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CAPITULO CINCO

Jesucristo es Señor

El evangelio apostólico se extendió mas allá del hecho y la significación de la cruz y la


resurrección, para ocuparse de su propósito: «Para eso murió Cristo y volvió a la vida: para
ser Señor tanto de los muertos como de los vivos.w1

En efecto, es bien sabido que el credo cristiano más primitivo, más corto y más sencillo de
todos era la afirmación de que « Jesús es Señor». Quienes reconocían su señorío eran
bautizados y recibidos en la comunidad cristiana. Porque se reconocía, como escribió Pablo,
por una parte, que «si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón
que Dios le levanto de los muertos, serás salvo»,2 y, por otra parte, que «nadie puede llamar a
Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo».3

A primera vista puede parecer extraordinario que dos vocablos griegos, Kyrios lesous o
«Señor Jesús» (porque no hay ningún verbo conectivo en ninguno de los dos versículos
citados en el párrafo anterior), pudiesen servir como base satisfactoria para identificar y
recibir a alguien como un cristiano genuina. ¿Acaso no son totalmente inadecuados? ^Acaso
no es este un ejemplo de reduccionismo teológico de la peor clase?

La respuesta a estas dos preguntas es «No», por cuanto las dos palabras de que se trata, que
parecen constituir una mínima confesión cristiana, están preñadas de significado. Tienen
enormes consecuencias tanto para la fe cristiana como para la vida cristiana. En particular,
expresan, en primer lugar, una profunda convicción teológica en cuanto al Jesús histórico y,
en segundo lugar, y en consecuencia, un compromiso personal y radical con el. En el presente
capitulo me propongo explorar esta convicción y este compromiso.

La convicción teológica
Tal vez el mejor modo de investigar los matices doctrinales que tiene llamar a Jesús «Señor»
sea analizar nuevamente Filipenses 2.9-11. Estos versículos constituyen la culminación de lo
que a veces se denomina carmen Christi, «el cantico de Cristo». Es probable que Pablo este
citando palabras de algún primitivo himno cristiano acerca de Cristo. Al hacerlo, le acuerda
su «imprimatur» aposto-lico. Declara Pablo que Cristo, si bien compartía la naturaleza de
Dios y estaba en una relación de igualdad con el, no obstante se vacio a si mismo de su gloria
y se humillo para servir, haciéndose obediente hasta la muerte en la cruz (vv. 6-8). Sigue
diciendo:

Por lo cual Dios también le exalto hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo
nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y
en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria
de Dios Padre (versículos 9-11).
Como himno cristiano, usado por la iglesia y refrendado por el apóstol, indica lo que los
cristianos primitivos pensaban acerca de Jesús. Se destacan tres puntos.

Primero, Pablo acordó a Jesús un titulo que correspondía a Dios. Es decir, se refirió a el como
«Señor». Cierto es, desde luego, que kyrios se empleaba con diversos significados en
diferentes contextos. A veces no significaba más que «señor», como cuando María
Magdalena pensó que el Jesús resucitado era el hortelano,4 y cuando los sacerdotes le
pidieron a Pilato que asegurase la tumba.5 Pero cuando lo usaban los discípulos de Jesús en
relación con el, kyrios era más que una formula cortes para dirigirse a alguien: era un titulo,
como cuando le llamaban «el Señor Jesús» o «el Señor Jesucristo». Esto queda claro a la luz
del Antiguo Testamento.

Cuando se tradujo el Antiguo Testamento al griego en Alexandria alrededor del 200 a.C., los
devotos eruditos judíos no sabían como resolver la cuestión del sagrado nombre Yahve o
Jehová. No se atrevían a pronunciarlo; no se sentían libres para traducirlo, como tampoco
transliterarlo. De modo que se valieron de la paráfrasis ho kyrios («el Señor»), en su lugar,
razón por la cual «Yahve» sigue apareciendo en muchas versiones como «el Señor». Los
amantes de la numerología bíblica tendrán interés en saber que ella aparece 6.156 veces en
esta versión griega, la Septuaginta. Por lo menos costo es lo que he leído en alguna parte; no
me he sentido inclinado a comprobarlo, ni he tenido la paciencia necesaria que requeriría.

