Bernis C. (2005): Ecología Humana.
En: Para comprender El esfuerzo integrador realizado en los años 80 (Young,
la Antropología Biológica. (Rebato E., Susanne C., Chiarelli
B. eds.) Editorial Verbo Divino. Navarra (España), pp. 643-
654.
Ecología humana
Cristina Bernis
1. Introducción
2. Los contenidos de la ecología humana
3. El ecosistema humano
4. El medio geográfico
5. El medio biológico
6. El medio cultural
7. Ciclos energéticos y funcionamiento de los ecosistemas
8. Los procesos de ajuste individual al medio a lo largo del
ciclo vital
9. La capacidad de ajuste en función de factores de la edad
y de factores sexuales (biológicos y culturales)
10. Los cambios en los procesos de ajuste biológico:
indicadores de cambio ambiental
11. Ecología humana y salud
12. El crecimiento poblacional como problema ecológico:
cambios de los patrones reproductores y de los mecanismos
de transmisión diferencial de los genes
13. Conclusión
1. Introducción
La realidad humana es el resultado de la co-evolución de
los sistemas culturales, socioeconómicos y biológicos, que
cada población desarrolla en el medio donde vive. La
aproximación a esa realidad se ha realizado de forma
compartimentada hasta al primer cuarto del siglo XX,
donde algunos investigadores toman conciencia de la
necesidad de ampliar su visión y darle un óptica ecológica,
con el fin de obtener una mejor comprensión de los
fenómenos humanos. Tales conductas individuales
cristalizaron en colaboraciones interdisciplinarias
institucionaliza-das, cuyo resultado final fue el desarrollo
de la ecología humana (McKenzie, 1926).
Si definimos la ecología humana como el área de
conocimiento que analiza la interacción del hombre con su
medio, prácticamente el 100%de los investigadores
suscribiría como propia esta consideración. Sin embargo, es
a la hora de delimitar el contenido de esta interacción
cuando surgen las discrepancias. No hay que olvidar que
bajo la etiqueta ecólogo humano se acogen investigadores
con formaciones muy diversas, procedentes de los núcleos
promotores que desarrollan esta disciplina, y que marcan a
pesar de todo su idea de la interdisciplinariedad. Debemos,
al menos, citar a geógrafos, antropólogos culturales,
sociólogos, demógrafos, bioantropólogos, médicos,
etólogos, ecólogos, técnicos en contaminación, urbanistas,
y muchos otros que forman parte de este variado espectro
profesional. Precisamente en la diversidad de esta
interdisciplinaridad reside el interés y, al mismo tiempo, la
dificultad de la ecología humana.
1983; Morán, 1984; Bernis y Sandín, 1986; Boyden,
1987; Tegnstrom, 1987; Wolanski, 1990c; Susanne et
al., 1989) para construir una visión diversa pero
convergente en los fenómenos de interacción en su
doble vertiente fue fructífero en resolver contradicciones
surgidas al aunar disciplinas diferentes con intereses
comunes, pero no consiguió el consenso sobre el
contenido de la interacción (Junjen, 1985).Incluso desde
la perspectiva biológica existe un gran desequilibrio en
el desarrollo de las dos direcciones de la interacción
(hombre sobre medio, medio sobre hombre), y todavía
es frecuente que sean sinónimos los términos ecología
humana y destrucción del medio por el hombre. La
OMS (1993) proporciona una definición holística de la
ecología humana, basada en lo que denomina el
macrosistema de las tres lógicas que regulan el mundo:
la biológica, la ecológica y la lógica-humana.
2. Los contenidos de la ecología humana
Las claves de la ecología humana están en la
comprensión de los fenómenos de interacción entre
biología y cultura. Esta interacción se desarrolla
básicamente a través de las pautas de comportamiento
social que singularizan cada tradición cultural a través
de su sistema de valores, de su desarrollo científico y
técnico, y de su sistema político y económico. Por tanto,
es necesario un marco teórico de referencia que refleje
este concepto y que permita desarrollar con coherencia
los contenidos que se incluyan en el área de
conocimiento. En este sentido, se vive en la actualidad
un momento crítico para el futuro de los grupos
humanos, caracterizado por un rápido cambio cultural,
que afecta a todos los componentes estructurales y
funcionales del ecosistema humano, unido a un
crecimiento demográfico que, si bien comienza a
ralentizarse, es todavía explosivo. Los cambios en los
patrones culturales que regulan la reproducción, la
nutrición y la enfermedad se han transformado muy
rápidamente en los últimos 80 años en un sector
importante de la humanidad, concentrado en las
poblaciones más ricas, mientras se están induciendo y
acelerando procesos de cambio paralelos en el resto de
los grupos humanos, sin que todavía comprendamos las
consecuencias que a medio y largo plazo puedan tener
para la biología y la salud de las poblaciones. La
necesidad de conocer cómo está ocurriendo este proceso
de transformación ambiental que ha dado lugar a las
llamadas transicion demográfica (Coaley Watkings,
1986) y transición epidemiológica (Omran, 1977;
Rogers y Hackenber, 1987; Mercer, 1990; Banco
Mundial, 1993), así como valorar sus consecuencias
para el hombre, proporciona el primer bloque de
contenidos básicos de la ecología humana. El otro gran
bloque está formado por las consecuencias que el
crecimiento poblacional tiene sobre el medio ambiente.
El número monográfico de Populations Reports de
mayo de 1992 plantea claramente el problema y recoge
una amplia información bibliográfica sobre el tema. En
definitiva, como señala Borden (1991), el problema es
1
comprender la naturaleza del lugar del hombre en la
naturaleza en una perspectiva biohistórica.
