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CRIMINOLOGÍA

núcleo temático uno

Primera etapa - Capitalismo originario


(1300-1900)
Introducción .............................................................................. 2
1. Primer período (1300-1650) ................................................. 5
1.2. La criminología originaria
1.3. La Inquisición
1.4. Cambios en la estructura económica
1.5. Ciencia religión y conquista
1.6. Maquiavelo, Hobbes, Bodin, Richelieu
1.7. El Otro
1.8. Antiguo Régimen- reforma Contrarreforma
1.9. Disciplinamiento, encierro
2. Segundo período (1650-1815) ............................................. 17
2.1. Locke - Rousseau - Montesquieu - Voltaire - Beccaria -
Marat- Bentham
2.2. Final del período del Higienismo. Malthus
3. Tercer Período (1815 – 1900) .............................................. 27
3.1. El pensamiento criminológico
3.2. Corrientes criminológicas positivistas
3.3. El positivismo e Argentina. José Ingenieros
Bibliografía ................................................................................ 34

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Primera etapa - Capitalismo originario
(1300-1900)
Introducción

Antes de comenzar con el desarrollo de las etapas y períodos


es necesario introducirnos en el marco interpretativo desde donde se
analizará el desarrollo de los pensamientos criminológicos.

En este sentido, teniendo en cuenta que nuestro marco con-


ceptual de análisis se enmarca dentro del materialismo histórico dia-
léctico, consideramos muy esclarecedora la explicación realizada por
el Dr. Mariano Ciafardini en su último libro, “Globalización, tercera [y
última] etapa del capitalismo. Un análisis desde el materialismo histó-
rico (Ediciones Luxemburg, 1° Ed.,
Buenos Aires, 2011).

Indica Mariano Ciafardini que “Des-


de el marxismo, y particularmente
desde el materialismo histórico, re-
sulta evidente que para conocer un
objeto o un proceso es necesario
considerarlo en su movimiento, en
surgimiento y desarrollo, pues sólo
relevando las etapas principales
que atraviesa en su desarrollo es
posible comprender y explicar las
propiedades y nexos necesarios,
las características cualitativas y
cuantitativas que le son inherentes”
(obra citada, págs. 17 y 18, último
y primer párrafo, respectivamente). Por lo tanto, “…si se respeta la
inicial periodización del capitalismo hecha por Lenin, este se divide
primeramente en grandes etapas o fases, términos que Lenin usó
indistintamente. Si se profundiza el análisis de las periodizaciones
y se pretende dividir a su vez internamente estas etapas, lo cual ni
Marx ni Lenin abordaron explícitamente, debería hablarse de perío-
dos…”. “Si el análisis pretende hacerse desde el marxismo, lo deter-
minante en la diferenciación de las etapas y de los períodos ha de
estar necesariamente vinculado a las formas del movimiento de lo
que es esencial a todo el proceso histórico que se analiza: el capital
y sus formas de acumulación. Y, finalmente, sería coherente con
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un análisis marxista que la lógica del movimiento de estas etapas y
períodos, y las relaciones entre ellos, estuviera dialécticamente im-
pulsada, en el sentido de afirmaciones, negaciones y negaciones de
las negaciones” (obra citada, pág. 19, segundo párrafo).

Teniendo en cuenta que, como describe Ciafardini, “…el ma-


terialismo histórico sigue siendo aun así el único método que permite
aproximarse lo más posible a la descripción y sobre todo a la compren-
sión de aquellos lejanos períodos históricos, particularmente en su sig-
nificación respecto del presente…” pero que, siendo muy sintético en el
desarrollo de la teoría, “…no puede reducirse todo a una periodización
simplista entre, por ejemplo, esclavismo, feudalismo y capitalismo…
como una evolución mecánica de períodos sucedáneos y homogéneos”
(obra citada, pág. 28, tercer párrafo), en nuestra materia “…hemos de
quedarnos a partir de una propuesta dialéctica sobre la periodización
general de la historia humana con una gran división en dos grandes
eras: la del comunismo primitivo (horda salvaje) y la “era de la violencia
(desde las guerras tribales primitivas hasta nuestros días).

Ambas eras son divisibles en edades. Nos resulta imposible re-


ferirnos a la primera [comunismo primitivo], y en cuanto a la segunda
[era de la violencia], no caben dudas de que dos de sus edades o pe-
ríodos internos son la antigüedad y la modernidad capitalista.

