Cristian Alarcón Facultad de Periodismo y Comunicación Social de La Plata
Círculo Dinámico de la Información y periodismo narrativo
“La Cátedra II del Taller de Producción Gráfica I de la Facultad de Periodismo y
Comunicación Social ha elaborado para el ciclo 2013 un documento breve e introductorio sobre un método de organización de la información que propone una visión alternativa al modelo tradicional.” Cabe reconocer que un comienzo semejante, con su formal austeridad y viceversa, es inexpugnable y veraz. Sin embargo, su aparente exactitud y amplitud nos deja con las manos desamparadas y vacías. Esperamos que nos diga algo más y suponemos que así sucederá al párrafo siguiente. Pero… ¿alguien tendría ánimos de llegar hasta allí sin sentirse abatido por la abulia absoluta de un inicio que simula informarnos quién, qué, dónde, cuándo y porqué pero no sabe decirnos de qué va el asunto? Nadie, comprensiblemente. Porque no sólo aburre despiadadamente sino que tampoco cumple su verdadera misión informativa. Claro está que este pretende ser un texto académico o educativo y no uno de naturaleza periodística. Pero vemos de un modo muy básico y brutal la vulnerabilidad del “infalible” modelo de las 5w y la disposición jerarquizada de la información según la Escuela Tradicional Norteamericana. Su origen-si bien contiene fundamentos de la retórica de Quintiliano- surge con fuerza y se expande en un momento y un espacio (concepto que ya indagaremos): la Guerra de Secesión Norteamericana. La información transmitida por telégrafo debía ser emitida de modo conciso y con una marcada regla para discriminar el orden de la información, pues no se sabía en que momento podía cortarse el cable…o recibir el balazo de una Remington. Ante la misma pulsión de la muerte, no quedan mayores apelaciones. Aún así cabe pensar que Zereshade-la narradora de Las Mil y una noches- también se habrá visto amenazada por la implacable espada del sultán despechado que había decidido matar a todas las mujeres de su comarca. Pero ella decidió encantar a su verdugo con maravillosos relatos para sobrevivir cada noche, durante mil noches. Nos enseña, en cierto modo, que contar bien una historia es una buena manera de sobrevivir y-más aún- de trascender. Pues es preciso entender que el periodismo bien hecho es aquel que no se agota en una anécdota, un suceso desconectado sin causas ni implicancias, un evento aislado condenado al olvido o a ser-como suele decirse despectivamente- futuro envoltorio para huevos o papel para prender el asado. El periodismo no es la noticia inmediata y efímera: es vincularse con el otro, comprender su universo y su historia. Sólo así aquello que contemos tendrá sentido: para ese otro narrado, para el otro que lee y para ese otro que es uno mismo. O como diría Rimbaud, “yo soy el otro”. A través del otro me comprendo a mí mismo. Y para lograr eso hay que desprenderse de barreras que el vetusto esquema de la noticia fría e inerte contiene implícita o explícitamente. La narración concebida no como un mero ejercicio estético que adorna las fantasías o mundos interiores, sino como un proceso complejo y dinámico de descubrimiento, indagación, conflicto y compromiso es una dimensión indivisible del periodismo. Porque antes de contar algo, debemos haberlo atravesado o examinado. La narración y la investigación no se oponen sino que son partes complementarias que se potencian. Así es que el discutido y borroso límite entre periodismo y literatura no debe ser fuente de confusión sino todo lo contrario: un terreno fértil para servirnos de todas las herramientas posibles. El teórico Terry Egleaton concluía que “no hay absolutamente nada que constituya la esencia misma de la literatura”.¿Hay algo que constituya la esencia misma del periodismo narrativo? La comprensión de la realidad como algo vivo. Y como todo aquello que vive, se mueve. Por ende resulta infructuoso abordarla con una regla estática e inmutable: contarla de ese modo es contarla mal. El periodismo narrativo, entonces, con su dinámica y capacidad de transformación, es la mejor manera de contar una realidad. En consecuencia, la mejor forma de hacer periodismo. Por eso, como dijimos, no basta con hablar bonito o elegante. “Todo lo que tengo en este mundo son mis bolas y mi palabra” diría enérgicamente el icónico narco que encarna Al Pacino en Scarface. La Biblia misma pone de manifiesto el valor de la palabra (“primero fue el verbo”) y en guaraní palabra y alma son homónimos. Cuando decimos algo, debemos sostenerlo. Y así como