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Briones Cartografias PDF
Briones Cartografias PDF
ISBN 987-1238-03-7
Capítulo 1:
Formaciones de alteridad: contextos globales,
procesos nacionales y provinciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Claudia Briones
Capítulo 2:
El “estado del malestar”. Movimientos indígenas
y procesos de desincorporación
en la Argentina: el caso Huarpe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
Diego Escolar
Capítulo 3:
Trayectorias de oposición.
Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut . . . . . . . . . 73
Ana Ramos y Walter Delrio
Capítulo 4:
Tierras, indios y zonas
en la provincia de Río Negro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff,
Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
Capítulo 5:
La “mística neuquina”.
Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven . . . . . 139
Laura Mombello
Capítulo 6:
Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente . . . . . . . . . . . . . 167
Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez y Andrea P. Szulc
Capítulo 7:
Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio
en identidades y moralidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207
Paula Lanusse y Axel Lazzari
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Capítulo 8:
Política indigenista del estado democrático salteño entre 1986
y 2004 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 237
Morita Carrasco
Capítulo 9:
Neoindigenismo de necesidad
y urgencia: la inclusión de los Pueblos Indígenas en la agenda
del Estado neoasistencialista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
Diana Lenton y Mariana Lorenzetti
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305
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Prefacio
E ste libro reúne las investigaciones realizadas entre enero de 2001 y abril de
2004 por el GEAPRONA , Grupo de Estudios en Aboriginalidad, Provincias
y Nación, con lugar de trabajo en La Sección Etnología y Etnografía del Insti-
tuto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras de la Universi-
dad de Buenos Aires. Como toda obra colectiva se ha ido entramando a partir
del cruce tanto de historias institucionales y circunstanciales, grupales y perso-
nales, como de reuniones periódicas para la discusión colectiva de los trabajos
realizados y las condiciones en que los realizamos. Aunque nuestros intercam-
bios sistemáticos nos permitieron precisar intereses, delimitar agendas de in-
vestigación y abrir nuevas perspectivas, cada capítulo refleja las inquietudes,
experiencias de trabajo y perspectivas particulares de autores y coautores, en
diálogo con las peculiaridades de los casos y/o problemas abordados. En tal
sentido, apostamos a mantener abierta la tensión resultante de circunscribir
preguntas comunes y generalizar debates, sin forzarnos a uniformar ni los en-
cuadres ensayados ni las vías de exploración o interpretaciones enfatizadas.
Una de las peculiaridades de los integrantes del equipo es que todos prove-
nimos de trayectorias de investigación y colaboración vinculadas a los Pueblos
Originarios que habitan lo que hoy se conoce como República Argentina, a sus
reivindicaciones y reclamos, a sus derechos, producciones culturales y procesos
organizativos. Como antecedentes inmediatos de la formación del GEA-
PRONA, algunos de nosotros formamos en 1997 el GELIND (Grupo de Estu-
dios en Legislación Indígena), para sistematizar un abordaje antropológico de
la actualización de los marcos jurídicos desde los cuales se empezó a abordar
desde los 1980s en el país y en el mundo la especialidad de los derechos indí-
1
genas. Otros veníamos también trabajando desde 1996 con el GEADIS (Grupo
de Estudios en Antropología y Discurso) apuntando a dar cuenta de prácticas
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discursivas de pertenencia y exclusión desde una perspectiva metapragmática.
1 El GELIND ha venido trabajando con financiamiento del CONICET desde 1997 bajo la di-
rección de la Dra. Alejandra Siffredi, y con financiamiento UBACYT bajo mi dirección entre
1998 y 2001. Originalmente, el equipo estuvo además integrado por Morita Carrasco, Die-
go Escolar, Diana Lenton, Axel Lazzari, Juan Manuel Obarrio, y Ana Spadafora.
2 Entre 1995 y 1998, esta labor quedó enmarcada en el UBACYT FI020, “Discurso y Meta-
discurso como procesos de producción cultural en el área mapuche argentina.”, que dirigí
con la colaboración de la Dra. Lucía Golluscio y la participación de Silvia Calcagno, Corina
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Prefacio
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Capítulo 1:
Formaciones de alteridad:
contextos globales, procesos
nacionales y provinciales
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Segundo, se viene dando una curiosa convergencia entre las demandas indí-
genas de participación y la manera en que la gubernamentalidad neoliberal
tiende a auto-responsabilizar a los ciudadanos de su propio futuro, en tanto su-
jetos definidos como consumidores autónomos y con libertad de elección
(Rose, 2003). Evelina Dagnino (2002a, 2002b y 2004) define esta conver-
gencia como “confluencia perversa”, en tanto las justas demandas de participa-
ción activa que se realizan desde la sociedad civil se ven potenciadas por una re-
configuración de la sociedad política que viene promoviendo el repliegue
estatal al momento de atender responsabilidades sociales básicas. Los esposos
Comaroff (Comaroff y Comaroff, 2002) identifican esta paradoja como la que
lleva a promover una politización de las identidades en contextos de despoliti-
zación de la política. En otra parte, sugerimos cómo la misma opera en el país
alentando cambios sobre las políticas de la subjetividad y las concepciones de la
política (Briones, Cañuqueo, Kropff y Leuman, 2004).
Tercero, los pueblos indígenas vienen denunciando que las retóricas com-
placientes de las agencias multilaterales e incluso las de algunos estados rara vez
son acompañadas y avaladas por medidas conducentes a una redistribución de
recursos que sea paralela a la de reconocimientos simbólicos. Más allá de estas
punzantes y acertadas imputaciones, lo paradójico es que a veces las objeciones
formuladas acaben reiterando los fundamentos del mismo orden capitalista
avanzado del que se sospecha, en tanto llevan a debatir soluciones que ter-
minan también postulando la diversidad como bien de mercado (Segato,
2002; Zizek, 2001). Me refiero con esto a que defender prácticas y saberes
desde nociones de patrimonio y propiedad intelectual conlleva para los PIs el
riesgo de aceptar transformar también su espiritualidad en mercancía.
Ahora bien, el punto que me interesa destacar es que, a pesar de tendencias
generales y paradojas compartidas, estas redefiniciones no han operado en el
vacío. Por el contrario, historias y trayectorias particulares de inserción en el
sistema-mundo han llevado a que, en cada país y región, las agendas multilate-
ralmente fijadas para la adecuación de marcos políticos y legales de gestión de
la diversidad se fuesen procesando desde agendas propias. En cada país, en-
tonces, esa apropiación de agendas se realiza desde y contra ordenamientos se-
dimentados que ejercen sus propias fricciones al nuevo sentido común de la
época, dando por resultado lo que podríamos llamar neoliberalizaciones de los
estados y las culturas “a la argentina”, “a la ecuatoriana”, “a la chilena”, etc. Pa-
ralelamente y como señala Fabiola Escárzaga (2004), si la constitución de los
PIs en sujetos políticos y actores sociales ha avanzado a ritmo dispar en los dis-
tintos países de América Latina, ello se debe a la interacción de una serie de va-
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3 Para obtener un panorama en esta dirección, consultar por ejemplo Escárzaga (2004); Gros
(2000); Sieder (2002 y 2004).
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4 Para evitar caer en la sustancialización que implica hablar de “grupos étnicos” y “grupos ra-
ciales” o “razas” –perdiendo la posibilidad de entender cómo lo que aparece “sustancial” es
sociohistóricamente sustancializado y cómo un mismo sector puede ser individualizado a
partir de marcas de distinto tipo– definimos la racialización como forma social de marcación
de alteridad que niega la posibilidad de que cierta diferencia/marca se diluya completamen-
te, ya por miscegenación, ya por homogenización cultural, descartando la opción de ósmosis
a través de las fronteras sociales, esto es, de fusión en una comunidad política envolvente que
también se racializa por contraste. Definimos como etnicización, en cambio, a aquellas for-
mas de marcación que, basándose en “divisiones en la cultura” en vez de “en la naturaleza”,
contemplan la desmarcación/invisibilización y –apostando a la modificabilidad de ciertas
diferencias/marcas– prevén o promueven la posibilidad general de pase u ósmosis entre cate-
gorizaciones sociales con distinto grado de inclusividad (Briones, 2002b).
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6 Desde esta mirada, la subjetividad se nos revela como experiencia del mundo desde posicio-
nes particulares que, aunque sean “direcciones” temporarias, determinan el acceso al conoci-
miento y devienen lugares de apego construidos como “hogares” desde cuya geografía habla-
mos. En similar dirección, el self o la identidad remite a diferentes vectores de existencia
ligados a espacios tanto regionales como nacionales y globales que –pudiendo estar enclava-
dos, o permitir mucha movilidad, o excluirnos de otros– involucran un sistema complejo de
movilidades superpuestas y en competencia, e incluso condicionan las alianzas que se pue-
den realizar entre distintas identidades o mapas de existencia espacial. La agencia, por su par-
te, emerge como una cuestión de distribución de agentes y de actos dentro de espacios y lu-
gares que no son puntos de origen pre-existentes, sino producto de sus esfuerzos por
organizar un espacio limitado. Remite así a instalaciones estratégicas posibilitadas por movi-
lidades estructuradas que definen y habilitan ciertas formas de agencia y no otras para pobla-
ciones particulares (Grossberg, 1996).
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Segato (1998b) destaca que distintos países pueden echar mano a un mismo
tropo, aunque para realizar operaciones cognitivas diversas. Señala entonces
que, aun partiendo de la metáfora del “crisol de razas”, las ideologías nacionales
hegemónicas de Estados Unidos, Brasil y Argentina han administrado de ma-
nera dispar la tensión entre la homogenización de ciertas poblaciones como
núcleo duro de la nacionalidad, y la heterogeneización de otras como distintos
tipos de otros internos diferencialmente posicionados respecto de las estruc-
turas de acceso a recursos materiales y simbólicos clave. Así, explicita Segato
que, en Argentina, la metáfora del crisol usada para construir una imagen ho-
mogénea de nación ha ido inscribiendo prácticas de discriminación generali-
zada respecto de cualquier peculiaridad idiosincrática y liberando en el proceso
a la identificación nacional de un contenido étnico particular como centro arti-
culador de identidad (una nación uniformemente blanca y civilizada en base a
su europeitud genérica). Tales prácticas habrían propiciado además una vigi-
lancia difusa de todos sobre todos que, basándose en reprimir la diversidad, se
habría acabado extendiendo a diversos dominios de lo social (Segato,
1991:265).
Sobre esta base, diría que la formación maestra de alteridad en Argentina fue
resultando de una peculiar imbricación de maquinarias diferenciadoras, estra-
tificadoras y territorializadoras, habilitantes de un conjunto de operaciones y
desplazamientos que, para sintetizar el argumento, agruparía en torno a tres ló-
gicas principales. Una de incorporación de progreso por el puerto y de expul-
sión de los “estorbos” por las puertas de servicio, primera lógica que se liga a
una segunda de argentinización y extranjerización selectiva de alteridades, es-
tando a su vez ambas lógicas en coexistencia con una tercera de negación e
interiorización de las líneas de color. Veamos.
En Argentina, como en otros países, la espacialización de la nacionalidad ha
operado en base a metáforas que jerarquizan lugares y no-lugares. Al menos
desde la Generación de 1837, el país se autorrepresenta con una cabeza pe-
queña pero poderosa –el puerto de Buenos Aires– destinada como centro ma-
terial y simbólicamente hegemónico tanto a ordenar y administrar las “limita-
ciones” de un cuerpo grande pero débil –el “Interior”– como a llenar los vacíos
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trastienda. Esta idea de que los argentinos vinimos de los barcos se refuerza con
la propensión especular a expulsar fuera del territorio imaginario de la nación a
quienes se asocian con categorías fuertemente marcadas, mediante una común
atribución de extranjería que ha ido recayendo sobre distintos destinatarios a lo
largo de la historia nacional, según distintos grupos fuesen adquiriendo sospe-
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chosa visibilidad.
A este respecto, es por ejemplo sugestiva la perseverancia con que desde fines
del siglo pasado se viene reiterando el aserto de que los Tehuelche (siempre a
punto de total extinción) son los verdaderos “indios argentinos” de la Pata-
gonia, a diferencia de los más numerosos (y por ende conflictuantes) Mapuche,
pasibles siempre de ser rotulados como “chilenos” –por ende, indígenas “inva-
sores” o “visitantes”, sin derechos según las versiones más reaccionarias a re-
clamar hoy reconocimientos territoriales (Briones, 1999; Briones y Díaz,
2000; Cañuqueo, Kropff, Rodríguez & Vivaldi en este volumen; Lazzari y
Lenton, 2000; Ramos & Delrio en este volumen; Rodríguez, 1999; Rodríguez
y Ramos, 2000)–. En similar dirección y mostrando la eficacia residual de esta
lógica, he escuchado a conciudadanos salteños y jujeños denunciar el trato dis-
criminatorio al que estaban siendo sometidos cuando se los estigmatizaba
como “bolitas” o bolivianos –es decir, cuando se los desnacionalizaba por su as-
pecto– durante la irrupción de xenofobia que acompañó el fin de la era mene-
mista. En este marco, tampoco sorprende tanto un acontecimiento que tomó
estado público más recientemente, hecho vergonzoso que algunos consideran
anacrónico y otros vemos como síntoma preocupante de la formación de alte-
ridad que todavía es propia del país. Brevemente, funcionarios de migraciones
acusaron a la Sra. María Magdalena Lamadrid de utilizar un pasaporte falso,
basándose también en su aspecto. En lo que califican como un gesto de indis-
criminación del nosotros nacional, Natalia Otero y Laura Colabella (2002) ex-
plican los criterios en que tales funcionarios apoyaban su “brillante deduc-
ción”: como no hay argentinos negros, toda persona de aspecto afro debe ser
extranjera.
A su vez, estas formas de territorializar y diferenciar pertenencias se im-
brican con una segunda lógica de substancialización (Alonso, 1994) que en-
trama “la gran familia argentina” en base a maquinarias diferenciadoras que
aplican de manera asimétrica los principios de jus solis y el jus sanguinis para ar-
gentinizar o extranjerizar selectivamente distintas alteridades. Por ejemplo,
12 Agradezco a Ricardo Abduca un comentario que, realizado hace varios años al pasar, me in-
vitó a prestar atención a este punto y me llevó a empezar a hacer un mapa de “recurrencias”
en esta dirección.
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15 Como reseña Guber (2002: 363) a partir de los trabajos de Hugo Ratier, “con la caída del se-
gundo gobierno peronista, el mote de ‘cabecita’ dio lugar al de ‘villero’. Si aquél había co-
rrespondido al de un actor social en avance [los ‘descamisados’ peronistas], el segundo se re-
fería a otro en retroceso.” Agregaría que al día de hoy lógicas de desplazamiento semejantes
estigmatizan por ecuación a los sujetos de espacializaciones modernizadas, como los “ocu-
pas” de las “casas tomadas” y los “gronchos” (“negros” culturalmente hablando) de los con-
ventillos devenidos “pensiones baratas” u “hoteles familiares”.
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17 Incluiría en esto las experiencias y reflexiones de un dirigente Mapuche, las cuales constitu-
yen un acabado ejemplo de la asimetría que rige tanto las desmarcaciones hegemónicas de la
aboriginalidad, como las re-marcaciones racializantes y estigmatizadoras de los sectores po-
pulares. En el “Festival DERHUMLAC” (Derechos Humanos en América Latina y el Caribe)
que se hiciera en el Centro Cultural Recoleta durante 1997 y para denunciar prácticas que
apuntan a la pérdida forzosa de adscripciones indígenas, este panelista sostuvo que “muchos
de los que ustedes llamaban cabecitas negras éramos nosotros, los indígenas que vinimos a
Buenos Aires. Pero nosotros siempre fuimos y seremos Mapuche.”
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20 Dijo recientemente Daniel Gallo, comentarista de temas militares del diario conservador de
circulación nacional La Nación, el domingo 4 de julio de 2004: “El indigenismo se hace
fuerte en su relación con la tierra: en la mayoría de los casos, las comunidades se autosostie-
nen con el trabajo agrario de nivel de supervivencia. El conflicto se ocasiona con el cruce de
intereses entre quienes están en un lugar que dicen les pertenece por herencia de sangre y
aquellos que exhiben títulos de propiedad con sellos aceptados en cualquier tribunal del si-
glo XXI.” Nada ingenuamente, cita las palabras del intelectual Marcos Aguinis quien fijó su
posición en una nota publicada por el mismo diario en el mes de marzo pasado: “La reinvin-
dicación indigenista se basa en mitos, confunde, distorsiona y contiene la trampa de conmo-
ver nuestros sentimientos de solidaridad. Así como el marxismo conmovía con su promesa
de poner fin a la explotación del hombre, y sólo llevó a nuevas formas de explotación y trage-
dia, el indigenismo promete acabar con las injusticias padecidas desde los tiempos de la colo-
nia y sólo conseguirá profundizar su marginación.” En todo caso, la nota que se llama “La
protesta de la tierra” explicita en su copete: “La corriente de indigenismo que en los últimos
tiempos ha sacudido al continente y derrocado a gobernantes en Bolivia y Ecuador se en-
cuentra a las puertas de la Argentina, donde –aunque aislados– ya han estallado conflictos
por posesiones de tierras. Qué hay detrás de estos reclamos y la estrategia de confluir con las
protestas piqueteras.”
21 Verbatim de Bustos, Ricardo 2004 “Columna Abierta: Un atropello a las ideas…” Diario El
Oeste, Esquel. Versión electrónica. 30 de septiembre. (Bajado el 2 de octubre y disponible
en http://www.diarioeloeste.com.ar/EdicAnt/300904/opinion.htm).
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2 Estos territorios originales se sitúan en áreas rurales de Cuyo, y sus destinos finales han sido
las capitales provinciales de San Juan, Mendoza, y en menor medida Córdoba, o la ciudad de
Buenos Aires. Calingasta es uno de estos territorios expulsores, como lo son también pobla-
dos y parajes rurales como Caucete, Los Berros, Pedernal, Cochagual y Media Agua, el área
de las ex Lagunas de Guanacache y otras áreas rurales del árido noreste mendocino.
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Ya desde el último cuarto del siglo XIX, las economías mendocina y sanjua-
nina se habían orientado progresivamente hacia la industria vitivinícola en
gran escala, generando un creciente proletariado rural impulsado por el incre-
mento masivo de la demanda de fuerza de trabajo para el ciclo viñatero y bode-
guero (Bragoni y Richard, 1998). La obtención de la mano de obra recayó
tanto en la inmigración europea y chilena como, preponderantemente, en la
población rural autóctona, presionada por un sordo proceso de expropiación
de tierras y agua que se agudizó dramáticamente hacia la década de 1930. El
caso paradigmático, nuevamente, es el desecamiento del complejo palustre de
Guanacache por la apropiación masiva de los caudales de los Ríos Mendoza y
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San Juan en los oasis centrales y la tala y extracción indiscriminada de leña. La
concentración del control sobre tierras, agua y fuerza de trabajo fue posibili-
tada, en gran medida, por la coerción extraeconómica y el control político de
los aparatos de estado (fundamentalmente la policía y administración de jus-
ticia). Pero también, en términos de historia cultural, por el terror inscripto en
la memoria colectiva durante la represión de formas de resistencia campesina
en el siglo XIX, en particular de las montoneras “tardías” de 1860-1870 –que
tuvieron una fuerte connotación de resistencia rural (Escolar 2003).
Hacia la década de 1920 en Cuyo (anticipándose a lo que ocurriría en el
plano nacional en la del ‘40), estos cambios fueron acompañados por transfor-
maciones clave en la relación entre el estado (y su representación cultural) y los
sujetos populares (y su representación cultural). Bajo los gobiernos populistas
(escindidos del Partido Radical) de “el Macho” Federico Cantoni y el “Gau-
chito” Lencinas, el estado asumió nuevas atribuciones de regulación econó-
mica y de bienestar social, promoviendo legislación sobre condiciones de tra-
bajo, salario mínimo, seguridad social, y postulándose como árbitro de las
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relaciones entre capital y trabajo. Paralelamente, estos gobiernos expresaron y
promovieron nuevas formas de incorporación política y ciudadana de los sec-
tores subalternos, alentando la legalización e institucionalización de la fuerza
de trabajo a través de un movimiento obrero sancionado y regulado por el
estado (Collier y Collier, 1991).
3 Esta área se había constituido desde la época hispana en una zona de refugio para huarpes y
otros grupos indígenas, que habían mantenido una importante economía basada en la gana-
dería, la pesca, la caza y la agricultura (Rusconi 1961, Prieto 2000) y un beligerante grado de
autonomía política hasta la década de 1870 (Escolar 1999 y 2003).
4 Los populismos cuyanos de Lencinas en Mendoza y Cantoni en San Juan quebraron duran-
te la década de 1920 la hegemonía conservadora, anticipando con sus actos de gobierno y el
estilo de movilización de los sectores subalternos muchas de las medidas y estrategias de in-
corporación política que implementaría Perón a nivel nacional en la década de 1940.
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Mi argumento es que el triple proceso de incorporación política y laboral,
expansión de derechos y desarrollo de estado de bienestar que afectó a los sec-
tores populares durante la mayor parte del siglo XX constituyó tanto la maqui-
naria clave de la invisibilización de las identificaciones y marcas indígenas hasta
la década de 1980, como el principal referente de los parámetros culturales y
políticos de la emergencia indígena en la actualidad.
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aunque “siempre tuve esa idea pero no le daba pelota”. Según él, su interés re-
ciente en identificarse públicamente como huarpe fue una reacción a prejuicios
discriminatorios cotidianos que sufrió durante toda su vida, particularmente
en ciertos espacios que, como aprendió, podrían estarle vedados a causa de su
aspecto físico. Como ejemplo, cuenta que en los supermercados habitualmente
lo vigila de cerca un agente de seguridad “porque soy negro, fiero, tengo el pelo
largo y por ahí tengo cara de tránsfuga”. K posee algunos de los diferentes
rasgos faciales característicos de muchos sanjuaninos, que suelen ser atribuidos
a un “fenotipo” indígena. Su percepción de la inconveniencia de tener “cara de
indio” se hizo crudamente patente cuando intentó formarse profesionalmente
en la Escuela de Enología (típica carrera y proyecto de ascenso social de jóvenes
de clase media), y al cabo de unos meses dejó sus estudios a causa de la discrimi-
nación. La adscripción huarpe provocó también resistencias en su entorno ín-
timo. En un almuerzo familiar unos primos se sintieron avergonzados porque
K dijo que su apellido era de origen indígena y, más aún, porque realizó com-
plejos trámites para adoptar dicho apellido, adscripto por vía materna. En el
caso de sus amigos, la negación o sorpresa inicial por su identificación huarpe
se tradujo rápidamente en aceptación. K explicó que en todos los casos, la re-
nuencia de quienes no aceptan su identificación radica en el temor a la sos-
pecha sobre sus propias ascendencias indígenas. Sin embargo, la interpelación
racial puede reciclarse, como en su caso, transformándose en un blasón hon-
roso, en un argumento positivo de identificación. De modo complementario,
la posterior aceptación de sus amigos revela para K que existe una suerte de
discriminación inversa, no aceptada socialmente, hacia los “blancos”. Hay
mucho resentimiento. “Hay odio al gringo”.
La racialización positiva a partir de rasgos fenotípicos funciona sin duda
como un poderoso efecto de verdad para “visibilizar” lo indígena. Pero contra-
riando a muchos sanjuaninos o mendocinos, los “rasgos” que pueden ser consi-
derados indígenas o huarpes –tanto por los adscriptos como por quienes
niegan cualquier ascendencia– no son unívocos, ni las marcas fenotípicas son
acotadas o corresponden a una tipología nítida. Y lo que es más “inquietante”,
no se corresponden sólo con las características de la porción “correcta” de po-
blación que desde la perspectiva de las elites locales podría ser marcada como
indígena. Muchos rasgos biológicos observables que localmente pueden estar
vinculados al imaginario de lo indígena son compartidos por buena parte de la
clase media y de la burguesía sanjuanina y mendocina, incluyendo personas
que se adscriben orgullosamente como descendientes de italianos o españoles.
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7 Cuya hija, según tradiciones locales que se remontan al menos a la literatura sarmientina
(Sarmiento 1966 [1850]), trabó enlace con el pelirrojo capitán español Juan de Mallea, a
poco de la fundación de San Juan.
8 Departamento de Calingasta, en San Juan.
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9 Esto es semejante a lo que señala Cowlinshaw (1988) para el caso de los aborígenes australia-
nos, y lo que diferencia este caso de aquellos en los que la vara para calificar el grado de “mez-
cla” es un abstracto quantum de “sangre” independientemente del aspecto, como por ejem-
plo en el análisis de la etnogénesis indígena en Canadá de Rossens (1989).
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11 Carlos Rusconi afirmó haber observado un particular desgaste de las coronas dentales en crá-
neos de aborígenes que se encontrarían “desprovistas de los tubérculos molares o bien pre-
sentando una superficie lisa y rebajada hacia un costado (1961: 263).”
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13 Éstos habían sido trasladados desde distintos campos de concentración militares de Pampa y
Patagonia y el sur de Mendoza por el coronel y luego gobernador de la provincia Rufino
Ortega, siendo repartidos como peones rurales o sirvientas urbanas entre familias de la oli-
garquía mendocina.
14 Canals Frau arriba a la conclusión de que los huárpidos habrían constituido un “tipo racial
independiente”, emparentado sin embargo con el de los comechingones de Córdoba, los
puelches de Cuyo y los “pehuenches antiguos” al sur del Río Diamante y Neuquén (Canals
Frau 1946, especialmente: 50-52).
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“criollo”, pasando por tipos tales como el “criollo con pocos rasgos indígenas”,
“mestizo con muy poca mezcla”, “huarpeano”, “tipo puro puelche”, “tipo
puro pehuenche”, etc. El principal criterio de decisión operante en las deci-
siones de Rusconi sobre el carácter indígena o criollo de los actores es su edad.
Todos los niños o jóvenes son “criollos”, aunque sus padres tengan apellido in-
dígena y sean considerados indígenas por el propio Rusconi. Pero, las descrip-
ciones de unos y otros no permite inferir cuáles son los rasgos por los cuales los
hijos son más criollos o mestizos que los padres o los jóvenes que los viejos.
La teoría de Rusconi es que los indios se convierten en criollos de acuerdo al
impacto del medio social, cultural, geográfico y psicológico en que se insertan,
cambios que no sólo modelan su psiquis y su conducta, sino también sus carac-
teres somáticos, aunque no medien “cruzamiento” de sangres o modificaciones
genéticas. Es decir, los caracteres biológicos indígenas se pierden en el paso
entre generaciones, a veces en un lapso muy corto y sobre todo sin mediar
intercambios o mezclas de “sangre”.
Pero esta teoría parece haber sido disputada entonces por los propios lagu-
neros. Frecuentemente, la falsa inmanencia fenotípica –que por un lado lleva a
Rusconi a ver “criollos”– choca con la información proporcionada por los pro-
pios fotografiados respecto de su cercana ascendencia huarpe.
