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La Conquista de América - Tzvetan Todorov

El libro de Tzvetan Todorov La conquista de América: el problema del otro (1997), aborda la visión que
los europeos, particularmente los españoles, tuvieron acerca de aquellos que "descubrieron" en las
tierras que ellos mismos llamaran América, en honor a Américo Vespuccio; y aunque se trate de la visión
del europeo acerca del otro, esta visión, no es tal, única, sino múltiples miradas. No es la misma mirada
la de Colón, el "descubridor" de las tierras, más no de la gente que las habitaba; a la mirada de los
conquistadores como Hernán Cortés, conquistador de México; a las miradas de los misioneros, como
Bartolomé de Las Casas, o la de Duran, un "mestizo cultural"; o a la de Sahagún, que podría parecer más
cercana al trabajo que realizaría un etnógrafo contemporáneo.
Cada uno de estos personajes europeos hace una construcción distinta del otro; particularmente porque
en esta sociedad europea del siglo XVI nace la noción de individuo, en donde un individuo puede
desempeñar un papel más importante que el colectivo. Un ejemplo de ello es Colón, con su
descubrimiento; aunque él es un personaje bastante particular, ya que representa la "transición" entre
el Medioevo y la modernidad. En cierta forma lo serían todos los personajes europeos del siglo XVI, a los
que nos remitiremos, aunque posiblemente Colón se encuentre orientado hacia las concepciones
medievales, sobre todo, en lo que respecta al mundo religioso.
Todorov nos presenta una historia mitificada, en sus palabras:
"He elegido contra una historia más cercana al mito que a la argumentación, se distingue de ellos en dos
planos: primero porque es una historia verdadera (cosa que el mito podía pero no debía ser), y luego
porque mi interés principal es más el de un moralista que el de un historiador; el presente me importa
más que el pasado (Todorov, 1997: 13-14).
Aquí se ve la intención doble de Todorov: está consciente de que su historia personal, y su contexto
social y cultural, pueden afectar su concepción del pasado; también de que no puede cambiar el
presente por medio del pasado; es decir, conocer el pasado no implica con ello que sepamos como
afrontar nuestro presente o nuestro futuro.
"No pienso, que el relato de la conquista de América sea ejemplar en el sentido de que podría
representar una imagen fiel de nuestra relación con el otro; no solo Cortés no es igual a Colón, sino
que nosotros ya no somos iguales a Cortés. Dice el dicho que si se ignora la historia se corre el riesgo
de repetirla; pero no por conocerla se sabe que es lo que se debe hacer"
Debemos saber que esta historia es contada siempre por el vencedor, tal vez todas las historias son
contadas por los ganadores; desde que Colón pisó tierra americana ya la guerra daba por ganador a un
bando, el de los europeos, porque no sólo fueron ellos los que llegaron sino principalmente por cómo
eran. Por lo tanto, y lamentablemente, aquí no tenemos la visión de los indígenas sobre ellos mismos, o
su concepción sobre sus otros, llámense europeos u otros indios; siempre veremos esta historia a través
de los ojos y de las palabras de los occidentales, por lo que la historia que estamos rememorando es la
historia de la sociedad europea en América: América como extensión de Europa, quedando muchas
veces sus nativos en calidad de seres inferiores (animales), o inclusive en simples objetos.
En el principio los europeos serán los españoles y portugueses; luego se les incorporarán los holandeses,
ingleses, franceses. Sin embargo, si ha de existir en la actualidad un sentido de culpa (la leyenda negra),
este siempre recaerá en los españoles; después de todo, fueron ellos los que encontraron estas tierras.
Todorov se concentra en la historia del descubrimiento de América, la conquista de México y los
misioneros que llegan posteriormente; el marco temporal de esta historia es el siglo XVI; y un marco
espacial, que aunque no excluya otros lugares, se va a concentrar en la región de México y el Caribe. El
objeto siempre será el estudio del "otro", entendiendo al otro como los indígenas percibidos y
explicados por los europeos, pero a la vez es objeto el europeo, como otro observado e interpretado por
Todorov. Tal vez en este resumen se pueda encontrar también un cuarto nivel, el Todorov visto e
interpretado por nosotros, después de más de veinte años de publicado su libro. Por lo tanto, al ser
nuestro contexto histórico distinto, al ser nuestra concepción de la historia (de América) diferente, ya
que nosotros somos parte y resultado de este proceso que se "iniciaría" con Colón hace más de
quinientos años.