Tony Montana tiene sus agallas (y sus discutibles procedimientos, por supuesto), nosotros tenemos la información. Si bien son infinitas las similitudes con la literatura entendida convencionalmente y a veces sólo parecen distinguirse por el contrato que el narrador hace con el lector (esto es ficción, esto no), la principal diferencia es que el periodismo narrativo debe comprobar cada dato, información o elemento que alimente su relato. No necesariamente-por supuesto- de modo palmario, pues un periodista no es un abogado o detective (aunque a veces no dista mucho). Si no porque en el texto mismo, incluso cuando esa información o documentación no esté explicitada, se respira la veracidad. Enseguida se nota si quien escribe estuvo ahí, si camino esas calles, si se internó en hemerotecas o juzgados. En el caso del periodismo narrativo- a diferencia de la ficción- la búsqueda de la verdad (esa interpretación de una realidad) sólo puede ser a través de hechos veraces. En fin, de la experiencia del conocimiento. No se puede hacer periodismo sin moverse de la silla. Dos cosas muy distintas son el periodismo y la poesía, pero permitan citar un ejemplo que puede ser ilustrativo respecto a la experiencia previa al acto de contar. En una Feria del Libro, el poeta radicado en La Plata Gustavo Caso Rosendi, discutió si era necesario sobrevivir –“o sobremorir”, en su términos- a una guerra para escribir sobre ella. Desde su perspectiva, los poemas escritos sobre Malvinas por el genial Jorge Luis Borges son de fórmula, insuficientes… o sencillamente, malos. Admirador de Apollinaire (quien sí estuvo en una guerra), considera que es muy difícil escribir sobre instancias tan puntuales sin haberlas transitado. Un colega suyo, que compartió la mesa de disertación, afirmaba lo contrario: es posible escribir sobre cualquier cosa. Todo reside en cómo se escribe. Es cierto que Hermann Hesse escribió Sidartha sin estar en la India. El dilema en cuestión es la incidencia de la experiencia sobre el relato. Sabemos que la historia es un relato y que se construye en base a aproximaciones o intereses, que la realidad no es la única verdad (perdón Aristóteles, perdón General), que quizá todo sea un gran sueño y la vigilia no sea otra forma más de ese sueño. Somos la codificación de nuestras impresiones sensibles. Pero algunas de ellas son tan concluyentes como un trozo de plomo hirviendo en la carne, o el sacudón después del disparo, o una cicatriz larga y profunda como un río… como la mismísima presencia de la muerte. Ahí, concreta: no en los papeles, no en la tinta, sino respirando en cada nervio, acechante, apremiante. Antes de describir un bombardeo, Rosendi- que sí estuvo en Malvinas- había pensado en un relato “al estilo soldado Ryan”. Pero el tiempo -ese que le permitió escribir con excelencia y distancia-- le dio a entender que no: la guerra lejos de ser algo hiperrealista, es una experiencia más bien surrealista, o psicodélica. Así escribió :“Caían los barriletes/ regresaban todos juntos/ envueltos en llamas/ con sus colas de trapo(..)y entre las manos un tazón/con leche hirviendo y miel/sobre una tostada casi negra/y ese tufo entre las uñas/a lata a tierra a humo/a pez ausente/y aparecían de pronto/los perros de la infancia/para echarse al lado nuestro/ nos olían el miedo y nos lamían/ luego por fin el silencio/al fin el silencio poder dormir/dormir un poco o para siempre”. Ese poema dice más de la guerra que un cable de la época. Pero Rosendi no es periodista ni eligió-como todos esos jovencitos-atravesar esa nefasta experiencia. Ahora, cualquier periodista que se digne de serlo debe transitar, con valor y entereza, la línea de fuego que nos une o separa de la realidad. Hasta ahora nuestra vida tenía formar de pirámide invertida. Esto es lo que vamos a intentar deconstruir. Para desaprenderlo lo tenemos que aprender. En la pirámide invertida se proclama la idea de objetividad porque limita organizar la información de lo más importante a lo menos importante a través de cinco preguntas que garantizan un resultado pretendidamente eficaz. Pero como ya hemos señalado, los cánones impuestos por la Escuela Tradicional Norteamericana –con sus elementos constitutivos de la noticia y sus factores noticiables- se fundan en una coyuntura de guerra y de industria determinada, lo cual explica muchas cosas. Por los pronto que inclusive para comprender el gran paradigma de la objetividad periodística, hay que aplicar una mirada subjetiva. Y el Círculo Dinámico de la Información se basa abiertamente