Toribio Guaquinchay ha nacido en el departamento de San Martín, Men-
doza, en 1909. Trabaja hace 16 años en el ferrocarril y es encargado de una
estación del Departamento de Las Heras. La foto está tomada en 1943, junto
a un moderno edificio, rodeado de enredaderas. Mira la cámara sonriente y
confiado. Es de mediana estatura y complexión robusta. Está vestido de im-
pecable traje oscuro con chaleco, corbata clara y pañuelo blanco al cuello,
perfectamente afeitado y peinado, con el cabello corto y sin sombrero. No
importa que Toribio reconstruya su genealogía huarpe hasta cuatro genera-
ciones, o que mencione que los Guaquinchay, junto con los Talquenca,
Allaime, Guayama, Lencinas, Jofré y otros forman parte de “una extensa fa-
milia de sus antepasados”. Toribio es un trabajador “incorporado”, un mo-
derno empleado de servicios públicos; actúa, se viste y habla en forma civili-
zada. Tránsito Tagua también está fotografiada en 1943, a los 35 años de
edad. Nada nos dice Rusconi de su actividad, o dónde vive. Pero la foto está
tomada en plena ciudad de Mendoza, junto al Museo de Historia Natural.
Tránsito está sonriente, con un bebé en brazos, de sobretodo oscuro, con el
cabello hasta los hombros, suelto y peinado con raya al costado. También es
definida como “criolla”, aunque sus padres son huarpes, tal vez puros, dice
Rusconi –seguramente por información de la propia Tránsito. La fotografía
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mentos más pobres. La incidencia de los salarios en el presupuesto provincial
se elevó del 38 % al 64% entre 1986 y 1996, siendo mayor también en los de-
partamentos pobres, en especial los dos fronterizos (Calingasta e Iglesia),
donde el empleo público, jubilaciones y pensiones nacionales o provinciales
son la principal fuente monetaria, alcanzando, como en Iglesia, al 90% de la
19
población económicamente activa (Pastor, 1999). A través del empleo o la
pasantía en las estructuras estatales municipales, provinciales (servicios eléc-
tricos, hidráulicos, vialidad, educación), o nacionales (Gendarmería Nacional)
o bien jubilaciones y pensiones, la mayoría de la población está incorporada a
la esfera estatal –paradójicamente y a menudo, no sólo como “objeto” sino
como “sujeto” estatal. Las fronteras entre “Estado”, “sociedad” y “subjeti-
vidad” no podrían ser más borrosas en este tipo de contextos, donde la mayoría
de alguna manera forma parte del “Estado”. La alta dependencia del Estado
como proveedor de empleos y pensiones impactó en las propias representa-
ciones de estructura social local, como afirmaba un informante,
“[…] vos encontrás dos clases, o tres clases de gente… los del servicio eléctrico,
que tienen un sueldo determinado, tienen su círculo. Los municipales, que son
más ordinarios… tienen su círculo, y el pobre que se la gana por el otro lado,
bueno ese… ese es el que va y viene, es el clásico del lugar […].”
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cuentas públicas, incluyendo los salarios al personal, y se genera una grave crisis
de legitimidad del modelo de reciprocidad estatal. En 1994 se verifica también
el mayor déficit del estado provincial desde el restablecimiento del sistema de-
mocrático, alcanzando el 32% del presupuesto, y al año siguiente se registra el
mayor pico de desempleo, un 20%. La crisis se atenuará con aportes nacio-
nales, cuyo porcentaje sobre el presupuesto se incrementa al 58% en 1994 y
llegará al 80% en 1996 (Muro et al., 1999). La falta de pago es acompañada
por la reducción masiva de salarios a los empleados estatales, lo cual desemboca
en el movimiento de protesta denominado Sanjuaninazo, motorizado por gre-
mios de empleados públicos. “Las principales manifestaciones de protesta –se-
ñala un informe del PNUD– han surgido de sectores vinculados al Estado, his-
tóricamente principal proveedor de empleo, tales como docentes, profesio-
nales de la salud y empleados públicos, que han sido fuertemente afectados por
el proceso de reforma (PNUD-BID, 1988:292-293).”
El período inicial del emergente huarpe urbano o su toma de estado público
se produce también en 1994. Primero, con la participación de representantes
huarpes en la elaboración del artículo 75 inciso 17 de la reforma constitucional
nacional. Luego, con la adhesión de San Juan a la ley indígena nacional 23.302
y, posteriormente, con la declaración de la Legislatura como de interés provin-
cial el proyecto “Educar para la Vida” de la Comunidad Huarpe del Territorio
del Cuyum. En este período comenzará a producirse la participación e interés
creciente de adherentes a esta última organización.
A raíz de las reformas de la administración pública, entre 1995 y 1996 el es-
tado provincial realizará masivos retiros voluntarios u obligatorios de personal,
en el marco del amplio plan de privatizaciones que implicó su retiro de áreas
20
clave de la economía local, pero también extenderá las “pasantías” aumen-
tando los puestos de trabajo improductivos en forma exponencial. En conse-
cuencia, el crecimiento del número de empleados estatales absorbió parte del
desempleo generado en otras áreas de la economía, pero aumentó la preca-
21
riedad del empleo, reduciendo drásticamente también los niveles de ingreso.
Algo similar sucede para la misma época en áreas rurales, donde la inci-
dencia del empleo público y las pensiones en los ingresos monetarios de la po-
blación es aún mayor. Pero además, en los departamentos rurales parecen
20 Se privatizan los Servicios Eléctricos Sanjuaninos, Banco de San Juan, Bodegas Regionales y
Bodega del Estado, Caja de Jubilación, Casino Provincial, Terminal de Ómnibus y un con-
junto de hoteles provinciales.
21 Entre 1984 y 1997 el sueldo correspondiente a la categoría 22 de la Administración pública,
por ejemplo, cayó un 78% (de $1.378 a $297); el de la categoría 16 el 58% (de $562 a
$233). Fuente: INDEC, Encuesta Permanente de Hogares (Muro et. al 2000:108-109).
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22 No se trata en este caso de las Lagunas de Guanacache, sino de una localidad sanjuanina pró-
xima, ubicada cerca del límite interprovincial con Mendoza.
65
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23 En las proximidades de la ruta que une San Juan con San Luis y Buenos Aires.
24 El Leoncito en Calingasta, San Guillermo en Iglesia e Ischigualasto en Valle Fértil.
25 Los Morrillos en Calingasta, bajo la supervisión de la Fundación Vida Silvestre Argentina.
26 Esta política afectó gravemente la economía de pobladores locales de escasos recursos que en
una importante proporción se abastecían de carne a partir de la caza del guanaco. Un guana-
co proporciona aproximadamente la carne para un mes a un grupo familiar pequeño.
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cionales de uso del espacio y producción cazadora ganadera en esas áreas, ame-
nazadas en su continuidad. La caída de las relativas garantías oficiosas respecto
del acceso a dichos recursos generó entre los subalternos rurales, e incluso entre
“sectores medios” locales, una percepción de las reservas y (por derivación) del
estado como enemigo expropiador de recursos tradicionales de las economías
27
domésticas, en general básicos para la subsistencia.
En este sentido, tanto las demandas huarpes o indígenas rurales como las ur-
banas parecen estructurarse como contradictorias demandas al Estado y a una
determinada idea del estado. Por un lado, se reclama una “retirada” formal del
Estado y la recuperación del acceso a la tierra y otros recursos. Por el otro, con
cierta perpleja nostalgia y despecho de trabajadores “desincorporados”, se de-
manda el “retorno” del Estado como dador, garante de derechos, benefactor,
protector o empleador a través de demandas de trabajo, educación pública o “pa-
santías”. Especialmente, son los hombres de mediana de edad, los que han na-
cido y vivido en el paradigma ideológico y material de la incorporación, quienes
reclaman “la vuelta del estado” y su recuperación del status de homo laborans.
Entre actores rurales, es habitual que las demandas de “retirada” del estado o di-
ferimientos de tierras comunales (de hecho más que de derecho) se reclame para-
lelamente que el estado o el municipio “ponga una fábrica” o “traigan máquinas”
para trabajar. Al mismo tiempo, son los miembros de este grupo de edad los más
reacios a identificarse como indios huarpes, o descendientes.
Estas redefiniciones en el papel del Estado y sus contradictorias presiones
y “ausencias” no sólo han impactado en la población sanjuanina en un
plano estrictamente económico, sino también en las representaciones que
amplios sectores populares tenían sobre sí mismos, su pasado y en especial
su destino.
Como vemos en el libro Los Nuevos Perdedores (Grillo Padró S. y C. de la
Vega, 2000) las percepciones de la clase media urbana sanjuanina sobre su es-
trepitosa caída en la década de 1990 incluyen una fuerte crisis de identidad. En
su Epílogo, la sociedad provincial previa a la reforma del estado es descripta
como utópicamente armónica, equilibrada y sin conflictos.
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[…] La somnolienta siesta atravesaba estas relaciones […] los vecinos sacaban
una silla y se sentaban en la vereda” (Grillo Padró y De la Vega, 2000:151).
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El “estado del malestar”
Epílogo
Los sentidos inscriptos en las interpelaciones huarpe e indio en Cuyo parecen
remitir directamente al proceso secular de incorporación estatal, política, capi-
talista y ciudadana de poblaciones y territorios, en particular de las áreas rurales
con un déficit secular de control social por parte de las elites urbanas regionales
hacia la segunda mitad del siglo XIX.
Por un lado, los eventos que representan dicho proceso –fundamentalmente
los proyectados a las primeras décadas del siglo XX, con la incorporación bajo el
modelo de “reciprocidad estatal” benigna– son directamente vinculados a la
“desaparición” de las identificaciones indígenas o de los mismos indios o anti-
guos. Esta representación cultural está gráficamente expresada en los discursos
y percepciones fenomíticos que inscriben lo indígena como una “naturaleza”
biológica supuestamente monolítica, pero paradójicamente variable, de a-
cuerdo a la transformación del “modo de producción de soberanía” hacia uno
basado en la sujeción mediante incorporación política, ciudadana y generaliza-
ción del asalariamiento.
Pero esta aparente maleabilidad de los argumentos y representaciones feno-
típicas de la condición indígena, sin embargo, no es meramente coyuntural ni
es explicable por simples invenciones instrumentales. Como hemos visto, en
primer lugar, los fenomitos indígenas y huarpes son auténticos productos so-
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ciales compartidos por grupos antagónicos, tanto por aquellos marcados étnica
o racialmente como potenciales “indios”, como por quienes se consideran a sí
mismos genuinamente “no-indios”, y tanto por aquellos sospechados de mani-
pulación como por quienes los acusan de tales prácticas. En segundo lugar,
estos fenomitos –como otros aspectos de memorias huarpe o indígenas que no
hemos analizado en este trabajo (Escolar, 2003, 2001, 1999, 2004)– parecen
tener una profundidad histórica muy superior al actual período de “emer-
gencia” étnica huarpe o indígena y estaban plenamente vigentes, por ejemplo,
en las primeras décadas del siglo XX. Como hemos analizado en la primera
parte de este artículo, si bien se constituyen como codificadores históricos que
resignifican la noción de naturaleza indígena de acuerdo a transformaciones en
las condiciones sociales y políticas, los argumentos fenomíticos mantienen el
sentido racializante o de-racializante atribuido a un tipo de experiencia histó-
rica específica, básicamente la que hemos denominado en sentido amplio in-
corporación estatal.
Mientras el discurso de Rusconi y otros en la década de 1930 evidencian
cómo la representación de esta proceso subyace a la construcción de sujetos ra-
cialmente “no indios” o “no-huarpes”, actores actuales inmersos en una expe-
riencia de desencantamiento y frustración (en lugar de una de fe en el progreso
y el desarrollo del estado-mundo-de vida) respecto de las promesas reciprocita-
rias de la incorporación, proyectan o habilitan una naturaleza indígena y
huarpe sobre los mismos íconos fenotípicos y además de sobre los sujetos ante-
riores a dicho período histórico. En esta situación, experiencias y memorias co-
lectivas de larga duración que exceden la creación por parte de los actores son el
núcleo de la rearticulación de subjetividades aborígenes. Así, mientras que el
proceso de incorporación puede haber sido el principal factor de invisibiliza-
ción de la diversidad étnica y cultural en Argentina, los actuales adscriptos
huarpe o “descendientes” lo historizan, situándolo en un marco que excede a la
coyuntura. El proceso de incorporación estatal ligado al ethos del “estado bene-
factor” –y aún el proceso civilizatorio de construcción e institucionalización
del Estado Nacional argentino durante la segunda mitad del siglo XIX– pasa a
ser representado durante el “estado del malestar”, para algunos colectivos, no
como refundación de su historia, sino como etapa dentro de una experiencia
indígena de larga duración.
Esta proyección contribuye a explicar también por qué las demandas indí-
genas y huarpes en Cuyo emergieron recientemente en el marco de una expe-
riencia colectiva de crisis de legitimidad estatal vinculada a la percepción de
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El “estado del malestar”
28 En una asamblea de protesta por el cierre del enclave minero de Río Turbio, Hernán Vidal
(1997) recoge el siguiente discurso “[Reclamamos] el respeto que nos merecemos como san-
tacruceños argentinos (…) [Queremos] ser ciudadanos de primera, no de cuarta, ni Kelpers
(…) no somos indios y nos quieren engañar con plazas y lucecitas de colores; no somos in-
dios, ni bestias salvajes, somos seres humanos (Vidal 1997: 16).” El mismo año, una pique-
tera jujeña explicaba que “Todos creen que somos indios; que no sabemos pensar ni hablar
(…) sólo pedimos trabajo; ni limosna ni subsidios (…) Que nos den la posibilidad de tener
un trabajo digno (La Nación 28/5/1997).”
71
Capítulo 3:
Trayectorias de oposición.
Los mapuches y tehuelches frente
a la hegemonía en Chubut
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Los fragmentos del pasado, fijados en los más diversos materiales –puntas de
flecha, pipas, el cráneo de un machi, restos fósiles y “material histórico”– y
reorganizados en las vitrinas de los museos provinciales, constituyen una de las
formas que adquiere la narrativa fundacional de la provincia. Con el propósito
de describir esta “puesta en intriga” (Ricoeur, 2001) e identificar las matrices
de diversidad que son escenificadas para contar los orígenes de una “identidad
provincial”, nos hemos dirigido a la Casa de la Provincia de Chubut, en Bue-
nos Aires. Por consiguiente, el corpus de este apartado está conformado por la
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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut
bibliografía, los folletos y las páginas de internet que fueron seleccionados por
la provincia como textos oficiales sobre su historia.
En dicho corpus se destaca que el contexto patagónico está definido por
“problemas comunes”. Sin embargo, se aclara que emerge un perfil particular
de una identidad chubutense: “En las primeras décadas del siglo XX, las nuevas
unidades adquieren, poco a poco, una personalidad diferenciada (www.Pata-
gonia.com.ar).” Por lo tanto, los diversos relatos, aun cuando incorporan sus
propios énfasis y acentos, presuponen una misma selección y combinación de
acontecimientos. La historia comienza con la descripción socio-económica de
los tehuelches, “los primeros pobladores”; prosigue con la incursión del ca-
ballo, la “invasión araucana”, los contactos “pacíficos” con las primeras agen-
cias colonizadoras, los padres salesianos y los inmigrantes galeses, y los con-
tactos “bélicos”, cuyo hito es la “campaña al desierto”; y finaliza con la sociedad
de inmigrantes, la “punta boliche” y la “civilización”.
Los tehuelches constituyen, en estas narraciones, el componente aborigen
idealizado y mítico de los orígenes (Rodríguez 1999). Así, estos “primitivos ha-
bitantes” de la Patagonia –quienes “desarrollaron formas de vida simples, en
completa armonía e integración con su medio” (AA.VV., 1994:7)– no forma-
rían parte de los tiempos de la historia y el cambio; copiándose a sí mismos a
través de los siglos: “dependían de la caza de guanacos y avestruces”, “recorrían
su extenso territorio”, “utilizaban el arco y la flecha”, “se alimentaban de carne
de guanaco” y “confeccionaban toldos”. La construcción ahistórica del te-
huelche, su pasividad frente a los acontecimientos, y su escasa o nula participa-
ción en la historia conforman el estereotipo hegemónico que lleva a afirmar,
por ejemplo, que los tehuelches han tenido “una incidencia casi nula sobre el
medio, en el que se comportaban como un elemento más del ecosistema na-
tural (AA.VV., 1996:83).”
El cambio habría sido producido, entonces, por otros sujetos históricos; el
devenir de la historia comienza cuando la Patagonia: “[…] habría de sufrir un
doble proceso de aculturación, europeo-criollo y araucano, mucho antes de
que en su ámbito se establecieran inmigrantes blancos o indígenas araucanos
(Museo Leleque).”
Los araucanos, primero, y las campañas militares, después, protagonizarían
el desenlace de este primer capítulo. Es entonces cuando la historia oficial irá
definiendo el modelo de diversidad de la provincia y procurará reunir las reso-
nancias del pasado tehuelche con el progreso y la civilización de los pioneros:
“estancias patagónicas que llevan nombres de cálidas resonancias que se en-
raízan en el capítulo del ocaso de los indígenas tehuelches y en el auge de los
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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut
ción” del tehuelche, sino también como los últimos “inmigrantes” en llegar
3
a la provincia.
La idea del desplazamiento de los mapuches sobre los tehuelches niega com-
plejas comunalizaciones entre estos pueblos originarios que se venían dando si-
glos antes de la conquista militar, a través de largos desplazamientos de los
grupos para establecer relaciones de intercambio, ocupación y explotación
multiétnica de los espacios, matrimonios y alianzas interétnicas. La noción de
desplazamiento junto con la cronología propuesta por el discurso nacionalista
–que identifica a la década de 1880 y a las campañas militares como momento
del inicio del contacto– operan hacia la negación de una historicidad propia de
los pueblos originarios, a los cuales se los consideraría hasta dicho momento
como unidades discretas que sólo interactúan superponiéndose una sobre otra.
En cambio, en la narrativa fundacional, la relación entre aborígenes y
blancos es organizada en dos etapas diferentes; una que relata los “aspectos pa-
cíficos” y otra que describe los “aspectos bélicos” (Museo Leleque). Los “con-
tactos armoniosos” son parte de los sentidos de pertenencia que, desde el pre-
sente, construyen una “comunidad imaginada” chubutense:
“si hay una impronta cultural que se nota en la mayoría de las ciudades de
Chubut, ella es la galesa. Más aún, casi en ninguna otra provincia del país
han formado colonias tan grandes como en esta. […] los colonos de la europea
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Por otro lado, esta armonía interétnica es construida como el hito central en
el que se funda la soberanía argentina en Chubut. La historia define, entonces,
el plebiscito del 30 de abril de 1902 –actualmente feriado provincial– como el
día en que trescientos habitantes, entre indígenas y galeses, decidieron ser ar-
gentinos y no chilenos. Después de aquella “respuesta unánime” de “lealtad a
la patria”, “el maestro Owen Williams izó la bandera argentina en el mástil de
la escuela y se cantó nuestro himno” (www.Patagonia.com.ar).
Por el contrario, los “aspectos bélicos” o negativos del “contacto interétnico”
aparecen como ajenos a la provincia en un doble sentido. La narrativa adju-
dica, primero, el inicio del “sometimiento total” (AA.VV 1996: 84) o la “reduc-
ción casi hasta la extinción” (www.Patagonia.com.ar) de los aborígenes al go-
bierno nacional, específicamente, a las expediciones del general Julio A. Roca,
“conocidas como la Conquista del Desierto”. Segundo, la responsabilidad de
las consecuencias posteriores –“procesos de debilitamiento físico y cultural del
aborigen”, “despojo de sus territorios y recursos de vida”, “desarticulación de
los pueblos de la Pampa y la Patagonia”– se desdibujan en ciertas nominaliza-
4
ciones –“circunstancias históricas”, “la expansión de la actividades ganadera”,
“las enfermedades contraídas”, “el comienzo de la explotación ovina” (AA.VV.,
1994). Éstas aparecen como causas externas y, desde la lógica del progreso,
como inevitables. Entre las nominalizaciones utilizadas para ocultar procesos
históricos de desigualdad estructural, se destaca en los relatos el “endeuda-
miento”: “el endeudamiento en las casas de ramos generales, llevaron a las fa-
milias de la colonia a la pobreza” (AA.VV., 1996:87).
Por otra parte, la “pobreza” y “la pérdida de las tierras”, explicadas por el
“endeudamiento”, son presentadas como el resultado de prácticas indígenas
inapropiadas –en el marco de una racionalidad de mercado– y, en conse-
cuencia, como responsabilidad de los mismos aborígenes. Vinculado con esta
construcción “racional” de las relaciones entre los aborígenes y las casas de
ramos generales, la historia ha seleccionado “el boliche” como uno de los sím-
bolos que transportan los sentidos y emociones de una identidad común. Las
4 Fenómeno discursivo por el cual ciertas acciones son reemplazadas por construcciones no-
minales –sustantivas–, borrando las huellas temporales y de agentividad. De este modo, la
nominalización no sólo desdibuja la responsabilidad del agente, sino que también define los
hechos como algo dado y fuera de debate.
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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut
casas de ramos generales son recuperadas por la narrativa oficial como “lugares
de encuentro” y “punto de arranque de la inserción productiva de inmigrantes
5
con distintos orígenes”. La expresión “punta boliche” transforma ciertas prác-
ticas económicas –negocio, cobro de deudas con hacienda, “arreglos” y obten-
ción de tierras– en acontecimientos folklóricos, primordiales y representativos
de los orígenes de la “civilización”.
La narrativa oficial culmina con la descripción de los tehuelches y los mapu-
ches en la actualidad. Las cifras estadísticas y su ubicación geográfica crean el
efecto de la “desaparición”, mientras que la transformación de las prácticas in-
dígenas en folklore y objetos de exotismo, confirma el lugar temporal –el pa-
sado– en el que se los coloca.
Así, los “últimos tehuelches” son localizados y contados: ellos eran 200 en
1967. La “desaparición tehuelche” es subrayada tanto a partir de las hipótesis
estadísticas –se estima que esta cifra debe haber disminuido, en los últimos
años, por la pobreza, el alcoholismo y las enfermedades– como a través de
ciertos epitafios –“con la desaparición de los últimos ancianos se perdió la
lengua junto con sus tradiciones y creencias” (Museo Leleque).
Por el contrario, la narrativa oficial implica que la mayor parte de los mapu-
ches no pueden ser ya identificados –contados–, puesto que han emigrado a las
ciudades, donde forman parte de la población más pobre de la provincia –“rea-
lizando trabajos no calificados y, en general, con necesidades básicas no satisfe-
chas” (www.Patagonia.com.ar). En estos textos, los mapuches que aún viven
en las comunidades rurales –el aborigen visible– también se encuentran “en
condiciones de marginalidad, extrema pobreza y pérdida de la identidad”.
El turismo provincial ofrece, entonces, la posibilidad de “encontrar”, en al-
gunos espacios específicos, los vestigios o “manifestaciones culturales del pa-
sado aborigen de la provincia” (AA.VV., 1996:87). Las culturas mapuche y
tehuelche, convertidas en un recurso escaso y en un bien estético, se materia-
lizan en el camaruco, las artesanías del tejido, los instrumentos musicales, el
quillango, los abalorios, la comida, los juegos infantiles y las leyendas. El “pa-
sado aborigen” se exhibe en los museos, “donde se testimonia a través de di-
versos objetos”, en el paisaje (“el mismo entorno que siglos atrás veían los indí-
5 Los folletos del Museo Leleque describen sus instalaciones: “se está trabajando sobre la idea
de recuperar este boliche, como ‘lugar de encuentro’ tal como lo fue en la antigüedad”, “el
edificio anexo, con funciones de tienda y cafetería, recrea el ambiente y las instalaciones de
un negocio de ramos generales patagónico de los que se establecieron en las décadas de 1920
y 1930”. “El negocio de ramos generales fue el punto de arranque de la inserción productiva
de inmigrantes con distintos orígenes. Primero el boliche, luego venían los lanares y, por úl-
timo, la propiedad de la tierra (Museo Leleque).”
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6 Existen otras leyes y decretos específicos. En los últimos 15 años, con marchas y contramar-
chas, la provincia de Chubut ha elaborado un importante cuerpo jurídico sobre la cuestión
indígena (ver Hualpa 2003). Para un análisis más amplio sobre la legislación indígena en el
contexto nacional ver Carrasco (2000) y Gelind (2000a y 2000b).
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“La particularidad que tiene Chubut, y que no tiene Río Negro y el Neuquén,
es que nunca jamás hemos permitido al estado que nos venga a instituciona-
lizar la lucha. […] Existen comunidades, comunidades que actúan de ma-
nera autónoma, y que coordinan acciones de lucha” (Comunidad Pillan
Mahuiza, 2003a).
“El gobierno utiliza este tema y trata de descalificarnos […] ¿Por qué en
Chubut no pueden avanzar y siempre el problema es el problema mapuche?
Entonces, dice el gobierno, ‘lo que pasa es que en Chubut los mapuches están
desorganizados’. Y es mentira, son 65 comunidades, es una de las provincias
que más comunidades mapuches tiene, y no estamos desorganizados, sino que
no estamos organizados como ellos quieren. Ellos dicen ‘en Chubut no están
organizados y no sabemos con quién hay que dialogar’. Y eso se traduce ‘en
Chubut no lo pudimos amontonar y no sabemos a quién comprar’” (Comu-
nidad Pillan Mahuiza, 2003a).
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7 Esta norma estaba dirigida a ubicar a los “argentinos sin tierra”, de bajos recursos, y estipula-
ba que se subdividieran lotes de 625 has, los que serían entregados a colonos, quienes luego
de 5 años de ocupación, y luego de realizar ciertas mejoras recibirían el título definitivo de
propiedad.
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La diversidad de casos es en extremo muy amplia y en cada uno debe ser te-
nido en cuenta el proceso histórico de enajenación y radicación de los pueblos
originarios en Patagonia luego de la conquista militar. Proceso en el cual no ha
existido una ley general, sino que ha sido operado a través de distintas normas
específicas que o bien no referían a la población indígena o lo hacían sólo de
manera tangencial (Briones y Delrio, 2002). Así, la radicación de quienes so-
brevivieron a las campañas y no fueron deportados y trasladados a otras re-
giones del país fue en las áreas que habían quedado libres del reparto de tierras
al gran capital. En estas tierras fiscales se crearon pocas colonias (como el caso
de Cushamen) destinadas a localizar indígenas; se establecieron algunas re-
servas para futuras colonias; o se hicieron concesiones temporarias y condicio-
nales a algunas familias en tierras fiscales reservadas. Sin embargo, la mayor
parte de la población originaria pasó a constituirse en pobladores o “intrusos”
8
de tierras fiscales de las cuales han sido reiteradamente desalojados.
