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En el pasado mes de Mayo (mes de históricas luchas sociales, abolición de esclavitud en Colombia

y reivindicaciones) y próximos a cumplir más de 526 años del inicio de la invasión extranjera,
conmemoramos también los 526 años de lucha y resistencia por parte de nuestras comunidades
indígenas, campesinas y descendientes de africanos que resisten hasta el día de hoy contra la
arremetida de los actores armados y de los capitales nacionales y extranjeros que, en pro de sus
intereses políticos y mercantilistas, buscan despojarlos de su soberanía, cultura, memoria, historia,
autonomía y territorio; elementos que constituyen el todo en sus vidas.

En la historia que antecede dichas luchas descolonizadoras, la migración interna ha sido un


fenómeno social que atraviesa la mayoría de experiencia de vida de las comunidades étnicas en el
país. Y aunque el colonialismo no sólo afecta a población indígena, afrodescendientes y
campesinado, la diferencia es la raíz de “violencia que descaracteriza” en palabras de Boaventura
de Sousa Santos (2014). Por lo tanto, la migración interna y la condición étnico-racial ha sido eje
estructurante de la desigualdad, no sólo en la colonización, también en la colonialidad, lo que
imprime en el imaginario social, un discurso que subsume el hacer y el tránsito de los cuerpos
racializados en el mundo social.

En el caso de los pueblos indígenas de Colombia, la imperancia constante de políticas nacionales


que protejan su territorio y sentido de autonomía se conecta definivamente no solo con su
patrimonio material sino también con el inmaterial, que emana precisamente de esas prácticas de
comunidad cosmogónicas, entre los se encuentran valores propios-costumbres, simbólico-
religiosos, roles sociales y prácticas económicas entre otras, que los identifica dentro de una
realidad nacional. No obstante, el conflicto armado interno, genera abismos para valerse del
bloque constitucional que garantiza sus derechos, un conflicto que ha configurado trayectorias de
movilidad hacia las grandes ciudades, donde se exacerban los sesgos étnico/raciales, apalancando
imaginarios sociales sobre las mujeres indígenas y Afrocolombianas como cocineras y en trabajos
de limpieza en los contextos urbanos; asimismo, las ventas informales. En ese sentido, la situación
de cuarentena ha generado que cientos de personas pierdan sus empleos, la mayoría por
prestación de servicios y en informalidad, sector donde mayoritariamente se encuentran los
trabajos de cuidado no calificado, situación que agrava las condiciones de precariedad de mujeres
indígenas y afro. Asimismo, el acceso a la salud en las periferias del país, donde el abandono social
es una realidad desgarradora, dificulta las rutas para la atención en salud; la falta de agua, de
fluido eléctrico, y la muerte de líderes y lideresas, recrudecen la realidad de las poblaciones étnica,
tanto en sus territorios, como en las ciudades de destino.

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