en la subjetivad. Por eso es el sujeto uno de los elementos constitutivos del círculo, junto a otros como son espacio, tema y conflicto. Aquí tenemos cuatro elementos para preguntarnos “¿qué está pasando?” Siempre tenemos unos sujetos que vamos a llamar nuestros personajes, moviéndose en un territorio; tengo un motivo que lleva que eso que ocurrió sea algo trascendente y voy a hablar de algo que es el tema. Pero la principal distinción no pasa sólo a nivel nominal o de alcance, sino por su movilidad. Estos elementos no se presentan como compartimentos estancos, algo así como un cuadro estático. Estos elementos se cruzan, interactúan, se vinculan: se afectan. Tanto en la investigación como la producción narrativa, la información deja de ser una enumeración exánime para mutar en un proceso dinámico de infinitas posibilidades y sentidos. Sí: esta es la batalla del movimiento. Decíamos entonces que contamos con sujetos, que dejan ya de ser personajes aislados porque son atravesados e interpelados por su propia subjetividad: están vivos, piensan, sienten. Son individuos que tienen una mirada. Es fundamental comprender la implicancia de ello, porque es una pregunta esencial en el desarrollo del oficio: ¿cuál es la mirada de esto? El punto de vista nos ayuda a revelar cómo se desarrolla la trama en la cual nos enfocamos en los otros. Ese otro tiene una mirada sobre sí mismo y sobre su especialidad. Siempre que tenemos unos sujetos tenemos una especialidad. Pero nunca llegamos a ella si no tenemos una mirada. Por lo tanto, todas las partes del Círculo Dinámico de la noticia se contaminan entre sí. De la misma manera las condiciones de este sujeto están determinadas por la especialidad en la que se crió, en la que vivió, en la que lucha, se pelea, lo traicionan, traiciona, ama y olvida. Estos dos conceptos (sujeto y espacialidad) son la columna vertebral de la materia. Balzac escribió en el prefacio de “La Comedia Humana”: “Mi obra tiene una geografía, como tiene una genealogía, con familias, lugares y objetos, personas y hechos; como tiene un blasón, nobles y burgueses, artesanos y campesinos, políticos y petimetres, un ejército; en resumen un mundo.” En el periodismo ocurre lo mismo: abordar la especialidad no se trata sólo de describir un territorio en el sentido literal o geográfico, sino de desentrañar un universo construido por el sujeto que a la vez es el que lo define. Se puede conocer mucho del sujeto a través de los objetos que lo rodean y allí aparece el valor del detalle, aquello que a una trama vincular otorgarle sentido más allá de la información dura. Pero el sentido residirá en saber captar ese espíritu para que el espacio (y el tiempo) no agoten nuestra historia. Como aquel poema de T.S. Eliot, “sin el significado no hay tiempo, y ese momento del tiempo dio el significado.” Se trata de un pensamiento biunívoco: asumir que una historia está determinada por un tipo de sujeto y por un momento en un espacio, nos permite entenderla más a fondo para luego extraer su sentido esencial y poder transfigurarlo a otro contexto. Así la historia se vincula con la Historia. Así la noticia no es anécdota y sí periodismo. De esa relación de sujeto y espacio surgen los conflictos, que son el elemento transformador. Ningún sujeto ni ningún espacio permanecen inmutables cuando hay un conflicto. Y esto es algo que le da nombre al círculo: las dinámicas sociales. Allí donde hayan al menos dos personas -y desde el principio de los tiempos fue así- habrá conflicto o tensión. A partir de ellas se generan intereses, bandos, oficios, códigos, discursos, estéticas y miradas que se reconfiguran constantemente así como al espacio en el que están inscriptas. A través de esos conflictos no sólo nos acercamos a las dinámicas sociales o a las miradas de los sujetos sino al tema. Porque en ese entramado humano residen, precisamente, tramas. Así como personaje nos lleva pensar en la idea de sujeto y territorio en espacialidad, cuando hablo de tema se trata de preguntar hacia dónde estoy yendo conceptualmente: a la trama y de la trama al sentido. Cuando en Cuando me muera quiero que toquen cumbia narramos la muerte del “Frente Vital”, hablamos de las consecuencias del neoliberalismo en los 90. Cuando en Operación masacre asistimos al fusilamiento observamos los abusos de un gobierno reaccionario. Con el tema vamos definiendo el concepto. Y eso se da cuando hacemos una pregunta que es muy sencilla, pero a la vez contiene en cierto modo las célebres w: ¿de qué estoy hablando? Porque no se extingue en el qué: las implicancias son mayores. ¿De qué hablo cuando hablo de esto? ¿Por qué y para qué hablo de esto?