3. El ecosistema humano
La adecuada comprensión e interpretación de los procesos
bioculturales en los grupos humanos es imposible fuera del
contexto ecológico en el que se desarrollan los ciclos
vitales de sus individuos. El ecosistema se convierte así en
la unidad superestructural de estudio, siendo definido como
la situación global a la que se adaptan las poblaciones y se
ajustan los individuos. El ecosistema humano tiene cuatro
componentes estructurales: las poblaciones humanas, el
medio geográfico, el medio biológico y el medio cultural
(Bemis, 1996). Las poblaciones, concebidas como
entidades reproductoras que comparten complejos
genotípicos, sistemas de valores, recursos, tecnología y
organización social, y que explotan las mismas fuentes
energéticas, son las unidades básicas de referencia. Los
medios geográfico y biológico son comunes a todas las
comunidades de seres vivos, mientras que el medio cultural
es único y caracteriza a los ecosistemas humanos: es el
nicho ecológico ocupado por el hombre y actúa como
tampón entre las poblaciones humanas y los medios
geográfico y biológico. Estos cuatro componentes
interaccionan entre sí a través del intercambio continuado
de energía, que circula en dos ciclos diferentes: el primero,
de energía vital o nutritiva, que nos mantiene como
unidades biológicas, y el segundo, de energía cultural, que
nos mantiene como unidades sociales. Hay dos
superestructuras del ambiente cultural que condicionan los
ciclos energéticos: la primera es el dinero, que modula la
cantidad y calidad de ambos tipos de energía utilizada por
los diferentes grupos humanos; la segunda es la
información, difundida con rapidez vertiginosa a través de
las nuevas tecnologías disponibles por los cada vez más
influyentes medios de comunicación, la cual condiciona los
patrones de comportamiento social en todos sus aspectos,
incluidos los relacionados con e! gasto y consumo
energético (tabla 57.1).
4. El medio geográfico
El medio geográfico, a través de sus componentes
climáticos y orográficos, determina los tipos de
asentamientos humanos, su accesibilidad y la gran mayoría
de nuestra variabilidad biológica más evidente, como la
pigmentación de la piel, la forma corporal o la estructura
facial. Los cambios globales en el ambiente geográfico
ocurridos en los últimos cien años, tanto en sus aspectos
físico-químicos globales (cambio climático global,
reducción de la capa ozono, Efecto invernadero, etc.),
como en los locales (polución urbana, contaminación por
fertilizantes y pesticidas, etc.) y en el microambiente
cotidiano (condiciones laborales, salubridad en los hogares,
ocio, etc.) están afectando los mecanismos de ajuste
biológico y social de las poblaciones humanas y
aumentando los problemas de salud tanto ambiental como
poblacional. La salud ambiental comprende las
consecuencias para la salud de las interacciones entre las
poblaciones humanas y el conjunto de factores de su
ambiente físico (natural y transformado por el hombre) y de
su ambiente social. Dos aspectos son considerados básicos:
el primero, hasta qué punto el ambiente puede mantener
la vida humana, el segundo, hasta qué punto el ambiente
está libre de peligros para la salud (OMS, 2000). Entre
los objetivos del programa desarrollado por la OMS
(1986) Salud para todos en el año 2000, destacan los
destinados a mantener un ambiente saludable. Multitud
de publicaciones recogen aspectos técnicos,
conceptuales, legales, etc., relacionados con el control y
la gestión del ambiente físico. El trabajo de Nath et al.
(1993)es una excelente referencia sobre estos aspectos.
La relación entre ambiente, salud pública y ecología
humana se recoge en publicaciones como las de Duffuss
(1983), Lee (1985) y Di Giulio y Monosson (1996), o de
la propia OMS (2000). Otro aspecto a considerar es la
propia modificación de la orografía, con grandes obras
hidráulicas, vías de transporte y comunicación, etc., que
alteran el microambiente y favorecen el desplazamiento
de grandes masas de personas, rompiendo así el
aislamiento tradicional de muchas poblaciones.
5. El medio biológico
El ambiente biológico tiene dos niveles bien
diferenciados: uno regula las relaciones intraespecíficas,
tanto de crecimiento poblacional (fecundidad y
mortalidad) como de tamaño, densidad y estructura por
sexo y edades, cuantificables todas ellas a través de
variables demográficas. El otro nivel regula las
relaciones interespecíficas entre el hombre y otras
especies vegetales y animales. A su vez aquí se pueden
distinguir dos grandes bloques de relaciones: el primero
incluye las relaciones tróficas entre el hombre y las
especies con las que convive; el segundo, las relaciones
no tróficas. En el nivel trófico hay que distinguir: a) el
ambiente creado por las especies que forman parte de la
dieta de los grupos humanos y las interacciones
derivadas de su explotación y consumo, proponiendo
incluir bajo el encabezamiento Ecología de la Nutrición
todos los aspectos relevantes de esta interacción,
incluidas las situaciones de carencias y de excesos
nutricionales, y sus consecuencias sobre la salud
(Robertg et al., 1990; Harrison y Waterlow, 1990;
Wahlqvist, 1994; Serra et al., 1995; OMS, 2000); y b) el
ambiente creado por las especies que se alimentan del
hombre, causándole enfermedades infecciosas y
parasitarias, y las interacciones derivadas tanto de los
comportamientos y situaciones que crean riesgo de
contraer enfermedades, como por el propio desarrollo de
las enfermedades y por los comportamientos
desarrollados para combatirlas. En este caso, el análisis
de estas interacciones se englobaría bajo el epígrafe
«Ecología de la enfermedad». Diversos autores han
analizado la historia de la enfermedad desde una
perspectiva ecológica (Dubois, 1969; Mc-Neil!, 1983;
Crosby, 1986; McKeown, 1988; Diamond, 1998),
enfoque que enlaza con las recomendaciones de la OMS
(1986, 2000) y con el gran desarrollo del área Ecología y
Salud dentro de la propia Ecología Humana (Foller y
Hasson, 1996; Honari y Boylen, 1999).
2
6. El medio cultural
Por último, el cuarto gran componente estructural del
ecosistema humano es el ambiente o el medio cultural, que
nos singulariza de los demás seres vivos. Entendemos por
«cultura» el conjunto de patrones de comportamiento social
que se transmiten de generación en generación por
aprendizaje, y que se enraízan en los sistemas tradicionales
de valores de cada población, determinando
comportamientos individuales y colectivos. Los sistemas de
valores definen el papel social que se espera de cada
individuo según el sexo, la edad y la clase social a la que
pertenece, y regulan tres aspectos fundamentales para
nuestra biología: los patrones reproductores, los patrones
nutricionales y los patrones de cuidado de los miembros de
la sociedad, especialmente de la infancia, ancianos y
enfermos.

Los niveles de desarrollo tecnológico permiten un control

variable del medio ambiente determinan la diferente
capacidad de modificación y de destrucción del entorno
geográfico, la diferente capacidad de explotación de los
recursos nutricionales, incluidas las fuentes energéticas, y
por último, la diferente capacidad de control de las
enfermedades infecciosas y degenerativas. Las estructuras
políticas y económicas que caracterizan a cada sociedad se
superponen al sistema de valores y al desarrollo
tecnológico generando variabilidad en estos aspectos. Así,
el nivel de desarrollo económico condiciona los recursos
tecnológicos, energéticos y sociales, que son los que en
última instancia determinan la salud y bienestar de
individuos y poblaciones (educación, sanidad, atención a
ancianos, etc.), (véase el cuadro 57.1). Dependiendo del
sistema político imperante se priman más unos u otros
aspectos de la atención social. Dressler (1995) señala que la
cultura, como sistema de valores y significados, es una
poderosa herramienta para entender la variación del
comportamiento y de la biología humana.
