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CAPDEVILA POETA

Debo confesar que yo pedí participar en este


acto organizado por la Academia Argentina de Le-
tras para honrar a Arturo Capdevila y a Osvaldo
Loudet en el centenario de sus nacimientos.
El doctor Castagnino, presidente del Cuerpo y
los doctores Ronchi March y Peltzer, con una volun-
tad de comprensión y una generosida4 que agradez-
co, me cedieron parte de su tiempo para que yo
ocupara hoy esta tribuna.
He insistido en ello porque siento que cumplo,
así, con un deber íntimo y profundo.
Arturo Capc!evila publicó su primer libro de poe-
mas, Jardines solos, a los 22 años de edad. Desde
entonces y hasta su muerte no dejó de escribir poe-
mas porque fue -el suyo- un destino de amor y
de fervor.
El actual lector común, desgraciadamente, lee
poesía con total desinterés. La enfrenta como una
trivialidad, como una frivolidad.
Consecuentemente la obra de los poetas de nues-
tro pasado -digamOIr de hace 50 o 60 años, oscila
12 JORGE CALVETTl BAAL. LIV. 1989

entre el olvido, la indiferencia o yace caratulada


con un rótulo que la marcará durante años.
La obra poética de Arturo Capdevila ha sido con-
siderada con demasiada ligereza. Se lo recuerda como
el autor de unos romances sobre temas históricos
que anualmente se recitan en las escuelas y no como
el gran poeta trágico que es.
Cuando un escritor de raza, original y fuerte, escri-
be, recrea el mundo. Muestra un nuevo modo de escri-
bir porque tiene un nuevo modo de ver y de sentir
la realidad. Capdevila no aprendió el canto, como Lu-
gones, nació con el don del canto como el pájaro
cantor.
En Capdevila el sentimiento y la dignidad de expre-
sión son francos y evidentes. Pero la vida "es variable
tanto como el Euripo" lo sabemos muy bien y se
escribe con la vida; por eso puede variar, también,
la poesía.
Claro. El hondo poeta de Jardines solos, de Mel-
pómene. de La (iesta del mundo, es -para otros- el
autor de los Romances de la Santa Federación, o
de ¿ Quién vive? La Patria o del Apocalipsis de San
Lenín. De este modo, se sobreponen máscaras a su
verdadero rostro y origina, nace, una realidad iluso-
ria, falsa, que puede privar sobre la verdadera. La
simplificación y la haraganería hacen lo demás. Cap-
devila --es cierto- es el autor de aquellos romances
sobre temas históricos a que me he referido, que
por excelentes que sean, no constituyen lo signi-
ficativo y perdurable de su obra.
. Nosotros, y quienes vendrán después de nosotros,
somos la posteridad, somos quienes debemos dis-
cernir acerca de sus reales méritos.
Nosotros, como lo pide el maestro Ángel J. Battis-
tessa, somos quienes, con fervor para leer y tratar
de comprender y con serenidad para juzgarlos, de-
BAAL, LlV, 1989 CAPDEVILA POETA 13

hemos situar la obra de nuestros antecesores en su


único y debido lugar: el que merece.
Quiero rescatar, sobre todo, su producción de los
años veinte, a la que juzgo memorable y cuya lectura
aconsejo con pasión.
He aquí algunos ejemplos:

Me acerqué a la fiesta

Me acerqué a la fiesta del mundo. Me puse


mi traje de fiesta.
Cuando yo llegaba,
estaban cerrando las puertas.

Apagaban las últimas luces:


Ya no había fiesta.
Un olor de perfumes gastados
Dotaba en la noche desierta.

Me fui por la vida. Y andando,


he oído palabras dispersas.
Quien decía justicia; quien, gloria;
quien nombraba muy bien las estrellas.

Quien decía palabras muy altas;


quien decía palabras muy cuerdas.
He oído palabras ... Las cosas
no supe lo que eran.

Había unos libros en donde


estaba sepulta la ciencia.
Hojeando cien libros estuvé
mil noches eternas.

