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El cuento de nunca acabar (o ¿quién puede sacarnos del atraso y la dependencia?

) (y III)
Ángel Arias
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Con este artículo cerramos la serie que hemos venido publicando. En las anteriores estuvimos
revisando los aspectos que definen el capitalismo venezolano, desde inicios del siglo XX hasta la
irrupción del petróleo, su carácter dependiente, el comportamiento de la clase capitalista nacional
y las “contradicciones” irresolubles del rentismo dependiente, aún en la etapa de mayor
“desarrollo industrial”, hasta llegar a la “crisis estructural” de finales de los 70’s y la
ofensiva neoliberal. En este abordamos el período del chavismo –hasta Chávez– y las
conclusiones estratégicas que, desde nuestra perspectiva, se desprenden de toda esta historia del
capitalismo nacional.
El chavismo y otra promesa de “desarrollo nacional” frustrada
"Así como Venezuela financió durante casi un siglo con petróleo casi regalado el poder imperial,
llegó la hora de que ese petróleo sirva para el desarrollo y la felicidad de nuestros pueblos y la
unión de nuestro territorio".
Hugo Chávez Frías (28-04-2007).

Como venimos mostrando en la primera y segunda entregas de esta serie, sin bien la irrupción de
la explotación petrolera significó el inicio de una era de inusitados ingresos del país y nuevas
posibilidades de acumulación nacional, aún en los momentos de “gloria” de la formación de
capitales, Venezuela no dejó de tener una industria atrofiada, al igual que su agricultura, una
predominancia del capital comercial, bancario e importador –sustentado en la renta petrolera–,
un “desarrollo industrial” harto limitado y, a menudo, subordinado a las cadenas de realización
del gran capital de los países imperialistas. El oro negro del país fue fuente de enormes ganancias
para los pulpos petroleros y para la burguesía nacional, quien aceptó su estatus de socia menor en
el papel que se le impuso a Venezuela en la división mundial del trabajo bajo el capitalismo
imperialista: un rol que no era precisamente el de un país con una industria vigorosa, sino un
proveedor seguro de materia prima e importador de lo producido en los centros del capitalismo.

El país tuvo una (muy limitada) industrialización tardía y una desindustrialización temprana.
Cuando a finales de los 70’s ese capitalismo rentista y dependiente entra en “crisis
estructural”, se desarrolla una brusca caída de la industria [1], acompañado de un
comprometedor aumento de la deuda externa y una virulenta fuga de capitales: a pesar de que las
tasas de ganancia del período contractivo no diferían mucho de las del precedente período
expansivo [2], la burguesía dejó de invertir en la formación de capital y operó una transferencia
masiva de recursos al exterior, apalancada en el endeudamiento público. Ya vimos antes cómo el
brusco aumento de la deuda externa pública a principios de los 80’s no tuvo como fundamento
una necesidad real del país y cómo, en realidad, se convirtió en la base para una transferencia
masiva de recursos públicos al capital privado que, además, fueron a parar al exterior [3].

Todo este proceso, y las políticas de ajuste para pagar la cuantiosa deuda externa, se tradujeron en
aumento de la pobreza y las desigualdades sociales, a la crisis se respondió –como en el resto de
América Latina– con el giro neoliberal que trajo remate de empresas públicas al capital
transnacional, ataques a la clase trabajadora con la “flexibilización laboral”, tercerización y
despidos, aumento de la informalidad y la buhonería, e intentos de privatizar Pdvsa y la educación
superior. Paralelo a esto, corrió la crisis terminal del régimen político, acelerada por la irrupción
de masas a partir de la rebelión popular del 27y28F del ’89, que aunque derrotada con una
masacre a manos del ejército, abrió un período de ascenso de las luchas obreras, populares y
estudiantiles.

Ese es el país que recibe el chavismo. Jorge Giordani, el ministro de Planificación de Chávez
durante casi todos los años que este estuvo en el poder, planteaba la situación en los términos
siguientes en 2004: el país viene sufriendo un “largo ciclo de descapitalización” en “al menos
el último cuarto de siglo”, período en el cual “se ha transferido al exterior un excedente
equivalente a 5 ó 6 veces su deuda externa”, con un “sistema productivo nacional [que] ha sido
excluyente de grandes masas de la población que se han visto desplazadas de sus derechos
políticos, sociales y económicos”, señala un “continuo descenso de la tasa de inversión pública
y privada” y afirma que “el comportamiento decreciente de la formación bruta de capital es la
expresión de un largo ciclo de descenso y depresión económica que debe tocar su fin” [4].

El reto, decía Giordani, es “lograr la conversión de los recursos provenientes del petróleo en
capacidad de producción”, para cuyo objetivo “el papel del Estado venezolano sigue siendo una
opción legítima, con su papel de mediador en los conflictos de distribución, para garantizar el
funcionamiento de un modelo de acumulación más equitativo”. Eso implicaría, “mayor
cobertura del sector financiero público a la inversión privada que permitirá la intensificación
productiva” y “la expansión de la inversión privada en cadenas estratégicas”. El objetivo es
“revertir la tendencia de largo plazo a la desinversión”, con una política que “evite la salida de
capitales y permita un proceso de acumulación nacional [5].

En esa misma línea, en un encuentro con empresarios del occidente del país, también en 2004, es
decir, ya con casi 6 años en el gobierno, habiendo pasado por el golpe de Estado que llevó a la
cabeza del gobierno de facto al jefe de la principal central empresarial, y por el largo paro
empresarial golpista de dos meses, Chávez decía: “(…) ratifico que nosotros necesitamos un
sector privado verdaderamente emprendedor, nacionalista, consciente (…) defendemos la tesis de
la necesidad de potenciar el sector privado nacional, de impulsar un modelo de acumulación de
capital nacional, de potenciar la fuerza productiva nacional (…) un modelo endógeno de
desarrollo, un modelo desde dentro (…) que genere a través de una distribución equitativa del
ingreso y de la riqueza una situación de igualdad, de estabilidad y de desarrollo humano integral”
[6].

El objetivo es un capitalismo productivo, “nacionalista”, con “inclusión social”. Con la renta,


aliviar las situaciones más agudas de pobreza y apalancar un “desarrollo nacional” de la mano
de unos hipotéticos empresarios “nacionalistas y productivos”, en asociación con el Estado
(como empresario y financista en determinadas áreas) y los capitales transnacionales “aliados”:
“una política económica dirigida a la creación de un entorno favorable para evitar que continúe
la filtración del ahorro interno hacia el exterior, que permita la inversión extranjera, que en
asociación con capital nacional y con la aportación de innovaciones tecnológicas y acceso a los
mercados internacionales promueva la modernización productiva en el más corto plazo posible”
[7].

