Está en la página 1de 6

AL OTRO LADO DEL

jardín
Valeria Luiselli

Tout le malheur des hommes vient Hace varias semanas que ando al acecho de la palabra sau-
d´une seul chose, dade. Temo que mis esfuerzos han sido en vano. No creo
qui est de ne savoir pas demeurer saber ahora algo más de lo que casi todos sabemos: que
en repos dans une chambre. la saudade es una de esas palabras intraducibles que sólo
comprenden quienes aman, gozan y sufren en portugués.
Pascal Entre las páginas de ambos libros busco algún rastro
de la palabra. Nada. Pero me saltan versos que compren-
1 do a medias: calçadas que pisei / que me pisaram / como
saber no asfalto da memoria / o ponto em que comença a

A
la hora del desasosiego se desprende de los ob- fantasia? ¿Es el puente en que comienza la fantasía?, ¿o
jetos de mi casa esa última capa de luz del día. el punto donde comienza la fantasía?
No sé si es la materia la que se inquieta con las Cuando nuestra comprensión de un idioma es parcial,
primeras sombras de la noche —como si la oscuridad el sentido de una palabra, de una frase o de un párrafo, es
permitiera a los objetos desbordarse un poco fuera de completado por la imaginación, como en esos libros de di-
sí mismos y las cosas estuvieran a punto de romper su bujos donde sólo había puntitos que teníamos que unir con
pacto de silencio con el mundo— o si soy yo quien un lápiz de color para descubrir la imagen completa. Yo no
no encuentra sosiego en ésta, la hora quieta. Salgo a la entiendo el portugués, o lo entiendo de forma tan parcial
calle a despistar el rato, a dejarme empapar un poco de como cualquier hispanohablante. Si hablo de la saudade será
intemperie. siempre rellenando los huecos de la página extranjera.
Entro a la Librería del Tesoro buscando un diccionario O quizá un día entienda de verdad esa palabra y es-
en portugués que no encuentro. Pero compro dos libros tos paseos por el barrio sean el trasfondo contra el cual
de poesía brasileña y una postal por cuarenta y siete pesos. ésta adquirió sentido; las calles, sus banquetas cuartea-

METAPOLÍTICA núm. 56 | noviembre-diciembre 2007

77
SOCIEDAD SECRETA l VALERIA LUISELLI

das, los muros callados y ennegrecidos me llevarán a del Océano Índico (véase Las aventuras del São Daede).
ella como puentes hacia su significado. Quizá, incluso, Quizá derive de la solitudinis latina o de la desértica
la saudade sea entonces un domingo en ésta, la hora saudah de los árabes. Pudo incluso haber sido un ins-
absurda de la Colonia Roma. trumento musical de las costas de Mozambique como
también es probable que fuera el nombre de una negra
2 frondosísima de las selvas de Guinea Bissau.