El ambiente cultural funciona en realidad como un
sistema tampón entre los medios biológico y geográfico
y la biología de las poblaciones humanas (tabla 57.2). El
medio cultural puede actuar como amortiguador, como
inductor o como amplificador de estímulos ambientales.
Puede influir sobre los individuos, afectando su ajuste
diferencial al medio, o puede hacerlo sobre poblaciones,
dando lugar a procesos de homeostasis social (Varea,
1990; Varea y Bernis, 1997) o de transmisión diferencial
de genes, de manera que se ha sugerido que los procesos
culturales pueden ser al menos tan importantes como los
biológicos de la evolución de las adaptaciones humanas
(Durham, 1978).
7. Ciclos energéticos y funcionamiento de los
ecosistemas
La manipulación ambiental, enfocada a la obtención de
energía nutricional y extrasomática o cultural, depende
en gran medida de la organización del ecosistema y de la
tecnología desarrollada para su explotación, de las
prioridades políticas y económicas (gasto en educación,
sanidad, defensa, etc.), y de la distribución de los
diferentes tipos de energía entre los individuos/unidades
familiares integrantes de la sociedad. La transformación
de los ecosistemas humanos ha ido íntimamente ligada
al tipo y cantidad de energías consumidas y al método
utilizado para su explotación (Cook, 1971). El
3
incremento de energía cultural va íntimamente ligado a una
complejidad en las estructuras sociales, así como a una
mejora del poder adquisitivo de los individuos. Los grandes
cambios en los ecosistemas humanos y en la propia historia
de la humanidad van ligados fundamentalmente a los
avances tecnológicos y a cambios de comportamiento que
permiten una explotación más eficaz de los recursos
energéticos (Cavalli-Sforza, 997). Desde su perspectiva
biohistórica Boyden (1987) resume los diversos tipos de
ecosistemas que se han sucedido en el tiempo, los métodos
de obtención de las energías nutritiva y cultural, la
antigüedad y la duración de cada tipo, el número de
generaciones transcurridas y, finalmente, el tamaño y la
densidad estimados para las poblaciones humanas en cada
etapa (fig. 57.1). La secuencia temporal no es lineal: en la
actualidad quedan todavía grupos de cazadores-
recolectores, y de agricultores en diversos niveles de
complejidad tecnológica. Además, en las poblaciones
actuales, como en las que han convivido en otras épocas,
existe una gran diversidad en los niveles de consumo de
energía nutricional y cultural. Los cambios ambientales son
una constante en nuestra historia biológica y están ligados a
los procesos de adaptación por selección natural y a ajustes
individuales a nuevas circunstancias. La rapidez y la
intensidad de los cambios ambientales y de las respuestas
biológicas y culturales de los grupos humanos se han
acelerado en los últimos cien años, y sus consecuencias
sobre la biología y la salud de las poblaciones comienzan a
ser ahora conocidas y evaluadas. En la última parte de la
fig. 57.1 se pretende llamar la atención sobre la cantidad de
recursos humanos, técnicos y energéticos que se están
poniendo en los últimos años sobre el control de la biología
humana, incluida la reproducción, esta última de una
manera un tanto paradójica. Por una parte, en los países del
Tercer Mundo el esfuerzo se dirige a controlar la fertilidad
(Lightboume et al., 1982; Sing y Ferry, 1984) con un
discurso ecológico ligado a los problemas energéticos, de
destrucción de ecosistemas, de salud, de educación, etc., en
resumen, de la imposibilidad de conseguir un desarrollo
sostenido con un ritmo de crecimiento poblacional como el
mantenido hasta ahora (Population Reports, 1992), incluso
con las perspectivas más optimistas de los últimos años,
que evidencian una ralentización del crecimiento
poblacional. Por otra parte, en los países industrializados
occidentales o con niveles de desarrollo semejantes, como
Japón, el esfuerzo se centra en políticas que fomentan la
natalidad de sus habitantes, y, por otro, en la aplicación de
sofisticadas técnicas de reproducción asistida, que avanzan
mucho más rápidamente que la legislación, la reflexión
ética sobre sus consecuencias y la valoración de su
necesidad real. La obra de Silver (1998) resume bien estos
aspectos de control de la reproducción humana, dando una
visión inquietante del futuro. Habría que reflexionar
también sobre la intervención generalizada en los procesos
biológicos, a través de la extensión de medicación e
intervenciones quirúrgicas, muy especialmente en las
mujeres (Bernis, 1999).
Desde el punto de vista del ecólogo humano con formación
biológica, hay dos consecuencias fundamentales de la
transformación ambiental reciente. La primera, relacionada
con la capacidad de ajuste individual, resultante de la
transformación en los patrones de salud y enfermedad;
la segunda, relacionada con la capacidad de ajuste y de
adaptación poblacional, vinculada con la transformación
de los patrones reproductores y de los que se han
derivado cambios revolucionarios en la fertilidad y la
viabilidad de los individuos, que son los mecanismos
tanto de transmisión diferencial de los genes como de
crecimiento poblacional (Cavalli-Sforza y Bodmer,
1971; Bemis, 1990).
8. Los procesos de ajuste individual al medio a lo
largo del ciclo vital
Los procesos biológicos que tienen lugar a lo largo del
ciclo vital y la secuencia en la que ocurren están
genéticamente controlados y ambientalmente limitados.
Esto quiere decir que, si todos viven lo suficiente, los
seres humanos pasarán por las mismas etapas, pero que,
dependiendo del ambiente en el que vivan, los procesos
serán más o menos rápidos e intensos, y los resultados
fenotípicos cambiarán y podrán ir acompañados o no de
disfunción, enfermedad y/o muerte prematura. En otras
palabras: la información contenida en el ADN es
solamente una guía del fenotipo final. En realidad, el
ADN codifica para un complejo sistema plástico que
responde de diferentes maneras a las exigencias de la
viabilidad. Todas las células del organismo tienen los
mismos genes, que se expresan de manera selectiva. La
expresión génica viene regulada en gran medida por
factores externos a la célula; la información se lee en un
contexto fisiológico específico: por ejemplo, el gen que
codifica para la enzima que transforma la tirosina en
DOPA y ésta en DOPA-quinona, como un precursor
para el pigmento melanina (véase fig. 38.1, capítulo 38),
necesita que la tirosina esté presente, lo cual dependerá
de una dieta adecuada y de si el pH o la temperatura
celulares son los apropiados.
