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EL CUIDADO

INFANTIL
EN EL SIGLO XXI
mujeres malabaristas en una sociedad desigual

eleonor faur
grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, méxico siglo xxi editores, argentina
CERRO DEL AGUA248, ROMERO DE TERREROS GUATEMALA 4824, C1425 BUP
04310 MÉXICO, D.F. BUENOS AIRES, ARGENTINA
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Faur, Eleonor
El cuidado infantil en el siglo XXI: Mujeres malabaristas en una
sociedad desigual.- 1ª ed.- Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores,
2014.
272 p.; 14 x 21 cm.- (Sociología y política)

ISBN 978-987-629-397-6

1. Sociología.
CDD 301

© 2014, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Diseño de cubierta: Eugenia Lardiés

ISBN 978-987-629-397-6

Impreso en Altuna Impresores // Doblas 1968, Buenos Aires,


en el mes de julio de 2014

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina // Made in Argentina
Índice

Agradecimientos 11

Introducción 13

1. La organización social y política del cuidado 25

2. Mujeres malabaristas. Entre el cuidado familiar,


el mercado y los servicios públicos 55

3. La conciliación familia-trabajo. Derechos


en tensión 117

4. El maternalismo en su laberinto. Las políticas


de alivio a la pobreza 161

5. Modelo para armar. El cuidado fuera de casa 195

Consideraciones finales 245

Bibliografía 259
Introducción

Yo, particularmente, entiendo que las políticas de edu-


cación inicial tienen mucho, muchísimo que ver con la
mujer. Porque es la mujer la que es madre, la que tam-
bién sale a trabajar, y la que además tiene que pensar
qué hace con sus crías…
directora nacional de nivel inicial, Ministerio de
Educación de la Nación

Políticas públicas, instituciones privadas; trabajo pro-


ductivo, reproductivo y doméstico; transformaciones familiares,
legislación y derechos laborales; condiciones de acceso a los ser-
vicios de educación y cuidado infantil, derechos de los niños y
niñas; reformulaciones del rol “materno” y del “jefe de hogar”;
mujeres y “crías”. Elementos heterogéneos de un complejo calei-
doscopio que comienza a transformarse en un problema social y
político concreto (además de ser una problemática académica),
que en este trabajo procuro explorar a partir de un conjunto de
interrogantes que buscan reponer, en el curso de la investigación,
la relación entre las partes. ¿Cómo regulan las políticas sociales
los víncu­los entre el cuidado familiar, el trabajo remunerado y
las relaciones de género? ¿Qué derechos se establecen en esta
construcción? ¿De qué forma las de­sigualdades sociales se trans-
forman (o reproducen) en la organización social del cuidado in-
fantil en la Argentina? Y, en relación con la cuestión de género:
¿cómo operan las distintas políticas públicas en la configuración
de responsabilidades diferenciales según el género? ¿Cuáles son
sus supuestos acerca del cuidado y hasta qué punto los de­safían?
14 el cuidado infantil en el siglo xxi

(¿O el cuidado de los niños es, para el Estado, competencia casi


exclusiva de las madres?) Por último, ¿es necesariamente la mujer
–madre, tutora o encargada– quien “tiene que pensar qué hace
con sus crías”?
La frase del epígrafe sintetiza con eficacia la trama –y el conflic-
to– del tiempo actual. Una época que entrecruza viejas y nuevas
miradas sobre la organización del cuidado de niños y niñas. Suje-
tos que parecen aferrarse a la idea de las madres como responsa-
bles “naturales” de su atención –o de su gestión– y que, al mismo
tiempo, entienden las políticas públicas como dispositivos nece-
sarios para proveer cuidados. Un tiempo que invita a dirigir la
mirada social sobre un tema que históricamente fue considerado
como parte de la esfera individual, doméstica y privada.
Este libro coloca el cuidado infantil en el centro de atención,
comprendiéndolo como una actividad vital para el bienestar de
la población y como parte esencial de una organización social y
política en la que intervienen, además de sujetos individuales, ins-
tituciones públicas y privadas. Se trata de conocer y explicar la
interacción entre la organización doméstica del cuidado infantil
y la oferta de servicios públicos accesibles en la Argentina con-
temporánea (en forma de normas vinculadas con el cuidado, con
servicios de atención de la primera infancia o de transferencia de
ingresos a los hogares). También se trata de indagar el modo en
que los hogares de distintos niveles socioeconómicos y sus miem-
bros (en función de su género) acceden a dichos servicios. Se tra-
ta, en última instancia, de comprender la organización social del
cuidado en la Argentina contemporánea para identificar los de­
safíos que permitan proponer transformaciones hacia una nueva
forma de organización, atenta a los derechos y las necesidades de
mujeres, hombres, niños y niñas.

