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En la primera parte del libro, Descartes habla de la igualdad de la razón entre los
hombres, señalando que debe de haber igualdad y respeto entre los pensamientos
de las personas. Además, comparte sus estudios y viajes alrededor del mundo en
los cuales encontró diversidad de opiniones sobre asuntos naturales y humanos.
El autor nos menciona que las almas más grandes son capaces de los mayores
vicios, como de las mayores virtudes; y los que andan muy despacio pueden llegar
mucho más lejos, si van siempre por el camino recto, que los que corren, pero se
apartan de él. Se entiende que para lograr algo se tiene que ir de manera
paulatina y concreta, sin perder en cuanta el objetivo principal.
En la segunda parte del diálogo, hace referencia que los juicios de las personas no
pueden ser tan puros y solidos como lo deberían ser, ya que desde el momento
que nacen son dirigidos e interferidos por demás personas.
Dentro de esta parte de la obra, Descartes nos presenta las reglas principales del
método, en las cual nos menciona que las obras creadas por un solo artista suelen
ser mejores que aquellas que intervinieron más personas, porque cuando hay un
único fundador los cimientos o bases de las obras son más firmes que aquellas
que se derrumban para reconstruir de manera diferente.
El autor establece tres máximas de carácter provisional, las cuales son las
siguientes:
La primer es, seguir las leyes y costumbres de su país, rigiéndose por las
opiniones y las acciones de los hombres más sensatos y con mayor experiencia.
La segunda máxima es ser en las acciones lo más firme y resuelto que fuera
posible, en caso de adoptar opiniones ser constante en ellas como si fueran
segurísimas.
En la quinta parte, habla sobre la existencia de Dios y del alma. Nos hace como
referencia que Dios puso las cosas tal y como debían de ser. Así mismo, Dios ha
establecido que en la naturaleza, las reflexiones deben de hacerse con bastante
detenimiento y no debemos dudar de que se cumplen exactamente con todo
cuanto hay o se hace en el mundo. Deja como conclusión que la acción por la cual
Dios lo conserva es la misma que la acción por la cual lo ha creado.
En la sexta y última parte, el autor dice que nunca ha atribuido gran valor a las
cosas que provienen el espíritu. Primero ha procurado hallar, en general, los
principios o primeras causas de todo lo que en el mundo es o puede ser, sin
considerar por efecto que Dios solo lo ha creado, no sacarlas de otro origen, sino
de ciertas semillas de verdades, que están naturalmente en nuestras almas;
después ha examinado cuales son los primero y más ordinarios efectos que de
estas causas puedan derivarse.
Una de las conclusiones que el autor nos comparte, es que la persona que
aprende de otro una cosa, no es posible que la conciba y haga suya tan
plenamente como el que la inventa.