A partir de estos casos, describiremos tres modos de cuestionamiento de la
matriz provincial de diversidad desde las prácticas de los mapuches y tehuel-
ches de Chubut. Desde ellos, los Pueblos Originarios transforman, reemplazan
y ocupan de modos distintos los lugares sociales que se les obliga a transitar.
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“[…] había una sentencia firme por parte de la justicia para que esta comu-
nidad sea desalojada, jurídicamente era imposible revertir esta situación, era
medio complicado pensar que a través de la ley se podía llegar a revertir”
(2003).
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10 “La cuestión es que, producto de esta toma, se generó un gran escándalo y despertó la admi-
ración de la gente de Esquel, se empezaron a dar cuenta de que todavía existe un pueblo y
que su gente tiene fuerza (OCMT 2003).”
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mento Rural (IAC). Por un lado, esta nueva praxis tuvo el efecto de revertir los
supuestos provinciales de “desaparición” o “sumisión” de los Pueblos Ma-
puche y Tehuelche, por otro, la selección de los edificios públicos y del espacio
urbano se transformaron en índices de la postura asumida ante el Estado, sus
leyes y sus territorializaciones.
Un tiempo después, los mapuches toman la escuela en conflicto de la comu-
nidad Futa Huau, donde se alojan por varios días realizando ollas populares.
Esta modalidad de lucha y la gran cantidad de participantes llaman la atención
de los medios de comunicación y los mapuches de Chubut se convierten en el
centro de las miradas nacionales e internacionales. Éstas y otras experiencias
colectivas les permiten confirmar la eficacia del nuevo modelo de comunica-
ción que se estaba gestando: la “presión” al gobierno provincial a través de un
nuevo modo de actuación (performance) política y la búsqueda de nuevos inter-
locutores para sus mensajes.
La ausencia de lugares efectivos para encausar el diálogo con el gobierno
11
provincial desembocó, entonces, en la ampliación espacial de los conflictos
por parte de los mapuche-tehuelches. En otras palabras, sus denuncias a la re-
gionalización del caso (comunidad versus terrateniente) y a la participación in-
teresada del gobierno provincial los llevaron a ampliar la definición de las
partes involucradas en cada uno de los conflictos (Pueblo Mapuche-Tehuelche
versus Estado). El gobierno nacional fue interpelado, entonces, como uno de
los destinatarios centrales de sus denuncias.
91
Ana Ramos y Walter Delrio
“Se blanquea el abuso con la plata y nosotros estamos hablando de justicia, es-
tamos hablando de territorio, estamos hablando de libertad y el territorio, la
justicia y la libertad no se pagan” (OCMT 2003).
12 Carta del presidente del INAI ante los sucesos de Vuelta del Río: “...a pesar de la responsabili-
dad de la provincia que en fecha 17 de septiembre de 1963 extendió el título de propiedad a
‘Hijos de Abraham Breide sociedad colectiva comercial y ganadera’ sin tener en cuenta la
ocupación ancestral de los pobladores indígenas, renuevo mi disposición para la búsqueda
de soluciones conjuntas y que tengan en cuenta los derechos indígenas (24-3-03).”
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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut
Fruto de estas evaluaciones, unos años después, el caso de Vuelta del Río ad-
quiere una nueva orientación. En un comunicado de prensa del año 2002, las
demandas de la comunidad se centran en el pedido de un título comunitario
sobre las tierras ancestralmente ocupadas y la anulación de todo título de pro-
piedad otorgado a estancieros o particulares no aborígenes sobre esas tierras re-
servadas por la nación (Comunidad Vuelta del Río, 13/11/02). El desembolso
del dinero del Estado, a favor de la empresa privada, no sólo se contrapone con
la falta de fondos para la educación intercultural, la capacitación y los pro-
yectos productivos de las comunidades aborígenes, sino que también impli-
caría una distribución arbitraria y desigual de los recursos del Estado que perte-
necen a toda la sociedad argentina. Éste último argumento fue esgrimido por
los miembros de la comunidad Vuelta del Río en el II Parlamento ma-
puche-tehuelche.
En 2003, José Vicente El Khazen, su abogado y el interventor del Instituto
Autárquico de Colonización se reunieron con los abogados del INAI y pi-
dieron 2.000.000 de pesos por los 9 lotes de la comunidad Vuelta del Río
sobre los cuales el primero de ellos tiene título de propiedad. Este hecho rea-
brió el debate sobre el arbitraje del Estado nacional. Los puntos centrales de
esta discusión giran, en principio, en torno al proceso histórico que preexiste
a los títulos de propiedad en cuestión. La comunidad Vuelta del Río exige al
Estado una investigación profunda sobre estos hechos: “antes del estado
ofrecer plata tendría que investigar a esta gente, desde dónde empieza ahí,
cómo obtuvieron el título de propiedad, quiénes estuvieron primero”, “de
dónde vinieron los Breide, los bolicheros, quiénes somos los que estamos en
la tierra”. El punto siguiente de la discusión ha sido la violencia que ha su-
frido la comunidad por parte del Estado y los privados –en nombre de la ley–,
desde el momento en que se judicializó el conflicto: “[…] en qué sentido le
van a pagar a ellos, cuando ellos vinieron a hacer ¡cuántas cosas! Hundieron
todos los capitales que había de los nuestros abuelos, de los nuestros padres”.
En definitiva, la postura de la comunidad consiste en no aceptar la expropia-
ción de las tierras como una solución neutral del conflicto y plantear una re-
visión de los fundamentos del Estado nacional en su desempeño como ár-
bitro.
En segundo lugar, y en relación con lo tratado hasta aquí, el caso Vuelta del
Río ha puesto en relieve la naturalización hegemónica de la noción de “pro-
piedad privada”. En los comunicados de prensa, en las conversaciones perso-
nales que hemos mantenido con algunos de ellos y en las discusiones del Parla-
mento, los mapuche-tehuelches han ido proponiendo, en torno a este conflicto
93
Ana Ramos y Walter Delrio
“el lote 134 nunca perteneció a la denominada comunidad Vuelta del Río y
en el expediente está demostrado que los sucesores de Heinkel El Khazen son sus
legítimos dueños […] Mauricio Fermín no puede alegar derechos anteriores
porque, como está documentado, el primitivo ocupante, Julio Marinao, le
vendió todas las mejoras del lote a Abraham Breide. Daría la pauta de que
Marinao, quien sería abuelo de la mujer de Mauricio Fermín y ocupó esas tie-
rras, había cuidado ovejas de Breide, como mediero. Luego en el año 1958
ante Policía y escribano público reconoce los derechos de ocupación a favor de
los Hijos de Abraham Breide, respecto a las mejoras y animales […] en rea-
lidad los derechos humanos afectados en este caso son los de El Khazen" (Juez
de Esquel Sr. José Oscar Colabelli, citado por el Diario El Chubut,
9/5/03).
94
Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut
“¿Quién escribió la función para que digan que hoy esas tierras no nos corres-
ponden a nosotros? Pero yo sé bien que a nosotros nos corresponde, por un de-
recho de una madre o de un padre. Si nosotros nacimos y criamos ahí, hasta
ahora. Lo tengo bien en cuenta que el año 56 los tipos agarraron y tiraron
alambre, lo cerraron todo con la gente adentro, con todos adentro nosotros. Y
después ahora ellos dicen que ellos tienen derechos ¿De qué manera no es
nuestro?” (Comunidad Vuelta del Río 2003, II Parlamento).
13 “La comunidad mapuche Vuelta del Río nuevamente está en la mira. La nueva orden de de-
salojo firmada por el juez de instrucción de Esquel José Colabelli, contra la familia Fermín
deja al descubierto la hipocresía del estado que dice reconocer nuestros derechos fundamen-
tales como pueblo originario. Argentina continúa su política de despojo y exterminio
(OCMT 5-7-03).”
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Ana Ramos y Walter Delrio
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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut
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Ana Ramos y Walter Delrio
“yo sabía que era mapuche pero no sabía que en un momento iba a estar en
una lucha tan así tan amplia, una lucha donde el mapuche tiene que hacerse
valorizar con su propio derecho, o sea más que nada ver los derechos que tiene
el pueblo mapuche por ser mapuche, porque no estamos en la tierra sino que
somos parte de ella” (werken de la comunidad Futa Huau 2003).
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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut
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Ana Ramos y Walter Delrio
En breve, constituye este caso un nuevo modo de circular por el espacio so-
cial por parte de los pueblos originarios, identificando nuevas señales para
orientar su marcha e impugnar los modos establecidos de transitar y ocupar
ciertos lugares:
“Cuando se plantea ese tipo de salida el gobierno hace todo lo posible para im-
pedir que esto no se transforme en un faro, en una luz para la gente que está
desesperanzada en los barrios” (OCMT, 23/03/03).
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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut
lógica de esta nueva articulación: “en este proceso que vive nuestro país, de
tanta desconfianza, de tanta fragmentación, de repente hay algo que es incues-
tionable: la lucha de los pueblos originarios, el pensamiento de los pueblos ori-
ginarios” (Pillan Mahuiza, 2003a).
Este antagonismo –que lleva a los mapuches a tener que replantear concep-
ciones del mundo y proyectos de sociedad en el seno del espacio nacional por el
que circulan– busca, al mismo tiempo, instalar y ampliar el debate. A este foro
de discusión son invitados a participar las organizaciones y la “gente común”
que, al igual que ellos, “plantean un mañana diferente”. La asamblea, como el
ícono central de estos procesos, es el agente de estos cambios y la promotora de
los nuevos rumbos y orientaciones. “Los que están arriba” –principalmente el
poder político– se verían obligados a “hacerse eco” de las demandas colectivas
de un pueblo organizado.
En el año 2003, tres fueron los hitos de este proceso de articulación: el ple-
biscito del municipio donde triunfa el “no” a la construcción de una mina en
Esquel, las manifestaciones en repudio a los desalojos a la comunidad Vuelta
del Río, y la marcha nacional, realizada en Buenos Aires, que encabezaron los
mapuche-tehuelches de Chubut bajo el slogan “No al Remate de la Patagonia y
en Defensa de los Pueblos Originarios en Lucha”.
La comunidad Pillan Mahuiza, organizadora de esta marcha nacional, res-
cata de estas experiencias la posibilidad de plantear una reorganización del es-
pacio social orientada a construir la “unidad en la diversidad”. Es decir que, te-
niendo en cuenta la heterogeneidad poblacional de los grupos sociales que
integran la Argentina, ellos reflexionan sobre las formas de un nuevo pensa-
miento. Este pensamiento en construcción, orientado por la filosofía ma-
puche, sería el marco posible para articular identidades campesinas, obreras e
indígenas respetando y resguardando los parámetros culturales de cada una de
15
ellas que no se superpongan con los objetivos a alcanzar.
Paralelamente, los comunicados de prensa difundidos por la OCMT en los
últimos años comenzaron a dar forma a esta alianza con la sociedad civil no in-
dígena, ya sea incorporando sus demandas, anticipando su apoyo o destacando
16
la participación conjunta en una lucha común. En la práctica, los vecinos de
15 Este no es tema del presente trabajo, por lo tanto, nos limitamos a presentar aquí muy bre-
vemente algunas de las ideas que hemos intercambiado con miembros de la comunidad.
16 Por ejemplo, en uno de los comunicados de la OCMT escribían: “queremos destacar que esta
acción del pueblo mapuche contó con la solidaridad de compañeros no mapuche que se
acercaron desde diferentes puntos del noroeste del Chubut, especialmente de la asamblea de
vecinos auto-convocados de Esquel, con quienes estamos llevando adelante la lucha contra
la minera canadiense Meridian Gold Inc. (OCMT 14-2-03).”
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Ana Ramos y Walter Delrio
17 Hemos reunido aquí expresiones utilizadas en los discursos públicos de los mapuches, los
comunicados de prensa y los medios de comunicación nacionales.
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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut
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Ana Ramos y Walter Delrio
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Trayectorias de oposición. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemonía en Chubut
micos” del sistema capitalista internacional; que empresas como Meridian Gold
y Benetton dejen, por ejemplo, de ser “asistidas por la expeditiva y obsecuente
justicia provincial”. Este nuevo estado debe estar basado en una práctica real de
reconocimiento de la diversidad cultural y de defensa del interés de la sociedad
civil en contra de las multinacionales. Desde este ángulo, la retórica publicitaria
con la que el grupo Benetton se presenta internacionalmente constituye un refe-
rente central en los comunicados mapuches: “¿Nos hablará del hambre quien de-
salojó a la familia mapuche Curiñanco?” (OCMT, 28/02/03).
Los mapuches-tehuelches de Chubut han orientado sus prácticas para de-
construir la retórica multiculturalista de los grupos económicos y del Estado,
denunciando a estos últimos como partes interesadas en los conflictos por la
tierra. El reconocimiento de una historia silenciada de relaciones asimétricas, el
cuestionamiento de un sistema jurídico que los ha relegado como pueblo, las
denuncias a una desigual distribución económica y la redefinición de “cultura”
en términos materiales y políticos forman parte de las discusiones que los indí-
genas incluyen en sus definiciones de diversidad. Las empresas y el gobierno no
aceptan estas redefiniciones y defienden otro piso conversacional: la prioridad
de la propiedad privada y un uso más folklórico de la “diversidad cultural”,
aquel que puede inscribirse en las salas de un museo.
Como toda síntesis de un proceso, este trabajo implica un recorte. A partir
de las prácticas sociales –discursivas y no discursivas– que se encuentran rela-
cionadas con los “casos” seleccionados, hemos puesto nuestros énfasis y cons-
truido nuestras generalizaciones. Además, la historia sigue su curso; en el úl-
timo año varios fueron los sucesos que ameritan una nueva reflexión sobre la
construcción de aboriginalidad en la provincia de Chubut, pero por respeto a
sus protagonistas consideramos que todavía es más prudente callar y esperar
que los procesos señalen, con el tiempo, las nuevas tendencias. Hasta aquí, nos
hemos limitado a pensar el espacio social hegemónico de la provincia a la luz de
los cuestionamientos mapuches y tehuelches.
Fuentes utilizadas
Oficiales:
AA.VV. 1994. Trelew. Cultura e Identidad, Municipalidad de Trelew, Dirección de
Cultura.
AA.VV. 1996. Chubut, Turismo, Hábitat y Cultura, Facultad de Ciencias Económicas,
Universidad Nacional de la Patagonia.
107
Ana Ramos y Walter Delrio
Mapuche-tehuelche
OCMT, 14-09-02. Benetton acusa a mapuche de usurpación. Comunicado público.
Comunidad mapuche-tehuelche Vuelta del Río, 11-11-02. Comunicado del Lof
Vuelta del Río.
Comunidad mapuche-tehuelche Vuelta del Río, 13-11-02. Ola de desalojos. Peligro
en territorio mapuche”, comunidad mapuche-tehuelche Vuelta de Río. Comuni-
cado de prensa.
OCMT, 07-02-03. No al saqueo de nuestro Territorio. Folleto repartido por las comu-
nidades mapuche en el corte de ruta, febrero 2003.
OCMT, 14-2-03. Reafirmamos la lucha por nuestros derechos ancestrales y contra la
usurpación del Wallmapu”. Comunicado de prensa.
OCMT, 28-02-03. Benetton: la corporación de la Impostura, los colores de la simula-
ción. Comunicado de prensa.
OCMT, 18-3-03. Aumenta la solidaridad contra el desalojo en Vuelta del Río. Comu-
nicado de prensa.
OCMT, 23-03-03. Entrevista realizada por H. Scandizzo a un miembro de la OCMT,
Revista Caldenia, La Pampa.
OCMT, 5-7-03. Frenemos la mano de los verdugos. Comunicado de prensa.
OCMT, 6-10-03. Chubut: la injusticia es ley”. Comunicado de prensa.
Scandizzo, Hernán 2002. La ambición Benetton, la resistencia mapuche, en Periódico
Vasco Egunkaria (10-11-02).
Comunidad Pillan Mahuiza, 2003a. Conferencia realizada por miembros de la comu-
nidad en la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (14-04-03).
Comunidad Pillan Mahuiza, 2003b. Discurso pronunciado en la marcha del 24 de
abril del 2003, Ciudad de Buenos Aires. “No al Remate de la Patagonia y en De-
fensa de los Pueblos Originarios en Lucha”. Organizadores: comunidad Pillan
Mahuiza y Asamblea de Vecinos por el No a la Mina (Esquel).
108
Capítulo 4:
109
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
110
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
111
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
con carpetas polvorientas sacó un libro negro: “Acá está todo, todo lo que nece-
sites de la historia de la provincia, es específica de Río Negro”, detalló. Se tra-
taba de “Historia de Río Negro”, un volumen de varios autores coordinado por
Héctor Daniel Rey y Luis Vidal, editado en 1974 (AA.VV., 1974), que consti-
tuye la única publicación oficial del gobierno de la provincia y se utiliza, hoy en
6
día, como texto escolar.
Luego de agotar la ayuda de la encargada del área de cultura nos dirigimos a
la sección de turismo localizada en la sala contigua. Esta sala, la más grande y
luminosa, denotaba un mayor cuidado que la sección anterior. En todos los
rincones proliferaban folletos que miramos mientras esperábamos ser aten-
didas. Éstos promocionaban “Cabañas en la Cordillera”, “Turismo aventura”,
“Toda la nieve” y una “Estancia patagónica” que nos llamó la atención porque
7
el folleto utilizaba como logotipo un kulxug mapuche con la iconografía tradi-
cional, a la vez que proponía pasar días de campo en una de las estancias más
antiguas de la Patagonia. Cuando la empleada de turismo –prolijamente ves-
tida con una camisa y pañuelo al cuello– nos atendió y escuchó nuestras in-
quietudes comenzó a contarnos sobre las dos áreas fundamentales para el tu-
rismo: la Zona Cordillerana y la Costa:
“Lo que vive del turismo es la zona de cordillera: tenés Bariloche, Bolsón es una
área hermosa. Todos buscan ir por la belleza de los paisajes. Tenés muchas ex-
cursiones para hacer en la ciudad, pero lo más impresionante son los parques na-
6 La provincia ha apoyado, con posterioridad, publicaciones de autores que escriben en este libro.
7 Se trata de un instrumento de percusión que tiene una gran importancia ceremonial para los
mapuche.
112
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
cionales. Acá a todo el que viene se le dice que recorra los parques… –nos dijo
con entusiasmo mientras sacaba un folleto con información sobre los parques.”
“En Bariloche y Bolsón todo lo que se desarrolla en lo productivo tiene que ver
con el turismo. En Bariloche tenés muchos pequeños emprendimientos, fa-
bricas de chocolate, de dulces, trucha ahumada, alimentos artesanales, velas,
jabones y otras cosas que se llevan los turistas.”
“Están todos en la Línea Sur, crían ovejas… pero hay mezcla con los criollos.
Todos viven parecido en el campo. Los pueblos son muy precarios… eso no está
para el turismo, no hay infraestructura. La gente pregunta si se puede ir a una
comunidad, pero por ahora no hay nada. Habría que prepararlo.”
113
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
La Zona Andina, por otro lado, incluye únicamente la descripción de las be-
llezas naturales de San Carlos de Bariloche y una breve nota acerca del surgi-
miento del turismo atribuido al ingenio de los empresarios barilochenses ante
la reducción del intercambio con Chile en 1920. En el acápite dedicado a El
Bolsón, también se resalta la diversidad de la composición poblacional:
8 El informe describe marginalmente también dos zonas en el norte y en el noreste, pero se tra-
ta de regiones que no son contempladas en ninguno de los otros materiales de la misma casa.
114
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
Tal como hemos mencionado más arriba, a lo largo del texto prima una mi-
rada que pone énfasis en la descripción de los recursos naturales de acuerdo a su
valor económico. Mientras que en la Costa Atlántica los aspectos culturales o
demográficos son considerados como recursos secundarios de la industria del
turismo, éstos no son contemplados como tales para la Línea Sur, aunque sí lo
son los salmónidos que abundan en sus cursos de agua y los pejerreyes introdu-
cidos, así como “los troncos petrificados, vestigios arqueológicos e inesperadas
y enigmáticas pinturas rupestres” que despiertan la “curiosidad” y poseen “in-
terés científico”. Inesperados y enigmáticos vestigios que en nada parecen rela-
cionarse con su población actual, es decir, con el 13% de la población total de
la provincia que el documento describe como población “con claro predo-
minio indígena” que se dedica a la cría de ovinos [A.I.G.C.R.N., op. cit.:7]. Tan
baja densidad demográfica se explica por el hecho de tratarse de una meseta de
una altura media de 200 a 300 mts. de clima muy árido, con vientos fuertes y
persistentes, heladas durante casi todo el año, poca agua, suelos que sufren la
erosión eólica e hídrica y con vegetación herbácea o arbustiva [A.I.G.C.R.N., op.
cit.:7].
Si bien la información acerca de la distribución de la población está salpi-
cada a lo largo de todo el texto, cuenta, además, con un apartado propio titu-
lado “Conformación étnica”. A partir de una mirada organicista, la diversidad
–que el texto presenta con los términos “razas y nacionalidades”– parece inte-
grarse, sin conflicto, en una cartografía diversa en cuanto al valor productivo
de sus recursos naturales. Veamos la cita completa:
115
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
116
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
base mínima, todos conviven en una “armonía” garantizada por la estricta se-
paración en zonas.
A grandes rasgos, el discurso hegemónico presente en los materiales de la
casa de la provincia de Río Negro sostiene, por un lado, que las zonas en las que
se divide la provincia son producto de condicionamientos naturales y, por el
otro, que esta diversidad interna imprime características específicas a la diná-
mica de las relaciones sociales, políticas y económicas, al mismo tiempo que
obstaculiza las posibilidades de integración regional (Núñez, 2003). Esta hipó-
tesis ha sido aceptada por diversos actores sociales, entre los que se encuentran
la prensa, los políticos y las diferentes organizaciones civiles. Se trata de una ex-
plicación que se puede hallar también en la producción de los historiadores,
antropólogos y otros científicos sociales que abordan problemáticas relacio-
10
nadas con la provincia. A este planteo se suma la adjudicación de subjetivi-
dades diferentes a cada una de las zonas circunscribiendo la presencia indígena
a la denominada “Línea Sur” y articulando la marcación étnica con la inserción
económica como “pequeño productor” de ganado lanar.
10 Esta hipótesis se repite tanto en los análisis de los investigadores como en el sentido común
de políticos y activistas mapuche. En su libro de divulgación histórica para escuelas, Nico-
lletti y Navarro Floria (2001) señalan que los intentos de unificar y conectar estas diversas
zonas fueron siempre de la mano de emprendimientos estatales; y a la vez destacan que esta
provincia, tan disgregada, es fruto de la manera en que se pensó y se organizó la administra-
ción de los Territorios Nacionales después de la conquista militar. Según los mismos auto-
res, los intentos de “homogeneización” provincial se advierten en la política educativa (área
que el Estado se disputó tempranamente con los salesianos), en la creación de vías de comu-
nicación y medios de transporte, en la evangelización temprana y en la política de tierras que
favoreció el latifundio y preservó grandes extensiones con la categoría de “tierra fiscal”.
117
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
118
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
otros) en la década del 1960, siendo uno de sus exponentes actuales el mismo
11
Rodolfo Casamiquela.
Por su parte, Lazzari y Lenton (2000) señalan que la construcción de los
araucanos como esencialmente “chilenos” se contradice con el criterio de “ius
solis” que propone la Constitución de 1853 para establecer la nacionalidad. La
condición alóctona inmodificable los construye en términos étnicos como alte-
ridad indígena externa y no forman parte del proceso de construcción de abori-
ginalidad preexistente a la nación argentina y, por lo tanto, opera aún hoy
como un poderoso argumento para deslegitimar los reclamos de las organiza-
ciones mapuche (Briones, 1999).
En el párrafo que citamos anteriormente, Casamiquela establece una conti-
nuidad entre los linajes locales (“amigos” que defendieron Patagones del ataque
de los “indios chilenos”) y los tehuelche originalmente argentinos. Según esta
explicación, la difusión de la cultura araucana llega a la provincia en el siglo
XVII proveniente de Chile y de Neuquén. El cuadro de la construcción del te-
rritorio nacional como preexistente al Estado mismo se completa aquí con la
proyección de las fronteras interprovinciales dos siglos antes de la conquista
efectiva de los territorios y dos siglos y medio antes de su constitución como
provincias. Neuquén y Río Negro constituyen, en esta concepción, dos espa-
cios diferenciados que recibieron la difusión araucanizante en etapas, siendo
Neuquén un territorio aculturado antes y, por lo tanto, más profundamente.
A pesar de que esta construcción presenta una provincia poblada en el siglo
XVII no sólo por los tehuelches (los “originales”) sino por algunos araucanos
(los “recién llegados”), la campaña al desierto parece constituir un período de
vaciamiento poblacional y, por lo tanto, esa población anterior es presentada
de un modo desvinculado respecto de la población actual de la provincia. El
autor dice que después de 1885 se produjo un desbande hacia Chubut de las
“auténticas” tribus tehuelches cuyos “restos” se radicaron en diferentes lugares
de la Patagonia. Según esta teoría, en el territorio de Río Negro quedaron sola-
mente algunas familias dispersas en Valcheta, Viedma y Conesa:
11 Lazzari y Lenton (2000) analizan las connotaciones políticas de esta noción y deconstruyen
las concepciones de cultura y sociedad que la sustentan, exponiendo el carácter difusionista y
escencialista de la argumentación y su imbricación con los fundamentos que dan basamento
a la construcción de la naturaleza de lo nacional. “En síntesis, los enunciados referentes a las
entidades participantes de la ‘araucanización’ predican unidad, autenticidad y originalidad
étnicas, semejantes a la unidad, autenticidad y originalidad nacionales que se construyen en
filigrana en los colectivos de identificación y en el de las modalizaciones. Esta mímesis se re-
vela necesaria para desarrollar este discurso que supone la transformación superadora y la
conservación, a la vez, de las particularidades de cada patrimonio cultural [op.cit.: 132].”
119
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
“De una manera o de otra, los pobladores del ámbito rural de Río Negro, de
origen predominantemente aborigen en la primera capa del poblamiento, o sus-
trato, estaban todos identificados por un rasgo cultural fundamental: el de ser
poseedores de una economía de pastores nómadas o seminómadas […] Con estos
antecedentes el antropólogo, por lo menos, no esperaría que los cultivadores bro-
taran por generación espontánea en el interior mesetario de la provincia… Ellos
habrían de aparecer después en las porciones superior y media del río Negro, o en
El Bolsón, y naturalmente fueron europeos en mayor medida. No sucedió lo
mismo en el valle inferior, en donde el predomino de la mentalidad ganadera se
mantuvo hasta prácticamente nuestros días. Es explicable, claro […] en Bari-
loche, en fin, el poblamiento moderno habría de hacerse a expensas de pioneros
venidos de fuera, argentinos o europeos, y ellos -a falta de un verdadero sustrato
indígena, deshecho allí- fueron directamente los ganaderos, en general grandes
ganaderos. Después, razones ecológicas trajeron a los suizos, a los alemanes pro-
cedentes de similares climas, beneficiarios de otras culturas. Así se explica, a
rasgos muy grandes, el mosaico racial y cultural que presenta nuestra singular
Provincia de Río Negro” [AA.VV., op. cit.:46-47].
