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¿QUÉ ES FILOSOFÍA?
La filosofía como arte de los encuentros
Todos los filósofos sin duda se han hecho esta misma pregunta, aunque lo
hayan hecho como lo sugiere Gilles Deleuze, en la vejez, la que es para él
la hora de hablar concretamente y la época de la máxima sobriedad, la hora
de medianoche donde aparentemente no nos queda nada por preguntar. Pero
todos los filósofos estaban, como Deleuze, muy apresurados para
planteársela, solamente interesados y absorbidos por la tarea de filosofar,
y aunque de hecho no dejaban nunca de planteársela, siempre lo hacían de un
modo demasiado indirecto u oblicuo, de forma artificial y abstracta. Yo,
que todavía no he llegado a la vejez, esa época en la que parece que
gozamos, como también lo afirma Deleuze, de un momento de gracia entre la
vida y la muerte y que es cuando podríamos enviar un mensaje hacia el
futuro que además atraviese todas las épocas, me encuentro impelido por
solicitaciones externas, de los editores de esta importante colección, a
responder a esta inquietante pregunta, sobre la marcha, cuando estoy
dedicado a satisfacer mi necesidad imperiosa de pensar, cuando todavía
tengo muchas preguntas por formular, a responder provisoria y parcialmente
a esta pregunta, sin la pretensión de dejar un mensaje a la posteridad,
sino con la voluntad tal vez ingenua de dar (pág. 5) alguna orientación,
de contar mis experiencias para que sirvan de guía a tantos estudiantes que
han decidido aventurarse en esta difícil pero estimulante tarea de pensar
como filósofos.
Entre tantos filósofos encontramos dos entre los grandes que se plantearon
la cuestión de manera explícita y lo hicieron en libros en cuyo título
encontramos esta clásica pregunta. Martín Heidegger: ¿Qué es eso de
filosofía? y Gilles Deleuze y su amigo Félix Guattari: ¿Qué es la
filosofía? Estas dos preguntas que aparentemente nos plantean el mismo
problema, en realidad están apuntando a dos problemas diferentes. La
pregunta de Heidegger es la clásica pregunta por el ser o la esencia de las
cosas. Es decir, se formula en el marco de una filosofía del ser o de la
esencia. La de Deleuze, en cambio, es una pregunta que apunta a lo que
podemos llamar el acontecimiento de la filosofía. Es decir, se formula en
el marco de una filosofía del acontecimiento. Ya sabemos que las preguntas
que comienzan por el famoso ¿qué es...? preguntan por el ser o la esencia
de aquello a lo cual se refieren. ¿Por qué, entonces, Deleuze utiliza la
misma fórmula? Creo que no lo puede hacer sino por provocación y en clara
referencia a la pregunta heideggeriana. Lo que debe importamos es que se
trata de dos preguntas diferentes a pesar de las apariencias. Por otro
lado, prefiere la pregunta por el cómo. Lo que realmente le interesa es
cómo piensa el filósofo. Él opone el ser a los procesos. Y preguntar por el
cómo equivale a preguntar por los procesos de producción o (pág. 6) por el
funcionamiento del pensamiento filosófico, que es lo que aquí nos interesa.
O sea, que la pregunta deleuziana, que es por el cómo de la filosofía, se
interesa por cómo piensa el filósofo y la filosofía, cómo se plantean sus
problemas, cómo construyen sus conceptos. Es a esto a lo que llamamos el
acontecimiento de la filosofía. Pero si damos a esencia la connotación que
tiene en la filosofía de Spinoza, por lo menos en una de sus acepciones,
tal vez podamos decir que Deleuze sí se interesa por la esencia de la
filosofía. Si por esencia entendemos, como lo hace Spinoza, la potencia o
la fuerza de un objeto cualquiera, preguntar por el acontecimiento de la
filosofía, o sea por el cómo piensa el filósofo, no es más que preguntar
por la potencia o la fuerza del pensamiento filosófico.
Comencemos por aquella que la define como arte o técnica de los encuentros.
