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De la Plaza Baquedano a La Plaza de la Dignidad: La disputa por los imaginarios urbanos

tras el 18 de octubre en Santiago de Chile


Esteban Morales Gallardo

Desde mis continuos viajes hacia Santiago, los contrastes observados en esta ciudad han
sido centrales para reflexionar respecto a los imaginarios urbanos y, desde luego, la disputa
presente en ellos. Esta cuestión personal, sumado al contexto chileno, el cual comprendo
como de actualización de la política convencional (que actualmente tiene como hito la
aplastante aprobación de la opción ‘apruebo’ por el cambio constitucional) dio pauta para
desarrollar este pequeño análisis.
En relación con el título, creo conveniente dar cuenta de que la noción de imaginario
urbano que se propone en esta ponencia tiene que ver con lo planteado por Cornelius
Castoriadis el cual, anudado con su perspectiva respecto a la democracia, fue central para
observar y constar de elementos analíticos que advierten que, en el cuestionamiento del
concepto de Espacio Público, surja, concomitante, la idea de Espacio Común.
Ahora, en lo que respecta al uso del concepto de Espacio Público, diversas perspectivas
miran, casi como con una necesidad central, la necesidad retomarlo como concepto casi
como si alguna vez hubiese sido fundamental para el acontecer social, como si el selectivo
ágora griego fuese el ideal a seguir. Así, expresiones como ‘recuperación del espacio
público por los marginados’ o ‘construcción de un espacio público deliberativo’ son vistas,
no tanto como sospecha, sino que más bien como ingenuidad analítica propia de las teorías
de la modernización.
En este sentido, existe un reconocimiento respecto a que la segregación y la desigualdad
siempre han existido en la ciudad, pero en la mítica modernidad, como afirma Caldeira, "las
a veces violentas apropiaciones de los espacios públicos por diferentes grupos excluidos
-siendo el más obvio ejemplo las barricadas construidas durante las rebeliones obreras-
también constituían la esfera pública y contribuían a su expansión" (Caldeira, 2000). Así,
Caldeira termina argumentando, al menos implícitamente, que el espacio público fue
creado por la burguesía en su lucha contra el orden anterior, pero éste se convierte, hasta
cierto punto, en un arma utilizada por los excluidos para transformar el orden social.
En esta crítica al Espacio Público, como concepto ‘inamovible’, y en consideración con el
término Ecclesia desarrollado por Castoriadis, la pertinencia de la sospecha del uso del
término por la política convencional, da cuenta de lo limitado de este concepto: Si en
términos concretos, el Espacio Público se desarrolla en términos de una deliberación entre
iguales, exposición de ideas, de critica y de reformas, las instancias de silencio-simulación
ejercidos por la política, dan cuenta de su cierre frente a la diferencia consecuencia, entre
muchas otras cosas, a su naturaleza elitista. En lo que respecta al ámbito urbano, el espacio
público idealizado se visualiza cautivo de la lógica neoliberal y subsumido tanto a la
inmaterialidad de los espacios digitales como, además, a los de consumo como ‘plazas’
comerciales siendo, en consecuencia, reemplazado por el imaginario instituido.
La utopía democrática liberal, en su constante concatenación de promesas incumplidas,
logró crear las condiciones para inscribir todo lo público al lenguaje de la gestión y
economía implicando, en consecuencia, su cierre a un valor de cambio. En su excelente
libro Bienes Comunes, Ugo Mattei da cuenta de que, con el avance de la razón neoliberal,
lo público como forma de ejercicio del poder de propietarios privados, llevan a la
privatización de la política llevando al fin de la utopía liberal y, con ello, el fin de espacio
público acorde a la democracia. En suma, el espacio público moderno tiende a ser solo una
promesa.
Este brevísimo marco teórico, en el contexto de los acontecimientos en Chile, los
imaginarios urbanos, comprendidos como la diferencia y/o distancia respecto las
significaciones respecto al espacio adquiere relevancia en cuanto a que las movilizaciones
sociales, en su sentido estricto, remiten a la apropiación y exposición de formas de vida y
modos de ser en diferentes espacios de la ciudad que, siendo limitada a una funcionalidad y
a un determinado uso, es, ante todo disrupción y cuestionamiento a tales determinaciones.
De este modo, diferentes expresiones respecto en el espacio crean nuevas significaciones
alteran la versión de un espacio público limitado al consumo y/o a su estética. El espacio
público instituido, lejos de su mítica ciudadana, se constituyen como espacios privados y,
en consecuencia, la disrupción de la movilización y su apropiación, permiten pensarlo
como posibilidad de constitución de espacios comunes que operan como recuperación de su
contenido político y parte central para posibilitar el cambio.
El espacio público moderno como parte del imaginario dominante, expresa significados que
sofocan la idea de espacio común, reduciéndolo a lugares de consumo o, a lo sumo, abierto
a expresiones que ‘folklorizan’ la protesta social para vaciarla de su historicidad y
posibilidad real de cambio. Sin embargo, tal como es posible observar en Santiago, la
importancia de apropiación del espacio, convirtiéndolo en un espacio común, independiente
de su porvenir, han ido logrando diferentes cambios que, desde la visión del espacio
público es imposible de alcanzar. Acá, por lo tanto, la disputa entre imaginarios urbanos
toma relevancia en cuanto a que, como lugar de la subjetividad, deambula por fuera de
cualquier cálculo político y, por lo tanto, tiene otra dinámica
En este aspecto, se precisa, en mi opinión, rediscutir al espacio público a fin de que este
pueda, en efecto, observarse desde un prisma sociohistórico y material tal como, en parte,
retoma Foucault cuando insta a una discusión fundada en la praxis entre poder y resistencia
al poder bajo el cual, y en convergencia a la postmetrópolis de Edward Soja, seamos
capaces de captar los procesos de producción de espacios instituidos frente a la posibilidad
de instituir nuevos en cuanto la propia capacidad de los sujetos para subvertirlos y
resignificarlos en virtud de la propia perceptibilidad de la coyuntura. En este sentido, el
fallecido sociólogo urbano chileno Rodrigo Salcedo Hansen, advierte tres elementos que,
entrelazados, dotan, para el análisis de los imaginarios urbanos en disputa, aquellos
cuestionamientos que permiten una rediscusión del espacio público:

