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1.3.3.

Unidad III: Crítica Subalternista, Representación y Poder

Durante el siglo XX las humanidades enfrentaron una serie de desafíos, complicidades y quiebres
con las tradiciones nacionales. La expansión imperialista después de la Segunda Guerra Mundial obli-
gó a los pensadores locales a bosquejar estrategias de posicionamiento epistemológico más definidas
respecto a los países imperialistas y coloniales. La lucha en Egipto por alcanzar la independencia total
de Inglaterra, la ocupación francesa de Argelia y el desarrollo de la Guerra de Liberación Nacional desde
1954, se constituyeron en materiales que permitieron elaborar críticas al neocolonialismo y perfilar la
emergencia de nuevas teorías. La circulación del libro “Los Condenados de la Tierra”, publicado por
Franz Fanon y prologado por Jean Paul Sartre, marcó el inicio de un nuevo momento. Fanon nació en
la colonia francesa de Martinica, en el seno de una familia de clase media, estudió en Francia —des-
pués de pelear por “la Francia libre” durante la Segunda Guerra Mundial— y se graduó como médico
y siquiatra. A través de la publicación de su libro “Piel Negra, Máscara Blanca”, expone su experiencia
personal como intelectual negro que habita en un “mundo blanqueado” y efectúa una elaboración psi-
cológica respecto a la relación colonizado/colonizador. En dicha obra, el autor desarrolla la teoría sobre
el proceso mediante el cual al hombre negro se le bloquean las posibilidades de percibir su sujeción a
la universalizada normalización blanca, lo que constituye su alienación.
Desde esta perspectiva, Fanon pensará la colonización como algo perteneciente a una operación
del lenguaje que tiene graves consecuencias en la conciencia. “Hablar significa sobre todo, asumir una
cultura, soportar el peso de una civilización. Hablar en francés significa que uno acepta un concepto, o
es coercionado dentro de una aceptación —la conciencia colectiva francesa— que identifica a la negri-
tud con el mal y el pecado. En un intento por escapar de la asociación de la negritud con el mal, el hom-
bre negro se pone una máscara blanca, o se piensa a sí mismo como un sujeto universal participando
igualitariamente en una sociedad que se aboca a la igualdad, supuestamente, abstraída de la aparien-
cia personal. Los valores culturales son internalizados, epidermilizados dentro de la conciencia, creando
una dislocación fundamental entre la conciencia del hombre negro y su cuerpo. Bajo esas condiciones
el hombre negro está básicamente alienado de sí mismo”.13
En el libro los “Condenados de la Tierra”,14 a su vez, Fanon desarrolla la perspectiva maniquea ya
introducida en su primer libro, que trabaja la relación binaria entre el negro como el mal y lo blanco
como el bien. El argumento es que un mundo enteramente nuevo debe entrar en el Ser. El deseo utó-
pico de Fanon de ser totalmente libre del pasado, requiere de una revolución total, con una violencia
absoluta. La violencia, se argumenta, purifica destruyendo no sólo la categoría de blanco, sino también
la de negro. Es siguiendo esta huella, que el crítico literario Palestino-Americano Edward Said elaborará
una crítica a las concepciones orientalistas de comprensión de las culturas arábicas por parte del discur-
so colonial europeo.
En su libro “Orientalismo”, Said presenta una reconstrucción genealógica de los discursos europeos
respecto a Oriente. Para éste, Oriente se constituyó; no es sólo el vecino inmediato de Europa, sino tam-

13 Fanon, Franz, “Black Skin, Withe Masck”, Grove Press, Inc. 1967, p. 102.
14 Fanon, Franz, “Los Condenados de la Tierra”, Fondo de Cultura Económica, México, 1976.