Todorov entiende la concepción europea actual, sin querer decir esto que los europeos no puedan
conocer a profundidad, o hacer suya, la "historia" de la conquista de América: Todorov es europeo
nacido en Bulgaria y educado bajo la tradición francesa.
Todorov posee una gran ventaja en lo referente a su investigación, y es que pudo consultar las fuentes
originales. Nosotros nos vemos limitados en este aspecto. Sin embargo, su libro se encuentra lleno de
este tipo referencias, que sin tratarse de los documentos originales, nos puede dar idea de ellos, aunque
esto puede ser un arma muy peligrosa, puesto que no querría simplificar la historia, verla desde un solo
punto de vista.
Sería necesario empezar hablando de Colón, no sólo porque fue el primer europeo en pisar tierras
americanas (aunque exista debate sobre esto), sino que además es el primero en llevar esta información
a Europa. Aunque Colón no sepa a lo que se está enfrentado, el año 1492 puede ser considerado el año
en que se inició el proyecto de la modernidad, según Todorov:
"El descubrimiento de América es lo que anuncia y funda nuestra identidad presente; aun si, toda fecha
que permite separar dos épocas es arbitraria, no hay ninguna que convenga más para marcar el
comienzo de la era moderna que el año 1492, en que Colón atraviesa el océano Atlántico" (Ibíd.:15).
Así que, aunque muchos quieran negarlo, "todos somos descendiente de Colón, con el comienza nuestra
genealogía" (Ídem). Es a partir de él que se instaura la época moderna, fecha cuando nace el individuo:
este ser individual nace en Europa no con el descubrimiento de América, sino que este descubrimiento
reforzaría la imagen europea de superioridad, produciendo la reafirmación de la figura del individuo.
Pero, ¿quién era Colón? ¿Ese personaje con concepciones medievales y modernas interactuando en un
solo ser? ¿Por qué Colón quiso realizar esa arriesgada travesía?? La respuesta nunca ha sido simple o
fácil, siendo motivo de controversia. Sin embargo lo que nos enseñan en el "colegio" tiende a ser una
respuesta simplista: nos enseñan que Colón fue en busca de otra ruta a las Indias, en parte cierto, pero
no justifica claramente la acción. Sabemos que Colón debía buscar una forma de financiamiento para
dicho viaje, y qué mejor manera que el prometer encontrar tierras llenas de riquezas para conseguirlo;
pero ¿cuáles fueron las razones subyacentes de Colón para realizar este viaje a lo desconocido?
Todorov tiene entre sus explicaciones que Colón era un hombre muy religioso (posiblemente todos los
hombres europeos de su época lo eran igualmente), queriendo éste retomar el proyecto de las
cruzadas, siendo éste una empresa muy medieval, que de hecho para los tiempos de Colón habría sido
descartada. Es "la victoria universal del cristianismo… el móvil que anima a Colón" (Ibíd.:20) a realizar su
travesía. "Así pues, paradójicamente, es un rasgo de la mentalidad medieval de Colón el que lo hace
descubrir América e inaugurar la era moderna" (Ibíd.: 22). Realmente no estamos muy de acuerdo con
esta afirmación. Siendo Colón un individuo en parte moderno, le interesa asimismo la observación de la
naturaleza y leyó los relatos de los viajes de Marco Polo a Oriente. Aunque este último punto pueda
parecer banal, tal vez si colón no hubiese leído a Marco Polo no habría realizado su viaje; y hubiese sido
otro hombre el que descubriera América, tal vez... La historia hubiera podido ser distinta si otro hombre
la "descubre", tal vez no...
