, etc.)
que moldean modos de habitar el cuerpo, de sentir, de pensar y de
actuar el género. Pero, a la vez, establecen posiciones institucionales
signadas por la pertenencia de género. Esto equivale a decir que exis-
te un lugar privilegiado, una posición valorada positivamente –jerar-
quizada– para estas identidades dentro del sistema de relaciones so-
ciales de género.
Diversas investigaciones sobre la construcción social de la masculi-
nidad plantean la existencia de un modelo hegemónico1 que hace par-
te de las representaciones subjetivas tanto de hombres como de mu-
jeres, y que se convierte en un elemento fuertemente orientador de las
identidades individuales y colectivas. Este modelo hegemónico opera
al mismo tiempo en dos niveles: en el nivel subjetivo, plasmándose en
proyectos identitarios, a manera de actitudes, comportamientos y rela-
ciones interpersonales, y a nivel social, afectando la manera en que se
distribuirán –en función del género– los trabajos y los recursos de los
que dispone una sociedad.

.......................

1
La noción gramsciana de “hegemonía” aplicada al estudio sobre masculinida-
des fue desarrollada en 1985 por Connell y otros (citado en Connell, 1987). Con ello
se señala un esquema que, aun tomando un lugar privilegiado en la sociedad, se en-
cuentra en permanente estado de cuestionamiento. En la propia definición radica el
dinamismo de esta categoría.
M AS C U L I N I DA D ES Y FA M I L I A S 95

Entre los atributos de la masculinidad hegemónica contemporá-


nea, estudios realizados en distintos países latinoamericanos coinci-
den en resaltar componentes de productividad, iniciativa, heterose-
xualidad, asunción de riesgos, capacidad para tomar decisiones,
autonomía, racionalidad, disposición de mando y solapamiento de
emociones –al menos, frente a otros hombres y en el mundo de lo
público– (Viveros, 2001; Valdés y Olavarría, 1998; Ramírez, 1993, y
otros).
A partir de esta noción, los estudios sobre masculinidades surgi-
dos en las últimas décadas abundan en referencias a los “mandatos”
que los hombres reciben de su entorno, y esto está también presen-
te en nuestros trabajos empíricos. A través de talleres y entrevistas
realizadas en Colombia, los hombres, independientemente de su
edad o inserción social, mostraban haber recibido durante su infancia
la prescripción de actuar conforme con ciertas reglas explícitas o im-
plícitas respecto a prácticas típicamente masculinas, entrenar su
fuerza física y ponerla a prueba a través de peleas en las escuelas, no
ser vagos (en sus versiones de ser buenos estudiantes o de dedicar-
se al trabajo), no llorar, no jugar con muñecas, no vestirse con ropa
“femenina”, etc. (Faur, 2003).
Partiendo de esta constatación, muchos de los discursos sobre
masculinidades oscilan entre miradas acerca de los guiones de géne-
ro como monolíticos, o con escasos puntos de fuga, y las propuestas
de transformación de identidades como proyectos para los que basta-
ría con la voluntad individual y la resistencia al modelo “impuesto”. Y
así, tanto dentro de los análisis que sientan su mirada en la construc-
ción de subjetividades como en aquellos que analizan las posiciones
de hombres y mujeres en el nivel macro-social, la referencia a las iden-
tidades como “construcciones” zigzaguea entre nociones de libertad
e ideas de coerción social. Pero hay aquí una mayor complejidad, pues-
to que las identidades no responden meramente a elecciones perso-
nales ni exclusivamente a formatos construidos en el orden social.
Por otra parte, no todos los hombres viven ni valoran del mismo
modo los esquemas de masculinidad hegemónica. Pero todos los co-
nocen. Todos han sido, de uno u otro modo, socializados dentro de
este paradigma. Y las mujeres también los conocen. Y muchas espe-
ran que los hombres realmente se comporten siguiendo este mode-
lo, crían a sus hijos varones de acuerdo con este esquema y critican
a sus compañeros si no alcanzan a cumplir con lo que se espera de
ellos. En una palabra: hombres y mujeres participan en la construc-
ción de la masculinidad como una posición privilegiada. Ellos y ellas
colaboran en la creación de esta sensación generalizada que Josep-
Vicent Marqués sintetiza del siguiente modo: “ser varón es ser impor-
tante” (1997: 21).
96 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

Características de la masculinidad

La definición de masculinidad a la que adscribimos permite enfatizar


sobre algunas características, que hacen a la construcción de identida-
des de género y que pueden ser útiles para pensar los vaivenes que se
observan en los vínculos familiares.
En primer lugar, se debe subrayar que la masculinidad no está dada,
como un traje ya confeccionado que los sujetos machos de la especie
humana vestirán, sino que se construye, se aprende y se practica en el
devenir cultural, histórico y social. Desde este punto de vista, se en-
cuentra vinculada al terreno de la acción y del movimiento, y no al es-
cenario de lo estático y lo predeterminado.2 Esta postura nos aleja de
las corrientes esencialistas para ubicarnos entre aquellas teorías que
consideran a la masculinidad como parte de relaciones social e históri-
camente construidas y admiten su capacidad de transformación.
En segundo lugar, es importante enfatizar que la masculinidad se
produce, afirma y transforma dentro de un marco de relaciones socia -
les. La identidad masculina no se construye a sí misma sino como par-
te de una relación “masculino-femenino”. Los hombres construyen su
identidad masculina en dependencia de estos esquemas de oposición
y en referencia respecto de lo que es la no-feminidad. De tal modo, ser
un “verdadero hombre” es no ser mujer ni femenino (Badinter, 1993;
Kimmel, 1997).
Ahora bien, en esta relación “masculino-femenino”, se encuentra
una serie de falacias o preconceptos. Por un lado, esta dicotomía sue-
le asociarse a dos polos de características opuestas. Así, por ejemplo,
puede observarse que mientras las representaciones acerca de lo mas-
culino se relacionan con lo racional, fuerte, activo, productivo, valiente,
responsable y conquistador (de territorios y de parejas ocasionales), lo
femenino suele corresponderse con lo emotivo, débil, pasivo, asustadi -
zo y dependiente. Por otro lado, este sistema de oposiciones binarias
presenta una doble particularidad: no sólo se considera que las carac-
terísticas más valoradas en el mundo occidental moderno coinciden
con lo socialmente atribuido a lo masculino, sino que además se sue-
len crear estereotipos al considerar que hombres y mujeres efectiva-
mente son así y no admiten rasgos del otro polo dentro de sí.
La tercera característica que queremos destacar es la importante
heterogeneidad que existe dentro de las prácticas y posiciones en las

.......................

2
Al igual que la máxima acuñada por Simone de Beauvoir en 1946 y recuperada
en buena parte de los estudios feministas, donde se sostenía que: “no se nace mu-
jer, se llega a serlo”.
M AS C U L I N I DA DE S Y FA M I L I AS 97

que los hombres participan. En efecto, la masculinidad no es una sola,


sino que se crean y recrean distintos tipos de masculinidades en fun-
ción de características personales y también de los espacios que los
hombres ocupan en su entorno social, económico y político. Hay mas-
culinidades más y menos duras, más y menos competitivas, hay for-
mas identitarias más tiernas y suaves o más violentas, hay hombres
productivos o estudiosos y otros más perezosos, existen los que hacen
de la seducción una estrategia continua y los que optan por la fidelidad
de por vida. Obviamente, los hombres singulares también difieren en
rasgos de personalidad y gustos, ya sea que consideremos que los
mismos vienen conferidos por los genes, los patrones de crianza o por
el signo del zodíaco bajo el cual nacieron. Así, el “tipo puro” de mascu-
linidad hegemónica prácticamente no se presenta en los sujetos de
carne y hueso, sino que existe una multiplicidad de rasgos que caben
dentro de definiciones empíricas de masculinidad.
Vale decir que no hay una única manera de ser hombre, pero esta
certeza va más allá de la constatación de que los hombres difieren por
sus características singulares. Ellos participan de un abanico de alterna-
tivas identitarias superpuestas que, además del género, incluyen la cla-
se social, la edad, la etnia, la inserción socio-ocupacional y la opción se-
xual. Todas estas alternativas, de algún modo, afectan sus modos de
“ser hombres” en un mundo estructurado en torno a más de una vía
de dotación de privilegios.
Sin embargo, consideramos que participar en un modelo de mascu-
linidad (y no en otro) no siempre constituye una elección que cada quien
puede hacer y sostener por el solo hecho de desearlo. Así, aunque no
desarrollaremos este punto en profundidad, pensamos que las prácticas
y posiciones de la masculinidad se conforman a su vez mediante un con-
junto de instituciones, entre las que participan tanto la educación, las fa-
milias y las iglesias como el mercado y las políticas públicas.
Desde este punto de vista, si bien se puede identificar un tipo de
masculinidad hegemónico, éste no necesariamente corresponde con el
mayor número de hombres que viven en una sociedad. En el contexto
de América latina, más allá de diferencias entre distintos colectivos, es-
ta hegemonía se asociaría con un hombre blanco, de edad mediana,
heterosexual, padre de familia y con altos niveles de ingreso. Pero tam-
bién existen –de acuerdo con la categorización de Connell (1995)– mas-
culinidades subordinadas o marginales al modelo hegemónico y otras
que, aunque no alcancen los privilegios de la masculinidad hegemóni-
ca son, de algún modo, “cómplices” de ésta. ¿Por qué cómplices? Por-
que su condición de género les otorga lo que este autor denomina un
“dividendo patriarcal”. Es decir que más allá de que sean pocos los
hombres que participan en las posiciones más jerarquizadas del mun-
do público, el hecho de ser hombre suele facilitar el acceso a algunos
98 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

beneficios (personales e institucionales) frente a las mujeres de sus


mismos entornos.3
No obstante el heterogéneo universo de masculinidades existentes,
puede establecerse como cuarta característica que las representacio-
nes de la masculinidad, pero más aún su institucionalización en la vida
social, hacen que la masculinidad se ubique en un lugar de privilegio
respecto de la feminidad. Así, las identidades de género participan de
relaciones signadas jerárquicamente y, es a partir de ello, que Connell
señala que la masculinidad no es sólo una práctica sino también una
posición dentro del sistema de relaciones de género (Connell, 1995).
Esto significa que la masculinidad se produce dentro de un territorio
de relaciones sociales de género, pero que también representa un lu-
gar altamente valorado dentro de estas relaciones. Y todo ello no sólo
configura definiciones acerca de los territorios y fronteras permitidas
para hombres y mujeres sino que, al mismo tiempo, filtra nuestra ex-
periencia subjetiva, corporal y social y “naturaliza” las jerarquías cultu-
ralmente producidas. Por ello, P. Bourdieu (1998) sostiene que los hilos
de lo que él denomina “la dominación masculina” se inscriben en dis-
posiciones inconscientes de hombres y mujeres, que en su accionar
cotidiano recrean –casi siempre sin saberlo– las estructuras (institucio-
nales y económicas) y las representaciones (simbólicas) de la domina-
ción. Así, opera en el sistema de género una estructura de poder que
no siempre se impone mediante el uso de la fuerza física, sino que en
la mayor parte de los casos es sutil y se transmite mediante diversos
dispositivos ideológicos. Su mayor éxito consiste en estar tan naturali-
zada que, frecuentemente, resulta absurda o exagerada en el orden del
discurso, no sólo para buena parte de los hombres sino también para
muchas mujeres.

Dolores y delicias en las identidades masculinas

El surgimiento de los estudios sobre masculinidades –que aparece co-


mo un eco a partir de la proliferación del movimiento feminista– trae a
la agenda académica un conjunto de temas que impiden conformarse

.......................

3
Al sostener que en los mismos contextos hombres y mujeres suelen tener dis-
tintos grados de acceso a los recursos, no se está señalando que no haya varones
excluidos de múltiples recursos y beneficios de la sociedad, sino simplemente que
en estos casos se están articulando las dimensiones de clase y género. Vale decir
que aquellos hombres excluidos no lo son por ser hombres, sino por su pertenen-
cia étnica o de clase.
M AS C U L I N I DA D ES Y FA M I L I A S 99

con la visión simplista sobre el modo de vivir los privilegios por parte
de los hombres. Trabajos como los de Michael Kaufman en Canadá o
Benno De Keijzer en México llegan a cuestionar el mundo de poder y
privilegio de los hombres como un mundo intrínsecamente relacionado
con el dolor. Kaufman (1997: 64) señala que “la combinación de poder
y dolor es la historia secreta de la vida de los hombres”. Desde un en-
foque declaradamente profeminista, el autor señala que el precio que
pagan los hombres para asumir una posición de poder social es la su-
presión de toda una gama de reconocimiento y expresión de emocio-
nes. Por otra parte, el modelo del varón y de su construcción de la mas-
culinidad en torno a la consigna del “tener que ser importante” trae
sentimientos de angustia y continuo riesgo de impugnación de su au-
toestima (Marqués, 1997).
De tal modo, comienza a circular la interesante idea de que los privi-
legios masculinos revisten una paradoja intrínseca, pues los hombres,
exigidos a crecer y a mostrarse frente a otros como seres protectores,
proveedores y poderosos (como seres prácticamente invulnerables), se
sumergen en una suerte de blindaje emocional, de repliegue de un uni-
verso de sensaciones y se exponen continuamente a situaciones de
riesgo que con frecuencia los ubican frente a escenas de violencia y de
dolor (Kaufman, 1987).
Lo señalado hasta aquí nos lleva a preguntarnos: ¿cuáles son los
efectos de las masculinidades dominantes en las vidas de hombres y
mujeres? Pensar que los privilegios masculinos se condicen a todas lu-
ces con padecimientos femeninos sería sin duda inverosímil no sólo pa-
ra muchos hombres sino también para unas cuantas mujeres. Pero, por
otra parte, pensar que la disponibilidad de recursos de poder y autono-
mía relativamente superiores a los de las mujeres conduce a los hom-
bres a una lastimosa situación de responsabilidades extremas y consi-
guiente dolor, que enajena la capacidad de gozar de los beneficios de
esta situación, no sería una hipótesis de mayor credibilidad.
Podemos decir entonces que los hombres transitan un universo po-
blado de “dolores y delicias”.4 Y estos “dolores y delicias” varían en fun-
ción de sus características de personalidad y de la posición que les to-
ca desempeñar en las relaciones sociales del mundo público y del
mundo privado. Así, los privilegios masculinos pueden operar en diver-
sos sentidos tanto para las mujeres como para los mismos hombres.
Ello dependerá, entre otras cosas, del tipo de privilegios que se consi-
deren, de las relaciones que se observen, de las características perso-

.......................

4
Tomado de Caetano Veloso: “Nao me venha falar da malicia de toda mulher, ca-
da um sabe a dor e a delicia de ser o que é”, Dom de iludir.
100 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

nales y sociales de los sujetos analizados y, por supuesto, del contex-


to en el cual se inscriban las relaciones observadas.
Es decir que difícilmente pueda afirmarse que las zonas de privile-
gios –aquello que llamamos delicias– de uno de los géneros sean siem-
pre compartidas por el otro, o siempre contrapuestas a las del otro. A
modo de ejemplo, se puede pensar que la afirmación de la masculini-
dad a través de situaciones de uso de la violencia o de la conquista se-
xual indiscriminada, no suele ser una delicia que pueda compartirse ale-
gre y complementariamente entre ambos géneros. Pero a la vez, el
costado masculino que alimenta el modelo de protección de las muje-
res y los niños y niñas puede resultar una fuente de tranquilidad para
muchas mujeres. A la inversa, la existencia de límites en el crecimien-
to profesional de las mujeres por razones que articulan distintas presio-
nes del mundo privado y la institucionalización de ciertos estilos de li-
derazgo en el mundo público pueden resultar una incomodidad para las
mujeres pero una ventaja para los hombres cuya posición en la estruc-
tura de relaciones sociales les habilita para acceder a los puestos de
mayor remuneración económica y valoración social.
Vale decir que, aun cuando asumamos que las definiciones sobre lo
que se espera de un hombre “masculino” puedan tener altos costos
para los hombres de carne y hueso, consideramos que en nuestra cul-
tura, la organización social de las relaciones de género perpetúa ciertos
privilegios que favorecen a los hombres, jerarquizando los espacios y
actividades relativas a “lo masculino” y vulnerando derechos de las mu-
jeres en función de una lógica de inequidad entre los géneros.
De tal modo, y recuperando la pregunta señalada en párrafos anterio-
res, esta construcción inconsciente, silenciosa, y a veces sutil de privile-
gios masculinos, tiene costos diferenciales para hombres y para mujeres.
Si para los varones implica, en algunos casos, la exposición a situaciones
de dolor y padecimiento físico o emocional (Kaufman, 1987, 1997; De Keij-
zer, 1998b); en lo que respecta a las mujeres, se debe añadir, en el terre-
no personal, un grado de autonomía relativamente menor y un riesgo de
sometimiento que en ocasiones las lleva a sostener parejas con compa-
ñeros golpeadores durante toda la vida y, en el terreno social, una persis-
tente discriminación en sus relaciones sociales, políticas y laborales.
Con este marco conceptual, señalaremos algunos aspectos que
consideramos contribuyen a pensar las prácticas y posiciones de los va-
rones contemporáneos en el contexto de sus familias.

Los hombres en sus familias

Hasta hace poco menos de tres décadas, la mayor parte de los hom-
bres iniciaba su vida familiar con una certeza y también con una exigen-
M AS C U L I N I DA DE S Y FA M I L I AS 101

cia. La certeza era la de constituirse en la autoridad “natural” por el he-


cho de ser “el hombre de la casa”. La exigencia era la de mantener dig-
namente a su esposa, hijos e hijas con los ingresos percibidos exclusi-
vamente por él. Por otra parte, casi todos los hombres podían confiar
en que sus esposas proveerían el cuidado de los miembros de su fami-
lia y de sus casas, motivadas por valores como el amor, la reciprocidad
y la obligación (Folbre, 2001).
Recuperando las tres dimensiones analíticas planteadas de modo di-
verso en distintos estudios feministas y resumidas por Connell (1987,
1995), podemos sostener que el papel y la posición de los varones en
sus familias pueden ser pensados a partir de por lo menos tres tipos
de relaciones que conforman el escenario en el cual se configuran so-
cialmente las identidades masculinas. Nos referimos a:

1. las relaciones de poder: que se practican en los modos de ejercer


autoridad y de definir reglas dentro de un ámbito determinado. Históri-
camente se correspondían con modelos de dominación masculina y su-
bordinación femenina legitimados, incluso, a través de figuras jurídicas
como la “patria potestad” y la “potestad marital”;
2. las relaciones de producción, que hacen a la división del trabajo y
la distribución de los recursos entre los géneros. Se relacionan tanto
con el mundo público como con el privado. En el hogar, incluyen –en
tanto trabajo– las actividades domésticas y de organización cotidiana,
así como la crianza de hijos e hijas;
3. las relaciones de afecto y la sexualidad: constituyen el entramado
de deseos, amores y resquemores en los que participan hombres y
mujeres, así como su forma de expresarlos. También atraviesan el or-
denamiento del deseo sexual en las relaciones entre los géneros.

A través de situaciones en las que cotidianamente se articulan estas di-


mensiones, se van configurando las identidades masculinas (y femeni-
nas), que se ponen en práctica tanto en el espacio familiar como en otras
esferas de la vida social. A la vez, los afectos, el poder y el trabajo se im-
brican entre sí de múltiples maneras. Las dinámicas de autoridad son fil-
tradas por emociones y por afectos. Interjuegan en el mundo laboral y en
la división del trabajo doméstico. También, hay ejercicio de poder en los
vínculos emocionales y en la sexualidad. Y, particularmente en el terreno
familiar, los afectos resultan ser motivadores de la ejecución de una se-
rie de trabajos vinculados con el cuidado de los otros. Vale decir que la
distinción presentada responde a una necesidad analítica pero, en la in-
teracción cotidiana, las relaciones de poder, de trabajo y afectivas se co-
nectan entre sí, admitiendo variadas articulaciones unas con otras.
En el cruce de estas dimensiones analíticas se inscriben las tipolo-
gías sobre familias que aparecen en la literatura contemporánea. Cata-
102 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

lina Wainerman (2003), por ejemplo, ha definido tres modelos familia-


res basados en la distribución del poder entre los miembros de la pare-
ja. Los modelos serían: a) el patriarcal, con un varón proveedor y una
mujer ama de casa, donde se espera que él sea quien disponga de ma-
yor nivel de recursos, tales como la educación, nivel socioeconómico,
ocupación o ingresos, b) el democrático o igualitario, con una pareja
construida a partir del amor y no de la conveniencia, donde potencial-
mente puede existir similitud en los recursos de ambos cónyuges, pe-
ro “diferencias en las habilidades para desempeñar los roles domésti-
cos debido al distinto entrenamiento que reciben ellas y ellos desde la
cuna” (Wainerman, 2003: 86). Finalmente, c) el modelo posmoderno
sería aquel con fuerte valoración de la atracción sexual en la pareja,
“con mujeres que salen a trabajar tengan o no hijos”, que se educan
tanto o más que los varones y que participan en el mundo público. Así,
aparecen en la caracterización de Wainerman, elementos vinculados
con el afecto, la sexualidad y la división sexual del trabajo.5
Por su parte, Benno De Keijzer, centrado en el tema de las “paterni-
dades”, realiza una tipología respecto de las distintas formas en que és-
ta “se ejerce, se impone, se huye o disfruta” (De Keijzer, 1998ª: 306).
El autor remarca la importancia de entender que existen muchos mo-
dos de ejercer la paternidad y que éstos no son estáticos, iguales fren-
te a todos los hijos, ni puros a lo largo de la vida de cada hombre, en
tanto se trata de un campo “especialmente ambivalente y contradicto-
rio”. Su tipología también presenta vínculos entre las relaciones mencio-
nadas más arriba e incluye categorías como la de: a) padre patriarca tra -
dicional, quien se ve a sí mismo como proveedor exclusivo de recursos
económicos, no participa de la crianza de sus hijos y evita mostrar sus
afectos por temor a que ello le reste autoridad, b) padre ausente o fu -
gitivo, que establece lazos muy ocasionales con sus hijos, c) padre neo -
machista, que se diferencia del patriarca tradicional porque admite que
su esposa trabaje fuera de la casa, pero mantiene un encuadre tradicio-
nal acerca de su propia posición de jerarquía dentro de la familia.6 Por
último, De Keijzer encuentra un estilo de paternidad en construcción,
que sería la d) el padre doblante amoroso, que incluye a quienes tienen
acercamientos más afectivos y empáticos con sus hijos e hijas.