 Primer espacio: Comprendido como las prácticas materiales, y simbólicas, que como
tales son aquellas que articulan la producción y reproducción de un determinado modo
de vida acorde con las necesidades que transitan, al unísono, con las formaciones
urbanas, comprendidas estas, como el sentido bajo el cual opera lo instituido dentro del
espacio urbano. Acá, elementos preconcebidos como plazas comerciales (mall), zonas
residenciales, industriales, no lugares, como el metro, aeropuertos, paradas de
autobuses, entre otros, operan como determinantes de diferentes prácticas que, no
obstante, en momentos de disputa tienden a ser subvertidos, poniendo en cuestión su
total determinación, en cuanto a prácticas unívocas.

 Segundo espacio: En cuanto a la incapacidad determinación, este espacio se devela ‘no


determinado’ el cual da paso a una reflexividad respecto a este, posibilitando la
creación de un espacio imaginado el cual, con un alto contenido simbólico, y desde la
propia subversión de los significados centrales, detonan como espacialidades con un
alto contenido simbólico y con capacidad de albergar diferentes expresiones
performativas que, por ejemplo en el caso chileno, tienden hacia el malestar ante la
determinación de la lógica neoliberal presente en el espacio.

 Tercer espacio: Tomando ambas espacialidades, la coexistencia de ambas, implica que


no solo la presencia de ambos imaginarios, expresados de diferente modo en una
materialidad concreta, sino que, del mismo modo, siendo espacios de experiencia, son
tanto estructura como vivencia, subjetividad y racionalidad, las cuales, en
concomitancia con la propia experiencia vivida, se pliegan y abren con relación a la
coyuntura que, como elemento político, se expresa en el espacio mismo.