Lo que resulta realmente asombroso es que los seguidores de Jesús, sabiendo que por lo
menos en círculos judaicos ho kyrios era el titulo tradicional de Yahve, Creador del universo
y Dios del pacto de Israel, no tuvieron escrúpulos en usar el mismo título para referirse a
Jesús ni vieron algo anormal en el hecho de hacerlo. Equivalía a decir que « Jesús es Dios».

En segundo lugar, Pablo transfirió a Jesús un texto que correspondía 11 Dios. En Isaías 45.23
Yahve se expreso por medio de un soliloquio:

Por mi mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia, y no será revocada: Que a
mi se doblara toda rodilla, y jurara toda lengua.

Pues bien, Pablo, o el escritor del himno que esta citando, tienen la audacia de sacar este texto
del libro de Isaías y darle una aplicación nueva, atribuyéndolo a Jesús. El corolario es
inevitable. El homenaje que según el profeta se le debía a Yahve, según el apóstol se le debe
a Cristo; también seria un homenaje universal y abarcaría «toda rodilla» y «toda lengua».

Un ejemplo similar es el uso neo testamentario de Joel 2.32. El profeta había escrito que
«todo aquel que invocare el nombre del Señor (es decir, Dios), será salvo». En el día de
Pentecostés, sin embargo, Pedro uso esta promesa en relación con Jesús, instando a sus
lectores a creer en Jesús y ser bautizados en su nombre.6 De modo semejante, Pablo escribió
mas tarde que el Señor Jesús «es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan;
porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.7 Por lo tanto, el poder
salvífico de Yahve, destinado a Israel, se ha convertido en el poder salvífico de Jesús,
destinado a los creyentes, judíos y gentiles por igual.
Tercero, Pablo exigió para Jesús el culto debido a Dios. Comoquiera que interpretemos la
confesión verbal de que el es Señor, el doblar las rodillas delante de el no puede ser sino culto
de adoración. Además, en el Nuevo Testamento se ora al Señor Jesús en forma regular,
especialmente cuando Pablo vincula conjuntamente a «Dios nuestro Padre» con «el Señor
Jesucristo», como la fuente de la gracia y como el objeto de sus peticiones. También viene a
la memoria Hebreos 1.6: «Adórenle todos los ángeles de Dios.

Se da por sentado en los documentos neo testamentarios, que la gracia precede de Cristo y
que se le debe dirigir oración y tributarle culto. Mas todavía, la cristolatria (el culto dirigido a
Cristo) precedió a la cristología (el desarrollo de la doctrina sobre Cristo). Pero la cristolatria
es idolátrica si Cristo no es Dios, como lo vio claramente Atanasio en el siglo IV cuando
discutía contra la herejía arriana según la cual Cristo era un ser creado.

Aquí tenemos, entonces, tres importantes datos que aparecen en el himno cristiano citado por
Pablo. Los cristianos de los primeros tiempos daban a Jesús un título que correspondía a Dios
(«Señor»), le aplicaban textos referidos a Dios (en relación con la salvación que el otorga y el
homenaje que se le debe), y le ofrecían el culto destinado a Dios (hincando las rodillas). Estos
hechos son incontrovertibles, y resultan más asombrosos por cuanto no son artificiales y
surgen de modo prácticamente casual.

Más aun, es digno de destacar que los escritores neotestamentarios no abrigaban dudas al
hacer la audaz identificación de que Jesús es Dios, porque no tengan necesidad de abrigarlas.
Pablo defendió el evangelio de la justificación por la gracia mediante la fe, y esto
denodadamente, porque se estaba negando la doctrina. Pero no discutió la cuestión del
señorío divino de Jesús (la doctrina de que «solo hay ... un Señor, Jesucristo»),9 lo cual debe
significar que no era un tema que se debatiera. De manera que ya a pocos anos de la muerte y
la resurrección de Jesús, su deidad formaba parte de la fe universal de la iglesia.