.......................

5
Asimismo, es interesante la referencia de Wainerman al tema de la educación
como parte de esta distribución de poder entre mujeres y hombres de una pareja.
6
Según De Keijzer, la versión más progresista de este tipo de padre se corres-
ponde con lo que se ha dado en llamar “machista-leninista”, que combina un discur-
so de género avanzado con una práctica muy rezagada.
M AS C U L I N I DA D ES Y FA M I L I AS 103

Ninguna de estas tipologías cristaliza en modelos rígidos o imper-


meables. Tal vez, lo más frecuente sea encontrar oscilaciones entre
unos modelos y otros, en un tiempo en el cual las transformaciones en
las relaciones de género parecen altamente dinámicas. Así, si bien el
modelo patriarcal se encuentra parcialmente deslegitimado, no parece
aún totalmente erradicado. Presenta ciertas fisuras y convive con la
emergencia de pautas y negociaciones novedosas que nos permiten a
la vez: a) reconocer a ésta como una época de transformación en las
relaciones de género y en las definiciones de masculinidad y feminidad,
y b) subrayar que el ritmo de cambio no es parejo ni se extiende en el
conjunto de la sociedad del mismo modo. En esencia, lo que se obser-
va hoy en día es la conciencia de una mayor complejidad en las relacio-
nes sociales de género y en la construcción de identidades masculinas:
discursos y prácticas que no siempre coinciden, deseos y realidades
que se bifurcan, modelos difusos o híbridos.
Entonces, podría una preguntarse: ¿cómo se ubican los hombres en
medio de este proceso de transformaciones? Volviendo al caso presen-
tado en la introducción, podemos deducir que el chofer del taxi parecía
cumplir viejas pautas de relaciones familiares con algunos ingredientes
algo más novedosos. Aparecía como un padre presente y afectuoso, pe-
ro todo eso se montaba sobre un esquema altamente tradicional de re-
laciones familiares. Su esposa no trabajaba y él asumía la responsabili-
dad de juntar el dinero que se requería para la operación de la hija. El
hecho de ser el proveedor de recursos para su familia estaba completa-
mente naturalizado en su discurso: no había en su relato ninguna refe-
rencia al peso que sobre él recaía. El sacrificio (trabajar durante 30 ho-
ras seguidas, la falta de sueño, etc.) formaba parte de la situación límite
de su vivencia como padre, y acompañaba dignamente su papel como
“hombre” en la familia y en la sociedad. Y esto no se cuestionaba. Tam-
bién se naturalizaba el hecho de que fuera la madre quien permanecie-
ra día y noche en el hospital cuidando a la niña e, incluso, que fuera ella
quien estuviera emocionalmente más afectada por el accidente de su hi-
ja. Desde la perspectiva del taxista, aun el modo de amar a los hijos te-
nía un sesgo de género y esto se percibía como un rasgo “obvio”, que le-
gitimaba tanto la diferencia en el tipo de cuidado de él y de su esposa
(él: trabajando; ella: acompañando a la niña), como la diferencia en la
reacción emocional (él: “preocupado”; ella: “desesperada”).
Al mismo tiempo, el conductor daba por hecho su posición de auto-
ridad, su función de “poner orden” cuando se requería. De este modo,
cuando percibió que su esposa estaba demasiado tensa, la golpeó.
Otra vez, esto fue expresado por el señor sin ningún tipo de cuestiona-
miento sobre el acto. En su relato, el haber golpeado a su esposa era
narrado como un deber, casi como parte de la autoridad que se espera
de los hombres. El hombre decía “tuve que darle dos sopapos”. Y en la
104 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

elección de ese verbo, al mismo tiempo asumía el compromiso de la


autoridad y se desligaba de la responsabilidad de discernir sobre su ac-
to. El golpe tenía, en su discurso, una finalidad específica (calmar a su
esposa) y, como tantas veces sucede, esa finalidad se argumentaba en
nombre del deber, pero también de la compasión (“mire como estaría
la pobre...”).7 En ese entramado de justificaciones y argumentos que
tienden a naturalizar y esencializar lo históricamente construido, se per-
petúa lo que Pierre Bourdieu caracteriza como “dominación masculina”
(Bourdieu, 1998).
Pero nuestro personaje del taxi no es el típico botón de una muestra
homogénea de comportamientos masculinos. Es evidente que los hom-
bres distan de ser todos iguales y, por ende, la “dominación masculina”
no siempre adquiere la forma del áspero golpe ni se plasma en cada una
de las relaciones interpersonales. La autoridad masculina dentro de las
familias puede tener diversas modalidades de presentación, llegando a
sutilezas que se perpetúan de un modo inconsciente e invisible, tanto
para los hombres como para las mujeres. Además, hay muchos varones
que buscan formas más igualitarias de relaciones familiares y que se
ubicarían entre los modelos de “familias posmodernas” (según la tipo-
logía de Wainerman) o de “padres doblantes amorosos” (de acuerdo
con la de De Keijzer). Por otra parte, las mujeres también ejercen cuo-
tas y zonas de poder dentro de sus familias y de sus parejas.
Hay entonces, para los hombres, muchos modos de ubicarse en el
contexto de las transformaciones familiares y sociales. En definitiva,
hay una variedad de respuestas distintas por parte de hombres diferen-
tes. Si algunos afirman que “todo cambió”, al tiempo que otros mues-
tran continuidades asombrosas, si algunos dejan ver rasgos tradiciona-
les conviviendo con esquemas novedosos de negociación con sus
parejas y de cercanía con los hijos e hijas, pareciera que nos encontra-
mos frente a un grado de complejidad mayor a la que –décadas atrás–
hegemonizaba la representación de las relaciones entre géneros. Esta
complejidad no permite todavía elaborar definiciones unívocas y se
condice con la velocidad de los cambios atravesados. Hay contradiccio-
nes, asombros, dudas y, también, hay resistencias, y todo ello coexis-
te con formas novedosas en las relaciones familiares.
De este modo, si bien no podemos hablar de un cambio radical en
términos de la autoridad masculina en las familias –en tanto ruptura del
“deber ser masculino”–, podemos sí encontrar distintas manifestacio-

.......................

7
Quien desarrolla la idea de las atrocidades cometidas en nombre de la compa-
sión –aunque en otro contexto y observando otro tipo de relaciones– es Emilio Gar-
cía Méndez (2003).
M AS C U L I N I DA D ES Y FA M I L I AS 105

nes o masculinidades que entran en tensión con la pasada. Y mientras


tanto, aquellos que buscan un nuevo modelo, explicitan una suerte de
desorientación, que en ocasiones abre el camino para que se hable de
una “crisis de la masculinidad”. En definitiva, pareciera sobrevolar entre
los hombres una gran pregunta acerca de cómo será su lugar en esta
cambiante configuración.

Consideraciones finales

En el heterogéneo universo de hombres cuyas masculinidades se en-


cuentran filtradas por experiencias sociales, económicas, históricas y
también personales, se pueden identificar sujetos que procuran “aco-
modarse” literalmente a una noción tradicional de masculinidad –tal
vez, como nuestro taxista– y otros que buscan redefinir su identidad
como varón en función de ideas más modernas. En el medio, en un te-
rritorio abundante en matices, se encuentran, seguramente, la mayoría
de los hombres que actúan cotidianamente en los espacios familiares.
De tal modo, el modelo tradicional convive con otros que pugnan por
imponerse, muchas veces, de la mano de las mujeres.
En efecto, no puede obviarse que las transformaciones que están
operándose en las masculinidades tienen un anclaje y una correspon-
dencia con los producidos en el nivel de las relaciones genéricas, parti-
cularmente a partir de la transformación de la posición de las mujeres
en la vida social. Pero además, estas transformaciones se encuentran
fuertemente atravesadas por los cambios acontecidos en el mercado la-
boral y en los “regímenes de bienestar” (Esping-Andersen, 1990). Por
ello, es importante subrayar que el señalar que la construcción de iden-
tidades y relaciones de género consiste en un proceso dinámico no
equivale a decir que su modificación sea sencilla o que dependa exclu-
sivamente de voluntades individuales. Por el contrario, las razones de las
transformaciones de las relaciones de género pueden tener múltiples
puertas de entrada. La caída de los ingresos masculinos, el aumento de
los niveles educativos de las mujeres, la extensión del uso de métodos
anticonceptivos, e incluso períodos de recesión y crisis económica, en
los que se incrementa el desempleo masculino y se incorporan cada vez
más mujeres al trabajo remunerado (aunque con altos grados de preca-
riedad), constituyen algunos de los motivos presentes durante las últi-
mas décadas, que han ido transformando las relaciones sociales de gé-
nero en algunos sectores de América latina y que hacen que la
masculinidad se encuentre en un punto de interpelación.
El tiempo actual parece ser un punto de inflexión, de no retorno.
Afecta la vida de los hombres y de las mujeres. Ellos comparten espa-
cios que solían ser de su exclusivo dominio, aun cuando mantienen sus
106 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I A S

jerarquías en varios de ellos. Ellas incorporan responsabilidades en el


mundo del trabajo que se suman a las que históricamente tenían en el
mundo doméstico. Para los niños y niñas, para los y las adolescentes,
esta alteración en las relaciones e identidades genéricas supone, en
cierta medida, modelos de socialización diferentes de los que primaron
durante siglos.
Sin embargo, reconociendo a ésta como una época de grandes cam-
bios en las relaciones de género y en las definiciones de masculinidad
y feminidad, es importante subrayar que el ritmo de cambio no es pa-
rejo ni se extiende por el conjunto de cada sociedad del mismo modo.
Pueden producirse cambios en algunas dimensiones o en algunos gru-
pos más tempranamente que en otros, abriéndose, por ejemplo, reno-
vados espacios para la expresión emocional de los varones en la esfe-
ra privada, a la vez que persiste su posición jerarquizada en el mundo
laboral e incluso en el ámbito comunitario. Y pueden convivir diversas
definiciones y prácticas de la masculinidad en grupos y sociedades apa-
rentemente homogéneos.
En este contexto, hablar de “nueva masculinidad” pareciera ser a la
vez una tautología, pues la masculinidad en tanto categoría cultural ha
estado siempre reinventándose, y una falacia, pues sus transformacio-
nes no alcanzan necesariamente a todas las dimensiones ni a todos los
hombres al mismo tiempo, a modo de un “renacer unidireccional y co-
lectivo”, entre otras cosas, porque tampoco surgen de un piso común.8
Tal vez, esta idea surja ligada a imágenes auspiciosas en las cuales los
varones se involucran más en la crianza y el juego con los hijos e hijas,
pero todavía hay camino por recorrer en la flexibilización de las mascu-
linidades.
Así, frente a escenas y escenarios aún desfasados entre el horizon-
te de igualdad entre los géneros y el día a día de las mujeres y los hom-
bres en sus prácticas de interacción, el cambio de siglo permite cons-
truir hipótesis en diversos sentidos respecto de las condiciones para
nuevas definiciones de masculinidad y feminidad, y también respecto
de la modificación de las relaciones de género. En este vaivén es difí-
cil predecir cuál será la configuración de nuevos modelos de masculini-
dad y, menos aún, cuál será su extensión real o cuánto tiempo demo-
rará en filtrar no sólo los deseos de la mayoría de los hombres y las
mujeres sino la estructura de organización de las sociedades en las que
vivimos. En países en los que los medios de comunicación se rego-

.......................

8
A pesar de esta crítica al concepto de “nueva masculinidad”, entendemos que
éste puede tener un objetivo político, al encerrar una utopía y una crítica a los patro-
nes de masculinidad tradicionales y hegemónicos.
M AS C U L I N I DA DE S Y FA M I L I AS 107

dean con datos sobre el incremento cuantitativo y cualitativo de las for-


mas de violencia pública, la violencia de género –aquella que se presen-
ta en vínculos que suelen construirse sobre la base del afecto o la atrac-
ción sexual– no ha dejado de existir. Y mientras tanto, nuestro chofer
de taxi tal vez seguirá recorriendo calles y hospitales de la ciudad sin
preguntarse por qué golpeó a su esposa, por qué se lastimó a sí mis-
mo, ni por qué cayó su niña desde la terraza.
108 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E LAS FA M I L I A S

Bibliografía

Badinter, Elisabeth (1993), XY, La identidad masculina, Colombia, Edito-


rial Norma.
Bly, Robert (1992), Hombres de hierro. El libro de la nueva masculini -
dad, Buenos Aires, Planeta.
Bourdieu, Pierre (1998), La domination masculine, París, Éditions du Seuil.
Clatterbaugh, Kenneth (1990), Contemporary perspectives on masculinity:
Men, women, and politics in modern society, Colorado & Oxford:
Westview Press
Coltrane, S. (2000), “Research on Household Labor: Modeling and
Measuring the Social Embeddedness of Routine Familiy”, en Journal
of Marriage and the Familia, 62.
Connell, Robert W. (1987), Gender and Power: Society, the Person and
Sexual Politics, Cambridge, Polity Press.
Connell, Robert W. (1995), Masculinities, Berkeley, University of Califor-
nia Press.
Connell, Robert (1997), “La organización social de la masculinidad”, en
Valdés, T. y Olavarría, J., Masculinidad/es. Poder y crisis, Ediciones
de las Mujeres N° 24, Isis Internacional, Santiago de Chile, FLACSO-
Chile.
De Keijzer, Benno (1998a), “Paternidad y transición de género”, en Sch-
mukler, B. (coord.), Familias y relaciones de género en transforma -
ción. Cambios trascendentales en América latina y el Caribe, Méxi-
co, EDAMEX, Population Council.
De Keijzer, Benno (1998b), “La masculinidad como factor de riesgo”, en
Tuñón, E. (coord.), Género y salud en el sureste de México, Villaher-
mosa, México, ECOSUR, Universidad Autónoma de Tabasco.
Faur, Eleonor (2003), Masculinidades y desarrollo social. Las relaciones
de género desde la perspectiva de los hombres, Bogotá, UNICEF-
Arango Editores (en prensa).
Faur, Eleonor (2003), “¿Nueva masculinidad? Representaciones de
hombres colombianos sobre su posición en el ámbito familiar”, po-
nencia presentada en II Congreso Iberoamericano de Estudios de
Género, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta.
Folbre, Nancy (2001), The invisible heart. Economy and family values,
New York, The New Press,
Fuller, Norma (2001), “No uno sino muchos rostros. Identidad masculi-
na en el Perú urbano”, en Viveros, Olavarría y Fuller, Norma, Hombres
e identidades de género. Investigaciones desde América latina, Co-
lombia, CES-Universidad Nacional de Colombia.
García Méndez, Emilio (2003), “Especificidad y universalidad del dere-
cho”, en Faur, Eleonor y Alicia Lamas (comp.), Derechos universales,
M AS C U L I N I DA D ES Y FA M I L I AS 109

realidades particulares. Reflexiones y herramientas para la concre -


ción de los derechos humanos de niños, niñas y mujeres, Buenos Ai-
res, UNICEF.
Geldstein, Rosa y Edith A. Pantelides (2001), Riesgo reproductivo en
adolescentes: desigualdad social y asimetría de género, Cuaderno
del UNICEF Nº 8, Buenos Aires, UNICEF.
Gilmore, David (1994), Hacerse hombre. Concepciones culturales de la
masculinidad, Barcelona, Paidós.
Haddad, Tony (ed) 1993 Men and masculinities: A critical anthology.
Toronto: Canadian Scholars' Press
Hayward Frederic (1993) A Kinder, More Genital Nation. En Spectator,
April 9-15, 1993 http://www.noharmm.org/kinder.htm
Kauffman, Jean-Claude (1997), “La ropa sucia”, en Beck, Ulrich (ed.), Hi -
jos de la libertad , Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Kaufman, Michael (1997), “Las experiencias contradictorias del poder
entre los hombres”, en Valdés y Olavarría (edit.), Masculinidad/es. Po -
der y crisis. Ediciones de las Mujeres N° 24, Isis Internacional, San-
tiago de Chile.
Kaufman, Michael (1987) (ed.), Beyond Patriarchy: Essays by Men on
Pressure. Power and Change, Toronto, Oxford University Press.
Keen, Sam. (1991) Fire in the Belly – on being a man. NY: Bantam
Kimbrell, Andrew (1995). The Masculine Mystique: The Politics of
Masculinity. Ballantine Books.
Kimmel, Michael S. (1997), “Homofobia, temor, vergüenza y silencio en
la identidad masculina”, en Valdés y Olavarría (edit.), Masculinidad/es.
Poder y crisis. Ediciones de las Mujeres N° 24, Isis Internacional,
Santiago de Chile.
Kreimer, Juan Carlos (1991), El varón sagrado: el surgimiento de la nue -
va masculinidad, Buenos Aires, Planeta.
Marqués, Josep-Vicent (1997), “Varón y patriarcado”, en Valdés y Olava-
rría (edit.), Masculinidad/es. Poder y crisis. Ediciones de las Mujeres
N° 24, Isis Internacional, Santiago de Chile.
Olavarría, José (2001), “Invisibilidad y poder. Varones de Santiago de
Chile”, en Viveros, M.; Olavarría, J. y Fuller, N., Hombres e identida -
des de género. Investigaciones desde América latina, Colombia,
CES-Universidad Nacional de Colombia.
Oliveira, Orlandina de (1998), “Familia y relaciones de género en Méxi-
co”, en Schmukler, B. (coord.), Familias y relaciones de género en
transformación. Cambios trascendentales en América latina y el Ca -
ribe, México, EDAMEX, Population Council.
Olsen, Frances (2000), “El sexo del derecho”, en Ruiz, Alicia E.C.
(comp.), Identidad femenina y discurso jurídico, Buenos Aires, Facul-
tad de Derecho, Colección Identidad, Mujer y Derecho, Biblos.
110 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

Ramírez, Rafael (1993), Dime Capitán. Reflexiones sobre la masculini -


dad, Río Piedras, Ediciones Huracán.
Seidler, Victor (1994), Unreasonable Men. Masculinity and Social
Theory, Londres, Routledge.
Stromquist, Nelly P. (1998), “Familias en surgimiento y democratiza-
ción en las relaciones de género”, en Schmukler, B. (coord.), Familias
y relaciones de género en transformación. Cambios trascendenta -
les en América latina y el Caribe, México, EDAMEX, Population
Council.
Tolson, Andrew 1977 The limits of masculinity. London: Tavistock
Valdés, T. y Olavarría, J. (1998), “Ser hombre en Santiago de Chile: a pe-
sar de todo un mismo modelo”, en Valdés, T. y Olavarría, J. (eds.),
Masculinidades y equidad de género en América latina, Santiago de
Chile, FLACSO, UNFPA.
Viveros Vigoya, Mara (2001), “Masculinidades. Diversidades regionales
y cambios generacionales en Colombia”, en Viveros, M.; Olavarría, J.
y Fuller, N., Hombres e identidades de género. Investigaciones des -
de América latina, Colombia, CES-Universidad Nacional de Colombia.
Wainerman, Catalina (2003), “Familia y trabajo. La reestructuración de
las fronteras de género”, en Wainerman, C. (comp.), (2003), Familia,
trabajo y género. Un mundo de nuevas relaciones. Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica-UNICEF.
Wainerman, Catalina (2003), “Padres y maridos. Los varones en la fa-
milia”, en Wainerman, C. (comp.), (2003), Familia, trabajo y género.
Un mundo de nuevas relaciones. Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica-UNICEF.
5. Conflicto y transformación
Graciela Di Marco

Introducción

Como ya señalamos, vivimos en la actualidad en un mundo de para-


dojas respecto de las relaciones de género: los enormes avances en
las legislaciones, que permiten la afirmación de los derechos de las
mujeres, su incorporación creciente en el mercado de trabajo,1 su
protagonismo en los niveles social y político. En general, los cambios
que han ido generando los movimientos de mujeres pueden ser utili-
zados para reforzar una concepción que minimiza la desigualdad, la
violencia y el maltrato que aún persisten y que, en algunos casos, se
acrecientan.
Ulrich Beck (1998: 32) afirma que el plus de igualdad ganado por las
mujeres nos muestra más claramente los nudos críticos de las desi-
gualdades que aún persisten:

“Queda la pregunta de si esta desigualdad entre hombres y mujeres,


a todos los niveles, ha cambiado realmente durante las últimas décadas.
Los números hablan un doble lenguaje. Por un lado, se han producido
cambios memorables, sobre todo en los ámbitos de la sexualidad, el de-
recho y la educación. De hecho, sin embargo, son más bien cambios en
la conciencia y sobre el papel (con la excepción de la sexualidad). Frente
a estos cambios se observa, por el otro lado, una constancia en el com-
portamiento y las situaciones de hombres y mujeres (sobre todo en el
mercado laboral, pero también en cuanto a la protección social). Eso tie-

.......................