Desde estos elementos, es posible ver que, por ejemplo, en etapas históricas de ‘vivencia de
la experiencia moderna’, la reflexividad respecto al reordenamiento social implica la
constitución de una espacialidad pública determinada a partir del ‘primer y tercer espacio’
en que la élite, como tal, expone un modo de ser en que el cimiento de su propia
democracia, liberal para algunos, expone una brecha entre discurso y práctica bajo la cual,
se crearon las condiciones de un espacio público concebido igualitario pero cercado para
una minoría, siendo expresión del poder de la clase dominante, visión que, sumada a la
lógica neoliberal presente, agudiza su estrechez y legitimidad acotada de una política
comprendida solo como un mero acto electoral.
En consecuencia, y pensado en las aportaciones Foucaultianas, emerge el tema de la
seguridad en la Ciudad la cual, muy resumidamente, puede explicar los diferentes actos de
violencia en el espacio público instituido. En la propia ‘dialéctica’ poder/resistencia al
poder emerge un sentido ‘apaciguador’ en que los aparatos de seguridad estatal, desde su
uso legitimado (no legítimo) de la fuerza da cuenta de que el propio espacio público es
defendido a partir del miedo al poder y, en consecuencia, de sus propios aparatos
represivos. De esta situación radica el tema de la criminalización y protesta social del cual,
sería muy largo definir ahora.

Los procesos acaecidos en Chile, con significaciones políticas evidentes, produce una
noción de espacialidad que, más allá del idealizado espacio público, expone una
reflexividad que, sin ser propiamente un proyecto político y una lucha frente al campante
capitalismo, expone aquella búsqueda de identidad que el sinsentido de la política
instituida, busca un determinado anclaje que, sin dudas, sobrepasa bastamente la
representatividad de cualquier identificación obrera u otra prefiguración moderna. En
consecuencia, la toma del espacio público, interpretada aquí como prefiguración idealizada
del liberalismo moderno, pasa a convertirse en un espacio común el cual, como respuesta
política de una generación con múltiples y, a mi juicio, móviles formas de identificación,
exponen, en la apropiación de los imaginarios urbanos, refiguraciones que, sin responder a
ninguna afiliación política o a una lucha contra el capitalismo, expresa, en cambio la
necesidad de generar un común que permita generar un soporte existencial que la propia
experiencia y vivencia de la democracia tardía chilena establece.
Teniendo esto en mente, sin considerarlo desde luego un absoluto, a continuación,
describiré, muy brevemente, por cierto, aquellas formas de disputas en el espacio que, a mi
juicio, y producto de un imaginario urbano en disputa, desencadenan en nuevas
significaciones que reconfiguran, de forma parcial o momentánea, al espacio público,
convirtiéndolo, desde el fragor de la posibilidad política, en un espacio común, ajeno a la
ilusión ciudadana. En este caso, tomando como ejemplo tanto la toma del Metro de
Santiago como el monumento a los Mártires de Carabineros para, de este modo, poder
generar un principio de análisis de la apropiación de La Plaza Baquedano y su refundación
como Plaza de la Dignidad.

Espacialidades en disputa: El Metro y el Monumento a Carabineros.


En las semanas previas a las movilizaciones del 18 de octubre, organizaciones de
estudiantes secundarios de los colegios ‘emblemáticos’ de la zona centro de Santiago,
reaccionaron al aumento del pasaje del Metro, a partir de la toma de estaciones y del no
pago del pasaje. Ante este contexto, el Estado, a partir del uso de sus aparatos de seguridad,
Carabineros principalmente, actuaron con violencia a fin de, como es costumbre, generar
miedo y ‘disciplinar’ a aquella generación de adolescentes. Sin embargo, como bloque
generacional, que alberga nuevos modos de ser, lejos de infundirles aquel miedo presente
en los rangos etarios inmediatamente anteriores, llevó a que respondieran con mayor vigor
frente a los aparatajes de seguridad.
Ante esta situación, en que Carabineros actúa, digámoslo, con una violencia propia de la
dictadura (la cual fue, para esta institución un medio relativamente exitoso), generó,
finalmente, una respuesta del resto de la población que, siendo en muchos casos identidades
marginalizadas aunque en ningún caso exclusivas, reaccionaron ante los órganos
represivos, abrigando, del mismo modo, una experiencia común en que, desmarcándose de
la racionalidad de la estatalidad, aparecen diferentes subjetividades que, como acto reflejo
van expresando la vivencia propia de un sistema socioeconómico que los determina ajenos
a la brega política, y, en consecuencia ajenos al espacio público.