Tampoco podemos decir acá demasiado de la antigüedad y sus


divisiones internas más que, indudablemente, el esclavismo y el feuda-
lismo son parte de ellas…” (obra citada, pág. 40, último párrafo).

Es decir, de las eras de la humanidad, en este marco conceptual


histórico desde donde desarrollaremos los pensamientos criminológi-
cos, describiremos la “era de la violencia” y, dentro de ella, la edad
correspondiente a la modernidad, porque consideramos que es en esta
edad en donde el par conflicto/control -el control del conflicto a través
de herramientas de dominación- se despliega.

Ahora bien, siempre en términos dialécticos, la edad moderna


se dividirá en tres etapas y estas a su vez en tres períodos. La primera
etapa, a la que denominaremos del “Capitalismo Originario o Mercan-
til”, estará comprendida entre los años 1300-1900; la segunda, “Capi-
talismo de Estado o Imperialismo”, entre 1900 y 1980; y la última, “Ca-
pitalismo Financiero o Globalización”, desde 1980 hasta la actualidad.
Y, en cada una de las etapas, se irán desarrollando los tres períodos
correspondientes a cada etapa.

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Era de la Violencia - Edad de la Modernidad
Etapas de la Modernidad o Capitalismo

1300
1900 1980 Actualidad

Primera Etapa Segunda Etapa Tercera Etapa

Capitalismo Originario o Mercantil Capitalismo de Estado o Capitalismo


Imperialismo Financiero o
Globalización

Esta primera etapa, de acuerdo al desarrollo dialéctico explicado,


se dividirá en tres períodos que reflejarán el momento afirmativo (tesis),
la instancia negativa del período anterior (antítesis) y, cerrando la etapa,
se desarrollará el período de la negación de la negación (síntesis) que
contendrá los dos anteriores pero con una proyección distinta.

Cada período de la etapa que se analiza está caracterizado por


un desarrollo de los medios de producción que comprende la estruc-
tura económica capitalista, además de un sistema de dominación de
los dueños de los medios de producción, que establece un discurso de
poder sobre el conflicto y el control social.

De esta forma, tal como lo refleja el gráfico de líneas inferiores,


el primer período de la primera etapa lo desarrollaremos bajo el pa-
radigma de la inquisición y tendrá una duración de unos trescientos
cincuenta años, aproximadamente desde el año 1300 al 1650; el se-
gundo período estará signado por el pensamiento iluminista, que dura-
rá desde el año 1650 al año 1815; y, finalmente, el período que cierra
sintéticamente la etapa, bajo el paradigma positivista, perdurará entre
los años 1815 al 1900.

PRIMERA ETAPA - CAPITALISMO ORIGINARIO o MERCANTIL

1300 1650 1815 1900


Primera Período Segunda Período Tercera Período

Inquisición Iluminismo Positivismo

Siempre serán fechas aproximadas, que marcan tendencias


y proyecciones de cada uno de los sistemas de dominación, donde
estará en disputa el conflicto y el control del mismo.

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1. Primer Período (1300-1650) - Inquisición.
Criminología originaria

Nos encontramos en este primer período de la primera etapa


del capitalismo originario con un momento histórico donde comienzan
a desaparecer los resabios de la Edad Media y se asientan los pilares
de la Modernidad como “era histórica”, que durará hasta nuestros días
y estará caracterizada por la violencia intra-genérica.

Desaparecido el Imperio Romano e incluidas las invasiones bár-


baras al desarrollo económico-social europeo, los reinos dispersos del
medioevo se disputaron el poder imperial sin poder lograr vencerse
entre sí, conformándose un virtual empate que en definitiva concluirá
en las fronteras de los estados nacionales.

Es un período histórico donde el organicismo religioso proyec-


tará sus sombras sobre la estructura capitalista en cierne y será la In-
quisición, el instrumento de poder necesario para la resolución del par
conflicto-control del momento que se analiza.

La revolución mercantil de fines del siglo XIII, liderada por las bur-
guesías genovesas y venecianas que transformaron la economía
agro-pastoril de la Europa
central desde el Mar Medi-
terráneo, la instalación del
circuito financiero como
herramienta de poder que
financió las expediciones
a América y la expoliación
de los recursos naturales
desde ésta hacia Europa,
conjuntamente con el dis-
ciplinamiento social, serán
las bases fundamentales para el desarrollo de la revolución industrial y
para la instalación del capitalismo como sistema en forma definitiva.