1
Sin embargo, esto no va acompañado por paridad en los ingresos. En un estu-
dio realizado en la Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, María Elena Valen-
zuela (2000: 64) señala: “En todas las categorías ocupacionales las mujeres tienen
ingresos inferiores a los hombres, especialmente en los grupos de ingresos más al-
tos: empleadores, profesionales y técnicos que se desempeñan por cuenta propia.
Las menores diferencias se registran entre los trabajadores por cuenta propia no
profesionales y en el servicio doméstico, cuyos ingresos son los más bajos en la es-
cala ocupacional y donde la presencia masculina es irrelevante”.
112 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

ne el efecto aparentemente paradójico de que el plus de igualdad nos


conciencia todavía más sobre las desigualdades que persisten e incluso
se están agudizando. [...]
“Los hombres, a la vez, han adquirido una retórica de igualdad, sin
que sus palabras se traduzcan en actos. La capa de hielo de las ilusiones
es cada vez más frágil: al tiempo que se equiparan las condiciones pre-
vias (de formación y de derecho), las situaciones de los hombres y las
mujeres se tornan más desiguales, más conscientes y pierden más legi-
timidad”.

Los conflictos familiares

Las familias enfrentan nuevos (y viejos) conflictos, que muy a menudo


no pueden resolverse; esto profundiza la intolerancia en la pareja y el
maltrato o abandono afectivo hacia los niños y las niñas. Algunos de
ellos se refieren a la relación de pareja, la sexualidad, la crianza de lo hi-
jos, la realización de las tareas domésticas, los desacuerdos acerca de
la distribución del dinero y la toma de decisiones referidas a su uso, la
dificultad de conciliar la vida laboral y la familiar, especialmente en el ca-
so de las mujeres. Además, existen procesos complejos de separacio -
nes y divorcios, maltrato y abuso hacia niños, niñas y adolescentes, la
dificultad de algunos adultos para establecerse como figuras de autori-
dad durante la crianza, el abandono y soledad de los y las adolescentes
o las personas mayores. En definitiva, un sinnúmero de reclamos de
apoyo emocional, que coexisten con la necesidad de individuación y
respeto por la privacidad.
Los conflictos se definen como aquellas situaciones en las cuales los
intereses de las personas o los grupos se encuentran en oposición, ya
sea en forma explícita o implícita. En la base de los conflictos se en-
cuentran relaciones de dominación configuradas en el desigual ejercicio
del poder, pero en las familias, además, estas relaciones están compro-
metidas por los vínculos entre las personas, es decir, por la inmersión
en un río de emociones y sentimientos.
Estas situaciones pueden asumir diferentes modalidades, según las
características personales y la historia de cada individuo y de la relación
en la que se presenta: algunas personas se sumergen en el conflicto
como en una “llamada de guerra”, otros prefieren reprimirlo o eludirlo y
otros negociar. Las identidades de género de todos los miembros del
grupo, su grado de ajuste a las expectativas y valores dominantes, sus
procesos de transformación participan fuertemente en los conflictos
que se generan.
Los conflictos constituyen una faceta habitual en las relaciones en-
tre personas y grupos. Si se los considera como anormalidades en los
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 113

vínculos o se los acepta con resignación o se los reprime se pierde de


vista su potencial transformador de las relaciones sociales.
En el ámbito familiar los conflictos se deben a una multiplicidad de
causas, pero una dimensión relevante está conformada por las prácticas
de muchas mujeres que, aun de forma ambigua y contradictoria, exigen
el respeto de sus derechos y un lugar propio en el sistema de autoridad
familiar, lo que ocasiona frecuentes conflictos con sus compañeros va-
rones, que sienten amenazadas sus concepciones y prácticas tradicio-
nales, hasta tal punto “naturalizadas”, que cualquier propuesta de modi-
ficación resulta inconcebible y es contestada hasta con violencia.
Si precisamos aún más, obtendremos que los conflictos familiares
más comunes son los vinculados con las relaciones de pareja y con los
hijos e hijas. Algunas de las situaciones conflictivas están vinculadas
con el trabajo remunerado de las mujeres, las prácticas de crianza, la
sexualidad y el erotismo, la participación social, categorías que no son
exhaustivas y que se encuentran imbricadas en las relaciones entre
hombres y mujeres dentro de los grupos familiares.
El contexto de deterioro salarial y crisis económica por el que atra-
viesan muchos países, en especial la Argentina, genera en las familias
diversas estrategias, que involucran frecuentemente una progresiva in-
corporación de las mujeres al mercado de trabajo, lo cual puede produ-
cir resistencias de parte de los cónyuges o agudizar sentimientos de
celos y posesividad, que finalmente recaen en acusaciones y culpabili-
zación hacia sus compañeras, o presentar conflictos entre los cónyu-
ges por el control del dinero.
Algunas mujeres no sólo buscan un trabajo por necesidad, sino que
lo hacen para desarrollar un oficio o una profesión; otras, desean enca-
rar estudios de diversa índole, desde los vinculados con entrenamien-
tos diversos, para mejorar su posicionamiento en el mercado laboral, o
“solamente” para aumentar sus conocimientos. En algunos casos, es-
tos intentos son frustrados por la imposibilidad de revertir formas tradi-
cionales de organización doméstica basadas en estereotipos de géne-
ro. Frecuentemente todos los integrantes del grupo familiar, incluidas
las mujeres, consideran que ellas deben ser las cuidadoras de todos y
las organizadoras de la vida doméstica, incluso si trabajan fuera todo el
día. El ideal de la mujer-madre dificulta a las mujeres reflexionar acerca
de sus deseos como personas, más allá de los mandatos sociales.
Este cuadro se agudiza cuando el hombre experimenta que se dete-
riora o se pierde su capacidad de proteger económicamente a la fami-
lia y, por lo tanto, ve disminuido su poder. Las mujeres también pro-
mueven este cuadro de descalificación masculina pues colaboran en
reproducir las exigencias patriarcales por las cuales se espera que los
hombres sean los principales proveedores, un contrato implícito en las
relaciones matrimoniales.
114 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

Los conflictos –frecuentemente expresados en el plano de lo afecti-


vo (“nos dejás solos”, “con quién se van a quedar los chicos”)–2 abar-
can oposiciones de intereses donde subyacen relaciones de poder en-
tre sus integrantes: el hecho de que las mujeres ganen dinero, en
ocasiones, produce “crisis” en los contratos de pareja precisamente
porque ellas podrían avanzar sobre ámbitos de decisión atribuidos al va-
rón. Si sumamos a esto que muchas veces el sueldo de las mujeres
puede ser el único recurso económico familiar o incluso, cuando ambos
tienen trabajo, que ellas tengan la posibilidad de obtener un ingreso
más elevado que el del varón, se puede interpretar que detrás de los
conflictos por la organización doméstica y el cuidado de los hijos tam-
bién se esconde un auténtico temor a los cambios en las relaciones de
poder y autoridad. Pues esta modificación podría generar el quebranta-
miento de una pauta fuertemente arraigada: la del hombre proveedor,
cuyo rol lo habilita para ser la autoridad familiar.
Los conflictos en el ámbito de la sexualidad y el erotismo frecuente-
mente están ocultos. Existen situaciones por las cuales muchas muje-
res no reciben la consideración y el respeto de sus compañeros hacia
sus necesidades y deseos. De hecho, muchas de ellas suelen acomo-
darse a los requerimientos eróticos del varón, por ejemplo, frente a la
demanda de sexo sin protección, como prueba de confianza o como
testimonio de fidelidad y recato. Prueba de ello es la epidemia de VIH-
sida y el incremento en la proporción de mujeres infectadas.3
Ana María Fernández señala que el matrimonio monogámico –es de-
cir, el derecho exclusivo del marido sobre la sexualidad de la esposa–

.......................

2
Estos mecanismos ejercen violencia sobre los deseos personales (salir a traba-
jar por el deseo de comunicación social más allá de las fronteras de la casa o para
capacitarse en una tarea de su agrado) mediante recriminaciones o reproches sus-
tentados en patrones tradicionales, por ejemplo, en la acción de impedirle a la mu-
jer la posibilidad de trabajar en función de que cumpla con su deber de madre a
tiempo completo (Fernández, 1993).
3
Si se toma como indicador la relación hombre-mujer de los enfermos/as notifi-
cados de VIH-sida en la Argentina, puede observarse que el grupo de personas que
padecen la enfermedad ha ido variando. Lo que al principio parecía una epidemia su-
frida casi exclusivamente por los varones se está expandiendo hacia las mujeres en
forma creciente: en 1988 la relación hombre/mujer fue de 12.6; en 1993 descendió
a 4.0 y en 20 01 la razón hombre/mujer es de 3.2,1. Esta expansión se explica debi-
do a las relaciones sexuales sin protección y además podría relacionarse con la difi-
cultad para establecer relaciones de respeto hacia la integridad física y emocional
de las mujeres en las relaciones sexuales. Ministerio de Salud. Estadísticas de sa-
lud (1998-94). Programa LUSIDA (2001).
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 115

sólo puede sostenerse a través de un proceso histórico social de pro-


ducción de una particular forma de subjetividad: la pasividad femenina.
Dice la autora: “La violencia simbólica inscribe a las mujeres en enla-
ces contractuales y subjetivos donde se violenta su posibilidad de no-
minarse y se las exilia de su cuerpo erótico, apretándolas en un para-
digma de goce místico que –en verdad– nunca ha dejado de aburrirlas”
(1993: 189).
Esta realidad violenta en las mujeres la posibilidad de elegir el mo-
mento, el sujeto y la forma que adquiera el encuentro con los compa-
ñeros sexuales elegidos. La posibilidad de relaciones más democráti-
cas entre los sexos implica la paridad en la satisfacción del deseo
propio y la búsqueda de una confianza mutua que permita el disfrute
erótico en igualdad de condiciones.
La participación social de las mujeres está ligada en varios sectores
a la supervivencia del grupo familiar –debido a las situaciones críticas
de pobreza que atraviesa más de la mitad de los hogares en nuestro
país–, ya sea sosteniendo comedores populares, emprendimientos so-
lidarios, luchando en las organizaciones barriales o de trabajadores de-
socupados. Si bien algunos hombres pueden aceptar que las mujeres
se incorporen a estas actividades, lo hacen desde la misma lógica con
la que aceptan que busquen un trabajo remunerado, es decir que la ac-
tividad representa la obtención de recursos materiales para la subsis-
tencia familiar. En cambio, algunas mujeres se involucran en la acción
colectiva, ya no sólo por la obtención de mejoras en la calidad de vida
del grupo familiar, sino por la posibilidad de opinar y decidir desde sus
propias convicciones, con el fin de ampliar el horizonte de su ciudada-
nía. La participación de las mujeres en el ámbito público favorece la to-
ma de conciencia y el desarrollo de grados muy importantes de auto-
nomía, lo que provoca la visibilización de los conflictos interpareja que
frecuentemente permanecían ocultos.
Los adultos, educados en sistemas de autoridad donde se desplega-
ban relaciones asimétricas con respecto al saber –se puede pensar, por
ejemplo, en el supuesto de que los adultos, padres y maestros, ense-
ñan a los más jóvenes–, actualmente se enfrentan con que en una par-
te de la niñez y de la adolescencia se han instalado nuevos lenguajes,
vinculados con los juegos de video, las redes informáticas, los video-
clips. Y, por consiguiente, los adultos descubren nuevas fuentes de co-
nocimientos y prácticas en las que no tienen un papel preponderante.
De este modo, la relación asimétrica planteada por la modernidad en-
tre adulto que sabe y niña o niño que no sabe hoy aparece invertida. La
expresión “pequeños monstruos”, según Narodowski (1999: 47), des-
nuda el hecho de que la infancia actual desborda las tradicionales repre-
sentaciones a las que el mundo adulto estaba habituado.
116 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

Para otros chicos, al contrario, este mundo de la posmodernidad es-


tá considerablemente apartado de su experiencia cotidiana debido a
impedimentos económicos. Sin embargo, no por que esté alejado ellos
ignoran que existe. Los medios de comunicación, en especial la televi-
sión, muestran esta realidad descarnadamente, interpelándolos con la
incitación a un consumo del que están excluidos. Esta contradicción
muchas veces origina sentimientos de humillación, los que se agravan
por la escasa presencia de políticas públicas redistributivas que gestio-
nen las desigualdades.
La situación de unos y otros presenta nuevos conflictos y, por lo tan-
to, desafíos a la crianza. El desconcierto de los padres y las madres se
refleja en un ejercicio de la autoridad debilitado, ausente o represivo. La
dificultad del ejercicio de la autoridad se observa tanto en las prácticas
de aquellos progenitores de niveles socioeconómicos medios o altos,
que creen que deben responder a las demandas de sus hijos orienta-
das al consumo, como en las de los padres de sectores empobrecidos,
que se sienten frustrados en su tarea parental porque las circunstan-
cias socioeconómicas que los afectan les impiden gratificar a sus hijos
materialmente. En ambos casos, no se analiza críticamente la realidad
y la necesidad, sino que se actúa impulsado por el reclamo, ya sea que
pueda satisfacerse o no, renunciando a reflexionar junto con los hijos o
a establecer los límites que sean necesarios.
Deconstruir en la vida cotidiana la noción de órdenes-obediencia o la
noción de abandono para pasar a vínculos de autoridad paterna y ma-
terna que permitan guiar a los niños y niñas en su proceso de creci-
miento hacia niveles de mayor autonomía –con los límites necesarios
para cada quien según la situación, y no fijados previamente por su se-
xo o por su edad– permitiría a los niños y niñas disfrutar de la seguri-
dad que confiere la autoridad, siempre que ésta se base en el amor, el
apoyo y la orientación. Este vínculo de autoridad se sustenta en el ejer-
cicio del derecho de los más chicos a escuchar y a ser escuchados y en
que sus opiniones, sentimientos y deseos sean tenidos en cuenta.4
La falta de estrategias para enfrentar los cambios y la demanda por
mayor autonomía de niños, niñas y adolescentes generan conflictos en
las relaciones familiares, al poner en crisis las prácticas de autoridad de
los adultos, las que oscilan, como señalamos, dentro de un abanico de

.......................

4
El artículo 12 de la Convención sobre los Derechos del Niño establece que ca-
da niña, niño y adolescente tiene derecho a escuchar y ser escuchado en el ámbito
de la familia, en distintos ámbitos sociales y explícitamente durante los procedi-
mientos administrativos y judiciales que los afecten (también están vinculados los
artículos 13 al 17).
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 117

alternativas: que van desde el dejar hacer hasta el controlar excesiva-


mente. Esta conflictividad puede agudizarse en los casos en los que la
crianza de los niños y niñas se produce en hogares con mujeres al fren-
te, sobrecargadas por la suma de responsabilidades vinculadas con la
manutención y la crianza.
Relacionado al complejo de pautas que rodean al ejercicio de la ma-
ternidad, hemos observado cómo muchas mujeres se debaten entre el
ejercicio de sus derechos en la relación de pareja y la sensación de cul-
pabilidad frente a sus divorcios o separaciones, pues estos hechos fre-
cuentemente son evaluados como el resultado de los intentos de cam-
bio por parte de la mujer y, a la vez, como la causa de los problemas
psicológicos y sociales de los hijos e hijas. Por el contrario, otras muje-
res evalúan de manera positiva su situación, y consideran que están in-
tentando organizar un contexto de crianza más seguro en términos
emocionales y físicos, pues el no permanecer con un compañero ha si-
do el resultado de decisiones vinculadas con el desamor o el maltrato.

Procesos comunicacionales y conflicto

Las situaciones comunicacionales en los grupos familiares pueden ser


caracterizadas como constructoras de situaciones discursivas, genera-
doras o no de situaciones conflictivas. En general, las situaciones con-
flictivas en el ámbito de la familia tradicional se presentan en el marco
de procesos comunicacionales unidireccionales, en los que el emisor
produce un mensaje y el receptor lo recibe en condiciones de asime-
tría y en un contexto de imposibilidad de constituirse él mismo en nue-
vo emisor. Esto significa que el emisor no requiere respuesta ni le pres-
ta atención a su interlocutor en caso de que la hubiera. En síntesis, el
emisor construye su mensaje en una situación comunicacional habilita-
da por situaciones discursivas asimétricas acordadas explícita o implíci-
tamente.
El discurso es un mensaje situado (Verón, 1995: 236), una situación
discursiva que se da en el marco de una relación –el que produce dis-
curso y su destinatario– en la que se articulan diversos componentes,
y se despliegan valores según las especificidades de las distintas ope-
raciones. La construcción discursiva no es neutra, en ella se ponen en
juego poder y autoridad desde una dinámica particular; esta movilidad
hace que la comunicación esté en permanente transformación.
Por otra parte, el discurso es una “forma textual” construida con dis-
tintos códigos o lenguajes (el verbal, el no verbal: corporal, gestual, vi-
sual, entre otros) que portan significados y definen sentidos en el mar-
co de la relación. Se crean discursos a partir de la elección del código
elegido y desde una determinada práctica de poder y autoridad.
118 D E M O C R AT I Z ACI ÓN D E LAS FA M I L I A S

Asimismo, las operaciones productoras de sentido en el seno del dis-


curso son al mismo tiempo prácticas sociales específicas. La noción de
proceso de producción supone la noción de un sujeto productor y éste
sólo puede ser definido en términos de su lugar social.5 En la construc-
ción discursiva, los actores tejen una “trama significante” a partir de un
sistema de ida y vuelta permanente, de reenvíos múltiples e inestables,
un sistema complejo de producción de sentido.
En el marco de las relaciones familiares, los discursos que circulan
son operaciones productoras de sentido y al mismo tiempo prácticas
sociales específicas que ponen en juego, en el contexto de lo que po-
dría denominarse “el discurso familiar”, ciertas creencias y dogmas, na -
turalizados, favorecedores y promotores de situaciones conflictivas, es-
pecialmente vinculados con las relaciones de género.
En algunas familias, el discurso tradicional de género promueve una
serie de creencias que apoyan formas violentas de resolver conflictos
y situaciones de abuso emocional en la comunicación, que se pueden
sintetizar en las siguientes:

• el padre y la madre son desiguales dentro de una jerarquía fija y


natural: “Alguien tiene que mandar, alguien tiene que tener la úl-
tima palabra, el hombre sabe tomar decisiones mejor...”;
• las mujeres son incapaces de ocuparse de otras cosas que no
sean las vinculadas directa o indirectamente con el hogar;
• las buenas madres se ocupan exclusivamente de los hijos;
• la familia debe ser unida, monolítica y tratar de esconder los con-
flictos hacia fuera y hacia adentro;
• los hijos no pueden participar en la toma de decisiones, a veces
ni siquiera son tomados en cuenta como sujetos aun cuando se
trata de sus problemas (basado en Ravazzola, 1997).

En las familias autoritarias, el grupo debe delegar en la autoridad –gene-


ralmente masculina– la resolución de los problemas que les atañen a to-
dos. Esta autoridad debe decidir sobre permisos y prohibiciones y deter-
minar qué está bien o qué está mal. Si algún miembro desafía o
cuestiona esta autoridad es considerado como un peligro para los miem-
bros. Las creencias autoritarias pueden derivar con facilidad en situacio-
nes de abuso y violencia hacia los más débiles, en general, mujeres y ni-
ños. El abuso, es decir, el uso indebido y excesivo del poder, tiene un

.......................

5
“El conjunto de determinaciones que define el lugar social de los productores
es lo que podemos designar como las condiciones de producción de los discursos”
(Verón, 1995: 241).
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 119

núcleo central: el desdibujamiento del otro como sujeto, por lo tanto, la


persona abusadora encubre sus acciones en mensajes que tienen que
ver con el bien de la persona afectada por su conducta abusiva.
Los discursos de algunos hombres tienen características como las
que aquí se detallan:

• sólo ellos tiene la capacidad para determinar lo que está bien y lo


que está mal;
• la mujer y los hijos carecen de aptitudes para disentir y tomar de-
cisiones autónomas;
• no reconocen los riesgos de la violencia ni para sí mismos ni pa-
ra sus familias, y minimizan las consecuencias de sus acciones;
• justifican sus acciones basándose en la necesidad de corregir o
educar;
• siempre se perciben a sí mismos como perjudicados;
• atribuyen las causas de su conducta a factores externos o a emo-
ciones extremas (basado en Ravazzola, 1997).

Algunas mujeres que sufren maltrato y violencia en la familia participan


de algunas de estas creencias y sentimientos:

• no dan importancia a diversas formas de maltrato, se autoculpa-


bilizan;
• no reconocen el abuso hacia ellas;
• aunque se sientan incómodas frente al abuso no reconocen su
malestar, creen que tienen que aguantar por la unión de la familia;
• parten de la “mística” de la condición materna: altruismo y olvido
de sí mismas;
• el amor hacia el o los abusadores las confunden, no reconocen
sus derechos porque el miedo a la pérdida y la soledad les hace
creer que no hay otros caminos de interacción (basado en Ravaz-
zola, 1997).

En los discursos de género de algunas familias autoritarias, la comuni-


cación incluye:

• frases descalificadoras de quienes se creen autoridad hacia los


que no se suponen autoridad. Del esposo a la esposa, de la ma-
dre hacia los hijos e hijas, algunas veces de éstos a su madre o
padre, del hermano mayor a los menores;
• gestos de desprecio de unos hacia otros que reemplazan la com-
prensión y la identificación con el otro;
• frases disciplinadoras: Es bueno que..., es malo que..., las muje -
res..., los hombres... Son generalizaciones que no tienen en
120 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

cuenta las particularidades de cada miembro y que ignoran las di-


ferencias en el ejercicio de las prácticas de género. Refuerzan la
necesidad de adoptar los mandatos morales de los padres acer-
ca de cómo debe ser un hombre o una mujer;
• preguntas tipo mesa examinadora. Son preguntas que esconden
una desvalorización de quien responde, donde una respuesta que
se aparte de aquella esperada por la autoridad será concebida co-
mo incorrecta (basado en Ravazzolla, 1997).

