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Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.
INTRODUCCIÓN: No hay otro pasaje de Pablo más sublime sobre la persona de Cristo. Aquí
la majestad y la humildad del Salvador se colocan en fuertes contrastes. Toca con un extremo la
misma gloria de Dios y con el otro la vergonzosa cruz donde Jesús murió.
I. SU EXISTENCIA ETERNA.
A. Su existencia eterna implica identidad con Dios. En Filipenses 2:6, dice: “El cual,
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse. En Juan
10:30. También dice: “Yo y el Padre uno somos”.
B. Su existencia eterna implica igualdad con Dios. (v. 6) Porque en Isaías 9:6 dice: “Porque un
niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. En Juan 5:18 también dice
que Jesús es igual a Dios Padre. “Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no
sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre,
haciéndose igual a Dios”.
B. La encarnación implica su identidad con el hombre (v. 7). Porque fue hecho
semejante a los hombres.
Existe una ley en el universo espiritual y que encontramos en la Biblia, que dice: El que se
humilla será exaltado... El que se humilla como Jesucristo: Ama, perdona y salva. Cristo nos
salva de la condenación eterna, nosotros podemos en menor grado salvar a alguien de cosas
pequeñas.
CONCLUSIÓN:
Este himno que algunos llaman "el salmo de Cristo" resume la historia de la salvación. Para
efectos de predicación o enseñanza se acostumbra dividirlo en tres estrofas que corresponden a
la preexistencia de Jesús (v. 6), su encarnación y muerte (vv. 7, 8) y luego su exaltación (vv. 9–
11).
Prediquemos que Cristo es el Señor de nuestras vidas. Vivamos en Cristo, por Cristo y
para Cristo. Que Él sea siempre el centro de nuestros corazones, su Palabra y su amor porque
de la abundancia del corazón habla la boca. Declaremos en fe ¡Señor mío y Dios mío!