En este período, además, acontece un cambio significativo en


las relaciones de poder entre la sociedad y el Estado: la confiscación
del conflicto social por parte de éste último. Esto conlleva a la necesi-
dad de un nuevo método de búsqueda de la verdad y esa necesidad,
surgida en el contexto de una alianza entre el Estado monárquico y
la Iglesia, arroja como resultado el surgimiento de la inquisición como
procedimiento de búsqueda de la verdad.
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1.2. La Criminología originaria

Por eso, si bien la criminología surge como ciencia en el siglo XIX, con
la aparición del Estado moderno y las instituciones que cubren el ac-
cionar penal aparece, junto al capitalismo originario, el poder punitivo
estatal como forma de gestión y resolución de los conflictos sociales
(criminología originaria). Esta práctica punitiva centralizada reemplazó
los ejercicios de justicia locales a través de un proceso de racionaliza-
ción que no redujo la violencia, como generalmente se cree, sino que
hizo más visible el sistema represivo.

En este proceso de destrucción de las culturas y poderes locales,


remplazando la idea imperial, que por otra parte esta unidad no pudo
reconstruirse luego de la caída del Imperio Romano hasta la aparición
de la de soberanía de los Estados Nacionales -nueva forma de ejercicio
concentrado del poder dentro de fronteras ficticiamente delimitadas- la
fuerza física es menos valorada que la capacidad de administrar el
conflicto. Son estas burocracias administrativas y sus intelectuales de
derecho las que en nombre del rey sepultarán las costumbres cotidia-
nas locales. Se consolida la persecución de oficio, mientras que “la
víctima” y las comunidades son desplazadas del proceso de resolución
de los conflictos. Se produce exactamente la expropiación del conflicto,
el surgimiento del monopolio por parte del Estado.

Sin dudas, esto ocasiona el breakdown -quiebre- del sistema acu-


satorio y se impone el derecho canónico con el sistema procesal inquisiti-
vo. Aquí nace entonces la noción de “delito” y de “castigo” porque la lesión
de un individuo sobre otro se transforma en un “daño” ocasionado al Es-
tado y éste exige una reparación. La “sentencia” será el fundamento que
defina la existencia del delito y del castigo. Es la “verdad” revelada, pero
ya no a través de una cuestión azarosa como lo era el “juicio de Dios” o
las pruebas de las ordalías, con la observancia de la comunidad sobre la
no violación de las reglas. Ahora, el proceso necesita de una investigación
previa -origen de lo que hoy denominamos instrucción o indagación-.

1.3. La Inquisición

Es así como la lucha o la disputa es remplazada como práctica


judicial en la resolución de los conflictos entre personas o grupo de
personas por la inquisitio. El Estado moderno, con poder centralizado y
burocratizado, ya no podía dejar librado a la lucha el nuevo modelo pu-
nitivo. El procurador -figura nueva que procura en nombre del rey- apa-
recería en cada oportunidad en la que se infligiera un daño, que ya no

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sería sobre otra u otras personas, sino que sería el Estado el afectado,
expropiándole a la víctima el conflicto y transformando al victimario en
objeto o cosa (reo).

Este cambio es importante porque el acusado, al no ser sujeto


de la relación es “objeto” de prueba y, como tal, disponible para la con-
fesión. Confesión que necesariamente sería extirpada al acusado a
través de la tortura, como forma de proceder sistemático e inseparable
del modo represivo estatal.

Como hecho relevante en cuanto a lo mencionado es importante


señalar la intervención del Papa Inocencio III -en funciones desde el
año 1198 al 1216- porque modificó el derecho canónico al enclavar en
la organización jerárquica papal la Inquisición. Nacida con la intención
de investigar la mala conducta de los clérigos -determinada por el ale-
jamiento de la ortodoxia-, denominados herejes, con el tiempo fue asu-
miendo más poder y con él la necesidad de investigar más casos, am-
pliando los motivos por los cuales se podría cometer una herejía. Debido
a la organización jerárquica su actuación era secreta y la necesidad de
documentación en forma escrita dio impulso al nacimiento de expertos.
Estos tecnócratas del conocimiento serán los glosadores que a través
de sus estudios conformarán un discurso universal político-religioso que
asociará la noción de delito con la de pecado. Confiscado el conflicto, a
quién cometiera una infracción se lo consideraba enemigo del Estado y
sobre él debía caer todo el poder punitivo moderno.