120
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
“¿Por qué una Ley para los paisanos? Los españoles, al llegar a estas tierras,
traían consigo un sistema de vida diferente al que se practicaba aquí, pero sin
tomar en cuenta nada crea un sistema de documentación que daba la pro-
piedad de las tierras a quienes ellos elegían, que jamás fueron sus verdaderos
dueños: los paisanos. Aún hoy se sigue desplazando al paisano de su tierra, de
sus derechos. Aún mucha gente sigue pensando que el único destino de un pai-
sano es ser peón rural y el de su mujer, empleada doméstica. Es por todo esto
que la Ley del indígena se hace absolutamente necesaria para comenzar a solu-
12 El escenario social construido por el discurso hegemónico en la subregión Alto Valle está ca-
racterizado por el protagonismo de la figura del “chacarero” y la presencia claramente subal-
terna del “paisano” o “peón”. En su etnografía de los chacareros, Ferreyra (2002) señala que
la marcación étnica de los paisanos como “indios” ocurre cuando se les atribuye conductas
negativas en el trabajo de la chacra y que las diferencias entre chacareros y paisanos son expli-
cadas por los chacareros en términos de diferencia cultural. Por otra parte, la presencia chile-
na en la región es omitida por los discursos oficiales. La autoadscripción en términos nacio-
nales por parte de estos migrantes y sus hijos emerge como resultado de una disputa con
prácticas y discursos fuertemente discriminatorios y su legitimidad se construye a partir de la
inserción económica como trabajador frutícola (Trpin 2004) apelando, de este modo, a un
argumento claramente “rionegrino” según la matriz que estamos analizando. El protagonis-
mo del chacarero es producido también por las representaciones generadas por los museos
de la región, cuyo relato épico nombra a los primeros chacareros emigrados de Europa con la
categoría sufrida y gloriosa de “pionero”. Esta misma categoría es utilizada en otras subre-
giones para colocar en el centro de la escena a otros actores siempre llegados de allende los
mares. Los indígenas en los museos del Alto Valle se colocan en un estadio primario anterior
a la llegada de los “pioneros”, enfatizando la idea de extinción y asimilación. En el museo de
Gral. Roca llama la atención que la figura de Aimé Painé, una referente mapuche que vivió a
mediados del siglo XX, aparezca en la sala de “Primeros Pobladores” (Kropff N.d.).
121
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
cionar algunas de las injusticias que nuestros antepasados pusieron sobre los
hombros del paisano.” [Gente de la tierra, 1990:2].
122
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
Humanos y denunciando los abusos del régimen. A partir del retorno demo-
crático el obispado comienza a desarrollar actividades en las áreas rurales, y allí
es donde comienza el período que analizaremos.15
A mediados de los 80, en la coyuntura política del comienzo del gobierno
democrático después de la dictadura, cobra un lugar central en la arena pública
la cuestión de la defensa de los derechos humanos en general y de las minorías
marginales en particular, dentro de las que se incluye a los indígenas. La gran
nevada de 1984 generó la mortandad de muchos animales en las áreas rurales
de la provincia y puso en evidencia las condiciones precarias en las que vivía la
gente, originando acciones organizativas tanto en el campo como en la ciudad
(Kropff, 2001). En este contexto, el obispado de Viedma lanza un plan de
ayuda a los pequeños productores de la Línea Sur basado en la recuperación del
ganado perdido durante la nevada. Al mismo tiempo, hace efectivo un pro-
yecto surgido de un funcionario del gobierno, que consiste en crear un plan de
16
promotores sociales que brindaría apoyo técnico a los productores.
El Plan –para el que luego el Obispo Hesayne obtiene financiamiento inter-
nacional de la organización católica alemana Misereor– recluta voluntades,
apoyo y personal en una convocatoria amplia. No sólo los curas párrocos de las
diversas localidades de la Línea Sur se hacen cargo del proyecto y del Centro
para el Desarrollo de Comunidades (CEDEC), organización ligada a la Iglesia
que llevaba a cabo una tarea de promoción en la región desde el año 1975. La
propuesta del Plan tiene la capacidad de incorporar al recientemente creado
17
Centro Mapuche Bariloche (Gutiérrez, 2001:293).
15 Los 80 y 90 están marcados por las protestas de los empleados estatales, sobre todo por los
sectores involucrados en la educación y la salud. La privatización de los ferrocarriles deja a
los productores de la Línea Sur con menos posibilidades de transportar la producción lanera.
Por ende, la aplicación de políticas neoliberales caracteriza el período cuando surgió más
fuertemente la organización indígena en la provincia (Navarro Floria y Nicolletti 2001).
16 Según un ex consejero del CODECI proveniente del CAI, esta decisión del obispado impide la
entrada de ENDEPA en la provincia.
17 En su análisis del surgimiento del CAI, Fuentes (1999) otorga un papel protagónico al Parti-
do Intransigente que, a principios de los 80, estaba estrechamente vinculado al movimiento
de defensa de los Derechos Humanos en Bariloche. Según esta perspectiva, que surge de una
investigación de historia oral que retoma testimonios de activistas del Centro Mapuche Ba-
riloche (CMB), el CMB habría surgido de la apertura política del PI y “El CAI surgió como ini-
ciativa de algunos integrantes del Centro Mapuche que consideraban prioritario profundi-
zar el rumbo de toda organización popular en dirección a las luchas sociales más ambiciosas
y, además, pretendía la formación de un cuerpo de delegados rurales (op. cit.: 25).” Lo que
estas diferentes interpretaciones permiten entrever es que se trató de una organización que,
efectivamente, logró nuclear con alto grado de protagonismo a diferentes sectores que hoy
narran la historia reclamando agencia sobre su creación.
123
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
18 Por pequeños productores para esta zona se entiende a los que poseen menos de 1000 cabe-
zas de ganado.
19 “Capítulo III. De la propiedad de la tierra. Artículo 11: Dispónese la adjudicación en pro-
piedad de la tierra cuya actual posesión detentan los pobladores y/o comunidades indígenas
existentes en la Provincia.”
124
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
125
Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
indígenas con o sin título de propiedad. Por otro lado, establece también una
distinción entre población de reservas indígenas y “ocupantes históricos” de
tierras fiscales, haciendo referencia indirectamente a las diferentes formas en
que la población indígena fue radicada luego de la conquista militar del terri-
torio.
El proyecto de Barbeito y Giménez, en cambio, supone criterios de raciona-
lidad vinculados al desarrollo económico “eficiente” amparados en la retórica
23
ambientalista. 9 Para conseguir resolver los problemas derivados del “uso irra-
cional del recurso” es necesario, según estos legisladores, realizar la mensura,
catastro y relevamiento de las tierras, así como la resolución del problema de la
24
propiedad. 0 En este proyecto, el estado provincial aparece como perjudicado
por la situación actual que le impide cobrar los impuestos correspondientes a
las tierras. Los pobladores, “actuales y legítimos ocupantes”, también se pre-
sentan como perjudicados por el hecho de que su status de tenencia les impide
25
acceder a créditos y avances tecnológicos. 1 En la fundamentación ni siquiera
se menciona a los indígenas, que sólo aparecen en el artículo 7 y no en calidad
de pueblo o comunidad sino como “ocupaciones indígenas”. De esta manera,
se niega discursivamente toda agencia por parte de los mapuches como sujetos
activos y organizados. La cuestión indígena se presenta como un problema to-
talmente marginal en el plan de regularización. La cita textual dice: “En caso de
titularizar ocupaciones indígenas estos [sic] se considerarán con el Consejo
Asesor Indígena”.
El proyecto de Barbeito y Giménez es el único que avanza proponiendo un
Plan Piloto a ser aplicado en la “región andina”, determinada en la Ley Forestal
Provincial como “Zona Forestal Andina”. Este Plan Piloto está fundamentado
en un informe que incluye, además de un mapa, costos de titularización según
el área, recaudación actual y potencial para el estado provincial, y una pro-
puesta de distribución de ingresos en diferentes instancias de administración
estatal. Teniendo en cuenta la trayectoria radical en la provincia y la composi-
ción de la legislatura (24 de los 42 legisladores son de la Alianza Concertación
Para El Desarrollo-UCR), es bastante probable que sea éste el proyecto que fi-
23 Es así que encontramos términos como “potencialidad agroforestal” y “agroindustrial”, “ex-
plotación racional”, “estabilidad socioeconómica”, “uso sostenido y sustentable” y “mante-
nimiento del recurso” para las “futuras generaciones”.
24 Dice textualmente: “[…] el fundamento vicioso de la baja rentabilidad sólo podrá romperse
en la medida en que se legitime la tenencia-propiedad de unidades de explotación racionales
y viables, con adopción de tecnologías apropiadas”.
25 De hecho, se propone subsidiar por parte del Estado a la población que acredite 15 años de
antigüedad y pobreza “justificada”.
126
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
26
nalmente sea aprobado. Sin embargo, no deja de llamar la atención que esa
decisión política aún no haya sido tomada. Independientemente del proyecto
legislativo que se apruebe, a los efectos de reconstruir el discurso hegemónico
provincial sobre la cuestión indígena, nos interesa compararlos destacando tres
puntos de contraste: la forma en que es representado el rol del estado provin-
cial, la forma en que es construida la alteridad indígena y los interlocutores que
se consideran representativos de los indígenas.
Mientras que en el proyecto de Barbeito y Giménez el estado provincial apa-
rece como perjudicado por la situación, en el de Bolonci aparece como respon-
sable en cierta medida. Hay que entender el planteo del legislador justicialista
en el contexto de una provincia históricamente radical para sopesar los efectos
de este discurso en términos de política legislativa efectiva. Por un lado, Bo-
lonci critica las acciones de otorgamiento de permisos precarios de la Dirección
de Tierras por considerarlas “viciadas de nulidad e inconstitucionalidad” y, por
otro, rescata el acuerdo que el Ejecutivo Provincial habría hecho con el Banco
Mundial para contar con recursos para el proceso de regularización de tierras.
En cuanto a la construcción discursiva de alteridad, mientras que la Ley
2287 utiliza principalmente la categoría “indígena” (aunque incluye también
27
la categoría de “indio mapuche” y hasta la de “pueblo mapuche” 3) para de-
finir a sus referentes, los proyectos de Muñoz y Bolonci incorporan otras cate-
gorías, como “aborígenes” y “mapuche” (“comunidad”, “pueblo”, “ocupa-
ciones”) sin eliminar la anterior. De esta manera constituyen discursos ricos en
referencias intertextuales que ponen en evidencia el dinámico proceso y el
denso entramado de relaciones sociales y representaciones que les dio origen.
En este sentido, se destacan las referencias a los debates jurídicos y políticos
sobre la cuestión indígena a nivel nacional e internacional además del provin-
cial. En los otros dos proyectos el problema de la tierra se presenta aislado de la
compleja textura sociológica que se cita en los anteriores. En estos últimos, las
referencias a eventuales “ocupantes” son marginales y, en este sentido, vemos
actualizado el discurso hegemónico provincial que coloca en primer plano los
condicionamientos naturales y subordina el poblamiento a esas condiciones,
negando toda agencia a los procesos sociales y políticos. Los pobladores serían,
como podría decir Casamiquela, recién llegados a la discusión.
26 Un dato que suma a favor de a esta hipótesis es que el legislador Barbeito es, hoy en día, mi-
nistro del ejecutivo provincial.
27 Capítulo I, Artículo 2: “[…] Se considera ‘indio mapuche’, a todo aquel individuo que, in-
dependientemente de su lugar de residencia habitual se defina como tal, y sea reconocido
por la familia, asentamiento o comunidad a la que pertenezca en virtud de los mecanismos
que el pueblo mapuche instrumente para su reconocimiento.”
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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
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30 Y continúa: “Basta con leer en el último mes las declaraciones públicas de la Secretaria de Mi-
nería (Wagner) cuando acompaña a una empresa alemana interesada en la explotación petrolí-
fera en su recorrida por la meseta de Somoncura, área que fue solicitada por esta empresa.”
31 En este terreno, denuncia al estado provincial y a las ONG´s como generadores de proyectos
económicos que permiten la cooptación de organizaciones y dirigentes, con lo cual se neu-
traliza toda oposición y resistencia. Como fundamento de su posición, el comunicado de
prensa señala la concordancia del decreto de regularización de Tierras de 2001, impulsado
por el gobernador Verani, con los proyectos legislativos referidos, las declaraciones de repre-
sentantes de la Secretaría de Minería, el Proyecto Patagonia XXI y el Proyecto Provincias II.
32 Este planteo se concreta en estrategias políticas que pasan por la articulación con organiza-
ciones campesinas de Argentina y latinoamérica (Valverde 2001).
130
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
33 Como por ejemplo cuando se afirma “El Wallmapu no se vende, se defiende!! MARICI WEU!!
(diez veces estamos vivos, diez veces venceremos)” [CAI 13-7-01].
34 “Desde la Comunidad Kom Kiñe Mu y el CAI estamos decididos a seguir siendo lo que so-
mos y eso significa no entregar nuestro Wall Mapu. Los Mapuche contamos con nuestro ne-
wen (fuerza), que es la Organización y la lucha. Nuestro Rakizuam (pensamiento) y nues-
tras decisiones en los Traum (asambleas), nos unen en ese camino que, desde hace tiempo,
construimos junto a tantos otros explotados y marginados de este sistema que nos imponen
(CAI Zona Andina 29/7/00).”
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Lorena Cañuqueo, Laura Kropff, Mariela Rodríguez y Ana Vivaldi
Palabras finales
En este capítulo presentamos diferentes discursos que disputan la representa-
ción de lo indígena en la provincia de Río Negro. Por un lado, presentamos
los documentos oficiales de la casa de la provincia y la voz de algunos intelec-
tuales. Por otro lado, introdujimos el debate legislativo sobre el problema de
la propiedad de la tierra y, por último, presentamos documentos firmados
por tres instancias organizativas mapuche: el CODECI, la Coordinadora y el
CAI. Para cerrar este análisis, retomaremos tres ejes que atraviesan estos dis-
cursos: la zonificación, la definición de la población indígena a partir del eje
económico y su circunscripción geográfica al ámbito rural de la Línea Sur.
Luego dejaremos planteadas dos discusiones que nos parecen significativas:
la cuestión de las categorías que construyen aboriginalidad y el problema de
la representatividad.
El principio determinista del aislamiento geográfico se puede observar en
los documentos oficiales y la producción de los intelectuales a partir de la es-
tricta distribución de la población en zonas. Este aislamiento se fundamenta a
partir de las características naturales que, combinadas con las características
culturales intrínsecas de las corrientes migratorias que se asientan en cada zona,
acaban produciendo sistemas económicos diferentes. Estos documentos no re-
conocen grupos humanos preexistentes que tengan continuidad en el presente,
ya que la conquista militar parece haber tenido un efecto “desertificador”.
Luego llegaron diversas corrientes migratorias que se pueden clasificar entre
extranjeros deseables y extranjeros indeseables. Entre los deseables, se encuen-
tran las corrientes europeas que se caracterizan por su potencial de trabajo.
Entre los indeseables se encuentran los chilenos que quedan circunscriptos al
área cordillerana. También los indígenas acaban siendo, en el relato, extran-
jeros indeseables debido a la atribución de chilenidad (mediada por neuqui-
nidad en algunos casos). Los “verdaderos indios argentinos” fueron despla-
zados por los “indios chilenos”, haciendo que la provincia se “extranjerice”
completamente.
Aunque la Ley 2287 y los proyectos legislativos refieren a “tierras fiscales”
sin circunscribirlas a subregiones, en el proyecto de Barbeito y Giménez el
mapa del plan piloto corresponde a la “Zona Andina” y en el de Bolonci se
menciona únicamente parajes y entidades de administración de la “Región
Sur”. En cuanto a las organizaciones, la zonificación se ve reproducida en di-
ferentes momentos de la historia política del CAI con sus diferentes “zonas”:
Atlántica, Línea Sur, Andina y Valle. También la Coordinadora funciona en
132
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
el presente con mesas que representan esas mismas zonas, a pesar de que haya
tenido, en su conformación, un énfasis de tipo sociológico al estructurarse en
base a representantes de centros mapuche urbanos, de comunidades y del
CAI.
En el eje económico, los indígenas son definidos en los documentos ofi-
ciales por su influencia negativa sobre el ser nacional-provincial y, por opo-
sición a los inmigrantes, como gente que carece de “cultura” y conoci-
mientos generales para aplicar las tecnologías que los inmigrantes sí
supieron aplicar. De esta manera se demuestra que son agentes de su propia
marginación así como lo fueron de su reclusión en reserva. La presencia de
los extranjeros deseables en las zonas más productivas, como el valle y la
cordillera, y la circunscripción de los indígenas a las tierras más pobres y
marginadas, aparece solamente enunciada y nunca cuestionada o explicada
en esos materiales. Los burócratas no problematizan que en la zona sur sea
“todo oveja… todo polvareda” ni relacionan esto con la política nacional de
reemplazar a los “indígenas bárbaros” por “inmigrantes trabajadores”. En
esta operación, los indígenas son homogeneizados y “blanqueados”
(Briones, 1998a) en una amalgama que liga mestizaje y marginalidad
(“todos viven parecido”) mientras que los europeos son caracterizados a
partir de la diversidad.
La inquietud de la Casa de la Provincia de Río Negro en Buenos Aires se
concentra, aparentemente, en el turismo. Ninguna de las otras “secciones”
se encontraba tan ordenada y prolija ni contaba con materiales actuali-
zados. La provincia se presenta como un producto turístico que coloca a los
indígenas en el patio trasero; en el espacio oculto a los ojos de las visitas que
esperan su chocolate caliente junto a los esquíes. En los comentarios de la
encargada del área de turismo subyace la idea de que, dada las condiciones
actuales, los indígenas no tienen el nivel adecuado para ser exhibidos junto
a los paisajes, “chocolate, dulces, trucha ahumada, alimentos artesanales,
velas y jabones” que se llevan los viajeros como souvenir. No obstante, su-
giere que “habría que prepararlo” –es decir, producirlo como show de “ob-
jetos exóticos”– una exhibición en la que la iniciativa indígena parecería no
estar contemplada.
En el debate legislativo, la inclusión de la cuestión indígena dentro de la pro-
blemática del “pequeño productor” que “ocupa” tierras fiscales es clara. No
hay legislación provincial que tome como destinataria a la subjetividad indí-
gena que no esté vinculada al problema de la tierra. Río Negro, a diferencia de
Chubut y Neuquén, presenta un cuadro en el que dos organizaciones distintas
133
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35 En Neuquén, por ejemplo, la demanda mapuche incluye reivindicaciones diversas entre las
que se encuentran los problemas de tierras, pero también –fuertemente enfatizadas por el
discurso público de las organizaciones– demandas en el campo de la justicia y la educación.
36 No debemos dejar de tener en cuenta que, a lo largo de su historia, algunas organizaciones
intentaron estrategias que se despegaban de esta articulación. Entre ellas se destaca la partici-
pación del Centro Mapuche Bariloche (que ahora forma parte de la Coordinadora del Parla-
mento Mapuche de Río Negro) en la experiencia de la Tayiñ Kiñe Getuan (para volver a ser
uno), un intento político de coordinar organizaciones en base a su pertenencia mapuche que
reunió, entre 1992 y 1995, organizaciones de Neuquén y Río Negro (Briones, 1999).
37 Los grupos de jóvenes mapuche que surgieron a partir del año 2000 en Bariloche y Gral.
Roca no reproducen estructuras zonificadas en su funcionamiento. De hecho tampoco re-
producen una estructura provincializada, ya que tienen fluidos intercambios y proyectos en
común con organizaciones de Chubut, Neuquén e incluso Temuco. En cuanto a la ruraliza-
ción de la demanda, estos grupos no sólo plantean la legitimidad de la presencia mapuche
urbana, sino la situación urbana como un objeto específico de activismo. En este sentido re-
134
Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
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Fuentes utilizadas
AA.VV. 1974. Historia de Río Negro. REY, Héctor Daniel y VIDAL, Luis (comps.).
Viedma, Gobierno de Río Negro, Ministerio de Asuntos Sociales, Consejo Provin-
cial de Educación y Centro de Investigaciones Científicas.
CAÑUQUEO, Lorena. 2003. Inche mapuche ngen. Azkintuwe Periódico Mapuche, Kolek-
tivo periodístico Azkintuwe (eds.), Temuco, Octubre, 1:19-20.
Gente de la tierra
1990. Gente de la tierra. Órgano oficial de la comisión para el estudio del problema in-
dígena compuesta por cinco legisladores y Consejo Asesor Indígena, Legislatura de
Río Negro 1 (1), noviembre.
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Tierras, indios y zonas en la provincia de Río Negro
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Capítulo 5:
La “mística neuquina”.
Marcas y disputas de provincianía
y alteridad en una provincia joven
1
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“Durante setenta años, los neuquinos, extranjeros en la propia patria, sin de-
rechos cívicos, ni representantes en el Congreso, quedamos postergados en el
concierto nacional. La República está en deuda con nuestra Provincia, que la
ha suministrado por largos años y sigue haciéndolo, ahorro de divisas, por el
abastecimiento de petróleo, gas y materias primas exportables como lana,
cuero, frutas y minerales. No ha recibido, en cambio, ninguna de las obras
fundamentales para su desarrollo; solo la herencia de vivir pobres en una
tierra rica” (Diario de Sesiones, 1963, tomo I, p.2.).
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Diluido todo liderazgo y con más de 20.000 personas cortando las rutas de ac-
ceso a los pueblos de Cutral Co y Plaza Huincul, tuvo lugar lo que se denominó
luego la primera Pueblada. De esta manera, se terminó constituyendo un movi-
miento nuevo, con referentes surgidos en el mismo escenario del conflicto, ele-
gidos mediante asambleas populares que se organizaban in situ. En pocas horas,
todos los accesos a los pueblos de Cutral Co y Plaza Huincul habían sido inte-
rrumpidos; también se obstruyeron las “picadas” internas dentro de los
11
campos. Ambas ciudades permanecieron sitiadas por los propios habitantes del
lugar y durante una semana la gente permaneció en la ruta.
La primera decisión fue reorganizarse para poder “aguantar” la medida de
fuerza, ya que la primera reacción masiva y espontánea fue la de desconocer la
autoridad de los dirigentes partidarios (tanto la de los de la línea blanca, que
habían instigado la movilización, como la de los de la amarilla), de los líderes
sindicales, o de cualquier otro tipo de organización con algún grado de institu-
cionalidad. Nació así la figura de “los piqueteros”, en referencia a aquellos que se
apostaban en los diferentes puntos de intersección de caminos, detrás de los
neumáticos encendidos. José recuerda:
“el viernes por la noche el ex intendente (de Cutral Co) se puso frente a la pro-
testa… nos convocaron a todos los piqueteros a una asamblea en la Torre YPF
pero no nos dejaron hablar. Ellos tuvieron siempre el micrófono… entonces
nos fuimos de ahí. Nos dimos cuenta de que nos estaban usando. Fuimos a la
radio y convocamos a nuestra propia reunión en el otro extremo de la ciudad,
pero pedimos que los políticos se abstengan de venir… el pueblo ya no quería
saber nada de los políticos. Nos decían que nosotros (los piqueteros) éramos sus
representantes” (José, Cutral Co, noviembre 2001).
12
Por cada corte realizado, había un grupo de piqueteros que se hacía cargo de
sostenerlo; por cada piquete también había un representante que se desplazaba
11 Las picadas son caminos de tierra abiertos en plena meseta por las mismas empresas petrole-
ras, para circular entre los pozos y demás instalaciones propias de la explotación. Así, si por
cualquier motivo las rutas quedan inutilizadas, existen una cantidad de picadas que ocasio-
nalmente pueden funcionar como caminos alternativos.
12 Uso el masculino como genérico por una cuestión práctica, lo que no implica que este traba-
jo esté dando cuenta de un movimiento exclusivamente masculino. Muy por el contrario las
mujeres de Cutral Co tuvieron un papel muy importante en la protesta; una cantidad im-
portante de delegadas de los piquetes eran mujeres. Las mujeres de distintas clases sociales
discutieron en las asambleas, representaron a los diferentes piquetes en muchos casos, y fue
una mujer (Laura Padilla) la que firmó el primer acuerdo con el Gobernador. Este protago-
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La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven
“[…] además nosotros nos uníamos, teníamos coordinación con grupos so-
ciales interesantes, como siempre, como es Neuquén […] Es decir, había
nismo no las condujo a dejar de ocuparse de todos aquellos aspectos que, naturalizados
como propios de la condición femenina, tienen que ver con el cuidado y la protección de las
personas, como la alimentación, el abrigo, la salud, el cuidado de los niños y los rezos.
13 En 1970, durante la dictadura del Gral. Onganía, los obreros que trabajaban en las obras de
la represa del Chocón (localidad que dista 70 km de la ciudad de Neuquén) protagonizaron
una huelga en reclamo por sus derechos que se conoce como el choconazo. Para una referen-
cia detallada sobre este conflicto, puede consultarse Quintar (1998).
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14 Como la Coordinadora del Alto Valle de Río Negro y Neuquén, que nuclea a grupos de de-
socupados y de la fábrica tomada “Zanon”.
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La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven
15 F. Sapag, durante su primer gobierno (1963-1966) estructuró una serie de políticas sociales
tendientes a cubrir necesidades básicas de la población, poniendo en evidencia la ampliación
de las funciones del Estado. Los años 70 y 80 –tiempos de apogeo del desarrollismo– fueron
las épocas de esplendor económico de la provincia, debido al aumento de los ingresos del fis-
co por las regalías, producto de la intensificación de la producción del petróleo, del aumento
sostenido de la producción gasífera, y del funcionamiento a pleno de las centrales hidroeléc-
tricas. Esta situación económica permitió al Estado provincial realizar una fuerte y sostenida
151
Laura Mombello
Durante la Pueblada, Felipe Sapag se encontraba otra vez a cargo del go-
bierno y se esperaba de él (y no de sus ministros, ni de los dirigentes partidarios
o gremiales) que resolviera la situación. Si Sapag se construyó a sí mismo como
un caudillo, ahora la gente esperaba de él que se comportara como tal, y esto
implicaba, primero, ir a verlos a su lugar, escucharlos y tomar las decisiones ne-
16
cesarias para resolver los problemas. Se esperaba también que volviera a
asumir el papel de defensor de los intereses locales frente a la Nación, porque al
fin y al cabo lo que había sumido a la comarca petrolera en el estado actual de
depresión, pobreza y desocupación –desde la perspectiva local– había sido la
decisión tomada desde Buenos Aires de privatizar YPF.