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bién la región en la que Europa ha creado sus colonias más grandes, ricas y antiguas, fuente de sus civi-
lizaciones y sus lenguas, su contrincante cultural y una de sus imágenes más profundas y repetidas de
“Lo Otro”.15
De modo que el orientalismo no es solamente un tipo de relación con el otro, es también una
forma de autoconstituirse como identidad, una relación constitutiva de la mismidad con “lo otro”. El
orientalismo tiene sus orígenes en el tipo de relaciones que alcanzaron Francia e Inglaterra con los paí-
ses arábicos y que se prolongó más allá de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, el debilitamien-
to europeo en Oriente no ha significado un fin del orientalismo, por el contrario, este tipo de relación
se ha prolongado y extendido con la hegemonía que ha alcanzado Estados Unidos sobre el territorio
oriental. Estados Unidos ha pasado a convertirse en heredero cultural de las concepciones del orienta-
lismo que se desarrollaron durante la dominación colonial europea. Esto resulta relevante para pensar
cómo ha influido esa herencia en la relación del conocimiento cultural con lo próximo, pues —como
el propio Said ha mostrado— los productos del humanismo pueden influir en la relación que las fuer-
zas imperiales establecen con las colonias, situación que nos obliga a pensar con particular atención,
desde una perspectiva local, la configuración de los estudios culturales latinoamericanos en Norteamé-
rica durante el desarrollo de la guerra fría. El orientalismo nos sitúa así cara a cara con este asunto; es
decir, con el hecho de reconocer que el imperialismo político rige todo un campo de estudios, de ima-
ginación y de instituciones académicas, de tal modo que es imposible eludirlo desde un punto de vista
intelectual e histórico.16
De acuerdo a Arthur James Baulfor, conocer un objeto es dominarlo, tener autoridad sobre él, y
autoridad significa para “nosotros” negarle autonomía —al país oriental—, porque nosotros lo conoce-
mos, y, en cierto sentido, existe tal y como nosotros lo conocemos.17 Esta actitud epistemológica estaría
en la base del desarrollo del orientalismo y en el plano político se ha traducido como actitud de menos-
precio hacia los orientales por considerárseles en un estado inferior. Las descripciones de los orienta-
listas se sustentan en calificaciones sustanciales respecto de las características de los hombres de las
“culturas otras”. Usualmente, se le cataloga como “inferiores”, “poco organizados”, con “voluntad de ser-
vilismo”, “ociosos”, “irracionales”, “que no resisten la presión psicológica”, “que titubean en sus argumen-
taciones”, “la falta de claridad”, “el gasto improductivo del tiempo”; se trata, en definitiva, de descrip-
ciones que infantilizan al otro y tienden a definirlo como “menor de edad” o, al menos, como un sujeto
para el cual la colonización es más un proceso de colaboración que una franca ayuda para superar la
minoría de edad en la que se encuentra.
Said llama la atención respecto de la influencia de la literatura y las construcciones simbólicas en la
constitución de los discursos intervencionistas, esto es, respecto de las maneras en que las produccio-
nes culturales refuerzan las ideas desarrolladas por las políticas de colonización. Si hubiese que man-
tener, en tal sentido, algún tipo de reserva respecto de los posibles peligros que encierran prácticas
literarias como las del “realismo mágico’ —tan inclinadas a representar lo latinoamericano como un