Las respuestas resultantes de cambios en factores
ambientales suelen denominarse adaptaciones o ajustes,
de manera indiferente, si bien para un biólogo el
significado es muy diferente. Adaptación es un término
básico en ecología evolutiva, que implica cambios en las
frecuencias génicas entre generaciones sucesivas, y que
por tanto es aplicable solamente a poblaciones. Los
procesos de adaptación de las poblaciones a su medio
son el resultado de la selección natural que favorece los
genotipos de determinados individuos, frente a los
genotipos alternos, determinando que al cabo de varias
generaciones las frecuencias génicas de antecesores y
descendientes sean diferentes, llegando incluso a dar
lugar a procesos de especiación. La mayoría de los
rasgos fenotípicos más visuales, utilizados en las
clasificaciones raciales tradicionales, son el resultado de
procesos de adaptación al medio geográfico por
selección natural. Conviene recordar asimismo que la
selección natural no es el único mecanismo de
evolución, y que la existencia de mortalidad y fertilidad
diferencial entre y dentro de poblaciones no implica
necesariamente selección natural (Bernis, 1990).
4

Por su parte, ajuste es un término derivado de la fisiología
e implica cambios homeostáticos desencadenados para
hacer frente a estímulos ambientales puntuales o duraderos.
La duración e intensidad de las respuestas fisiológicas
dependen, por una parte, de la intensidad y duración de los
propios estímulos y, por otra, de la edad y el sexo del
individuo. Pueden variar desde unos segundos de tiritona,
por movimiento involuntario del músculo esquelético para
producir calor en una situación de frío intenso, a un
aumento de glóbulos rojos al subir a alturas superiores a los
3.500 metros (a fin de compensar la baja presión parcial de
oxígeno), o una respuesta más gradual, por ejemplo un
metabolismo más lento destinado a ahorrar energía en
situaciones de escasez de recursos nutricionales. El ajuste
es, en suma, una respuesta individual al cambio ambiental
mediante modificación fisiológica, comportamental o
ambas.
En tercer lugar, la plasticidad, que etimológicamente
significa la capacidad de ser moldeado, se define como «la
capacidad del individuo para cambiar frente a
estimulación ambiental o la capacidad de cambio dentro
del ciclo vital de un individuo» (Lasker, 1969). El término
se aplica especialmente a la capacidad de respuestas
fisiológicas y conductuales durante el periodo de
crecimiento y desarrollo, frente al cambio ambiental, el
cual, sin afectar a los genotipos, puede tener consecuencias
fenotípicas permanentes. Se suele utilizar también el
término ecosensibilidad para expresar nuestra capacidad de
responder a estímulos ambientales. Tal capacidad tiene una
gran variabilidad individual, sexual, con la edad y con la
intensidad y duración del estímulo ambiental (Wolanski,
1999). Si el ajuste ocurre en las fases tempranas del
desarrollo, tiene efectos más significativos en los
individuos afectados. Pritchard (1995) hace una
excelente revisión de la plasticidad en el desarrollo
temprano. Por su parte, Waddington (1957) elaboró un
discurso teórico para explicar la pérdida de plasticidad a
medida que se progresa en la ontogénesis. Acuñó el
concepto paisaje epigenético, que describió de manera
gráfica como un relieve con una serie de valles de
diferente aspecto, que representan los canales de
desarrollo que puede seguir un determinado grupo
celular, un patrón de crecimiento, etc. En la parte más
elevada del paisaje hay una bola que puede deslizarse
por uno u otro valle, y, dependiendo de la ruta que tome,
determinará una diferenciación celular distinta. En los
primeros estadios del desarrollo es más fácil que la bola
se desvíe de un canal a otro; pero, a medida que avanza
el desarrollo por uno de los canales, es más difícil
desviada a uno alternativo. Cada tipo de tejido mantiene,
incluso en individuos adultos, una capacidad limitada de
regeneración, que representa en el fondo una cierta
plasticidad. La plasticidad es un arma de doble filo:
permite el ajuste frente a ambientes cambiantes, pero
también nos hace vulnerables frente a peligros
ambientales (Schell et aL, 1993). La valoración de las
consecuencias que, a largo plazo, pueda tener el
ambiente en el que se desarrollan las primeras etapas del
ciclo vital sobre los patrones de salud y enfermedad es
un área aún controvertida pero con un gran futuro dentro
de la ecología humana (Henryy Ulizasjek, 1996; Barker,
1997; Arias, 1998).
9. La capacidad de ajuste en función de factores de la
edad y de factores sexuales (biológicos y culturales)
La diversidad cultural y el cambio temporal en los
patrones de conducta social generan respuestas
biológicas y conductuales. De una manera global, un
determinado cambio en un patrón cultura, por ejemplo,
la reducción de la ingesta calórica, determinadas
respuestas biológicas comunes (la reducción de la tasa
metabólica) y conductuales (reducción de la actividad
física, como una disminución del tiempo de juego en
niños). Sin embargo, la intensidad de la respuesta y sus
consecuencias a corto, medio y largo plazo dependerán
de la duración y la intensidad del estimulo, y de la edad
y el sexo de los individuos afectados. En resumen, el
hombre tiene un mecanismo de desarrollo regulativo,
basado en la plasticidad, que permite, con los mismos
genes, cubrir los ciclos vitales por rutas diferentes y con
el resultado de variación fenotípica.
Durante las primeras fases del ciclo vital, especialmente
la intrauterina, la posibilidad de desviar la expresión
génica de un canal de desarrollo a otro normal
alternativo es mayor que en fases posteriores, e incluso
es posible sabotear el desarrollo normal de la expresión
génica por la acción de factores ambientales, dando
lugar a malformaciones fenotípicas graves o la muerte.