[foto de cabros saltándose el metro]

Ahora bien, considerando al Metro de Santiago como el gran megaproyecto de


infraestructura vial del Estado desde la dictadura, su contenido simbólico, en concatenación
con el proyecto neoliberal chileno, se configura como prácticamente la única
referencialidad de ‘lo público’ presente en la mayoría de las comunas de la urbe,
representando, en consecuencia, el único objeto espacial ‘público’ presente en una ciudad
que, persé, configura al espacio público material en espacios de consumo. En consecuencia,
tanto el no pago del pasaje, así como la las diferentes concentraciones de personas en las
estaciones ubicadas, principalmente, en la periferia de la Ciudad ¿no responderían, acaso, a
un acto simbólico de resignificación del espacio público? A mi juicio, el hecho de que el
encuentro de la diversidad de subjetividades enajenadas del proyecto de modernización
neoliberal se situara, en principio, a las afueras de las estaciones del metro, consideradas
muchas veces como ‘no lugares’, se perfilan, en cambio como espacios comunes en que ‘el
pasajero’ pasa a ser un sujeto político capaz de actuar y, de paso, subvertir el espacio
instituido, dotándolo, al mismo tiempo, de un contenido y correlato histórico.
[foto del metro hecho mierda]

Ante este contexto, el germen del espacio común va apareciendo, inicialmente, en aquellas
espacialidades consideradas como ‘anónimas’ o lugares de ‘transito’ los cuales,
significados que subvierten su función instituida, su uso concreto para, en este sentido,
pasar a ser ‘otra cosa’. En este punto, la disrupción en los espacios públicos
convencionales, son sometidos a escrutinio común por parte de aquellos que, por diferentes
relaciones de poder, son constreñidos de su ser. En este aspecto, por ejemplo, además de las
movilizaciones sociales ‘tradicionales’, aparecen los diferentes actos performáticos que,
como se observa en lo realizado por el colectivo feminista ‘Yeguada Latinoamericanista’ se
apropia del Monumento a los Mártires de Carabineros, generando una denuncia a la
institución y su violencia:
[Foto del monumento]