La Inquisición, entonces, como institución surgida en el año


1215 en el Cuarto Concilio de Letrán, ha sido la primera agencia esta-
tal en crear un discurso criminológico. Y, en ese sentido, el libro por ex-
celencia del período es el Malleus Maleficarun -más conocido como
el Martillo de las Brujas-, escrito por los dominicos Heinrich Kramer
(1430-1505) y James Sprenger (1436-1495), manual del “buen inquisi-
dor” que legitimará la tortura como método de búsqueda de la verdad.

El libro se divide en tres par-


tes, siendo la primera de ellas un
verdadero discurso de legitima-
ción de poder. Se analiza y se
confirma en este primer tramo
que el delito de “brujería” existe,
siendo este crimen de extrema
gravedad y muy contagioso, por
lo que se justifica su represión

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hasta las últimas consecuencias. Se asienta también en este contexto
la figura del diablo como el gran seductor que tienta a las personas
biológicas más débiles, buscando su complicidad. De más está decir
que este verdadero tratado punitivo se encarga de someter aún más
y disciplinar al sexo femenino, a la mujer, que es peligrosa no sólo por
su permeabilidad a las acechanzas del diablo, sino también por ser la
primera transmisora cultural del ser recién nacido.

En su segunda parte, el Malleus desarrolla lo que solemos de-


nominar como derecho penal de autor. Se describen las conductas de
las brujas -sólo detectadas por los inquisidores, claro- que son impro-
bables debido a que están sopesadas en base a la relación con el dia-
blo. Esto es clave, porque al no poder probarse, sólo se podía acceder
a la verdad a través de la confesión que, de esta forma, legitima el
accionar punitivo. Al estar totalmente seducida por el diablo no quedan
conductas sin penar: comadronas, prostitutas, dominadoras de con-
ductas propias de los hombres, seguidoras de otros cultos, utilizadoras
de métodos de curación alternativos a la medicina y toda no sujeción a
la Iglesia eran perseguidas y penadas en la hoguera.

Por último, la tercera parte se sustenta en el método necesario


para la averiguación de la verdad. Aparece con todo su tenacidad el
sistema inquisitivo. Sin acusación, sin defensa, con actuación de oficio
o denuncias anónimas, la tortura se legitima como método para ob-
tener la confesión de la verdad. Toda manipulación de las supuestas
pruebas, todo engaño o mentira, se considera aceptable para la con-
secución del fin último inconfesable: el disciplinamiento del hereje.

En definitiva, el sistema represivo que aún pervive se instala


definitivamente en la sociedad y cambiará con el tiempo sus formas,
más no su sustancia.

1.4. Cambios en la estructura económica

Ahora bien, simultáneamente al despliegue punitivo represor del


Estado de finales de la Edad Media, propio de los inicios del capitalis-
mo, es la estructura económica la que cambia y necesita de este dis-
curso de dominación. El surgimiento del lujo como símbolo de poder y
diferenciación social, la necesidad de gastos cada vez más altos para
el mantenimiento del ejército, el ascenso de la burguesía en la Europa
central, hace trizas el modelo económico agro-pastoril y emerge el pa-
trón mercantil como forma de acumulación del capital.

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Para la nueva forma de acumulación los castillos y los muros
son ineficientes para la circulación de bienes y luego del acuerdo táci-
to -al no poder los reyes derrotarse entre sí- con la disminución de la
inseguridad en los caminos que comunicaban los reinos amurallados,
surgen los burgos -ciudades- que, bajo el perfil mercantil y con el do-
minio de la burguesía, será el nuevo escenario de la transformación
estructural de la sociedad medieval.

Sin embargo, que el sistema económico sustentado en el vasa-


llaje se hiciera añicos no significa que sus beneficiarios perdieran su
poder en el inicio del capitalismo originario. El reparto y la posesión de
la tierra -valor supremo- le permitieron a la nobleza acordar la transi-
ción y su supervivencia en términos convenientes -aunque ya no con
todo el poder en sus manos- con la burguesía.

