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HIPERPRESIDENCIALISMO EN COLOMBIA

Para discurrir en el asunto de referencia, tendremos que partir de la base


argumentativa según la cual, en Colombia, se produce el fenómeno en el que el
jefe de gobierno posee facultades constitucionales y legales que le permiten
ejercer poder exacerbado, aun a pesar de la existencia teórica de separación de
poderes del poder público.

Para fundamentar tal tesis, propondremos los siguientes cuestionamientos que


nos guiarán hacia la contextualización del efectivo ejercicio de súper poder
presidencial:

¿Está garantizada la separación de poderes en el Estado colombiano?

Podríamos responder rápidamente, de acuerdo a nuestra carta política, nuestra


legislación vigente y los diversos trabajos teóricos publicados que, en efecto, el
Estado colombiano posee una separación de poderes, desde la cual, cada ente se
encarga de unas funciones específicas designadas normativamente. Cada rama
del poder público cumple funciones específicas sin traspasar, salvo norma
habilitante, el límite que impone la constitución y la ley.

Sin embargo, un análisis empírico simple, nos pone de presente una realidad
totalmente incongruente respecto de la teoría. No existe mejor ejemplo actual, que
la emergencia sanitaria producto de la pandemia mundial, COVID 19. El
presidente de la república, con facultades legislativas extraordinarias, se hizo con
las funciones propias de la rama legislativa. Así mismo, empleando su poder
nominador, ha movido los alfiles y peones para contar con personal suficiente
dentro de la administración de justicia, ello, sin dejar de mencionar la demagogia
política, con la que procura constantemente deslegitimar la función de la rama
judicial.

¿La participación democrática garantiza una manera idónea de


representación política?
Este cuestionamiento, nos interpela sobre la función participativa que el pueblo
como soberano, ocupa dentro de las decisiones políticas que se toman y si estas,
representan un beneficio o detrimento para los asociados en este Estado.

De acuerdo con la OCDE a septiembre de 2020 el desempleo en Colombia lidera


con una tasa del 16.6%. Lo anterior, quiere decir que las medidas tomadas por el
ejecutivo distan de los intereses de sus electores mayoritarios y, contario sensu,
afectan gravemente el bienestar de todos los colombianos, pues el factor
económico de una sociedad es fundamental para efectos del desarrollo cultural,
tecnológico, profesional, etc. Lo que quiere decir, que muy a pesar de las diversas
problemáticas que acaecen en el territorio, la participación política es precaria,
debido, claro, a variados factores desde los cuales, los colombianos no entienden
la importancia de su participación activamente en la política interna del país, de la
necesidad de involucrarse y hacerse parte de la deliberación y toma de decisiones
con miras al bienestar general y a la garantía de servicios para la cual existe una
conformación estatal y sin la cual, carece de sentido.

Por estas razones, y a pesar de la participación política activa que pudieren


ejercer todos los colombianos, las grandes maquinarias electorales, en ocasiones
acompañadas por objeto y causa ilícita, absorben los votos de mayorías
irreflexivas y adoctrinadas, logrando llegar al poder para gobernar y para satisfacer
los intereses de unos cuantos, anteponiéndose al interés general que, en teoría,
debiere primar.

¿Es posible una concentración de poder excesiva en cabeza del presidente


de la República (Unitaria) de Colombia?

Comenzaremos analizando las posibilidades de que esto ocurra en un Estado


alejado de la excepcionalidad por la cual atraviesa el mundo en este momento,
donde es claro que, el poder presidencial se asume casi que con absolutismo por
la enorme limitación de libertades que ha implicado la pandemia COVID 19.
En términos generales, de acuerdo con las normas generales de administración y
función pública, acompasadas con nuestra carta política, las funciones de cada
rama del poder público son taxativas y reconocen las limitaciones que implican el
reconocimiento de otras entidades encargadas de diversas funciones. Es así como
la rama judicial administra justicia, la rama legislativa realiza control político y crea
leyes y la rama ejecutiva se encarga de la gobernabilidad y administración de los
entes estatales.

No obstante, la politización maligna de nuestras instituciones, nos tiene avocados


a un Estado de opinión desde el cual, quien posea mayor legitimación publicitaria,
que implique la movilización de masas, podrá absorber de diversas maneras las
funciones específicas que buscan limitar el ejercicio absoluto de poder de aquel
que las reclama.

El presidencialismo colombiano, tradicionalmente conservador, con tendencias


dictatoriales en casi todos los gobiernos electos, ha perseguido siempre el mismo
fin, a saber, la absorción política de las demás ramas, de manera tal, que no
exista, por un lado, límites a su gestión (cualquiera que fuere) y por el otro,
oposición alguna a las decisiones tomadas por éste.

Un ejemplo claro y concreto de ello es la potestad nominadora que preserva el


presidente respecto de aquellos que administrarán justicia. En ocasiones se eligen
las hojas de vida más aptas, sin importar la perspectiva política de los
profesionales, en otras se terna simplemente al amigo que apoyara la gestión
presidencial desde su puesto en la rama judicial. A pesar de ello, la rama judicial
continúa trabajando en procura de su independencia como rama del poder,
garantizando una efectiva administración de justicia y un ejercicio del poder
contramayoritario desde el cual se defiende a aquellos asociados que lo requieran
de manera especial.

Del otro lado tenemos una rama legislativa entregada a las prebendas, al lobby y
la mal llamada ‘mermelada’, desde la cual aseguran la satisfacción de intereses
personales, particulares y de comunidades privilegiadas. Las fuerzas de oposición
que conservan independencia allí dentro, son minorías que no logran transformar
a partir del voto las viejas concepciones y maneras de “hacer política”. Y claro,
para ahorrar tiempo, trámites y discusiones deliberativas, conforme lo pretendían
en el inicio de la década de los 90’s, el otorgamiento constante y permanente de
funciones legislativas al presidente de la república, dan muestra del
acaparamiento masivo de poder en una sola cabeza, la del presidente de la
república.

En conclusión, son múltiples las formas que puede emplear el presidente de la


república para hacerse con los poderes judicial y legislativo. Bien sea en sentido
político, administrativo o jurídico. Se avizoran dos soluciones posibles simples:

1. Que el jefe de gobierno entienda sus funciones y observe una postura de


respeto y honor respecto de las otras ramas del poder, entendiendo que
existen para evitar abusos de poder o absolutismo. Que él como servidor
del pueblo debe aceptar su posición limitada y ejercer dentro de sus
capacidades un poder en busca de garantizar a los asociados bienestar y
seguridad.
2. Una reforma política estructural que garantice la independencia de las
instituciones estatales y en particular, de las ramas del poder público,
entendiendo que, si cada una de ellas depende de sí y de la Constitución,
podrá y deberá velar por el ejercicio del poder de manera limitada y
autónoma.

Cuando los ciudadanos participen de manera más asertiva en la toma de


decisiones, en la auditoría del ejercicio de funciones de quienes le sirven,
seguramente podremos limitar de mejor manera la hegemonía institucional que
tanto nos perjudica.

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