15 Ver en Said, Edward, Orientalismo, España, Editorial de Bolsillo, Grupo Mondadori, 2003.
16 Ibid.
17 Ibid, p. 25.

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espacio en el que priman la irracionalidad y el misticismo—, éste debería recaer sobre lo que Brunner
ha llamado “el Macondismo”, algo que, en última instancia, vendría a reforzar los prejuicios orientalistas
de los países imperialistas. Desde el punto de vista de Said, “Oriente es una idea que tiene una historia,
una tradición de pensamiento, unas imágenes y un vocabulario que le han dado una realidad y una
presencia en y para Occidente. Las dos entidades geográficas, pues, se apoyan, y hasta cierto punto
se reflejan la una en la otra”.18 De lo que se trata, entonces, es pensar hasta qué punto la propia activi-
dad letrada en los países del tercer mundo —ésta sería la concepción del oriente después del adveni-
miento del dominio norteamericano— no ha ayudado a fortalecer esta imagen de oriente y “lo otro”
como un espacio regulado por lógicas que actúan como un espejo invertido de la propia concepción
de occidente. En los últimos años ha surgido una práctica teórico-crítica que ha intentado desarrollar
procesos de escritura en los países coloniales que se pueden incluir bajo el nombre de lo que Rana-
jit Guha denominó escritura en reversa.19 Dicha escritura operaría como una práctica que invierte el
sentido de la narración, localizándose desde la perspectiva de los grupos subordinados. Los estudios
subalternos surgieron al amparo de un grupo de historiadores indios que a fines de los años setenta
se reunieron para tratar temas relativos a la historia de la India. Se trataba de un pequeño grupo de
jóvenes historiadores del sur de Asia, radicales y entusiastas, concentrados en Inglaterra, que celebra-
ron una serie de reuniones con un distinguido, experimentado y erudito marxista de la India colonial,
Ranajit Guha, quien enseñaba historia en la Universidad de Sussex en Falmer, cerca de Brighton. Los
estudiantes allí reunidos compartían una sensibilidad política mutua nacida de los sucesos del 68 y del
movimiento maoísta Naxalbari en la India, una intención política común que había sido alimentada por
un radicalismo poco espectacular, pero decidido, de los años setenta en Gran Bretaña (y otros lugares),
y una voluntad intervencionista colectiva que había sido agudizada por los excesos de la policía y del
gobierno durante el estado de emergencia política —provocado por la entonces Primer Ministro Indira
Gandhi— entre 1975 y 1977.
El propósito de estas discusiones en Sussex era llegar a acuerdo sobre una nueva agenda para la
historiografía de la India, una agenda que reconociera la centralidad de los grupos subordinados —pro-
tagonistas legítimos pero desheredados— en la hechura del pasado, corrigiendo, con ello, el desequi-
librio elitista de gran parte de lo que se escribía al respecto.20 Así nació Subaltern Studies, un proyecto
que hasta ahora ha visto la prolífica producción de una serie de libros, compilaciones, revistas y congre-
sos que han ido incrementando la práctica de estos estudios en distintas latitudes a lo largo del mundo.
En la agenda de los estudios subalternos se contemplaba una revisión de la producción histórica en el
contexto de los estados nacionales, sobre todo una crítica a la historiografía, en donde predomina una
reconstrucción histórica desde la perspectiva de las clases dominantes, siguiendo una línea evolutiva
de comprensión de los procesos de construcción de los estados nacionales. Se trata de una crítica que
considera los aportes al debate introducidos por E. P Thompson, Eric Hoswsban, Stuart Hall y Raymond
Williams, en el sentido de retrabajar la noción de cultura popular introducida por Gramsci y la voluntad
de reevaluar la labor del intelectual en el conocimiento de las culturas populares.

18 Said, Edward, Orientalismo, Op. Cit.


19 Guha, Ranajit, “La Prosa de la Contrainsurgencia”, en Pasados Postcoloniales, Cap.1, Saurabh Dube, (coord.) México D. F., El
Colegio de México, 1999.
20 Dube, Saurabh, “Introducción”, en Pasados Coloniales, México D.F., El Colegio de México, 1999.