Así, por ejemplo, desajustes en el suministro de algunos
micronutrientes durante el desarrollo intrauterino puede
causar este tipo de alteraciones del desarrollo, bien por
5
defecto (la deficiencia de ácido fólico determina espina
bífida y anencefalia) o por exceso (elevadas ingestas de
vitamina A-retinol causan gravísimas malformaciones en el
feto). La mayor sensibilidad de los varones a los factores
ambientales es un hecho ampliamente contrastado (Tanner,
1962; Stini, 1972; Wolanski, 1980). La mayor estabilidad
de las mujeres va ligada a su papel en la reproducción, ya
que durante aproximadamente tres años (nueve meses de
embarazo y dos de lactancia) han necesitado proporcionar
un ambiente estable fundamental para la viabilidad del feto
y del infante. Se ha sugerido que la mayor ecosensibilidad
del varón es resultado de su desarrollo más lento, que
prolonga las etapas de inmadurez, más sensibles a factores
ambientales (Taylor, 1985).
La mayor ecosensibilidad masculina se manifiesta en
situaciones de estrés ambiental tanto negativo como
positivo: entre las primeras se puede señalar la limitación
de proteínas o los efectos de irradiación por las bombas
atómicas de Hirosima y Nagasaki (Greulich et al., 1953) e
Islas Marshall, con consecuencias mucho más graves entre
los hombres a igualdad de exposición, y entre las segundas,
el hecho de que las poblaciones con mayores diferencias en
talla entre hombres y mujeres son aquellas que viven en
mejores condiciones de vida (Evelethy Tanner, 1990;
Tobias, 1985). La respuesta frente a los determinantes
ambientales depende no sólo de los factores sexuales
(biológicos) mencionados, sino también de factores
sexuales culturales (género), de manera que la exposición a
un estímulo puede exacerbarse o acolcharse por
comportamientos culturales ligados a los roles y la
valoración social de hombres y mujeres. Dos ejemplos
clásicos pueden ilustrar el papel del género en el riesgo de
exposición a determinados factores ambientales.
El primero es la protección de las mujeres frente al riesgo
de contraer cáncer de pulmón, asociado al tabaquismo:
mientras que los valores sociales en Occidente
consideraban fumar un hábito masculino, la mortalidad por
cáncer de pulmón incidió mayoritariamente sobre los
hombres. Cuando en algunas poblaciones cambia la
percepción social y los valores frente al consumo de
tabaco, las mujeres comienzan a fumar con igual frecuencia
que los hombres y la mortalidad por cáncer de pulmón
afecta de igual manera a ambos géneros (Hart, 1988; Arber,
1988).
El segundo ejemplo está relacionado con la esperanza
diferencial de vida entre hombres y mujeres. Alo largo de
nuestra historia biológica, y todavía en algunas poblaciones
del mundo no occidental, las mujeres tienen en las edades
iniciales y finales de la reproducción una menor esperanza
de vida que los hombres, asociada con la elevada
mortalidad materna. Sin embargo, la esperanza de vida al
nacer y en los restantes grupos de edad es mayor en las
mujeres que en los hombres.
En algunas poblaciones asiáticas la esperanza de vida de la
mujeres, sin embargo, menor o igual que la de los hombres,
y tanto al nacer como en todos los grupos de edad hasta
finalizar la reproducción. Ello es debido también a un
factor de género, relacionado en este caso con la baja
valoración social de las mujeres, que las condena a una
peor situación nutricional, de atención sanitaria y
educativa, a una incorporación al trabajo y al matrimonio
más tempranas (Bernis, 1990). Tales diferenciasen la
viabilidad en contra de la mujer, al menos en algunos
grupos de edad no reproductora, fueron también
comunes en Europa al menos desde el inicio de la
revolución industrial y hasta casi la segunda guerra
mundial. De una manera general, los cambios en el
ambiente relacionados con la nutrición y las
enfermedades infecciosas han afectado a ambos sexos de
manera semejante, si bien los cambios en el ambiente
cultural, incluida la tecnología, comportamientos y
papeles sociales, han cambiado mucho más para la
mujer que para el hombre en Occidente, y están en este
proceso otras poblaciones, en las que la mujer parte de
situaciones muy desventajosas. Conviene recordar esto,
porque si bien los hombres son más ecosensibles que las
mujeres al cambio ambiental (factor de sexo), la
intensidad del cambio ha sido mayor en las mujeres, y
las consecuencias biosociales, sobre la salud y sobre el
crecimiento poblacional están siendo enormes (factor de
género) (Bernis, 1999).
10. Los cambios en los procesos de ajuste biológico:
indicadores de cambio ambiental
La reciente transformación de los ecosistemas incluye
muchos aspectos sociales, económicos, tecnológicos,
conductuales, etc., que desencadenan cambios en los
ambientes físico y biológico así como en la propia
biología de las poblaciones humanas. Se suele utilizar el
término cambio secular para definir fenómenos de
cambio fenotípico resultantes de cambios en la dinámica
del crecimiento y desarrollo (van Wieringen, 1986;
Susanne y Bodzsar, 1998). Cuando estos fenómenos se
fraguan en las primeras etapas del ciclo vital y se
asocian con resultados que afectan de manera diferencial
la salud de los individuos en etapas posteriores de su
ciclo vital, se suele utilizar el término programación
(Lucas, 1991).
La valoración del cambio secular y sus consecuencias es
un aspecto fundamental de la ecología humana. Los
cambios en la dinámica del crecimiento, desarrollo y
maduración ligados a cambios ambientales proporciones
y composición corporales, etc.), están muy bien
documentados, especialmente en lo que se refiere a talla,
peso, proporciones corporales y maduración sexual
(Wolanski, 1980, 1990b; van Wieringen, 1986; Eveleth
y Tanner, 1990; Bodzsar y Susanne, 1998).
Recientemente, también disponemos de datos sobre
aumento de sobrepeso y obesidad en las poblaciones
occidentales (Shetty y Tedstone, 1996;OMS,
1995;Regidor et al., 1995).Nuestros procesos biológicos,
especialmente durante la fase de crecimiento y
desarrollo, reflejan como un espejo las condiciones
ecológicas en que tienen lugar (Tanner, 1990).Ello
explica el carácter oscilatorio de estos cambios, las
diferencias en su ritmo y dirección, la discordancia de
los sectores de población afectados (el aumento del
sobrepeso y la obesidad en los países en vías de
desarrollo es todavía moderado, y afecta
fundamentalmente a las clases medias y altas, mientras
que en los industrializados la incidencia es mucho
mayor y afecta preferentemente a los sectores más
6
desfavorecidos de la población). Esto justifica, asimismo,
que los historiadores utilicen el cambio secular en talla
como indicador económico en determinados periodos
históricos y en la actualidad (Fox, 1989). La valoración de
las consecuencias de estos cambios seculares en la biología
de las poblaciones tiene enormes aplicaciones prácticas,
cubre todas las etapas del ciclo vital y permite establecer
programas preventivos de educación para la salud
(nutricional, ejercicio, sustancias nocivas, etc.), de
intervención en sectores concretos de la población (mujeres
embarazadas, recién nacidos con bajo peso, niños
malnutridos, ancianos discapacitados, adultos obesos, etc.)
y de protección social a poblaciones socioeconómicamente
desfavorecidas, recurriendo a indicadores biológicos y
sociales, aquellos que la WHO (1995)denomina
indicadores blandos de salud.
