Está en la página 1de 25

CRIMINOLOGÍA

núcleo temático tres

La Globalización del Capitalismo


1. Contexto general .................................................................... 2
1.1. El desmantelamiento del Estado de Bienestar
1.2. Los cambios hacia la globalización
2. Las principales propuesta criminológicas ............................... 15
2.1. Los discursos de la denominada Nueva derecha y sus
pretensiones hegemónicas
2.2. La propuesta teórico-práctica de la Nueva Izquierda
Criminológica
3. Nuevos discurso en la postmodernidad .................................. 23
Bibliografía .................................................................................. 25

página 1
LA GLOBALIZACIÓN: DEL
CAPITALISMO
Las siguientes páginas intentan una
breve reseña histórica de las causas que die-
ron origen a la globalización, particularmente
el desmantelamiento del Estado de Bienestar
y la finalización de la Guerra Fría.

Tanto las circunstancias económico-sociales como los cambios


culturales a finales del Siglo XX, influyeron en forma definitiva para
terminar con el complejo del welfare state y dar nuevo paso a la etapa
de las economías globalizadas. Junto a esta modificación que sufrió la
articulación estatal, el complejo de los postulados criminológicos tam-
bién se vio afectado.

Desde aquí analizaremos las principales propuestas de los dis-


cursos que buscan explicar el par conflicto-control, intentando dividirlas
en tres conceptos diferentes: la Nueva Derecha Criminológica en tanto
resulta ser el discurso con mayores pretensiones hegemonizantes; la
Nueva Izquierda Criminológica como alternativa más desarrollada a
los postulados de ley y orden; y las posiciones más recientes que aún
están desarrollándose en el campo de la criminología.

1. Contexto General

Cuando el Siglo XX comenzaba, el mundo occidental vivía con-


textos diferentes en sus principales territorios: Europa se sumergía en
el sueño de la Belle Époque mientras las tensiones se acumulaban
hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Al otro lado del Atlánti-
co, América recibía olas migratorias que modificaban vertiginosamente
el panorama urbano y las propias condiciones económicas; hacia el
sur, democracias débiles y de dudosa legitimidad marcaban la impron-
ta a través de discursos corroídos por el óxido, mientras que hacia el
norte un nuevo establishment inauguraba la sumisión de las ciencias
sociales a las aplicaciones prácticas de una economía en expansión.

Al finalizar, el Siglo dejo como descendencia la entelequia de


un mundo globalizado, que no solo promete la posibilidad de comuni-
caciones ilimitadas, sino también la seguridad del discurso unificado
frente a una problemática que parece unir todas las fronteras: el delito.
página 2
Los discursos más radicales y conservadores han iniciado más gue-
rras contra el fenómeno social de la delincuencia, que los conflictos
armados promovidos por sus propios estados. Cual si fuera una nueva
expiación, el delincuente es el enemigo en común de la globalización,
pues él también ha mamado el beneficio de transformarse en un ser
global. Tal vez si los primeros cultores del liberalismo vivieran nuestros
días, leerían en la letra más pequeña del contrato social la expresión ‘’a
mundo globalizado, problemas globales’’, estructurando nuestras días
entorno al concepto de sociedad de riesgo.

Aun así y a pesar de los slogans que invaden la modernidad, el


discurso criminológico se encuentran lejos de alcanzar la homogenei-
dad La relación conflicto-control en la modernidad ha pasado por una
serie de adaptaciones que se condicionan por la propia dialéctica de la
historia. En un principio, la globalización presenta dos posturas abier-
tamente opuestas que pretenden dar respuestas al fenómeno de la
criminalidad, y sin embargo el espectro de propuestas se ha ampliado
al punto de atomizarse a finales del siglo XX.

Como todo recorrido por la historia, el punto de inicio puede re-


sultar tan arbitrario como cualquier otra interpretación, sin embargo, es
la dialéctica –en nuestro caso- lo que nos permite ubicar el surgimiento
de la modernidad en el momento posterior al desmantelamiento del
welfare state (Estado de Bienestar) en los países centrales, durante el
transcurso de la década del 80 en el Siglo XX.

Si bien las páginas siguientes entenderán la cuestión desde


las circunstancias históricas anteriormente mencionadas, no debemos
perder de vista que América Latina también ha pasado por estas trans-
formaciones, aunque ellas no son aplicables directamente a lo referido
con la caída del Estado de Bienestar, simplemente porque mientras los
países centrales se organizaban en torno a esta concepción, la perife-
ria atravesaba dictaduras cívico-militares y gobiernos pseudodemocrá-

página 3
ticos de escaza legitimidad, con economías plenamente liberalizadas y
sin ninguna tipo de protección social. Lisa y llanamente: el welfare state
no se vio realizado en nuestros países y, sin embargo, no somos aje-
nos a las circunstancias de la modernidad que propiciaron su caída.

1.1. El Desmantelamiento del Estado de Bienestar

El desmantelamiento del Estado de Bienestar llevó consigo


el cambio radical del discurso resocializador hacia posturas de into-
lerancia y castigo frente al hecho delictivo. Toda la maquinaria que
contenía las relaciones sociales de una construcción gubernamental
que entraba en decadencia a finales de la década del ’70, terminó de
ceder su estructura hacia una nueva formación del discurso de poder,
que había criticado el gasto que representaba el ideal resocializador
y su organización ante la sociedad.

Sin duda alguna, el dispositivo en donde radicó la corrosión de es- 1


Publicado en 1971, fue
tas instituciones no fue solamente interno, sino que operó dominado por la primera manifestación
crítica de importancia pro-
grupos que propiciaban posiciones políticas y penológicas con estructu- piciada por los sectores
ras sociales y experiencias culturales muy diferentes. El famoso informe que criticaban el Estado de
Struggle for Justice (Lucha por la Justicia)1 declaraba que: “el modelo de Bienestar. El informe fue
emitido por el Working Par-
tratamiento individualizado, el ideal hacia el que los reformadores nos han ty of the American Friends
orientado por lo menos desde hace un siglo, es teóricamente inconsis- of Service Committee.
tente, sistemáticamente discriminatoria en su aplicación e incompatible 2
American Friends Service
con alguno de nuestros conceptos más básicos de justicia” [traducción Committee. Struggle for
del autor]2. Si bien el informe era una crítica válida al modelo correccional Justice, pag. 12 (Hill and
del welfearismo penal, basado en la idea que la justicia penal reprimía a Wang, 1971)
los estratos desfavorecidos de la población (afroamericanos, latinos, po-
bres, etc.) oculta tras el modelo de tratamiento individualizado, paradóji-
camente fue utilizado por grupos sociales que eventualmente terminaron
apoyando el mismo uso discriminatorio de la maquinaria estatal.