En ocasiones, en las relaciones familiares se construyen situaciones


discursivas violentas, es decir que la violencia se configura como la for-
ma de interacción. En las relaciones violentas entre hombres y muje-
res hay un sistema de creencias compartido por ambos miembros de
la pareja que apoya modos de control ejercidos por los maridos o com-
pañeros. El hombre cree que la mujer tiene la obligación de aceptarlos
y la mujer los acepta para continuar en esa pareja y se autoculpabiliza
si no los acepta. Las mujeres toleran muchas veces los maltratos y la
violencia, tanto psicológica como físicamente, por varias razones que
se retroalimentan: la autoculpabilización por su comportamiento feme-
nino, el miedo al agresor, su dependencia económica y emocional y la
esperanza de que el agresor cambie.
El miedo y la sensación de amar al agresor determinan el lamenta-
blemente conocido ciclo de la violencia, en el que la agredida perdona,
cada vez que el hombre pide perdón, se arrepiente y le jura amor. La
dependencia económica también ayuda a la reproducción de la violen-
cia. La baja autoestima de las mujeres, construida por la mirada del
otro, a quien se teme y se admira, con quien se convive y quien cons-
tantemente pone en duda la capacidad, la inteligencia, la creatividad y
la capacidad de gestión de su compañera son rasgos que contribuyen
a generar desconfianza en la capacidad para generar los propios ingre-
sos, lo que se agrava cuando se carece de un oficio o formación, mien-
tras se ahondan las dificultades para salir de la casa debido a los con-
troles del marido y a que la mujer se culpa a sí misma porque abandona
a sus hijos. Todo esto se suma a las dificultades reales que viven mu-
chísimas mujeres y que están vinculadas con la imposibilidad de acce-
der a recursos económicos legítimos (Schmukler, 2000).
El individuo que ejerce algún grado de autoritarismo o maltrato –sea
verbal, emocional o físico– mayormente es una persona adulta, marido
o padre. Connell (1995: 44) señala dos patrones de violencia masculina:
a) el de la violencia ejercida por muchos hombres para sostener la do-
minación hacia las mujeres y b) el de la violencia como eje de la políti-
ca de género entre los hombres, en sus modos de vinculación y apro-
piación del poder entre ellos. Quienes reciben el impacto de esas
prácticas generalmente son mujeres, niños y niñas, ancianas y ancia-
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 121

nos. María Cristina Ravazzolla (1997) considera que en las relaciones


violentas la persona violenta desarrolla sentimientos de apropiación,
impunidad, centralidad de sus necesidades y deseos, control y abuso
del poder, mientras la persona maltratada manifiesta sentimientos de
incondicionalidad, culpa, disminución del propio valor, del registro de su
propio malestar y sumisión.
Frecuentemente, los sujetos que no son ni víctimas ni victimarios
pueden ser considerados como espectadores o cómplices de los he-
chos violentos. El concepto de espectador pone el énfasis en los que
no son ni víctimas ni perpetradores. La víctima y el victimario forman
una figura relacionada entre sí, mientras que los espectadores forman
el contexto en el cual el hecho de violencia puede llevarse a cabo o pre-
venirse. El comportamiento de los espectadores es lo que determina
cómo seguirá el hecho violento: si no hacen nada, se convierten en
cómplices de la situación de violencia.
Los individuos del contexto son los testigos: los que están allí.
Abrir la escena del maltrato y de la violencia a los otros que “están
allí”: parientes, vecinos, amigos permite reconstruir la trama de rela-
ciones donde la violencia tiene lugar. En algún momento se conoce
en la familia, en el grupo de amigos o en el barrio que una mujer es-
tá siendo golpeada o que están maltratando a un niño. La orientación
para hacer la denuncia o para recibir tratamiento es una posibilidad de
romper ese silencio, y de comprometerse con la situación, para apo-
yar a los sujetos en la búsqueda de otro camino que les permita salir
adelante sin tener que soportar más maltratos. Estas iniciativas per-
miten crear alternativas comunitarias de protección, muchas veces
muy útiles, si se las compara con las situaciones que sufren las mu-
jeres golpeadas.
Es bastante común que las mujeres golpeadas deban abandonar sus
hogares para vivir en un refugio,6 lo que conlleva un gran sentimiento de
pérdida, por no vivir más en su ambiente doméstico, por no poder ver a
sus conocidos o conocidas, agravado algunas veces por el cambio de
escuela de los hijos e hijas. Por este motivo, actualmente se piensa en
estrategias comunitarias de contención, cuidado y apoyo a las víctimas
de la violencia, ya sea que se trate de mujeres adultas, niños, niñas y
adolescentes, ancianos y ancianas o personas discapacitadas.

.......................

6
Los refugios para mujeres golpeadas son alternativas de alojamiento y protec-
ción para estas mujeres y sus hijos/as, cuando la situación que viven en sus hoga-
res es evaluada por los profesionales intervinientes como de alto riesgo para sus vi-
das o las de sus hijos.
122 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

Consecuencias de la resolución violenta de los conflictos

La resolución violenta de los conflictos genera situaciones desfavo-


rables para el desarrollo humano de sus miembros, particularmente pa-
ra los grupos familiares de menores recursos:

• genera en las mujeres, niños y niñas traumas físicos y psicológi-


cos;
• en ocasiones, deja a niños, niñas y jóvenes fuera de la escuela
debido a la falta de atención y protección saludable de sus proge-
nitores;
• empuja a los niños y jóvenes a la calle, a trabajos en condiciones
de explotación y a integrarse en bandas que reemplazan la perdi-
da imagen de familia;
• ataca la autoestima de las mujeres, niños y niñas maltratados e
impide el desarrollo personal, debido al sufrimiento y la carencia
afectiva que experimentan (basado en Schmukler, 2000).

Los pedidos de ayuda de las mujeres, que cada vez se atreven más a
denunciar situaciones de violencia familiar, muestran, aunque en forma
incompleta,7 la gravedad de esta realidad. Según Horacio Chitarroni
(2001: 65 y ss.) en los últimos tres años el promedio de llamados al ser-
vicio de atención telefónica de la Dirección General de la Mujer del Go-
bierno de la Ciudad de Buenos Aires ha sido de alrededor de 25.000 ca-
sos por año, una cifra que casi duplica las denuncias de los años 1995 y
1996, posiblemente debido a la combinación de la mayor difusión esta-
blecida para este servicio con un clima social que comienza a desnatu-
ralizar y condenar la violencia contra las mujeres, con mayor intensidad
que en los años anteriores. De un conjunto de 325 fichas seleccionadas,
casi la totalidad de las denunciantes residen en el Gran Buenos Aires
(Capital Federal y Conurbano). En el 96% de los casos es la misma víc-
tima quien hace la denuncia. Los casos se agrupan en dos segmentos:
las mujeres que denuncian antes de los 5 años (51%) y las que lo hacen
recién cuando la situación ha superado los 10 años (40%). En el 93% de
los casos el agresor es el cónyuge (esposo o concubino) y en el 3% el
ex cónyuge. Un 85% de las denunciantes conviven con el agresor.

.......................

7
No existen registros confiables en el nivel nacional, debido a la dificultad para
obtener información sobre el problema. Por esta razón nos referiremos a los resul-
tados de una in vestigación realizada en la Ciudad de Buenos Aires, donde se regis-
traron y analizaron las situaciones de violencia detectadas a través de los servicios
de prevención de violencia “doméstica” de la ciudad.
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 123

En el 88% de los casos se trata de mujeres con hijos y éstos convi-


ven con la pareja en el 77% de los casos. En un 43% de los casos de-
nunciados, los niños y niñas también son víctimas de violencia. Las mu-
jeres agredidas que tienen entre 26 y 45 años suman casi un 70%,
mientras que en la población de referencia son menos del 50%. En
cambio, están subrepresentadas las mayores de 45 años: el 20% fren-
te a más del 40% en el total. La tasa de empleo de las mujeres denun-
ciantes es alta y alcanza el 54%, cifra considerablemente mayor que en
la población de referencia: 38%. 8
En cuanto a la ocupación de las denunciantes, hay un 37% de pro-
fesionales (asalariadas e independientes). En la población de referencia
esta proporción es considerablemente menor: el 10%. Sólo el 12% de
las denunciantes trabajan en servicio doméstico, ocupación que as-
ciende al 21% en el total de la población de referencia. La sobrerrepre-
sentación de las mujeres que tienen entre 26 y 45 años y las profesio-
nales puede estar indicando que ellas son quienes “deciden” hacer los
llamados al servicio de ayuda.
Entre los golpeadores a quienes aluden las llamadas telefónicas no
parece haber más desempleados que en el conjunto de la población to-
mada como referencia. Su tasa de empleo es del 83%, mientras que lle-
ga al 74% en la población de referencia. Los profesionales suman un
14%, mientras que en la población de referencia son menos de un 10%.
El 17% es personal de fuerzas armadas o de seguridad y el 13% es
transportista: estas dos actividades suman aproximadamente el 30%
en la población de referencia, de manera tal que no se hallan sobrerre-
presentados entre los cónyuges golpeadores, como lo indicarían los
prejuicios acerca de situaciones de violencia asociadas con este tipo de
empleos y/o con la baja calificación ocupacional. Finalmente, en el 43%
de los casos denunciados también se reportan agresiones hacia los hi-
jos e hijas menores de 18 años.

Poder, autoritarismo y violencia

Como hemos señalado al principio de este capítulo, los conflictos siem-


pre son acerca del poder y la autoridad, explícita o implícitamente. A.
Arendt (1954, 1996: 101) distingue entre poder, autoridad y violencia.
Concluye que la violencia es invocada cuando el poder está amenaza-
do y señala que la autoridad siempre demanda obediencia, la que es

.......................

8
Población de referencia: en comparación con el total de mujeres residentes de
la ciudad.
124 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

aceptada en el grupo gracias a la legitimidad y la confianza que se le


otorga a esa autoridad. No es adecuado, entonces, confundir obedien-
cia con violencia.
Robert Connell (1995: 44) destaca que la violencia forma parte de un
sistema de dominación, pero es al mismo tiempo, coincidiendo con
Arendt (1954,1996: 101), una medida de su imperfección, ya que una je-
rarquía legítima no tendría que usarla. La violencia surge de la negación
del otro u otra. No es cualquier relación de poder, es una relación para
anular al otro, para excluirlo, para ignorarlo.
La autoridad otorga seguridades, protege, confirma a los otros. Se
construye con actos mutuos de delegación, de protección, lo cual im-
plica el debate sobre los vínculos y la remodelación de los principios
en los que se basan. La posibilidad de generar en algunos ámbitos
una práctica de autoridad más flexible, donde el lugar de quien deci-
de sea asumido a veces por un sujeto y a veces por otro, de acuerdo
con las circunstancias, significa que no siempre la autoridad deba de-
legarse en una sola persona. La promoción de un discurso abierto por
el cual se pueda enunciar la propia voz permite revisar las decisiones
que llegan desde arriba de la pirámide y dar poder a los de abajo. Así
como se exige que en el ámbito público, las autoridades públicas
sean legibles y visibles, para construir valores como la confianza, la
solidaridad y la democracia, también esto debe exigirse en la vida co-
tidiana. El conflicto puede ayudar a transformar la autoridad: en la me-
dida que se cuestionan las normas, la autoridad es desmitificada por
el mismo grupo social, que de este modo la hace visible en sus falen-
cias, tomándola por dentro, deconstruyéndola y construyendo nuevas
autoridades.

Democratización de las relaciones familiares

Cambios en las familias

Actualmente algunos grupos familiares están abriendo procesos de ne-


gociaciones que cuestionan las relaciones de poder y autoridad, lo cual
puede indicar que estarían en crisis los “acuerdos” que legitiman la de-
sigualdad entre hombres y mujeres y se estarían problematizando los
discursos legitimados de las viejas prácticas patriarcales.
Si bien estos procesos, frecuentemente iniciados por las mujeres,
están en marcha, en algunos grupos familiares aún predominan las for-
mas tradicionales de acuerdos y la manera de dirimir los disensos, táci-
tamente bajo el poder del padre u otro varón de la familia. Dada esta si-
tuación, nos parece central para la democratización de las relaciones
familiares dar a conocer elementos que faciliten la toma de conciencia
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 125

sobre la posibilidad de enfrentar los conflictos a través de negociaciones


–cuando sea posible hacerlas– tal como se propondrá más adelante.
En este capítulo nos pareció necesario trasladarnos a un nivel de
análisis de prácticas concretas que puedan servir como motivadoras
para la acción, como resultado de lo aprendido en la implementación
del Programa de Democratización de las Relaciones Familiares en los
últimos años. No pretendemos dar menús de opciones ya elaborados,
sino desplegar algunos temas que puedan ser utilizados incorporándo-
los a estrategias de cambio más integrales.9
Están indicando procesos democratizadores: los procesos de cambio
de las pautas de convivencia a través de la revisión de los patrones de
desigualdad existentes y de la inclusión de todos los miembros de la fa-
milia en una nueva dinámica más flexible; el reconocimiento de las mu-
jeres y de los hijos e hijas como sujetos de derechos en la dinámica fa-
miliar y la facilitación del reconocimiento de las necesidades y deseos
de cada integrante de la familia sin realizar discriminaciones en contra
de las mujeres y de los niños y niñas. Estos cambios en las relaciones
familiares involucran formas de convivencia donde se replantea la subor-
dinación de género, donde tanto las madres como los hijos y las hijas
–de acuerdo con la edad, el ciclo vital y los niveles de maduración– tie-
nen el derecho a ser respetados, oídos, tenidos en cuenta, sin ningún ti-
po de descalificación o maltrato, en virtud de su género o su edad.

Negociaciones tradicionales y democratizadoras

Muchos de los procesos democratizadores son el resultado de nego-


ciaciones en la vida familiar. Las negociaciones son procesos de mutua
comunicación encaminados a lograr acuerdos con otros cuando hay al-
gunos intereses compartidos y otros opuestos. Se refieren a discutir
normas, acordar con otros nuevas formas de interacción en algún as-
pecto de la vida de relación y/o asignaciones de recursos simbólicos o
materiales; mediante las negociaciones se intenta resolver un conflicto
a través de un acuerdo mutuo. Son procedimientos de discusión que
tienen como objetivo conciliar puntos de vista opuestos. Las negocia-
ciones se realizan cuando el acuerdo no es evidente, y cuando los pro-
tagonistas en desacuerdo intentan encontrarlo (Touzard, 1987).
Es importante comprender dentro de qué marcos culturales se pro-
duce el proceso de negociación en el ámbito familiar. Cuando tiene lu-
gar en condiciones tradicionales de complementariedad y asimetría de

.......................

9
Con este propósito hemos editado una Guía de Recursos para Talleres de De-
mocratización Familiar.
126 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

poder, a menudo lleva a una lucha en la que, por un lado, las mujeres
tratan de ejercer poder en alguna esfera de la vida cotidiana, a través
de múltiples formas (coerción, disimulación, persuasión, acomodación,
etc.), mientras que los varones, al estar seguros de que ejercen el po-
der no negocian, simplemente imponen (Di Marco, 1997). En casos de
relaciones simétricas, donde cada uno es reconocido por el otro como
portador de legitimidad para iniciar el proceso para acordar posiciones
e intereses, se trata de construir acuerdos donde los negociadores tie-
nen, desde ambos lados, la posibilidad de redefinir la situación para es-
tablecer otra nueva situación que los beneficie a ambos.
En las negociaciones tradicionales no se cuestionan las condiciones
de asimetría de poder y autoridad, que son las habituales dentro del sis-
tema patriarcal. Las negociaciones se manifiestan como una confron-
tación abierta sobre los espacios de poder o como una transacción in-
directa, en la cual se cede algo para conseguir la meta deseada, pero
sin cuestionar la legitimidad del poder del otro ni aclarar necesidades y
derechos de la parte que no tiene culturalmente legitimidad para deten-
tar el poder.
La desigualdad de género dificulta la negociación por varias razones:

• las expectativas de género inciden negativamente en muchas


mujeres para sostener sus deseos y objetivos y transformarlos
en intereses;
• a muchos hombres les cuesta escuchar los deseos y los intereses
de las mujeres;
• las diferencias de recursos entre hombres y mujeres pueden plan-
tear una gran dependencia económica de algún miembro, gene-
ralmente de las mujeres.

Muchas mujeres sienten que su condición “femenina” las aleja de la


posibilidad de negociar y prefieren “ceder espacios y aspiraciones legí-
timas”, “ceder antes que negociar para mantener la armonía del hogar”
(Coria, 1998: 31). Entonces, se autoimponen silencio, disimulan, repri-
men los enojos por miedo a provocar disgusto, malestar o incomodi-
dad, se autopostergan en nombre del amor, por el bienestar de los
otros, como un acto de abnegación que reproduce la falta de reciproci-
dad. Toleran las dependencias, ceden espacios por miedo a no ser con-
sideradas buenas mujeres, buenas madres.
Por todas estas razones, históricamente las mujeres han desarrolla-
do múltiples formas para conseguir sus objetivos a través del “no de-
cir”, del silencio, como disfraz de prácticas no autorizadas para el géne-
ro femenino; “las tretas del débil”, que se han constituido en tácticas de
resistencia –como señala Josefina Ludmer (1985)–, dejan a las mujeres
menos expuestas a la crítica en la lucha por sus necesidades, aunque
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 127

simultáneamente les impiden lograr un reconocimiento explícito de sus


derechos. Consecuentemente, es posible que obtengan algunos logros
para ser más tenidas en cuenta, pero los demás no los evalúan como
consecuencia de la negociación. O, por otra parte, pueden fracasar, lo
que implica volver a la situación inicial sin ninguna posibilidad de modi-
ficar la situación.
En cambio, las negociaciones democratizadoras permiten la trans-
formación del discurso familiar. Estas negociaciones son producto de
las prácticas de las mujeres por adquirir reconocimiento y control en
ciertos aspectos de la vida familiar, y son acompañadas por argumen-
taciones que sustentan sus deseos y sus derechos a iniciar algunos
cambios. Estos argumentos constituyen el denominado discurso de
derechos.

Los cambios en los modelos de género:


impacto del discurso materno

En trabajos anteriores hemos definido el discurso de derechos como


las explicitaciones de las prácticas transformadoras que realizan las
mujeres en el proceso de constituirse como sujetos: las luchas para ad-
quirir mayor estima de parte del marido y de los hijos, para que el tra-
bajo doméstico que ellas realizan sea valorado, para que sus deseos de
salir a trabajar o a participar en alguna actividad sean reconocidos, para
que sus decisiones sean respetadas (Di Marco, 1997).
Muchas mujeres constantemente realizan intentos de negociacio-
nes en diversas áreas (algunas en aspectos de la crianza de los hijos;
otras, en el manejo del dinero; otras, para salir a trabajar). Pero es ne-
cesario que expresen las razones de estas negociaciones, o los bene-
ficios que esperan obtener para ellas o los que han obtenido, para que
se produzca una ruptura con las concepciones de género tradicionales.
Las mujeres que explicitan por qué decidieron realizar determinados re-
clamos a sus compañeros o por qué han elegido alternativas diferentes
de las tradicionales de subordinación han pasado de la ambigüedad dis-
cursiva a una reflexión consciente y racional sobre las motivaciones de
sus conductas de desafío de la autoridad masculina en el grupo fami-
liar, proclamando su derecho a trabajar o a participar o a manejar el di-
nero de una manera más igualitaria. Para que se produzcan cambios en
el discurso familiar, además de lo que hacen las mujeres, es necesario
el argumento, la palabra de las mujeres. Es decir que expliquen por qué
hacen lo que hacen, que se presenten como sujetos de derechos, aun
cuando este discurso verbal presente contradicciones. La contradicción
o ambigüedad materna, cuando es explicitada, abre un debate en el
discurso familiar acerca de las conductas apropiadas para cada género.
128 D E M O C R AT I Z AC IÓ N D E L AS FA M I L I AS

Cuando las mujeres ejercen poder como resultado de negociaciones


donde utilizan argumentos tradicionales, no cambian el discurso fami-
liar. Por ejemplo, las mujeres que controlan los recursos económicos
de todos los miembros de la unidad doméstica que tienen trabajo re-
munerado, asignando las prioridades y los gastos, ejercen poder en el
área del presupuesto familiar, pero en sus discursos y en los de sus
maridos e hijos se considera al padre como la autoridad en ése ámbito
de la vida familiar. A medida que las mujeres rompen las argumentacio-
nes tradicionales en algunas de las áreas en las que negocian, habilitan
a sus hijos, hijas y compañeros a la posibilidad de reconceptualizar sus
representaciones de género. En general, la contradicción más frecuen-
te surge sobre la posibilidad de sostener un argumento sobre el dere-
cho al uso del dinero o a la realización compartida del trabajo domésti-
co o a la salida para ir a trabajar, pero no ocurre lo mismo sobre la
obligación femenina de criar a los hijos e hijas, más atada a la moral tra-
dicional (Di Marco, 1997).
La voz de la mujer, que enuncia su verdad, diferente de la de los mo-
delos tradicionales, con la que explica sus deseos y sus prácticas, pro-
duce impacto en el discurso familiar, el que está compuesto de un re-
pertorio de significados implícitos y explícitos acerca de las relaciones
de género, de las expectativas mutuas, de lo que se espera de hijos e
hijas, de la forma de comunicación entre los miembros del grupo fami-
liar, de la expresión de los afectos, de quién tiene autoridad y en qué
aspectos de la vida familiar. Este discurso familiar ha sido modelado por
la historia de cada uno de los integrantes, de sus logros y dificultades
afectivas, económicas y laborales.