Estamos hablando de un proyecto de desarrollo nacional burgués, nada que ver con una revolución
anticapitalista ni con socialismo. Chávez siempre pidió una burguesía “nacionalista y
productiva” que trabajara de la mano con el Estado, sus llamados –como este otro con
empresarios en Caracas– eran en este sentido: “Les invito a que cuidemos este clima… esta
confianza, que renace... entre el verdadero sector empresarial productivo y este Gobierno… y que
juntos en alianza estratégica continuemos construyendo la nueva Patria venezolana” [8].
“Alianza estratégica” con la burguesía venezolana “productiva”, y ante las voces de
desconfianza le recalcaba Chávez a los empresarios que esos llamados no tenían que ver con
coyunturas tácticas ni electorales: “esto tiene que ver más que con la coyuntura con la estructura,
más que con la táctica con la estrategia”.

No son estas en modo alguno las coordenadas de una revolución socialista, el prometido
desarrollo está concebido en los marcos del capitalismo. Alguien pudiera señalar, empero, que
estamos en 2004 y que meses después –en enero de 2005– Chávez se declararía “socialista”
en el Foro Social de Porto Alegre, que luego vendrían las expropiaciones, nacionalizaciones y el
“control obrero”. Hoy todos sabemos que el “desarrollo” no solo no ocurrió nunca, sino que
Chávez dejó al país a las puertas de una brutal crisis que, con Maduro en el poder y sus políticas,
ha llevado al país a un colapso histórico. Sin embargo, es clave determinar qué es lo que fracasó,
es decir, si ese proyecto nacionalista burgués de Chávez sufrió alguna transformación hacia el
“socialismo”.

Una economía más rentista, más capitalista y más explotadora


Ciertamente, el chavismo fue el más radical de los gobiernos “post-neoliberales” que hubo en la
región y el más girado a izquierda que ha tenido la historia nacional en su vida petrolera, con
fuertes dosis de “dirigismo estatal” en la economía e importantes enfrentamientos con el
imperialismo estadounidense, llegando a adoptar incluso la denominación de “socialista” –
cosa que no hicieron ninguno de los otros gobiernos “progresistas”–. Lo que sin embargo no
quiere decir que cambiara su carácter de clase y se enrumbara hacia una verdadera revolución
anticapitalista. De hecho, al contrario, con el chavismo se profundizaron los males del capitalismo
dependiente y rentístico.

En el año 2013, casi una década después de la adopción del “socialismo” como supuesto
objetivo de la “revolución bolivariana”, y recién iniciando el ciclo de Maduro al frente del
gobierno, Víctor Álvarez, economista que fuera ministro bajo Chávez, además de otros altos
cargos en el sector de la industria estatal, en un foro organizado por el chavismo mostraba en una
sencilla y contundente exposición, que la economía venezolana, lejos de transitar algún camino al
socialismo, se había vuelto “más rentista, más capitalista y más explotadora”.

Señalaba el hecho de que el coeficiente de importaciones mostraba una dinámica en constante


crecimiento, a la par que tanto el PIB industrial como el agrícola descendían: si para 1999 el PIB
del sector manufacturero representaba el 19% del total, al cierre de 2012 aportaba solo el 14%, así
mismo, el agrícola había descendido al 4,5% del PIB. Si en el “boom” de los 70’s las
exportaciones petroleras alcanzaron a ocupar un 80% de las divisas generadas, en el nuevo auge
de renta bajo Chávez pasaron del 90% y se acercaron a la casi totalidad: de cada 100 dólares que
ingresaban al país, 96 prevenían del petróleo. Lo que había en el país era un festín de
importaciones apalancado en la renta pública, la “huelga de inversiones” en el sector productivo
que inició la burguesía nacional desde finales de los 70’s no cesó bajo el chavismo, se
mantuvieron las inversiones en un nivel marginal o de simple reposición: con relación a la debacle
heredada de los 80’s y 90’s no hubo ningún proceso de repunte en la formación de capitales en
el sector productivo.

La burguesía venezolana no se hizo “productiva” ni abandonó su condición preferentemente


comercial-importadora (y fugadora de capitales). Los datos disponibles sobre los establecimientos
industriales y los trabajadores ocupados en ellos, muestran cómo hubo un descenso en ese aspecto
[9]. A la par que eso, los datos muestran que mientras en 1999 el PIB estatal representaba el 35%
del total y 65% el privado, al cierre de 2012 el privado había ascendido al 71% contra un 29% del
estatal. Como bien señala Álvarez, a pesar de la impresión que generaban las nacionalizaciones y
del discurso empresarial y de derecha sobre que “la empresa privada está siendo acosada y
acabada”, esta era la realidad. Es pertinente señalar que aún cuando el PIB estatal ocupara una
proporción mayor, eso no cambiaba necesariamente la naturaleza capitalista de la economía si
persisten la propiedad privada y la acumulación de capital en el centro de la misma, sin embargo,
estos datos demuestran cuán lejos se estaba siquiera de una economía capitalista con mayoría
estatal.

Álvarez cuestionaba también que, si se revisaban las empresas que se llevan el 95% de los dólares
a precios preferenciales, las que se llevaban los contratos de obras públicas, los contratos para la
adquisición de bienes, las beneficiarias de las exoneraciones arancelarias y de los incentivos
fiscales, eran “las empresas capitalistas”, quiere decir, las de capital privado. Como señalamos
en un artículo anterior discutiendo contra los “fundamentalistas liberales”, unos pocos datos
bastan para ilustrar cómo la renta petrolera siguió siendo aprovechada preferentemente por el
capital privado más concentrado, incluyendo las grandes trasnacionales, mediante la asignación
por el Estado de dólares preferenciales [10].

Es la empresa privada “el sector que ha aprovechado, ordeñado hasta la última gota, la mayoría
de los incentivos fiscales, financieros, cambiarios, de compras gubernamentales, de suministros de
materias primas que el Estado entrega”. La llamada “economía social” que, en la lógica de los
que honesta o ingenuamente pensaban que realmente se quería transitar al socialismo, sería la base
de la nueva economía “no capitalista”, nunca pasó de un marginal 1% ó 2% del PIB.

Cuando se revisa la distribución por factores del PIB, continuaba Álvarez, se evidencia que los
patronos han ido aumentando año a año su porción de participación, a expensas de la porción que
captaba la clase trabajadora. Lo que confirma la tendencia que señalábamos ya en 2006, que para
2005, tras siete años de Chávez en el gobierno, y habiendo sido derrotados los intentos más
violentos de la reacción y el imperialismo por derrocarlo, 59% del ingreso nacional correspondía a
“Ganancias” y “Alquileres y otras rentas”, mientras apenas un 25% eran “Sueldos y
Salarios”, tres años antes, en 2002, la porción de beneficios de los propietarios y patronos era de
38% y la de los trabajadores 33% [11].