Autores como James Q. Wilson insistían en que el alto nivel de las


tasas delictivas en los Estados Unidos, se debían a que las perspectivas
de ser atrapado y castigado eran ínfimas con respecto el daño social que
el delito generaba, abriendo así las puertas a un nuevo discurso crimi-
nológico, que encontró en los sectores liberales los cultores de las cam-
pañas por la reforma de la pena indeterminada y el tratamiento resociali-
zador. Los primeros resultados de estas gestiones políticas, fueron más
evidentes en la aplicación de la libertad condicional y en los objetivos de
rehabilitación que los funcionarios del sistema penal creían representar,
quienes se reorientaron hacia un sistema de ejecución cada vez más

página 4
comprometido con el ideal retributivo de la pena. Juntamente con los
cambios por el que atravesaban los actores sociales, se inició un proce-
so de reformas legislativas que introducían penas mínimas obligatorias y
proclives al encarcelamiento como principal tratamiento penológico. Con
el tiempo, estas circunstancias ejercieron suficiente presión para que la
proporcionalidad y la minimización de la coerción penal dieran lugar a
posturas más duras de disuasión, detención preventiva e incapacitación
del delincuente o, aún más radical, a penas ejemplares que persiguen un
alto nivel de impacto social (justicia expresiva).

El colapso final del ideal correccionalista, terminó con la credi-


bilidad que la opinión pública había construido respecto las institucio-
nes claves del welfearismo penal, dejando en una crisis contextual a la
propia estructura penal. Históricamente, el Estado de Bienestar había
legitimado su discurso criminológico en la idea que los programas de
reinserción y rehabilitación -como la creación de empleos para la po-
blación carcelaria en libertad transitoria- prevenían el delito y aumenta-
ban el bienestar social. Cuando al welfare state le llegó la hora de ter-
minar con su periplo en la historia, dejó tras de sí el discurso dominante
de que la terapia individual o los programas sociales más amplios, no
servían para enfrentar el flagelo social del delito. En cuestión de unas
pocas décadas, las posiciones más intransigentes lograron dominar la
escena política y reorientar el castigo u otras tecnologías penológicas
a los extremos que vivimos hoy en día.

Hasta aquí hemos visto como operaron los actores sociales que
participaron en la caída del ideal resocialización desde una perspectiva
crítica del fenómeno delictivo, pero es importante mencionar que las
causas de la desintegración del welfearismo penal también pueden en-
contrarse en el peso específico de la maquinaria que construyó y luego
propició la caída de sus instituciones.

página 5
Entre esta multiplicidad de causas, aquí mencionaremos las re-
lacionadas con el propio funcionamiento del sistema, ya que un estudio
pormenorizado permitiría ampliar esta breve puntualización. Sin em-
bargo, no hay dudas que la estructura penal del welfare state se en-
contraba en pésimas condiciones aún antes de comenzar los cambios
sociales y la reorientación discursiva que terminaron con él. Quizás el
elemento más resaltado, es la fuerte expresión del presupuesto de las
agencias dedicadas a contener la porción de la población que había
ingresado en la estructura delictiva, que terminaba en una burocracia
extendida y poco eficaz -reproductora de sus condiciones de existen-
cia- e incapaz de atender a la dinámica de las exigencias sociales.
Estas agencias se construyeron en torno a una administración que re-
quería cada vez más recursos, para lidiar con resultados cada vez más
cuestionables. Desde el mismo welfearismo penal fueron incapaces de
responder a las críticas, tanto externas como internas, y se vieron obli-
gados a reformular conceptos, lo que resultó en una búsqueda infruc-
tuosa. Eventualmente, la maquinaria fue insostenible aún para quienes
propugnaban por su reconstrucción y sin el sustento de poder que ha-
bía representado el funcionamiento de estas instituciones, el discurso
welfare sufrió un vacío de fuerzas del cual no pudo recuperarse.

La corrosión de los organismos estatales y las técnicas de poder


que el Estado de Bienestar había constituido, fue seguida de cerca por
discursos descomponedores del ideal de rehabilitación hacia una nue-
va comprensión del fenómeno penal, en donde el resurgimiento de las
sanciones punitivas y de la “justicia expresiva” tomaron el espacio que
la pena indeterminada y la liberación anticipada habían dejado.

Las nuevas expresiones de la ira y el resentimiento provocados 3


Tanto los Estados Unidos
por el delito, se articularon públicamente a través de la faz simbólica como en Gran Bretaña, fue-
ron los primeros países en
del castigo, dejando de lado la instrumentación de medidas para la impulsar el registro público
reducción del fenómeno. Sin ningún resquemor, la actualidad se carac- de identidad de agresores
teriza más por la idea de retribución -merecimiento justo- como objetivo sexuales y la implemen-
tación de nuevos trabajos
político generalizado ante la delincuencia, que en la construcción de forzados para los delitos
técnicas que permitan contener a esta última dentro de los parámetros que anteriormente recibían
de las democracias modernas; así, la expresión retributiva ha dado lu- trabajo comunitario.
gar a los personajes de turno en los esquemas políticos para impulsar
leyes draconianas, explotando los sentimientos más lacerados de las
poblaciones. Acorde a esto, formas de castigo y humillación pública
que se consideraban vetustas y obsoletas, están volviendo a adquirir
espacio en el mundo globalizado, impulsadas principalmente por su
alto contenido denigratorio3. Durante la mayor parte del siglo XX, los
funcionarios de los estados evitaron la posibilidad de instrumentar el

página 6
esquema de castigo en torno a sentimientos vengativos, la disolución
de estas ideas ha transformado las palabras en lenguaje de condena a
través del discurso oficial, que representa -según sus propias intencio-
nes de legitimación- la expresión del sentimiento público.

En la medida que hemos atravesado estos cambios, las socieda-


des se han transformado también en sujetos atemorizados. Tanto la sen-
sación (o sentimiento) de inseguridad como las encuestas de victimiza-
ción, tienden a mostrar que el temor al delito ha llegado a considerarse un
problema en y por sí mismo, independiente de los niveles de delito y de
victimización reales. La imagen construida por el Estado de Bienestar, en
la cual el delincuente era un sujeto social desfavorecido y necesitado, se
ha transformado al imaginario popular de un personaje sínico y malévolo,
que solo daña y lo hace en la mayor medida posible; sin embargo, difícil-
mente podamos considerar que el fenómeno delictivo y sus formaciones
se hayan modificado en semejante medida desde mediados del siglo XX
a la actualidad. La temperatura emocional ha subido proporcionalmente al
sentimiento punitivo que contiene la justicia expresiva, el nuevo discurso
invoca a un público cansado de vivir con temores y los alienta a exigir
castigos y protección cada vez más invasivos de la vida social, pero a la
vez, evita explorar las causas de dicha fiebre y centra su atención en el
elemento simbólico más latente del descontento social.