Colón siempre va a realizar sus interpretaciones, en tres enfoques o esferas como las llama Todorov
"una es natural, la otra divina y la tercera, humana. Así pues, quizás no sea casual el que hayamos
encontrado tres móviles para la conquista: el primero humano (la riqueza), el segundo divino, y el
tercero relacionado con el disfrute de la naturaleza" Sin embargo, "solo hay dos intercambios reales,
el que se produce con la naturaleza y el que se produce con los hombres”
Colón tendría varias visiones de los pobladores nativos de las tierras descubiertas y de las mismas
tierras, sin embargo todas demuestran su poco o ningún conocimiento del otro. La primera de las
visiones, es la del paraíso terrenal y la de sus pobladores siendo buenos e inocentes; la otra es la de la
maldad que profesan los indios; realmente nunca va a conocer a esos otros, realmente nunca va a
querer comunicarse con ellos. "La única comunicación verdaderamente eficaz que establece con los
indígenas se efectúa sobre la base de su ciencia de las estrellas" (Ibíd.: 28). Se debe recordar que Colón
posee amplios conocimientos de astronomía y de hecho es uno de los primeros que la utiliza para la
navegación
Colón realmente no quiere conocer al otro, él lo que ve es la imagen "retorcida" de si mismo en los
otros, cuando la encuentra. Cuando ésta no puede ser vista, los otros son vistos como figuras negativas
(caníbales, salvajes). A Colón solo le importa lo que ve, o mejor lo que él interpreta que ve; no lo que los
otros ven, ni siquiera quiere ver lo que sus otros compañeros de expedición (otros europeos) observan:
Colón es una especie de coleccionista, tal vez una especie de turista, donde lo exótico se tiene que llevar
al hogar, en este caso el hogar es Europa; por lo que lleva muestras de fauna, objetos y por supuesto,
indios, que además serán la prueba de que estuvo en esas tierras. Algo así como lo que hacen los
turistas hoy en día, al llevarse "recuerdos" o tomarse fotos en los lugares que visitan para decir que
estuvieron allí. Sin embargo, el otro no ha de interesar; por lo cual a Colón no le interesa la cultura, o
para dar un ejemplo más concreto, la lengua del otro, ya que la lengua es necesaria para establecer una
identidad; por lo tanto son los indígenas los que deben aprender la lengua de Colón (supongamos que el
español), y no al contrario. Colón lleva a estas tierras "paganas" la palabra de Dios; es decir, el
cristianismo.
Los españoles se creen seres superiores, por lo menos más que los indígenas (tal vez en cierta manera es
verdad); así que son los indígenas para los españoles "seres inferiores", sean estos buenos o malos. Son
estos indios los que deben asimilar la cultura española y no al contrario, aunque pueden existir algunos
casos en los que suceda lo opuesto, como fue para Guerrero. La gran contradicción de Colón es "si
tantos países han buscado el honor de ser su patria, es porque no tenía ninguna" (Ibíd.: 58); es decir,
Colón mismo fue un extranjero en su propio continente.

EL NUEVO MUNDO: CIVILIZACIÓN Y BARBARIE


Para Simone Weil, la barbarie es “un carácter permanente y universal de la naturaleza humana, que se
desarrolla más o menos según las circunstancias que le permiten entrar en juego”. Para Weil, si la
distribución de fuerzas en una sociedad ya no puede refrenarla, la barbarie –un mal radical- puede
resurgir. En esta perspectiva, no existe una línea recta en la Historia de la Humanidad que asegure el
paso definitivo e irreversible de la barbarie a la civilización. En distintas sociedades, ambos elementos
coexisten de modo latente y contradictorio: con el nacional-socialismo alemán quedó demostrado en el
siglo XX que la modernidad y el progreso no representan una garantía contra el derrumbe de los pilares
de la civilización. En la primera mitad del siglo XX, que el historiador británico Eric Hobsbawm bautizó
como la “Era de las Catástrofes”, la barbarie se apoderó del mismo continente de las Luces, el
humanismo y la creencia en el progreso.