Autoridad y lenguaje de derechos

La autoridad se basa en el reconocimiento de que alguien está real-


mente habilitado para ejercer el poder, ya sea desde la moral de la so-
ciedad o desde un grupo familiar en particular. Al quedar el discurso tra-
dicional intacto, los hijos saben que su madre tiene poder en algún
área, sin embargo, no le dan el reconocimiento que ella debiera tener
si hubiera proclamado sus derechos. El discurso tradicional no es al-
terado aunque las prácticas, al menos en parte, lo contradigan. La ex-
posición de un discurso de derechos tiene el efecto de proclamar la
legitimidad de una conducta diferente del modelo sexista. Esta expli-
citación posibilita la construcción de una ideología de género en transi-
ción hacia formas de convivencia más simétricas entre los géneros (Di
Marco, 1997).
¿Cuáles son las mujeres que tienden a enunciar un discurso de de-
rechos? Según nuestras investigaciones, son aquellas en cuya vida co-
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 129

tidiana se encuentra presente la combinación de trabajo remunerado


extradoméstico y de participación comunitaria. La afirmación de las ma-
dres de su derecho a trabajar y participar parece estar positivamente
conectada con las ideologías de género en transición de los hijos. El tra-
bajo remunerado fuera de la casa y la participación pueden ser simultá-
neos o sucederse en el tiempo, pero como veremos en la siguiente
sección, la participación comunitaria refuerza el proceso de cambio de
las mujeres, al permitirles una experiencia en el mundo público donde
ellas prueban sus fuerzas y los conocimientos adquiridos en el ámbito
doméstico.
El discurso de derechos es más frecuentemente elaborado por las
mujeres que realizan negociaciones acompañadas con argumentacio-
nes presentadas desde sus intereses, que explicitan los motivos y pro-
pósitos de sus acciones. Ejercen abiertamente el poder en algún área
de la vida familiar y son capaces de presentarse como sujetos, no sólo
en su condición de madres. Esto puede suceder tanto entre aquellas
mujeres que mantienen sus parejas y realizan cambios dentro de las
mismas como entre quienes se han separado. En este último caso, las
mujeres son capaces de poner en palabras su evaluación de la antigua
situación y de la presente, pueden transmitir una representación de la
madre como actora de un proceso de cambio.
El discurso, como acción comunicativa, produce realidades; en este
sentido el discurso de derechos puede conducir al logro de una mayor
autonomía a través de un cambio en el grado de conciencia, que se tra-
duce en una búsqueda de más control sobre la propia vida y en el re-
conocimiento del derecho a tomar decisiones y a hacer elecciones. El
resultado es el protagonismo que transforma a los sujetos en agentes
(en el sentido de que se convierten en personas que configuran su pro-
pio desarrollo). Agente es la persona que actúa y provoca cambios y cu-
yos logros pueden juzgarse en función de sus propios valores y objeti-
vos, independientemente de que éstos sean evaluados o no en función
de algunos criterios externos (Sen, 2000: 233).

La equidad en la negociación

En el espacio de negociación cada persona es portadora de necesida-


des, intereses y metas que están ligadas al problema en cuestión, tan-
to como a situaciones previas, de su propia historia personal y familiar.
Esta suma de elementos que las personas llevan consigo no sólo res-
ponde a elecciones personales sino que muchas veces está modelada
por expectativas que van más allá de lo personal, que están vinculadas
a posiciones que ese sujeto ocupa socialmente, ya sea en la esfera pri-
vada como en la pública.
130 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

Las negociaciones son complejas, más cuando se dan en un marco de


desigualdad y subordinación. Si algunos parten de verdades naturalizadas
acerca del sistema de género y de autoridad, la negociación tendrá lugar
en situación de inequidad. Esas verdades naturalizadas que se manifies-
tan a partir de la desigualdad en las relaciones de poder, hacen que las
mujeres y los niños se subordinen a las decisiones de los varones. Las
verdades en las que se ha sido socializado “se llevan adentro” y muchas
veces se convierten en patrones muy asentados, de modo que no permi-
ten abrir procesos de negociación por evitación o se resuelven en detri-
mento de los intereses de quien está peor posicionado socialmente.
Los mecanismos de negociación entre varones y mujeres, para con-
tribuir a superar la desigualdad, deben cuestionar la “naturalidad” de la
desigualdad de autoridad y de recursos. La dominación masculina se le-
gitima a partir de prácticas y discursos que hombres y mujeres toman
como naturales y reproducen en la vida social. El poder simbólico cons-
truye a dominadores y dominadas, que se inclinan a respetar, admirar
y amar a los que tienen el poder. La ruptura de esta relación de autori-
dad naturalizada, requiere “una acción política para el logro de la trans-
formación de las relaciones entre los sexos y el ocaso del orden mas-
culino” (Bourdieu, 20 00). Esta acción política significa no reconocer y
resistir la legitimidad del poder de dominación de género.

“La violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el domi-


nado se siente obligado a conceder al dominador (por consiguiente, a la
dominación), cuando no dispone, para imaginarla o para imaginarse a sí
mismo o, mejor dicho, para imaginar la relación que tienen con él, de otro
instrumento de conocimiento que aquel que comparte con el dominador
y que, al no ser más que la asimilada de la relación de dominación, hacen
que ésta parezca natural o, en otras palabras, cuando los esquemas que
pone en práctica para percibirse o apreciarse, o para percibir o apreciar a
los dominadores (alto/bajo, masculino/femenino, blanco/negro) son el
producto de las clasificaciones, de ese modo naturalizadas, de las que su
ser social es el producto” (Bourdieu, 2000: 49-50).

Para construir formas de relación que no se sustenten sobre la base del


silencio, la aceptación de la imposición del otro u otra, o la falta de con-
sideración por el punto de vista de una persona es necesario recono-
cer la desigualdad. Sin embargo, esto no es tarea fácil. Es preciso un
proceso de desenmascaramiento de situaciones donde uno se encuen-
tra en ventaja o desventaja para poder actuar en función de ellas.
Beck Kritek (1998) señala prácticas que podrían contrabalancear si-
tuaciones de desigualdad, entre otras:

• reconocer y definir los propios intereses, sabiendo que están co-


nectados con los de los demás;
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 131

• decir la propia verdad y reconocer las diferentes verdades de las


otras personas involucradas;
• poner sobre la mesa la desigualdad, desnaturalizarla, de acuerdo
con el flujo de la comunicación;
• no aceptar las situaciones definidas por costumbre o tradición, ya
que al enmascarar las injusticias, contribuyen a perpetuarlas;
• expandir la posibilidades de resolución del conflicto, cuando sea
posible;
• cuestionar las respuestas que se reciben. Así se hacen más cla-
ros el conflicto y el contexto en el que éste se desenvuelve;
• mantener el diálogo, pero darse respiros, esto es, dar tiempo pa-
ra que se procesen los intereses y necesidades de las partes;
• saber cuándo y cómo dejar la negociación, cuando es imposible
llegar a acuerdos.

Las cuestiones a tener en cuenta en las negociaciones:

• los intereses, tratando de entender en qué está auténticamente


interesada cada parte;
• las opciones, para ver si se pueden satisfacer cabalmente los in-
tereses de ambas partes;
• las diferentes normas de equidad para conciliar las diferencias. In-
tercambiar propuestas en un esfuerzo por lograr un acuerdo sa-
tisfactorio para ambas partes que, en todo caso, sea mejor que el
retirarse de la negociación o de la relación;
• las alternativas creativas para el individuo y para la relación. Es útil
saber qué alternativas se tienen, en caso de no poder seguir ade-
lante con la negociación.

Básicamente, negociar es una manera de conseguir lo que se quiere y


lo que quieren los otros, buscando la aceptación de ideas, propósitos
y/o estrategias entre dos o más partes que pueden poseer algunos in-
tereses comunes y otros opuestos. Intenta producir, siempre que sea
posible, un acuerdo desde la búsqueda de resultados orientados a me-
jorar constructivamente, sin herir, ni dañar las relaciones entre las per-
sonas. La negociación sucede cuando ambas partes necesitan llegar a
un acuerdo y existen objetivos enfrentados parcial o totalmente. En to-
da negociación hay una franja de relaciones y límites, el reto es poder
detectar hasta dónde uno está dispuesto a negociar teniendo en cuen-
ta sus propios intereses y los del otro. Los intereses son aquellas cues-
tiones que motivan a actuar y que se relacionan con las necesidades de
logro, de reconocimiento, de estatus social y de autorrealización. Son
los resortes silenciosos detrás de todo el “ruido” de las posiciones y
varían de una persona a otra.
132 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E L AS FA M I L I AS

Descifrar los propios intereses, objetivos u estados deseados e inten-


tar defenderlos es un primer paso para poder negociar. Ponerse en el lu-
gar del otro y tratar de entender los intereses subyacentes que lo pue-
den estar motivando es el segundo. Y el tercero, crear opciones para
intentar, sin violentarnos, satisfacer a ambos. Una de las dificultades más
comunes que se presentan al negociar es sentir que contamos con una
sola alternativa, lo que inhibe la creatividad para encontrar soluciones.

Formas de resolución de los conflictos

Eric Schuler (1998) presenta una tipología de comportamientos: la ma-


nipulación, la huida, la agresividad y la asertividad, en un cuadro con
dos ejes: el vertical, que pone el énfasis en la conexión con los demás
y el horizontal que representa la manifestación de lo que verdadera-
mente se piensa y quiere.

Apertura
Escucha

MANIPULACIÓN ASERTIVIDAD
disimulo franqueza

SUMISIÓN/HUIDA AGRESIVIDAD

Repliegue sobre
uno mismo

El uso de la agresión para resolver un conflicto implica no prestar aten-


ción al deseo del otro. Uno responde a los propios intereses. No exis-
te escucha, ni empatía en relación con el otro. Las actitudes de agre-
sión más frecuentes pueden ser: egoísmo, indiferencia, violencia física
o simbólica, resentimiento, frustración, temor.
La sumisión, la huida son conductas de repliegue sobre el sí mismo.
La persona se paraliza y no puede decir lo que piensa y siente. Se nie-
ga a enfrentar la situación, ya sea porque no tiene valor para afrontarla
o por considerar, en algunos casos, que no vale la pena. Los comporta-
mientos más frecuentes que genera la sumisión son: temor, negación,
bloqueo, encierro, aislamiento, evitación.
A través de la manipulación se intenta controlar o influir sobre los
otros por medios desleales e injustos para obtener los propios propósi-
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 133

tos. Se escucha demasiado bien al otro y a partir de esa escucha se in-


tenta manipular sus dichos o sus acciones. El conflicto puede perpe-
tuarse o agravarse, no por el contenido del problema, sino por la per-
sistencia de la manipulación, que genera sentimientos de rechazo y
contramanipulación. Las actitudes más frecuentes de quien manipula:
adular, aparecer como víctima, mentir, seducir, ser cómplice, compla-
ciente, engañar y realizar acuerdos secretos, exagerar la generosidad
para obtener beneficios del otro, alimentar el amor propio del otro.
Se entiende por conducta asertiva a la capacidad que cada persona
tiene para afirmarse a sí mismo, para hacer oír la propia voz, mantenien-
do una actitud de escucha atenta a los otros, defendiendo los propios
derechos sin agredir, violentar o manipular los derechos de los demás.
Esta práctica contribuye a realizar negociaciones a partir de las propias
necesidades e intereses. El objetivo de la conducta asertiva “no es ga-
narle al otro”, sino respetar el derecho que cada uno tiene a ser quien es,
respetándose así mismo. Es manifestar el derecho a pensar lo que se
piensa, a querer lo que se quiere y a disfrutar de lo que se disfruta.
Cuando se tiene una actitud asertiva, uno es uno mismo y acepta que
los otros puedan elegir gustar de nosotros, o no. La conducta asertiva
es una alternativa más adecuada que la conducta agresiva, sumisa o ma-
nipuladora, salvo en algunas situaciones muy particulares; por ejemplo,
se recurre a la huida, porque se evalúa que con la conducta asertiva se
corre algún riesgo que en esa situación no se desea asumir. O cuando
la persona que generalmente se relaciona en forma asertiva se muestra
agresiva, su cambio deberá entenderse como su derecho a manifestar
las intensas emociones que la envuelven, sobre todo, si tiene como cau-
sa el miedo por la propia seguridad o por la de los seres queridos.
Estas categorías intentan mostrar algunos de los comportamientos
más típicos, sabiendo que la realidad es mucho más compleja. El com-
portamiento sumiso refuerza la subordinación y muchas veces es ne-
cesario tomar distancia, si la persona que está enfrente es agresiva y
violenta y no está dispuesta a dialogar. Abandonar ese tipo de relación
es en este caso una conducta asertiva.
La conducta manipuladora es la que más se valora en las mujeres
desde una perspectiva tradicional, pues las aleja de la agresividad, atri-
buida a los varones. La cultura patriarcal premia a la mujer, que, con ”el
poder entre bambalinas”, consigue lo que quiere, sin hablar desde sus
derechos, intereses y necesidades con franqueza.
Los modelos de relaciones asertivas pueden promover nuevas for-
mas de relacionarse, basadas en el respeto propio y en el de los otros,
lo que podría generar, a largo plazo, modificaciones en las conductas
aprendidas de respuestas agresivas y violentas. Las actitudes más fre-
cuentes son: empatía, poder de escucha, equilibrio, afecto, conciencia
de los propios derechos y de los del otro.
134 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

Desarrollar actitudes y comportamientos asertivos significa para la


mujer ser responsable ante sí misma y ante los otros. Para esto, es ne-
cesario desnaturalizar las situaciones de subordinación, poder hablar
desde los derechos y no desde el ruego, teniendo en cuenta los inte-
reses de los participantes involucrados en el vínculo. Una de las áreas
donde es más difícil sostener conductas asertivas en el caso de las mu-
jeres es la relacionada con la sexualidad y el placer. Comunicar al com-
pañero lo que se desea, disfrutar plenamente del sexo, cuidando la in -
tegridad física y emocional, decidir si se va a tener hijos, cuántos hijos
tener y con qué intervalos, son cuestiones que parecen difíciles de co-
municar en un plano de igualdad.

Consideraciones finales

En los capítulos anteriores de este libro, hemos seguido, guiados por la


idea de la ampliación de la ciudadanía y la democratización, un hilo con-
ductor que se refiere a procurar desentrañar los discursos hegemónicos
de familias y de infancia, de relaciones de género y autoridad, de con-
cepciones sobre la feminidad y la masculinidad, que generan desigual-
dades. Como hemos afirmado al principio de este capítulo en particular,
la diversidad de discursos que existen en la actualidad –teniendo en
cuenta la fractura pero no la desaparición del discurso hegemónico– ge-
nera el desarrollo de procesos conflictivos, que posibilitan el cuestiona-
miento del autoritarismo en las relaciones familiares.
Los conflictos son muy buenos analizadores de las relaciones de
género y autoridad, pues, aunque no sean explícitos, están develan-
do, a través de alguna estrategia discursiva, las oposiciones que, en
casi todos los casos, están vinculadas con relaciones de dominación.
Estableciendo un continuo entre poder y autoridad, conflicto y cam-
bio, es en este proceso donde pensamos que se pueden jugar alter-
nativas de negociaciones u otros mecanismos que favorezcan el diá-
logo y el debate, y que conduzcan a desmantelar el autoritarismo y a
ejercer la autoridad.
Como ya explicamos, decidimos incorporar en este capítulo conteni-
dos más orientadores de prácticas, para hacer más operacionales nues-
tras propuestas. Como en su momento habíamos adelantado, estos
contenidos se organizan teniendo en cuenta los aprendizajes realizados
por nuestro equipo a partir de los encuentros de formación que gene-
ra el Programa de Democratización de las Relaciones Familiares. En es-
te proceso nos dimos cuenta de que el tema del conflicto permitía a las
personas reapropiarse y resignificar los demás contenidos y nos encon-
tramos con que, si bien aquellas no solicitaban “hojas de ruta”, sí expre-
saban la necesidad de orientaciones concretas, toda vez que repensa-
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 135

ban las negociaciones –u otros mecanismos– no como procesos neu-


tros, sino ideológicos.
La promesa de las negociaciones democratizadoras, si se quiere, es
la de transitar el camino aprendido por las experiencias de muchas mu-
jeres, para que estas experiencias permitan en algún futuro construir
vínculos amorosos en igualdad, con relaciones de autoridad que den
confianza y brinden un contexto seguro a los hijos e hijas, con progeni-
tores –vivan juntos o no, sean o no los progenitores biológicos, sean o
no del mismo sexo– que críen a sus hijos e hijas de un modo que su-
pere la desigualdad en la que casi todos nosotros fuimos socializados.
De acuerdo con el hilo conductor que mencionamos más arriba –po-
der/autoridad, conflictos, cambios– consideramos que la democratiza-
ción de las familias a través del proceso de reconocimiento de las dife-
rencias y de la construcción de la autoridad no finaliza con la familia
democratizada sino que, por el contrario, posibilita develar otras forma
de desigualdad y abrir nuevos conflictos, en una concepción dialéctica
de equivalencias entre las diferentes luchas democráticas, para articu-
lar nuevas demandas en pos de la igualdad (Laclau y Mouffe, 1985).
136 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

Bibliografía

Arendt, Hannah (1996), Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios so -


bre la reflexión política, Barcelona, Península. Primera edición: 1954.
Beck, Ulrich (1999), Hijos de la libertad, Buenos Aires, Fondo de Cultu-
ra Económica.
Beck, Ulrich y Beck-Gernsheim, Elizabeth (2001), El normal caos del
amor, Barcelona, Paidós
Beck Kritek, Phyllis (1998), La negociación en una mesa despareja. Un
abordaje práctico para trabajar con las diferencias y la diversidad,
Buenos Aires, Granica.
Bourdieu, Pierre (2000), La dominación masculina, Barcelona, Anagra-
ma, Colección Argumentos.
Connell, Robert (1997), “La organización social de la masculinidad”, en
Valdés, Teresa y José Olavarría, Masculinidad/es. Poder y crisis, San-
tiago de Chile, Ediciones de las Mujeres.
Corsi, Jorge (2003), Maltrato y abuso en el ámbito doméstico, Buenos
Aires, Paidós.
Coria, Clara (1998), Las negociaciones nuestras de cada día, Buenos Ai-
res, Paidós.
Chitarroni, Horacio y otros (2001), El infierno doméstico: una aproxima -
ción a la violencia familiar. Un estudio sobre los casos atendidos en
la línea telefónica de violencia familiar de la Dirección General de la
Mujer entre 1993 y 1999, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires,
Secretaría de Promoción Social, Universidad del Salvador. Mimeo,
versión preliminar sujeta a revisión.
Di Marco, Graciela y Colombo, Graciela (2002), “Las mujeres en un en -
foque alternativo de prevención”, en Documentos de Políticas Socia -
les Nº 21, Buenos Aires.
Fernández, Ana María (1993), La mujer de la ilusión. Pactos y contratos
entre hombres y mujeres, Buenos Aires, Paidós.
Foucault, Michel (1980), Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta.
Foucault, Michel (1983), El discurso del poder, México, Folios.
Foucault, Michel (1977), Historia de la sexualidad, Madrid, Siglo XXI.
Laclau, Ernesto y Mouffe Chantal (1985), Hegemony and Socialist Stra -
tegies. Towards a Radical Democratic Politics, Londres, Verso.
Ludmer, Josefina (1985), “Las tretas del débil”, en La sartén por el man -
go. Edición de Patricia Elena González y Eliana Ortega. Río Piedras,
Ediciones Huracán, San Juan de Puerto Rico.
Ravazzola, María Cristina (1997), Historias infames: los maltratos en las
relaciones, Terapia Familiar, Buenos Aires, Paidós.
Schuler, Eric (1998), Asertividad, Madrid, GAIA ediciones.
C O N F L I C TO Y T R A N S F O R M AC I Ó N 137

Schmukler, Beatriz y Di Marco, Graciela (1997), Las madres y la demo -


cratización de la familia en la Argentina contemporánea, Buenos Ai-
res, Biblos.
Schmukler, Beatriz (2001), Documento de trabajo sobre los cambios de
las familias y los conflictos familiares, Buenos Aires, UNICEF.
Sen, Amartya (1998), Teoría del desarrollo a principios del siglo XXI. Mi-
meo.
Sennet, Richard (1980), La autoridad, Madrid, Alianza.
Touzard (1987), La mediación y la solución de conflictos, Barcelona
Herder.
Valenzuela, María Elena y Reinecke, Gerhard (edits.), (2000), ¿Más y
mejores empleos para las mujeres? La experiencia de los países del
Mercosur y Chile, Santiago de Chile, OIT.
Velásquez, Susana (2003), Violencias cotidianas, violencias de género.
Escuchar, comprender, ayudar, Buenos Aires, Paidós.
Verón, Eliseo (1995), Conducta, estructura y comunicación. Escritos teó -
ricos 1959-1973, Buenos Aires, Amorrortu.
6. Políticas sociales
y democratización
Graciela Di Marco

Introducción

En este capítulo presentaremos algunas reflexiones acerca de la for-


mación de las políticas sociales, reconociendo que este campo es
atravesado por múltiples intereses y lógicas diferentes, a veces inclu-
so contradictorios. Los temas que nos interesan se vinculan con la
construcción de los problemas de los que se ocupa la política social, y
con el análisis de la justicia social como supuesto básico de las políti-
cas sociales.
Finalmente, desde la perspectiva que desplegamos, deseamos pro-
poner algunas reflexiones acerca del concepto de empoderamiento, ya
que es habitualmente utilizado en los programas referidos a las muje-
res y, además, porque este concepto junto con el de democratización
están emparentados en la consideración de las relaciones de género
como relaciones de poder.
La perspectiva de democratización pretende ir todavía un poco más
allá de la categoría de empoderamiento, poniendo en el centro de la
atención las cuestiones referidas a la construcción de autoridad de las
mujeres en las relaciones de género, tanto en sus grupos familiares co-
mo en el marco de las actividades colectivas. El reconocimiento de la
subordinación de las mujeres y la necesidad de lograr más poder y au-
toridad se sustenta en la afirmación de que mientras el poder no es re-
conocido, mientras no es legitimado por el grupo social en el que se lo
ejerce, no se convierte en autoridad.