Como hemos mencionado, el ideal del wealfearismo penal se


transformó radicalmente. No sólo sus instituciones se han desarticulado,
sino que dicha debacle ha sido alentada por un discurso punitivo que
pugna por el resurgimiento del castigo en los países centrales. En la me-
dida que el público es alentado hacia posiciones más radicales frente al
delito, también se busca recuperar el rol social y simbólico de la víctima.
Durante la vigencia del Estado de Bienestar, el interés de la interacción
penal sobre el victimizado estaba subsumido al interés general del pú-
blico sobre las cuestiones del delito. La individualidad del “damnificado”
solo aparecía como un componente más del público, cuyo reclamo pro-
vocaba la acción estatal. El cambio en la actualidad ha sido una inversión
de polos y la figura simbólica de la víctima se explota en su totalidad.

página 7
No sólo aquel que ha sido dañado es objeto de la comunicación 4
David Garland. “La Cul-
social, sino que también se puntualiza en el daño que el delincuente ha tura del Control”, pag. 46
(Ed. Gedisa 2001)
creado en sus familiares o allegados y, principalmente, en el que podría
crear ha víctimas potenciales. Así, la figura humana del victimizado
que expresan los medios de comunicación, se utiliza en el discurso en
forma abstracta para promocionar el ideal punitivo, construyendo una
realidad en donde los intereses de los ciudadanos son opuestos a los
intereses de los delincuentes y estos últimos son el objeto del castigo
por el hecho mismo de pertenecer. Esto ha sido denominado el juego
de suma cero, en donde lo que el delincuente gana lo pierde la víctima
y el Estado actúa a través del castigo para amenizar la ecuación4. Todo
el escenario se transforma en una tutela paternalista, en la cual quien
habla en nombre de la víctima habla en nombre de todos nosotros; y en
las actuales sociedades de riesgo, las altas tasas delictivas permiten
que haya muchos actores que están prestos a hablar.

Siguiendo la idea de David Garland, las políticas públicas en-


torno a la cuestión criminal se han vuelto populistas y altamente politi-
zadas, instrumentadas principalmente con el fin de obtener beneficios
políticos y fundadas en la reacción de la opinión pública, por encima de
la opinión de expertos o las evidencias de las investigaciones. Así, los
profesionales que integraban el cuerpo estatal del wealfearismo penal,
se han visto desplazados a la categoría de intelectuales, y se ha dejado
en manos del pulso político del momento la iniciativa sobre el control y
castigo del delito. Desde estas posturas, se defiende la autoridad de la
“gente” como marco rector, condicionando toda propuesta al “sentido
común” del ciudadano-víctima y las manifestaciones de una población
atemorizada frente a las experiencias cotidianas.

Quizás una de las consecuencias más inmediatas de estos cam-


bios, ha sido la nueva importancia que la prisión y el régimen de en-
carcelamiento han tomado, lo cual se considera algo absolutamente
natural en las sociedades de riesgo actuales. Es importante destacar

página 8
que durante la vigencia del welfearismo penal, las tasas de encarcela- 5
David Garland. Ob. Cit.,
miento en los Estados Unido y Gran Bretaña decrecieron respecto a la pag. 50 (Gedisa, 2001)

cantidad de delitos registrados y condenas5. La prisión fue considera-


da por el Estado de Bienestar como una institución problemática y de
último recurso, ya que sus aspectos más sobresalientes no coincidían
con el ideal de rehabilitación. Si bien no existen datos fehacientes que
permitan sostener algún tipo de cambio estructural en la tradicional
forma de los institutos penitenciarios, el discurso criminológico actual y
su implementación en los países centrales, ha dejado como resultado
-por ejemplo en los Estados Unidos- el aumento más pronunciado y
sostenido de las tasas de encarcelamiento que se ha registrado desde
el nacimiento de la prisión moderna en el Siglo XIX. Esta circunstan-
cia resulta más particular, si tenemos en cuenta que la relación entre
el encarcelamiento y las tasas de delitos se ha invertido respecto lo
registrado durante la vigencia del welfare state, mientras en este los
niveles de encarcelamiento decrecían a medida que la tasa de crimina-
lidad aumentaba, en la actualidad sucede lo contrario, sin que pueda
sustentarse firmemente la
relación entre prisión y
prevención del delito. De
esta forma, la prisión ha
vuelto a transformarse en
una institución central de
nuestras sociedades, in-
dispensable en el imagi-
nario colectivo e ineludible
para el discurso político-
penal.

El grupo de estos nuevos discursos que pretenden hegemonizar


el escenario criminológico desde un espectro de la política, son con-
siderados como discursos de control. Si bien sus comienzos pueden
hallarse durante la década del 70 en el Siglo XX, han continuado su vi-
gencia y diversificación hasta el día de hoy. Como hemos mencionado,
su principal postura es entender al delito como un problema generado
por el control inadecuado del Estado, ya sea en tanto al control social,
situacional o el autocontrol de los componente sociales. La criminolo-
gía contemporánea vea al delito como algo cada vez más cotidiano y
general, común en las sociedades de masas; un comportamiento que
debe ser reprimido o persuadido desde los mismos parámetros del
castigo. Así, desde las posturas que pueden agruparse dentro del con-
cepto de criminologías de la vida cotidiana, se trabaja sobre la idea de
elección racional y del delito como oportunidad. Desde esta perspec-

página 9
tiva, el delito no requiere ninguna motivación en especial y sus causas
están asociadas a la falta de mecanismos previsores, lo que permite el
afloramiento de conductas socialmente reprobables. Mientras el wel-
fearismo penal entendía el delito como una conducta desviada, asocia-
da a cuestiones patológicas, de socialización o disfunción social, la cri-
minología moderna ve en el delincuente un actor social de interacción
normal, explicable a través de patrones motivacionales estándar.