La Conquista del Nuevo Mundo, en el Sur como en el Norte, tuvo mucho de barbarie, aunque Occidente
no haya querido reconocerlo. Por si fuera poco, las civilizaciones y las comunidades precolombinas, que
hoy son objeto frecuente de idealización, también encerraban fuerzas bárbaras: algunos pequeños
grupos practicaban el canibalismo, mientras los aztecas llevaban a cabo sacrificios humanos y los incas
solían tener un trato cruel con los vencidos en las guerras, como ocurriera en el norte del actual
Ecuador, donde miles de indígenas adolescentes sometidos por el poder incaico fueron decapitados y
ahogados en la que desde entonces se conoce como Yahuarcocha (“laguna de sangre”). Eventos
cruentos ocurrían también entre las variadas tribus del Norte americano. Contra lo que se adujera en
1992, no habían transcurrido 500 años de resistencia pura contra el invasor español: antes de que éste
llegara a América, el mundo prehispánico, aún con todas sus riquezas materiales y espirituales, distaba
mucho de ser idílico. Hasta hoy, algunos grupos étnicos de América Latina mantienen algunas
costumbres bárbaras, entre las que se encuentran ciertas formas de castigo contra quienes transgreden
las normas comunitarias. En el fondo, fueron la antropología y el turismo modernos, sobre todo de
origen estadounidense (es Estados Unidos un país sin raíces), los que contribuyeron a mitificar a las
comunidades indígenas del subcontinente y algunas del Norte.
La Conquista de América fue sin duda bárbara: en poco más de un siglo luego de la llegada de Colón, una
auténtica hecatombe se produjo entre los vencidos en el Sur. Durante siglos, los pioneros y los colonos
en el Norte se encargarían también de exterminar a los nativos, hasta encerrarlos en reservaciones. En
el Norte como en el Sur se utilizó con frecuencia la traición a la palabra dada: los colonos del Norte
desconocieron mediante el fraude muchos tratados con los indígenas, del mismo modo en que los
conquistadores españoles engañaron a Moctezuma y Atahualpa.
Ni la religión protestante, que no engendró humanismo alguno, ni la católica, aunque encontró
excepciones entre los jesuitas del actual Paraguay o en figuras como Las Casas y Vasco de Quiroga, pudo
en realidad justificar la barbarie fundadora del continente americano.
En todo esto, las sociedades del Nuevo Mundo se distinguen de otras civilizaciones. Aunque acosados
por las invasiones bárbaras, los romanos dejaron un legado universal, luego de la caída del Imperio.
Cierto es que, en Roma, el “bárbaro” era el extraño habitante de los confines del Imperio, y que venía
“de fuera”. Pero Cicerón y Tácito tuvieron ya la intuición de que el bárbaro no era por fuerza la figura del
Otro, el extranjero: en la propia cultura romana podían existir los gérmenes del mal radical.
Europa no se vio acosada durante mucho tiempo por la barbarie, y los musulmanes impregnaron el Sur
de un auténtico aporte cultural. Los rusos resistieron numerosas invasiones, entre ellas las de los
mongoles, sin perder su fisonomía propia, del mismo modo en que, ya en el siglo XX, consiguieron
expulsar al invasor alemán. China, nunca colonizada del todo, se vio obligada desde el siglo XIX a
someterse a varias potencias extranjeras, pero no perdió la herencia de una civilización milenaria.
Tampoco fue el caso de la India. En África, el tráfico de esclavos, transportados hacia el Norte y el Sur de
América, también fue prueba de la barbarie occidental. Con todo, pese a la sangría, las comunidades y
las costumbres africanas no fueron destruidas del todo. La Conquista del Nuevo Mundo fue así la única
que arrasó –sobre todo en el Norte- con todo lo que encontraba a su paso, con frecuencia por
ignorancia. De este modo, el continente americano se quedó sin defensa ante las incursiones foráneas.
Cuando la piratería se instaló en el Caribe, por ejemplo, no quedaba ya el menor rastro de las antiguas
comunidades indígenas.