Aquí nos referimos al concepto griego de techné, el cual se traduce después
por arte o técnica, pero que para los griegos era equivalente a un saber-
hacer de tipo artesanal. De modo que preguntar por la techné de la
filosofía es preguntar por su funcionamiento y por su proceso de
producción. A la pregunta de cómo piensa el filósofo respondemos que lo
hace mediante esta técnica o arte de los encuentros o mediante la
producción, invención o construcción de problemas o conceptos.
Por eso creo que tenemos que desembarazarnos de los falsos problemas que
hace poco solicitaban nuestra atención. Por ejemplo el de si estamos en o
hemos superado una supuesta modernidad. Creemos que el problema interesante
no es averiguar si el proyecto de la llamada modernidad está acabado, o
permanece inacabado, tal como lo plantea Habermas. Sino, más bien, si
existe la posibilidad de lo nuevo, la pregunta por la novedad y sus
condiciones de posibilidad. Y lo nuevo es lo actual, lo que Nietzsche
consideraba como lo intempestivo. Y lo actual no es un presente puntual,
(pág. 20) simplemente lo que hoy somos, sino lo que estamos siendo, es
decir, nuestro devenir. Por eso nos parece falseado un problema que ubica
la modernidad y la llamada posmodernidad como si se tratara de entidades
históricas sucesivas y claramente circunscritas. Es la tendencia
historicista, la cual concibe el movimiento histórico como una sucesión
continua, puramente evolutiva, que marca un progreso en continuidad lineal.
Comparto la idea de Jean-François Lyotard de que lo posmoderno está ya
implicado en lo moderno, que la modernidad comporta en sí misma un impulso
a excederse en un estado diferente. Que la modernidad está preñada de su
posmodernidad. Porque si lo moderno es nuestra actualidad, en el sentido de
novedad antes esbozado, se entiende que lo posmoderno forme parte del mismo
proceso, que corresponde con su devenir, es decir, con el proceso en el
cual irrumpen las diferencias. Por eso es que insisto en la necesidad de
pensar en términos de procesos y de devenires. Es la única forma que nos
permite pensar la diferencia y la multiplicidad en un proceso de novedad y
de actualidad. Como corresponde a una filosofía de la diferencia y del
acontecimiento como es la que quiero realizar.
Para mí la filosofía no puede ser sino ética y por esta misma razón
política. Y la ética es política porque la vida es voluntad de potencia. Y
lo que la filosofía como ética piensa es la vida. Esto nos plantea una vez
más el problema de la relación entre filosofía y vida. Pero, precisamente,
el concebir la filosofía como ética nos resuelve el problema. La ética no
es solamente un ejercicio de pensamiento, es también, como política, un
ejercicio vital de potencia, de fuerza, de poder. Es la filosofía como
ética la que en su ejercicio articula inextricablemente vida y pensamiento.
La ética como filosofía nos permite construir el concepto de vida que
necesitamos para vivir. La filosofía que se limita a pensar, sin que lo que
piensa tenga repercusión en la vida del pensador, no es otra cosa que
metafísica. El concepto ético de vida debe conducirnos a vivir en
consecuencia. Por otra parte, mi convicción de que la filosofía tiene como
tema único la vida, puede encontrarse con la objeción de que existen otros
objetos de la filosofía: el hombre, el conocimiento, la historia, las
artes, las ciencias, etc. Pero para mí todos estos objetos y los conceptos
que producen las filosofías que se ocupan de ellos, son ingredientes o
componentes del concepto de vida y elementos de la vida como proceso.
¿Significa esto que la ética debe ocuparse de estos objetos? Pues claro que
sí, en la medida en que ellos se encuentran de hecho articulados y lo que
debe (pág. 27) hacer la filosofía, porque esa es su función, ya hemos
hablado de su función rizomática, es pensar estas relaciones necesarias.