En un movimiento de
pinzas el movimiento capitalis-
ta ahogó y destruyó la estruc-
tura económica agro-pastoril
de la Europa central desde los
Países Bajos, por el norte; des-
de el Mediterráneo, por el sur;
y, desde Londres, por el oeste.
Las ciudades, espacio nuclear
para el intercambio de bienes muebles y la consiguiente acumulación,
dieron nacimiento a la agremiación y al fortalecimiento de clase domi-
nante de los comerciantes y los artesanos que vendían sus manufac-
turas -manus, manos; factus, hecho; ura, resultado-.

La simbiosis entre lo político y lo económico, entre la política y


la economía, generó una alianza indisoluble porque para instalar e im-
poner el “mercado” es necesario crear un tipo de “estado” de situación
político y jurídico. Es decir, un Estado afín a sus intereses. Y, ese Esta-
do, que está concebido por ideas de relaciones sociales, políticas y de
poder, para obtener su legitimidad -en el período analizado- necesita
del financiamiento y de la existencia del libre mercado.

La burguesía será la clase dominante surgida del crecimiento de


las ciudades y como resultado de la relación entre los mercaderes y el
Estado, por lo que el Mercantilismo será la estructura del pensamiento
económico del capitalismo originario. Asentada esta relación con el
descubrimiento de América por parte de Europa, los mercaderes se
preocupaban por el avance y asentamiento del comercio internacional

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-que desembocará en la división internacional del trabajo, años más
tarde- y las finanzas; mientras que el Estado llenaba sus arcas con lo
producido en el comercio de especias y con la brutal expoliación de
recursos naturales de los nuevos territorios conquistados -acumulación
que servirá, en definitiva, para el avance de la revolución industrial-.

Esta apertura económica y centralización de poder político faci-


litó el accionar punitivo del Estado y el disciplinamiento de la sociedad
y será la burocracia estatal y el ejército las herramientas concentracio-
narias de este período.

1.5. Ciencia, religión y conquista

También desde el principio del siglo XIV hasta mediados del


XVII se producirá un desarrollo científico importante y el surgimiento
del protestantismo -escisión o cisma del catolicismo- como sustento
moral del capitalismo, provocando el resquebrajamiento del sistema
religioso basado en la jerarquía vertical católica apostólica romana.

La persecución de determinados científicos provocó un movi-


miento de resistencia no organizado que empujó el cambio. En este
sentido, entre otros, Galileo Galilei (1564-1642) vivió en carne propia la
persecución del poder absolutista y religioso. El nuevo método cientí-
fico elaborado por Roger Bacon (1210-1292) más humano, más racio-
nal, pero no por eso menos inquisitivo, se fue imponiendo en el mundo
europeo y con la expansión hacia nuevos mercados incluyó y globalizó
a todo el mundo no conocido por el centro del mundo capitalista.

Las Cruzadas primero y el descubrimiento de América después


conformó la estigmatización del “otro” estableciendo en la “raza enemi-
ga” el combate más cruel y sangriento para el establecimiento de los
nuevos mercados.

Esta idea globalizadora -que como vemos no surge a finales del


siglo XX, sino muchos siglos antes- se asentará con la empresa viaje-
ra efectuada por Marco Polo (1254-1324) y la expansión de Portugal,
uno de los primeros nuevos estados que hará confluir la imagen de las
cruzadas con la conquista de nuevos territorios y los intereses comer-
ciales. Finalmente, los viajes de Cristóbal Colón (1451-1506), ponen a
la península ibérica en la cresta de la ola globalizante.


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La conformación de territorios ultramarinos descubiertos, con-
quistados y esclavizados bajo la órbita de las metrópolis, con la ya
establecida idea del “otro” en Europa, no necesitará mucho desarrollo
teórico y aplicación práctica para llevar a cabo uno de los mayores
genocidios de la historia de la humanidad.
Las personas de las nuevas ciudades y civi-
lizaciones descubiertas serán consideradas
“no humanas” o “sub-humanas”; por lo tanto,
pasibles de ser ultrajadas y exterminadas.
La religión, a través de la evangelización de
los “salvajes”, brindará la paz de conciencia
de los conquistadores. Lo mismo sucede-
rá con los negros africanos, considerados
“mercancías en tránsito” y sin derechos ci-
viles, mucho menos políticos o económicos.
Simples objetos pasibles de apropiación.