En este contexto, la participación de los integrantes del MPN en el proceso
de privatización era invisible para los participantes de la Pueblada. En ese mo-
mento, se trataba de recomponer el vínculo con el líder y de reconstruir el bie-
nestar perdido. Estas eran las urgencias.
De hecho, la primera actitud de F. Sapag fue negarse a ir a Cutral Co.
Diego, un allegado a él, ex funcionario de su última gestión, relata que:
“en ese primer piquete el Gobernador pensaba que era un problema federal,
entonces que lo arregle Corach (el Ministro del Interior en ese momento), que
lo arregle Menem, los jueces federales” (Diego, Neuquén, noviembre 2002).
Desde la lógica del poder provincial, YPF había sido una empresa nacional
que desde el Estado central se había decidido desarticular mediante su venta a
“extranjeros”. Reflexiona años más tarde F. Sapag:
“¿Qué podíamos hacer nosotros? Salvo levantar nuestra voz ante la Nación se-
ñalando los efectos nocivos de sus decisiones, y esto lo veníamos haciendo desde
que se empezó a hablar de la privatización de YPF sin ningún resultado. Otra
cosa no podíamos hacer” (F. Sapag, reportaje televisivo, Neuquén 1999).
152
La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven
Pero durante la Pueblada, los manifestantes insistían, desde una lógica dife-
rente, en reclamar la presencia de F. Sapag. En la expresión “que venga Don Fe-
lipe” quedaron encerradas una serie de complejidades. Concretamente esta ex-
presión condensó sentimientos y sentidos encontrados en relación a los
vínculos que los pobladores habían establecido históricamente con la política,
la dirigencia y el partido gobernante en Neuquén.
Sin embargo, esto no implicaba necesariamente un reconocimiento de la re-
presentatividad del gobernador. Es que el hecho de que para lograr una acción
organizada sea necesario compartir ciertos significantes no conlleva necesaria-
mente a una aceptación o adhesión incondicional a los supuestos significados
implícitos. De hecho, el dirigente estaba fuertemente cuestionando; existía
entre los presentes un alto nivel de descontento con su líder y al mismo tiempo
la relación directa con él aparecía como la manera “posible” de reconstituir la
relación con el poder. En todo caso, el vínculo clientelar fue el repertorio a
partir del cual se logró canalizar y reactivar el proceso de negociación de signifi-
cados y recursos entre partes con intereses encontrados.
En esta Pueblada, los modos históricos de relacionarse con la dirigencia ecle-
sial también formaron parte del repertorio con el que contaban los cutral-
quenses, teniendo un grado importante de impacto en el devenir de los aconte-
cimientos (Properzi, 2003). A través del Obispo de Neuquén, el Gobernador
recibió un papel firmado por el pueblo de Cutral Co en el que se le solicitaba su
intervención en el conflicto. En este documento se expresaba lo siguiente:
Ese domingo la misa fue celebrada por el mismo Obispo en el piquete cen-
tral. La mediación del Obispo es la consecuencia de la activación de los reper-
153
Laura Mombello
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La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven
“iría sólo si levantaban los cortes de rutas, que se estaba cometiendo un delito y
pidió a los habitantes que no se dejen llevar por la agitación de un grupo de 5 o
6 dirigentes del MPN, que guardaban resentimiento por haber perdido las elec-
ciones internas” (Diario La Mañana del Sur 24/6/96).
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“los pedidos eran de lo más insólitos, desde fondo para el desarrollo, porque
ellos habían hecho el petróleo y ahora no había nada, y el desarrollo del Man-
grullo… un hospital de alta complejidad… un ex ordenanza de Hidronor que
era líder de un piquete, creo el punto 16 o 17, planteó que cuando trabajaba
en Hidronor en la parte de proyecto estaba desarrollando Chihuidos I y II, y
Chihuidos II podía servir para hacer un embalse aparte de dar energía, traer
riego a Cutral Co. Cualquier cosa que se propusiera (desde las demandas de los
piqueteros) era proyecto de gobierno, se pide la reconexión de gas, de la luz y
subsidios… conceden cuestiones globales y cuestiones públicas, se accede a todos
los puntos y se logra destrabar el conflicto, no por negociación sino por sesión
total” (Julio, Neuquén, febrero 2003).
Con una fuerte decisión de atender todas las demandas, el veterano gober-
nador que históricamente rigió Neuquén con la premisa “primero están los neu-
quinos” pareció considerar que el gobierno Nacional debía contribuir a la repa-
ración histórica del pueblo de Cutral Co y Plaza Huincul. Asumiéndose una
vez más como el intermediario entre el pueblo y el Estado Nacional, se puso al
frente de los reclamos de la comarca petrolera.
Ante la situación de euforia y los aires de triunfo que se respiraban en la ruta
del desierto, los grupos de apoyo y de solidaridad (dirigentes de la multisecto-
rial) emprendieron la vuelta a la ciudad de Neuquén, reflexionando acerca de
los efectos devastadores del clientelismo. Por su parte, la facción opositora del
MPN se sintió traicionada por los piqueteros, ya que les bastó que el Gober-
nador los escuchara, firmara un petitorio y repartiera algunos beneficios para
156
La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven
irse a sus casas conformes, sin pedir la destitución del mismo. Los distintos ac-
tores que se encontraban ocupando el lugar de opositores interpretaron que
esta actitud de los cutralquenses significaba apoyo y/o adhesión a F. Sapag y la
línea interna del MPN que lideraba, no advirtiendo la complejidad semiótica
comprendida en la expresión “que venga Don Felipe”. Esta era una consigna
que “encerraba más un modo de intervención reconocible que la identificación
de algún grupo particular” (Farge y Revel, 1998:62).
La línea del MPN oficialista y en el poder entendía que “esta pobre gente”
había sido manipulada por la facción opositora que además había avalado el
proceso de privatización. Desde su perspectiva, a esto se sumaban los “oportu-
nistas” (conformadores de la multisectorial), que trataban de adelantar posi-
ciones en el cuadro político local, a costa del fracaso de la reconversión produc-
tiva del lugar; minimizando así la capacidad de agencia de los cutralquenses y
desconociendo la búsqueda obstinada de sentidos (Farge y Revel, 1998) implí-
cita en las prácticas de la Pueblada.
Los cutralquenses –quienes habían gozado en otros tiempos de un bienestar
importante no solo en términos económicos, sino también en el haber disfru-
tado del privilegio de pertenecer al nosotros provincial y al de la empresa YPF–
no se resignaban a adaptarse sin más al nuevo estado de cosas. La pertenencia a
la familia ypefeana, a Cutral Co, había sido el eje de anclaje sobre el cual se
construyó y se desarrolló su sentido de comunidad. Los lazos sociales y polí-
ticos, culturales y económicos, se entretejieron a partir de la comunalización
lograda alrededor de YPF. Varias generaciones se formaron entramadas en las
matrices de sentido que este proceso produjo; así crecieron, desde allí se pro-
yectaron. Ahora veían desarmadas sus vidas, sus proyectos. No lograban en-
tender por qué debían resignarse a la exclusión habiendo todavía tanto pe-
tróleo para explotar, y estando este recurso disponible en su suelo. Levantaron
la Pueblada con las promesas hechas por aquel que para ellos seguía siendo un
referente, simplemente porque estaba cerca (en términos estrictamente simbó-
licos) del mundo de vida de los lugareños.
Que esta apelación a “Don Felipe” estaba lejos de ser una recurrencia faci-
lista a los vínculos clientelares como manera de sortear una coyuntura compli-
cada, quedó demostrado con los acontecimientos que se sucedieron luego en
Cutral Co: la segunda Pueblada y la pérdida de las elecciones municipales por
17
parte del MPN en 1998. Efectivamente, el MPN pierde por primera vez en su
17 Recordemos que hubo una segunda Pueblada, una año más tarde, cuyas implicancias, diná-
micas y consecuencias fueron muy diferentes. Para una referencia de este segundo episodio y
sus interrelaciones con la primera Pueblada puede consultarse Mombello (2003).
157
Laura Mombello
18 Con esta medida se busca impactar en el normal desarrollo de la vida cotidiana del conjunto,
del mismo modo que en épocas anteriores, dominadas por el pleno empleo, se hacía con las
huelgas generales.
19 En cuanto a la identidad ypefeana, es importante destacar que, a diferencia de cómo se desa-
rrollaron los sistemas de jerarquización en otras zonas de explotación, si bien en Cutral Co
existe la diferencia entre ypefeanos y no ypefeanos, las relaciones se han construido de modo
más horizontal. Para un detalle de este proceso en ésta y otras localidades petroleras puede
consultarse Svampa (2002).
158
La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven
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Laura Mombello
160
La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven
23 Para una referencia sobre la importancia de esta consigna como acto de identificación y de su
incidencia en la subjetividad colectiva, puede verse Mombello (2003).
161
Laura Mombello
“¡Ah! ¿Así que ustedes son las que andan preguntando por la pueblada? Sí en el
verano vinieron unos chicos de la UBA también, les dimos alojamiento. Y yo les
explicaba a ellos, porque antes acá venían siempre buscando indios y ahora
vienen buscando piqueteros, y yo les digo que los piqueteros no son una raza”.
Preguntamos: ‘¿Y hay muchos indios?’; nos responde: ‘Acá somos todos indios,
este es un lugar muy duro y si sos de acá o si venís de afuera pero te empecinas
en quedarte y haces tuyo este lugar es porque algo de indio tenés. Sí, somos todos
indios y con mucho orgullo’. Volvemos a preguntar: ‘¿Y piqueteros también
hay muchos?’ Afirma decidida: ‘No, acá los piqueteros no existen, acá hubo y
hay un pueblo que cuando tiene que salir, sale y se defiende. Pero como te digo,
no son una raza, si querés piqueteros organizados, violentos, con pasa mon-
tañas, tenés que ir a Buenos Aires. ¡¡Yo estuve en la ruta, todos estuvimos en la
ruta!! Pero no somos violentos, simplemente defendemos lo nuestro’” (Notas de
campo, agosto 2002, Cutral Co, fragmento).
162
La “mística neuquina”. Marcas y disputas de provincianía y alteridad en una provincia joven
163
Laura Mombello
zados con ideas de derecho y/o autenticidad, acciones colectivas con pro-
yectos de bienestar.
164
Capítulo 6:
I. Introducción
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Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc
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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente
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Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc
6 Persistía el problema que observaba el Gobernador Rawson hacia fines del siglo XIX: “la po-
blación es nómade en su casi totalidad, porque les falta el estímulo del arraigo, la facilidad de
adquirir pequeños lotes de tierra, y en estas condiciones es un elemento transitorio que nada
de provecho deja en pos de sí… Estas y otras cuestiones (…) plegan las alas al progreso del te-
rritorio y aún no han sido resueltas.” Nota publicada en el diario Neuquén de Chos Malal, en
el año 1893.
7 Citado en Ríos, Carlos A. (1980): Gobernadores del Neuquén 1884-1980, op. cit.
8 Gobernación del Neuquén. Memoria anual del año 1947. La mayoría de las veces en que
aparecen mencionados los indígenas en estas Memorias, es desde un tratamiento estadístico
(cantidad de “tribus”, nombre del “cacique”, cantidad de miembros, hectáreas que cultivan,
cantidad de ganado que poseen, estado legal de las tierras que ocupan). Esta información
está consignada en forma de cuadro, seguido de un mapa del Territorio con la ubicación de
cada “tribu”.
168
Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente
169
Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc
Esta institución funcionó por algo más de una década, recibiendo y devol-
viendo algunos cientos de jóvenes de distintos puntos del Territorio. En 1951,
la Escuela Granja Hogar Ceferino Namuncurá se convirtió en una escuela
común abierta a los niños del vecindario. Desaparecía así uno de los más claros
símbolos de la política asimilacionista en la historia de la Educación en Neu-
quén (Teobaldo et al., 2000), importante –para nuestro análisis– no sólo por la
función específica que desempeñó, sino por ser una referencia que condensaba,
año tras año, la representación de los gobernadores y otros agentes del Estado
acerca de la Nación, el territorio, los indígenas y la cultura, así como las rela-
ciones entre estos y otros aspectos.
En cuanto al discurso de los gobernadores –anualmente documentado en
sus informes de gestión– el tratamiento de la cuestión indígena se mantuvo sin
cambios hasta la Memoria de 1954 correspondiente a Pedro Luis Quarta, el úl-
timo gobernador territoriano, que tuvo la tarea de organizar la transición hacia
la provincialización del Neuquén.
Al igual que quienes lo antecedieron, informaba al Ministerio del Interior de
la Nación que las “tribus indígenas” seguían allí, que totalizaban en el Terri-
torio un número de 5.863 individuos, y que realizaban, en los campos que les
fueron concedidos por el Estado, una variada aunque exigua producción agrí-
cola y ganadera. También consignaba, como en años anteriores, la informa-
ción provista por la Dirección General de Tierras, acerca de cantidad, ubica-
ción y situación legal de las tierras ocupadas por cada tribu.
La política seguida con la población indígena en Neuquén durante su etapa
10
de Territorio Nacional puede sintetizarse por tanto mencionando dos líneas
de acción paralelas. Por un lado, la inclusión de la población indígena en pro-
gramas de colonización rural, con políticas de administración de tierras fiscales
y fomento de la producción agrícola, que afectaban al sector rural en general.
Por otro lado, las instituciones encargadas de la formación de ciudadanía (más
concretamente, la formación de la subjetividad de los individuos como argen-
tinos, cristianos, trabajadores y respetuosos de la autoridad) apuntaban al
reemplazo de los modos tradicionales de vida –evaluados como atrasados– con
la mira puesta en un horizonte de modernización e integración (Martínez Sara-
sola, 1992), aunque en un modelo de sociedad fuertemente jerarquizado.
Las tierras fiscales y su administración fueron transferidas al Estado provin-
cial a partir de su institucionalización, pasando por lo tanto la cuestión de la
“colonización indígena” también a la órbita del gobierno provincial. En este
10 Un análisis de las políticas asimilacionistas durante la etapa territoriana puede verse en Sán-
chez, Fernando 2003.
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11 Este artículo está ubicado en la Quinta Sección, titulada “Régimen económico”, junto a
otros ítems referidos a la población en general, como por ejemplo el que sostiene que “La tie-
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Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc
rra es un bien de trabajo y la ley promoverá una reforma agraria integral”. Constitución de la
Provincia del Neuquén, 1957
12 Actas del Primer Congreso del Área Araucanista Argentina. Neuquén, 1963.
13 Honorable Legislatura de la Provincia del Neuquén. Discurso del Gobernador Asmar, 1º de
mayo de 1961.
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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente
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Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc
17 Un amplio análisis histórico, jurídico y económico del modo de acceso a la tierra previsto
para las comunidades mapuche, así como de los conflictos pasados y presentes derivados de
esta situación, puede verse en UNC-APDH: Informe Final del Proyecto Especial “Defensa y
Reivindicación de Tierras Indígenas”. Neuquén (1996).
174
Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente
“La situación peculiar de nuestros aborígenes ha sido, por primera vez, tra-
tada con criterio racional y altruista, otorgándoles la posesión y título de las
tierras que ocupaban procurando capacitarlos mediante la instalación de es-
cuelas de artesanía rural, para procurarles un oficio y propendiendo a la eleva-
ción de su nivel de vida, mediante la entrega de implementos y maquinarias
18
para la labranza.”
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19 Provincia del Neuquén, Ministerio de Bienestar Social, Instituto de Promoción Social. Do-
cumento nº 8: “Discurso pronunciado por el Padre Oscar Barreto en la primera reunión de
trabajo del Sistema Provincial de Promoción Social”. Zapala, 7 de agosto de 1969.
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20 Provincia del Neuquén, Ministerio de Bienestar Social. Documento del SPAI titulado “Pro-
gramas provinciales de desarrollo social integrado para agrupaciones indígenas”. Neuquén,
1975.
21 En el período 1969-1977 se contabilizaron alrededor de 164 programas y/o proyectos, que
se presentan en este informe discriminados en doce rubros, entre los que se destacan: proyec-
tos agropecuario-forestales (42), proyectos referidos a aspectos legales (29), educación (24) y
salud pública (23). Siguen en orden decreciente rubros tales como vivienda y urbanización;
provisión de agua potable; promoción de artesanías; y otros.
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Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente
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En este cambio de redacción de los incisos más que en las funciones, es no-
table el reemplazo casi mecánico de los términos “aborigen” e “indígena” del
Decreto 066/83, por el término “Mapuche” en el Decreto 1085/88. Este
cambio de denominación seguramente se relaciona con la coyuntura histórica
y la revitalización de las demandas de organizaciones indígenas, en este caso del
activismo indígena en Neuquén, que desde la reapertura democrática –y cada
vez más insistentemente– reclama de la sociedad en general y del Estado pro-
vincial en particular, su reconocimiento como Pueblo Mapuche, al tiempo que
rechaza las denominaciones tradicionalmente usadas por los ‘winka’.
Paralelamente –y más allá de los lineamientos normativos– en un informe
elaborado en 1986 por la Subsecretaría de Acción Social para dar cuenta de la
situación de las comunidades indígenas del Neuquén, se detallan los objetivos
y políticas “en materia de atención a la población mapuche” a cargo de la DAI.
Se expone una amplia gama de aspectos de la vida de las comunidades en los
que el Estado, a través de esta dirección, se propone intervenir. En el primero
de los objetivos, aparece una cierta ambigüedad o tensión entre el reconoci-
miento de las diferencias y la propuesta de integración: “Mejorar el nivel de
vida de la población indígena, estimulando su integración al contexto so-
cio-cultural de la Provincia, sin desmedro de la cultura Mapuche, fortale-
ciendo su vigencia”.
Resulta significativo señalar otros dos objetivos declarados por la DAI. Uno
de ellos dice: “Revitalizar la cultura Mapuche, manteniendo el uso de la
lengua, estimulando el desarrollo de las actividades artesanales, respetando el
ejercicio pleno del culto y sus creencias religiosas, aprovechando su difusión en
los ámbitos Provincial y Nacional.” Aquí se evidencia el tipo de abordaje que
será especialmente cuestionado por las organizaciones mapuche unos años des-
pués, por tratarse de un reconocimiento meramente cultural, incluso folkló-
rico de las diferencias, omitiendo cuestiones políticas centrales como territorio,
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24 Corresponden al tramo final del último mandato del gobernador Sapag y al del actual gober-
nador Sobisch, reelecto en 2003 para un nuevo periodo de gobierno.
25 El tradicional Ministerio de Bienestar Social es reemplazado en 1995 por el Ministerio de
Salud y Acción Social, y nuevamente en 1999, por el Ministerio de Desarrollo Social, vigen-
te hasta la actualidad.
26 En esta última hay otra expresión similar a la anterior, casi redundante: “Intervenir en el di-
seño de políticas culturales que promuevan la identidad provincial, afianzando sentimientos
de pertenencia y rescatando las diversas manifestaciones y patrimonios culturales.” Aparece
así claramente enfatizado que el Estado propiciará que la balanza entre identidad provincial
(hegemónica) y diversidad se incline hacia la primera.
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Para una comprensión cabal de este análisis, cabe señalar también que el de-
creto de referencia hace su aparición ‘entre gallos y media noche’, sin anuncios,
debates previos ni la consulta debida al pueblo indígena interesado; así como
con ocultamiento y demora en su publicación oficial, lo cual da cuenta del her-
metismo con que se maneja el partido gobernante en esta provincia.
Un tercer elemento de juicio consiste en destacar que nada ha sido hecho
para adecuar la normativa provincial en esta materia –Ley Provincial Nº 77
s/personerías jurídicas, que data nada menos que de 1959– a los principios del
Convenio Nº 169 de la OIT y de la reforma constitucional de la Nación de
1994. Finalmente, parece obvio expresar que la aplicación o no aplicación
efectiva de estas normas jurídicas de nivel superior se hallan interferidas con –y
condicionadas por– las políticas económicas oficiales y su “alianza estratégica”
con intereses económicos sectoriales y privados, las prácticas administrativas
connotadas por una ‘no-decisión’ constante en el área indígena, y las prácticas
judiciales inveteradas y sin aggiornamento a la citada normativa y su nueva her-
menéutica.
En cuanto a los antecedentes, cabe destacar que, desde hacía tiempo, la ase-
28
soría y representación legal de la C.I.N y de varias comunidades venía exi-
giendo la adecuación de la legislación provincial a la Carta Magna y a los tra-
tados internacionales, demandando la modificación de la Ley Provincial N° 77
y la creación de un registro específico de comunidades, así como también la
adecuación de otras leyes provinciales referidas por ejemplo a la cuestión de tie-
29
rras y su registro. Ante la imposibilidad tanto de continuar postergando tal re-
forma como también de realizarla por decreto, así como por el uso que las co-
munidades mapuche estaban haciendo de la resolución N° 4811 de la
Secretaría de Desarrollo Social de la Nación –que desde 1996 había recono-
cido como tales, otorgando personería jurídica nacional, a numerosas comuni-
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30
dades a las cuales a nivel provincial se les negaba tal reconocimiento– , el go-
bierno provincial opta por lanzar este decreto como “reglamentación” a la Ley
Nacional N° 23302. Así, el Decreto Nº 1184 sobre Personería Jurídica de Co-
munidades Mapuche hace su aparición con fecha del 10 de julio del 2002 con
un número de registro que, por ironía del destino, viene a ser como un reverso
antitético de la Resolución de la Secretaría de Desarrollo Social Nac. Nº 4811
de 1996. Aunque invoca en sus considerandos y parte dispositiva la Ley Na-
cional 23.302 –a la cual Neuquén adhirió formalmente por Ley Provincial N°
1800– e incluso apela a las “facultades concurrentes entre la Nación y las pro-
vincias” sancionadas en el artículo 75, inciso 17 de la reformada Constitución
Nacional, el mismo no respeta los principios de la reforma sustancial habida en
materia de derechos indígenas a partir de la inclusión de dicho artículo en la
Constitución Nacional en 1994 y del Convenio Nº 169 de la Organización
Internacional de Trabajo (O.I.T.) de 1989, ratificado por Ley Nacional Nº
24.071 en 1992 e internacionalmente exigible a partir de julio de 2001
–ambos instrumentos con neta jerarquía superior a las leyes ordinarias, entre
ellas la propia Ley Nº 23.302. En otras palabras, a pesar de que el Decreto en
examen menciona e inclusive cita los dos instrumentos legales de primer nivel,
éstos no son tenidos realmente en cuenta, y actúa o dispone como si no exis-
tieran.
Resulta paralelamente llamativo el modo en que la Dirección de Personas
Jurídicas y Simples Asociaciones (DPJ y SA) tanto como otros organismos pro-
vinciales pueden facilitar los trámites en la provincia de firmas y filiales comer-
ciales –con inscripción y sede ‘nacionales’ (generalmente en Buenos Aires), y
muchas con casa-matriz en el exterior– que desarrollan en ella actividades eco-
nómicas diversas (petróleo, gas, minería, turismo, supermercados, etc.), y al
mismo tiempo ponen tanto empeño en ignorar, dilatar o entorpecer aquellos
que atañen a las comunidades indígenas, con territorios y antecedentes ances-
trales en la zona, inquietud que se extiende a las autoridades de aplicación ho-
mólogas de las provincias de Río Negro y Chubut. Igual contraste se advierte
en lo relativo a los trámites de adquisición y titularización de tierras por parte
de empresas o de “ricos y famosos”, nacionales y extranjeros –algunos de los
cuales luego se descubren evasores y/o morosos en el pago por ejemplo del im-
31
puesto inmobiliario sobre construcciones y/o mejoras– frente a la parsimonia
y dificultades burocráticas de los órganos de aplicación cuando se trata de Co-
30 En relación con la Resolución 4811/96, ver una interesante y analítica mirada antropológica
sobre la significación y performatividad de las normas legales en GELIND (1999a).
31 Cfr. Falaschi (1999).
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–citas ambas omitidas en los considerandos del Decreto. Este incursiona
además oblicuamente en otras áreas y en perjuicio de otros derechos indígenas,
como por ejemplo en lo que hace a la “posesión y propiedad comunitarias” de
sus tierras-territorio, amparadas por la C.N. y el ya citado convenio interna-
cional.
1. La personalidad jurídica
a) En primer lugar, cabe comentar una cuestionable concepción de “persona
de derecho privado conforme al inc. 2, párr. 2, del art. 33 del Código Civil”,
tal como reza la norma del Decreto en su reglamentación al artículo 2 de la
Ley Nacional 23.302, en la cual esta definición sin embargo no aparece
35
–salvo el reenvío del art. 4 sobre relaciones internas – como sí lo hace en
el artículo 19 de su Decreto Reglamentario Nº 155 /89. La Provincia
adopta esa hermenéutica discutible, que evidentemente avanza ultra legem
(más allá y por encima de la ley) y viene preñada de consecuencias. En
efecto, la caracterización de la naturaleza jurídica de la personalidad que
corresponde a los Pueblos-Comunidades originarios en base a la doctrina
internacional y a los principios de Pre-existencia Étnico-Cultural y de Au-
tonomía debería ser la de personas de derecho público no-estatales –con-
forme a la fundamentación brindada por el Dr. Germán J. Bidart Campos
36
(2002) y otros autores, y a la que adherimos, esto es, derecho público
como eran los Municipios (entes estatales excluidos por Ley Nº 17.711)–
o de derecho público no-estatal, como sigue siendo la Iglesia Católica.
b) En segundo lugar, esta personería no puede ser “otorgada” –término en el
que insiste el Decreto– sino que debe ser “reconocida” por el Estado, en
virtud de la norma constitucional. En el mismo sentido y según juristas
con los que coincidimos, el acto administrativo que resuelve su inscrip-
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El Poder Ejecutivo provincial no ignora que puede haber y hay en efecto co-
munidades con largos reclamos pendientes por el conjunto o parte de sus tie-
rras (frente a un Estado indolente o connivente con linderos usurpadores o em-
presas intrusas); que hay o puede haber tierras de ocupación ancestral aún no
mensuradas ni titularizadas ni inscriptas; que él mismo debiera promover de
oficio la adjudicación y registro de las tierras indígenas –“bien de trabajo” a
tenor de la misma Constitución provincial, de la C.N. y de la Ley Nº 23.302
que está pretendiendo reglamentar. En el contexto ya descripto aquí y en la pri-
mera parte, resulta aberrante y constituye una verdadera traba requerir ‘certifi-
cados de dominio’, previamente y como condición sine-qua-non para el reco-
nocimiento de la personalidad jurídica. Nunca más oportuno, en relación con
las Comunidades, el axioma de los viejos civilistas franceses: “La possession vaut
titre”, la posesión equivale al título.
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risdicción provincial y/o federal (según el caso), más la ‘reserva federal’, y aún el
43
de amparo en los supuestos previstos por la C.N.