Es cierto que en Chávez operó un giro discursivo que fue desde reivindicar la “tercera vía” en
los inicios de su gobierno (asumiendo el “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como
sea necesario”), a hablar de “desarrollo endógeno”, luego asumir una ubicación
antiimperialista, hasta finalmente declararse “socialista”. Pero esa radicalización del discurso
no significó ninguna radicalización sustancial del proyecto económico en un sentido
anticapitalista, la esencia siguió siendo la misma: un desarrollo nacional en los marcos del
capitalismo. Chávez se encargó una y otra vez de aclarar que su “socialismo” no implicaba la
supresión de la propiedad privada capitalista (protegida además en la propia Constitución que
impulsó en el ‘99), es decir, no era socialismo nada, porque un socialismo con capitalistas es un
oxímoron total, un contrasentido y una estafa. Como lo denunciamos insistentemente, era la burla
de un supuesto “socialismo con empresarios”.

¿Un proyecto burgués sin burguesía? Hablemos de bonapartismo sui generis


"¡Váyanse al carajo yanquis de mierda, que aquí hay un pueblo digno! ¡Váyanse al carajo cien
veces! Aquí estamos los hijos de Bolívar, de Guaicaipuro, de Tupac Amaru. Y estamos dispuestos
a ser libres" [12]. Así arengaba Chávez ante las multitudinarias concentraciones de masas en que
se apoyaba para resistir las embestidas del imperialismo estadounidense… y del grueso de los
capitalistas nacionales y sus partidos. Porque la burguesía tradicional y sus principales
organizaciones no solo nunca consideraron a Chávez como su gobierno, sino que además
intentaron derrocarlo más de una vez, incluyendo varios lockout, paros patronales de incluso 60
largos días, como el de diciembre-enero de 2002-2003, haciendo llave con el sabotaje imperialista
a PDVSA.

A propósito del gobierno de Lázaro Cárdenas en México (1934-1940), que nacionalizó el petróleo
y los ferrocarriles, enfrentando a los imperialismos británico y estadounidense, apoyándose en la
organización y movilización obrera y campesina, León Trotsky acuñó la definición de
bonapartismo sui géneris para referirse a este tipo de regímenes. Lo “sui generis” de este tipo
de bonapartismo les venía dado por tratarse de naciones semicoloniales o sometidas a la
dominación económica de las grandes potencias, a diferencia del desarrollado en los países
imperialistas.

“En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la
relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea
condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional,
entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da
al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por
encima de las clases”. Esto puede decantar regímenes bonapartistas que gobiernen sometiendo a
los trabajadores con una “dictadura policial”, como “instrumentos del capital extranjero”, o
regímenes que, “maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones”,
ganen así cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros” [13]. El cardenismo sería el
segundo caso, correspondería con un “período en el que la burguesía nacional busca obtener un
poco más de independencia de los imperialistas extranjeros. La burguesía nacional está obligada a
coquetear con los obreros, con los campesinos, y entonces tenemos el hombre fuerte del país,
orientado hacia la izquierda como sucede ahora en México” [14].

Proyectos políticos que cuestionan el peso de la dominación imperialista sobre la nación,


dominación que, como observamos en las entregas anteriores de esta serie, constriñe y bloquea el
desarrollo nacional, incluso en los términos de un desarrollo capitalista. Las burguesías, que si
bien clase dominante al interior de estos países, tienen una relación subordinada con el gran
capital imperialista y sus Estados, eventualmente pueden aspirar a aflojarse esas cadenas, dando
pie a los nacionalismos burgueses. Desde nuestra corriente definimos al de Chávez como un
régimen con rasgos de ese bonapartismo sui géneris orientado a izquierda.

Sin embargo, alguien podría preguntar, ¿qué burguesía que en Venezuela buscara más
independencia ante el capital imperialista expresaba Chávez, si no tenía casi ningún sector burgués
de peso que lo acompañara? Sí y no. Es decir, ciertamente el grueso de la burguesía nacional no
acompañó a Chávez, pero sí lo hicieron importantes sectores de la burguesía media y baja, como
por ejemplo –aunque no los únicos– los agrupados en la cámara empresarial Fedeindustrias y en
“Empresarios por Venezuela”, aunque no representaran los sectores determinantes de la clase
capitalista venezolana. Pero justamente lo que define al bonapartismo como régimen político es
que el Estado, ese poder “aparentemente por encima de las clases en lucha”, exacerba esa
cualidad: “hay períodos ¬–dice Engels– en que las clases en lucha están tan equilibradas, que
el poder del Estado, como mediador aparente, adquiere cierta independencia momentánea respecto
a una y otra” [15], el Estado parece por momentos no obedecer a ninguna clase en particular,
“se eleva por encima de las clases”, dice Trotsky, lo que sin embargo no quiere decir que éste
pierda su carácter de clase.

Como hemos escrito en otras ocasiones, en nuestro país se dan condiciones particularmente
favorables para el surgimiento de este tipo de regímenes, dada la “doble cualidad” del Estado
–por decirlo de alguna manera–, no solo como principal aparato de dominación política sino
también como dueño y rector de la principal fuente de ingresos nacionales, un particular músculo
económico que facilita la posibilidad de “elevarse por entre las clases”, lo que incluye a la
propia burguesía nacional; y eventualmente también, ganar mayor margen de maniobra ante el
capital imperialista. Con semejante músculo económico propio, atacado por el grueso de la
burguesía nacional en alianza con el imperialismo, y sostenido en un gran respaldo popular,
estaban dadas las condiciones para que el Estado venezolano, bajo el chavismo, un gobierno que
no era orgánico de los partidos tradicionales de la burguesía, aunque sí surgido de sus Fuerzas
Armadas, cobrara “cierta independencia”, lo que no quiere decir en modo alguno que dejara de
ser un Estado burgués.

En la exposición que venimos citando, Giordani señala que “La inversión privada concentra el
núcleo fundamental de la formación bruta del capital del país, en una economía donde este sector
representa más del 75% de la creación de la oferta agregada interna”, y afirma que el objetivo del
chavismo es “reasumir al Estado como rector de una sociedad de economía mixta”, en un
“nuevo modelo de desarrollo [que] está orientado al crecimiento productivo con inclusión
social”. El modelo “Se fundamenta en el papel rector y orientador del Estado… donde
participan sectores vinculados a la economía social, pequeños y medianos empresarios y grandes
empresarios”.