La saudade no es homesickness ni heimweh. El kaihomie-


lisyys finlandés, aunque recuerde a home y a miel, expre- 5
sa sólo su dimensión más invernal. El söknudur islandés
es seco; el tesknota polaco apenas la toca; al lack inglés le Hija bastarda de la melancolía, la nostalgia heredó lo frío
falta algo; el stesk checo se encoje; y en el ihaldus estonio y lo seco de la bilis negra, pero ya no alcanzó a colocarse
la “h” es helada. La morriña rueda hacia ella como una bajo el signo de Saturno. Los humores mágicos que hubo
piedra con trayectoria asintótica. Los brazos largos del en la madre se esfumaron en las tres sílabas secas de la hija
longing no la alcanzan. En Sehnsucht se demora una “e” aséptica. Como la cefalalgia, la neuralgia, la cardialgia y
que llega demasiado tarde. La saudade no es nostalgia y otras algias, es irremediablemente clínica. No parece extra-
no es melancolía. Quizá la saudade tampoco sea saudade. ño que su aparición coincida con la época en que las aflic-
ciones del alma se convirtieron en patologías de la psique.
La nostalgia es invento de Johannes Hofer, un médi-
3 co de guerra del siglo XVII. Hofer atendió a los soldados
suizos que, tras estancias largas en tierras extranjeras,
La melancolía fue un humor, un exceso de bilis negra. padecían los mismos síntomas: dolores de cabeza, in-
Sus vapores fétidos oscurecían al entendimiento y per- somnio y opresión en el pecho, alucinaciones de voces
turbaban el alma. De los cuatro humores corporales — y fantasmas. Los soldados desplazados adoptaban un
flema, bilis amarilla, sangre y melancolía— ésta última talante gris, indiferente, sin seña alguna de vitalidad;
era el más frío y seco. El melancólico tiene los ojos hun- andaban como ausentes del mundo y confundían en la
didos y el semblante taciturno; es circunspecto, adusto imaginación el pasado y el presente. Hofer tomó nota
y solitario; insomne y propenso a las pesadillas; apa- de cada uno de los soldados que entró en su consultorio
sionado y celoso. Tiene una complexión mortecina, es durante el año de 1688 y a medida que crecía la tropa
flatulento, su excreción es dolorosa y su orina, incolora melancólica en su lista crecía también su impaciencia
y escasa. La causa de la melancolía era la mala dieta y se por encerrar en un solo conjunto esa serie de coinci-
curaba con purgas, ungüentos, cataplasmas y sangrías. dencias. Como aquél que espera el paso de un cometa
Con el tiempo, creció el número de causas y curas para poder colocar su nombre en el mapa celeste, Hofer
para la enfermedad. Primero vino el planeta Saturno y esperó a que llegara ese último soldado a bautizar su hi-
un siglo después se sumaron a la lista el ocio, el exceso de pótesis. Entonces, satisfecho, cerró el libro de registros
conocimiento, las brujas, los magos y Dios. Para las cau- y empezó: Dissertatio medica de nostalgia.
sas divinas hubo siempre antídotos terrenales. En 1586, Como cualquier otra enfermedad, la nostalgia en-
en una carta a un melancólico paciente imaginario, el contró remedios: opio, ventosas, sanguijuelas, purgas
médico Timothy Right recomienda evitar el repollo, los y baños de agua tibia. Pero a la larga los soldados se
dátiles, las aceitunas; las leguminosas y los guisantes; la volvían inmunes a esa clase de paliativos. Tras muchas
carne de cerdo, carnero y cabra; las focas y las marsopas. pruebas, concluyó Hofer, nada dio mejores resultados
como enviar a los soldados de vuelta a casa.

4
6
No es preciso el origen de la saudade. Es posible que
fuera el nombre de un navío portugués, el São Daede, La saudade, que reserva algún dolor en la dilatación de
que se adelantó a Vasco da Gama en las exploraciones sus primeras vocales, recuerda a esas cosas que son a

METAPOLÍTICA núm. 56 | noviembre-diciembre 2007

78
AL OTRO LADO DEL JARDÍN l SOCIEDAD SECRETA

la vez bellas y un poco tristes: las naos, los sauces, el nas?, ¿cuántos años para que se sepa que el dolor en el
sahumerio, el saurio. No sé de qué color se antoje, si pecho no era más que una saudade?
blanca o amarilla o más bien azulada, pero sé que el que
la siente, siente también saudade da saudade.
9