1.2. Los cambios hacia la globalización

Como se ha visto en el punto anterior, los estados centrales


–principalmente Estados Unidos y Gran Bretaña- tuvieron una rápi-
da transición del Estado de Bienestar a las estructuras criminológi-
cas que representan la postmodernidad. Si bien hasta ahora hemos
sondeado las relaciones internas sobre castigo y aplicación de las
tecnologías penológicas que permitieron dichos cambios; debemos
enfatizar en las transformaciones históricas sobre las cuales se cons-
truyeron aquellos.

La transición de la modernidad tardía hacia la postmodernidad, 6


Crisis económica, princi-
está fuertemente marcada por condiciones económicas y sociales que palmente relacionada con
los Estados Unidos, duran-
influyeron en la demografía y estratificación social de los estados en oc- te la década del 30 en el
cidente. Generalmente, se considera a la Gran Depresión6 como el hito Siglo XX.
fundacional sobre el cual se construyó el welfare state luego de que el
escenario de la Segunda Guerra mundial reformulara el mapa geopolítico
de Europa. Durante este período, los países centrales se estructuraron
en base a premisas económicas de alto empleo y consumo, con cierta
protección estatal a las situaciones sociales más desfavorecidas. Si bien
dicho período puede resultar recurrente en ciertos argumentos históricos,
hacia comienzos de 1980 esa matriz política-cultural que superficialmen-
te se había creado, era un recuerdo tenue en la vida de los occidentales.
Como ha ocurrido en otras transiciones, mucho de los problemas que
enfrentaba el período entrante fueron atribuidos a las consecuencias del
que quedaba detrás. Sin embargo, el objetivo en los siguientes párrafos
es determinar cuáles fueron las fuerzas que permitieron que aquello con-
siderado una realidad, se transformase en palabras de otra época.

La fuerza económica de la competencia capitalista fue una cons-


tante de crecimiento exponencial desde la segunda mitad del Siglo XX
en adelante. La acumulación de capital propiciada por la dinámica de
la producción y el intercambio comercial, impulsó un incesante proceso
de búsqueda de nuevos mercados y de mayor rentabilidad. Si bien la


ágina 10
carrera armamentista y, principalmente, el escenario de la guerra fría
influyeron en la implementación de nuevos conocimientos, fue el afán
de lucro lo que desencadenó la extraordinaria celeridad en las transfor-
maciones tecnológicas, el transporte y las comunicaciones que presen-
ciamos durante el Siglo pasado. El surgimiento de nuestras sociedades
informatizadas, se basan en la masificación de las poblaciones (princi-
palmente en las ciudades) y en nuevas divisiones sociales, que resultan
una consecuencia directa de ello. Así como las clases históricamente
se han dividido según su acceso a los frutos económicos, la postmo-
dernidad comienza a dividir las aguas entre quienes ingresan al mundo
de las técnicas y tecnologías globalizadas y quiénes no. La producción
en masa tiene como correlato la necesidad de consumo masivo, sin él
no existe comercialización posible; pero este consumo no es global en
el sentido abarcativo de las poblaciones en su conjunto, sino selectivo
en cuanto a quienes pueden adquirir, contratar y, por supuesto, trabajar
dentro de dicha racionalidad económica. Esta realidad es tan ineludible
como incuestionable, sin embargo tiene más de un rostro.

La estructura económica y la consecuente división del trabajo


que vivimos en la actualidad, han reformado relaciones y roles so-
ciales que resultaban perjudiciales para nuestra también cambiante
formación socio-cultural. Estos cambios pueden ser analizadas con
optimismo, si tomamos en cuenta que se han reducido ciertos precon-
ceptos raciales y de género, pero también debemos analizar que se
ha continuado con la lógica de exclusión y desigualdad de los grupos
que no resultan rentables económicamente. Sin duda, esta inmen-
sa acumulación de capitales y la economía globalizada, generan las
condiciones necesarias para que los Estados pierdan capacidad en el
control de los destinos económicos y sociales de sus ciudadanos.

El éxito de la gestión keynesiana en las economías centrales


durante la vigencia del welfare, fue también condición necesaria para


ágina 11
la expansión que lo sobrevivió. Las políticas de consumo y “pleno em- 7
Segunda Guerra Mundial
pleo” propiciaron un período de estabilidad en la cual las clases traba- (1939-1945)
jadoras y medias disfrutaron un cierto nivel de seguridad económica.
La posibilidad de acceder a un consumo cada vez más amplio y el alza
de los salarios, pronto comenzaron a encontrarse con el crecimiento
de la carga impositiva para sustentar el Estado de Bienestar. Al iniciar
el período de la postguerra7, la economía de los países centrales (prin-
cipalmente Estados Unidos) miraba con beneplácito el circuito interno
del dinero. La intervención de la maquinaria estatal dentro del comple-
jo económico, permitía asegurar el gasto público que representaba el
welfare state, mientras que el conflicto social se entendía en base a los
criterios de socialización.

A comienzo de los años setenta, la crisis petrolera inició una es-


piral de recesión económica e inestabilidad política en las zonas indus-
trializadas de occidente. La desaceleración del crecimiento -sumado
a niveles de inflación relativamente altos- complicaron las bondades
socio-políticas que el consumo había insinuado durante la treintena de
años anteriores. En la medida que las clases medias y trabajadoras
habían adquirido beneficios y derechos, al Estado le resultó cada vez
más gravoso escapar de situaciones de tensión social. En este contex-
to recesivo, las herramientas keynesianas demostraron ser ineficaces
e insuficientes para evitar el deterioro del consumo interno (cadena de
comercialización de bienes y servicios). Junto a la debacle económica,
la balanza de pagos de las economías centrales entró en saldo nega-
tivo. El alto nivel de gasto público que implicaba sostener el welfare,
superaba ampliamente los ingresos generados por la carga impositiva
y otros activos del Estado. En el transcurso de los años setenta a los
ochenta, la producción industrial colapso y el desempleo masivo reapa-
reció en escena.