En el siglo XIX, la Conquista de la “frontera”, en Estados Unidos, pero también en países como Brasil y
Argentina, hizo el resto: para los criollos y sus descendientes, los grupos indígenas sobrevivientes eran
poco menos que bárbaros, y fue en un contexto como éste que vio la luz la obra de un Sarmiento. Hasta
hoy, en el caso de Brasil, el arrinconamiento de los últimos grupos nativos prosigue, sobre todo en la
Amazonia. Y en Estados Unidos, las reservaciones indígenas, con importantes recursos naturales,
también son objeto de codicia, pese a resistencias como las de Wounded Knee y Pine Ridge, hace ya
varios años. Algunos grupos nativos han intentado en vano adaptarse a una “civilización” que tiene en
realidad rasgos depredadores, en los que participan ahora numerosas corporaciones transnacionales.
Después de un siglo relativamente pacífico (el “largo” siglo XIX), la barbarie se enseñoreó, como ya se ha
dicho, en el continente europeo. Desde 1917, al bolchevismo ruso se le retrató como si de una nueva
amenaza bárbara se tratara: el ruso era, en muchos afiches de propaganda, apenas un cosaco cruel y
sanguinario, dispuesto a acabar con Occidente y la “civilización cristiana”. El enfrentamiento entre dos
sistemas, el capitalista y el socialista, se convirtió así en el equivalente de la lucha por la sobrevivencia
de la civilización contra la barbarie. Y ciertamente, la Unión Soviética adoptó rasgos de despotismo
oriental. Pero la verdadera amenaza surgió con el nacional-socialismo alemán, en un país –Alemania-
que había hecho en el pasado significativos aportes a la cultura universal, desde la literatura hasta la
música. Con el holocausto, el sometimiento de numerosos pueblos y el exterminio en masa, el fascismo
dejó en claro que la Humanidad, pese a todo el optimismo del siglo XIX, no se encontraba protegida
contra el regreso del oscurantismo y la crueldad. El economista egipcio Samir Amin ha podido llamar así
el periodo 1914-1945 la “nueva Guerra de Treinta Años”, por referencia a la peste medieval.
Desafortunadamente, algunas potencias europeas toleraron el ascenso de Hitler al poder con tal de
vencer al bolchevismo.
Durante la Guerra Fría, el tono del enfrentamiento entre el Oeste y el Este no cambió demasiado, salvo
en los periodos de coexistencia pacífica. Ya durante las administraciones Reagan, en los años ’80 del
siglo pasado, la lucha contra Moscú se convirtió en una “cruzada” contra el “Imperio del Mal”. No fue
tanto una defensa de la civilización y la cultura universal: se trató sobre todo de la ofensiva del “mundo
libre”, a diferencia de lo que podrían haber hecho los países de Europa Occidental, subordinados a
Washington. El triunfo y la euforia se convirtieron en la expansión de la democracia y el libre mercado
por doquier, pero el problema de la civilización quedó en segundo plano.
Como es sabido, en Estados Unidos, el país del capitalismo puro, no se creó una auténtica cultura
colonial. Para finales del siglo XIX, con la derrota del populismo agrario, la cultura popular
estadounidense comenzó a verse rebasada cada vez más por los fenómenos de masas. Si acaso,
sobrevivió el aporte popular de la cultura negra (afroamericana), invaluable para los propios Estados
Unidos y para la cultura universal, sobre todo en la música (con el blues y el jazz como precursores).
En la gran sociedad de masas del Norte, la cultura popular ha permanecido a duras penas: no debe ser
confundida, en todo caso, con el fanatismo puritano que se ha apoderado en los últimos tiempos de
buena parte del territorio estadounidense y de algunas esferas gubernamentales, y que ha decidido
gobernar al mundo con la “misión divina” del “pueblo elegido” desde la formulación del Destino
Manifiesto, a finales del siglo XIX.