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Los aportes desarrollados por los historiadores subalternistas proponen tomar distancia de lo que
se conoce con el nombre de “Historia desde Abajo”, al considerar que estas prácticas no cuestionan el
estatus del historiador en el proceso de reconstrucción histórica. Según esto, la voz de la subalternidad
es representada por el trabajo del historiador y este se adjudica la responsabilidad histórica de hablar
por el otro. La crítica subalternista, que quiere ir más allá de la crítica historiográfica, se plantea el pro-
blema de la representación, del lugar que históricamente han ocupado las elites en las construcciones
narrativas y cómo esta tendencia ha influido en la reproducción del sistema de subalternización.
El texto de Guha “La Prosa de la Contrainsurgencia” se puede leer como una crítica a la tradición
historiográfica fundada por Eric Hobsbawn, particularmente a su célebre texto “Bandidos”, ya que ve en
él un tipo de narrativa que tiende a producir al subalterno como héroe de pasados remotos, pero inca-
paz de ocupar un lugar en la sociedad. En la Prosa de la Contrainsurgencia, Guha defiende la idea de que
las insurrecciones campesinas —que también se expresaban como formas de insubordinación al estilo
del bandolerismo, bandidaje—, constituyen formas articuladas de conciencia social. Lo que Guha critica
de las concepciones de la historiografía es que “la historiografía se ha contentado con tratar al campe-
sino rebelde sólo como una persona o miembro empírico de una clase, pero no como una entidad cuya
voluntad y razón configuraron la praxis llamada rebelión”.21
La historiografía considera que las rebeliones campesinas son producto de las circunstancias his-
tóricas, de la opresión, de los factores geográficos, en definitiva, de circunstancias externas a la identi-
dad de las clases subalternas y la conformación de ésta ya sea como acción o reacción —en su vínculo
con los movimientos de la hegemonía. Para Guha, la conciencia de los campesinos se ha formado en
la capacidad para desarrollar visiones (¿alternativas?) de la sociedad, proyectos sociales basados en las
experiencias y en sus propias representaciones del mundo, lo que los ha habilitado para configurar for-
mas de conciencia con independencia de la relación con el amo. Se trata, sin duda, del rescate de his-
torias fragmentarias que producen un conocimiento sin vocación totalizante, tal como se postula en
las historias nacionales. Las historias subalternas no están orientadas por una voluntad de dominación,
sino por formas de saber que intentan comprender las prácticas y tradiciones en las cuales los sujetos
están inmersos localmente. A la práctica historiográfica que interpreta las historias de rebeliones cam-
pesinas como historias de rebeliones irracionales, sujetas a los imperativos naturales y activados por la
naturaleza, Guha las denomina narrativas de Contrainsurgencia. Se trata de narrativas que producen
una inteligencia epistemológica capaz de traducir las experiencias de las clases populares —en materia
política— en un discurso insurgente, en experiencias que ponen en peligro la unidad nacional.
Actualmente, con el crecimiento demográfico, la diversificación de las prácticas culturales, la crisis
de la institución pública de la escuela y el Estado como mecanismo regulador y productor de narrativas
comunitaristas, el orden social ha tendido a ser regulado por la capacidad del mercado y los sistemas
simbólicos electrónicamente configurados. En este contexto, sobre todo en los países metropolitanos
y en los en vías de desarrollo, ha proliferado el crimen, el tráfico de drogas y otras conductas anómicas,
frente a lo que el Estado ha respondido con la elaboración de políticas de extrema seguridad. Por lo
mismo, sería interesante interrogar cómo opera esta epistemología contrainsurgente en el seno de los
discursos de la “seguridad ciudadana”, indagar en las formas en que estas narrativas se han logrado

21 Guha, Ranajit, “La Prosa de Contrainsurgencia”, Op., Cit., p.15.

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imponer en la agenda social y cómo reproducen las prácticas de subalternización. Un dato interesante
es la forma en que operó y opera la narrativa de la seguridad en los Estados Unidos, particularmente en
New York. La doctrina de seguridad funcionó, básicamente, como una forma de segregación de los sec-
tores más pobres de la ciudad, obligándolos a abandonar los barrios de Harlem en Manhattan y a relo-
calizarse en otras regiones como Queen o el Bronx, es decir, al otro lado del río, más lejos de la ciudad
y sus instalaciones financieras. Sin embargo, se trata de un proceso de ocultamiento, que no resuelve
el problema central, motivo para preguntarse ¿se pueden considerar las prácticas delictuales formas
de reproducción de lo que Guha llamó la Prosa de la Contrainsurgencia? Preguntas como éstas se pue-
den interpretar como una actualización de las preguntas de la historia subalternista. En “La Prosa de
la Contrainsurgencia”, Guha se refiere al tipo de historiografía que edifica el pasado de los subalternos
“haciéndolos entrar en el presente como caballeros vestidos de gala”, pero despojados de toda poten-
cialidad en el presente. El desafío subalternista sería entonces escribir la historia de la subalternidad en
el presente, es decir, la historia de aquello que no tiene visibilidad en la construcción de la actualidad,
como formas de segregación racial.
Las historias subalternas serían historias que no pueden ser capturadas dentro de un proyecto
narrativo que dé cuenta de la coherencia de esas historias dentro de un continuo. Las historias de la
subalternidad son, por lo tanto, narrativas postmodernas en el sentido que no son teleológicas, no hay
un fin que ordene la narración como principio rector, narrativas por tanto sin trama, no susceptibles de
ser articuladas por principios de lecturas hermenéuticos. En tal sentido, la historia de la subalternidad es
la historia de lo que no ha sido representado. Pero esta cuestión de la representación tiene que ver no
sólo con que las prácticas hegemónicas se han negado a representarlas, sino también con el hecho de
que, constituidas como historias exteriores y radicales, no pueden ser alcanzadas por las estrategias de
la narratividad hegemónica, ni siquiera como restos constitutivos. Las historias subalternas son aquellas
que se encuentran en una relación anhegemónica, como una exterioridad radical a toda posibilidad
de que los discursos con vocación hegemónica pueda localizarlos y comprenderlos en su despliegue
uniformizante y controlador. De tal modo que la pregunta de Spivak respecto de sí “¿puede hablar el
subalterno?” debiera responderse con un ¡no!
Si el subalterno pudiera hablar dejaría entonces de ser un subalterno, y al mismo tiempo perdería
su carácter descentrador, su potencial dislocante, que hace fracasar las narrativas centristas. Para Spivak,
esto constituye el momento deconstructivo del pensamiento subalternista, un momento deconstructi-
vo por medio del cual el grupo subalternista se autoinspecciona como sustracción estratégica al discur-
so dominante. Pero resulta que esta sustracción, no obstante, la debe enfrentar como su propio fracaso.
¿Qué significaría esto? Construir la posibilidad de la práctica de la subalternidad en la imposibilidad de
la realización de la teoría como explicación. Spivak resuelve esta dificultad adoptando una estrategia
esencialista al advertir que el interés del grupo de estudios subalternos se consolida en la posibilidad
de abrir espacios para la subalternidad, de auto construir su propia discursividad, de trabajar el terreno
de su propia historia, de tal modo que la teoría de la subalternidad no se basa en la ambición de querer
entregar teorías con alcance explicativo, sino de interrumpir o generar ruido al interior de los procesos
de significancia simbólica mediante los cuales se reproduce el discurso dominante. Se minaría, con esto,