1.6. Maquiavelo, Hobbes, Bodin, Richelieu

Al igual que en los otros períodos y etapas que explicaremos


en la materia, no tenemos el tiempo de desarrollar el pensamiento cri-
minológico, político, social y económico de una larga lista de autores
que pensaron la sociedad de su época. Trataremos de explicar sinté-
ticamente la reflexión de aquellos ensayistas que son referentes de la
época y que al ser contemporáneos del proceso que viven son par-
tícipes necesarios y comprometidos con los cambios que analizan y
proyectan para su sociedad.

En este contexto e ingresando en los procesos que se darán


sobre el final de este período, es destacable la teorización de la nueva
forma política de Nicolás Maquiavelo (1469-1527). Su pensamiento,
propio del Renacimiento, se apartaría de las motivaciones morales y
religiosas para efectuar una de las más importantes teorías sobre el or-
den político basado en el poder -de hecho, es considerado uno de los
padres de la Ciencia Política-. Basándose en la historia y la actualidad
de su época e indagando sobre la naturaleza del poder de los jefes
de Estado, centraliza en El Príncipe (escrito en 1513 y publicado en
1532) -una de sus obras más importante junto a los “Discursos sobre
la primera década de Tito Livio” (1531) - toda la actividad del líder polí-
tico en esa organización política denominada “Estado”, separada de la
sociedad. La “virtú” será la cualidad que representará el poder de este
príncipe y comprenderá los elementos necesarios para su desarrollo:


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la habilidad, la inteligencia y la decisión. Si bien sus modelos teóricos
se basan en líderes absolutistas como Fernando el Católico o Cesa-
re Borgia, Maquiavelo consideraba conveniente el establecimiento de
Estados republicanos ya que estaba convencido de que en manos del
“Pueblo” la libertad de “todos” estaría mejor asegurada. Es uno de los
primeros teóricos que aceptan el conflicto como base de las relaciones
interpersonales en una sociedad al tratar de describir un orden un po-
sible. El poder político es el resurgente de la lucha constante para con-
trolar el conflicto y estará continuamente presente esta lucha porque
siempre existirán personas que obtengan el poder y permanentemente
habrá seres humanos que querrán alcanzarlo.

Thomas Hobbes (1588-1679) -que si bien su pensamiento será


tomado en comparación a los demás contractualistas del iluminismo-,
por el contrario, representaba a otra visión política del orden y el Es-
tado. Defensor teórico del absolutismo monárquico, desarrolla en una
de sus obras relevantes, el Leviatán (1651), la necesidad de un Estado
fuerte para el mantenimiento del orden y la seguridad social basada en
el egoísmo natural del ser humano que
sin el poder centralizado estatal termina-
ría destruyéndose a sí mismo -el hombre
es el lobo del hombre-. A diferencia de
Maquiavelo, el consenso y no el conflic-
to será la base de la naturaleza del po-
der del Estado moderno. Los individuos
en estado natural liberan sus impulsos
y deseos y provocan la lucha de todos contra todos dando como re-
sultado el surgimiento del miedo y la inseguridad social. El “contrato”
debe estar basado en el consenso de entrega total de la soberanía
individual al soberano quién establecerá el orden, la paz y la seguridad
necesaria para la convivencia social. El Estado o Leviatán protegerá
con la voluntad centralizada a todos los individuos de las luchas inter-
nas y de las invasiones extranjeras. El miedo creará la sumisión de
todos los individuos que acechados por ese sentimiento entregarán
sin cuestionamientos la soberanía que cada uno posee a favor de un
orden incuestionable y proveedor de la paz social.

En este desarrollo del pensamiento centralizador del poder del


período analizado se destaca también Jean Bodin (1529-1596), para
quién también el rey soberano será el que impida el surgimiento de
conflictos. Será, además, el teorizador del concepto de “soberanía”,
entendido como poder absoluto sobre la cosa pública, tratamiento que
realizará en sus “Seis libros sobre la república” (1576). En el mismo


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sentido, el cardenal de Richelieu (1585-1642) defenderá la centrali-
zación política y administrativa del Estado soberano y la aplicación de
métodos inquisitivos como herramienta del poder punitivo estatal.