La confesión de que «Jesús es Señor» da lugar a una segunda inferencia teológica, a saber,
que es Salvador además de Dios. La tradición en algunos círculos evangélicos lleva a
distinguir netamente entre Jesús Salvador y Jesús Señor, e incluso a sugerir que la conversión
abarca la idea de confiar en el cómo Salvador, sin necesariamente tener que rendirse ante el
como Señor. Lo que está por detrás de esta enseñanza es bueno, o sea, el deseo de preservar
la doctrina de la justificación por la fe sola, y no dar entrada a la justificación por obras
(obedeciendo a Cristo como Señor) por la puerta posterior. No obstante, esta position no es
defendible bíblicamente. No solo es Jesús «nuestro Señor y Salvador^ uno e indivisible, sino
que su señorío abarca su salvación, y en realidad la anuncia. Es decir, su titulo «Señor» es
símbolo de su victoria sobre todas las fuerzas del mal que han sido puestas debajo de sus pies.
La posibilidad misma de nuestra salvación se debe a esta victoria. Justamente debido al hecho
de que el es Señor, puede también ser Salvador.10 No puede haber salvación sin señorío. Las
dos afirmaciones, «Jesús es Señor» y «Jesús salva», son virtualmente sinónimas.

El compromiso radical
La palabra kyrios podía usarse, como hemos visto, como una simple designación respetuosa.
Pero era más frecuente emplearla con respecto a los propietarios, ya sea de tierras, bienes
raíces o esclavos. La posesión conllevaba el control total y el derecho a disponer de los
bienes. Entendiendo esto Pablo, Pedro, y Santiago comenzaban sus cartas designándose a si
mismos «esclavos de Jesucristo». Sabían que él los había comprado al precio de su sangre y
su vida, y que, en consecuencia, pertenecían a él y estaban totalmente entregados a su
servicio.

El hecho de esta propiedad personal por parte de Cristo y de este compromiso con el ha de
adueñarse de todos los rincones de la vida de sus discípulos. Tiene cuando menos seis
dimensiones.

Primero, tiene una dimensión intelectual. Comienzo con la mente porque es la ciudadela
central de nuestra personalidad y es ella la que en realidad gobierna nuestra vida. A pesar de
ello, con frecuencia es el último baluarte que se rinde al señorío de Jesús. La verdad es que en
realidad nos gusta pensar por nosotros mismos y dar a conocer nuestras propias opiniones; y
si esas opiniones chocan con la enseñanza de Jesús ... ¡tanto peor para él!

Pero Jesucristo quiere tener autoridad sobre nuestra mente. «Llevad mi yugo sobre vosotros,
y aprended de mi,» dijo." Con seguridad que sus oyentes judíos lo entendieron de inmediato,
porque comúnmente hablaban del «yugo de la Tora» (la ley), a cuya autoridad se sometían.
Ahora Jesús hablaba de su enseñanza como un yugo. Sus seguidores habían de convertirse en
sus alumnos, sus discípulos, para someterse a su instrucción, a fin de aprender de el. No
tenían por que temer esto, porque, por un lado, el mismo era «manso y humilde de corazón»,
y, por otro, su yugo era «fácil», a la vez que, sometidos a su discipline, que era ligera,
encontrarían «descanso» para su alma. En otros términos, encontraremos el verdadero
«descanso» sometiéndonos al yugo de Cristo (no resistiéndolo), y la verdadera libertad
sometiéndonos a su autoridad (no descartándola). Más tarde el apóstol Pablo escribiría algo
semejante, cuando expreso su decisión de «[llevar] cautivo todo pensamiento a la obediencia
a Cristo».

El cristiano contemporáneo, que está ansioso por responder sensitivamente a los desafíos del
mundo moderno, no ha de desechar, sin embargo, la autoridad de Jesucristo con el propósito
de lograrlo. Los discípulos no tienen libertad para estar en desacuerdo con su divino maestro.
Lo que creemos acerca de Dios, acerca del hombre (varón y mujer) hecho a su imagen, acerca
de la vida y la muerte, el deber y el destino, la Escritura y la tradición, la salvación y el juicio,
y muchas otras cuestiones, lo aprendemos todo de el. Hay una urgente necesidad en nuestros
días, en los que abundan las especulaciones mas desenfrenadas y extrañas, de reasumir la
position que nos corresponde, a sus pies. «Quien obedece plenamente al precepto de Jesús —
escribió Dietrich Bonhoeffer— quien acepta sin protestas su yugo, ve aligerarse la carga que
ha de llevar, encuentra en la dulce presión de este yugo la fuerza que le ayuda a marchar sin
fatiga por el buen camino. El precepto de Jesús es duro, inhumanamente duro, para el que se
resiste a el. Pero es suave y ligero para el que se somete voluntariamente.»