ágina 12
Como en cualquier otro período histórico del capitalismo, ante 8
La crisis del petróleo se
considera en los períodos
una nueva necesidad económica el mercado laboral tuvo que readap-
de 1973-1975 y 1982-
tarse. La principal consecuencia de la pérdida masiva de puestos de 1983.
trabajo, fue la tecnificación del empleo para abaratar costos y la deman-
da de fuerzas laborales calificada allí donde existía la industria capaz
de absorberla. Cuando llegó la recuperación económica8, la concen-
tración del mercado laboral masivo estaba orientada a los sectores de
servicio, donde predominaban los bajos salarios y las jornadas a me-
dio tiempo. Ante dicha situación, las condiciones fueron más gravosas
que las vividas durante el período de postguerra; ante la necesidad del
reciclaje laboral y la reubicación, el concepto tradicional de la familia
modelo americana también cambió. El padre de familia proveedor de
sustento y la madre ama de casa, pasó de ser una realidad constante
a una serie de televisión, mientras que el mercado laboral se desre-
gulaba hacia una apertura de la mujer a las condiciones de empleo,
la economía del trabajo se volvió cada vez más competitiva e insufi-
ciente. Si bien resulta coherente admitir
que los sectores calificados accedieron
a mejores sueldos y niveles de empleo,
gran parte de la población vio diezma-
dos sus beneficios laborales. Compelida
a acceder a un mercado de explotación
sistemática, la opción se transformó en
un “tómalo o déjalo” punzante ante la
realidad de la masa de desempleados
que quedaban fuera de la economía de
capital. Los nuevos patrones salariales
también se vieron afectados por las refor-
mas impositivas y la restricción de los beneficios del welfare, haciendo
crecer la desigualdad de ingresos y arrastrando a los sectores menos
beneficiados a niveles muy por debajo de la línea de pobreza.

La readaptación que significó el cambió económico, llevó a que


muchas familias pasaran a tener más de un ingreso (según su fuer-
za laboral) y, consecuentemente, a modificar los patrones de gasto y
demás accesos a la economía de capital, así como también la privati-
zación de la salud, la educación y los espacios de esparcimiento. Sin
duda, a medida que el tejido del welfare se desmantelaba, la creciente
sensación de individualidad -marcada por el alto nivel de competen-
cia social- llevó a aquellos que se encontraban en una mejor posición
económica, a cuestionar el costo impositivo de sostener ciertos bene-
ficios sociales que eran utilizados por personas de estratos más bajos.
Eventualmente, dicho concepto se extendió al resto de los aspectos


ágina 13
sociales y fue acentuándose progresivamente. En cuanto a la gestión 9
Aquí el concepto de in-
de la seguridad, riesgos y problemas que antes estaban localizados y seguridad se refiere al
malestar provocado por
limitados en su importancia –o asociados a grupos específicos de vícti- la precariedad laboral, la
mas-, pasaron a ser percibidos como un problema social a medida que competencia social y de-
se tecnificaban los medios de comunicación y se extendía el malestar más situaciones análogas,
que generan un alto nivel
provocado por la inseguridad9 a situaciones específicas de la vida ur- de tensión en los esque-
bana, como el delito. mas sociales de la globali-
zación.
Por último, cabe hacer mención que el fin de la Guerra Fría y la
disolución de la Unión Soviética, llevaron al discurso globalizante a un
punto de exitismo que aún hoy continúa vigente. La idea de un mundo
homogéneo cuyo pulso lo marca la economía de capital y la necesidad
de acceder a él para vivir dentro de condiciones aceptables, es un ima-
ginario popular recurrente en las sociedades occidentales, que cuentan
la historia solo por minutos y done mirar hacia delante es no ir más allá
de una imagen digital.


ágina 14
4
2. Las principales propuestas criminológicas

2.1. Los discursos de la denominada Nueva Derecha y sus preten-


siones hegemónicas

Como hemos señalada brevemente en el punto anterior, la idea 10


Lyndon Johnson, suce-
del delito como una elección racional es lo que domina en las interpre- sor de J. F. Kennedy, fue
presidente de los Estados
taciones criminológica de orden represivo. Alentada por condiciones Unidos entre los años 1963
económicas favorables, estas posturas poco novedosas han ejercido y 1969.
gran influencia en el campo sociológico y de la psicología social. Movi-
das por una simbiosis oportuna, las propuestas sobre el par conflicto-
control que se alinean en la denominada Nueva Derecha, comenzaron
durante los años setenta con el inició de la crisis y tomaron fuerza en
los ochenta, con los gobiernos conservadores de Margaret Thatcher
y Ronald Reagan. En un principio, las críticas de estos discursos se
orientaron contra las políticas asistenciales del welfare state. Apoyada
por políticas de gran difusión mediática, el puntapié inicial puede ubi-
carse en la campaña de la administración Johnson10, que se publicitó
como “guerra contra la pobreza” y fue continuada por críticas constan-
tes contra las posturas resocializadoras del welfearismo penal. Espe-
cíficamente, estos criminólogos afirmaban que si el delito era causado
por situaciones de pobreza, marginalidad social o algunos problemas
psicológicos, la provisión de buenos trabajos y mayores oportunidades
hubiera sido la solución. Sostenían que aunque dichas condiciones se
habían dado durante el período de postguerra, las tasas de delito se
encontraban en aumento constante.

El ya mencionado James Q. Wilson publicó en 1975 un libro titu- 11


James Q. Wilson y Geor-
lado Thinking about crime (Pensando el delito), en el cual reafirmaba la ge L. Keeling. “Broken
Windows. The Police and
postura del delito como una elección racional. A principios de los años neighborhood safety” (The
ochenta, junto con George L. Kelling, publicaron un artículo titulado Atlantic Monthly, Volu-
Broken windows11 (Ventanas rotas) que resultó ser la piedra angular en men 249, N° 3, pp. 29-38,
1982)
donde reside la propuesta que lleva el mismo nombre. Dicho artículo
intenta reproducir las vivencias situacionales entorno a un contexto ur-