La justicia social como supuesto básico


de las políticas sociales

Si se consideran las políticas sociales en su doble aspecto: como


configuradoras de las relaciones sociales y, a su vez, como estructura-
das a partir de dichas relaciones (Adelantado y Noguera, 1998: 126), se
tiene que considerar que éstas deberían combatir la desigualdad (de
140 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

clase, de género, de etnia) y orientarse hacia la búsqueda de la justicia


social. Las políticas sociales pueden influir tanto en la estructura e in-
tensidad de las desigualdades como en el surgimiento de actores co-
lectivos (Adelantado y Noguera, 1998: 141). Consideradas como dispo-
sitivos gubernamentales que gestionan la desigualdad, las políticas
sociales determinan qué recursos se distribuyen, en qué proporción, de
qué modo y entre quiénes.1
Teniendo en cuenta estas aproximaciones a la competencia de la po-
lítica social, deseamos reflexionar acerca de la perspectiva de la justi-
cia social, ya que según sea el enfoque de justicia que se sostenga se-
rán diferentes las concepciones de las políticas que se adopten. En los
discursos actuales es muy frecuente la consideración de las políticas
sociales en términos redistributivos, pero en su mínima expresión, co-
mo subsidios o transferencias de dinero hacia los más pobres, sin que
ello necesariamente suponga la aplicación de políticas integrales basa-
das en los derechos sociales.
Las consecuencias de la aplicación de las políticas neoliberales en la
Argentina conforman una situación caracterizada por la agudización y
extensión de la pobreza, disparada en proporciones alarmantes a partir
del año 2001. Algunas de la dimensiones centrales son: la masividad,
es decir que una proporción inusualmente alta de la población está in-
cluida en esta categoría; la concentración territorial;la intensidad y per-
duración a través de la vida de las personas o las generaciones; la con -
centración extrema de la riqueza, combinada con una expectativa de
irreversibilidad y, por tanto, de impunidad (concentración de la propie-
dad y el poder, reducción de las capas medias urbanas y creciente dis-
tancia entre los extremos: del 10% con mayor ingreso y el 50% de me-
nor ingreso), entre otras (Coraggio; 1998).2

.......................

1
Adelantado y Noguera (1998: 129) sostienen una concepción compleja de la es-
tructura social, siguiendo a Habermas (1986 ); Cohen y Arato (1992) y autoras femi-
nistas. Consideran que las desigualdades sociales operan en cuatro esferas: mer-
cantil, estatal, doméstico-familiar y relacional, y que cualquiera de estas esferas
puede proveer bienestar social a la población.
2
En la actualidad, el 10% más rico de los habitantes participa del 37,4% del in-
greso total. Su ingreso promedio es 27,3 veces mayor que el de aquellos que inte-
gran el 10% más pobre. Comparados estos valores con 1994, la brecha es 17,8 ve-
ces superior. En 1998, el 23,9% de los hogares (32,6% de la población) caían bajo
la línea de pobreza, de ellos, el 6,4% (9,4% de la población) eran considerados indi-
gentes. En la medición de octubre de 2002, 48,1% de los hogares era pobre y el
21,2%, indigente.
P O L Í T I C AS S O C IA L ES Y D EM O CR AT I Z AC I Ó N 141

Esta descripción de la situación coloca el énfasis en los indicadores


socioeconómicos, sin embargo, consideramos que el acento debería
estar colocado en las condiciones para que las personas desarrollen ca-
pacidades para elegir la vida que quieren vivir, reconociendo la diversi-
dad y heterogeneidad de las necesidades, vinculadas con las diferen-
cias personales –sexo, edad, incapacidad, enfermedad–, con el medio
ambiente, con las relaciones sociales en un contexto determinado, con
la distribución del poder dentro de las familias.3 Además de la capacidad
de participar en las decisiones que se tomen en el conjunto de la so-
ciedad, se constituye en una medida de la calidad de vida de ese con-
junto social (Sen, 20 00: 94).
El derecho a un nivel de vida adecuado se vincula con la ciudadanía
social, más allá de la posición económica del individuo, así como de su
desempeño en el trabajo o en cualquier otro ámbito de mercado. Se
trata de una concepción de la solidaridad social amplia, colectiva y uni-
versalista, que alcanza a la población entera, por contraposición al en-
foque focalizador de la asistencia social, estigmatizador para los recep-
tores. Nos referimos con esto a las políticas que focalizan en virtud de
la asignación de recursos y no a aquellas que propician acciones afir-
mativas (discriminación positiva) para ciertos colectivos en desventaja,
con el fin de lograr una posterior igualación.
Otro enfoque, siguiendo a Fraser (1997), es repensar conjuntamen-
te dos aspectos de la justicia: la redistribución y el reconocimiento. La
autora citada aboga por un paradigma que pueda contener los recla-
mos legítimos de ambos. Los reclamos redistributivos (producto de la
injusticia socioeconómica) se vinculan con un reparto más justo de
bienes y recursos; los reclamos de reconocimiento de las diferencias
(producto de la injusticia cultural) se vinculan con una aplicación más
amplia de los derechos de las personas, que no esté ligada exclusiva-
mente a las normas y valores culturales considerados “normales” o
naturalizados.
Fraser puntualiza como núcleo normativo de su concepción la idea
de “paridad en la participación”: la justicia requiere que todos los miem-

.......................

3
“... El bienestar o la libertad de los miembros de una familia depende de cómo
se utilice la renta familiar para satisfacer los intereses y los objetivos de cada uno
de ellos. Así, la distribución de las rentas dentro de las familias es una variable fun-
damental en la relación entre los logros y las oportunidades individuales y el nivel to-
tal de la renta familiar. De las reglas de distribución que se utilicen dentro de la fa-
milia (relacionadas, por ejemplo, con el sexo, la edad o las necesidades que se crea
que tiene cada miembro) pueden depender los logros y las dificultades económicas
de sus integrantes” (Amart ya Sen, 2000: 99).
142 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

bros de la sociedad sean considerados como pares; para esto es nece-


saria una distribución de bienes materiales que asegure la independen-
cia y la “voz” de los participantes y que las pautas culturales de inter-
pretación y valor aseguren la igualdad de oportunidades y el respeto
por todos y todas. Se enlazan, entonces, la justicia social y económica,
la identidad y el reconocimiento, la redistribución y la participación (Gar-
cía y Lukes, 1999).
Este enfoque permite tender puentes entre las concepciones que
sólo consideran políticas sociales a las de redistribución y aquellas que
consideran sólo las políticas de reconocimiento. La imbricación de am-
bas permite trascender los enfoques que sólo ven diferencias hacia
adentro de las políticas sociales redistributivas.4 Tomando la categoriza-
ción que realiza Dagmar Raczynski (1998),5 es posible situar las políti-
cas de reconocimiento en el conjunto de las políticas sociales.
Esta autora presenta la siguiente tipología de políticas sociales: inver-
sión en servicios básicos de educación y salud, políticas y subsidios pa-
ra vivienda, equipamiento comunitario e infraestructura sanitaria; políti-
cas de apoyo a la organización social y de capacitación para proveer de
información, para tener “voz” y participar en la toma de decisiones; po-
líticas laborales y de remuneraciones y, por último, políticas asistencia-
les, de empleo, de emergencia o de transferencias directas de dinero
y/o bienes. Los programas que apuntan al reconocimiento se concretan
en el segundo tipo de políticas mencionadas, aquellas que contribuyen
a la igualdad de oportunidades, favoreciendo las organizaciones colecti-
vas, y que intentan contribuir a la democratización de las relaciones so-
ciales a través de promover la participación y la capacidad para tener
“voz” en los asuntos que competen a las personas.

La construcción de la agenda de las políticas sociales

Las políticas sociales construyen discursos y realidades en la definición


de los problemas y en las modalidades para abordarlos. La definición de

.......................

4
El Programa de Democratización de las Relaciones Familiares puede ser com-
prendido dentro de las políticas de reconocimiento, pues pone el acento en las re-
laciones de poder y subordinación entre los géneros y las generaciones dentro de
los grupos familiares. La transformación de los contratos autoritarios, que naturali-
zan la subordinación femenina y que no contemplan en toda su magnitud los dere-
chos de la infancia, es el punto central del programa.
5
Si bien la autora se refiere a las políticas focalizadas, es interesante que aun en
éstas se puedan considerar políticas de reconocimiento.
P O L Í T I C AS S O C IA L ES Y D EM O CR AT I Z AC I Ó N 143

los problemas es una decisión política, en la que intervienen actores po-


líticos y sociales estratégicos; a la vez, tiene consecuencias políticas, es-
tructurando áreas de la sociedad. Para que las políticas sociales tengan
éxito deben estar en correspondencia con algunas concepciones ideoló-
gicas comunes, con representaciones sociales aceptadas como válidas
(Moro, 2000: 127-128). De la agenda sistémica (conjunto de problemas
que preocupan a una sociedad), los decisores estratégicos confeccionan
la agenda política, con aquellos problemas que se consideren priorita-
rios. Las áreas de políticas sociales configuran los problemas y la forma
de expresarlos y abordarlos, la que permanece en el imaginario social
por mucho tiempo, incluso si el programa social ya no se está imple-
mentando.
Las concepciones actuales sobre planificación estratégica conside-
ran que es conveniente entender la planificación como construcción
de políticas más que como formulación de las mismas. Esto significa
que las políticas no deberían surgir de un solo sector (que general-
mente es el Estado), sino desde la articulación de diferentes intere-
ses y puntos de vista de la sociedad civil, lo que permitiría desarrollar
cursos de acción viables y sustentables. Para esto, se hace necesa-
ria la participación ciudadana. El problema es que, a menudo, la parti-
cipación queda reducida a alguna instancia formal y la actividad de los
actores frecuentemente consiste en el aporte de algún tipo de traba-
jo (para campañas de salud, autoconstrucción de viviendas, festivales
de recaudación de fondos, manejo de comedores y roperos comuni-
tarios, responder a encuestas). La participación ciudadana se confun-
de así con la participación comunitaria y, por lo tanto, pocas veces se
favorece desde el Estado la posibilidad de la cogestión. Además, el
llamado a este tipo de participación no promueve un análisis de cuá-
les son los problemas y qué soluciones requieren formulado desde la
misma ciudadanía.
La participación ciudadana relaciona a las organizaciones de la socie-
dad civil y al Estado, en tanto los individuos intervienen en actividades
públicas como portadores de intereses sociales. Esto es central en la
idea de la construcción de la ciudadanía, no ya como una instancia for-
mal sino como un proceso que adquiere la posibilidad de ampliar sus
alcances, para incluir en forma concreta los diferentes intereses que
deben coexistir dentro de un pacto social que simultáneamente reco-
nozca los derechos universales junto con las particularidades de colec-
tivos y grupos.
La democracia pluralista se basa en este proceso conflictivo. Sin
embargo, la participación en la esfera pública no supone que las desi-
gualdades sociales están resueltas de antemano. Por el contrario, re-
sulta frecuente constatar que el espacio discursivo no permite la igual-
dad de acceso al debate, ya que muchos colectivos quedan fuera,
144 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

atravesados como están por su lugar de subordinación.6 De allí que de-


bería concebirse la esfera pública no como un espacio único sino como
una red múltiple de colectivos constituidos por grupos subordinados
(desocupados, mujeres, trabajadores, personas de diferentes orienta-
ciones sexuales, etnias), que establezcan un intercambio cultural e
ideológico en la diversidad. Se trata de espacios discursivos paralelos
donde los miembros de los grupos sociales subordinados inventan y
hacen circular contradiscursos, lo que a su vez les permite formular in-
terpretaciones opuestas a las hegemónicas acerca de sus identidades,
intereses y necesidades. La proliferación de contrapúblicos subalternos
implica la ampliación de la confrontación discursiva (Fraser, 1997: 116).
En los últimos años en la Argentina hemos observado cómo los mo-
vimientos sociales contribuyeron a modificar el discurso social y políti-
co legitimado, colocando en la agenda pública nuevos temas y proble-
mas, a partir de las reelaboraciones de las necesidades, que se
presentaban cristalizadas en explicaciones técnico-políticas cada vez
más alejadas de la propia experiencia de los colectivos subordinados, o
confinadas a los ámbitos privados. El discurso de los movimientos so-
ciales inició un proceso de desplazamiento de las explicaciones técni-
cas que prevalecían, casi como sentido común, para la justificación de
determinados programas en las esferas del Estado. La política de inter -
pretación de las necesidades (Fraser, 1989) se va instalando así “des-
de abajo”, criticando la apelación al mercado como regulador, propio del
enfoque neoliberal. La modificación del discurso es posible a partir de
la voz que se constituye para hablar públicamente de necesidades y de-
mandar al Estado por su satisfacción. El lenguaje de las necesidades
que se traduce en derechos, que enarbolan los movimientos, politiza
los ámbitos del mercado del mismo modo que el movimiento feminis-
ta politizó la vida privada familiar y convirtió en políticas las necesidades
de las mujeres de ver equiparada su condición con la de los hombres.7
El replanteo de las relaciones de poder y autoridad que se ha veni-
do gestando en amplios sectores de la sociedad argentina ha posibili-

.......................

6
Como dice Carol Pateman (1989): “El debate liberal no cuestiona la contradic-
ción entre la igualdad política formal y la desigualdad social en las instituciones pú-
blicas y privadas, por ejemplo, la marginación y subordinación de las mujeres, gru-
pos étnicos y religiosos”.
7
Según Fraser, “Cuando se insiste en hablar públicamente de las, hasta enton-
ces, necesidades despolitizadas, cuando se exige reclamar para estas necesidades
el estatus de temas políticos legítimos, se cuestionan, modifican y/o desplazan ele-
mentos hegemónicos de los medios de interpretación y comunicación: se inventan
nuevas formas de discurso para interpretar sus necesidades” (Fraser, 1989: 20-21).
P O L Í T I C AS S OC IA L ES Y DE MO CR AT I Z AC I Ó N 145

tado la construcción de una agenda de los actores sociales acerca de


los intereses comunes, construidos por una parte de la sociedad civil
politizada. En esta construcción se incorporan significados vinculados
con la pobreza y la desocupación, que ya estaban presentes en los dis-
cursos de los noventa acerca de las políticas sociales. Pero, a diferen-
cia de aquellos, anclados en el asistencialismo, los nuevos discursos se
orientan hacia una politización creciente de la esfera de la producción y
la reproducción social. Incorporan el reconocimiento de las diferencias,
la búsqueda de la dignidad, la desmitificación de las relaciones de po-
der establecidas, la construcción de interdependencias entre actores y
organizaciones, todas articulaciones que son necesarias para un replan-
teo profundo de la política.

El discurso de género en las políticas sociales

Las políticas de desarrollo y los programas de capacitación de género


han atravesado por diferentes momentos en los últimos treinta años,
con enfoques que los han ido enriqueciendo. Una nota distintiva de es-
te proceso es que las políticas y programas de capacitación de género
coexisten, por lo cual es necesario abordar los supuestos básicos sub-
yacentes a ambos, ya que de éstos se derivan formas diversas de en-
carar las políticas y los programas sociales.
La perspectiva de género analiza los impactos diferenciales de las
políticas, programas y legislaciones sobre las mujeres y los hombres.
Este análisis depende de las concepciones que se desarrollen acerca
de las relaciones de género, las relaciones de poder y de autoridad, la
trama de poder de las instituciones, los enfoques acerca de la capaci-
tación e impacto de las políticas públicas, de la macro y la microecono-
mía (Miller, Razavi, 1998).
El análisis de género presenta tres enfoques principales: el Sistema
de los Roles de Género (desarrollado por investigadoras del Instituto de
Desarrollo Internacional en colaboración con la Oficina de Mujeres en
desarrollo de USAID); el Modelo de Tres Roles (Universidad de Londres)
y el Sistema de las Relaciones Sociales (Instituto para Estudios de De-
sarrollo, Sussex, Gran Bretaña). Cada uno de ellos se sustenta en es-
tructuras conceptuales usadas para el análisis de cuestiones de géne-
ro dentro del contexto de desarrollo.

a. El Sistema de los Roles de Género

Esta perspectiva se basa en la teoría de los roles sexuales y en la con-


cepción tradicional del hogar que concibe al hombre como proveedor
del sustento y a la mujer como responsable del cuidado de los integran-
146 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

tes de la familia, sin analizar las relaciones de género y la dominación


masculina. Deriva de las evaluaciones del enfoque de Mujeres en De-
sarrollo que, hace treinta años, contribuyó a la toma de conciencia acer-
ca de los problemas de las mujeres, tanto en organismos nacionales
como internacionales. De estas evaluaciones se obtuvieron varias con-
clusiones, entre ellas que no se habían tenido en cuenta las diferencias
materiales de poder, recursos e intereses entre las propias mujeres, y
que se había sostenido una visión acrítica del proceso de desarrollo y
modernización, sin cuestionar las estructuras económicas y políticas
que subyacían, especialmente en los países del Tercer Mundo.
La perspectiva de los roles de género considera el hogar como una
unidad que no es indiferenciada en términos de producción y consumo.
La equidad de género es definida en términos del acceso y el control
individual sobre los recursos, ya que, según este enfoque, la equidad
de género y la eficiencia económica se retroalimentan. Este enfoque
estudia las diferencias de género en el acceso y control de los recursos
y analiza los incentivos y las restricciones que existen para mejorar la
productividad. Provee de información acerca de la distribución de roles
y recursos dentro del hogar y ha sido muy útil para ir más allá de los es-
tereotipos que invisibilizan el trabajo de las mujeres.
Desde este enfoque se consideran las tareas que hacen las mujeres
y los hombres, esto es la división de género del trabajo y el acceso y
control diferencial de los mismos al ingreso y los recursos, como vincu-
ladas a los diseños de los proyectos, con el propósito de mejorar su pro-
ductividad y eficiencia. Investiga sistemáticamente las actividades de
hombres y mujeres, con el fin de visibilizar el trabajo de las mujeres, pe-
ro no da cuenta de que la división de género de las tareas implica dife-
rentes actividades y procesos tanto de cooperación como de conflicto.
Por otro lado, pone el acento en el control sobre recursos materia-
les, tangibles (tierra, crédito, etc.), pero no tiene en cuenta el rol de los
recursos simbólicos (conexiones, información, relaciones políticas) que
también impactan sobre las relaciones de poder. La equidad de géne-
ro es considerada en términos de acceso individual a los recursos y,
parcialmente, es tenida en cuenta la participación de las mujeres en or-
ganizaciones, una actividad que podría aumentar su poder.

b. El Modelo de Tres Roles

Fue desarrollado por Caroline Moser (1989; 1995) en la Universidad de


Londres. Avanza sobre la concepción centrada en el hogar que tiene el
enfoque anteriormente considerado, para reconocer que las activida-
des y estrategias de supervivencia se relacionan con la comunidad. Se
distingue por destacar tres roles principales de las mujeres e incorpo-
rar el enfoque de necesidades prácticas y estratégicas de género (Mo-
P O L Í T I C AS S O C IA L ES Y D EM O CR AT I Z AC I Ó N 147

ser,1989). Pone la atención en la división del trabajo por sexo en térmi-


nos del monto de demandas que deben atender las mujeres y la canti-
dad de tiempo que utilizan para ello y cómo esto impacta en su capaci-
dad para participar en las tareas comunitarias.
Examina los roles de las mujeres, en tres ámbitos: en la producción,
la reproducción y en la participación en la comunidad, analizando las con-
secuencias que tienen estas actividades para su acceso al desarrollo so-
cioeconómico. Esto permite que al momento de planificar, los expertos
incluyan todo lo que las mujeres hacen, aun si la actividad es invisible
porque no es valuada en el mercado o porque no es culturalmente acep-
tada. Entiende por “rol productivo” la producción para el mercado pero
también la de subsistencia en el hogar, a la cual considera que debe
atribuirsele un valor de mercado. El rol reproductivo se refiere a las res-
ponsabilidades de crianza y domésticas, mientras que el rol comunita-
rio está dado por las actividades comunitarias de las mujeres, vincula-
das con su rol reproductivo, para asegurar la provisión y mantenimiento
de los recursos colectivos (agua, cuidado de la salud, educación).
Según Carol Miller y Shahra Razavi (1998), al centrarse en los roles,
esta perspectiva no alcanza a considerar en profundidad las relaciones
de género, siendo débil en el reconocimiento de las relaciones de po-
der y autoridad dentro de los hogares. El énfasis está puesto en lo que
las mujeres producen, y sólo cuando se adentran en los roles comuni-
tarios, se les presta atención a los recursos simbólicos, como el poder
y la autoridad y las relaciones sociales mediante las cuales se producen
esos recursos.
Con respecto a la distinción entre necesidades prácticas y estratégi-
cas de género, Caroline Moser la deriva de la realizada por M. Moly-
neux (1985) entre intereses prácticos y estratégicos de género. Según
Moser, las necesidades prácticas surgen y son articuladas por las mu-
jeres mismas en respuesta a las necesidades inmediatas percibidas,
basadas en la división de género, para asuntos tales como alimento, te-
cho, cuidado de la salud y agua. Éstos se vinculan a los triples roles de
las mujeres (provisión de la comida, cuidado de los niños, gestión co-
munitaria de los servicios básicos). Las necesidades estratégicas de
género, en cambio, se refieren tanto a las necesidades que se derivan
de un análisis de la subordinación y la formulación de una alternativa co-
mo al proyecto de una organización de la sociedad más igualitaria.
Ejemplos de ésta son: la abolición de la división sexual del trabajo, el
establecimiento de igualdad política y económica, la libertad de elec-
ción acerca de la crianza y el fin de la violencia de los hombres sobre
las mujeres.
La preocupación está situada en la consideración de las actividades
de las mujeres en la casa, en el empleo y en la comunidad, y en las ne-
cesidades prácticas y estratégicas, con poco énfasis en las relaciones
148 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

de poder y autoridad, y en las instituciones a través de las cuales se


perpetúan las desventajas. La discusión de las necesidades estratégi-
cas dentro de las instituciones del Estado se limita a afirmar que el Es-
tado ha fallado en responder a las necesidades estratégicas de las mu-
jeres, sin embargo, no se realiza un análisis de la naturaleza de género
del Estado ni de las instituciones de desarrollo.
No critica los métodos de planificación, a los que considera una he-
rramienta racional, basada en información cuantitativa y cualitativa. El
análisis de género utiliza la desagregación por sexo de la información
(por ejemplo, tasas de ocupación, esperanza de vida, mortalidad infan-
til, años de escolaridad, etc.) para observar sus consecuencias sobre el
desarrollo económico y el desarrollo de los recursos humanos. Como
se trabaja con poblaciones pobres, se considera el ingreso para califi-
carlas como tales. Teniendo en cuenta los roles triples y la distinción en-
tre necesidades prácticas y estratégicas de género, es posible identifi-
car, por ejemplo, las necesidades de las mujeres en varios sectores,
como el transporte, el empleo y capacitación y la vivienda.

c. El Sistema de las Relaciones Sociales

Se refiere a un enfoque analítico derivado del análisis de las relaciones


sociales desarrollado durante un seminario sobre la subordinación de
las mujeres realizado a mediados de los años setenta,8 en el cual se
puntualizaron críticas al enfoque Mujeres en Desarrollo, predominante
hasta ese momento. La crítica estaba basada especialmente en los si-
guientes puntos: el enfoque mencionado se constituyó a partir de una
concepción liberal individual que tendió a aislar a las mujeres como una
categoría homogénea y separada, se basó en un enfoque principalmen-
te descriptivo y no analítico, y no prestó suficiente atención a las rela-
ciones de poder y autoridad presentes en la subordinación femenina.
A fines de los ochenta comienza a reelaborarse el marco conceptual,
observando especialmente que el enfoque “centrado en la mujer” no
captaba suficientemente las relaciones de poder presentes en las diná-
micas familiares entre hombres y mujeres, entre diferentes grupos eta-
rios, socioeconómicos y étnicos y, por lo tanto, cuando se realizaran in-
tervenciones o prestaciones dirigidas a las mujeres podría suceder que
los hombres finalmente controlasen esos recursos mientras las muje-
res y los niños continuarían en la misma pobreza que antes. También se
indicaba que se generaba una especie de retaliación de las mujeres de-

.......................