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el camino a las ambiciones hegemónicas del poder.22 En tal sentido, la estrategia de los estudios subal-
ternos es lanzar jugadas cognitivas tramposas cuyo fin sea hacer tropezar la dominancia, entramparla,
evitando construir historias con alcance explicativo.
Un proyecto solidario con esta idea de interrupción se puede encontrar en la elaboración de lo
que Chakrabarty ha denominado el proyecto de “provincializar a Europa”, lo que sería escribir la historia
en reversa, (la dependencia europea de las colonias, podría ser un ejemplo, ahí donde las democra-
cias europeas terminan por ser el reverso de la conquista y la colonia de los países del llamado tercer
mundo). Escribir esta historia contempla desarrollar la idea contraria a la “práctica de muchos europeís-
tas que hablan de las historias de estas “sociedades democráticas”(occidentales) como si éstas fueran
historias autónomas, completas en sí mismas, como si la autoconstrucción de Occidente fuera algo que
ocurrió sólo dentro de las fronteras geográficas que se puso a sí mismo. Por decir lo menos, ignora el
papel que el “teatro colonial” (tanto externo como interno) —en el que el tema de la “libertad” tal y
como queda definido por la filosofía política moderna, se invocaba constantemente en auxilio de las
ideas de “civilización”, “progreso” y más tarde la de “desarrollo”— ha tenido en el proceso de generar
esta “tranquilidad” de la que gozan las democracias occidentales.23 Precisamente, se trata de un proce-
so que se generó como reverso y resistencia a aquello que la colonización generaba en el tercer mundo,
de cómo la escritura y la narración han ido generando estructuras y mitos sobre la omnipotencia de la
cultura moderna que, en la mayoría de los casos, han surgido del seno mismo de las estrategias de los
dominados por alcanzar su propia liberación.

Bibliografía Fundamental Unidad III: Crítica Subalternista, Representación y Poder

Said, Edward, Orientalismo, Cap. I, en www.cholonautas.edu.pe / Biblioteca Virtual de Ciencias Sociales

Bhabha, Homi, “Narrando la Nación”, en Nation and Narration, Londres, Routledge, 1990, pp. 1-7.

Spivak, Gayatri Chakravorty, “¿Puede Hablar el Sujeto Subalterno?”, en Revista Orbis Tertius, Año III Nº6,
Argentina, 1998, pp.189-235.