ágina 15
bano materialmente deteriorado; comienza con un breve relato sobre 12
Traducción de Daniel
la situación de patrullaje a pie de algunos oficiales de la policía del Fridman. “Delito y Socie-
dad. Revista de Ciencias
Estado de New Jersey y las presuntas dificultades que esto implica Sociales”, pag. 67 (N° 15-
para ejercer la labor, sin bien el artículo destaca que las tasas de delito 16, pag. 67-79, 2001).
13
no disminuyeron, asegura que la experiencia aumento la sensación de Daniel Fridman. Ob. Cit.,
pag., 68 (2001).
seguridad de los vecinos, quienes interpretan el hecho de observar po-
licías en la calle como una situación positiva. El artículo continúa ase-
gurando que la mayoría de la población teme principalmente al delito,
pero que existen otras situaciones de riesgo en las que se involucran
componentes que: “No se trata de gente violenta, ni necesariamente
delincuente, sino personas desaliñadas, revoltosas o impredecibles:
mendigos, borrachos, adictos, adolescentes ruidosos, prostitutas, va-
gabundos, personas mentalmente perturbadas”12. Esta personificación
de lo que claramente los autores consideran un factor de deterioro,
resulta más clara en el siguiente párrafo: “La gente que circulaba era
principalmente negra; los policías que caminaban, blancos. La gente
estaba formada por “regulares” y “extraños”. Los regulares se compo-
nían de la gente decente y de algunos borrachos y abandonados que
estaban siempre allí pero que sabían cuál era “su lugar”. Los extraños
eran simplemente eso, extraños, que eran vistos sospechosamente y
hasta con recelo. El oficial –llamémoslo Kelly– sabía quiénes eran re-
gulares y éstos también lo conocían a él. Kelly consideraba que su
trabajo era estar pendiente de los extraños y asegurarse de que los
abandonados cumplieran algunas reglas informales pero ampliamen-
te conocidas. Los borrachos y adictos podían estar sentados, pero no
acostados en el suelo. Se podía beber en las calles laterales, pero no
en la intersección principal. Las botellas debían cubrirse con bolsas de
papel. Hablar, molestar o pedir limosna a las personas en las paradas
de ómnibus estaba estrictamente prohibido. Si surgía algún conflicto
entre un comerciante y un cliente, se asumía que el primero tenía razón,
en especial si el cliente era un extraño. Si aparecía un extraño vaga-
bundeando, Kelly le preguntaba si tenía algún medio de supervivencia
y cuál era su actividad; si la respuesta no le satisfacía, lo echaba. Las
personas que quebraban las reglas informales, especialmente quienes
molestaban a la gente en las paradas de ómnibus, eran arrestadas por
vagancia. A los adolescentes ruidosos se les avisaba que permanecie-
ran en silencio”13. Estos dos párrafos –que se han citado a título infor-
mativo- permiten una imagen de la propuesta generada por la teoría
de las Ventanas rotas. La postura principal está orientada a considerar
que el delito, como toda decisión racional, busca espacios donde poder
desarrollarse; estos espacios generalmente son públicos, ya que una
parte importante del deterioro situacional se encuentra en los sectores
urbanos de mayor uso. A medida que se permite el deterioro, también


ágina 16
se otorga mayores posibilidades para que el delincuente –o cualquier
otro componente indeseable de la sociedad- actué con menor riesgo;
esto, a la vez, fomenta la sensación de inseguridad de la población y se
vuelve una vorágine que se retroalimenta. El efecto contrario puede lo-
grarse manteniendo el espacio urbano en niveles de orden y salubridad
públicamente aceptados, ya que en una zona que no ha sido afectada
por el deterioro, el delincuente se sentirá menos tentado de actuar y los
ciudadanos podrán recuperar dicho espacio para sí.

Esta postura criminológica fue promocionada por el Manhattan 14


Loic Wacquant. “Las cár-
Institute, bajo la idea que “si se lucha paso a paso contra los pequeños celes de la miseria” pag. 28
(Ed. Manantial, 2008).
desordenes cotidianos se logra hacer retroceder las grandes patologías 15
Alcalde de la Ciudad de
criminales”14. Como sostiene Wacquant, dicha teoría –que nunca fue Nueva York (Estados Uni-
confirmada empíricamente- sirvió para la reorganización policial lleva- dos) entre los años 1994 y
2001.
da a cabo por Rudolph Giuliani15 y William J. Bratton16 en la Ciudad de 16
Comisionado de Policía
Nueva York, con el objetivo de aplicar las recientes legislaciones que de la Ciudad de Nueva
acentuaban el control social sobre los squeegee-men, las prostitutas, York (Estados Unidos) en-
tre los años 1990 y 1996.
adictos y autores de graffiti. Como se advierte, todo el aparato penal
de la justicia expresiva, se encuentra orientado al delito e infracciones
menores, aquellas que pueden desarrollarse en espacios urbanos en
forma cotidiana y que no requiere una conducta de investigación y de-
sarrollo por parte de los cuerpos de seguridad del Estado.

Asimismo -gracias a los mencionados Giuliani y Bratton- algu-


na de las principales ciudades de los Estados Unidos y Gran Breta-
ña, se organizaron entorno al llamado discurso de Tolerancia Cero. En
general, las propuestas de está retórica no son más que expresiones
mediáticas con fines políticos, sin embargo -al igual que lo sucedido
con el Broken Windows- están orientadas a propuestas de castigos
severos para delitos menores y el control situacional de los cuerpos
de seguridad en el espacio urbano. Esta idea, que se entiende con el


ágina 17
apócope de policías de ocupación, busca “civilizar la ciudad” en torno
a la gestión de la calidad de vida en espacios públicos cada vez más
reducidos, en el cual no serán tolerado ningún tipo de intervención que
pueda afectar el sentimiento de seguridad del ciudadano común.

Difícilmente pueda encontrarse un desarrollo teórico sostenido


que permita dimensionar alguna de las expresiones que hemos visto en
este apartado, éstas resultan ser más efectivas a la hora de exaltar a
los atemorizados habitantes de las actuales sociedades de riesgo, que
en proporcionar un conocimiento científico sobre las causas del delito.
Dicha falencia es también notoria al momento de ofrecer alternativas al
control y tratamiento del fenómeno, ya que se resuelve a través de los
canales tradicionales de castigo y encarcelamiento.

Quizás la posición más radical de estos discursos, sea la apro-


bada por la Three Strikes Law (Ley de los tres strikes). Instrumentada
principalmente en el Estado de California desde el año 1994, es un
particular cuerpo normativo que contiene penas severas para cualquier
persona que cometa tres ofensas (delitos o ilícitos), independientemen-
te de la naturaleza de estas.

Para completar el apartado, es útil traer a cuenta las palabras de


Kessler sobre los pensamientos que hemos visto más arriba: “Durante
la década del ochenta esta teoría, que podía tan fácilmente simplificar
las causas del delito, volviéndolo una responsabilidad exclusiva de sus
protagonistas, cobró una gran difusión en Estados Unidos. Tres factores
contribuyeron a ello: el aumento de la tasa de criminalidad, los distur-
bios en las prisiones y un clima político general con el advenimiento de
Reagan a la presidencia, que utilizó tales ideas como fundamento de
políticas de Estado. En la nueva visión, que en realidad retoma imáge-
nes clásicas de la criminología, ya no se trata de víctimas de un sistema
injusto sino, por el contrario, de sujetos ávidos de gratificación rápida a


ágina 18
los que es necesario disuadir. La delincuencia parece un virus potencial- 17
Gabriel Kessler. “Sociolo-
mente presente en todos los individuos que, faltos de control o más bien gía del delito amateur” pag.
278 (Ed. Paidos, 2010)
ahora faltos de costos altos, estarían dispuestos a cometer delitos. Ha
habido un gran debate sobre estos temas y ha dado lugar a un endure-
cimiento central de las políticas criminales, sobre todo en Estados Uni-
dos, pero que está comenzando a extender en varios países de Europa
occidental”17.El mismo autor advierte que estas teorías conservadoras
están instaurando una explicación de rasgos idiosincráticos, denomina-
da underclass (infraclase), donde los efectos de delito influyen negati-
vamente en la formación del núcleo familiar; estas familias “anormales”
(principalmente refieren a las monoparentales) acentúan su aislamiento
en los guetos y debilitan los tejidos asociativos o institucionales, relacio-
nándolas cada vez más con la conducta delictiva.