A lo largo de la historia, el cuidado fue considerado una actividad


predominantemente femenina y maternal. Al atribuir este hecho
a un rasgo propio de las mujeres –su capacidad de procreación–,
la división sexual en la responsabilidad del cuidado se extendió
mucho más allá de los de­signios biológicos, y se tornó uno de los
nudos críticos de la construcción social del género. Sustentado
introducción 15

en el amor y en el mito del “instinto maternal”, el cuidado de los


niños quedó amparado por el trabajo cotidiano y silencioso de las
madres, constituyéndose en el imaginario colectivo en un rasgo
característico de la figura del “ama de casa”, y confinado, junto
con ellas, al espacio doméstico, privado.
Un determinado modelo de familia, con papeles y territorios
diferenciados para hombres y mujeres, sostenía este ordenamien-
to. Los hombres eran los encargados de la provisión económica
del hogar, de las decisiones políticas de la comunidad, del de­
sarrollo de las artes y las ciencias, y de todo aquello que formara
parte de la esfera “pública”. El contrato social (o, más bien, el
“contrato sexual”, como lo caracterizó Pateman en 1988) estable-
cía que serían reconocidos por de­sempeñar esos deberes de un
modo eficaz, y sancionados cuando así no lo hicieran. El “jefe de
hogar”, trabajador de tiempo completo durante su ciclo de vida
adulta, se constituía, según la lógica de ese orden, en el titular
responsable de los beneficios y los derechos sociales para su es-
posa e hijos. A su vez, las mujeres debían responder a las expec-
tativas adscriptas a lo que se llegó a denominar “rol emocional”
(Parsons y Bayles, 1955), que incluía, en el discreto encanto de la
vida doméstica, la responsabilidad de mantener la casa limpia y la
familia alimentada, saludable y feliz. De esta manera, el modelo
de familia con “varón proveedor” y “mujer ama de casa” sentó las
bases funcionales de determinada economía social y política, cuyo
correlato fue una ideología de franca división entre las esferas de
lo público y lo privado, que establece, además de fronteras, jerar-
quías entre hombres y mujeres: la valoración de la esfera pública
y del papel atribuido a los hombres era significativamente mayor.
Todo esto, justificado por un único modelo de familia y pareja;
léase: nuclear, monógama, legalmente constituida, heterosexual
y “para toda la vida”.
El andamiaje simbólico cooperó de forma eficaz con esta divi-
sión sexual del trabajo y su consiguiente distribución de­sigual de
poder entre hombres y mujeres, sazonando las instituciones y las
prácticas cotidianas con la conformación de imágenes de masculi-
nidades asociadas a un modelo de productividad y racionalidad, e
imágenes sobrevaloradas de lo que significa ser una “buena esposa
16 el cuidado infantil en el siglo xxi

y madre” –presunta aspiración de cualquier mujer “decente” y “de


buen corazón”–. Hasta bien avanzado el siglo XX, el de­sarrollo de
las instituciones de gobierno acompañó este régimen de género
mediante leyes de familia (que depositaban la responsabilidad de
la patria potestad y el establecimiento del domicilio familiar en
los varones) y laborales (en las que las mujeres eran vistas sobre
todo como “madres”, mientras que no establecían relación alguna
entre la responsabilidad de la paternidad y la del “trabajador”), y
por medio de la provisión de servicios de bienestar, incluidos los
educativos y de salud (que no buscaban adecuarse a los horarios
de jornadas laborales, al presuponer la disponibilidad de las mu-
jeres para adaptarse a ellos).
Las mujeres eran concebidas ante todo como madres, y las ma-
dres, como “las mejores cuidadoras posibles”. Así, el ideal mater-
nalista y la “maternalización de las mujeres” filtraron institucio-
nes, prácticas y representaciones sociales durante largo tiempo,
por medio de un conjunto de políticas públicas afines a esta ideo-
logía (Nari, 2004). Quizá la eficacia de esta construcción consis-
tió en establecer cierto sentido común que hizo pensar que este
ordenamiento gravitaba sobre determinado “equilibrio” social
(Esping-Andersen, 2009).
Pero, ya se sabe, las mujeres y los hombres son diversos, y las
identidades y las relaciones de género están sujetas a cambios
y conflictos. Porque tanto las personas como las familias de­
sarrollan sus vidas en ciertos contextos histórico-sociales –que son
dinámicos–, y en esa urdimbre es inevitable que lleguen a revelar
texturas lo suficientemente complejas como para superar ese or-
denamiento estereotipado de individuos, grupos familiares y rela-
ciones sociales de género.