Acá, la capacidad de subvertir el espacio público convencional expone los abusos de los
sistemas de seguridad lo cual, en este sentido, expone la impunidad bajo la cual han
operado a favor, siempre, de la lógica dominante. Ahora bien, al mismo tiempo, y sumando
al ejemplo anterior, la vivencia al margen de la representación pública, en el que las
minorías y sectores populares, o ‘los rotos’ como despectivamente se designan son, del
mismo modo, desplazados espacialmente a la periferia por la organización urbanística
estatal, alimentando un imaginario social que va legitimando su exclusión del espacio
público. Al respecto, la potencia política del espacio común detona, en un tipo de
subversión que, en el sentido marxista, crea un nuevo uso del espacio relacionada con la
escucha denegada por lo público que lleva a que muchas personas que se vivencian al
margen se apropien de diferentes hitos urbanos para edificar espacios comunes de
resistencia común capaces de conjuntar aquellas diferentes subjetividades, y sus malestares,
desplazadas por el proyecto de modernización neoliberal.
Reteniendo este contexto, y sin dejar de lado la vorágine de expresiones emanadas tras el
18 de octubre, ¿cuál sería el espacio común por antonomasia para desarrollar tales
prácticas de resistencia?: La emblemática Plaza Italia, o Plaza Baquedano. Sin querer
ahondar en la génesis de este hito urbano, este lugar, si se quiere ‘anónimo’, desde
nacimiento como parte del urbanismo ‘higienista’, es sinónimo de separación entre ‘ricos y
pobres’, entre elite y ‘rotos’ la cual, como tal, expresa en la propia ciudad bifurcación entre
imaginarios urbanos, entre modos de ser y forma de vida y, a la vez, retícula capaz de crear
un común, una unidad, que se observa, por ejemplo, en instancias de celebración como
eventos deportivos o políticos.
La importancia simbólica de este nodo de la ciudad, colindante además con una zona
recreativa de bares que permite que diferentes segmentos de población interactúen
anónimamente, detona en una especie de ‘lugar de encuentro’ el cual, ya sea desde la
apropiación de su simbolismo con fines convergentes a la conveniencia de la elite o como
espacio común para las manifestaciones actuales, resiste inexorablemente a la lógica de
aquellos espacios delimitados solo al consumo y a la producción de sujetos para, en
cambio, deslindarse de la lógica y ejercicio del poder, generando un espacio común en
construcción constante que, conocido por todos, queda abierto a la indeterminación y a
diferentes formas de expresión que, paradójicamente desde sus propias diferencias,
construyen un común el cual, desde esta coyuntura, reúne a aquellos desplazados por el
proyecto neoliberal impuesto desde la dictadura militar.
[fotos de la plaza Italia cuando gana chile, cuando murió Pinochet]

De la Plaza Baquedano a la Plaza Dignidad


Con el proyecto de modernización neoliberal desarrollado en Chile desde la dictadura
militar, la cual con ‘autobombo’ se consideró a si misma triunfante desmarcada del resto
del continente latinoamericano, el aumento de las desigualdades fruto de la promesa
incumplida de prosperidad, detonó en lo que todos conocemos como ‘estallido social’ el
cual, no antojadizamente a mi parecer, incorporó en la propia base de las movilizaciones la
apropiación de espacios de la ciudad en que diferentes marchas y concentraciones, lejos de
deambular sin rumbo, tuvieron como lugar común Plaza Baquedano.
[fotos plaza Baquedano]

Sin dudar, y como se viene repitiendo en diferentes concentraciones, las expresiones de la


subjetividad encuentran su punto común en esta pequeña rotonda la cual, a diferencia de
otros encuentros ‘más festivos’, es paraje de contención del malestar acumulado tras 30
años de injusticias y promesas no cumplidas por esa esquiva modernidad de fragrante y
constitutiva inequidad. Así, desbordando la significación instituida de espacio público de
esta retícula, el padecimiento de la marginalidad por parte de la población urbana, el ‘no
son 30 pesos, son 30 años’, llevó a que, en un acto ‘refundacional’ se rebautizara
colectivamente (vaya a saber quién fue el de la idea) como ‘Plaza de la Dignidad’. Este
cambio de nombre, y la cual es usado cotidianamente por muchos santiaguinos, advierte
que en la propia disrupción en el espacio aparece un imaginario urbano, una nueva forma
de pensar el espacio que cuestiona el modo de vida individualista y mitificación del pasado,
para, en cambio edificarse como un espacio común fundamental para crear convergencias
desde una diferencia, différance en el sentido derrideano, atenta al sentido histórico de sus
actos.
En este sentido, si el espacio público fue incapaz de determinar a la ciudadanía, es al mismo
tiempo principio para, desde su cuestionamiento, capaz de proveer de espacios comunes
para cuestionar al orden coyuntural chileno. El hecho de que la, ahora, Plaza de la Dignidad
sea el lugar de encuentro de subjetividades comprende que la potencia dialéctica del
espacio común desarrolle la irrupción de imaginarios alternativos de resistencia frente a las
significaciones dominantes. Si la propia expulsión hacia los márgenes de la población
buscó reproducir modos de ser y de habitar la ciudad, la indeterminación de los sujetos
incuba sentidos y usos del espacio particulares sin que necesariamente elabore proyectos
elaborados, convirtiéndolo, coyunturalmente, como espacio común de resistencia.
La importancia de la historicidad como desencadenante de la disputa por los imaginarios
urbanos advierte que la importancia de un espacio común convergente con el propio
contexto en el que se desarrollan las significaciones imaginarias sociales. Si bien,
actualmente, la Plaza de la Dignidad fue epicentro del malestar social, con el triunfo de la
opción apruebo a la nueva Constitución, pasó rápidamente a convertirse en lugar de
expresión de júbilo y esperanza, mostrándonos la inoperancia de discursos totalizantes.
Asimismo, la importancia de este nuevo espacio común abriga, efectivamente, que el hecho
de que la disputa por imaginarios expone, en este sentido, comprenderla más allá los
significados lo que, comprendiendo su materialidad, se abre como una dialéctica del
conflicto constante entre fuerzas hegemónicas y discursos alternativos de resistencia (De
Certeau, Gramsci), que propicia expresiones, conductas o modos de habitar los espacios
inconscientes. Además, considerando el sentido práctico de la resistencia, es posible
encontrar nuevos sentidos y usos del espacio que, considerados comunes, no se encuentran
en el espacio público hegemónico, sino que, por el contrario, se hallan presentes en los
imaginarios alternativos, en las prácticas provenientes de los márgenes, de los usos en
cuanto alteridad, pero sin llegar a ser completamente conjuntistas ni totalizantes.