El chavismo reclama para el Estado un papel rector del proceso de acumulación capitalista, que no
es lo mismo que abolir el capital –en cuanto relación social– y dar paso a una reorganización
post-capitalista de la economía. El gran objetivo histórico era pasar “De la Venezuela rentista a la
Venezuela productiva”, un lema copiado de los planes de los gobiernos puntofijistas, aunque con
la importante diferencia de que, a diferencia del puntofijismo, un régimen alineado con el
imperialismo estadounidense, aquí la concreción del lema pasaba por la pugna con el capital
imperialista por captar una mejor porción de esa renta que se proponía poner al servicio de la
acumulación nacional. El esquema plateado era, grosso modo: transferencia de renta de la
actividad primario-exportadora hacia la “diversificación de la producción nacional”, con el
Estado como articulador privilegiado de este tránsito al ser el poseedor de la renta petrolera.
Convertir la renta en capital, capitalizar la renta.

Chávez pulseó con las transnacionales petroleras y los gobiernos imperialistas, en particular los
Estados Unidos, para garantizar que el Estado venezolano tuviera realmente el control de su
empresa petrolera y que captara una porción mayor de la renta de la que hasta entonces captaba.
Sin embargo, la burguesía venezolana, adaptada a su rol de socia menor del gran capital
imperialista, y acomodada a vivir de la renta sin necesidad de desarrollar las capacidades
productivas nacionales, no estaba interesada en ningún nacionalismo ni, mucho menos, un proceso
que implicase la movilización de unas masas que, desde el ’89, habían entrado en escena
reclamando contra los males a que las condenaba el atrofiado capitalismo venezolano. Esta
enajenación y hostilidad con relación a las aspiraciones del chavismo implicó infligirle golpes
incluso a la propia economía capitalista, golpes que Chávez respondió ampliando el sector de
empresas públicas, controles y dirigismo estatal, pero no más que eso.

Luego de los intentos por derrocarlo Chávez dejó prácticamente intactas las grandes propiedades
de los capitalistas nacionales, pero además, cuando producto de los dos meses de paro patronal y
el saboteo a Pdvsa, cientos de empresas a lo largo y ancho del país quedaron en condición
precaria, el gobierno les lanzó un generoso salvavidas con el “Acuerdo Marco de
Corresponsabilidad Social” y la vista gorda ante el despido de decenas de miles de trabajadores.
El Acuerdo Marco –como lo denunciamos en su momento– ofrecía a las empresas condonar
todas sus deudas con el Estado y con los trabajadores (impuestos, pagos de servicios públicos,
aportes al seguro social y al INCE, prestaciones sociales, etc.), al mismo tiempo que otorgarles
créditos baratos con recursos públicos, a cambio de que estas accedieran a darle participación
accionaria al Estado en un 50 ó 51%, o en algunos casos a los trabajadores, convirtiéndolos en
“socios”. Era el esquema de la “cogestión”.

Lejos de aprovechar esa ocasión para avanzar contra la propiedad capitalista Chávez lanzó ese
salvavidas, junto a permitir, como lo mencionamos, unos 50 mil despidos en los meses siguientes
al paro, denunciados por las propias organizaciones sindicales afines al gobierno. Era una
respuesta burguesa, “estatista”, para la crisis de esas empresas, afectadas por la propia política
de la burguesía venezolana. La respuesta obrera vino dada por las decenas de empresas que
cerraron pero fueron tomadas por sus trabajadores, quienes intentaron ponerlas a producir bajo
control obrero [16], intentos sin embargo muy minoritarios con relación a esta otra tendencia
nacional impulsada por el gobierno, y además bloqueados por el propio gobierno de Chávez, que
se encargó de dejarlos morir por inanición, sin otorgarles créditos, materia prima ni ninguna ayuda
cualitativa –cuando no directamente reprimiéndolos, como en Sanitarios Maracay– si no se
asimilaban al esquema de la “cogestión” o del control gubernamental, donde el “control
obrero” pasaba a ser realmente un control sobre los obreros por parte de la burocracia estatal.

En el sector industrial, solo cuando los capitalistas burlaban una y otra vez los acuerdos con el
gobierno, no empleaban en la producción los créditos que éste les daba para eso, o simplemente
dejaban ir a la quiebra las empresas, el gobierno avanzaba en la estatización directa. Fue el propio
desinterés de los capitalistas por algún desarrollo industrial vigoroso lo que llevó al gobierno a
estatizar decenas de empresas del sector fabril. Y Chávez lo señalaba con claridad: “Nosotros no
tenemos prevista la eliminación de la propiedad privada, ni la grande ni la pequeña”, solo se
intervendría, decía, en aquellos casos en que se abandonaron las fábricas, no cumplieron con las
leyes, especulaban, no pagan impuestos o mantenían las tierras improductivas, “pero una
empresa que esté produciendo”, tendría todo el apoyo del gobierno.

Esto, junto a la política de recuperar de nuevo para la órbita estatal aquellas empresas o bancos
públicos que habían sido entregadas al capital transnacional en la ofensiva neoliberal [17], fueron
configurando la “intervención del Estado” en la economía capitalista, no con el objetivo de
abolirla, sino de forzar su conversión del rentismo a “lo productivo”. Esta presencia estatal se
complementaba con controles como el de precios y el cambiario. Unos controles y un “dirigismo
estatal” que, sin embargo, resultaban complacientes con la naturaleza históricamente parasitaria y
rentista de la burguesía nacional, puesto que desde el Estado seguía fluyendo un festín de dólares
preferenciales para el capital privado, exacerbándose las tendencias comercial-importadoras
(incluyendo nuevas ediciones del clásico “fraude importador”) y una furibunda fuga de
capitales, más agresiva que la de los 80’s: bajo Chávez, al tiempo que se vociferaba sobre
“socialismo” y “anticapitalismo”, se operó una enorme transferencia de renta pública al
capital privado que fue, al mismo tiempo, ¡una vez más!, transferencia del “ahorro nacional” al
exterior, un vil saqueo de la renta petrolera: las cuentas privadas en el exterior pasaron de tener 49
mil millones de dólares en 2003 (cuando instaura Chávez el control de cambio) a tener 500 mil
millones en 2016, según el entonces ministro de comercio exterior, Jesús Farías, o 400 mil
millones, según la Asamblea Nacional controlada por la derecha… mientras el país se sume en la
decadencia.