En las décadas más recientes, en la Argentina y en buena parte


de los países de América Latina, las mujeres ingresaron en forma
masiva al mundo del trabajo, a partir de las sucesivas crisis econó-
micas, pero también de su mayor autonomía. En la actualidad, el
modelo de mujer que se de­sempeña como madre y ama de casa de
tiempo completo (es decir, como “cuidadora” exclusiva) dejó de
ser extendido, y aun de­seable para buena parte de la población.
introducción 17

El porcentaje de mujeres cónyuges cuya ocupación principal son


los quehaceres domésticos descendió casi un 20% en menos de
diez años en la región, donde pasó del 53% en 1994 al 44,3% en
2002 (Cepal, 2004). A su vez, entre 1990 y 2007, la proporción de
mujeres entre los 25 y los 54 años que trabajan o buscan hacerlo
se incrementó un 20% (Cepal, 2009). Y las familias también cam-
biaron. Aumentaron los hogares encabezados por mujeres en casi
todos los países y en los distintos estratos sociales, engrosando la
proporción de aquellos en que las mujeres son las únicas percep-
toras de ingresos. Crecieron globalmente las uniones consensua-
les y los divorcios, y en la Argentina se sancionaron las leyes de
“matrimonio igualitario” y de “identidad de género”, que garanti-
zan derechos a homosexuales, travestis y transexuales. Asimismo,
se incrementó la esperanza de vida, mientras que descendieron
las tasas de fecundidad, lo que ha transformado –y puede hacerlo
aún más, prospectivamente– la estructura etaria de la población.
En conjunto, todas estas transformaciones dejaron atrás aque-
lla forma de organización social y familiar: el modelo de mujeres
que actúan como madres, cuidadoras y amas de casa de tiempo
completo como forma de estructuración del cuidado extendida o
incluso de­seable para buena parte de la población. Por supuesto,
semejantes cambios generaron nuevas demandas y requerimien-
tos a las instituciones públicas y privadas. ¿En qué medida el Es-
tado, mediante arreglos normativos e institucionales, se adaptó a
las nuevas necesidades surgidas a partir de las transformaciones
sociales? A lo largo de las próximas páginas exploraremos dicho
interrogante. Pero antes, cabe señalar someramente qué entende-
mos por “cuidado”.

El cuidado es un elemento central del bienestar humano, pero


sus límites son particularmente difíciles de establecer en una defi-
nición. Si hasta la década de 1980 la noción de “cuidado infantil”
se enmarcaba en los estudios sobre el trabajo reproductivo, y su
consideración en la esfera de lo público estaba asociada en mayor
medida a la dotación de servicios para mujeres trabajadoras, en
los años noventa comenzó a delinearse un giro en su conceptua-
lización. El cuidado fue pensado en términos de una ética en las
18 el cuidado infantil en el siglo xxi

relaciones interpersonales, y por último fue reconocido con un


enfoque más amplio e integrador, que consideraba la acción y la
agencia de las personas en el sostenimiento de su entorno. Así,
Joan Tronto (1993: 103) definió el cuidado como “las actividades
de la especie que incluyen todo lo que hacemos para mantener,
continuar y reparar el mundo en el que vivimos, haciéndolo lo
mejor posible”. Una descripción interesante y extensa, que en-
tiende el cuidado como toda acción que pueda ser calificada
como sustantiva para mejorar nuestro entorno y que excede las
relaciones interpersonales. En 2000, Mary Daly y Jane Lewis pre-
sentaron una definición del concepto de “cuidado social” algo
más acotada, que abarca las distintas interacciones personales e
institucionales. Para ellas, el cuidado involucra: “Las actividades y
relaciones orientadas a alcanzar los requerimientos físicos y emo-
cionales de niños y adultos dependientes, así como los marcos
normativos, económicos y sociales dentro de los cuales estas son
asignadas y llevadas a cabo”.
Con esta interpretación, asumimos que en las actividades de
cuidado participan, de forma directa o indirecta, no sólo las fami-
lias y hogares, sino también el Estado –mediante la provisión de
servicios, la regulación de los tiempos del trabajo remunerado o
la transferencia de ingresos–, el mercado, las empresas –por me-
dio de la provisión de empleo y servicios mercantiles– y diversas
organizaciones de la comunidad (Razavi, 2007; Faur, 2009). Parti-
mos del supuesto de que, aun cuando en la provisión de cuidado
intervienen distintas instituciones públicas y privadas, el Estado
cumple un papel central, ya que actúa simultáneamente como un
agente proveedor de servicios y como un ente regulador de las
contribuciones de otros “pilares del bienestar” (en términos de
Esping-Andersen, 1990): el mercado, las familias o las asociacio-
nes civiles en dicha oferta. De modo que el objeto del libro no es
el cuidado definido como una tarea y una práctica individual (o a
lo sumo interpersonal), sino más bien como el tramado social que
interviene y atraviesa esas actividades.
Nos adentraremos, entonces, en la exploración de la organiza-
ción social y política del cuidado infantil en la Argentina, entendido
este como la configuración que surge del cruce entre las institu-
introducción 19