7 Cuando a los seis años me dijeron que uno podía lle-


gar al otro lado de la tierra excavando un túnel, pensé
Desconozco el capricho al que responde el destino de que eso debía hacer yo para llegar a mi país y ahorrarle
las palabras, la mano invisible que las moldea. El tiem- a mi familia los boletos de avión. Le pregunté a mi
po se encargó primero de elevar la melancolía a estado padre la dirección exacta en que estaría la Ciudad de
poético, el spleen a cualidad metafísica. El temperamen- México y él me dibujó un mapa. Empecé a cavar un
to melancólico se convirtió en insignia del genio, la bilis túnel en una esquina del jardín. Pero el proyecto se
negra en sustancia divina. Fue Aristóteles el responsable prolongó durante varias semanas y me empecé a abu-
prematuro de esparcir este rumor, cuyo eco al parecer rrir. Después de algunos días topé con un fondo duro
escucharon los románticos y después los malditos y los y estuve segura que había dado con el cofre de un teso-
dandys. Pero más tarde fue la melancolía mera emotivi- ro. Se me olvidó por completo el plan original y estuve
dad exacerbada; y quizá sea Freud el mayor responsable varios días buscando tesoros. Hice hoyos por todo el
de acabar con su mito fundador. Entrado el siglo XX, jardín, pero no encontré más que algunas lombrices y
ésta dejó de ser forma de vida y estado del alma del poe- el pozo de agua de la casa. Mis padres se impacienta-
ta para convertirse en rasgo despreciable, acaso digno de ron y me obligaron a poner fin a las excavaciones. Me
histéricas historias de diván. pareció que había que aprovechar los hoyos y enterrar
Así también la nostalgia, que dejó de ser hipocon- algo en cada uno de ellos. En uno enterré unas canicas,
dría del corazón y enfermedad de la mente. Pero no en otro un tren y en otro más un pisapapeles horrible de
todo fue pérdida para la nostalgia. Ésta salió de los li- un paisaje nevado. En el hoyo principal, donde había es-
bros de medicina y entró en las aguas de la fantasía. En tado el falso tesoro, coloqué el mapa que me había dibu-
ellas se perdió y en ellas se volvió a encontrar: se volvió jado mi padre. Pensé que algún niño del futuro —que
mirada, luz oblicua, estado del alma y principio de la por algún azar fuera también mexicano y viviera en esa
carrera de la imaginación. misma casa— podría reconstruir la historia y, hacien-
do uso de instrumentos más modernos que los míos,
llegaría a visitarme a México. Pero si pasaban dema-
8 siados años y yo moría, por lo menos habría evidencia
de mi paso por ese jardín. A partir de ese momento,
Ahora que los médicos ya no son dueños de melancolías y el jardín dejó de ser invitación de regreso a una patria
nostalgias, se ha descubierto el “Síndrome de Ulises”. En el imaginada y se convirtió en promesa de los hallazgos
encabezado de un periódico español leo: “El 50 por ciento futuros de aquel niño.
de los inmigrantes desarrolla algún trastorno psíquico…
Un tercio de los extranjeros que llegan de forma irregular
son candidatos a padecer el ‘Síndrome de Ulises’”. 10
A pesar del nombre literario que recibió la nueva pato-
logía de nuestro siglo, ésta es concebida como un proble- La saudade se tiene como se tiene un juguete. Es una
ma clínico en todas sus dimensiones. Los síntomas de la canica perfecta, redonda e infinita. Es una monada so-
enfermedad: tristeza, llanto, tensión, dolor de cabeza y bre la palma de una mano: un pisapapeles que encierra
pecho, insomnio, fatiga y alucinaciones. Los remedios: un paisaje nevado en miniatura. La saudade es saudade.
psiquiatras y fármacos. Ya existe en Barcelona un equi- Gira en torno a un centro vacío: un tren de juguete.
po de médicos tratando a los simpapeles trastornados. Placenteras y dolorosas, las saudades son las costras en
¿Cuántas pastillas habrán de vender hasta que se descu- las rodillas que nos rascábamos hasta sacarnos sangre;
bra que el Síndrome de Ulises no se cura con medici- los dientes que balanceamos con la punta de la lengua

METAPOLÍTICA núm. 56 | noviembre-diciembre 2007

79
SOCIEDAD SECRETA l VALERIA LUISELLI

hasta tumbarlos; los poros de la piel desnuda que se sibilidad a la luz es abrumadora. Sólo se complace con
abren al contacto con el agua caliente. la tenue luz de oriente y de poniente, pero no tolera el
La saudade es presencia de una ausencia: la comezón mediodía.
en un miembro fantasma; los ríos y lagos de la Ciudad
de México; el mapa de un lugar imaginado; las sábanas
después del amor. 13