A pesar de la hostilidad manifiesta de la burguesía nacional hacia el chavismo, y de la abundante


fraseología contra la “burguesía parasitaria”, Chávez no solo la preservó como clase social, sino
que propició un nuevo capítulo de la apropiación de la renta pública por parte del capital privado,
diversificando no la economía nacional sino los nombres de los ricos y burgueses. De hecho, el
chavismo no solo logró hacerse de algunos pocos aliados entre la burguesía tradicional sino
también generar a su vez otras camadas de burgueses favorecidos o nuevos ricos [18].
¿Cuántas veces con la misma piedra? ¿Hasta cuándo la frustración nacional?
“Venezuela: historia de una frustración”, así titula acertadamente Agustín Blanco Muñoz su
extenso libro que recoge las entrevistas en los años 80’s a D. F. Maza Zavala [19] –uno de los
más completos conocedores de la historia económica, política y social del país–. Más de tres
décadas después, una conclusión similar puede desprenderse del recorrido que hemos venido
haciendo en las entregas de esta serie.

En su –ya clásico– Teoría económica del capitalismo rentístico, Asdrúbal Baptista afirma que en
el país “la presión en favor de asignar hasta el máximo de la renta para los fines de la inversión
reproductiva muy pronto emerge con gran vigor político, imponiéndose como la conducta normal
a seguir” [20]. Sin embargo, tal imperativo no se condice con la persistencia del atraso en el país,
tras casi un siglo de rentismo petrolero. Una observación más aguda –y obvia a la luz del devenir
histórico– es la que señalaba Dorothea Melcher en uno de los trabajos que citamos: la idea de la
siembra del petróleo fue una temprana “legitimación teórica para la apropiación de la renta” por
parte de los capitalistas criollos” [21].

De hecho, antes que Chávez, Rómulo Betancourt, dirigente y conductor del principal partido
burgués del siglo XX (AD), reclamaba para sí ser los legítimos exponentes de la elevación de esta
idea a política de Estado. En alocución radial de 1945, pocos días después de derrocar a Medina
Angarita, expresaba: “Sembrar el petróleo fue la palabra de orden escrita, demagógicamente, en
las banderas del régimen. Nosotros comenzaremos a sembrar el petróleo. En créditos baratos y a
largo plazo haremos desaguar, hacia la industria, la agricultura y la cría, una apreciable parte de
esos millones de bolívares esterilizados, como superávit fiscal no utilizado, en las cajas de la
Tesorería Nacional”.

Ciertamente, la “siembra petrolera”, esa idea de la intelectualidad burguesa de los años 30’s
retomada por Chávez como guía de su proyecto, viene a ser la mejor envoltura ideológica
“progresista” de un recurrente engaño burgués al país [22]: la burguesía venezolana –y sus
diferentes cohortes surgidas al calor de los más variados regímenes– recibe de manos del país la
renta petrolera, sin que a cambio entregue de vuelta, por lo menos, un desarrollo cualitativo de las
capacidades productivas nacionales.

El chavismo, a pesar de haber sido, bajo Chávez, el régimen político más “orientado a
izquierda” de la historia contemporánea del país, con duros roces con el imperialismo, atacado
virulentamente por el grueso de la burguesía criolla y apoyándose en grandes movilizaciones y
acciones de masas –como el hito de haber derrotado un golpe de Estado proimperialista
triunfante–, siendo en ese sentido muy diferente a la historia de los regímenes anteriores serviles
al imperialismo estadounidense, en lo que se refiere a la estructura económica expresó en realidad
más continuidad que ruptura con esa historia de frustración nacional. En lo relativo a la
disposición interna para el “desarrollo”, el esquema del chavismo siguió siendo, en lo
fundamental, el de toda la historia del capitalismo rentístico en el país: poner la renta petrolera
pública en manos de unos empresarios que, en teoría, la harían productiva. Es parte del cuento de
nunca acabar.
El pulseó de Chávez con los capitales imperialistas fue para renegociar los términos de la
subordinación nacional, no para romperla, su política no significó una ruptura de la dependencia y
la inserción subordinada en el capitalismo mundial. El “¡Váyanse al carajo yanquis de mierda!”
no significó en modo alguno, por ejemplo, como en la revolución cubana, la expulsión real del
imperialismo y la conquista de la plena independencia nacional. La transferencia sistemática de
grandes porciones del excedente desde la nación hacia los centros del capitalismo mundial siguió
su curso por las vías de siempre: los pulpos petroleros continuaron metidos con todo en el
negocio, diversificándose en todo caso hacia capitales rusos, chinos, y otros; el capital
transnacional siguió en las más diversas áreas de la economía (banca, telecomunicaciones,
alimentación, farmacéutica, etc.); el capital financiero internacional no solo siguió succionando
recursos vía deuda externa sino que se profundizó esa atadura; el intercambio desigual
(exportación de materia prima – importación de productos terminados) no varió; incluso se
mantuvieron los acuerdos impositivos favorables a empresas de países imperialistas (los acuerdos
contra la doble tributación).

El antiimperialismo fue bastante tibio y mucho más retórico que real, mucho más en el terreno de
la soberanía política que en el de la ruptura con el estatus de nación semicolonial: un país con
soberanía política, mucho más bajo el chavismo, pero sometido a las determinaciones del
capitalismo imperialista.

La historia del uso interno de la renta en el país, historia de la que no escapó el chavismo, es que
cada régimen que se ha sucedido, sea militar o civil, democrático o dictatorial, abiertamente
entreguista o con tibio nacionalismo, ha operado la transferencia de la renta pública hacia el
capital, generando sus propios sectores de burgueses privilegiados por sus relaciones con el
gobierno, y en algunos casos –como el perezjimenismo y el chavismo– dando nacimiento
también a una importante casta burocrática (donde se mezclan civiles y militares) que se enriquece
con los sobornos y comisiones de las contrataciones púbicas, las importaciones estatales, la
administración de las empresas públicas y en general de la renta. Cada uno ha generado sus
nuevos ricos. Los regímenes pasan, pero la burguesía (y la dependencia) quedan.

En cualquiera de los casos, más de allá de algunos cortos períodos de “gloria” de la


acumulación nacional de capitales y de reducción parcial de la pobreza y la miseria, la constante
ha sido mantener al país en el atraso, así como condenar a la clase trabajadora y el pueblo pobre a
caídas de sus niveles de vida cada vez más drásticas que las de la crisis que le precedió. Mientras,
sin embargo, la renta petrolera pública y el (potencial) “ahorro nacional” siguen convirtiéndose
en ganancias del capital transnacional o en capital privado de un minúsculo puñado de
venezolanos aprovechadores: la clase capitalista criolla que se reconfigura con cada nuevo
régimen.