Otra muestra de la arbitrariedad del Decreto está dada in fine por su art. 2,
cuando impone la adecuación de las Comunidades inscriptas en la Provincia
bajo la forma de ‘asociación civil’, “dentro del plazo de doce (12) meses a contar
desde la entrada en vigencia”. Declarado “improrrogable”, este plazo pasado el
cual la Comunidad “quedará definitivamente encuadrada en los términos de la
Ley Nº 77” (sic) “arresta” manu militari a las Comunidades y las encierra sin su
anuencia en un “club de presos voluntarios”, habida cuenta de que las demás
personas jurídicas, como Asociaciones Civiles o Simples, Fundaciones, etc.,
surgen de contratos libremente concertados, que son “ley para las partes”.
Además no las encuadra ‘en los términos del Decreto’ –lo que hubiera sido al
menos lógico– sino en los de una Ley Provincial que no contempla ni la iden-
tidad ni los derechos comunitarios indígenas; ley que elíptica e ilegalmente se
está ampliando o modificando por decreto, complicando innecesaria, gratuita
y lamentablemente las cosas. Va sin decir la litigiosidad de todos estos aspectos.
Hasta aquí, las consideraciones surgidas de una primera aunque atenta lec-
tura del Decreto provincial en cotejo con otros instrumentos legales, aunque
este Decreto –verdadero “chaleco de fuerza” para las Comunidades– da to-
davía para más y para “hilar más fino”. Por lo pronto, bien merecería otros es-
tudios puntuales la incidencia indirecta pero efectiva (por nociva) de este ins-
trumento –sólo formal o aparentemente legal– en lo concerniente a los
derechos de las Comunidades mapuche sobre sus tierras-territorio.
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ciones mapuche interesadas. Una vez más, la política provincial redujo la “par-
ticipación indígena” a la designación de un funcionario mapuche al frente del
organismo en cuestión.
Por otra parte, el proyecto también ha sido cuestionado “desde centros espe-
cializados de la Universidad Nacional del Comahue, […] que advierten en el
Programa una maniobra del partido gobernante para entremezclarse junto con
las cajas de alimentos y los planes trabajar en las comunidades” (CEPINT 2003).
En todo caso, el lanzamiento oficial –objeto de una significativa cobertura
51
por parte de la prensa local– introdujo en la documentación sancionada por el
CPE un vocabulario aggiornado respecto del de 1995, más políticamente co-
rrecto, que reemplazó por ejemplo el término “cultura indígena” por “cultura
de los pueblos Originarios” y sumó a los fundamentos ya enunciados en 1995
el fin de “mejorar la calidad de vida de la población, en un marco de igualdad
de oportunidades y posibilidades”.
Paradójicamente, dicha igualdad se postula como resultado de programas
especiales o compensatorios, de acuerdo con una particular concepción del
52
sector indígena, circunscrito por definición al ámbito rural. Se trata de una
política focalizada, enmarcada en tendencias más amplias de descentralización,
segmentación y focalización de las políticas sociales que caracterizan a las trans-
formaciones del neoliberalismo conservador (Gras, Hintze y Neufeld, 1994).
51 Río Negro On line, 18-06-2000, 10-03-2001, 13-03-2001 y La Mañana del Sur, 11-03-2001.
52 La reducción de lo mapuche al ámbito rural ha concentrado las críticas de organizaciones de
Neuquén, Buenos Aires, Río Negro y Chubut (ver Szulc 2002).
53 Consejo Provincial de Educación, Dirección de Prensa y Comunicación, 09-03-01: “Desig-
narán a 39 maestros bilingües mapuches”.
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se trata de una educación bilingüe, pues el mapuzugun –que en gran parte del
alumnado no es la lengua materna– no pasa de ser un área de aprendizaje (asig-
natura) circunscrita a una o dos horas de clase semanal, al igual que sucede en
otras experiencias de este tipo desarrolladas en Chile (Chiodi, 1997).
El maestro mapuche trabaja como un maestro especial, haciéndose cargo de
cada sección durante un período determinado (por lo general dos horas sema-
nales), e impartiendo su clase al grupo en su conjunto. La pertinencia del cono-
cimiento está dada por el contexto, es decir, porque se trata de una escuela si-
tuada en una comunidad mapuche. A pesar de las declaraciones formuladas
por el director de Programas Educativos e Idioma mapuche respecto del tra-
bajo coordinado e interdisciplinario con los docentes no-mapuche,54 tal articu-
lación no se halla contemplada en la normativa vigente –que se limita a de-
signar a los maestros mapuche y a pautar la carga horaria y su distribución
según el número de secciones de cada escuela– ni ha sido operacionalizada,
quedando en la práctica librada a la “buena voluntad” y a las posibilidades pe-
dagógicas de unos y otros docentes.
En algunos establecimientos, el maestro mapuche se ha integrado a las prác-
ticas de disciplinamiento y a los rituales escolares cotidianos, participando acti-
vamente en la ceremonia diaria de izar y bajar las banderas argentina y neu-
quina, así como también en los intercambios de saludos entre cada docente y el
conjunto del alumnado durante la formación. La particularidad en este caso es
que el saludo se formula en mapuzugun, aunque “a coro” y con entonación
idéntica a la tradicional en el ámbito escolar.
Del mismo modo, la transmisión de conocimientos asume frecuentemente
lo que Chiodi (1997) denomina “lógica escolar”, que implica un fuerte énfasis
en la escritura y la descontextualización de las palabras e ideas presentadas por
el docente. Tanto padres como niños de comunidades en las que se imple-
menta este proyecto se refirieron críticamente a la reducción de la cultura e
idioma mapuche a la enseñanza de “palabras sueltas”.
Es preciso señalar que este tipo de enseñanza suele resultar poco estimulante
para los niños, a diferencia de lo observado en otro tipo de propuestas –como el
espacio formativo del Centro de Educación Mapuche Norgvlamtuleayiñ, de la
Coordinadora de Organizaciones Mapuche de Neuquén, y la Organización
Mapuche “Puel Pvjv” para niños mapuche de la ciudad de Neuquén, denomi-
nado “Tukulpazugun”– donde el aprendizaje del idioma forma parte de un
proyecto político más amplio que resignifica la recuperación del mapuzugun
como parte de la disputa por la autodeterminación. Al desplegar estrategias di-
54 Río Negro On Line 18-06-2000 “Enseñarán mapuche a jóvenes indígenas”.
196
Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente
dácticas más participativas y vivenciales, se genera en los niños una activa rea-
propiación y puesta en práctica del conocimiento que allí circula, como com-
ponente relevante de su auto-identificación como mapuche.
La descontextualización observada en la puesta en práctica del programa ofi-
cial se vincula a su vez con un particular uso escolar de la “cultura indígena”,
consistente en la selección de elementos culturales que resaltan la alteridad y su
presentación o recreación en el espacio escolar, aislándolos de su contexto
socio-histórico. Usos semejantes han sido advertidos en otros contextos en que
55
se ensayan programas de educación intercultural bilingüe. La orientación del
currículum hacia el “rescate cultural” supone una selección de contenidos to-
mados del pasado, de la “tradición”, deslegitimando a su vez manifestaciones
culturales contemporáneas (Chiodi, 1997). El temario del 7° Encuentro de
Educación y Cultura Mapuche –coordinado por la Dirección de Programas
Educativos e Idioma Mapuche en el paraje Ñireco, departamento de Zapala,
en agosto de 2002– constituye un claro ejemplo de la reducción de la cultura
mapuche a elementos y hechos del pasado, de acuerdo con una noción esencia-
lista, ahistórica y restringida de la cultura, como ámbito simbólico, desvincu-
lado de las condiciones de vida y trayectoria histórica de esta población.
56
El resultado es el fortalecimiento de una perspectiva “armonicista”, que
confluye con un estilo provincial de construcción de hegemonía que ha incor-
porado lo mapuche de manera subordinada, neutralizando su conflictividad
mediante una reducción al pasado pre-hispánico, al área rural y al ámbito de la
tradición.
El esfuerzo por instaurar y transmitir a los niños mapuche esta visión armó-
nica tan cara a la “neuquinidad” quedó de manifiesto en una de las actividades
promovidas por la Dirección de Programas Educativos e Idioma Mapuche. La
misma consistió en la traducción de las estrofas del himno provincial neuquino
al mapuzugun, realizada en los encuentros de capacitación por el “consejo de
ancianos” y por los maestros que se desempeñan en el programa. Según mani-
festaron varios de los participantes de dicha actividad, una vez traducido al ma-
puzugun, el himno –que fue interpretado por el conjunto de maestros ma-
puche en diversos eventos oficiales– quedó instituido como contenido
fundamental a enseñar a los niños mapuche de las comunidades, hecho que
55 Ver Chiodi (1997) en referencia a la EBI en Chile y Hecht, A. (2004) para la provincia de
Formosa.
56 Esta forma de incorporación de lo mapuche nos recuerda los insistentes llamados que se ha-
cen a la “reconciliación”, ante toda iniciativa de juzgar y penar a los responsables del terroris-
mo de estado, pretendiendo que “aquí no ha pasado nada”, como si el pasado pudiera supri-
mirse.
197
Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc
198
Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente
V. Comentarios finales
El análisis de la historia de la política indigenista neuquina, del reciente decreto
provincial sobre personería jurídica de las comunidades mapuche y del proyecto
oficial de enseñanza de lengua y cultura mapuche en escuelas de comunidad, nos
permiten señalar que la política indigenista neuquina se ha caracterizado desde
un comienzo y hasta el presente por su aspiración de “integrar” a la población
mapuche al “cuerpo de la Nación” en primer término, y particularmente al
“cuerpo de la Provincia” a partir del inicio de la hegemonía del MPN. En esto, se
59 Algunos de estos casos han sido llevados al ámbito judicial por la Defensoría de los derechos
del Niño y el Adolescente, obteniendo un fallo favorable que ha sentado precedente. (Ver
Río Negro On Line, 04-04-2004: “Permiten que escriba su nombre con grafía mapuche”.)
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Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc
Fuentes
Actas del Primer Congreso del Área Araucanista Argentina. Neuquén, 1963.
Código Civil de la Nación Argentina.
Comunidad Kallfucura y Equipo participativo de dirección del Proyecto “Defensa y
Reivindicación de Tierras Indígenas”, UNCo-ApDH, Neuquén, 1994-1996:
“Estatuto Autónomo” antecedente piloto, Neuquén, 1995.
Convención Internacional de los Derechos del Niño.
Consejo Federal de Inversiones (CFI) 1978: “Análisis socio-económico, aspectos cul-
turales y tipología de las comunidades aborígenes del Neuquén”.
Consejo Provincial de Educación de la Provincia del Neuquén:
Resolución N° 0349 (23-05-95)
Resolución N° 0800 (28-09-95)
200
Políticas indigenistas en Neuquén: pasado y presente
201
Carlos Falaschi O., Fernando M. Sánchez, Andrea P. Szulc
202
Capítulo 7:
Introducción
E n la provincia de Salta, bajo los auspicios del retorno democrático, los pue-
blos indígenas volvieron al foco de las preocupaciones oficiales (desde el go-
bierno a las universidades, desde la educación a la iglesia) y al discurso social
más amplio (desde los medios a la “cultura”). Los resultados del censo indígena
publicados en 1984, la ley aborigen de 1986 y la constitución provincial del
mismo año, sostuvieron el portal que enmarcó este retorno del indio. Acompa-
ñaron este proceso “programas de desarrollo”, “relevamientos culturales”, “in-
vestigaciones sociales” y una “corriente de opinión indigenista” que se ensan-
chaba y se angostaba según la geografía provincial y los ritmos del calendario
político. En 1998 se producen otros sucesos de importancia. La segunda refor-
ma de la constitución provincial en tiempos democráticos incorpora los nue-
vos derechos indígenas, ya reconocidos en la constitución nacional de 1994,
recortando, no obstante, sus alcances prácticos (Gelind, 1999b). Siguió a esto
una nueva ley de desarrollo indígena modificatoria de la de 1986, aprobada en
el año 2000, en la que el estado salteño mantenía la misma política restrictiva.
Estos procesos registrados en el mundo oficial fueron causa y efecto de una cre-
ciente actividad política de los indígenas. Entre sus hitos –que se cuentan, so-
bre todo, a partir de mediados de los noventa– cabe mencionar la expropiación
203
Paula Lanusse y Axel Lazzari
204
Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
3 Estos son manuales de cuarto grado y segundo ciclo de EGB que circulan en la escuela salteña
desde hace veinte años. Es en este nivel de la escolaridad donde se trata específicamente el
tema de las “provincias”.
4 Sólo uno de los manuales (Damin, et al., 1987) continúa el relato más allá de la muerte de
Güemes (1821), enfatizando temas como “luchas civiles hasta 1852”, “organización nacio-
nal hasta 1880” y “los últimos cien años”.
205
Paula Lanusse y Axel Lazzari
206
Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
5 Casi un siglo antes, el literato y primer gobernador radical Joaquín Castellanos ya expresaba
que en este “peligro” se fundaba un rasgo de la psicología salteña. Explicaba que el “salteño
es precavido” porque “la necesidad de guerrear desarrolló energías activas, y la de precaverse
contra la emboscada o el asalto enemigo, la de prudencia y maña en la población salteña de
entonces. Y, como ocurre siempre en el mecanismo orgánico del hombre, que los órganos
sobreviven algún tiempo a la función, los instintos defensivos subsisten en la psicología sal-
teña después de dos centurias que ha desaparecido el amago del indio” (Castellanos, 2000
[1903] ).
6 Recientemente ha aparecido en El Tribuno un artículo que lleva por título “La odisea de los
fundadores”. El autor comenta la relación intrínseca entre la basura y la plaza matriz: “El si-
tio comunitario por excelencia -sino el único- sería la plaza de la picota, [...] convertido lue-
go en Plaza 9 de Julio, sería un basural donde los vecinos arrojaban todo aquello que les es-
torbaba. Porque es probable que los antiguos, al fin y al cabo abuelos de los salteños actuales,
no habrán sido muy distintos de sus descendientes en materia de picardías. La única diferen-
cia es que la basura de los fundadores sería algo más discreta que la de sus biznietos, porque al
menos no contendría botellas vacías de plástico, bandejas de cartón con restos de pizza o en-
volturas de polietileno no degradable (Zamora, 2003).” Este relato se inscribe en una típica
retórica populista que nos habla del sacrificio de los primeros pobladores de la ciudad lla-
mándolos “pobres mujeres” y “superhombres”, pero también “pícaros”, compensando así
las imágenes de “hidalguía” de los conquistadores.
207
Paula Lanusse y Axel Lazzari
A partir de ese momento, el pacto entre los fieles salteños y su Dios miseri-
cordioso es renovado cada año en los rezos y la procesión que tienen lugar en
los “días del milagro”, celebrados en la ciudad de Salta en el mes de septiembre.
Está fuera de duda, como señala Caro Figueroa (2001a), “el papel cohesio-
nador e integrador en estas sociedades fuertemente jerarquizadas y exclu-
yentes” que juega esta festividad, pero a nosotros nos interesa el impacto de la
7 En esta zona geológica ocurren muchos sismos, aunque sólo adquieren carácter de “prueba”
los que sucedieron en la ciudad de Salta. Entre otros, cabe mencionar los de la ciudad de Sal-
ta en 1844 y 1858, el de Orán de 1871, el de la Poma en 1930, el de Salta ciudad en 1948,
San Andrés en 1959, Salta ciudad en 1973 y Orán en 1974.
8 Caro Figueroa, en línea con la heterodoxia de Castellanos, explica el papel del miedo y la in-
seguridad en los orígenes religiosos de Salta. “[Salta] sentía también la amenaza de agrietarse
por espasmos de la tierra o perecer por la furia de un cielo que castigaba con sequías o amena-
zaba diluvios. Peligros que provocaban miedos; miedos que buscaban conjurarse (Caro Fi-
gueroa, 2001a).”
208
Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
209
Paula Lanusse y Axel Lazzari
La inclusión de los indígenas como “fieles” propiciada por la fiesta del Mi-
lagro justifica finalmente la de “evangelizados”:
bién entonces que comenzaron a desplegarse como motivos de fe y de culto a los milagros.
Ellos servían “para excitar y afianzar la fe sobrenatural”. La esperanza en el milagro reducía el
miedo provocado por la amenaza de catástrofes (Caro Figueroa, 2001a).
210
Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
10 En esto se diferenciaba de Belgrano, cuya actitud magnánima con los derrotados de la Bata-
lla de Salta sigue siendo un motivo local para recordar la filiación a lo hispánico. “Ni vence-
dores ni vencidos” –proclamó Belgrano ante el comandante español Pío Tristán.
211
Paula Lanusse y Axel Lazzari
11
tierra –el llamado “sistema Güemes”-. Sin embargo, al hacerse gaucho, el hijo
del alto funcionario colonial no se vuelve un hombre común sino un “caudillo”
“entre” gente del pueblo. Con esto alcanza para que el relato adquiera un sesgo
popular y populista al revelarse que en las fuentes del poder de Güemes está la
sociedad campesina y no la “política” de la ciudad (Bazán, 1992:111).
Finalmente, Güemes reaparece bajo la retórica del federalismo cuando se
denuncia, por ejemplo, la intervención nacional en los asuntos internos pro-
vinciales, o la falta de apoyo económico, como ingratitud nacional al sacrificio
de Salta. La disputa en los años 30 por el petróleo entre el Estado nacional y
multinacionales ligadas a intereses locales (Hollander, 1976), o los reclamos de
desarrollo del Norte Grande en la actualidad, son ejemplos de ello.
Todavía hoy es posible rastrear en el centro histórico de Salta las huellas de la
resistencia a Güemes. Su monumento, en el que se lo representa varios metros
12
por encima de “sus gauchos”, no se encuentra en el centro de la plaza matriz
–donde se erige la estatua ecuestre de Arenales– sino en una zona de la ciudad
de Salta que, si bien hoy es el sector más aristocrático, al momento de la cons-
trucción era apenas un descampado. No obstante, Güemes está presente frente
a la plaza central de un modo particular: sus cenizas descansan en la Catedral
bajo la protección del poder conciliador de la Iglesia.
Todos los 17 de junio, las autoridades cívicas y eclesiásticas junto al pueblo
conmemoran la muerte del prócer a los pies de su estatua y en cada rincón pro-
vinciano. Hombres y mujeres repartidos en “fortines” desfilan a caballo y “ves-
tidos de gaucho” frente al monumento. La mayoría de los salteños participa del
espectáculo desde los márgenes, acompañando la vigilia de los “gauchos” en la
noche previa al desfile cuando los asistentes, frente a fogones encendidos, re-
viven el drama del prócer agonizante.
Lo indígena se introduce en la narrativa güemesiana bajo los títulos de
“gaucho” y “poncho”. La interpelación popular de Güemes implica el borra-
miento de los estigmas que pesan sobre lo indio; pero, con ellos, se esfuma tam-
bién la propia identidad indígena. Así, el lugar de los indios destaca por su re-
pentina ausencia en el relato, pasando a formar parte del “hombre de campo”
que se entrega a la causa de la patria. Como “gaucho patriota”, el indio “se in-
digna” y “corre […] de opresores la Patria librar” (Himno a Güemes). El efecto
de la figura de Güemes sobre las representaciones del indígena muestra una
coincidencia interesante. En la década de 1930, cuando se oficializa el culto a
Güemes, el gobierno salteño adopta un nuevo escudo provincial con el “sol in-
11 Para una crítica de la visión populista de este “sistema”, ver Mata, 1999.
12 Existe una réplica de esta estatua en Buenos Aires.
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Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
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Paula Lanusse y Axel Lazzari
13 Estos sistemas de clasificación tienen su correlato –y, en buena medida, fuente de autori-
dad– en la literatura regionalista salteña. Alicia Chibán señala en Juan Carlos Dávalos el fun-
dador de este gozo ante la variedad del paisaje: “¿No es maravilla habernos trasladado en tres
horas de la ciudad al desierto, del clima templado al frío, de la región del tabaco, de los na-
ranjos y chirimoyas a la zona de la yareta y de la fauna andina?” (Dávalos en Chibán et al.,
1982:147).
214
Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
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Paula Lanusse y Axel Lazzari
“De oriente a poniente, desde las selvas chaqueñas hasta los límites con las punas,
la población rural de Salta, en su totalidad pertenece a dos razas gauchas, his-
pano-hablantes, pastoras, criadoras de toda clase de ganado y cuyo imprescin-
dible medio de movilidad es el caballo y el mulo” (Dávalos, 1937:26-27).
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Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
los “gauchos decentes” pueden hoy estar “pialando y enlazando en sus fincas” y
al otro día “vistiendo smoking en el club de la ciudad” (Dávalos, 1937:25). El
modelo hispanizante pone en primer plano esta diferencia “de clase” en tanto
estamento o “casta”, pues los “gauchos latifundistas” no son otros que los des-
cendientes de los “españoles puros”, encomenderos por real merced (Dávalos,
1937:20). “Decencia” es, para Frías, la herencia de costumbres caballerescas de
la nobleza hispanocolonial –virilidad, destreza ecuestre, honor– que acom-
pañan la propiedad de la tierra. Así, dentro del discurso del mestizaje del
gaucho nos reencontramos con la jerarquía civilizatoria. Patrones y peones in-
tercambian desigualmente estilos de vida en “paternal familiaridad”, “ambigua
relación marcada por la distancia social formal y por una proximidad de hecho,
dada a través de infinidad de gestos” (Caro Figueroa, 2001c). El patrón se
“agaucha” generosamente y el peón de “adecenta” por imperio de la civilidad y
el blanqueamiento.
La fuerza mediadora de lo gaucho depende de su amplia referencialidad
–geográfica, étnica, de casta-. En el centro del modelo de mestizaje se sitúa el
gaucho decente, el patrón latifundista de putativo origen hidalgo. En un se-
gundo círculo, encontramos al otro más íntimo, el gaucho-peón, leal y obe-
diente. Dentro de este margen, se ubica el gaucho fronterizo, con mayores
cuotas de “sangre hispana”, y, un poco más allá, el gaucho vallisto de memoria
calchaquí. Claramente, podemos observar que este juego de aproximaciones y
rechazos se justifica en la épica de la fundación de Salta.
En este modelo, a su vez, lo gaucho se distingue y antagoniza con lo colla. Si
el gaucho es el mestizo con disposiciones hacia la apertura –de arriba abajo y de
abajo a arriba, del interior al puerto y del puerto al interior– el colla es lo mes-
tizo que se cierra. En otras palabras, el gaucho es puro mestizo, el colla, mestizo
impuro. ¿Por qué? Los que se han propuesto explicitar el modelo de mestizaje
salteño abordaron la cuestión del colla distanciándose del significado que éste
adquiría en el “saber popular” o la “gente despreocupada”, a saber, el de ser un
término que se refiere a la “gente de campo”, preferentemente aquella que vive
en los cerros. Para la gente de la ciudad, “todo el que no usa gomina y lleva
bombacha es colla” (Yañez, en Chibán et al.,1982:170). Mientras que el
gaucho como “gente de campo” pudo remontar el estigma de incultura, el colla
–apunta Dávalos– siguió encerrado en los epítetos de “bribón, solapado y mez-
quino” (Dávalos, 1937:22). Por esta razón, Caro Figueroa (2001c) comenta
que el ennoblecimiento de la palabra gaucho fue de la mano del refuerzo de lo
colla como término despectivo. Incluso, en espejo con el tema del gaucho, se
muestra lo que sucedía con la imagen de Salta frente a la mirada estigmatizante
217
Paula Lanusse y Axel Lazzari
“Son muchos los extranjeros / que vienen a la Argentina. / Los coyas nos traen
la ruina / dándolas de caballeros./ Y son viles, traicioneros, / de borrachos son
enfermos / y flojos, ya lo sabemos. / Son la mayor indecencia, / ellos son, por ex-
periencia, / la peor gente que tenemos.” (Carrizo, 1987:80).
Por esta razón, Dávalos se preocupaba por criticar a aquellos que llaman co-
llas –es decir, insultan– a los habitantes de los Valles Calchaquíes, quienes, para
él, no son sino “gauchos vallistos”. Y agrega que los collas y los calchaquíes
eran, desde tiempos prehispánicos:
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Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
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Paula Lanusse y Axel Lazzari
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Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
“[…] y los extranjeros son hoy los únicos capaces de crearse hogar confortable
en pleno monte, por lo que en definitiva, serán ellos los patrones gauchos del
porvenir” (Dávalos, en Chibán et al.,1982:167).
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Paula Lanusse y Axel Lazzari
“Sería un error imaginar [que] el gaucho […] define y agota la llamada perso-
nalidad o identidad de Salta” (Caro Figueroa, 2001c).
17
Desde un “revisionismo socialista”, Caro Figueroa rescata la subtrama de
la narrativa de Güemes en la que éste se niega como gaucho hidalgo y decente,
se opone a los de su clase y desplaza hacia el gauchaje plebeyo el centro axioló-
gico de la comunidad. Ese movimiento reparador, sin embargo, no se despoja
de los términos de valor oligárquicos y repone, para un gaucho que no puede
quedar guacho, la figura providencial y autosacrificial del “caudillo”.
El mestizaje es, en este discurso, nacionalista, latinoamericanista y popular,
en tanto se opone a la oligarquía hispanocolonial “cipaya”, “balcanizadora” y
“elitista”. Se reivindican las identidades estigmatizadas, denunciándose “el des-
16 Castellanos proyectó una embrionaria política social con el intento de creación del Departa-
mento Provincial de Trabajo y la regularización del canon de riego.
17 Según Abelardo Ramos, prologuista del libro, este revisionismo es socialista porque lee la
historia simultáneamente desde la patria americana y desde la irrupción de las masas popula-
res en la esfera pública.
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Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
precio vomitivo hacia el mulato” que “se completa con la subestimación del
coya” (Caro Figueroa, 1970:206). Pero el autor queda preso de los estereotipos
heredados sobre lo indígena –sea colla o del Chaco– como ajenidad de lo sal-
teño:
“¿[…]debe comenzarse a elaborar una cultura a fojas cero? No, lo que sabemos
es que allí mismo, donde los sectores retardatarios permanecen enmudecidos
podemos encontrar valiosos elementos para llevar adelante la continuidad cul-
tural” (Caro Figueroa, 1970:210).
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Paula Lanusse y Axel Lazzari
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Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
acriollados” como los indios del Chaco revelan una religiosidad que confluye
con el carácter trascendente y creativo que estos autores otorgan al proceso de
criollización:
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Paula Lanusse y Axel Lazzari
Conclusiones
En este artículo, hemos descrito y analizado las nociones de salteñidad con el
fin de situar las permanencias y cambios en la imaginación de los indígenas
como “otros internos”. Abordamos la salteñidad como una matriz identitaria
que se desdobla en tres narrativas históricas –la Fundación, el Señor y la Virgen
del Milagro y la gesta de Güemes– con sus correspondientes calendarios y espa-
cios rituales. A su vez, exploramos los modelos de mestizaje –el hispanizante, el
criollo-americanista y cierta heterodoxia– implicados y reforzados por estas na-
19 La autora cita a Castro-Gómez: “‘El latinoamericanismo en tanto que conjunto de discursos
teóricos sobre ‘lo propio’ elaborados desde la ciencia social e incorporados al proyecto deci-
monónico de ‘racionalización’ jugó como un mecanismo panóptico de disciplinamiento so-
cial’ (1998: 200). A mediados del XX, ‘se va delineando […] desde la letra un mito que toda-
vía nos asedia (y nos construye) sin quererlo: el mito de la ‘América mágica’ […] que ha sido
apropiado por grupos (no letrados) de todos los colores para legitimar y defender sus aspira-
ciones políticas’ (Ibid.: 202) (Palermo, 2000).”