Segundo, el compromiso radical para con Jesucristo tiene una dimensión moral. En derredor
de nosotros las normas morales se van desmoronando en el día de hoy. La gente se siente
insegura porque no sabe si quedan normas morales absolutas o no. El relativismo ha
impregnado el mundo y esta introduciéndose en la iglesia.
Hasta algunos creyentes evangélicos interpretan mal la Escritura en relación con el tema de la
ley. Citan las conocidas afirmaciones del apóstol Pablo de que «Cristo es el fin de la ley»14 y
«no estáis bajo la ley», cierran los ojos al contexto, y las interpretan mal dándoles el sentido
de que la categoría de la ley ya ha sido abolida, que ya no están obligados a obedecerla, sino
que están libres para desobedecerla. Pero Pablo tenía en mente algo enteramente distinto.
Estaba refiriéndose al camino de la salvación, no a la senda de la santidad. Estaba insistiendo
en que para nuestra aceptación delante de Dios no «[estamos] bajo la ley, sino bajo la gracia»,
puesto que somos justificados por la fe sola, no por las obras de la ley. Pero seguimos estando
bajo la ley moral para la santificación. Como decía insistentemente Lutero, la ley nos empuja
hacia Cristo para ser justificados, pero Cristo nos manda de vuelta a la ley para ser
santificados.

El apóstol se expresa con toda claridad acerca del lugar de la ley en la vida cristiana. Insiste
en que tanto la obra expiatoria de Cristo como la presencia del Espíritu que mora en nosotros
tienen como fin nuestra obediencia a la ley. ¿Por qué mando Dios a su Hijo a morir por
nuestros pecados? Respuesta: «Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que ...
andamos ... conforme al Espíritu.» ¿Y por qué ha puesto Dios a su Espíritu en nuestro
corazón? Respuesta: Con el fin de escribir su ley alii.17 En consecuencia, la promesa
veterotestamentaria de Dios sobre el nuevo pacto podía expresarse tanto en términos de «daré
mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón» como en términos de «pondré dentro de
vosotros mi Espíritu, y hare que andéis en mis estatutos».

De modo que Jesucristo nos llama a obedecer. «E1 que tiene mis mandamientos, y los
guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amare, y me
manifestare a el.» La manera de demostrar nuestro amor por Cristo no es mediante grandes
exclamaciones de lealtad, como Pedro, ni cantando sentimentales «coritos» en la iglesia, sino
obedeciendo sus mandamientos. La prueba del amor es la obediencia, dijo él, y la
recompensa del amor es una autor revelación de Cristo.