8
En el Instituto de Estudios de Desarrollo de la Universidad de Sussex, Gran
Bretaña.
P O L Í T I C AS S O C IA L ES Y D EM O CR AT I Z AC I Ó N 149

bido al sometimiento padecido al no disponer de recursos ni de poder


de decisión. Bajo esta modalidad, a partir de la generación o el control
de algún recurso, las mujeres podrían reproducir el autoritarismo de los
varones.
El enfoque alternativo se plasmó definitivamente en el marco con-
ceptual denominado Género y Desarrollo (1980). En este enfoque se
consideran las relaciones de género que se pueden encontrar en los
procesos de producción, reproducción, distribución y consumo y que
operan a través de las instituciones: los hogares, la comunidad, el
mercado y el Estado (Kabeer, 1994). Las relaciones de género se re-
fieren a las dimensiones de las relaciones sociales que crean y pro-
ducen diferencias en el poder y autoridad de hombres y mujeres. To-
man en cuenta también que las relaciones de género están
atravesadas por la clase, etnicidad, edad, religión, etc., lo cual signifi-
ca que en cada contexto los ejes de la desigualdad pueden ser consi-
derados de manera diferente.
Este enfoque ubica las relaciones de género en los contextos de la
vida cotidiana, por lo tanto, considera necesario obser var cómo se pro-
duce y reproduce la desigualdad en cada uno de ellos: la familia, la es-
cuela, la comunidad, el Estado, el mercado. Comparte con el análisis de
los roles el centrarse en los roles diferenciados por género y el acceso
y control diferencial de hombres y mujeres respecto de los recursos,
especialmente de los materiales. Pero también pone el acento en la in-
terdependencia entre hombres y mujeres, señalando que si bien ésta
puede basarse en la colaboración, al existir desigualdades entre hom-
bres y mujeres también se producen conflictos.
Se alerta sobre el énfasis de la planificación económica convencio-
nal que considera la producción y los recursos materiales, y que desca-
lifica los recursos relacionales, como los derechos, las obligaciones y
los reclamos. Desde este enfoque se señala que las relaciones de gé-
nero de la familia implican para las mujeres frecuentemente una nego-
ciación entre la seguridad y la autonomía.
Asimismo, esta orientación considera que es necesario determinar
cómo las mujeres perciben sus intereses y cómo ellos se vinculan con
su posición dentro de la familia y el hogar. Y esto no puede ser leído de
la simple desagregación de la división de roles de género, ya que se vuel-
ve necesario observar los valores y normas que sustentan esa división
de tareas. Coloca en el centro la dimensión política de las relaciones de
género, considerándolas como de dominación masculina y subordinación
femenina. Esto significa que los hombres tienen más autoridad y control
que las mujeres y más capacidad para movilizar recursos sociales y eco-
nómicos. Por este motivo, terminar con la subordinación de las mujeres
es algo más que un tema de reubicación de recursos, e involucra redis-
tribuir el poder y reconsiderar la autoridad masculina.
150 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

Finalmente, toma una visión dinámica de las relaciones de género,


reconociendo que los aspectos conflictivos y de colaboración de las re-
laciones de género involucran tanto a los hombres como a las mujeres
en un constante proceso de negociación (Miller; Razavi, 1998).
Para esclarecer las formas mediante las cuales el género y otras de-
sigualdades son creados y reproducidos, analiza las relaciones sociales
dentro de la familia, el mercado, el Estado y la comunidad. Las autoras
citadas señalan que este enfoque considera los roles de género y las di-
ferencias de género en el acceso y control de los recursos y que presen-
ta la red de relaciones sociales de manera compleja, incluyendo clase,
etnicidad, edad, religión, entre otros grupos. En este enfoque se argu-
menta que las mujeres no son dejadas fuera del proceso de desarrollo
sino integradas a ese proceso en términos desiguales. Además, con-
templa la infraestructura necesaria para que tenga lugar el proceso de
empoderamiento 9 de las mujeres.
Este enfoque ofrece un marco referencial para interpretar las relacio-
nes sociales de las mujeres en la vida cotidiana, más que para proveer
recetas para superar las desigualdades de género. Sus seguidores con-
sideran que es necesario problematizar la concepción del desarrollo y
las formas cómo las mujeres son integradas en él, ya que se toma es-
pecialmente en cuenta que las mujeres no son dejadas fuera de este
proceso, sino integradas en términos desiguales, remarcando que las
relaciones de clase y de género son la base de esta situación.
La centralidad de las dimensiones de poder de las relaciones de gé-
nero conduce en este enfoque a la promoción de procesos de empode -
ramiento y a la necesidad de provisión de espacios, recursos y tiempo
para que las mujeres puedan articular sus propios intereses, especialmen-
te mediante la participación en movimientos y asociaciones de base, pa-
ra superar la concepción que establece la identificación de las necesida-
des por parte de los planificadores, y por eso estimulan las planificaciones
participativas.
Como las relaciones de poder entre hombres y mujeres son concep-
tualizadas como productos de prácticas institucionalizadas, superar las
desigualdades de género involucra transformaciones institucionales en
todos los niveles. Esta perspectiva considera el planeamiento como un
proceso político, no solo técnico, y observa que frecuentemente las po-
líticas y los programas sociales están implicados en la reproducción de
la desigualdad de género.
Fomenta la reflexión acerca de la relación entre la esfera privada y la
pública. Nayla Kabeer (1994: 280) señala:

.......................

9
Sobre este concepto volveremos en este mismo capítulo.
P O L Í T I C AS S O C IA LE S Y D EM O CR AT I Z AC I Ó N 151

“… la conciencia de género en la formulación de políticas y en la planifi-


cación requiere un análisis preliminar de las relaciones de producción
dentro de instituciones relevantes como la familia, el mercado, el Estado
y la comunidad para comprender cómo el género y otras desigualdades
son creadas y reproducidas a través de sus interacciones separadas y
combinadas”.

Repensando los conceptos de poder


y empoderamiento en los proyectos sociales

Las políticas de desarrollo y los programas de capacitación de género


han atravesado diferentes momentos en los últimos treinta años, con
enfoques que han enriquecido las perspectivas de género. Uno de los
conceptos derivados de la superación del enfoque de mujeres en desa-
rrollo ha sido el de empowerment o empoderamiento.10 Analizaremos
este concepto, ya que habitualmente el empoderamiento es citado co-
mo el objetivo de numerosos programas dirigidos a las mujeres.
El enfoque del empoderamiento, que considera las transformacio-
nes en relación al ejercicio del poder por parte de las mujeres, surge a
finales de los sesenta como eje central en la agenda política de los mo-
vimientos sociales de base en los EE.UU., especialmente de aquellos
vinculados con los derechos de los afroamericanos. Sus bases están en
la concepción de Paulo Freire (1986) acerca de la educación liberadora
y la concientización (Sen y Grown, 1988). Como muchos conceptos, és-
te ha ido perdiendo sus connotaciones originales, vinculadas con el
análisis feminista del poder. Es frecuente encontrar menciones sobre
él tanto en proyectos sociales, sean gubernamentales o no, como en
los programas de entrenamiento de las empresas y grupos de autoayu-
da, para referirse a cambios individuales, relacionados con el logro de
mayor autoestima y autonomía, pero ya descontextualizados de las re-
laciones de poder y autoridad.
Según Magdalena León (1997: 20) los procesos de empoderamien-
to representan un desafío a las relaciones de poder existentes ya que
con ellos se busca obtener mayor control sobre las fuentes de poder;
.......................

10
Magdalena León (1997) explica al mundo de habla española las dificultades
que suscita este término: “la palabra empoderar denota acción por su prefijo. A es-
te verbo se le ha dado como sinónimo ‘apoderar’, de uso antiguo, que se define co-
mo “dar poder y hacerle dueño de una cosa”,“hacer poderoso”, ”hacerse poderoso”.
Entre estas posibilidades que brinda la lengua, Vernier se inclina por usar el verbo
‘apoderar’ y el sustantivo ‘apoderamiento’, aconsejando no usar una sola expresión
e incluyendo el uso de la perífrasis “dar poder”.
152 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

logro de autonomía individual y estimulación de la resistencia, la orga-


nización colectiva y la protesta, mediante la movilización. Por lo tanto,
se entiende como un proceso de superación de la desigualdad de gé-
nero. Las prácticas del empoderamiento representan:

“… un desafío para las relaciones familiares patriarcales o un desempo-


deramiento de los hombres o pérdida de la posición privilegiada en que
los ha colocado el patriarcado. Lo que significa que se produce un cam-
bio en la dominación tradicional de los hombres sobre las mujeres, en
cuanto al control de sus cuerpos, su sexualidad, su movilidad, el abuso fí-
sico y la violación sin castigo, el abandono y las decisiones unilaterales
masculinas que afectan a toda la familia” (León, 1997: 21).

Las autoras que estudian estos procesos consideran que éstos rompen
los límites entre las esferas pública y privada, que van de lo personal a
lo social, que conectan el sentido de lo personal con lo comunitario y
permiten orientarse hacia cambios en la distribución del poder, tanto
en las relaciones interpersonales como dentro de las instituciones de
la sociedad (Stromquist, 1992; en León, 1997: 78 y 79). Un requisito
previo para el empoderamiento es participar en alguna “forma de em-
presa colectiva que pueda ser exitosa y que, de esta manera, permita
desarrollar un sentido de independencia y competencia entre las mu-
jeres” (Stromquist, 1992: 83). La organización y la movilización son un
camino clave mediante el cual las mujeres se pueden vincular a una lu-
cha más global en busca de un desarrollo responsable y comenzar a
impugnar la asignación de recursos a nivel de políticas.

Poder, autoridad, comunidad

Existen por lo menos dos problemas en la extensión del uso del con-
cepto de empoderamiento, uno referido a las relaciones de poder y el
otro, a la noción de comunidad. Mencionar el empoderamiento es alu-
dir al poder y a la desigualdad. Retomando lo argumentado en los capí-
tulos anteriores acerca del carácter relacional del poder, una perspecti-
va que pone foco en el ejercicio del poder por parte de los grupos
subordinados tiene simultáneamente que dar cuenta del poder y de la
resistencia, de formas conflictivas, tanto positivas como negativas, de
producción del poder.
Las relaciones de poder adquieren diversas estrategias, M. Foucault
menciona entre ellas, las construidas por discursos que se privilegian
por estar en la pirámide de las jerarquías de valores admitidos por una
sociedad. El patriarcado y la autoridad masculina participan de estas re-
laciones de poder piramidales. Por lo tanto, es necesario construir dis-
cursos que hagan reconocer el derecho de otras que no han sido reco-
P O L Í T I C AS S OC I A LE S Y D EMO CR AT I Z AC I Ó N 153

nocidas como autoridad. El nudo central es la construcción de nuevos


discursos acerca del poder y la autoridad, no dentro de la lógica del pa-
triarcado, donde sólo hay un vértice en la pirámide, sino con otra lógi-
ca a construir, donde la autoridad pueda ejercerse situacionalmente y
no dependa de jerarquías que otorgan privilegios basados en criterios
tradicionales.
Muchos trabajos acerca del tema del empoderamiento toman la con-
ceptualización de Steven Lukes (1974), quien distingue diferentes análi-
sis del poder11 confiriendo importancia como categoría al poder social-
mente estructurado y configurado por los patrones culturales y por las
prácticas institucionales que moldean no sólo los intereses prevalecien-
tes sino también la forma en que los diferentes actores perciben sus in-
tereses. Esta categoría se vincula con el concepto de “la violencia sim-
bólica de los sistemas de dominación” de P. Bourdieu (2000: 49 y 50):

“Las relaciones de poder se mantienen porque varios actores: dominan-


tes y subordinados, aceptan versiones de la realidad social que niegan la
existencia de la desigualdad o afirman que éstas son el resultado de la
desgracia personal y no de la injusticia social”.

Kabeer (1994) señala que el poder se despliega en la capacidad de los


hombres para generar reglas de juego que proporcionan una idea de
consenso y complementariedad, ocultando la forma en que ese poder
funciona, y no sólo en la capacidad de los hombres para movilizar re-
cursos. Por eso, la autora considera que es necesario construir las es-
trategias para el empoderamiento de las mujeres teniendo en cuenta
el poder interior o poder desde dentro, para mejorar las capacidades de
controlar recursos y tomar decisiones. Considera que las reglas socia-

.......................

11
Steven Lukes analiza las siguientes perspectivas: “unidimensional”, que focali-
za sobre la toma de decisiones en temas donde hay conflictos de intereses obser-
vables; “bidimensional”, que considera que no tomar decisiones es una forma de to-
marlas y también que se evita tomar decisiones en asuntos sobre los que puede
haber un conflicto potencial. La tercera perspectiva, llamada “tridimensional” (que
según él permite realizar un más profundo y satisfactorio análisis de las relaciones
de poder) pone el acento en las fuerzas sociales y las prácticas institucionales que
operan sobre las decisiones de los individuos. El autor se pregunta: “¿No es una for-
ma de ejercicio del poder más supremo e insidioso evitar que la gente tenga que-
jas, por la modelación de sus percepciones, conocimientos y preferencias, de tal
modo que ellos acepten su lugar en el orden existente, tanto si no pueden imaginar
alternativas a éste, o lo ven como natural y no cambiable, o lo valoran como ordena-
do divinamente y beneficioso?”. Steven (1976: 24).
154 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

les niegan a las mujeres el acceso al privilegio social, la autoridad y la


valoración de que gozan los hombres de una clase social equivalente.
El análisis feminista llama la atención sobre el hecho de que si bien
el control sobre los recursos materiales sirve de palanca o influencia y
a su vez sostiene las asimetrías de género, son los valores, reglas, nor-
mas y prácticas sociales los que desempeñan un papel crucial en ocul-
tar la realidad y el alcance de la dominación masculina y en reducir la
tensión relacionada con los conflictos de género (Kabeer, 1994: 241).
Los sistemas de dominación se instalan “sobre el poder que no se
ve”, por el cual se ocultan las reglas que le confieren la autoridad al varón
detrás de un discurso naturalizado acerca de las relaciones entre hom-
bres y mujeres. En la literatura sobre empoderamiento se observa que
cuando se menciona el poder, se utiliza una tipología12 que sustenta una
idea de poder que no se da “sobre”, sino “con” y “para”, intentando alu-
dir a aspectos más “benignos” del poder, más altruistas, y alejados de
las prácticas de resistencia sobre las que en realidad se construye.
Con respecto a la idea de comunidad que subyace en su uso, en al-
gunas situaciones aparece a veces una imagen de un barrio o comuni-
dad con un alto nivel de consenso, pero sustentada en la dificultad de
reconocer la diversidad de intereses y de perspectivas presentes. Des-
de este enfoque se hace difícil reconocer la existencia del conflicto en
las relaciones cotidianas, cuando en realidad, tras la idea de unión de la
comunidad, lo que muchas veces existe es la disolución de la diversi-
dad, del debate y de las negociaciones. La unión se presenta como un
absoluto, que hace patente la imposibilidad de enfrentar la construc-
ción de acuerdos negociados, lo que sería posible en la medida en que

.......................

12
Por ejemplo, Jo Rowlands menciona los siguientes tipos de poder: “el poder
sobre”, como la habilidad de una persona para que otras actúen en contra de sus de-
seos. Es la capacidad de un actor de afectar los resultados aun en contra de los in-
tereses de los demás y suele manifestarse en la toma de decisiones en conflictos
abiertos u observables aunque también puede estar presente en los conflictos que
se suprimen para evitar el conflicto: aquello que no se toma en cuenta y ni siquiera
entra en la decisión. El “poder para”: este poder sirve para incluir cambios por me-
dio de una persona o grupo líder que estimula la actividad en otros e incrementa su
ánimo. Es un poder generativo o productivo, aunque puede haber resistencia y ma-
nipulación. El “poder con” se aprecia cuando un grupo presenta una solución com-
partida a sus problemas. El “poder desde dentro” es socialmente estructurado y
configurado por los patrones culturales y por las prácticas institucionales que mol-
dean no sólo los intereses prevalecientes sino también la forma en que los diferen-
tes actores perciben sus intereses. Rowlands, “Empoderamiento y mujeres rurales
en Honduras: un modelo para el Desarrollo” (1995), en León, 1997.
P O L Í T I C AS S O C IA L ES Y D EM O CR AT I Z AC I Ó N 155

se pudieran reconocer las diferencias existentes en el conjunto de los


habitantes del barrio o comunidad.
En este sentido, Nira Yuval-Davis (1997) argumenta que la ideología
del empoderamiento percibe a la comunidad como una totalidad orgá-
nica, como una unidad social ‘normal’, exterior a los individuos y homo-
génea: “Está ‘allí afuera’ y uno puede pertenecer a ella o no. Cualquier
noción de diferencia interna dentro de la ‘comunidad’, por lo tanto, es
incluida en esta construcción orgánica” (1997: 80).
La idea de una comunidad unida es producto y, a la vez, reproduce
la invisibilidad de las múltiples formas de dominación. La presencia del
poder en las relaciones sociales es pensada sólo en función de las lu-
chas con representantes de los gobiernos, pero no en relación con los
diversos intereses que se juegan en el interior de las comunidades, en-
tre sus mismos habitantes. La negación del conflicto, la falta de debate
acerca de las discrepancias, la no confrontación de los intereses gene-
ran frecuentemente acciones comunitarias débiles, que por su fragilidad
rápidamente se diluyen dejando la situación en el punto de partida y a
los actores de la comunidad frustrados e inmovilizados.
La orientación totalizadora de las perspectivas que se refieren a la
comunidad unida e idealizada no deja margen para la diversidad. La par-
ticipación comunitaria es un tipo de acción que se organiza en torno a
intereses comunes, los miembros son iguales entre sí para los fines co-
munes que se plantean (Pizzorno, 1976). Esto genera una doble conse-
cuencia: por un lado, los participantes de la comunidad se diferencian de
lo ajeno, de los intereses contrapuestos a los suyos y reconocen el con-
flicto con aquellos y aquellas que sostienen intereses diferentes. Por el
otro, frecuentemente se hace difícil visualizar las diferencias hacia
adentro del grupo de base, formado éste por personas que sustentan
diferentes enfoques para la resolución de los problemas y diferentes
capacidades para la acción comunitaria; así como también es difícil re-
conocer las múltiples redes de poder que recorren los espacios socia-
les (Foucault, 1983) y las diferencias y alianzas que se generan (Di Mar-
co y Colombo, 20 00: 17).
Una concepción simplista del poder y del empoderamiento puede
basarse en la homogeneización de las diferentes categorías sociales,
las diferencias internas de poder y los conflictos de intereses, lo que
marca un desconocimiento de la problemática del paso del poder indi-
vidual al colectivo, ya que se asume la solidaridad entre los oprimidos
sin tener en cuenta que esto no siempre sucede.13

.......................