2.2. La propuesta teórico-práctica de la Nueva Izquierda Criminológica

La Nueva Izquierda Criminológica o el realismo


de izquierda -como también se conoce a esta postu-
ra-, es una suerte de continuidad de la Criminología
Crítica en cuanto a su postura fundacional, pero la
supera respecto propuestas aplicables ante la situa-
ción del par conflicto-control.

Como es sabido, la vertiente marxista de la criminología tuvo


su momento de auge durante la segunda mitad del Siglo XX. Basada
en el análisis dialéctico de la historia, considera al hombre moderno
dentro del esquema de la lucha de clases, propiciada por el sustrato
económico desigual de la economía capitalista. Si bien el marxismo in-
tenta construir un concepto global de las causas del delito, el contexto
histórico en el cual adquiere mayor importancia, llevó al análisis crimi-
nológico de este pensamiento a los márgenes del mismo escenario po-
lítico que vivía. El triunfo del comunismo era a la vez el agotamiento del
sistema capitalista, y junto con él terminarían los problemas sociales
que durante siglos había propiciado tal esquema de explotación. Entre
esos problemas se encontraba el fenómeno delictivo.

También es sabido que la historia continúo un camino diferente


al que esperaban los criminólogos críticos, pero lejos de desaparecer,
estos reformularon posiciones respecto los desafíos que la postmoder-
nidad representa. Así, mientras el sustento teórico permanece en las
mismas raíces del marxismo, el realismo de izquierda se ha caracteri-
zado desde comienzo de los años ochenta, por intentar nuevas aproxi-

ágina 19
maciones sobre la cuestión criminal. No es casualidad que uno de los 18
Jock Young y John Lea.
principales cultores de la Criminología Crítica como es Jock Young, sea ¿Qué hacer con la Ley y
el orden? (Ed. Editores del
el principal referente de esta nueva postura, expresada en el libro “¿Qué Puerto S.R.L., 2001)
hacer con la Ley y el orden?”18, publicado junto a John Lea en 1984.

La propuesta de estos autores es entender el fenómeno delictivo 19


Jock Young y John Lea.
como un todo reconocible dentro de sus formas y contexto social, no Ob. Cit. Pag. 9 (2001)
hay una explicación simple, pero tampoco se debe recurrir a conside-
raciones parciales como la naturaleza, conducta o socialización del in-
dividuo; expresado por los propios autores, puede leerse: “El propósito
principal del realismo de izquierda es ser fiel a la realidad del delito: al
hecho de que todos los delitos deben, necesariamente, implicar nor-
mas y personas que las violan (es decir, un comportamiento criminal
y una reacción contra él), delincuentes y víctimas. El problema de la
criminología anterior, según el realismo, es que es parcial. Ha tendido a
poner énfasis sólo en parte del proceso del delito y a no abarcarlo todo.
El foco se pone sobre la víctima o el delincuente, sobre la reacción so-
cial frente al delito o sobre el comportamiento criminal en sí mismo. El
realismo pretende unir todos estos aspectos del proceso: este enfoque
pone énfasis en la síntesis en vez de descartar simplemente las demás
teorías opuestas. (…) El principio fundamental del realismo es que la
criminología debería ser fiel a la naturaleza del delito. Es decir, debería
reconocer la forma del delito, el contexto social del delito, su trayectoria
a lo largo del tiempo y su realización en el tiempo”19.

Una primera aproximación a la teoría realista permite entrever


que hay referencias directas al delito como causante de un daño real,
al cual se debe prestar solución. Sin embargo, también son constantes
las referencias a evitar que esas soluciones (propuestas) se resuelvan
en acciones punitivas alejadas de los parámetros democráticos de go-
bierno. En otras palabras, si bien la teoría no abandona sus raíces fun-
dacionales, intenta hallar técnicas de control que no resulten invasivas
para el comportamiento social y sean efectivas en la disminución de la


ágina 20
tasa de criminalidad. La mencionada obra de Young y Lea se mueve 20
Mariano Ciafardini. “Delito
en esos límites, “es justamente un trabajo teórico que pone el eje en urbano en la Argentina. Las
verdaderas causas y las
la cuestión político-estratégica y en la reorganización de las ideas para acciones posibles” pag. 38
enfrentar políticamente a la reacción criminológica (partidaria de las (Ed. Ariel, 2005)
campañas de ley y orden)”20.

Desde esta búsqueda por recuperar la discusión criminológica 21


Eugenio Raúl Zaffaroni.
en el campo de la política tanto en forma teórica como práctica, las “La cuestión criminal” pag.
180 (Ed. Planeta, 2012).
propuestas giran en torno a la democratización de las instancias de
control social y de los cuerpos de seguridad del Estado, principal-
mente a través de la construcción de policías de proximidad, lo cual
representa un cambio radical al concepto estructural de los cuerpos
hoy en día. Dicha apertura democrática debe entender al delito como
“algo real”, con causas y consecuencias, ya que “el delito tiene víc-
timas y el reparto de la victimización es tan selectivo como el de la
criminalización”21.