Para superar la dependencia y el atraso, para acabar con la historia de frustración nacional: la
perspectiva de la revolución permanente
Dice Baptista que la dinámica del desenvolvimiento económico de Venezuela a partir de la
irrupción petrolera, puede definirse así: “partiendo de una condición de radical atraso, llega a
alcanzar estadios muy avanzados de desarrollo capitalista, para que luego le sobrevengan
obstáculos y dificultades de insólito carácter que colapsan su dinámica de acumulación” [23].
Señalemos que estos cambios bruscos, virulentos, son el resultado de la incorporación plena de
Venezuela al “metabolismo” del capitalismo imperialista desde los años 20’s del siglo pasado,
una incorporación, como hemos venimos estudiando, totalmente subordinada, en la que su
desarrollo no cuenta como parte de los objetivos ni necesidades.

La semblanza que hace Baptista se refería a la historia del capitalismo rentístico hasta la crisis de
los 70’s-80’s –el libro fue publicado en 1997–, pero capta tan fielmente las determinaciones
del asunto que pareciera una premonición sobre lo que ha ocurrido en la debacle del chavismo.
Con la diferencia de que bajo el chavismo, paradójicamente, a pesar de tratarse de un régimen no
subordinado al imperialismo estadounidense y con objetivos nacionalistas expresamente
planteados, no hubo siquiera los momentos de auge de la industria y la acumulación nacional que
se vivieron en parte en los 50’s y, sobre todo, en los 70’s.

El chavismo heredó la crisis estructural de ese capitalismo, siendo además un proyecto burgués no
correspondido por el grueso de la burguesía sino por sectores medios de esta, pero como Chávez
no contemplaba otra vía de “desarrollo” que no fuera con un empresariado “nacionalista y
productivo” aliado al Estado, el gran “impasse histórico” del capitalismo dependiente y
rentista no tuvo superación: los buenos tiempos fueron una coyuntura de altos ingresos de
“petrodólares” para importar y estimular una expansión del consumo –con componentes de
inversión estatal en infraestructura y ampliación del acceso a la educación, salud, vivienda y
seguridad social–, al tiempo que reincidían y se iban profundizando los males del capitalismo
venezolano: rentismo, descapitalización, endeudamiento y dependencia externa, transferencia de
excedente al exterior. El resultado ha sido un colapso más drástico que el anterior.

Se puede comprender con claridad que no tienen ningún fundamento las voces que hablan del
fracaso del chavismo como el fracaso de algún proyecto “socialista”, a menos que se asuma
“socialismo” como sinónimo de mera intervención o dirigismo del Estado burgués en la propia
economía capitalista; lo que sería apenas una idea bastante vulgar y equivocada de lo que es una
revolución socialista. Opiniones más serias y rigurosas, menos interesadas en un balance
ideológico anti-socialista como el que hace la derecha, señalan sin embargo el lugar común del
pensamiento nacional: el problema es el rentismo.

El petróleo, en sí mismo, no es “el excremento del diablo” en el que irremediablemente estamos


condenados a hundirnos. La renta no es una maldición, causante en sí del atraso, impedimento
infranqueable para el desarrollo nacional. El asunto es que esa renta petrolera se da en los marcos
de una organización capitalista y dependiente de la economía nacional: el problema clave es el
capitalismo dependiente, el rentismo es la forma histórica concreta que ha tomado en el país la
dependencia. Aún rentista, la economía venezolana ha tenido la capacidad de generar excedentes
que pudieran ser la base para acometer un desarrollo de sus capacidades productivas, pero estando
subordinada a las pautas del capitalismo mundial esas posibilidades se han esfumado, porque el
excedente lo aprovechan fundamentalmente los capitales imperialistas (bien sea mediante
ganancias, cobro de hipotecas o el intercambio desigual) y la parasitaria burguesía venezolana, que
no ha demostrado históricamente tener ninguna vocación “nacionalista” ni desarrollista.
La contradicción que históricamente se ha expresado entre el excedente generado y la sustracción
del mismo o su despilfarro, la distancia enorme entre el potencial ahorro nacional y el real, entre
las posibilidades de inversión productiva y su casi nula existencia, tienen que ver con esto. Estas
antinomias no son inherentes a “la renta” ni a “la economía” en general, son engendradas por
las relaciones concretas con la economía mundial capitalista y por la estructura económica interna,
relaciones que son un producto histórico y, por tanto, pueden ser también revolucionadas,
superadas.

La discusión estratégica es con qué programa se puede romper esa larga historia de frustración
nacional y qué clase social puede llevarlo adelante. Para superar el atraso el país debe poder
disponer soberanamente de todos sus recursos, planificar racional y democráticamente su uso, en
función de las necesidades del país en general y en particular de las mayorías trabajadoras. Eso es
desde todo punto de vista imposible si se mantienen la expoliación imperialista y la propiedad
privada capitalista, porque solo liberada la economía nacional de las imposiciones de la
dependencia y de los intereses de las clases propietarias (tanto foráneos como criollos), pueden
sentarse las bases firmes para acometer las tareas históricas de reorganización de la economía
nacional, de su demografía y la relación ciudad-campo, el desarrollo científico-tecnológico y
demás requerimientos necesarios para el desarrollo de las capacidades productivas nacionales.

El nacionalismo burgués –como el chavismo– declama contra el imperialismo, pero no lleva


hasta al final esta batalla y, además, considera a la clase capitalista local como vehículo del
desarrollo, cuando la verdad es que son un obstáculo para el mismo. En el caso venezolano, como
lo hemos expuesto a lo largo de esta serie, la historia muestra cómo la clase capitalista local,
siendo de las clases nacionales la receptora por excelencia de la principal riqueza nacional, ha
tenido una conducta histórica que más bien conspira contra su desarrollo, no solo asimilada al
esquema de la dominación imperialista sino además parasitando la renta, viviendo del comercio
importador y fugando al exterior lo que debería ser dedicado a las necesidades del país.

El asunto es que la lucha nacional antiimperialista no está separada de la lucha de clase de los
trabajadores también contra la propia burguesía nacional, porque los problemas del atraso, las
desigualdades, la explotación y la opresión, no se deben exclusivamente al papel del capital
imperialista sino también de las clases dominantes nacionales que, como hemos dicho, se han
adaptado al esquema de la dependencia y son pieza de la dominación imperialista.