ciones que regulan y proveen servicios de cuidado y los modos en


que los hogares de distintos niveles socioeconómicos y sus miem-
bros acceden, o no, a ellos (Faur, 2009).
Este abordaje convierte el cuidado en una categoría relevante
del análisis social. Al mismo tiempo, supone una mirada crítica
sobre cómo inciden las políticas sociales en la dinámica de los
hogares y en las relaciones de género. En primer lugar, introduce
la cuestión del cuidado en el examen de dichas políticas, incluso
cuando estas no lo plantean en su diseño ni en su implementa-
ción. En segundo término, vuelve visible el impacto de género
que estas intervenciones acarrean, en la medida en que –por ac-
ción u omisión– o bien asocian a las mujeres-madres con el cui-
dado infantil y el cuidado infantil con una actividad propia del
ámbito privado-familiar, o bien buscan garantizar la provisión de
servicios que permitan delegar parte de esos cuidados en otras
instancias, lo que facilita una mayor autonomía de las mujeres y su
posible inserción en el mercado de trabajo remunerado.

La categoría de cuidado nos coloca frente a un problema clásico


de la sociología: la relación entre sujetos y estructuras, entre perso-
nas e instituciones, que cobra otro carácter cuando incorporamos
un enfoque de género. Por un lado, la orientación de las políti-
cas estatales se sustenta en determinados supuestos acerca de los
sujetos a quienes están destinadas, imágenes que delimitan sus
derechos y responsabilidades (por ejemplo, los de las madres tra-
bajadoras o los de las madres pobres). En ese acto, las instituciones
determinan qué roles, funciones y responsabilidades atañen a los
distintos grupos (en ocasiones, amplían derechos sobre la base de
la universalidad; otras veces, agudizan de­sigualdades preexisten-
tes). De modo complementario, son los individuos (de acuerdo
con sus necesidades y posibilidades) quienes, en última instancia,
interpretan y resignifican esas estructuras, de modo que el orden
definido por medio de las instituciones es materia de constante
transformación.
La propuesta del libro, entonces, invita a comprender la organi-
zación social y política del cuidado infantil en el contexto argen-
tino, entendida esta como la configuración dinámica de la ofer-
20 el cuidado infantil en el siglo xxi

ta de servicios estatales, mercantiles, comunitarios y familiares, y


como el modo en que distintos actores y hogares se benefician de
ellos. Esta perspectiva coloca al cuidado como una puerta de en-
trada que nos permitirá examinar el estado de la protección social
en nuestro contexto, los supuestos sobre los cuales se sustenta,
cómo se definen las relaciones sociales de género ya entrado el
tercer milenio, y cómo se persigue –o no– la igualdad de opor-
tunidades y derechos entre géneros, y entre mujeres y niños de
distintas clases sociales.
Nuestra principal hipótesis es que, en la Argentina, la organiza-
ción social del cuidado infantil refleja y reproduce de­sigualdades
de clase entre mujeres (al asignar diferentes responsabilidades y
beneficios a madres de distintos grupos socioeconómicos) y entre
niños (al proveer distintos tipos y calidades de servicios de cuidado
a niños de distinta inscripción social, en lugar de proveer “igualdad
de oportunidades”). En el plano de la realidad, debemos tener en
cuenta que, en un país que se ha tornado altamente de­sigual en
el terreno socioeconómico y que, pese a las significativas mejoras
recientes, continúa albergando un alto porcentaje de la población
en situación de pobreza, la intervención estatal presenta una di-
versidad de rostros para el abordaje de distintos grupos y sujetos.
Desde esta perspectiva, el cuidado infantil aparece como un terri-
torio en el que las históricas de­sigualdades de género se acentúan,
en especial entre la población más pobre, a riesgo de reproducir
de­sigualdades socioeconómicas. De ahí se desprende la metáfora
que se integra al título de este volumen, y que sintetiza su argumen-
to: los malabares, las mujeres malabaristas. Hoy en día, las políticas
públicas descansan en los verdaderos malabares que, de forma co-
tidiana, realizan las mujeres. Por consiguiente, es necesario revisar
esos supuestos, esas dinámicas, esa configuración.