11. Ecología humana y salud
Salud y enfermedad son términos complementarios. La
salud es un concepto complejo, resultado de un doble
equilibrio, el que tiene lugar entre los procesos biológicos
de los individuos y el ambiente en el que se desarrollan, y
el derivado de las aspiraciones personales y las
posibilidades del medio para satisfacerlas (OMS,
1986;Boyden, 1991;Wolanski, 1999).En realidad, la
capacidad de respuesta biológica y conductual frente a la
estimulación ambiental puede dar como resultado una
programación metabólica temprana, cambios en la
dinámica del crecimiento y el desarrollo (cambios
seculares), y situaciones transitorias de desequilibrio,
mientras dura una enfermedad, o la muerte, cuando no se
ha podido recuperar el equilibrio (tabla 57.3). La salud de
los individuos y poblaciones dependen de la llamada salud
ambiental (OMS, 1986), por lo se han desarrollado
indicadores para valorar esta última y la de las poblaciones.
La interacción entre ambas es tan estrecha que se están
utilizando variables del estado biológico de las poblaciones
como indicadores de salud ambiental (Wolanski,
1990b;OMS,1995;WHO,1995).Este hecho crea algunas
paradojas que no deben olvidarse: el aumento en talla o la
disminución de la edad de maduración sexual se consideran
como indicadores positivos de salud ambiental; sin
embargo, ambos indicadores se asocian con un aumento del
riesgo de padecer cáncer de mama en mujeres (de Waard,
1975;Micozzi, 1985)y riesgo aumentado de padecer otros
problemas de salud (Bernis, 1999). El interés teórico y sus
obvias aplicaciones prácticas han determinado que uno de
los aspectos más estructurados de la ecología humana sea la
ecología de la salud. Dos publicaciones recientes presentan
una interesante historia del desarrollo de esta área a partir
de la ecología humana (Foller y Hansson, 1996; Honari y
Boylen, 1999). Foller et al. (1996), en su excelente revisión
histórica, incluyen, además de una amplia documentación
bibliográfica, información tanto sobre publicaciones
específicas como sobre ofertas docentes en diversas
universidades. Consideran que hay cinco aspectos
fundamentales del cambio global en los ecosistemas
actuales con mayor impacto sobre la salud de las
poblaciones: la modernización, la globalización, la
urbanización, la creciente desigualdad económica y la
expansión del desarrollo económico occidental, todas
ellas, por otra parte, relacionadas entre sí. También es
muy útil la publicación de Siniarska y Dikinson (1996),
que reúne una bibliografía comentada sobre la ecología
humana, en la que se dedican amplias secciones a la
ecología de la salud. Queda todavía mucho por hacer
para sistematizar e integrar en este contexto ecológico
de la salud, y por ello son bienvenidas aportaciones
como la de Dressler (1995), que modela las
interacciones bioculturales para explicar los patrones de
enfermedad cardiovascular.
12. El crecimiento poblacional como problema
ecológico: cambios de los patrones reproductores y
de los mecanismos de transmisión diferencial de los
genes
Los cambios globales en los ecosistemas humanos han
tenido dos consecuencias revolucionarias para la
biosociología de las poblaciones. El primero,
relacionado con la mejora global de las condiciones de
vida y el control de las enfermedades infecciosas,
determinó el aumento de la viabilidad de los individuos
y de la esperanza de vida de las poblaciones. El
segundo, relacionado con los cambios en los sistemas de
valores sobre la familia y el papel social de la mujer,
determinó cambios fundamentales en los patrones de
reproducción, incluida la fertilidad (Bernis, 1997). La
suma de ambos es la causa de la explosión demográfica
inicialmente producida en Europa y en otras poblaciones
occidentales. Hacia 1920se completa la denominada
transición demográfica europea, con el control de la
fertilidad en menos de tres hijos por mujer (Coaley
Watkings, 1986). Al finalizarla segunda guerra mundial,
los países no occidentales experimentan cambios en sus
ambientes globales semejantes a los mencionados para
Occidente, e inician una nueva explosión demográfica,
que Elrich y Elrich (1972) denominaron bomba
poblacional, alertando sobre sus consecuencias
ambientales y sociales. La preocupación por este
crecimiento explosivo de la población se materializa,
entre otras cosas, con la creación del PNDU en 1967, la
celebración de las Conferencias de población de
Naciones Unidas cada diez años a partir de 1974,la
multiplicación de las publicaciones sobre población y
desarrollo humano, y el establecimiento de programas
de control de la natalidad, con un estudio exhaustivo de
la situación (Encuesta mundial de fecundidad) y la
aplicación de medidas, económicas y sociales para
transformar la situación de las mujeres. Las estrategias
reproductoras son el conjunto de estructuras biosociales
que permiten la perpetuación de Homo sapiens, como
especie, y de sus poblaciones, como unidades culturales
diferenciadas. Globalmente se acepta que desarrollamos
una estrategia tipo K, caracterizada por poca
descendencia y mucha inversión parental en su cuidado.
El conocimiento de la gran diversidad en estrategias
reproductoras, su interpretación como adaptaciones y/o
ajustes a condiciones ecológicas concretas, y la
valoración de las consecuencias de su cambio temporal
conforman, sin duda, uno de los aspectos más
interesantes de la ecología humana que, además, aúna y
7
condiciona todos los demás aspectos de interacción entre el
hombre y su medio. Las estrategias reproductoras son
también determinantes fundamentales de la salud y
enfermedad de las mujeres, con todos los aspectos positivos
y negativos asociados a los cambios en la fertilidad y a la
medicalización de los procesos biológicos relacionados con
reproducción que está teniendo lugar (Bemis,1999).