Por eso, similar a como le ocurría a la burguesía rusa bajo el zarismo, que a decir de Lenin, le
temía más a las masas obreras y campesinas movilizadas revolucionariamente que a la autocracia,
los nacionalismos burgueses que eventualmente surgieron en América Latina no dejaron de
expresar ese temor a desatar la energía revolucionaria de las masas e ir hasta el final en la batallas
contra el imperialismo. Todos se detuvieron en el umbral de regateos y reformas menores, y
contuvieron al movimiento de masas en los límites de la disciplina estatal “nacionalista”,
bloqueando la posibilidad de una verdadera lucha revolucionaria antiimperialista que, por su
propia dinámica y contenido, implica también una lucha anticapitalista.
El chavismo en nuestro país es la expresión de esa “precaria personalidad nacional” [24] de la
burguesía, en un doble sentido: en el sentido que es un sector de la oficialidad media de las
FF.AA., en alianza con sectores de la pequeña y mediana burguesía, y los partidos de la izquierda
reformista, quienes toman en sus manos las banderas del nacionalismo, teniendo en contra a la
mayoría de la gran burguesía nacional y sus partidos históricos; pero también en el sentido de que
al empeñarse en poner como objetivo de su movimiento un “desarrollo nacional” con una
hipotética clase capitalista “nacionalista” y “productiva”, no propició ninguna dinámica de
combate real para expulsar al imperialismo que, inevitablemente, debía darse también de la mano
con la lucha contra la propiedad capitalista.

La dinámica de los momentos más álgidos de la lucha mostró incipientemente esta perspectiva:
aun tratándose lo de Chávez solo de algunas pugnas parciales con el imperialismo, la gran
burguesía nacional formó filas en común en el bando de la reacción proimperialista, y las acciones
que protagonizaron las masas para defender al que consideraban su gobierno chocaron no solo
contra el imperialismo sino también con la clase capitalista nacional. Pero Chávez no impulsó un
desarrollo exponencial de estas tendencias de las masas obreras y populares a confrontar el
conjunto de la reacción, sino que, cuantiosa renta petrolera y fuerte liderazgo mediante, contuvo
todo en los márgenes de un nuevo ciclo de rentismo burgués –con fuerte presencia estatal–.
Chávez buscó siempre estabilizar la situación y evitar un mayor desarrollo de la lucha de clases, lo
decía abiertamente: “si no fuera por mí ya las masas pobres…”. La cuantiosa renta petrolera, de
hecho, le permitió otorgar ciertas concesiones a las masas sin tener que meter mano en el bolsillo
de la burguesía ni romper con el capital imperialista, pudo, como dijimos entonces, “dar a todos
sin golpear a ninguno”, es decir, satisfacer las ganancias tanto del capital transnacional como del
nacional, y algunas mejoras parciales y circunstanciales en las condiciones de vida de las masas,
en los límites el capitalismo dependiente. Esta fue su labor bonapartista, de “arbitrar entre las
clases”.

Para superar realmente la dependencia y el atraso se requería (y se requiere) una perspectiva como
la que el marxismo revolucionario señala con la idea de la “revolución permanente”. Como
hemos detallado en un artículo recién publicado en este suplemento, el marxismo dio cuenta
tempranamente de que en América Latina las burguesías nacionales no mostraban ninguna
cualidad de llevar adelante revoluciones nacionales antiimperialistas y que, al contrario,
imbricaban su dominación con la del imperialismo. Los movimientos nacionalistas burgueses no
escapan a estas determinaciones, por eso, las tareas históricas de lograr la completa emancipación
nacional quedan en manos de la clase trabajadora, en alianza con el campesinado y demás sectores
de la nación oprimida.

Solo los trabajadores pueden llevar hasta el final la lucha contra la dominación imperialista, pero
esa lucha no puede detenerse en el umbral de un programa solamente antiimperialista, sino que
inevitablemente se ve confrontada también con la necesidad de avanzar sobre las relaciones de
propiedad burguesa, es decir, contra la burguesía nacional, con lo que la revolución “nacional”
contra el imperialismo se convierte también en revolución directamente anticapitalista, socialista.
“Convirtiéndose con ello en permanente”, dirá Trotsky [25].
Por eso si el chavismo, desde la perspectiva del desarrollo nacional ha sido claramente un fracaso,
la cuestión no estriba, como quiere mostrar la derecha, en un supuesto “socialismo”, sino todo
lo contrario, en que expresaba un nacionalismo burgués encarnado en un bonapartismo que no
estaba interesado en modo alguno en llevar hasta sus últimas consecuencias la lucha
antiimperialista que, inevitablemente, es también contra la propia clase capitalista venezolana.

Claro que Venezuela necesita “sembrar el petróleo”, en el sentido de aprovechar esa riqueza
“súbita” para desarrollar plenamente sus capacidades productivas, superar el atraso, pero si hay
una lección estratégica, indispensable, de la experiencia del chavismo y su lugar en la historia
nacional, es que solo una revolución obrera y socialista podría llevar adelante esa tarea, que
requiere necesariamente romper la dominación imperialista y desplazar a la burguesía venezolana
de su lugar en el control y aprovechamiento de las riquezas nacionales. Solo una revolución así
puede “resolver de manera íntegra y efectiva los fines de la emancipación nacional” y, además,
conquistar la emancipación social de las clases explotadas por el capitalismo. Esto –
parafraseando a Mariátegui [26]–, no por razones azarosas de doctrina de los marxistas, sino por
lo que la propia historia nacional demuestra.

VER TODOS LOS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN


NOTAS AL PIE

[1] Como mostramos en la primera entrega, la Inversión Bruta Fija (IBF) que entre el 1974-78
había crecido a una tasa anual de 21,6%, cayó un brusco 58% entre 1978-85, decreciendo a una
tasa anual de -13,6%. Como proporción del Producto Territorial Bruto (PTB) pasó del 42,7 a solo
el 20%. Del 13,6% que ocupó la Manufactura en la IBF entre 1963-74, cayó en 1978-85 al 4,6%.
La agricultura, cuya porción en la IBF había disminuido la mitad de su peso aún en el auge de
acumulación de capital previo, siguió descendiendo hasta ocupar apenas un 4,4% del total. Al
respecto de estos datos puede consultarse el libro de Héctor Valecillos, Acumulación de capital y
desigualdades distributivas en la economía venezolana, Institutos de Altos Estudios Sindicales,
1989.

[2] Como demuestra Valecillos, las tasas de ganancia entre el período expansivo (’68-’78) y el
contractivo (’78-’85) no difieren mucho. Señala que de acuerdo con las cifras disponibles del
ahorro y la inversión, “no es posible deducir (…) una relación causal que permita hacer depender
a la caída de la inversión de la baja sostenida del ahorro neto de las empresas”, al contrario: “El
alto y persistente nivel de ganancias del sector privado demuestra de pasada que las limitaciones
de la formación de capitales que afectan a este sector no radican en una insuficiencia ostensible y
crónica del ahorro que logra acumular”. Valecillos, op. cit., p. 84.

[3] La exposición detallada de estos datos, ese proceso y sus consecuencias, puede encontrarse en
esta conferencia de Miguel Rodríguez, publicada por la Academia Nacional de Ciencias
Económicas.