En tercer lugar, el compromiso cristiano tiene una dimensión vocacional. Dicho de otro
modo, incluye la obra de toda una vida. Cuando decimos «Jesús es Señor» estamos
comprometiéndonos con toda una vida de servicio. No deberíamos titubear cuando decimos
que todo cristiano esta llamado al ministerio, vale decir, a invertir su vida en el ministerio. Si
al lector le parece que es esta una declaración rara y extraña, probablemente sea porque esta
pensando en la palabra «ministerio» como sinónima del ministerio pastoral ordenado. Pero el
ministerio pastoral es solamente uno de muchos ministerios. Lo que quiero decir es que todos
estamos llamados a un ministerio o servicio (diakonia) de algún tipo. La razón por la que es
posible decir esto es que somos seguidores de uno que asumió «forma de siervo», insistió en
que «no vino para ser servido, sino para servir», que agrego: «Yo estoy entre vosotros como
el que sirve».23 Por lo tanto, si sostenemos que seguimos a Jesús, resulta inconcebible que
nos pasemos la vida de otro modo que no sea sirviendo. Y esto significa que tenemos que ver
nuestra actividad o profesión en función de servicio. Nuestras tareas diarias tienen que
constituir la principal esfera donde Jesús ejerce su señorío sobre nosotros. Por encima y mas
alía de nuestro empleador, deberíamos estar en condiciones de discernir a nuestro Señor
celestial. Entonces estaremos trabajando «como para el Señor y no para los hombres», por
cuanto «a Cristo el Señor [servimos]». En noviembre de 1940 la ciudad de Coventry en
Inglaterra fue arrasada por un bombardeo aéreo, incluyendo su catedral del siglo XIV.
Después de la guerra las ruinas de la antigua catedral fueron conservadas, mientras se
construía a la par una catedral nueva. Desde épocas medievales la catedral tenía una serie de
capillas para diversos gremios (p. ej., para los herreros, los pañeros, los merceros, y los
tintoreros), ubicadas alrededor de sus muros como símbolo de las estrechas relaciones entre la
iglesia y las artesanías. Estas capillas fueron destruidas, pero en su lugar se han levantado
«lugares de santificación» alrededor de los muros en ruinas, como expresión del sentido de la
oración «santificado sea tu nombre»:

En la industria, Dios este en mis manos y en mis manufactures.


En las artes, Dios este en mis sentidos y en mis creaciones.
En el hogar, Dios este en mi corazón y en los objetos de mi amor.
En el comercio, Dios este en mi escritorio y en mis transacciones.
En las curaciones, Dios este en mi capacidad y en mi palpación.
En el gobierno, Dios este en mis planes y en mis decisiones.
En la educación, Dios este en mi mente y en mi crecimiento.
En la recreación, Dios este en mis miembros y en mi ocio.
Cuarto, el señorío de Cristo tiene una dimensión social. Esto quiere decir, en parte, que los
seguidores de Jesús tienen responsabilidades tanto sociales como individuales; por ejemplo,
para con la familia, la empresa, el vecindario, el país y el mundo. Pero quiere decir mas que
esto.

Hay un sentido en el cual confesar que «Jesús es Señor» equivale a reconocerlo como Señor
de la sociedad, incluso de aquellas sociedades, o segmentos de la sociedad, que no reconocen
explícitamente su señorío. Considere el lector el siguiente dilema que nos plantea el Nuevo
Testamento. Por una parte, se nos dice que Jesús es el Señor. Ha derrocado y despojado a los
principados y potestades, triunfando sobre ellos en la cruz. Dios lo ha exaltado ubicándolo a
su diestra y poniendo todas las cosas debajo de sus pies. En consecuencia, el Señor puede
afirmar que toda la autoridad le ha sido dada a el. Por otra parte, seguimos luchando contra
los principados y las potestades de las tinieblas. Habrán sido derrotados, incluso privados de
su poder; pero siguen activos, ejerciendo influencia y actuando inescrupulosamente.28 El
apóstol Juan va más lejos todavía cuando declara que «el mundo entero esta bajo el
maligno».29 En realidad, este dilema se sintetiza muy bien en el Salmo 110.1, citado por
Jesús y varios escritores del Nuevo Testamento: «Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi
diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.» En esta breve declaración,
contenida en un solo versículo, se representa al Mesías tanto reinando a la diestra de Dios
como esperando que sus enemigos sean derrotados.

¿Cómo podemos reconciliar estas dos perspectivas? ^Quien es Señor, Jesús o Satanás?
¿Reina Cristo sobre sus enemigos, o está esperando que se rindan? La única respuesta posible
a estas preguntas es «ambas cosas». Tenemos que distinguir entre lo que es de jure (por
derecho) y lo que es de facto (de hecho o en realidad). De Jure Jesús es Señor, por cuanto
Dios lo ha exaltado al lugar más excelso. De facto, sin embargo, Satanás gobierna, dado que
aun no ha reconocido su derrota ni ha sido destruido.