Una antropología, por ejemplo, que pretende producir un concepto de hombre,
abstraído de su dimensión ética y política, lo que hace es simplemente
metafísica. Lo mismo podemos decir de una filosofía que como teoría del
conocimiento o como teoría de las ciencias o epistemología, se limita a
estudiar el proceso del conocimiento o el proceso de formación de los
conceptos o nociones científicas, sin que las relaciones entre poder y
saber, las cuales son insoslayables, ocupen su atención. En resumidas
cuentas, sin importar cuál sea el objeto que escoja el filósofo, no podrá
dejar de lado la dimensión ética y política que es su esencia. Doy a
esencia, una vez más, el sentido spinozista de potencia. O sea, que la
filosofía tiene en la ética y en la política toda su potencia y toda su
fuerza.
Por mi parte pienso además que la filosofía debe cumplir como crítica una
función práctica. Entiendo la crítica como la entiende Foucault: como el
arte de no ser gobernado, como el arte de la inservidumbre voluntaria o de
la indocilidad reflexiva. Y esta crítica para que (pág. 34) nos permita
substraemos a los recursos fundadores y escapar a todas las formas puras
trascendentales o trascendentes, es decir, a todo aquello ante lo cual han
sucumbido los filósofos, debe mantenerse, en lo cual coinciden Deleuze y
Foucault, en el campo de inmanencia de las singularidades puras. Por eso,
como ellos, rechazo todo universal. Como ellos, pienso que no existen los
universales, sino únicamente singularidades. Lo universal es apenas un
efecto de la distribución, de los juegos y emisiones de singularidades,
propias de cada formación histórica o de cada dispositivo. Así, lo uno, el
todo, lo verdadero, el objeto y el sujeto no son universales, sino que son
procesos singulares de unificación, de totalización, de verificación, de
objetivación, de subjetivación, procesos inmanentes a un determinado
dispositivo. Esto es lo que habría que hacer objeto de análisis o de
diagnóstico. Por eso no tiene ningún sentido, léase interés, seguir
hablando de realidades o verdades absolutas. Respecto a la verdad,
solamente podemos hablar de procesos de verificación o de veridicción, como
los llama Foucault. Este rechazo a lo absoluto, a lo universal, a la
posibilidad misma de fundar o de encontrar principios o fundamentos, un
origen metafísico a las realidades del mundo, de la vida y de la historia,
es lo que se ha llamado nihilismo. Si de esto se trata, que sea bienvenido.
Nietzsche describía el nihilismo precisamente por el hecho de la
desvalorización de los valores supremos, por la ausencia de fines y la
imposibilidad de responder al por qué. Es decir, la ausencia de esos que
Lyotard llama los grandes relatos (pág. 35) fundamentadores y legitimantes.
Como lo dice Paul Veyne, llamamos nihilismo a esos momentos de la historia
en los que los pensadores tienen la sensación de que las verdades carecen
de verdad y de fundamento. La pregunta entonces inevitable sería: ¿qué nos
queda ante esta pérdida de todo origen, fundamento o de la verdad? Paul
Veyne responde que nos queda vivir. Nuevas formas o estilos de vida y de
pensamiento. Pensar de otro modo y crear nuevos modos de vida y de
subjetividad era el propósito explícito de Foucault. Un pensamiento de la
diferencia, de lo múltiple, de las singularidades, de los acontecimientos.
Filósofos como Foucault y Deleuze nos señalan el camino.
Enseñar a pensar a nuestros estudiantes no es sino enseñarles a ejercitar
esta función crítica de la filosofía. Por eso puedo estar de acuerdo con
Kant, para quien no se puede enseñar filosofía, pero sí se puede enseñar a
filosofar. Enseñar contenidos filosóficos, por ejemplo explicarles a los
estudiantes el pensamiento de los grandes filósofos, es exponerles
simplemente la lectura que de esa filosofía nosotros hacemos, es decir, una
lectura entre múltiples posibles. Esto se agrava si, como yo pienso, la
filosofía no es interpretación. Estoy de acuerdo con Nietzsche y Foucault
en que no existe la interpretación justa y verdadera de un texto porque
toda interpretación lo es ya de otra y esto al infinito. Si entendemos la
verdad no como algo dado o establecido de una vez por todas, es decir, como
algo en sí, sino como una construcción, no se justifica una interpretación
o una hermenéutica que lo que busca en (pág. 36) resumidas cuentas es
aprehender una verdad inexistente, una pura ficción como son las verdades
metafísicas.