13. Conclusión
Todo cambio ambiental determina cambios en la
biosociología y en los comportamientos de las poblaciones,
lo que a su vez produce nuevos cambios ambientales.
Nuestra responsabilidad es ser capaces de evaluar las
dimensiones y la velocidad del cambio ambiental en todos
sus aspectos, identificar las consecuencias que para la salud
ambiental y poblacional tienen, proponer soluciones justas
y solidarias para todos los miembros de nuestra especie,
independientemente de su sexo, edad y población de
origen, y luchar por que tales soluciones se lleven a cabo.
Cuadro 57.1. La calidad de vida
Nicole Vernazza-Licht y Daniel Bley
1. Un concepto difícil de definir
¿Sobre qué definición de la calidad de vida debemos
ponemos de acuerdo? Sobre la de los ecólogos humanos,
que acentúan la necesidad de tener en cuenta al mismo
tiempo el ambiente natural y las relaciones entre los
hombres, y que se interrogan sobre el marco y la manera
en que se puede ejercer una vida de calidad para el
conjunto de los seres humanos (Prévenir, 1997). O, por
el contrario, sobre la de los autores que dan preferencia
al aspecto individual e inscriben su definición en las
concepciones de la sociedad de consumo, y que
consideran que “en nuestras sociedades modernas
avanzadas, la calidad de vida se define como la forma
laica y secularizada de una felicidad sin trascendencia”
(Bez, 1996). O incluso sobre una definición cuyo
alcance es general como el de la OMS que considera que
la calidad de vida es “la percepción que tiene un
individuo de su lugar en la existencia, en el contexto de
la cultura y del sistema de valores en el que vive y en
relación con sus objetivos, sus metas, sus normas y sus
inquietudes” (WHOQOL Group, 1993).
Se podrán encontrar las mismas dificultades para definir
este término en la mayoría de las disciplinas, como por
ejemplo, en el caso de los geógrafos: A. Bailly (autor de
la geografía del bienestar) reconocía que “la geografía
de la calidad de vida, y más aún de la del bienestar, es a
veces más un arte que una ciencia”.
Pero, después de todo, ¿es importante no llegar a definir
la calidad de vida? ¿No seria mejor considerar, como el
autor de un reciente informe sobre coyuntura para el
INRA sobre el lugar de las ciencias sociales en el
problema ambiental, que «el ambiente forma parte de
estas categorías que, como la calidad, no revelan
claramente ni sentido común ni una construcción como
objeto científico o político, sino un poco de todo a la
vez» (Deverre, 1998)?
Pese a la ausencia de consenso sobre la definición de la
calidad de vida, es interesante señalar que el término es
ampliamente utilizado por todos, en particular en los
campos que tocan la publicidad y el consumo, así como
por aquellos que toman decisiones y por los políticos.
Así, entre las cinco comisiones de preparación del 11º
plan en Francia, existe una, titulada «Ambiente, calidad
de vida, crecimiento», cuyo informe de 1993 presenta
«calidad de vida» en la cima de un organigrama que
tiene como base la salud, el marco de vida y el
patrimonio natural y cultural. Igualmente, se puede
señalar el ejemplo del informe del Haut Comité de la
Santé Publique en Francia de 1996, que dedica todo un
capítulo a la calidad de vida, asimilada además a la
«calidad de la salud» y ligada a las incapacidades
durante la vejez, a los dolores mal tratados, al consumo
de psicotrópicos (en tanto que índice de malestar) y a las
patologías comunes de la vida cotidiana (dolor de
espalda, de muelas, problemas de circulación venosa y
de hipertensión, etc.).
8

2. Un concepto reciente en las posturas políticas y
sociales importantes
Introducido en los años 60, el término «calidad de vida» se
impone entonces como un fenómeno de conciencia que, en
pleno periodo de crecimiento económico, conduce a las
poblaciones a defender su calidad de vida contra las
molestias del mundo urbano y del universo industrial.
Aunque, en nuestros días, la utilización de este concepto
está parcialmente ausente del campo de las ciencias
ambientales, es quizá porque se trata a menudo de ciencias
técnicas en las que el hombre no es el elemento central del
ecosistema: la interdisciplinaridad y el enfoque global de
los problemas están aún por construir. Esto se debe quizá
también, contrariamente a la idea introducida por Lyndon
Johnson en un discurso de 1964, «una vida feliz no se
mediría a partir de la cantidad de bienes materiales que
poseemos, sino más bien por nuestra calidad de vida», a
que vivimos en una sociedad dirigida por el todo
económico, incluso en los dominios que afectan a la vida y
la muerte.
Hoy día, en efecto, es forzoso constatar que la calidad de
vida es sobre todo una herramienta que opera en todos los
campos que tocan al sector de la salud y de la enfermedad.
Las investigaciones se aúnan para apreciar, pero sobretodo
para medir la calidad de vida de las personas enfermas, en
particular de aquellas afectadas por una enfermedad crónica
o terminal. Esta tendencia corresponde, evidentemente, a
una mayor atención dedicada por los médicos al punto de
vista de los pacientes y a la calidad tanto como a la eficacia
de los cuidados que les dispensan, pero también a una
voluntad de eficacia económica respecto al costo de los
cuidados dispensados.
La complejidad de los problemas que hay que resolver, los
límites de los descubrimientos científicos, el papel
reconocido al individuo sobre su propio destino, hacen que
los científicos se vuelvan más y más hacia sus colegas de
ciencias sociales, de igual forma que los políticos dan una
mayor importancia a los usuarios cuando se trata de elegir
o explicar el bien fundado. No parece más imaginable hoy
contemplar las cuestiones de salud y de enfermedad sin
inscribirlas en una dimensión mayor que integre enmedio
natural y el social, como lo testimonian las reflexiones
actuales sobre la longevidad de las poblaciones humanas
(Jasmin y Butler, 1999).