¿De qué modo afecta nuestro discipulado esta tensión? Dado el hecho de que Jesús es Señor
por derecho propio, es decir, por designación divina, no podemos aceptar ninguna situación
que lo niegue. Anhelamos que aquel que es Señor sea realmente reconocido como Señor; esta
es nuestra tarea evangelizadora. Pero aun en una sociedad que no reconoce específicamente
su señorío, todavía nos interesa que prevalezcan sus valores; que los derechos humanos y la
dignidad humana les sean acordados a las personas de todas las razas y religiones; que se les
de el honor que les corresponde a las mujeres y a los niños; que se aseguren los beneficios de
la justicia a los oprimidos; que la sociedad se vuelva más justa, compasiva, pacífica y libre.
¿Por qué?, ¿Por qué nos preocupan estas cosas? Porque Jesús es Señor de la sociedad por
derecho, y porque él se preocupa por ellas. Esto no tiene por objeto darle nueva vigencia al
antiguo «evangelio social» del liberalismo teológico, que cometió el error de confundir una
sociedad solicita con el reino de Dios. Más bien se trata de tomar en serio el concepto
verdadero de que Jesús es Señor de la sociedad, y por ello procurar que esta le sea mas
acepta.

Durante su conferencia inaugural en la apertura de la Universidad Libre de Ámsterdam en


1880 Abraham Kuyper, que luego fue Primer Ministro de los Paisas Bajos, dijo: «No existe
una sola pulgada en toda la extensión de la vida humana sobre la cual Cristo, que es Soberano
sobre todas las cosas, no exclame '!Mia!'» De modo semejante, David Gill de New College,
Berkeley, California, ha escrito como sigue: «Jesús es Señor no solamente de la vida interior,
de la vida del mas alía, de la vida familiar y de la vida de la iglesia, sino de la vida intelectual,
de la vida política... de todos los dominios.»

En quinto lugar, el compromiso radical con Cristo tiene una dimensión política. Es precise
que recordemos que Jesús fue conde-nado tanto por una ofensa política como por una ofensa
religiosa. En el tribunal judío se lo encontró culpable de blasfemia porque se describió a sí
mismo como el Hijo de Dios, en tanto que en el tribunal romano fue condenado por sedición
porque se describió a si mismo como rey, y Roma no reconocía otro rey que el Cesar. De este
modo, las declaraciones de Jesús tenían inequívocas resonancias políticas. Su afirmación de
que hemos de dar «a Cesar lo que es de Cesar, y a Dios lo que es de Dios» puede haber sido
expresada de manera deliberadamente enigmática. Pero por cierto que sugería que hay aéreas
en las cuales Dios es Señor, en las que Cesar no debía meterse.

Los primeros cristianos enfrentaban un constante conflicto entre Cristo y el Cesar. Durante el
primer siglo los emperadores evidenciaban una megalomanía que crecía constantemente.
Hacían erigir templos en su honor y les exigían homenaje divino a sus súbditos. Estas
pretensiones entraban en conflicto en forma directa con el señorío de Cristo, a quien los
cristianos honraban como rey; mas aun, como «el soberano de los reyes de la tierraw.33
Plinio, el gobernador de Bitinia de comienzos del siglo II, describió, en una carta dirigida al
emperador Trajano, el hecho de que hacia presentarse ante el en el tribunal a aquellos
cristianos que sospechaba que le eran desleales, y dejaba ir únicamente a los que estaban
dispuestos a «ofrecer una invocación con vino e incienso a tu imagen (o sea a la del
emperador)». Pero, ¿cómo podían los cristianos decir «Cesar es Señor» cuando habían
confesado que «Jesús es Señor»? Se dejaban llevar a la cárcel y a la muerte antes que negar el
señorío de Cristo.