1.7. El otro

Las “marcas” en el cuerpo, la expulsión y la exclusión serán las


herramientas del derecho y la justicia penal, necesarias para el mante-
nimiento del poder del período que denominamos inquisitivo. Estigma-
tizar a “otros” era una cuestión de gobierno, que a través de distintas
“marcas” señalarán el poder soberano sobre los individuos: creación de
pasaportes y papeles de identificación; ropas, peinados u otras seña-
les para identificarse a primera vista; cortes en el cuerpo o tatuajes de
letras o dibujos para identificar a los convictos, locos, enfermos, men-
digos, mujeres sin familia y creyentes de otras religiones, etc. Intentar
disimular la propia identidad u ocultarla será un delito de alta traición en
momentos de expansión de mercados realizada a fuerza de conquistas
y guerras y provocará expulsiones y encierros más allá de los límites
imaginables. Asegurar la identidad de las personas para el soberano
no era un dato menor: significaba asegurar la propiedad. La “marca” en
el cuerpo del condenado era tan importante para el reo -derivación de
la palabra griega res, (cosa)- y su conciencia como para la sociedad,
porque quedaba establecido el poder del monarca.

1.8. Antiguo Régimen - Reforma - Contrarreforma

Debido al ininterrumpido proceso de industrialización capitalista


que comienza a darse a fines del Antiguo Régimen en todos los países,
pero principalmente en los autodenominados “centrales”, se consolida
la necesidad de aplicación de una política criminal sanguinaria y ejem-
plificadora que a través de la horca, la marca a fuego y el exterminio
sepultara la creciente amenaza al orden constituido. El avance de la
técnica en el campo, la delimitación de la propiedad, la desaparición
de los espacios comunes, provocaban grandes migraciones desde el
campo hacia la ciudad y excedía en mucho las posibilidades de absor-
ción de la fuerza de trabajo necesaria para las primeras producciones
de manufacturas. Eran necesarias y justificadoras, entonces, las elimi-
naciones físicas de muchos y el terror para los demás como sosteni-
miento del fin político y económico impuesto en este período.


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Sin embargo y a pesar de este movimiento concentrador de po-
der político y justificador del orden monárquico el cisma religioso y la
rasgadura en la superestructura dominante que produce la Reforma
religiosa encabezada por Martin Lutero (1483-1546) y Jean Calvino
(1509-1564), proporciona el nacimiento del movimiento protestante
-religión oficial del capitalismo-, que catapultará a la cima del poder a la
clase burguesa, encontrando en ese movimiento reformador religioso
la oportunidad de desarrollar un discurso de dominación que apuntale
sus aspiraciones. La Contrarreforma católica, con Ignacio de Loyola
(1491-1556) a la cabeza,
equilibrará la balanza po-
lítica en disputa y luego
de una sangrienta guerra
de treinta años la Paz de
Wetsfalia (1648) consoli-
dará el poder estatal y re-
forzará la tendencia abso-
lutista. Pero la burguesía
ha llegado al poder, se lo
disputa a la monarquía y
ya no será lo mismo que
antes. La moral protestante que justificaba y dignificaba las ideas bur-
guesas sobre el lucro comercial, una vez en el poder aplicaron nuevos
métodos de disciplinamiento y auto-disciplinamiento, necesario para el
nuevo orden que comenzaba a aparecer.

1.9. Disciplinamiento y encierro

Luego del intento de expulsión de las fuerzas de trabajo exce-


dentes en el primer momento de la industrialización, dónde se deriva-
ban a las personas hacia las actividades de conquista y navegación,
se hizo necesario incorporar a estas medidas excluyentes la estrategia
del disciplinamiento social. Esta otra forma política de disciplinar se
suma con el criterio económico de “menor costo y mayor beneficio” a la
exclusión hacia adentro a través del encierro de los “otros” en una do-
ble instancia que producirá los primeros dispositivos de disciplinamien-
to a través del secuestro institucionalizado: el encierro de personas en
hospicios, casas de trabajo -workhouse, en inglés-, de corrección o de
caridad, etc. Este nuevo dispositivo disciplinario cumple con la función
de separar al “pobre bueno”, apto para trabajar; del “pobre malo”, in-
disciplinado social al que se encerrará, se aprovechará su mano de
obra y se lo convertirá en un proletariado disciplinado. Esto permitirá


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un uso más eficiente del tiempo y la conducta de las personas que los
azotes, las ejecuciones públicas y el destierro, apareciendo cada vez
más casas de trabajo o de corrección. Se pudo distinguir entonces en-
tre aquellos que serían mantenidos por la comunidad y entre los que
se ganarían su sustento en las casas de corrección o de trabajo. Dos
consecuencias económicas importantes que resultan de este nuevo
método: el disciplinamiento de los cada vez más sujetos “sujetados” y
el aseguramiento del máximo nivel de plusvalía a través de la reduc-
ción de los salarios de los trabajadores libres.