El primer capítulo del libro es conceptual, presenta los antece-


dentes teóricos en torno al cuidado, así como sus víncu­los con la
literatura sobre los regímenes de bienestar y las teorías feministas,
y propone establecerlo como una categoría de análisis social. Así,
se busca poner en diálogo la perspectiva teórica y el contexto so-
cioeconómico y demográfico de la coyuntura nacional, a fin de
introducción 21

aportar el mapa conceptual necesario para profundizar el aná-


lisis de la organización social y política del cuidado para el caso
argentino.
En el capítulo 2, la investigación se ubica en el nivel microso-
cial, para indagar cómo los hogares, las familias y especialmente
las mujeres-madres organizan el cuidado de sus hijos e hijas me-
nores de 5 años, compatibilizándolo –o no– con su participación
en el mercado de trabajo remunerado. Ese estudio refleja un con-
junto de estrategias que van desde la persistencia del modelo de
“madres de tiempo completo” hasta la institucionalización de la
atención de los niños por medio de jardines de infantes estatales
o privados. Desde las perspectivas de los hogares, esa exploración
permitirá identificar la participación de las instituciones públicas
y privadas en el cuidado de niños y niñas menores de 6 años, y
contrastar la oferta de servicios con el análisis de su demanda real
y potencial, lo que destaca la situación particular de los sectores
populares urbanos en el Área Metropolitana de Buenos Aires
(AMBA). A partir de ahí es posible dilucidar en qué medida las
mujeres del AMBA se perciben como sujetos de derecho en torno
al cuidado infantil.
En los capítulos 3, 4 y 5 se realiza un ejercicio de lectura trans-
versal sobre una serie de políticas, planes y programas sociales
implementados en la Argentina entre 2002 y 2010. El objeto de
esta revisión es evaluar las respuestas institucionales disponibles
frente a las nuevas necesidades de cuidado social, y explorar en
qué medida el Estado regula o provee servicios para garantizar
el cuidado infantil. Se analizan el diseño y la implementación de
acciones o intervenciones políticas que funcionan en distintos ni-
veles y con distintos destinatarios, e impactan, de forma directa o
indirecta, en la organización del cuidado. Dicho análisis permite
indagar cómo las políticas sociales contemporáneas definen –o
no– el cuidado como un derecho.
En el capítulo 3, se examina la regulación legal del víncu­lo
entre mercado de trabajo y cuidado. Se analiza, en particular, la
legislación laboral argentina en relación con los derechos protegi-
dos para el cuidado infantil: la regulación de servicios, beneficios
o transferencias, los criterios de elegibilidad para acceder a ellos,
22 el cuidado infantil en el siglo xxi