[4] Jorge Giordania, “Hacia una Venezuela productiva”, documento oficial de septiembre de
2004 que recoge una intervención pública del entonces ministro de Planificación.
[5] ”Idem. Cursivas nuestras.

[6] “El Comandante Presidente Hugo Chávez habla con los Empresarios”, Maracaibo, junio
2004. Cursivas nuestras.

[7] Giordani, op. cit.

[8] El Presidente Chávez habla con los empresarios”, Hotel Caracas Hilton, 29 de julio de 2004.
Destacados nuestros.

[9] En 1997 había 12 mil establecimientos manufactureros (que aportaban menos del 20% del
PIB), mientras que en el 2000 solo se contaban 8 mil. Si en 1996 se registraron 12.711
establecimientos que ocupaban 469.372 trabajadores, en 2002 eran 6.792 establecimientos
industriales ocupando a 320.194 personas. La población ocupada en la manufactura en el año 2000
era de 410.000 trabajadores, significando un descenso de 10,5% con relación a la de una década
atrás: 458.149 en 1990. Otros diez años más adelante, para 2010, eran 340 mil trabajadores, 17%
menos que la ya cifra en descenso de la década anterior. Ver Héctor Lucena y Hermes Carmona,
“La industria venezolana, auge y ocaso a través de tres modelos productivos”, Ensayos de
Economía, Nro. 39, julio-diciembre de 2011, pp. 83-85.

[10] De las divisas aginadas entre 2004 y 2012, más de la mitad de las primeras 100 empresas que
más recibieron, eran de capitales imperialistas, cuando se reduce a las primeras 25 la proporción
crece a casi el 70%, 17 transnacionales de las cuales 9 son emporios estadounidenses; no llegan a
15 las empresas estatales en ese ranking de las 100 más beneficiadas, y entre las primeras 50
apenas figuran 7 empresas o institutos públicos. Un corte de la asignación de dólares
preferenciales hecha a septiembre de 2014, año en que inicia la brusca caída de los precios
petroleros, revela que de las primeras 6 empresas de alimentos que más recibieron dólares del
Estado, 3 eran grandes transnacionales y ninguna estatal, y de las 6 empresas del sector salud que
más recibieron todas eran transnacionales.

[11] Para ver la radiografía completa que hacíamos en ese entonces, puede consultarse “La
‘Revolución Bolivariana’ y el mito del ‘Socialismo del Siglo XXI’”, de Milton D’León,
en Estrategia Internacional N° 22, diciembre de 2006.

[12] Discurso del 11/09/2008, en Puerto Cabello, en respuesta a la expulsión por parte del
gobierno de Bush del embajador boliviano en los EE.UU.

[13] Ver León Trotsky, “La industria nacionalizada y la administración obrera”. Destacado
nuestro.

[14] León Trotsky, “Problemas de América Latina: Transcripción”, citado por Paolo Casciola en
“Trotsky y las luchas de los pueblos coloniales. La estrategia y la táctica revolucionaria en los
países atrasados”, Estrategia Internacional Nº 16, Buenos Aires, 2000, p. 60. Cursivas nuestras.
[15] Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Cursivas nuestras.

[16] Entre otras, fueron esos los casos de Industrial de Perfumes (Christine Carol), Selfex
(confección), Textiles Fénix, Constructora Nacional de Válvulas, Venepal y Sanitarios Maracay.
Solo en esta última hubo una genuina experiencia de producción bajo gestión obrera directa, que
fue derrotada por el propio gobierno.

[17] Como por ejemplo el Banco de Venezuela, la Electricidad de Caracas, la Cantv o Sidor,
aunque esta última cruzada por la particularidad que fue la firme lucha de los trabajadores –
incluso enfrentado la represión del gobierno de Chávez– la que empujó la renacionalización de la
misma.

[18] Los Ruperti, Van Dam, Pérez Abad, Oswaldo Cisneros, son algunos de los nombres que
destacan. Cámaras patronales como Fedeindustria, la Corporación Bolivariana de la Construcción,
la Federación Bolivariana de Ganaderos (Fegaven), o asociaciones empresariales como la
“Frente de Empresarios Socialistas de Venezuela”, entre otras, expresan los sectores burgueses
en los que se apoyó el chavismo.

[19] Agustín Blanco Muñoz, Venezuela: historia de una frustración. Habla D.F. Maza Zavala,
Cátedra Pío Tamayo / Centro de Estudios de la Historia Actual, Universidad Central de Venezuela
(UCV), 1986.

[20] Asdrúbal Baptista, Teoría económica del capitalismo rentístico, Banco Central de Venezuela
(BCV), 2010, p. 207.

[21] Dorothea Melcher, “La industrialización de Venezuela”, Revista Economía, Nº 10,


Universidad de Los Andes (ULA), 1992.

[22] Como diría el cantor: “Hay que sembrar el petróleo’ / dijo a las hormiguitas un bachaco
novelero / pana burda de uno de los pocos / que se guardan la riqueza / que produce el hormiguero
/ El bachaco que yo digo / es el que tiene un producto / que se llama "Porinal" / ¿Verdad que es
"porinalse" de la risa / cuando el inocentico dice que se hizo millonario / con el sudor de su
frente?”. Alí Primera, “El bachaco fundillúo”, 1977.

[23] Baptista, op. cit., p. 234.

[24] Malavé Mata, Petróleo y desarrollo económico en Venezuela, Ediciones Pensamiento Vivo,
Caracas, 1962., p. 5.

[25] Otro de los aspectos del “permanentismo” tiene que ver con que, una vez triunfante esta
revolución, para poder realmente avanzar en la construcción de una sociedad socialista,
postcapitalista, debe continuar su desarrollo en el terreno internacional, pues el capitalismo es un
sistema mundial y solo en esa arena puede ser definitivamente derrotado. De no ser así, cualquier
triunfo revolucionario en un país, por más importantes avances circunstanciales que logre, está
condenado a estancarse o, peor aún, retroceder.

[26] J. C. Mariátegui, “El problema de la tierra”, en 7 ensayos de interpretación de la realidad


peruana, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1979, p. 32.
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[Hugo Chávez]

El cuento de nunca acabar (o ¿quién puede sacarnos del atraso y la dependencia?) (y III)
Ángel Arias
Sociólogo y trabajador del MinTrabajo @angelariaslts
Sociólogo venezolano, nacido en 1983, ex dirigente estudiantil de la UCV, militante de la Liga de
Trabajadores por el Socialismo (LTS) y columnista de La Izquierda Diario Venezuela, actualmente
delegado de base de los trabajadores del Ministerio del Trabajo.
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