3. Un concepto que necesita un enfoque global
Nos parece esencial considerar cuatro categorías de
factores para tener en cuenta todos los aspectos del
concepto «calidad de vida»:
-Los factores cualitativos que caracterizan al ambiente en el
que viven las poblaciones, deben ser tomados en
consideración. El enfoque ecológico se hace entonces
indispensable para abordar la complejidad de las relaciones
entre el hombre, su salud y el medio. Esta aproximación es
particularmente pertinente en la evaluación de los
comportamientos de riesgo. Un buen ejemplo es la
investigación titulada «Crecimiento urbano y problema del
agua en la medina de Fez, Marruecos. Las consecuencias
sanitarias. Contribución al análisis de la relación población-
ambiente en el medio urbano» (Boukir, 1995). Este
investigador analiza con precisión los mecanismos que
han presidido al fenómeno de «aumento de densidad de
la Medina» y muestra toda la gama de consecuencias
sobre las condiciones e vida de los residentes. Resalta el
déficit de agua potable, las dificultades para la extensión
de la red y los problemas planteados para la evacuación
de las aguas utilizadas y sus consecuencias sobre el
medio. Gracias a un fino conocimiento de las
condiciones de vida de las poblaciones estudiadas, el
autor aborda las percepciones y representaciones para
las poblaciones fassi de su universo cotidiano y discute
el concepto de «calidad de vida» evaluando las
consecuencias de un ambiente degradado sobre la salud
de las poblaciones, en particular sobre la mortalidad de
los niños.
- Es también conveniente discutir las definiciones de la
calidad de vida: ¿por quién se hacen y para qué usos? así
como examinar la parte que hay que destinar, para
evaluar este fenómeno, a los enfoques que surgen más
bien de su medida y aquellos que, por el contrario, dan
más importancia a su percepción. Por ejemplo, en
materia de salud, Leplege y Rude (1995), en su artículo
sobre la calidad de vida de los pacientes enfermos de
SIDA, cuestionan el hecho de que los índices tomados
para evaluar la calidad de vida sean aquellos elaborados
por los profesionales de la salud sin tener en cuenta el
punto de vista de los pacientes. Esta constatación es
corroborada por estudios recientes, que intentan apreciar
la eficacia de las escalas de medida de la calidad de vida
utilizadas por los médicos y que demuestran la
importante desviación entre los resultados obtenidos por
los indicadores cuantitativos y la percepción de los
enfermos sobre su calidad de vida (Frossard et al.,
1999). De la misma forma, en el campo ambiental,
Baroin, en un artículo dedicado a la calidad de las aguas
de un lago, pone de manifiesto el vacío que existe entre
el juicio del experto y la opinión del público (Baroin,
1995).
No se trata de oponer los métodos cualitativos y
cuantitativos, lo que sería estéril, sino más bien de
insistir sobre la necesidad que existe en todo estudio de
conceder tanta importancia a la percepción como a la
medida de los fenómenos estudiados. Es esto lo que se
encuentra en una encuesta del CREDOC destinada a
poner a punto un sistema de indicadores de la calidad de
vida y del ambiente en el medio urbano; esta encuesta
adopta un sistema metodológico que se apoya en la
confrontación entre lo vivido y lo percibido por los
individuos.
- La calidad de vida debe también contemplarse en una
diversidad de épocas, lugares y culturas. Ciertamente va
a ser diferente según si se reside en una megalópolis o
en una zona rural, si se vive en un país industrializado o
en un país en desarrollo, en condiciones de medio
favorable o en situaciones ecológicas extremas (Lapoix,
1987; Lindenberg. 1993). Así, si nos interesamos por
uno de los principales fenómenos de nuestra época, el de
la urbanización, conviene considerar diferentes aspectos.
Se puede señalar que la noción de barrio emerge
9
bastante a menudo de los estudios sobre la calidad de vida calidad de vida, queda que «el papel del investigador en
de las poblaciones urbanas, casi como un ecosistema a ciencias humanas es el de pensar con rigor sobre los
escala humana, como un espacio de sociabilidad (un conceptos confusos» (Moles, 1984), y que en esta
espacio protegido, indispensable para que se establezcan perspectiva, el enfoque del antropólogo debe vincularse
relaciones entre las personas), y como garantía en última a considerar este concepto en su dimensión cultural.
instancia de una buena calidad de vida de las poblaciones.
En el plano de la diversidad de las culturas, habría que
interesarse también por las ciudades de los países en
desarrollo. En un proyecto de investigación sobre la calidad
de vida de los habitantes de Bamako, se contempla cómo la
ciudad utiliza y cuida su ambiente y de qué manera los
ciudadanos pueden encontrar una respuesta a sus
necesidades esenciales actuales. Cada uno de los elementos
del ambiente urbano (suelo, aire. agua) ¿constituyen una
amenaza para el hombre? ¿Cuáles son los riesgos naturales
ligados a este ambiente? ¿Cuáles son las degradaciones de
origen humano traídas a este medio? ¿Y cuáles son las
consecuencias sobre la salud de las poblaciones?
- Finalmente, más allá de los análisis objetivos, conviene
tener en cuenta que la calidad de vida es también todo un
juego de representaciones de la buena salud, del bienestar,
de la felicidad. Bajo este ángulo, es al mismo tiempo un
concepto que depende tanto de una cuestión personal como
de un análisis social, ya que hay que inscribirla en los
procesos de decisión a los que se enfrentan todos los seres
humanos en las sociedades (Fagot argeault, 1992; Hirsch,
1996).

4. La calidad de vida: un concepto para la ecología

humana
- Parece esencial considerar tres niveles de estudio para
considerar todos los aspectos del concepto de calidad de
vida. Conviene, efectivamente, situarse en la interfaz de lo
biológico y lo social, de la medida y de la percepción, del
individuo y del colectivo.
- En un enfoque global de la calidad de vida, es preciso
comprender cómo se manejan las modalidades de
adaptación de los hombres en sus medios de vida,
asociándose a aquellos aspectos que tienen un impacto
importante en la vida cotidiana y, por tanto, en la
percepción que los individuos tienen de su lugar en la
existencia.
- La salud, aunque esencial, no es el único factor que
condiciona el bienestar de las poblaciones. Los factores
más cualitativos que caracterizan al ambiente también
deben tomarse en consideración. En la dualidad
salud/ambiente puede llegarse a conocer mejor esta
cuestión. Junto a las ciencias médicas, los enfoques de la
geografía, de la antropología y sobre todo de la ecología
deben ser tenidos en cuenta en el estudio de las relaciones
hombre-medio.
- Los problemas relativos a la vida de los seres humanos en
su ambiente se plantean hoy día a escala planetaria. En el
campo o en las ciudades, en sus actividades de trabajo o de
ocio, las poblaciones humanas buscan responder a las
rupturas de los equilibrios y a la aceleración de los cambios
que tienen lugar en el mundo actual. Por tanto, hay que
privilegiar la diversidad de enfoques para establecer un
balance sobre esta cuestión.
- A pesar de todas las dificultades conceptuales y
metodológicas que puede plantear un estudio sobre la
10