Menos luz en los ojos; las manos


un poco más viejas:
¡eso es todo!. .. Y el alma en el fondo
acaso más triste, más sola y más buena.
14 JORGE CALVETTI BAAL. LIV. 1989

Me contaron del ave que habla:


nadie pudo encontrarla jamás.
Me contaron del árbol que canta:
ya no canta más.

Me acerqué a la fiesta del mundo. Las luces


apagaban ya.
Lo que he visto cuento. Mentira mi labio
no dice jamás.

1" Memoria"

Madre del alma, madre: Es la hora en que pienso


las cosas más amargas. De par en par abierto
está el ensombrecido palacio del recuerdo.

Por las desiertas salas, bajo los sacros techos,


la vieja pompa es humo; toda la casa, un hueco;
y en el hogar, tú sabes, que es ya ceniza el fuego.

Así es la vida: polvo. Menos que polvo: viento.


Menos que viento: sombra. Menos que sombra: un eco ...
Acaso un eco inútil. ¡O todavía menos!

¿Qué me quedó siquiera de tus sagrados besos?


¿Qué me quedó de aquellas caricias de otro tiempo?
Polvo en la frente ... ¡Vana ceniza entre los dedos!

¿Qué me quedó siquiera de tus postreros besos?


Contigo se callaron. Contigo se durmieron.
-También los enterramos, dirá el sepulturero.

Por el callado alcázar de mi recuerdo, yerro.


Contémplanme las quietas cariátides de yeso,
y hay una que interroga:
-¿Qué quiere acá, ese muerto?
BAAL, LIV, 1989 CAPO·EVILA POETA 15

Canción del que lIio apedrear su huerto

Mi huerto me apedrearon,
y se sorprenden porque faltan hojas.

Con honda lo apedrearon,


y no se avienen con la estatua rota.

Rompiéronme las lámparas,


y se me ofenden por la gruta en sombras.

Talaron mis jardines,


y me preguntan si el rosal dio rosas.

y todavía es fuerza
que escuche, que sonría y que responda ...

Quiero irme lejos de las malas gentes:


mañana mismo, al despuntar la aurora.

Baltasar

Profecía de Daniel, Cap. V

y Baltasar bebiendo vino estaba.


y bebían los príncipes también
en los vasos que el rey su padre un día
trajo del Templo de Jerusalén.

y bebieron también las concubinas.


y alabaron a dioses de metal.
y UDa mano fue vista que escribía
en la pared del aposento real.

y el rey, como la vio, se demudaba;


se demudaba el rey de su color.
'16 )ORGE CALVETTI BAAL, LIV, 1989

y le batían las rodillas trémulas ...


y le ganaba el alma aquel pavor.

y Mene, Tékel, Upharsín, decía


lo que la mano trágica escribió.

"y Mene dice: Contó Dios tu reino,


y se acabó.
y Tékel dice: Te pesé en balanza,
pero faltó.
y Upharsín dice: Romperé tu reino ... "
Así Daniel, varón de Dios, leyó.

Y Mene, Tékel, Upharsín, de nuevo,


escrito ha sido, pero nadie vio.

En esa misma década escribió un libro en prosa


titulado Los hijos del sol, en el que estudia a los
incas.
La obra está dedicada a Leopoldo Lugones y en
su prólogo, espléndido, dice, entre otras cosas:
"El nombre de América tiene un alto sentido,
cada vez más neto: es el nombre de la esperanza
humana.
Vibra en la intuición humana un gran presentimien-
to que ve en América la tierra prometida, donde
esperamos organizar la justicia, donde queremos
instaurar la concordia.
Entre diversos deberes, nuestra nacionalidad nos
impone, por americana, el de no defraudar este in-
menso anhelo del mundo.
Ese deseo de justicia, que ha de ser cada día más
el deseo de América ha engendrado este libro".
BAAL. LIV. 1989 CAPDEVILA POETA 17

Voy a terminar mi intervención con unas pala-


bras que pronunció el magno poeta cordobés al
incorporarse a esta Academia: "Vedme admitir que
a todo se llega en la vida; inclusive a ser académico,
a dar consejos... y hasta a tener razón".

Jorge Calvetti

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