13
Frente a las políticas de identidad homogeneizadoras, Nira Yuval-Davis (1997:
98) propone políticas de transversalidad, en las que esta unidad y homogeneidad
156 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

Acción colectiva y democratización social

Consideramos que los procesos de democratización tienen lugar pri-


mordialmente en los espacios colectivos. Son más difíciles en ausen-
cia de espacios democráticos para el disenso, la lucha y el cambio (Ba-
tliwala, en León, 1997: 209). La acción colectiva se encarna en la vida
cotidiana, en las necesidades de subsistencia y en las vinculadas con
la dignidad de mujeres y varones como sujetos de derechos. Si consi-
deramos la imbricación del poder en todas las relaciones sociales, la
participación en diversos sectores crea una acumulación de efectos po-
sitivos en el avance hacia una sociedad más democrática. En este sen-
tido, los procesos participativos y la democratización son mutuamente
interdependientes.
En las investigaciones que hemos realizado, observamos que no es la
participación en sí la que está relacionada con los cambios, sino “el tipo
de participación” en el que las mujeres están involucradas. Los discursos
y las prácticas de las mujeres que participan en organizaciones de base
no son homogéneos; el origen de la organización y el tipo de inserción
que tienen en ellas no sólo varía entre las diferentes asociaciones, sino
que también varía “el timing” de las prácticas de las mujeres y los discur-
sos sobre los cuales las fundamentan (Di Marco y Colombo, 2000).
La mayor participación en un barrio o en un grupo no produce por sí
misma cambios en la distribución del poder, es necesario observar qué
tipo de participación es la que tiene lugar. Simplemente, puede crearse
la ilusión de poder pero sin afectar su distribución (Rigel, 1993: 59). Si
bien en las asociaciones comunitarias de mujeres está presente la
afectividad, “la ética del cuidado y la atención” (Gilligan, 1969), también
existe una acción racional de cálculo de costos y beneficios, entrelaza-
da en el accionar cotidiano. Cómo se articulan estos aspectos, cuál pre-
domina y cuándo, la definición de las necesidades e intereses de las
mujeres, de los porqué de las luchas y el lugar desde donde se lucha
son preguntas que pueden tener diferentes respuestas según los con-
textos de participación.14 El proceso de construcción de la identidad

.......................

sean reemplazadas por diálogos que reconozcan las diferencias y los conocimientos
en construcción, lo que denomina el “reconocimiento del saber no terminado de ca-
da colectivo”. Estas políticas transversales deben tener presente que hay conflictos
de intereses irreconciliables.
14
Un enfoque homogeneizante de la participación y de las organizaciones de
mujeres conduce muchas veces a visiones en cierto modo polarizadas; algunos las
presentan –especialmente a las de sectores populares– como heroínas de batallas
P O L Í T I C AS S OC IA L ES Y D EMO CR AT I Z AC I Ó N 157

como colectivo subordinado no se observa sólo desde los discursos ex-


plícitos, sino más bien desde el lenguaje de las emociones y de las
prácticas concretas de acción.

La construcción de la perspectiva de democratización


de las relaciones familiares

En este último apartado mencionaremos algunas notas distintivas de


los procesos de democratización social. Este concepto especifica los
procesos de cambio del autoritarismo y la desigualdad de poder, de los
recursos existentes en las instituciones públicas y privadas, y los me-
canismos participativos que facilitan la incorporación a la ciudadanía de
actores desplazados tanto en virtud de su género, como de su edad,
religión y etnia. Nos referimos a un progresivo aunque contradictorio
desarrollo de una cultura democrática en el nivel macro y microsocial,
con valores tales como la participación, el pluralismo, la desnaturaliza-
ción de la dominación, la redefinición de la autoridad y el poder, y la
concepción de la vida cotidiana como lugar no sólo de las pequeñas co-
sas sino como fermento de la historia (Hopenhayn, 1993; Heller, 1977).
Los procesos democratizadores se vinculan con la revisión de los su-
puestos que sustentan las bases de la autoridad, con la explicitación de
la desigualdad para los actores marginados o subordinados, y con la
distribución de los saberes y recursos de un colectivo social. La toma
de conciencia de los actores institucionales acerca de los mecanismos
que permiten la desigualdad social es parte incuestionable de la demo-
cratización, ya que fomenta la ampliación de la ciudadanía.
Cuando los movimientos sociales se inscriben en una profundiza-
ción de las prácticas democráticas, multiplicando los espacios en los
que “las relaciones de poder están abiertas a la contestación democrá-
tica”, contribuyen a estos procesos (Mouffe, 1999). La politización de la
sociedad, al instalar nuevos intereses en la agenda pública, permite la
ampliación de la ciudadanía. El discurso de derechos hace visible y le-
gible al poder, lo desmitifica y permite revisar y deconstruir los viejos
contratos y acuerdos autoritarios de la sociedad, en los niveles macro
y micropolíticos. Estos discursos incorporan el reconocimiento de las

.......................

casi legendarias. Y otros destacan sus logros en cuanto al aumento de la autoesti-


ma y la capacidad de gestión, pero se duda seriamente acerca de las transformacio-
nes que pueden estar atravesando respecto de los modelos de género o de la de-
mocratización de las instituciones, la familia y las organizaciones barriales (Di Marco,
1997).
158 D E M O C R AT I Z AC I ÓN D E L AS FA M I L I A S

diferencias, la búsqueda de la dignidad, la desmitificación de las relacio-


nes de poder establecidas, la construcción de interdependencias entre
actores y organizaciones, permitiendo la democratización de la demo -
cracia (Giddens, 1992). En este sentido, las cualidades democráticas de
los movimientos son las de abrir espacios para el diálogo público en re-
lación con los problemas de la ciudadanía.
La democratización no se refiere únicamente a la dimensión política,
sino que avanza hacia las diferentes esferas en las que se construye –o
no– el discurso democrático; entre ellas, las relaciones familiares. Las
familias pueden ser los ámbitos del amor, la intimidad, la seguridad y,
simultáneamente, los de la opresión y la desigualdad, tanto en las rela-
ciones de género como en las relaciones de las generaciones, estabili-
zando conflictos surgidos de la naturalización de las relaciones de su-
bordinación (como la violencia y el abuso hacia mujeres, niños y niñas
o personas mayores).
Desde el enfoque de democratización se pone el acento en que las
mujeres puedan posicionarse desde un lugar de autoridad y poder en
sus relaciones, y que este proceso forme parte de una ampliación del
reconocimiento de sus derechos. En consecuencia, más que referirnos
a procesos de empoderamiento, preferimos considerar los procesos de
reconocimiento del poder de las mujeres en diversos ámbitos, es decir,
el reconocimiento de la legitimidad de ese poder (autoridad), siendo un
eje central el proceso de reconocimiento de su autoridad en la familia.
Al respecto, Magdalena León (1997) sostiene un enfoque que puede
considerarse similar al planteado: la democratización de las relaciones
entre varones y mujeres y entre generaciones, basadas en nuevas con-
cepciones del poder y la autoridad, que puedan ser compartidas y nego-
ciadas, con mecanismos democráticos que tengan en cuenta el respe-
to de los derechos, la responsabilidad y el cuidado de las personas:

“La idea de empoderamiento también se ha relacionado con una nueva


noción del poder, basado en relaciones sociales más democráticas y en
el impulso del poder compartido [...] esta nueva noción de poder incluye
una ética generacional que implica que el uso del poder mejore las rela-
ciones sociales de las generaciones presentes y las haga posibles y gra-
tificantes para las generaciones futuras” (León, 1997: 14).

Giddens (1992: 184 y ss.) considera que la ampliación de la democracia


en la esfera pública ha sido mayormente un proyecto masculino, mien-
tras que en la democratización de la vida personal las mujeres han ju-
gado el papel más importante. Según este autor, éste es un proceso
menos visible, en parte porque no ocurre en la arena pública, sin em-
bargo, sus implicaciones son muy profundas. Señala que las caracterís-
ticas de la democratización de la vida privada se vinculan con el esta-
blecimiento de relaciones libres e igualitarias entre los individuos y no
P O L Í T I C AS S OC IA L ES Y DE MO CR AT I Z AC I Ó N 159

con sistemas de autoridad ligados a contratos rígidos o basados en la


complementariedad de roles, sino con sistemas de autoridad basados
en la especialización de cada persona de acuerdo con sus capacidades,
teniendo en cuenta las posibilidades que cada persona tiene para desa-
rrollarlas más allá de ser hombre o mujer, y promoviendo las negocia-
ciones en la relaciones afectivas.
La democratización de las relaciones tiene en su centro la creación
de circunstancias en las cuales la gente pueda desarrollar sus potencia-
lidades y expresar sus cualidades. Un objetivo clave es que cada indivi-
duo debe respetar las capacidades de los otros, tanto como su habili-
dad para aprender y aumentar sus aptitudes.

Consideraciones finales

La perspectiva de democratización de las relaciones familiares es un


proceso abierto, que se nutre de diversos aportes teóricos, articulándo-
los en un marco conceptual que permita fundamentar políticas y accio-
nes vinculadas con las familias, tal como lo hemos expresado durante
el desarrollo de este libro.
Para finalizar, proponemos la posibilidad de repensar la autoridad (y
el poder) ya no dentro de la lógica del patriarcado, donde la pirámide
presenta un solo vértice, sino con otra lógica por construir, donde la au-
toridad pueda ejercerse situacionalmente y no dependa de una jerar-
quía que otorga privilegios basándose en criterios tradicionales.
Además, es necesario incorporar en las políticas sociales nuevas di-
mensiones: las de la mutualidad o interdependencia, la asistencia, el cui-
dado y las emociones (Tronto, 1994; Shakespeare, 2000; Shanley, 2001).
Los procesos de individualización (Beck, 1999), entendidos como entra-
mados discursivos nuevos, basados en la libertad y la decisión, en un
hacer reflexivo, en el despliegue de la pluralidad de posibilidades de
elección también se enlazan con esas dimensiones.
Se trata de la elaboración de discursos que articulen la justicia y el
cuidado –de uno mismo y de otros y otras– y los derechos de los que
reciben asistencia a ser parte activa en la definición de sus necesidades
(especialmente en el caso de ancianos y discapacitados), sin que aque-
llos que los cuidan los subordinen. El aspecto del cuidado vinculado con
la interdependencia existe como encuentro de sujetos autónomos: to-
dos y todas necesitamos cuidar y ser cuidados, para que la vida social
tenga sentido. Esta tarea, que ha estado centralmente a cargo de las
mujeres, es así reconsiderada para convertirse en responsabilidad tanto
de las mujeres como de los hombres. Vincular la ética de los derechos
con la ética del cuidado permite avanzar en una concepción de la políti-
ca social que tiene presentes a los sujetos en su integralidad.
160 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

La articulación interdependiente de la redistribución, el reconoci-


miento, el cuidado, el respeto a la integridad corporal están íntimamen-
te ligados a la democratización de las relaciones sociales y, especial-
mente, a las de los grupos familiares.
Por estas razones, el enfoque de democratización familiar: a) pone
el acento en las relaciones de poder y autoridad; b) considera que los
desafíos actuales se centran en la ampliación de las ciudadanías, con
una concepción de simultaneidad de derechos, los que no pueden ser
abordados por etapas. Los ejes centrales son la igualdad de género y
los derechos de la infancia. Los derechos de los niños y niñas son es-
pecíficamente tomados en cuenta, especialmente en las relaciones
dentro de los hogares, pero también en las escuelas y en otras institu-
ciones; c) se ubica en la interacción entre políticas de distribución y re-
conocimiento para acercarse al ideal emancipatorio de la justicia social;
d) introduce la concepción critica de los enfoques de las masculinida-
des para repensar la equidad de género;15 e) intenta dar mayor visibili-
dad teórica y práctica a otras dimensiones de la convivencia y de las po-
líticas sociales, como las emociones, el cuidado, la interdependencia y
la mutualidad; y f) recupera la posibilidad del ejercicio de maternidades
no subordinadas a lo privado doméstico, es decir, el ejercicio de mater-
nidades sociales, que convierten las necesidades vinculadas a los hijos
e hijas en acciones políticas.
Para las políticas sociales, esto significa el desafío de repensar a las
mujeres como actoras de transformaciones sustentadas en el inter-
cambio entre los discursos que se reconstruyen en la experiencia co-
lectiva. Cuando las mujeres se reúnen en asociaciones comienzan a vi-
venciar las posibilidades de cambio y pueden reclamar su derecho a
ocupar un espacio público. Muchas de ellas pueden ocuparse de los
problemas de la comunidad como sujetos políticos, reflexionando so-
bre los determinantes sociopolíticos que inciden sobre las vidas priva-
das, en una ruptura de lo público y lo privado como ámbitos diferencia-
dos del accionar de los géneros. En la acción colectiva de las mujeres16
se puede generar el desarrollo de una conciencia social crítica que per-

.......................

15
Al elaborar políticas de equidad de género es conveniente tener en cuenta la
constitución de las identidades masculinas, y las relaciones de poder entre hombres
y mujeres, así como las diferencias de poder tanto entre hombres como entre mu-
jeres, no sólo por la clase, sino también por la pertenencia a grupos que cuestionan
el modelo heterosexual dominante.
16
Como ya lo hemos mencionado, no podemos afirmar que se den estos procesos
en acciones colectivas ligadas a asociaciones tradicionales o lideradas por hombres.
P O L Í T I C AS S OC I A LE S Y D EMO CR AT I Z AC I Ó N 161

mita la revisión de sus derechos, como así también concretar logros pa-
ra el mejoramiento de las condiciones de vida.
Éste es un proceso que hemos denominado político-transformador
y se relaciona con el cambio desde una “conciencia en sí” (reproduc-
ción del ser individual según la terminología que utilizara Heller, 1977,
que se vincula con la satisfacción de necesidades personales) hacia
una “conciencia para sí” (se actúa en un sentido no individual sino so-
cial), por ejemplo, asumiendo activamente la respuesta a los problemas
derivados de una posición desigual.
En este proceso de asumir una conciencia “nueva”, actuando efecti-
vamente sobre la realidad y sintiendo que su práctica las incluye, las
mujeres pueden transformar su situación, constituirse en autoridad y
reposicionarse en el campo de la ciudadanía.
Para completar una reflexión sobre la ciudadanía, es de central im-
portancia examinar las diferencias de acceso al Estado que tienen las
diferentes categorías de ciudadanos, cómo es la práctica de sus dere-
chos y la implicancia que esto tiene sobre las relaciones de domina-
ción. La violencia contra las mujeres (física o psicológica) es una prác-
tica que desanima y aleja a las mujeres de la posibilidad de ejercer sus
derechos libremente. Otro de los condicionamientos está dado por los
recursos económicos y su utilización.
Finalmente, para ejercer la ciudadanía se requiere hablar desde la
propia voz y elaborar un discurso de derechos. Históricamente la vida
social y política no significó para las mujeres un ámbito en el cual ex-
presarse con autoridad, pues ese ámbito estaba reservado a los varo-
nes de la familia. Con frecuencia, las mujeres tomaban sus decisiones
políticas aconsejadas por maridos e hijos varones, quienes eran consi-
derados los “expertos“ en asuntos del afuera: afuera de la casa, de los
hijos, de las preocupaciones cotidianas. Constituir una voz propia que
recupere el mundo de la vida cotidiana en un movimiento que permita
incluirlo como ámbito de lo político es un proceso dificultoso que, sin
embargo, va teniendo lugar. Las mujeres que se han unido a otras en
diversas formas de colectivos han comenzado a escuchar sus propias
voces y las de las demás y han aprendido a procurarse los medios pa-
ra ser escuchadas en la sociedad.
162 D E M O C R AT I Z AC IÓN D E LAS FA M I L I AS

Bibliografía

Adelantado José, Noguera, José y otros (1998), “Las relaciones entre


estructura y políticas sociales: una propuesta teórica”, Revista Mexi -
cana de Sociología, Año LX, núm. 3, julio-setiembre.
Batliwala, Srilatha (s/f), “El significado del empoderamiento de las mu-
jeres: nuevos conceptos desde la acción”, en León, Magdalena
(1997).
Bystyedzienski, Jill M. (1992), “Women Transforming Politics: World Wi-
de Strategies for Empowerment”, Bloomington, Indiana University
Press, en Yuval-Davis, Nira, “Women, Ethnicity y Empowerment”, cap.
4, en Oakly, Ann y Jutliet, Mitchell (1997), “Who’s Afraid of Feminism?
Seeing Through the Backlash”, The New Press, Nueva York, 1997.
Bourdieu, Pierre (2000), La dominación masculina, Barcelona, Anagra-
ma, Colección Argumentos.
Coraggio, José Luis (2003), “Una alternativa socioeconómica necesa-
ria: la economía social”, ponencia presentada en el panel “Nuevas
formas y figuras ocupacionales: informalidad y redes de la economía
social”, Seminario “El estado de las relaciones laborales en la Argen-
tina. Nueva realidad emergente en el contexto del Mercosur”.
Davies, Celia (1992), “Gender, history and management style in nur-
sing: towards a theroretical synthesis”, en Savage, Mike y Witz, An-
ne (1992), “Gender and bureaucracy”, The Sociological Review, Ox-
ford, Blackwell Publishers.
Di Marco, Graciela y Colombo, Graciela (2000), “Las mujeres en un en-
foque alternativo de prevención. Una modalidad de trabajo en secto-
res populares”, en Documentos de Políticas Sociales, Nº 21, Buenos
Aires, CIOBA.
Di Marco, Graciela (1997), “Las transformación de los modelos de gé-
nero y la democratización de la familias”, en Schmukler, Beatriz y Di
Marco, Graciela (1997), Madres y democratización de las familias en
la Argentina contemporánea, Buenos Aires, Biblos.
Di Marco, Graciela (2000), “Políticas públicas, género y ciudadanía”.
Ponencia presentada en la Pre-Conferencia sobre Políticas Públicas,
XXII Congreso International de Latin American Studies Association.
Escolar, Cora (2000), Topografías de la investigación, Buenos Aires, EU-
DEBA.
Feijoo, María del Carmen (2001), Nuevo país, nueva pobreza, Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica.
Foucault, Michel (1980), Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta.
Foucault, Michel (1983), El discurso del poder, Buenos Aires, Folios Edi-
ciones.
Freire, Paulo (1986), La pedagogía del oprimido, México, Siglo XXI.
P O L Í T I C AS S OC I A LE S Y D EM O CR AT I Z AC I Ó N 163

Giddens, Anthony (1992) The Transformation of Intimacy. Sexuality, love


and eroticism in modern societies. Standford University Press.
Gilligan, Carol (1969), In a Different Voice, Boston, Har vard University
Press.
Gramsci, Antonio (1979), Escritos desde la cárcel, Buenos Aires, La Pi-
queta.
Heller, Agnes (1977), Sociología de la vida cotidiana, Barcelona, Penín-
sula.
Kabeer, Nayla (1998), Realidades trastocadas. Las jerarquías de género
en el pensamiento del desarrollo, México, UNAM-PUEG, Paidós.
León, Magdalena (comp.), (1997), Poder y empoderamiento de las mu -
jeres, Bogotá, TM Editores-UN-Facultad de Ciencias Humanas.
Lukes, Steven (1974), Power. A radical view, Gran Bretaña, Palgrave.
Melucci, Alberto (1999), Acción colectiva, vida cotidiana y democracia,
México, El Colegio de México.
Miller, Carol y Razavi, Shahra (1998), Gender Analysis: Alternative Para -
digms. Programa de Desarrollo de Naciones Unidas-PNUD.
Minujín, Alberto y López, Néstor (2000), Sobre pobres y vulnerables: el
caso argentino, Buenos Aires, UNICEF.
Molyneux, M. (1985), “Mobilization without Emancipation? Women’s
Interests, State and Revolution”, en Fagen, R.; Deere, C.D. y Corag-
gio, J.L. (eds.), Transition and Development: Problems of Third World
Socialism, Nueva York, Monthly Review Press.
Moro, Javier (2000), “Problemas de agenda y problemas de investiga-
ción”, en Escolar, Cora (2000), Topografías de la investigación, Bue-
nos Aires, EUDEBA.
Moser, Caroline (1989), “Gender Planning in th Third World: Meeting
Practical and Strategic Needs”, en World Development, vol. 17, nº 11.
Moser, Carolina (1995), Planificación de género y desarrollo: teoría,
práctica y capacitación, Lima, Flora Tristán.
Nun, José (2001), Marginalidad y exclusión social, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica.
Pizzorno, Alessandro (1976), Participación y cambio social en la proble -
mática contemporánea, Buenos Aires, SIAP.
Oakly, Ann y Jutliet, Mitchell (1997), Who’s Afraid of Feminism? Seeing
Through the Backlash, Nueva York, The New Press.
Raczinsky, Dagmar (ed.), (1995), Estrategias para combatir la pobreza
en América latina: programas, instituciones y recursos, Washington,
CIEPLAN (Corporation of Economic Research for Latin America) IDB.
Rigel, Stephanie (1993), “¿Qué está mal con el empoderamiento?”, en
León, Magdalena (comp.), (1997), Poder y empoderamiento de las
mujeres, Bogotá, TM Editores-UN-Facultad de Ciencias Humanas.
Sen, Amartya (2000), Desarrollo y libertad, Buenos Aires, Planeta.
164 D E M O C R AT I Z AC IÓ N DE L AS FA M I L I AS

Sen, Gita y Grown, Karen (1988), Desarrollo, crisis y enfoques alterna -


tivos para las mujeres en el Tercer Mundo, México, El Colegio de
México, PIEM.
Shakespeare (2000) “The social relations of care“. En: Gail Lewis,
Sharon Gewirtz y John Clarke, ed. (2000) Rethinking Social Poclicy,
Sage Publications, Londres.
Shanley, Mary Lyndon (2001) Making babies, Making families, Beacon
Press.
Tronto, Joan (1994), Moral Boundaries. A Political Argument for a Ethics
of Care, Nueva York, Routledge.
Yuval-Davis, Nira, “Women, Ethnicity y Empowerment”, Cap. 4, en
Oakly, Ann y Mitchell, Juliet (1997), Who’s Afraid of Feminism?
Seeing Through the Backlash, Nueva York, The New Press.

También podría gustarte