y los resultados de su puesta en práctica en torno a la estratifica-


ción (o fragmentación) de los derechos de ciudadanía. Asimismo,
se explora su relación con los arreglos de trabajo y cuidado de
trabajadores del sector formal de la economía.
El capítulo 4 se adentra en el análisis de tres programas de alivio
de la pobreza aplicados en la Argentina en la primera década del
siglo XXI, y destinados a hogares pobres con hijos menores de 18
años: el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados, el Programa Fa-
milias por la Inclusión Social y la Asignación Universal por Hijo.
Partiendo de un análisis de género de dichas intervenciones, se
reconstruye el modo en que el Estado interviene en la interacción
entre familia, trabajo y políticas sociales, y define responsabilida-
des en torno al cuidado.
El capítulo 5 abre un nuevo espectro al indagar el diseño, las
regulaciones, las lógicas institucionales y la cobertura de los ser-
vicios de cuidado infantil en el país. Se trata de instituciones del
sector educativo en el nivel inicial –jardines de infantes y ma-
ternales– y algunas ofertas alternativas, como los centros de de­
sarrollo infantil y los jardines comunitarios. Se entiende el “cui-
dado fuera de casa” como un “modelo para armar”. El análisis
empírico concluye explorando las oportunidades y los de­safíos
para la provisión de servicios públicos que permitan desfami-
liarizar y desmercantilizar el cuidado de niños y niñas hasta los
5 años. En este punto, contaremos con la información (a nivel
macro) necesaria para reinterpretar los datos empíricos recaba-
dos en el AMBA y analizados en los capítulos 2 y 3, e hilvanar las
distintas partes del libro.
De esta manera, El cuidado infantil en el sigo XXI explora, desde
distintos intersticios y perspectivas, cómo se organizan los cuida-
dos de niños y niñas desde el nacimiento hasta los 5 años en la
Argentina contemporánea. El texto propone un análisis dinámi-
co de la oferta y demanda de servicios de cuidado infantil en el
país, y hace foco sobre las necesidades y estrategias de las familias
de sectores populares y medios, con hijos pequeños. Forma parte
de su de­sarrollo el examen del diseño, los enfoques prevalentes,
los derechos protegidos y las coberturas de servicios de cuidado
infantil de la oferta institucional (sin descontar los modos en que
introducción 23

estos “proveedores de cuidado” entienden el papel social que de­


sempeñan). Y, por último, en las conclusiones, se recuperan los
principales hallazgos de la investigación y se identifican los desa-
fíos en torno a la construcción de una política de cuidado infantil
integral, sustentada en los principios de derechos universales para
niños, niñas, hombres y mujeres en la Argentina contemporánea.

estrategia metodológica

La investigación se basa en la producción y el análisis de infor-


mación primaria y secundaria a partir de una triangulación me-
todológica. Los diseños y coberturas de políticas se examinaron
a partir del análisis de leyes, regulaciones, planes y programas
estatales, y la sistematización y análisis de datos cuantitativos. El
análisis sobre planes y políticas educativas se complementó, a
su vez, con diez entrevistas en profundidad a actores vinculados
al proceso de discusión de la Ley Nacional de Educación (deci-
sores) y con trece funcionarios y directivos a cargo de políticas,
principalmente educativas, lo que suma un total de veintitrés
entrevistas a decisores. Estas entrevistas fueron financiadas por
el UNRISD y desarrolladas con la asistencia de Lovissa Ericson.
Para ahondar en la relación entre la oferta y la demanda de
servicios de cuidado, recuperamos el relevamiento de dos inves-
tigaciones previas, de corte cualitativo, de­sarrolladas entre 2007
y 2009.
Por un lado, recorrimos dos barrios del AMBA (La Boca y Ba-
rrufaldi). Allí entrevistamos a treinta y un hombres y mujeres con
niños de hasta 5 años para conocer las estrategias de cuidado que
de­sarrollaban, y a veinte mujeres que se de­sempeñaban en ser-
vicios de cuidado (directoras, docentes, supervisoras y adminis-
trativas de jardines de infantes, centros de de­sarrollo infantil y
jardines comunitarios). Por otro lado, recuperamos un corpus de
treinta y dos entrevistas a trabajadores y trabajadoras de distintos
niveles ocupacionales, incluidos responsables de áreas de gestión
de recursos humanos, en ocho empresas del AMBA, que permiten
24 el cuidado infantil en el siglo xxi

enriquecer la perspectiva, ampliar el abanico socioeconómico de


los entrevistados y sumar la mirada de la gestión de las empresas.1
En ese entretejido, identificar y analizar la relación entre la
oferta de servicios de cuidado infantil y su demanda nos permiti-
rá conocer las condiciones de vida de las mujeres y los niños, las
formas en que el Estado se ha adaptado (o no) a los nuevos roles
sociales, públicos y familiares de las mujeres contemporáneas, e
iluminar la situación de las instituciones y la cultura (en térmi-
nos de la valoración del cuidado como bien social, y de la igual-
dad de derechos como horizonte político) en nuestro contexto
particular.

A lo largo del análisis, se procuró de­sarrollar un lenguaje inclusi-


vo pero, a fin de no hacer tediosa la lectura, en muchos casos se
optó por el uso del masculino sin distinción de género.

1  La primera de estas investigaciones se enmarca en un proyecto lleva-


do adelante en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES),
Unpfa y Unicef (véase Faur, 2012). La segunda, en una investigación
del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social y la Cepal (véa-
se Faur y Zamberlin, 2008).

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