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J.E.

Londoño: Para comprender el Nuevo Testamento

Una vida extraordinaria

Desde el principio, su madre supo que él no era una


persona corriente. Antes de su nacimiento, una figura
celestial se le apareció a ella, anunciando que su hijo no sería
un mero mortal sino la propia manifestación de la divinidad. La
profecía fue confirmada por el carácter milagroso de su nacimiento,
acompañado por señales sobrenaturales. El niño fue reconocido
durante su infancia por su autoridad espiritual; sus discusiones
con reconocidos expertos mostraron su conocimiento superior en
materia religiosa. Como adulto, dejó su casa para convertirse en
un predicador itinerante. Iba de aldea en aldea con su mensaje de
Buenas Nuevas, proclamando que las personas debían olvidarse
de sus preocupaciones por las cosas materiales, como por
ejemplo el vestido y el alimento. Por el contrario, deberían más
bien preocuparse por sus almas.
Reunió alrededor suyo un número de discípulos a quienes asombró
con sus enseñanzas y su intachable carácter. Ellos llegaron a
convencerse de que este no era un hombre corriente, sino el
Hijo de Dios. La fe de ellos fue confirmada por los milagros que
él realizaba. Anunciaba eventos futuros, sanaba a los enfermos,
expulsaba a los demonios y resucitaba a los muertos. Sin embargo,
no le agradaba a todo el mundo. Al final de sus días, sus enemigos
levantaron falsos cargos contra él ante las autoridades romanas,
acusándolo de crímenes contra el imperio.
Incluso después de su partida de este mundo, él no abandonó
a sus seguidores. Algunos aseguraron que había ascendido
corporalmente al cielo; otros dijeron que él se les apareció vivo,
y que ellos pudieron hablar con él y tocarlo, y por esto llegaron
a convencerse de que él había resucitado de entre los muertos.
Algunos de sus seguidores empezaron a propagar las Buenas
Noticias acerca de este hombre, recontando lo que ellos vieron
que él había dicho y hecho. Incluso algunas de estas narraciones
fueron escritas en libros que circularon a lo largo del imperio.
Pero yo dudo que alguna vez hayas leído estas historias. De
hecho, sospecho que nunca has oído el nombre de este hacedor
de milagros e “Hijo de Dios”. El hombre al que me refiero es al
gran maestro neopitagórico y santo pagano del primer siglo d.C.,
Apolonio de Tiana, un adorador de los dioses romanos, cuya vida
y enseñanzas fueron recopiladas y escritas por un discípulo suyo
llamado Filostrato, en su libro Vida de Apolonio (Ehrman, 1997,
pp. 17-18).

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El Nuevo Testamento en su mundo

en la mántica (adivinación), augurios en los animales ofrendados, signos


físicos, sueños, oráculos sagrados y voces de sacerdotisas y sacerdotes.

La religión y la política eran inseparables. La seguridad del Estado y el


culto funcionaba por su sostenimiento mutuo. Los dioses traían paz y
prosperidad al Estado, y hacían a éste grande y glorioso. El estado les
respondía a los dioses con los cultos oficiales de adoración. Los sacerdotes
tenían gran poder político, y el emperador dirigía las ceremonias sagradas.
En algunos lugares, especialmente en Asia menor, se comenzó a celebrar
cultos a favor del emperador, que posteriormente se transformaron en
cultos al emperador mismo, como redentor y salvador de su pueblo.
De allí el conflicto de muchos judíos y cristianos, al ver enfrentado su
monoteísmo a las oraciones por el bienestar del imperio –que muchos
practicaban-, y posteriormente a la adoración al emperador mismo –lo
cual generó graves situaciones para estas comunidades-.

Había cultos oficiales y cultos populares, no oficiales. Tal es el caso de


los cultos mistéricos. Mientras las religiones oficiales se enfocaban en
las necesidades comunitarias, estos cultos enfatizaban el bienestar del
individuo. Para estos grupos, las concepciones de ultratumba eran muy
fuertes, los poemas órficos, la filosofía pitagórica y misterios adoptaban
la creencia en la inmortalidad del alma como el elemento humano que
trasciende a la muerte. El cielo empezó a ser concebido como el lugar
de felicidad ultraterrena, el más allá de este mundo, los Campos Elíseos;
mientras que el Hades o el Averno eran los lugares de castigo. Muchos de
estos rituales estaban basados en la historia de la muerte y resurrección de
un dios o una diosa, y los creyentes consideraban que el ingreso a estos
cultos era el ingreso a una nueva vida, participando en la historia de sus
personajes fundantes. Los iniciados proclamaban que su relación con la
deidad se volvía más íntima y profunda. El cristianismo, socialmente, era
considerado como una de estas religiones mistéricas. Aunque, a diferencia
de los cultos mistéricos, que proclamaban el ascenso social dentro del
imperio, el cristianismo alentaba a la perseverancia y la resistencia de sus
seguidores frente al injusto sistema.

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