La deificación del estado no termino con el imperio romano. Aun hoy hay regímenes
totalitarios que exigen de sus ciudadanos una lealtad incondicional que los cristianos
decididamente no pueden ofrecer. Los discípulos de Jesús han de respetar al estado, y dentro
de ciertos límites someterse a el, pero se niegan a ofrecerle culto y otorgarle el apoyo acrítico
que ambiciona recibir. En consecuencia, hay ocasiones en que el discipulado exige la
desobediencia. En efecto, la desobediencia civil es una doctrina bíblica, porque hay cuatro o
cinco ejemplos notables de ella en la Escritura.35 Surge naturalmente de la afirmación de que
Jesús es Señor. El principio está claro, aun cuando su aplicación puede someter a los
creyentes a agonías de conciencia. El principio es que debemos someternos al estado, porque
su autoridad deriva de Dios y sus funcionarios son ministros de Dios, hasta el punto donde la
obediencia al estado nos llevaría a la desobediencia a Dios. En ese punto nuestro deber
cristiano consiste en desobedecer al estado con el fin de obedecer a Dios. Porque si el estado
hace mal uso de la autoridad que Dios le ha dado, y piensa que puede imponer lo que Dios
prohíbe o prohibir lo que Dios manda, tenemos que decirle «No» al estado a fin de decirle
«Si» a Cristo. Como lo expreso Pedro: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres». En palabras de Calvino: «La obediencia al hombre no debe convertirse en
desobediencia a Dios».

Permítaseme ofrecer un ejemplo relativamente reciente de Sudafrica. En 1957 Hendrik


Verwoerd, entonces Ministro de Asuntos Nativos, anuncio el «Proyecto de reforma de las
leyes nativas», cuya «clausula eclesiástica» hubiese impedido toda asociación racial en
«iglesias, escuelas, hospitales, clubes, o en cualquier otra institución o lugar de
entretenimiento». El que era arzobispo anglicano de Ciudad del Cabo en ese momento era un
bondadoso erudito de nombre Geoffrey Clayton. Decidió, juntamente con sus obispos, bien
que con renuencia y temor, desobedecer. Escribió al Primer Ministro para decirle que si el
proyecto llegaba a convertirse en ley, el se vería «imposibilitado de obedecerla o de aconsejar
a otros clérigos y a otras personas que lo hicieran». A la mañana siguiente murió, quizá por
efecto del dolor y la tensión de la amenazada desobediencia civil. El proyecto fue
modificado, pero de un modo malicioso que imponía penas a los fieles negros antes que a los
lideres eclesiásticos. Cuando se convirtió en ley, en todas las iglesias anglicanas se leyó una
carta llamando a los clérigos y a la feligresía a desobedecer la.

Sexto, el compromiso con Cristo tiene una dimensión global Sostener que «Jesús es Señor»
es reconocer su señorío universal

Por cuanto Dios ha «súper-exaltado» a Jesús, como podríamos traducir hyperypsoo—vocablo


que no aparece en ninguna otra parte en el Nuevo Testamento y que hasta puede haber sido
acunado por el propio Pablo—. Significa que Dios lo ha elevado «a las más excelsas alturas».
Además, el propósito de Dios al hacerlo era que toda rodilla se doble delante de el y toda
lengua lo confiese como Señor. No estamos libres para limitar de modo alguno la repetida
palabra «toda». Por consiguiente, si el deseo de Dios es que toda persona reconozca a Jesús,
también ha de ser nuestro deseo. Los hindúes hablan del «Señor Krisna» y los budistas del
«Señor Buda», pero nosotros no podemos aceptar estas pretensiones. Solo Jesús es Señor y
no tiene rivales.

No hay incentive más grande para la misión mundial que el señorío de Jesucristo. La misión
no es una impertinente interferencia en la vida privada de otros, ni una opción prescindible
que se puede rechazar, sino una deducción inevitable del señorío universal de Jesucristo.

Las dos palabras que forman la declaración Kyrios lesous resultaban bastante inofensivas en
una primera aproximación. Pero hemos visto que tienen ramificaciones insospechadas. No
solamente expresan nuestra convicción de que Cristo es Dios y Salvador sino que indican a la
vez nuestro radical compromiso con el. Las dimensiones de este compromiso son
intelectuales (al someter a nuestra mente al yugo de Cristo), morales (al aceptar sus normas y
al obedecer sus mandamientos), vocacionales (al dedicar nuestra vida a su servicio liberador),
sociales (al procurar penetrar la sociedad con sus valores), políticas (al rechazar la idolatría
de cualquier institución humana) y globales (al extremar el celo por el honor y la gloria de su
nombre).

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