El autor de Hebreos al hablar del “sumo sacerdocio” de Cristo
tiene una innovación con relación a la idea antigua de
sacerdocio, pues mientras aquel en la época de Jesús se obtenía a través de intrigas y de formas poco decorosas movidas por la ambición (v.gr. Jasón y Menelao); el sacerdocio de Cristo, en cambio, se concedió porque se asemejó en todo a sus hermanos (Heb 2,17), es decir, porque renunció a todo privilegio y descendió hasta el nivel más bajo, el de compartir los sufrimientos de sus hermanos. Ya Heb 2,7 había hablado de la grandeza de Cristo al afirmar: «lo hiciste poco inferior a los ángeles, de gloria y honor le coronaste»; ahora el acceso al sacerdocio pide un movimiento de descenso: el asemejarse a los hermanos. Este movimiento indica otro elemento de discontinuidad con las tradiciones judías, pues éstas insistían en la necesidad de una separación entre el sacerdote y el pueblo, que era expresada en las leyes de pureza, baños rituales, trato con difuntos y muchas otras prohibiciones a través de las cuales el sacerdote tomaba distancia del común de los hombres. Hebreos, por el contrario, pide a la persona que se acerque y asemeje en todo a sus hermanos, como condición para acceder al sumo sacerdocio.1
Hasta el momento, no ha aparecido en la reflexión ningún
título sacerdotal sobre Jesús en alguno de los evangelios, y ni siquiera podría buscarse en el contexto de la última cena pues, aunque el Señor proclama una diversa hagadá («Tomen, esto es mi cuerpo»: Mc 14,22; «Esta es mi sangre, la sangre de la alianza derramada por todos»: Mc 14,24), en ella no ejerce un oficio propiamente sacerdotal, solo desempeña el papel que cualquier padre de familia ejercería en la pésaj con su familia. Ratzinger descubre en esta cena, cuya primera celebración fue el verdadero origen del pueblo de Israel, no un mero recuerdo del pasado, sino una acción donde Jesús, plenamente consciente de su misión e identidad, realiza un acto que permanecerá en la conciencia de los Doce y tomará una nueva luz en el momento de la resurrección, consolidando así un proceso comenzado en la misma predicación y que tenía como uno de sus elementos clave la elección de los Doce: la fundación de la Iglesia.
También hoy la pudimos contemplar silenciosa en el evangelio
que se nos proclamó (Lc 2,1-7), pero ardiente de un amor infinito que procura todos los cuidados para su hijo: lo envuelve 1 Cf. A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo según el Nuevo Testamento, 84-86. en pañales y lo acuesta en el pesebre, único lugar que encuentra, pues no había ya sitio para ellos en la posada. Los cuidados procurados por María para con Jesús me trae a la mente el pasaje del Génesis en el cual luchan las madres de Isaac e Ismael en su afán de cuidar de sus hijos (cfr. Gn 21,1- 21). Ambos niños, hijos de Abraham, están jugando y riendo juntos, y Sara se preocupa por su hijo Isaac, pues Ismael podría suplantarlo y robarle todos sus derechos, razón por la cual pide a Abraham que despida a la esclava con su hijo. Agar tiene que tomar a Ismael en sus hombros y deambular por el desierto sin mucha esperanza de ver vivir a su hijo. Agar que sabe que su hijo va a morir, deja al niño bajo un matorral, le procura en medio de su desesperación un último cuidado a Ismael, y aunque le aguarda la muerte, busca una sombra para que su hijo sufra lo menos posible y no padezca la inclemencia del sol en medio del desierto; luego ella se sienta a distancia para no ver morir al niño. Agar se ha visto condenada junto a su hijo por una risa, un juego, o lo que Sara quiso creer que era una risa del niño, y ahora Ismael le devuelve la esperanza con el llanto, que es la desesperada llamada de un bebé hacia la vida. Sólo fue necesario aquel llanto del que no tenía ninguna voz para que Agar se vuelva sin dudar a abrazar la esperanza: Dios había escuchado el llanto del niño, no sin antes observar los cuidados de su madre, por eso hará de él un gran pueblo como también de su hermano Isaac (Gn 21,18).2
Cómo vivir una vida sobrenatural: Cómo descubrir el verdadero discipulado y entender mejor el reino de Dios a través de la relación con el Espíritu Santo