En el Sur del continente americano, la cultura popular, resultado de la fusión entre lo precolombino y lo
español (y en algunos casos con el aporte africano), logró cierta sedimentación durante la época
colonial. Esta sedimentación es visible hasta hoy, puesto que, pese al deterioro y el turismo, numerosos
establecimientos de origen colonial han conservado su funcionalidad, aunque en ocasiones se esté
perdiendo. A diferencia de lo sucedido en el Norte, ciertos fragmentos inorgánicos de la cultura indígena
lograron reconstituirse y adaptarse al cambio impuesto por los colonizadores. No por ello lo indígena ha
conseguido hacer un aporte a la cultura universal: las artesanías, por citar un ejemplo, no lo son, como
tampoco ciertas formas adulteradas de vida comunal. Desde América, lo español tampoco aportó por si
solo a la universalidad. Es solo en el siglo XX, con el convencimiento del mestizaje y de una lengua única
(con la excepción apenas matizada de Brasil), que los latinoamericanos y caribeños consiguieron “salir al
mundo” y proyectarse en él, en especial con la literatura y la música, con todos sus sincretismos, pero
también con el rescate del pasado colonial y decimonónico. Curiosamente, la cultura popular,
campesina sobre todo, logró hasta hace poco sobrevivir con un dejo de aristocracia que puede
encontrarse por ejemplo en el habla colombiana. En perspectiva, y pese a la “americanización” reciente
con los medios de comunicación de masas (sobre todo por el impacto televisivo), la cultura popular
pareciera haber resultado más robusta en el Sur que en el Norte del continente. Es probable que
también haya contribuido al sincretismo y la sobrevivencia de la cultura popular una Iglesia católica en
muchos aspectos (no en todos) más tolerante (pese a las jerarquías) que el puritanismo anglosajón. Un
cambio político de origen popular se antoja imposible en una sociedad como la estadounidense. Sigue
siendo posible, dentro de ciertos límites, en América Latina y el Caribe.
La civilización, a la que el Sur del continente aspira, se caracteriza entre otras cosas por la capacidad
para la reflexividad, de la que carecen los bárbaros. Para afianzar esta reflexividad, la cultura
latinoamericana y caribeña cuenta aún con muchos recursos. Por el impacto de los fenómenos de masas
y los medios de comunicación, y por la distribución de fuerzas sociales que está en juego, Estados
Unidos pareciera haber perdido dos cosas: la capacidad para hacer aportes civilizatorios, y para la misma
reflexividad, en un país que ya no es capaz de mirarse a sí mismo con cierto distanciamiento. Desde el
punto de vista cultural, el futuro latinoamericano no está en la imitación ni en la mayor integración
cultural con Estados Unidos. Desde esta perspectiva, también resulta limitada la idealización de “lo
indígena” (frecuente entre las clases medias y los intelectuales) y de las “minorías” que el
multiculturalismo ha puesto en boga, pasando por alto la herencia mestiza mayoritaria del
subcontinente y su capacidad para integrar, así sea de manera precaria, los aportes de las más distintas
latitudes (hasta la comida china en algunos países como Panamá, por citar solo otro ejemplo). La
herencia cultural latinoamericana y caribeña, colonial en particular, no tiene por qué convertirse en un
patrimonio muerto para consumo exclusivo del turismo local y foráneo. Por fortuna, el subcontinente
americano tiene mayores capacidades de repliegue sobre el pasado (así sea el colonial) que el Norte.
El arte del pronóstico siempre es difícil, y sería precipitado afirmar que Estados Unidos se ha convertido
hoy en el origen de nuevas barbaries, por más que no falten incluso las comparaciones con la Roma
imperial, en las que algunos ideólogos estadounidenses se sienten a sus anchas. Con todo, no está de
más ser vigilantes sobre los efectos de los fenómenos de masas, que niegan lo que las propias potencias
occidentales quisieran promover, en particular el florecimiento de todos y cada uno de los individuos de
una sociedad. Con sus enormes problemas, el mundo de principios del siglo XXI es quizás mucho más
feliz que el del siglo XX: el destierro de la barbarie siempre latente en la naturaleza humana y la defensa
de la civilización contra la “libertad de indiferencia” no han dejado por ello de estar a la orden del día.

 
 
 
 

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