Hay un Paseo de los Melancólicos al sur de Madrid y


11 una Rua da Saudade en el corazón de Lisboa: ¿existe en
el mundo una Calle o una Avenida de la Nostalgia? A la
Cuando la nostalgia es de una ausencia ambigua e irre- orilla del río Manzanares, esa ironía líquida, se extiende
cuperable siempre puede la imaginación definirla y res- como un pleonasmo, el melancólico Paseo de los Me-
catarla. Hay quienes buscan el objeto perdido entre los lancólicos. De un lado hay una hilera de edificios grises,
párrafos de un libro; otros, en el lenguaje abstracto de la cada uno idéntico al siguiente. Del otro, un muro de
música; unos pocos aprenden a esculpirlo en el sueño. Y concreto tras el cual hay que imaginar que a pocos pa-
algunas veces, aunque son las menos, basta con buscarlo sos fluye un ensayo de río. En este tramo de su caudal,
en un jardín. en que el agua recuerda a la bilis negra, el Manzanares
Si la nostalgia es nostalgia de algo concreto, ésta pue- tiene respiraderos. Creo que nadie sabe para qué sir-
de diluirse cuando el recuerdo de lo que fue es eclipsado ven esas enormes pipas industriales que salen del agua
por la presencia abrumadora de lo que es. Así, las san- como columnas de un antiguo templo. Pero en algunas
guijuelas distraían el dolor abstracto de la pérdida del noches de invierno, los respiraderos sueltan un gemido
hogar con el dolor concretísimo de la pérdida de sangre, como de ballena y un vapor fétido que se acuesta sobre
y el opio erigía escenarios embriagantes que opacaban el el Paseo de los Melancólicos como una hermosa cobija
de por sí fantasmagórico recuerdo del pasado. asfixiante.
Pero la nostalgia no es siempre nostalgia de un pre-
térito. Existen lugares que nos producen nostalgia por
adelantado. Lugares que sabemos perdidos en cuanto los 14
encontramos; lugares en donde nos sabemos más felices de
lo que jamás seremos después. En estos parajes el alma se Pessoa de pie frente a la ventana en su pequeña buhardi-
desdobla como en un simulacro casi voluntario para mirar lla en el cuarto piso de un edificio de la Biaxa: “Cuando
su presente en retrospectiva. Como un ojo que se mira a quiero bajar hasta mi alma, me quedo de repente pa-
sí mismo mirar desde un después, el alma mira de lejos su rado, olvidado, en el inicio de la espiral de la escalera
presente y lo anhela. profunda, viendo desde la altura de mi piso el sol que
moja de despedida leonada la aglomeración confusa de
los tejados”. Si bajara por la escalera hasta la calle, tal
12 vez cruzaría a la otra acera para comprar un paquete
de tabaco fresco; en la puerta se encontraría con Este-
La saudade es estrábica: mira hacia delante con un ojo y ves, que lo saludaría con ligereza; pero, siempre tan mal
hacia atrás con el otro. Cuando el ojo derecho la insta a preparado para los encuentros espontáneos, Pessoa no
moverse hacia delante, el ojo izquierdo la exhorta a mo- podría mirarlo a los ojos. Si al salir del establecimiento
verse hacia atrás. Por eso la saudade permanece siempre bajara hacia la Rua dos Douradores y hasta la Travessa
inmóvil en su sitio y los únicos paseos que le son permi- do Almada pasaría frente a la oficina donde su jefe —el
tidos son los que hace el alma alrededor de sí misma. señor Moitinho de Almeida— lo esperaría, puntual, la
No así la nostalgia, que tiene los dos ojos colocados mañana siguiente a las ocho y media. En una escala bre-
en la nuca y camina, determinada, en dirección con- ve en el restaurante que porta su mismo nombre, vería
traria a la que apuntan los dedos de sus pies. Tiene, a Bernardo Soares con quien compartiría una copa de
además, miopía y astigmatismo en cada ojo, confunde vino y una sopa verde. Siguiendo la calle hasta la Rua
distancias, acerca lo que está lejos y viceversa. Su sen- do São Mamede, subiría las escaleras de São Crispim y,

METAPOLÍTICA núm. 56 | noviembre-diciembre 2007

80
AL OTRO LADO DEL JARDÍN l SOCIEDAD SECRETA

unos metros más adelante, llegaría a la Rua da Saudade. dan demasiado grandes, mi voz no me pertenece. En
Quizá ahí, inclinado sobre un balcón, descubriría otro he- la pantalla en blanco de la computadora se aburren las
terónimo: sudafricano melancólico de Ciudad del Cabo, palabras y languidecen las ideas. Me asomo por la ven-
profesor de literatura inglesa experto en los misterios del tana. Tomo un libro y me acuesto en el sillón: basta con
pentámetro yámbico, famoso por el fracasado intento de leer un párrafo para darme cuenta de que no es ese el
traducir el canto de las ballenas al lenguaje humano. Pero libro que quiero leer. Tomo otro y luego otro. Me baño.
Pessoa no se aparta de su ventana. Sigue ahí, esculpiendo Empiezo una carta que no terminaré de escribir; pre-
frases perfectas, lejos del mundo y de sí mismo: paro un café que no me acabaré de beber. Sé que a mi
casa le incomoda mi presencia de extraña y me escupe
Me invoco a mí mismo y nada encuentro. por la puerta hacia la calle. Pero tampoco ahí encuentro
Me acerco a la ventana y veo la calle con una sosiego: camino por las calles de mi barrio como una
nitidez absoluta. extranjera. Quisiera que las ventanas me hablaran de
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan. algo; reconocer los rostros de anteayer; poder leer los
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan, muros como palimpsestos. Pero este barrio es un jardín
Veo los perros que también existen, baldío donde no he enterrado nada.
Y todo esto me pesa como una condena al destierro,
Y todo esto es extranjero, como todo.
16

15 La nostalgia no es una calle: es una grieta en el asfal-


to de la memoria; es un mirador apartado del camino
Hay días en que me siento ajena a los días. Martes que desde donde se reconstruye el trecho andado. La nostal-
saben a domingo, lunes que nunca terminan. A veces, gia es, sobre todo, el punto y el puente donde comienza
las llaves de mi casa no son mías, los zapatos me que- la fantasía. ■

METAPOLÍTICA núm. 56 | noviembre-diciembre 2007

81

También podría gustarte