Para finalizar no debemos perder de vista que esta concepción


-al ser marxista-, propone que en última instancia la solución real al
problema de la violencia y la inseguridad es la extinción de la socie-
dad de clases; por tanto, intenta llevar la discusión y las acciones
sobre el fenómeno delictivo, de una democracia liberal a una demo-
cracia social. En palabras de Young y Lea: “Estamos atrapados entre
dos opiniones opuestas sobre el delito: los medios de comunicación
y gran parte de la derecha están convencidos de que la tasa de cri-
minalidad está aumentando precipitadamente, de que la lucha contra
la delincuencia es de fundamental importancia para la opinión pública
y de que se debe actuar drásticamente para evitar que la situación
empeore hasta llegar al barbarismo. La izquierda, por el contrario,
busca minimizar el problema del crimen en las clases trabajadoras; la
criminología de izquierda ha intentado durante la última década -con
algunas notables excepciones- desenmascarar el problema del delito.
Ha señalado los delitos de los poderosos, de mucho más peso, enfa-
tizando la urgencia de los problemas de la clase trabajadora. Consi-
dera que la lucha contra el crimen es una distracción de la lucha de
clases, que constituye, en el mejor de los casos, una ilusión inventada
para vender noticias, y, en el peor de los casos, un intento de crear
chivos expiatorios, al culparlos de la circunstancia brutalizante en la
que se encuentran. Un nuevo enfoque realista de izquierda en lo que
concierne al delito debe intentar avanzar entre estas dos corrientes.
No debe contribuir a aumentar el pánico moral ni cometer el grave
error político de descuidar la discusión sobre el delito, dejándola en
manos de la prensa conservadora. Sin embargo, es necesario que


ágina 21
sea objetivo y que trate de evaluar la amenaza real que significa el 22
Jock Young y John Lea.
delito, su impacto, su incidencia relativa en comparación con otros Ob. Cit. Pag. 53 (2001)

problemas sociales, y de determinar quiénes son sus víctimas. (…)


Hemos elegido poner énfasis principalmente en lo que convencional-
mente se considera y se define como delito, pero no porque no ten-
gamos conciencia del grave -y quizás mayor- impacto de los delitos
cometidos por las clases medias y altas. Consideraremos, entonces,
la agresión contra la persona más que los delitos relacionados con
la violación a las medidas de seguridad en el trabajo; el robo en vi-
viendas más que la evasión impositiva; el robo de automotores más
que los delitos relativos a sociedades civiles o comerciales. El hecho
de que pongamos énfasis en el delito común no es accidental, tiene
como finalidad recomponer el equilibrio en el pensamiento de izquier-
da sobre el tema”22.


ágina 22
3. Nuevos discursos en la postmodernidad

Junto a la transición hacia la postmodernidad y su llegada a la


historia, los discursos criminológicos fueron diversificando sus propues-
tas. La necesidad de profundizar en los conceptos punitivos hizo que
las miradas se dirigieran en otros sentidos y encontraran espacios que
hasta entonces se habían evitado.

El concepto de daño real interiorizado por el realismo de izquier-


da, es hoy en día tratado por otras aproximaciones, en particular el
discurso del Social Harm Approach (Paradigma del Daño Social), que
intenta expresar tanto los problemas propios del campo criminológico
como de otras disciplinas. Esta teoría critica fuertemente los conceptos
de sociedad de riesgo que se construyen en torno al delito y omiten pro-
fundizar en cualquier otro tipo de daño social; también ejercen presión
sobre la victimización en la cual pretenden sumergirse las sociedades
con altos niveles de criminalidad, y extienden el concepto de inseguri-
dad hacia otras problemáticas que no son comunes en el campo de la
criminología como, por ejemplo, la situación ambiental.

Sobre este mismo horizonte de ideas, la llamada criminología fe-


minista ha hecho su ingreso definitivo en el campo de estudio. A través
de la reivindicación de una lucha histórica contra la subordinación de la
mujer a manos de la cultura occidental, han aportado conceptos impor-
tantes como la errónea interpretación del sexo con el rol socialmente
asignado o la actualizada propuesta de la construcción patriarcal. Es-
tos dos conceptos se funden en uno cuando se analiza la situación del
espectro femenino, y es allí donde la jerarquización naturalizada por
nuestras sociedades falocéntricas es objeto de las críticas del discurso
en cuestión. Es curioso que -salvo la escuela positivista- la criminología
no haya reparado en el estudio de la mujer en la cuestión criminal, pues
presenta altos índices de victimización (violencia familiar, discrimina-
ción de género, etc.).


ágina 23
Si bien es posible afirmar que la historia guarda más genocidios
y masacres de la que podemos llevar cuenta, en la actualidad fueron
quizás los sucesos del 11 de septiembre del año 2001 los que apura-
ron el establecimiento del New Punitiviness (Neopunitivismo) de los
Estados centrales. Las posturas criminológicas de ley y orden -en ge-
neral aquellas que buscan identificarse con la justicia expresiva-, han
intentado reconstruir la idea del “otro” desde los conceptos de ene-
migo externo e interno. Este poder punitivo, que pretende extenderse
sin control con el objetivo de acentuar el status quo, es también ciego
ante las manifestaciones más aberrantes que se llevan a cabo desde el
mecanismo estatal. Paradójicamente aquellos que claman por menos
Estado a la hora de comprender la economía, son sus mayores percu-
sores cuando se trata de represión y castigo.

En la actualidad la criminología se enfrenta a un aspecto hasta


ahora inexplorado y ha intentado encontrar respuestas sobre las cau-
sas y consecuencias de las masacres. Si bien el campo de estudio
quizás no es lo suficiente para alcanzar dicho objetivo, las propuestas
más progresistas pugnan porque se entiendan a las mismas como un
delito. Frente a ello se proponen dos instancias: la prevención primaria,
que va a la raíz del problema social; y la prevención secundaria, que
opera sobre el hecho mismo. Respecto de las masacres, la prevención
primaria actúa en el intento de reducir la marcha del capitalismo salva-
je que caracteriza a nuestra sociedades de consumo, la función de la
criminología en este rol es la de alertar a la población sobre el camino
que estamos tomando y asegurar, principalmente, los espacios de li-
bertad esenciales para el desarrollo social. En cuanto a la prevención
secundaria, la misma se entiende por propia definición, esto es adoptar
los recaudos necesarios para evitar que estas sucedan (prevención
especial de las masacres).


ágina 24
4
Bibliografía

Libros utilizados:
• David Garland. “La Cultura del Control” (Ed. Gedisa 2001).
• Loic Wacquant. “Las cárceles de la miseria” (Ed. Manantial, 2008).
• Gabriel Kessler. “Sociología del delito amateur” (Ed. Paidos, 2010).
• Jock Young y John Lea. ¿Qué hacer con la Ley y el orden? (Ed.
Editores del Puerto S.R.L., 2001).
• Mariano Ciafardini. “Delito urbano en la Argentina. Las verdade-
ras causas y las acciones posibles” (Ed. Ariel, 2005).
• Eugenio Raúl Zaffaroni. “La cuestión criminal” (Ed. Planeta, 2012).
• American Friends Service Committee. “Struggle for Justice” (Hill
and Wang, 1971).

Artículos utilizados:
• James Q. Wilson y George L. Keeling. “Broken Windows. The
Police and neighborhood safety” (The Atlantic Monthly, Volumen
249, N° 3, pp. 29-38, 1982).


ágina 25

También podría gustarte