226
Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
227
Paula Lanusse y Axel Lazzari
Fuentes Documentales
ASHUR, Eduardo. 1999. “Salta y su centro histórico”. En: Revista Claves. Documento
electrónico: http://www.iruya.com/ent/claves/showquestion.asp?faq=18&fldAu-
to=113, acceso noviembre 30, 2003.
BAZÁN, Armando Raúl. 1992. El noroeste y la Argentina contemporánea (1853-1992).
Buenos Aires, Editorial Plus Ultra.
BOASSO, C. et al. 1981. Estudio socio-económico y cultural de Salta. Salta, Universidad
Nacional de Salta, Consejo de Investigación, tomo I.
228
Salteñidad y pueblos indígenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades
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Paula Lanusse y Axel Lazzari
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Capítulo 8:
Introducción
231
Morita Carrasco
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Política indigenista del estado democrático salteño entre 1986 y 2004
I. Antecedentes
En un manuscrito previo del Grupo de Estudios en Legislación Indígena
(GELIND, 1999b), nos ocupamos de revisar el estilo de la política indigenista
salteña entre 1986 y 1999. Retomaré en forma abreviada algunas de las conclu-
siones de aquel trabajo, buscando a la par hacer foco en el tratamiento dado a
las demandas indígenas de titulación de tierras. Tomaré como base algunos ca-
sos que han adquirido cierta visibilidad en la esfera pública, poniendo de relie-
ve el interjuego de tensiones entre el estilo clientelar de gestión del indigenismo
provincial y el movimiento indígena que no se subordina a los marcos en que
pretende encuadrarlo aquél. El argumento que busco desarrollar es que las po-
líticas sociales se emplean como instrumentos para neutralizar posibles resis-
tencias de las bases y lograr el consenso necesario para los planes gubernamen-
tales. En estos casos, y como intentaré demostrar, las políticas sociales se cons-
tituyen en aparatos ideológicos del Estado a través de las cuales ejercer el
liderazgo moral necesario para el mantenimiento de la hegemonía.
Frente al fracaso de las políticas de integración sociocultural de camuflar lo
indígena bajo una sociedad concebida como entidad homogénea, los legisla-
dores y el poder ejecutivo salteño ensayarán diversas estrategias de circunscrip-
ción del sujeto indígena codificando sus demandas, para que puedan acomo-
darse a los planes políticos. Aunque no deja de recrearse un estilo de
gobernabilidad clientelar –más o menos populista, según el estilo personal del
gobernante de turno– las políticas indigenistas del estado democrático salteño
se fueron adaptando a los contextos políticos cambiantes, buscando mantener
el control de la población indígena.
Si hasta 1983 el político salteño había negado cualquier especificidad étnica
y cultural en su población, en 1986 predomina una ideología enmascaradora
de la diferencia que pretende que el indígena es “uno más de nosotros” –ciuda-
danos–. En 1998, en cambio, bajo una retórica aggiornada a una política de re-
conocimiento, en boga en el mundo, la diferencia se vuelve repentinamente un
3
valor a resaltar, indigenizándose al ciudadano “aborigen”.
3 Ludovico Incisa (1986:1282) acierta bastante al afirmar que “en algunos países donde no se
ha terminado el proceso de integración étnica y donde el elemento popular es el que presenta
características heterogéneas, como en Argentina y en Brasil, los populismos no invierten la
tendencia a la fusión étnica sino que la aceleran, favoreciendo la integración de los elementos
étnicos marginales contraponiéndolos a los estratos dominantes aunque en estos últimos los
caracteres tradicionales aparecen marcados o exaltados.” Sus comentarios serían aplicables al
caso de Salta.
233
Morita Carrasco
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Política indigenista del estado democrático salteño entre 1986 y 2004
235
Morita Carrasco
dad de reconocer derechos especiales a los indígenas. Así, este proyecto de “ley
para los indígenas” tiene como objetivo principal promover su desarrollo eco-
nómico “superando la miseria mediante su incorporación en el mercado producti-
vo…” En los fundamentos se alude a la historia de muchas comunidades ame-
ricanas que no han podido resistir los procesos de “desculturación” y se resalta
el privilegio de la provincia de contar con 17.800 habitantes aborígenes. No
hay sin embargo una sola mención a los procesos de sometimiento encarados
puertas adentro.
Por esta época, los reclamos indígenas se canalizaban a través del Ministerio
de Bienestar Social y estaban fuertemente orientados a dar respuesta a necesi-
dades materiales –sobre todo en materia de vivienda-. De allí que la propuesta
de una ley indígena se presentara teñida de intenciones de elevación de la con-
dición social del indígena a la de los “otros” ciudadanos. En el orden nacional
también se instalaban paliativos asistenciales como el Plan Alimentario Na-
5
cional (PAN) para atender las necesidades de la población.
La importancia de programas de asistencia de este tipo en la práctica política
se expresa en el medio o estrategia de que se sirven para alcanzar a la población
objeto: una cadena de relaciones sociales, vínculos partidarios, amistades,
clientelismos pre-existentes, etc. Estas mediaciones ayudaron a cimentar un es-
tilo de gestión que probaría su eficacia mientras hubo recursos económicos
para distribuir y más tarde también, aunque con una retórica diferente y mu-
chos costos políticos. El medio es en sí mismo eficaz; aunque para mantenerse
sea necesario hacer concesiones a la base y sostener otras argumentaciones que
justifiquen su persistencia.
Así, mientras duró la política de asistencia alimentaria y atención primaria
de la salud, los reclamos indígenas no alcanzaban a trascender del ámbito local,
tomando recién fuerza en términos de denuncia de violación de derechos hu-
manos cuando, por los sucesivos ajustes a la economía nacional, dejaron de
proveerse tales recursos.
En nuestro sistema federal de gobierno, y ante la implementación de polí-
ticas sociales de supuesto contenido universal, los estados locales (a su tiempo:
provincial y municipal) se ubican a mitad de camino en una cadena de media-
5 Desde mediados de los años 80 se van aplicando en toda América Latina políticas sociales
que tienen como objeto a la población considerada pobre o vulnerable. En este contexto, du-
rante 1984, cuando la inflación alcanzaba al 700% anual, el gobierno nacional resuelve la
implementación del Programa Alimentario Nacional (PAN), consistente en la entrega de
una caja PAN conteniendo algunos productos de la canasta básica de alimentos a toda la po-
blación que, según informes previos, se encontraba por debajo de la línea de pobreza. Mayo-
ritariamente esa población se situaba entre los indígenas de zonas rurales.
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ciones de la acción benéfica del Estado central. En esa posición, los gobiernos
locales aparecen respecto de los beneficiarios de las políticas sociales en una po-
sición de superioridad, como patrón que provee y protege a los actores sociales,
que en una posición de inferioridad deben comportarse como población
gobernada y clientes del patrón.
La participación civil en el manejo de las políticas públicas (y, hasta cierto
punto la participación política) es una acción voluntaria de los sujetos que, al
exigirse como un requisito, queda convertida en una obligación que los trans-
forma en obedientes y disciplinados ciudadanos encargados de la implementa-
ción de la política que les está dirigida. Justamente con la sanción de la ley
6373 se plantea la siguiente paradoja: se dice a los indígenas que sean libres y
autónomos para decidir y participar, pero se los predispone a cumplir con el
mandato del legislador, quien, al referirse a la creación del Instituto Provincial
del Aborigen (IPA), les dice: “Esta institución está destinada a los aborígenes y
debe ser de ellos”.
Estatutariamente el directorio se integra con un presidente elegido por el
gobernador; los vocales (uno por cada etnia mayoritaria) representan los inte-
reses de los pueblos indígenas y son “elegidos” por sus bases. Pero la ley indí-
gena no prevé regla alguna para el proceso eleccionario: integración de pa-
drones, requisitos para ser candidato o elector, publicidad, etc. Entonces, dado
que siempre es preciso proceder con urgencia para integrar un organismo de
esta naturaleza y debido a que nunca hay tiempo para cumplir con procedi-
mientos ordinarios, el mecanismo privilegiado por el ejecutivo salteño para la
constitución del directorio del IPA fue siempre, de manera abierta o solapada, el
6
de cooptación.
Aun cuando sea difícil de probar, incluso en 2001 cuando por primera vez
se realiza una elección ajustada a un procedimiento reglamentado, solapada-
mente, la cooptación seguiría –como se demuestra más adelante– vigente. En
ese año se contó con un padrón, se hizo una campaña proselitista, se dijo que se
realizarían asambleas comunitarias para que cada comunidad presentara sus
candidatos a electores, los cuales fueron reunidos luego por los interventores
normalizadores del IPA en un gran cónclave donde se eligió de entre todos los
ternados un representante por cada pueblo indígena mayoritario. Pero la deci-
sión estaba ya en parte pre-ordenada por los propios interventores, responsa-
bles directos de las campañas proselitistas, de las presiones para obtener perso-
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7 Las citas textuales de este acápite fueron tomadas de la versión taquigráfica del debate legis-
lativo publicado en el Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de Salta el 6 de mayo de
1986, bajo el título “Promoción del desarrollo pleno del aborigen y sus comunidades”.
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guidores; su primera actividad como funcionario de la administración es el
13
manejo y control de planes sociales, lo que le permitió reunir un número no
despreciable de deudores de favores que lo elegirían, posteriormente, como Se-
nador provincial por el Departamento Rivadavia. Fue el autor del proyecto de
ley que crearía el IPA; obtuvo su re-elección por un nuevo período; propuso la
reforma de la ley en 1997 y fue convencional constituyente en 1998. Durante
el régimen de Juan Carlos Romero, fue Secretario de Derechos Humanos de-
pendiente de la Secretaría de Bienestar Social por dos períodos.
Dos figuras ejemplares de un modo de gestión menos moderno que feudal:
el último cumple su función articulando deseos, expectativas y necesidades con
recursos que el primero pone a su disposición para el tendido y mantenimiento
de un séquito de agradecidos beneficiarios. Es el encargado de dejar bien en
claro cuál es el origen de los recursos, quién es el benefactor y en nombre de qué
loables propósitos se realiza la acción política de dar y recibir. El gobernador
encarna el prototipo del pater familias que en la sociedad feudal brindaba pro-
tección a una variedad de sujetos, esclavos libertos, familias campesinas de es-
tatus bajo, o extranjeros de reciente inmigración, todas las cuales no encon-
traban solución más adecuada que la de buscar la protección de las personas
importantes que poseían la tierra y cumplían las funciones políticas centrales,
ofreciendo a cambio sus propios servicios (Mastropaolo, 1985). Uno y otro
son eslabones igualmente imprescindibles en el entramado de las relaciones po-
líticas que se irá armando en la primera etapa del indigenismo democrático sal-
teño y se mantendrá en los años sucesivos mientras existan recursos econó-
micos para distribuir a través de una cadena de mediaciones, aunque no serán
pocas las concesiones que deberán hacer ante las demandas crecientes y cada
vez más visibles en la esfera pública, de sus clientes indígenas.
12 No hay que olvidar que en esta etapa, inaugural de la redemocratización tras ocho años de
dictadura, la fragmentación política y social era de tal magnitud que una parte importante
de las actividades de la dirigencia política estaba dirigida a la creación de bases partidarias.
13 Como vimos, tuvo a su cargo la distribución de las Cajas del Programa Alimentario Nacio-
nal (PAN).
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14 En un distrito electoral con mayoría indígena, comparecieron otras razones para que el par-
tido indígena no llegara al poder. Entre ellas, no debe menospreciarse el retiro de apoyo del
Senador Machuca (autor de la ley indigenista), la presión de sectores no partidarios que
veían con desconfianza las ambiciones políticas de la mujer wichí,, y los propios indígenas
que no estaban preparados y resueltos a encarar el gobierno municipal, aunque algunos de
ellos tuvieran alguna experiencia, al lado de los dirigentes de los tres partidos principales.
15 En 1989 Survival le escribe una carta al Gobierno de Salta advirtiéndole sobre la ilegitimi-
dad de la ley 6469 y sobre la grave violación de Convenios internacionales (107 de OIT; De-
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los partidos tradicionales, los que de aquí en más se verían obligados a integrar
candidatos indígenas a sus listas de lemas y sub-lemas –algunos de los cuales
quedaban incorporados a la municipalidad como concejales– y a hacer lugar a
las demandas indígenas en sus plataformas. Un ejemplo de ello es que, ha-
biendo perdido el Justicialismo la elección y faltando apenas cinco días para
alejarse del manejo de la administración provincial, el gobernador saliente ac-
ceda a la petición del territorio que hacen las comunidades del fiscal 55 fir-
mando con los caciques un acta acuerdo, por la que se compromete a unificar
los lotes 55 y 14 a fin de entregar un único título de propiedad a las comuni-
dades, asegurando también la propiedad de parcelas de tierra a las familias crio-
llas (Carrasco y Briones, 1996; Gordillo y Leguizamón, 2002; Trinchero,
2000). Este compromiso –que fuera ratificado por un decreto del Ejecutivo
provincial, y nunca cumplido– es un ejemplo perfecto de la manera en que los
reconocimientos constitucionales y legales se reducen a expresiones huecas, si
no existe voluntad política de aplicarlos (Gómez, 2004).
Las crecientes demandas y protestas de actores indígenas exigiendo el cum-
plimiento de la ley y los compromisos electorales pondrán en estado de alerta al
indigenismo salteño, y aunque prevalecerá la concepción de ver a los indígenas
como objetos de asistencia más que como sujetos de derechos, muchos es-
fuerzos y concesiones deberán hacer los legisladores y el poder ejecutivo para
poder mantener el control de la estructura clientelar montada para sostén de la
hegemonía.
llas y wichí colmó durante veinte días la Plaza de los Dos Congresos para re-
clamar los títulos de propiedad de sus tierras en la provincia de Salta. Presti-
giosas figuras del mundo de la cultura y la política aparecían en las fotos junto a
los dirigentes indígenas apoyando sus demandas (el escritor Ernesto Sábato, y
el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel).
Prologando estas producciones políticas indígenas, algunas escenas más dra-
máticas habían dado ya la vuelta al mundo en febrero de ese año, a raíz de la
epidemia de cólera desatada en el lote fiscal 55. En versión cruda y dura, el país
advirtió la existencia viva de los indígenas, y la elite salteña se aprovechó de la
situación para resignificar sentidos que asocian lo indígena a la miseria, la inca-
pacidad, el salvajismo y la brutalidad. A pesar de que la singularidad cultural
del sujeto indígena ya se había hecho visible de múltiples maneras y se había
16
instalando en el resto de América Latina, a pesar de que ya estaba en vigencia
el Convenio 169 de OIT que consagra sus derechos “especiales” y de que estas
transformaciones habían provocado cambios sustantivos en el discurso indige-
nista clásico para dar voz y protagonismo a los indígenas, la intromisión vio-
lenta del cólera favoreció el rebrote del paternalismo estatal salteño y actualizó
el campo donde sembrar recursos y cosechar agradecidos seguidores.
La campaña de lucha contra el cólera se transformó en vehículo para el flujo
de toda clase de representantes políticos: presidente, gobernador, senadores,
diputados, secretarios de estado, ministros, directores y su nutrida corte de
asistentes (asesores, informantes, punteros). Ninguno de ellos quería aparecer
al margen de la situación del horror indígena. Día a día se sucedían en la zona
del lote fiscal 55 los aterrizajes de aviones y helicópteros con su carga de ayuda
humanitaria. Sin un plan racional, estos recursos y funcionarios provocaban la
sensación de vivir en el continuo tiempo de la política (Carrasco, 1993) en que
17
se renuevan las redes de recursos y favores a cambio de apoyo electoral. No
obstante, algo había cambiado, aunque los artífices del entramado clientelís-
tico que antecedió a las movilizaciones indígenas no lo advirtieran.
La visita en este mismo año de la dirigente indígena Quiché y Premio Nóbel
de la Paz, Rigoberta Menchú Tum y su comentario “estos son los indígenas
más pobres de la tierra” contribuyeron a aumentar aquellas percepciones del
indigenismo oficial salteño. Pareciera que su breve estancia no alcanzó para
que pudiera percatarse de la potencialidad política que escondían esos indí-
genas –bajo un velo de aparente inmadurez– como quedó demostrado a través
18
de la persistencia de sus luchas y los apoyos que fueron consiguiendo.
El supuesto eficientismo del hombre fuerte de la dictadura comenzó a mos-
trar sus debilidades, en medio de movilizaciones indígenas demandando dere-
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chos más que prestaciones sociales ante una reforma del Estado y la Constitu-
ción Nacional que se anunciaba desde dos años antes al menos (Carrasco,
2000).16 Por su parte, el Congreso de la Nación hacía lugar al pedido de expro-
piación de las tierras indígenas de la Comunidad Kolla Tinkunaku en el depar-
tamento de Orán, de propiedad del Ingenio San Martín de Tabacal.
El abundante álbum de fotos indígenas de la época muestra al presidente
Menem y al capitán Ulloa dando explicaciones del por qué de la postergación
de la entrega del título de propiedad a los indígenas del lote fiscal 55 a la cúpula
de la diócesis de la iglesia anglicana del norte argentino. Eran otros tiempos, las
semillas de la incertidumbre de la política se habían echado y había que cam-
biar de estrategias para recuperar la hegemonía.
Dos hechos contrapuestos ilustran esta preocupación. Por un lado el Ca-
pitán Ulloa crea una Comisión Asesora Honoraria para elaborar una propuesta
de distribución de tierras entre indígenas y criollos en el lote 55 integrada por
los afectados directos, los asesores de los indígenas, académicos de las Universi-
dades Nacional de Salta y Católica, funcionarios y asesores técnicos del go-
bierno, además de representantes de las fuerzas de seguridad. Por otro lado,
mientras esta comisión estaba desarrollando su labor, se resuelve sorpresiva-
mente la construcción de un puente internacional en la zona demandada por
los indígenas, poniendo en riesgo el desarrollo de la negociación. Una vez más,
a poco de finalizar su mandato, el gobernador emite un decreto enviando a la
Legislatura provincial el resultado de las deliberaciones de la Comisión Ase-
sora, a fin de que se dicte una ley de entrega de tierras, sin tomar en cuenta que
el estado provincial ya se había expedido respecto a este punto mediante el de-
creto emitido en 1991. Pero el Partido Renovador Salteño no renueva su
mandato, y el proceso queda inconcluso.
16 En 1990, con una amplia participación de indígenas y ONG´s, se conformó en Buenos Aires
el Foro Permanente para los Derechos de los Pueblos Indígenas. En 1992 la Asamblea Per-
manente por los Derechos Humanos realizó con especialistas, organizaciones y dirigentes
indígenas unas Jornadas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, preparatorias de la re-
forma del Artículo 67 inciso 15 de la Constitución Nacional sobre el mantenimiento del tra-
to pacífico con los indios y su conversión al catolicismo.
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20 En 1995, la comunidad Kolla de Finca Santiago (Iruya) se movilizó a Buenos Aires para re-
clamar por la ejecución de la ley de expropiación que le otorgaba la propiedad de la tierra. Al
siguiente año la comunidad Kolla Tinkunaku de Orán hizo lo propio para reclamar lo mis-
mo. En 1998 los principales diarios de Europa (Le Monde, Observatorio Romano, The Ti-
mes, entre otros) publican una solicitada del Pueblo Wichí en contra del presidente Menem
por la falta de justicia frente a su reclamo de titulación de tierras en el lote fiscal 55. Los prin-
cipales diarios nacionales (Clarín, La Nación, Página 12) replican estas noticias.
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23 Entre otras modificaciones, el proyecto incluye las siguientes sustituciones: a) Ley de Pro-
moción y Desarrollo del Aborigen (1986) por Ley de Desarrollo de los Pueblos Indígenas de
Salta; b) Miseria (86) por pobreza (98); c) La sede Tartagal (86) por Salta (98).
24 Por imaginario estatalista aludimos a concepciones que ven al estado como artífice e instru-
mentador central de las acciones “propiamente políticas”.
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25 Cfr. “Cinco años de desarrollo. Plan Quinquenal Salta al 2000” (Gobierno de la Provincia
de Salta 1999).
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de Finca Santiago estaba en vías de ser entregado a sus dueños, pero el con-
flicto del lote 55 seguía su trámite bajo la supervisión de la Comisión Interame-
ricana de Derechos Humanos. A su vez, la Comunidad Kolla Tinkunaku se
enfrentaba con la nueva propietaria del Ingenio San Martín de El Tabacal, la
Corporación Seabord de EE.UU., paralelamente a que nuevos conflictos y de-
mandas se hacen más visibles en esos departamentos. En noviembre de 2000,
unas 300 personas se plegaron a las protestas de los desocupados para exigir al
gobierno la entrega de la totalidad de las tierras del lote fiscal 4 (36.000has)
ubicado en la ruta 86, a unos veinte kilómetros de la ciudad de Tartagal, el cual
–según denuncian los indígenas– estaba siendo explotado por una empresa
maderera. En Santa Victoria Este un grupo de indígenas tomó la Municipa-
lidad para protestar por una obra que el intendente local deseaba llevar a cabo
en la Comunidad de Santa María.
En su intento por desactivar la protesta indígena, el gobierno apura la im-
plementación de la nueva ley, básicamente a través de dos estrategias: el otorga-
miento de personerías jurídicas a toda agrupación indígena que lo solicitase; y
una intensa campaña de promoción de la participación indígena para llevar a
cabo las elecciones que marca la Ley 7121 a fin de conformar el Directorio del
IPPIS. Una y otra acción están indisolublemente ligadas en el marco de un plan
para desalentar la conformación de alianzas entre organizaciones y comuni-
dades que pudiesen actuar como actor político unificado frente al Estado,
como habían demostrado que eran capaces de hacerlo en oportunidad de la re-
forma constitucional del 1998.
Para ilustrar este punto, basta con leer comparativamente los procesos de re-
clamo de los lotes 4 y 55. El pedido del lote 4 lo encara un dirigente Wichí con
un importante peso político en el contexto provincial, no una organización de
base. La mayoría de las comunidades que reciben el título no viven en el lote;
11 de las 16 mencionadas en el decreto son comunidades periurbanas, sin
ningún antecedente de ocupación, posesión o tenencia del fiscal 4. Más aún,
una de las comunidades mencionadas expresó su voluntad de no ser titular del
dominio y, sin embargo, queda incluida en el decreto de entrega. Este decreto
establece que la entrega se encuadra en la Ley 6570 de Colonización de Tierras
Fiscales; sin embargo, no se respetaron los requisitos que marca la ley para ser
acreedor a la tierra. Por el contrario, la demanda del fiscal 55 se formula desde
una organización de base que nuclea a cuarenta comunidades que ocupan tra-
dicionalmente las tierras que reclaman; estas comunidades hicieron entrega al
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29 “El contrato de alquiler de la oficina no se encuentra sellado, los gastos de taxis no se encuen-
tran autorizados ni justificados, no se adjuntan órdenes de pago a las rendiciones de cuentas,
los recibos de sueldos incluyen conceptos como compensaciones de gastos y gratificaciones.”
(Extraído del expediente judicial.)
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Palabras finales
Hemos visto en las páginas precedentes la manera en que Salta ensaya una retó-
rica de enmascaramiento del sujeto indígena primero y de reconocimiento des-
pués, mientras implementa, en la práctica, un estilo de gobernabilidad que
–valiéndose de una batería de estrategias de cooptación y clientelismo– niega la
diversidad cultural. Desde este marco de interpretación, entonces, la política
indigenista aplicada por el estado democrático salteño entre 1986 y 2004 se
constituye en recurso para mantener el control de los sujetos a los cuales está
dirigida y para la re-codificación de sus demandas.
De ello se derivan dos consideraciones. Por una parte, los funcionarios del
sistema político salteño y su extensa cadena de mediaciones siguen conside-
rando al indígena como un sujeto necesitado de ayuda para lograr una ciuda-
danía plena. Por la otra, tales estrategias son parte de los esfuerzos que se ven
obligados a hacer por los cuestionamientos de un actor indígena que se planta
frente a ellos para impulsar reivindicaciones y demandas de una política de
identidad propia.
Hemos visto también la contradicción existente entre reconocer la especia-
lidad jurídica del sujeto “pueblos indígenas” y las estrategias de gestión política
que lo vuelven a configurar como sector social vulnerable necesitado de aten-
ción. En esto, pareciera que –aun con sus particularidades– el estado salteño se
anticipa a la política que el estado federal hará explicita a partir de 2001 (ver
Lenton y Lorenzetti en este mismo volumen).
Sin embargo, si los derechos reconocidos a los indígenas son significativa-
mente distintos a los derechos universales de todos los ciudadanos es porque
tienen por objeto permitirles un mayor grado de desarrollo autónomo. Este de-
sarrollo no debe ser controlado, modificado o conjurado para alcanzar una
vida social integrada a la sociedad nacional, sino todo lo contrario, porque
cuando se poseen facultades plenas para adoptar las decisiones que les in-
cumben, los ciudadanos, y en este caso los pueblos indígenas, no necesitan par-
ticipar en la sociedad de otra manera más que ésta (Carrasco, 2004).
En una primera etapa, la política indigenista se concibe como una política
social focalizada que imagina a los indígenas como un sector social débil, de-
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Apéndice
Cronología de hechos salientes en materia de indígenas
en la provincia de Salta (1983-2004)
1983. En el marco de la campaña electoral el candidato del partido Justicialista Sr. Ro-
berto Romero promete la regularización jurídica de las tierras fiscales en el lote fiscal
55. Dpto. Rivadavia.
1983, Octubre. Se emite el decreto 1698 declarando de interés provincial el Proyecto
“Determinación del grado de aculturación y relevamiento poblacional aborigen”
para la realización del primer censo indígena de la provincia.
1983. La resolución 1269/83 otorga los recursos financieros para realizar el releva-
miento.
1984, Junio. Un grupo de líderes de comunidades del lote fiscal 55 emite el docu-
mento –Pensamiento indígena y declaración conjunta– por el cual se oponen a la pro-
puesta oficial de parcelamiento del fiscal y reclaman la titulación de un territorio sin
subdivisiones internas.
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1993, Marzo. Lhaka Honhat se reúne con el presidente Menem para solicitarle su me-
diación en el conflicto que mantiene con la provincia por la titulación de las tierras
en el fiscal 55.
1994, Julio. Un delegado de Lhaka Honhat denuncia al Gobierno de la Provincia de
Salta ante la 12° Sesión del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas de
ONU por incumplimiento de sus compromisos en la entrega de tierras en el fiscal
55.