¿Qué posee esa historia que aún ligada a la realidad más concreta se despega y se vuelve especial y trascendente? ¿Qué sentido tiene contarla? En nuestro fuero íntimo es fundamental creer que una historia puede-aunque sea en una proporción minúscula- transformar algo. Si creemos ello, la mitad del trabajo está cumplida. Y si lo logramos, entonces sí podemos decir que tenemos un hándicap que nos interesa alcanzar. El talentoso periodista televisivo Fabián Polosecki aseguraba: “Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.” Es cierto que hay historias que pesan en el alma, retumban en la mente y queman en las manos. Pero para un periodista ese es el mejor de sus problemas. Los buenos periodistas no son otra cosa que buscadores de problemas. Sabemos que uno de ello es la recopilación de datos, el trabajo de campo, la investigación. Ese terreno hostil o desconocido o a redescubrir en el que a través de esos entramados, todo se mueve. Pero cuando se creer salir airoso del mismo, aparece otra instancia dinámica: la organización de la información. Para ello no está mal elaborar listas: no nos referimos a responder las “5 w” sino a la obsesión de recopilar información y querer saber más. Cuando buscamos esa historia estamos buscando la reconstrucción de un trama vincular. Por eso podemos ir visibilizando todos los elementos para desarrollar la historia en la dirección que creemos mejor. Porque es necesario entender que una historia siempre tiene otra forma de contarse (como el bello texto de Oscar Wilde en el que es el lago y no Narciso quien se enamora de sí mismo). Nuevamente volvemos a la otredad: siempre hay otra historia posible. Pero mucho más importante es saber que a mayor cantidad de investigación, de testimonios, de datos duros, de detalles, de entrevistas y de documentos, mayores son las posibilidades. Una historia bien investigada puede convertirse en diez o cien historias. Es entonces asunto del periodista corresponder con un criterio claro para enfocar y seleccionar. Toda historia debe tener un sentido y un recorte. Enumerar hechos-aún cuando sean muchos y cabales- no significa contar bien una historia. Ilustremos con un ejemplo tonto: el profesor de lengua de una escuela primaria escucha el grito de un alumno. Cuando le pregunta porqué lo hizo, la respuesta es: “Juancito me dijo que se aburría en clase y que nos escapáramos. Y yo le dije que no. Y él me dijo que era un cobarde. Y yo le dije que no. Y el que sí y me pegó.” Cuando le pregunta a Juancito qué sucedió, la respuesta es: “Tuvimos un desacuerdo y reaccioné de modo descortés.” ¿Cuál de los dos es el mejor alumno? Claramente Juancito, que a pesar de su mala conducta, tiene la capacidad de sintetizar una idea sin necesidad de enumerar sucesivamente. Si bien es un ejemplo lingüístico sobre combinación sintáctica y selección semántica, puede aplicarse a la narración de una historia. De nada sirve volcar datos y eventos si no sabemos escoger cuáles le dan peso a la historia y cuales la hacen pesada. Si cuento una persecución policial no alcanza con el informe detallado: debo sentir vértigo. Si cuento una guerra, no quiero sólo la estadística de caídos: necesito sentir terror. Eso se logra a partir de un recorte y este cuando se comprende esa realidad que abordamos inicialmente. Si llegamos al final de la investigación porque la trama vincular a desentrañar se ofrecía rica y activa, lo mismo debe suceder con el texto: de principio a fin debe exponer ese ritmo. Para volver a citar a Rimbaud “todo se trata de música y excitación” y nuestro texto debe contener una música, una candencia y un ritmo que concuerden con lo narrado. Si de excitación hablamos, suele decirse que la diferencia entre la noticia y la literatura es que una alcanza el clímax en el principio y la otra en el desenlace. Pero eso sucede si la noticia se construye con la pirámide invertida y si la historia no es lo suficientemente intensa durante todo su recorrido. En el periodismo narrativo, el clímax o la tensión –si permiten la licencia- jamás debe acabar. El periodismo debe ser una insatisfacción constante: siempre querer saber más. Para el lector debe ser como para el Sultan de las Mil y una noches: necesitar una nueva y fantástica historia. Para el periodista, como la hoja en blanco de Polosecki: saber que como en un círculo, siempre volvemos al principio y tenemos mil historias latentes esperando ser contadas.