Chakrabarty, Dipesh, “Postcoloniality and the Artifice of History: Who Speaks for “Indian” Pasts?, in
Representations Nº 37, USA, University of California Press, 1992, pp. 1-26.

Chakrabarty, Dipesh, “Historias de las Minorías, Pasados Subalternos,* en Revista Historia y Grafía Nº 12,
México, D.F., 1999, pp. 87-111.

22 Spivak, Gayatri Chakravorty, “¿Puede Hablar el Sujeto Subalterno?”, en Revista Orbis Tertius, Año III Nº6, Argentina, 1998.
23 Chakrabarty, Dipesh, “Postcoloniality and the Artifice of History: Who Speaks for “Indian” Pasts?, in Representations Nº 37,
USA, University of California Press, 1992.
* La versión en inglés se publicó en Postcolonial Studies, vol. 1, núm. 1, 1998, pp. 15-29. Agradecemos al Dr. Chakrabarty su
autorización para la traducción y publicación de este texto. [N. del E.]

Sólo uso con fines educativos 23


Guha, Ranajit, “La Prosa de la Contrainsurgencia”, en Saurabh Dube, Coordinador, Pasados Postcoloniales,
México, D. F. El Colegio de México, 1999, en
www.clacso.org/wwwclacso/espanol/html/libros/poscolonialismo/poscol.html

Unidad IV: La Crítica Subalternista Latinoamericana como Crítica a la Voluntad de


Representación Neo-colonial

La situación latinoamericana parece enfrentar retos inéditos en la historia cultural. Con la desinte-
gración de los estados nacionales como formas de resistencia anti-imperialista, comienzan a aparecer
otro tipo de prácticas de representación. Si el Boom era una práctica literaria donde mejor se presenta-
ba esa forma de resistencia, donde se articulaba la ideología de los estados nacionales y se configura-
ban vanguardias literarias que iban construyendo la imagen de una latinoamérica unida y auténtica, al
amparo de la ideología de la transculturación, el fin del Boom ha dado paso a una diversificación de las
formas de representación planteando nuevos retos y desafíos.
Si el “realismo mágico” fue el medio que puso la cultura latinoamericana, particularmente la litera-
tura, en el mercado mundial, justo en el momento en que las fuerzas revolucionarias y anti imperialistas
sufrían las derrotas más significativas, su fin debe abrir paso a la posibilidad de pensar nuevas formas
de relación entre lo nacional y lo imperial. Según una conocida aseveración de John Beverley, la litera-
tura del Boom alcanza su fin con la derrota de Allende,24 dado que con este hecho se pone fin a una
tradición que había hecho de las capacidades de los intelectuales un medio para movilizar imaginarios
emancipatorios a través de la actividad literaria.
Se trata del fin de una literatura con capacidad de totalización en donde la multiplicidad y com-
plejidad de los problemas culturales se representaban en el universo que construían las novelas.25 En
tal sentido, el fin del Boom es el fin de un tipo de relación representacional entre el imperio y la colonia;
después de su fin comenzarían a operar, en América Latina, otras formas de relación entre la imagina-
ción imperial y la imaginación de lo otro.
Por de pronto, el libro ha ido perdiendo su capacidad de soporte, ha dejado de ser el medio que
materializa las producciones estéticas y el espacio material en el que se realizan los imaginarios socia-
les. Pareciera, por el contrario, existir el descubrimiento de otro tipo de prácticas donde se destaca el
testimonio como forma de recuperación de las culturas orales, operación que desarma la dicotomía
entre alta cultura y baja cultura con la que, antaño, operaban las disciplinas culturales. Las prácticas de
la performance, también, han comenzado a ocupar un lugar destacado en las formas de representación
y en las estrategias de empoderamiento de las minorías. El cómic, el rock, los narcocorridos, los graffiti y
otros modos de estructuración de la imaginación, se han apropiado y diseminado en las culturas popu-
lares; ahora ellas parecen tener la factibilidad de adaptarse mejor a los cambios que los sistemas de
representación de las clases populares van requiriendo en su lucha por la representación.

24 Citado en Rama, Ángel, Más allá del Boom. Literatura y Mercado, México, Editorial Comarca, 1981.
25 Martin, Gerald, Journeys Through the Labyrinth: Latin American Fiction in the Twentieth Century, New York, Verso, 1989.

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