1994. Se reforma el artículo 67 inciso 15 de la Constitución Nacional y se incorporan
los “Derechos de los pueblos indígenas argentinos”, como una materia que requiere tra-
tamiento especial del Congreso de la Nación.
1996. La Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka Honhat hace una toma pací-
fica del puente internacional Misión La Paz-Pozo Hondo para demandar el cumpli-
miento de los compromisos asumidos de titulación de las tierras del fiscal 55.
1997, Noviembre. Bajo el título “Pregunte al pueblo Wichí, Sr. Menem” se lleva a
cabo una campaña internacional en diarios internacionales de España, Francia e
Italia (El Mundo, Le Monde, Il Corriere della Sera), cuando se estaba realizando
una visita del presidente a Europa.
1997. Los principales diarios nacionales levantan la noticia de los diarios internacio-
nales en que se acusa al gobierno argentino de “engaño, saqueo y destrucción de un
pueblo milenario”
1997. Diciembre 4- Se trata y aprueba sobre tablas en Diputados un proyecto de re-
forma de la Ley 6373.
1997. ONGs, iglesias, universidades, organizaciones indígenas emprenden una cam-
paña de reclamos para parar el tratamiento del proyecto de ley en la cámara de Sena-
dores.
1997, Diciembre. Se aprueba en Senadores el proyecto de ley “Desarrollo de los pueblos
indígenas de Salta”.
1997, Diciembre 9. La legislatura provincial sanciona la ley.
1998, Febrero. Lhaka Honhat acude a la Comisión Interamericana de Derechos Hu-
manos para denunciar al Estado argentino de violación de sus derechos a la tierra.
1998, Febrero a Abril. Se reúne la Asamblea Provincial Constituyente y se debate la re-
forma del artículo 15 “Aborígenes”.
1999. El Estado argentino contesta a la CIDH admitiendo la denuncia presentada por
la Lhaka Honhat y recomendando entregar la propiedad de la tierra en las condi-
ciones previstas en el art. 75 inc. 17 de la Constitución Nacional.
1999. Los Pueblos y comunidades indígenas del Chaco boliviano, argentino y para-
guayo se reúnen en Santa Cruz de la Sierra y emiten una declaración conjunta diri-
gida a los Gobiernos de los tres países, a la cooperación financiera internacional y a
las iniciativas empresariales privadas.
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II. El Gobierno Provincial genera mecanismos que permitan, tanto a los pobla-
dores indígenas como no indígenas, con su efectiva participación, consensuar
soluciones en lo relacionado con la tierra fiscal, respetando los derechos de ter-
ceros.”
Gobernaciones
1983-87 Roberto Romero (P.J.)
1987-91 Hernán Cornejo (P.J.)
1991-95 Roberto Ulloa (P. Renovador Salteño)
1995-99 Inicio de El régimen de Juan Carlos Romero (h) (P.J.)
1999-03 Juan Carlos Romero (P.J.) continúa
2003-07 Juan Carlos Romero (P.J.) continúa
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Capítulo 9:
Neoindigenismo de necesidad
y urgencia: la inclusión de los
Pueblos Indígenas en la agenda
del Estado neoasistencialista
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Diana Lenton y Mariana Lorenzetti
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Neoindigenismo de necesidad y urgencia
Desde las agencias estatales, el discurso sobre políticas que legitiman sus
objetivos según criterios de “eficacia y eficiencia” ha logrado afianzarse en los
diferentes terrenos de actuación. En función de estos criterios, la política so-
cial asume un nuevo carácter. El estigma que configura el recibir beneficios
no ganados, y la impugnación que de ello deriva sobre el Estado de bienestar,
han llevado a una reformulación de la asistencia con la cual garantizar el con-
trol de los asistidos, utilizando –en términos de Rose (1997)– su misma
energía para gobernar. De este modo, el modelo neoasistencialista gestado en
los años 90 se expresa en prácticas que persiguen la responsabilización del be-
neficiario mediante el involucramiento de éste en algún tipo de contrapresta-
ción. En dicho modelo, el involucramiento “activo” de los propios asistidos
se basa en una “gestión social del conflicto” donde la cuestión social se tras-
muta en cuestión moral: los fenómenos vinculados con la pobreza son leídos
en términos de comportamiento. A través de este proceso, se individualizan
los problemas de la pobreza –negando su carácter social– y se los desvincula
de los procesos políticos económicos de los cuales emergieron (Alvarez Uría,
1998).
En nuestro país, la dificultad de conformar las bases de legitimación para
un ordenamiento social construido sobre un campo minado de exclusión so-
cial se ha tornado más evidente en los últimos años. Encontrar caminos posi-
bles desde donde afianzar un proyecto político capaz de garantizar y sostener
la dirección de los cambios sociopolíticos y económicos señalados se ha con-
vertido en una cuestión prioritaria. Como señala Lechner, el Estado-nación
viene desde hace una década enfrentándose a un doble desafío: “integración
económica a los mercados mundiales e integración social de la comunidad
nacional” (1992: 90). El problema consiste, pues, en construir una nueva le-
gitimidad para un ordenamiento social en el que se acrecientan las tendencias
de disgregación y fragmentación (Grassi, 2003), en tanto, las argumenta-
ciones que pretenden justificar en términos de pura eficacia económica las re-
formas “necesarias para sacar al país de la crisis” tienen cada vez más dificul-
tades para legitimar políticamente el costo social de tales medidas.
En este sentido, los pronunciamientos a favor de las modalidades de parti-
cipación, presentes en la agenda de toda política, parecen constituirse en un
tipo de estrategia desde donde fundamentar una nueva legitimidad. En esta
coyuntura, la participación recobra fuerza, en tanto dispositivo que logra en-
cubrir prácticas de gobierno propias de la racionalidad neoliberal, prácticas
que consiguen comprometer el ejercicio activo de los gobernados responsabi-
lizando, al mismo tiempo, a los sujetos interpelados.
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Diana Lenton y Mariana Lorenzetti
3 Con esto Dagnino hace referencia a “la complementariedad, por así decir, instrumental entre
los propósitos del Estado y de la sociedad civil, la cual parece otorgar a algunos encuentros
un grado razonable de éxito y estabilidad (...) Ella se ha constituido (...) en una estrategia del
Estado para la implementación del ajuste neoliberal que exige la restricción de sus responsa-
bilidades sociales. En este sentido, forma parte de un campo marcado por una confluencia
perversa entre el proyecto participativo, creado en torno a la extensión de la ciudadanía y la
profundización de la democracia, y el proyecto de un Estado mínimo que se exime progresi-
vamente de su papel de garante de derechos. La perversidad está ubicada en el hecho de que,
apuntando hacia direcciones opuestas y hasta antagónicas, ambos proyectos requieren una so-
ciedad civil activa y propositiva (2002b: 370-371. Énfasis en el original).”
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Neoindigenismo de necesidad y urgencia
Una quinta cuestión que movilizó esta arena fue el inicio de una convoca-
toria desde el INAI para implementar la participación indígena en dicho orga-
nismo estatal. Esta convocatoria tenía como antecedente la demanda judicial
que en agosto de 2001 la Asociación Indígena de la República Argentina
[AIRA] ganó frente al Estado Nacional por el incumplimiento de la Ley
23.302, en razón de que el Decreto 1667/91 sancionado por el Poder Ejecu-
tivo no respetó la estructura jurídica prevista en dicha ley en lo que hace a la
conformación de su órgano de ejecución. La convocatoria no logró su obje-
tivo, principalmente por motivos administrativos y económicos que, de
todas formas, encuentran su raíz en el exiguo lugar que la política indígena
ocupa en los sitios de decisión macroeconómica.
No menos importante, se realizó en el 2001 el Censo Nacional de Pobla-
ción, en el que por primera vez la “variable de autorreconocimiento indí-
gena” fue incluida como materia censable. Esto ocasionó la protesta de las or-
ganizaciones indígenas y ONGs, quienes a pesar de la ronda de consultas
iniciada en 1999 por el Instituto Nacional de Estadística y Censos [INDEC]
para calibrar la única pregunta destinada a evaluar esta “variable” (Urquía y
Goldztein, 1999:6) consideraron insuficientes las instancias de participación
disponibles en la planificación del Censo, así como la difusión del tema y la
capacitación de los agentes censales. La tensión llegó a su pico máximo en oc-
tubre de 2001, cuando representantes indígenas solicitaron la postergación
del Censo por seis meses. En repetidos Manifiestos, diferentes voces indí-
genas dieron a conocer su decisión de desconocer los resultados del Censo
que finalmente se realizó los días 17 y 18 de noviembre de 2001.
Consecuencia directa de esta coyuntura –aunque no limitada a ella en los
reclamos que se hicieron– fue la ocupación del INAI el 26 de octubre de 2001,
por dirigentes indígenas y ciudadanos de otros sectores que adhirieron a su
reclamo. En el petitorio que un grupo de dirigentes indígenas confeccionó en
esa oportunidad, se demandaba:
“la efectivización del acuerdo firmado entre el Estado argentino y las Na-
ciones Unidas, referido al tema de desarrollo de los programas especiales de
trabajo para Comunidades y Organizaciones Indígenas, atendiendo su par-
ticularidad y su especificidad en el marco del Encuentro de Durban; poster-
gación del censo solicitado por los Pueblos Originarios. Rediagramación del
que “Para realizarse todo emprendimiento científico que tenga por objeto a las comunidades
aborígenes, incluyendo su patrimonio histórico y cultural, deberá contar con el expreso con-
sentimiento de las comunidades interesadas” (Ley 25517, art. 1º a 3º).
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7 Ante la crisis del 19 y 20 de diciembre, la Mesa de Trabajo de los Pueblos Originarios difun-
dió el día 28 una “Declaración Pública” titulada “Posición de los Pueblos Originarios ante la
coyuntura actual”, en la que expuso una interpretación posible de la coyuntura desde los
Pueblos Originarios. Con esta declaración, se intentaba fortalecer una acepción de su parti-
cipación en procesos sociales e históricos más amplios. Tal participación parte tanto de un
sentimiento común –con el resto de los argentinos– de indignación y hastío, como del reco-
nocimiento de la continuidad esencial entre las modalidades extractivas e inhumanas de la
política imperante y la acción genocida de los colonizadores europeos. La Declaración ad-
vertía también que “el gobierno actual” –en ese momento encabezado por el Presidente inte-
rino Rodríguez Saá– proyectaba “soluciones económicas momentáneas que no resuelven el pro-
blema de fondo”, problema que por el contrario merecía atenderse con un nuevo “proyecto de
sociedad” (Mesa de Trabajo de los Pueblos Originarios 2001). De esta manera, la Mesa exi-
gía acordar una concepción de la justicia social en los términos que describe Mary Douglas
(1997; cit. en Grassi, 2003: 163), como “la constitución establecida por una comunidad
para regular los compromisos individuales de sus miembros”, superando la vieja noción de
cosa que puede ser otorgada o solicitada.
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Así, el tratamiento del presupuesto del INAI –ligado a los medios con los
cuales garantizar la participación indígena en este órgano estatal– se consti-
tuía, en palabras de la presidenta de la Comisión, en uno de los puntos cen-
trales desde donde pensar en: “una agenda de trabajo conjunto para poder
llevar, en lo que queda del año y con las dificultades económicas actuales, lo-
gros que sean posibles” (Registro taquigráfico:3). En todo caso, después de
reconocer que el tratamiento de un proyecto acorde al artículo 75º, inciso 17
de la Constitución Nacional y al Convenio 169 de la OIT exigiría una ronda
de consultas más extensivas e intensivas con representantes indígenas y espe-
cialistas de otros campos en el tema, las intervenciones de los representantes
estatales se focalizaron en los mecanismos con los cuales efectivizar la partici-
pación indígena en el INAI para cumplimentar con lo prescripto en la Ley
23.302 que, aunque sancionada en el año 1985 y reglamentada en 1989, to-
davía no tiene plena vigencia. Todas las aristas acerca de esta cuestión estu-
vieron atravesadas por diversas consideraciones, quedando supeditadas a un
solo punto: los recursos financieros disponibles.
En este marco, el presidente del INAI proponía convocar a un “Consejo
transitorio” conformado por indígenas que fijara “las pautas para el llamado y
la convocatoria, con el fin de que no sea sólo una acción del Estado…” (Re-
gistro taquigráfico:4). No obstante, este Consejo no sólo sería transitorio,
sino que debía ser pequeño “…porque no va a haber recursos para convocar a
consejos grandes. Y de nada servirá convocar consejos si después no se puede
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Diana Lenton y Mariana Lorenzetti
atender los gastos necesarios para el traslado de los hermanos que hayan sido
designados y la atención de sus gastos de permanencia en Buenos Aires o en el
lugar que se elija para la reunión” (Registro taquigráfico:5). Todo esto su-
mado a la advertencia de que el presupuesto a ser asignado “es absolutamente
insuficiente y quizá no nos permitiría ni siquiera convocar al consejo provi-
sorio…” (Registro taquigráfico:5).
Planteado de este modo el problema, se agregaban otros dos aspectos de
importancia: quiénes conformarían el consejo provisorio y cuáles serían los
criterios a adoptar para la convocatoria más amplia y definitiva.
Respecto al primer aspecto, las propuestas consistían en volver a la confor-
mación del consejo provisorio del año 1998 (formado luego del Programa de
Participación Indígena de 1997); y/ o convocar a aquellos partícipes de las
rondas iniciadas por la gestión anterior del INAI; o realizar una nueva convo-
catoria. El planteo de estas posibilidades ponían de manifiesto los continuos
fracasos y dilaciones de la agencia estatal en efectivizar la participación indí-
gena en dicho instituto, constituyéndose el tema en un nudo problemático
11
de creciente tensión entre los representantes estatales e indígenas.
Respecto de los criterios para la estructuración del consejo definitivo, se
abrían a su vez varias alternativas a ser ponderadas quedando, sin embargo,
también determinadas por las consideraciones señaladas. La discusión giraba
en torno a si se realizarían asambleas por provincias o por pueblos o, tal como
lo dispone la reglamentación de la Ley 23.302, un representante por pueblo y
por región (Noroeste, Noreste, Sur y centro). El presidente del INAI señalaba:
“la enorme dificultad que […] significa convocar una representación por
pueblos. Hay algunos pueblos que son numéricamente pequeños y hay otros
que son mucho más importantes” (Registro taquigráfico: 4).
“Además sabemos que hay pueblos que están en varias provincias y otros que
están en una sola provincia. De ahí la dificultad para determinar esto […]
Creo que muchos de los elementos que deben servir para el ejercicio de los de-
rechos concretos de los pueblos indígenas […] hoy son resorte, por obra de la
descentralización ejercida por el gobierno nacional, de las provincias. La
11 Cuando en la reunión se dio voz a los representantes indígenas, en reiteradas oportunidades
fueron marcando que el estado nacional se encuentra en flagrante incumplimiento de sus
compromisos nacionales e internacionales, y que debía por ende destrabar la participación
indígena en la política nacional. En esta ocasión muchos reprocharon a la Comisión no ha-
ber realizado consultas previas a la redacción del propio proyecto de modificación de la ley
23.302 en cuestión.
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Cabe aclarar, sin embargo, que estas propuestas –presentadas como solu-
ciones de carácter “transitorio” dada la coyuntura de crisis– coinciden a
grandes rasgos con el articulado del Proyecto de Ley modificatorio de la
23.302 presentado por los senadores de la comisión. En él se proponía reem-
plazar el actual INAI por un Consejo Federal Indígena conformado por un di-
rector, tres consejeros representantes del PEN y tres consejeros indígenas. Los
tres miembros indígenas se elegirían la primera vez “por sorteo” y en adelante
“en forma rotativa”, sin indicar la amplitud ni la calidad de la muestra sobre
la que se sortearían o designarían los tres miembros (Proyecto de Ley sobre
Pueblos Indígenas de Salvatori y otros, art. 24º). Además de poner en cues-
tión el carácter transitorio/precario de esta clase de iniciativas que quedarían
así plasmadas en una ley nacional, la propuesta avasalla cualquier considera-
ción de la diversidad, capacidades y formaciones especializadas de los diri-
gentes indígenas.
La jerarquización de los problemas llama la atención en una democracia re-
presentativa como la Argentina, en la que gran parte del juego político se re-
fiere particularmente al posicionamiento respectivo y a la carrera de las indivi-
dualidades. Sin embargo, las individualidades no se consideran importantes en
la representación política indígena porque, en realidad, se descree de las capaci-
dades de los políticos indígenas en general. En tal sentido, la tan declamada
“participación indígena” en las instituciones no se corresponde con la elabora-
ción de un proyecto alternativo y concreto de reforma de los mecanismos de
circulación del poder. Más bien, constituye para las elites políticas un ritual
discursivo o, en el mejor de los casos, un difuso deber moral. De este modo, el
debate prefiguraba el panorama desde donde las agencias estatales definirían
sus políticas e intervendrían respecto a la cuestión indígena. El carácter que
asumiría la preocupación por la cuestión social desde el Poder Ejecutivo Na-
cional tendrá eco tanto en la Comisión de Población y Desarrollo del Senado,
como en el INAI. A través de dichas agencias estatales, alineadas en el discurso
de la crisis, se harán extensivas las acciones que procurarán alcanzar a la pobla-
ción indígena en tanto sector más postergado entre los “pobres”.
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En notas posteriores, Chiche Duhalde puntualiza que los pilares de este Pro-
grama son la descentralización y la participación, expresadas en la creación y
conformación de los “consejos consultivos” o “consejos económico-sociales”,
“que tienen que ser muy participativos” (Página 12, 06/04/02), siendo, en-
tonces, una cuestión clave en el diseño del Programa, el “control” por parte de
la “sociedad civil” mediante su participación (Página 12, 06/04/02).
Sobre el acuerdo generalizado de que las arcas del Estado estaban vacías y
el convencimiento de que era urgente canalizar cierta cantidad de efectivo
para las numerosas familias con Necesidades Básicas Insatisfechas (como
medio de asegurar su supervivencia básica y de iniciar un proceso de recupe-
ración del mercado interno), el Poder Ejecutivo impulsó la reconversión de
su estructura de asistencia social en pos de un solo Programa. Así, el personal
de muchas áreas del PEN, especialmente de los Ministerios de Trabajo y De-
sarrollo Social, quedó afectado a la inmensa cadena burocrática que este Pro-
grama implica, suspendiendo sus funciones en otras áreas de trabajo. De la
misma manera, el Ministerio de Economía recortó aún más las escasas par-
tidas del tesoro que ya habían sido asignadas a principios de año a otras de-
pendencias estatales –cerrando inclusive programas de acción social comuni-
taria– para poder cubrir el compromiso de asignar a cada jefe/jefa de hogar
desocupado 150 Lecops/Patacones mensuales, en lo que restaba del año
2002 (Resolución 82/2002). El omnipresente discurso estatal, de este modo,
logró legitimar la circunscripción de su intervención en la “solución” de los
graves problemas sociales, en un único Plan que, según paradójicamente ase-
guraba, se proyectaba cancelar el 31 de diciembre de 2002 (Ministerio de
Trabajo 2002:1).
El programa fue objeto de críticas y demandas desde los inicios de su
puesta en marcha, debido a las falencias en la implementación fundada en un
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Desde esta perspectiva, son las carencias las que definen las “particulari-
dades”. Éstas, así definidas, ofician la circunscripción del colectivo indígena
como objeto de asistencia. “Particularidad” asociada a “vulnerabilidad” cons-
tituye un binomio que legitima el carácter de una intervención política ten-
diente a naturalizar tal situación más que a problematizarla. Esta concepción
parece estar cercana a aquella que, apelando a la “cultura de la pobreza”
(Lewis, 1961), explica a la misma como un estado dado por comporta-
mientos culturales y no como condiciones emergentes de relaciones sociales
entramadas en procesos histórico-políticos.
El respeto “a la idiosincrasia y la cultura de las comunidades” queda di-
luido en la mera consideración de aquellas “particularidades” que prefiguran
al indígena “necesitado de asistencia”. De esta manera, si bien las carencias
que justifican la inclusión al plan deben ser contempladas, al mismo tiempo
son ignoradas, en tanto, el objetivo del plan se restringe a otorgar 150 pesos
mensuales, desatendiéndose de promover los medios para garantizar el acceso
a esos “requisitos básicos” exigidos. A su vez, la supeditación del ordena-
miento jurídico referido al derecho indígena a necesidades determinadas de
ese modo diluye el alcance del mismo, y opera en desmedro de la consolida-
ción de un “sujeto de derecho”, a través de una política de asistencia que in-
tenta emular una política de reconocimiento.
Como organismo estatal, el INAI, no escapó a esta corriente. La mayor
parte de su personal quedó afectado de una u otra manera a la ejecución del
Programa Jefes y Jefas, que se definió como prioritaria por encima de los ob-
jetivos específicos del Instituto. La participación del INAI en el Plan Jefes y
Jefas requirió al principio del establecimiento de un acuerdo ad hoc entre el
Ministerio de Desarrollo Social y el de Trabajo, para aceitar los procedi-
mientos entre el INAI y ambos ministerios y así salvar ciertas “especificidades”
de modo que las comunidades indígenas pudieran efectivamente acceder a
este derecho paradójicamente definido por su universalidad.
En junio del 2002, la Comisión de Población y Desarrollo del Senado pro-
movió un proyecto de comunicación (Nº 1282/02) orientado a este objetivo.
Sancionado el 23/10/2002, este proyecto solicitaba:
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13 En su carácter de titular del Gabinete Social, Chiche Duhalde realizó numerosas visitas a lo-
calidades del interior del país marcadas por la pobreza. En algunos casos, estas localidades
cuentan con población mayoritariamente indígena. Dichos viajes tuvieron gran repercusión
en los medios. En la cobertura periodística realizada por los diarios, la apelación a la catego-
ría indígena como “marco” de la nota refuerza la idea de la vulnerabilidad de la población
que depende de la asistencia del Estado para su subsistencia, concurriendo a la fijación de ca-
racterísticas esperables en la población que es objeto del plan. Así, Clarín eligió ilustrar una
nota sobre las generalidades del Plan Jefas y Jefes con una foto donde se ve a Chiche Duhalde
saludando a una mujer “aborigen del Impenetrable” (Clarín, 21/6/2002). El 25 de agosto de
2002, Clarín informa de una modalidad del Plan especialmente diseñada “para comunida-
des aborígenes y pequeños pueblos”, que contempla la ayuda del Ejército para la construc-
ción de huertas, utilizando la mano de obra reunida por los beneficiarios. Nuevamente, la
ilustración de la nota incluye una fotografía en la que la Sra. Duhalde abraza a una “aborigen
wichi” en ocasión de su visita en mayo “al Nordeste” (Clarín 25/8/02: 7).
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“Vengo recibiendo denuncias que dicen que los programas no son bien entre-
gados, que no son genuinas las familias desocupadas, o que los invitan a par-
ticipar de piquetes y para eso les pagan” (Página 12, 06/04/02).
14 Vale anotar que, dada la exigencia de una “contraprestación” a los beneficiarios del Plan, la
inclusión entre ellos de indígenas a través del INAI tuvo como efecto imprevisto y secunda-
rio, por ejemplo, la estimulación de la formación de talleres de lengua y cultura aborigen y
enseñanza de producción de artesanías. Paradójicamente, una contracara del efecto cotidia-
no del Plan en las comunidades indígenas aparece retratada en el informe brindado por Cla-
rín en abril de 2004, según el cual un equipo de pediatras constató el aumento de las tasas de
desnutrición entre los pueblos kollas del área de San Antonio de los Cobres a partir de 2002.
En la versión de los agentes sanitarios locales, “desde que empezaron los Planes Jefas y Jefes
de Hogar, las mamás han tenido que salir a prestar servicios y han descuidado un poco a los
chicos (Clarín, 11/4/2004).”
15 Los medios de comunicación y el discurso público trataron esta cuestión especialmente en
relación a dos tópicos: el de la constitución de los planes sociales como objeto de la disputa
por el poder, y el de la corrupción que anida en sus mecanismos. Sin embargo, preferimos
como Grassi (2003: 109) enfocar a la corrupción no como un “resto” no deseado y externo a
la práctica de que se trate, sino considerarla en sí misma como un proceso activo de produc-
ción sociocultural.
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“Si una organización piquetera trae auténticos jefes y jefas de hogar desocu-
pados, se los recibe como cualquiera. El tema es que no pidan cupos para uti-
lizarlos en los cortes de ruta y haciendo política” (Clarín 21/06/02).
La puja por el control de las redes clientelares subyacía al conflicto con los
piqueteros. De la misma manera, desde el principio el gobierno nacional ex-
cluyó a los gobiernos provinciales del control de las asignaciones, acusán-
dolos de corruptos e instalando la idea de una mayor transparencia vía la rela-
ción directa estado nacional-municipios. En este sentido, se apeló a las
ONGs, tratando de incorporarlas en los consejos consultivos municipales con
un doble objetivo: aliarlas al Poder Ejecutivo Nacional en su carácter de
grupos de presión y, a la vez, constituirlas como representantes genuinas de la
sociedad civil. De esta manera, la convocatoria a las ONGs intentaba dar por
realizada la participación de la sociedad civil en la política estatal.
Sin embargo, estas líneas de la política social no estarían exentas de pro-
blemas. Muchos intendentes veían con agrado los criterios adoptados, desta-
cando el “gran avance en la coparticipación de los fondos sociales”, ya que
“en algunas provincias, los gobernadores tenían la costumbre de apropiarse
de la ayuda social que la Nación enviaba a los municipios (Página 12
06/04/02).” Sin embargo, se mostraban reticentes en incorporar en los Con-
sejos Consultivos –también llamados Consejos Económicos Sociales– a las
ONGs, organizaciones barriales, cámaras empresariales e industriales, y a los
sectores religiosos, tal como se disponía oficialmente para la instrumentación
del programa social.
El Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados –que en principio fue presen-
tado por el gobierno de transición como una solución temporaria de conten-
ción social– continuó vigente durante el 2003, incluso luego del recambio
16
presidencial.
En los primeros meses del año 2003 se sucedieron una serie de reuniones
entre distintos representantes de organizaciones indígenas y el Presidente de
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“recién… firmamos, que todo joven indígena que vaya a un colegio secun-
dario va a tener ayuda del Estado mediante becas, útiles, libros y cuadernos.
Esto es lo que hemos firmado recién. Pero estas cosas que se firman luego es
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difícil llevarlas a cabo si las comunidades indígenas por sus propios medios,
organizándose en consejos en cada provincia o en cada área de una provincia
donde se encuentren, no están enteradas […] Entonces hoy también vamos a
ver de qué manera formamos los consejos consultivos indígenas para que sean
los propios indígenas los que nos digan a qué familias les corresponde el tema
social […] Por lo tanto es importante que se organicen en la organización
que ustedes mismos se dan pero sepan que de alguna manera tienen que estar
conectados con la Secretaría de Asuntos Indígenas para poder tener los lis-
tados” (Discurso del Presidente Duhalde, 17/3/2003).
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