Conclusión
¿Proyecto común?, ¿enajenación y no pertenencia al proyecto capitalista?, lo cierto es que
las movilizaciones en Chile, desde el propio uso del espacio como forma de expresión del
malestar, con un alto contenido performativo, sin duda, se destaca agónico, en el sentido de
Mouffe, y al borde de lo instituido sin ser, necesariamente, ajeno al imaginario democrático
instituido, de larga data en Chile, lo cual, según mi perspectiva, no quiere decir para nada
que sea inmóvil frente a la posibilidad instituyente. En cierto sentido, y parafraseando a
Castoriadis, puede que las diferentes maneras de significar y actuar en la espacialidad, acá
concebida como ‘política’, sean instituidas e instituyentes a la vez: Instituidas en el sentido
de que, edificadas, son parte de la presencia, de lo Real, y parte de un imaginario central del
que los habitantes de áreas urbanas no se desprenden totalmente; e instituyentes en el
sentido de que es la propia capacidad de las personas, de los habitantes de ‘la polis’,
aquellos que le dan significado, imaginando y representando la espacialidad pública en una
dirección profundamente sociohistórica. A mi juicio, en la fusión de ambas se expresa el
sentido del malestar y su capacidad de actualizar el colgajo de la dictadura como lo es la
Constitución de 1980, posibilitando, de este modo, una reorientación de la racionalidad de
dicha carta magna sin perder, desde luego, su componente subjetivo inicial.
A mi juicio, el componente generacional en el que opera en la coyuntura chilena, a la luz
del requerido cambio constitucional y, del cambio histórico producido a partir del espacio
común, me hace dar cuenta la importancia de la historicidad. Si bien, las perspectivas del
urbanismo posmoderno buscan poner al centro la importancia del espacio por sobre el
horizonte temporal, quiero dejar en claro que, desde la perspectiva de los imaginarios, se
busca no desatender la importancia de lo histórico en los procesos socioespaciales que, sin
desatender su peso urbanístico, es posible comprenderlos en relación a su contenido y
función social. En consecuencia, cuando genero la brecha entre espacio público, ahistórico
y funcional, y el espacio común, comprendido como disrupción en la prosodia histórica no
es otra cosa que responder a los factores sociohistóricos presentes en la dimensión espacial
que, atendiendo su temporalidad, pueden, en efecto, ser contenedores de diferentes
expresiones ‘antihegemónicas’ y campo fértil para la posibilidad de construir autonomías.

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