También, estas casas eran “ideales” para los jóvenes que ha-
bían elegido transitar el camino no elegido por Dios y Dios era el temor
subyacente en el método disciplinario. La duración de la pena estaba
regulada por el administrador que podía redimirla en función del traba-
jo realizado y la conducta ejercida por el penado. Un salario simbólico
recibido, el empleo del tiempo, la disciplina y la vigilancia permanente,
preparaban a estos penados para el ejercicio de la vida libre como
obreros sometidos al sistema.

Este tipo de “encierro”, más parecido a la necesidad de escla-


vización de la naciente industria manufacturera, será el antecedente
de la prisión. Y, cuando la prisión utilice este método, de ella surgirá
la técnica de sujeción de las conductas que se replicará en las es-
cuelas, los hospitales, el ejército, etc. El nuevo sujeto será adecua-
do a la normalización disciplinaria propia del sistema capitalista que
se estaba imponiendo. El sometimiento y el aprovechamiento de la
fuerza de trabajo a favor del Estado convertirán a éste último en el
dueño de los “cuerpos” condenados.

Si bien el encierro en este primer período no era considerado


una pena en sí misma, esta práctica fue muy extensa. Se encerraba a
quienes esperaban juicio, a los que tenían deudas públicas o privadas
y no podían pagarlas, a los mendigos y vagos, para hacerlos trabajar;
se encerraba a niños o mujeres considerados perturbadores, a dis-
capacitados físicos o mentales; finalmente, se encerraba a personas
que por el motivo que fuera no se los podías matar, mutilar o hacer
trabajar -a veces mujeres o ancianos-. Sin embargo, no hay que creer
que este secuestro institucional desarrollado a partir del siglo XVI su-
plantaba los castigos corporales sino que por el contrario se amplió
mucho más su utilización y empeoró gravemente las condiciones de
vida de amplias capas de la población.


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Al mismo tiempo, como contrapartida, cuando las demoras del
proceso prolongaban el encierro, la muerte se producía como si ver-
daderamente fuera la pena
prescripta. Así morían, con-
siderados como un “peligro
social” y encerrados pero
sin ser condenados locos,
leprosos, sifilíticos, prostitu-
tas y personas que no po-
dían sustentarse un alimen-
to diario o vivían de la limosna. Pérdida de vida que se producía por las
condiciones de vida en las cárceles: oscuridad, hambre, sed, enferme-
dad, promiscuidad, desnudez, privación de aire puro, etc., propias de
este período.


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2. Segundo Período (1650-1815) - Iluminismo.
Criminología académica

El Estado absolutista enquistado en el período anterior será


fuertemente criticado a partir de fines del siglo XVI y principios del
XVII. La negación dialéctica del momento anterior opondrá luz a
las sombras, la razón a la religión y denominados bajo el rótulo de
pensamiento iluminista o ilustrado transformarán el proceso judicial
privado en público y el cumplimiento de la pena pública en privada.
La burguesía se desprende definitivamente de la nobleza, se instala
en el poder con un nuevo paradigma y necesita un nuevo acuerdo
social para el nuevo orden económico comercial y financiero. El sim-
bólico contrato social será el instrumento disciplinario que ajustará
los conflictos surgidos en este período.

Los límites al Estado punitivo anterior, necesarios para el


desarrollo económico capitalista, creará para este nuevo discurso
de dominación una legitimidad distinta: la legitimidad democrática,
que reemplazará a la innecesaria y pesada legitimidad monárqui-
ca. Los conceptos de “delito”, “pena”, “proceso” y “juicio” estarán
dentro de un orden jurídico acorde a los intereses de la clase bur-
guesa surgida al calor del nuevo sistema de acumulación produci-
do en el período anterior.

La estructura económica sufre durante el siglo XVIII y, par-


ticularmente en Inglaterra, los cambios producidos por la primera
Revolución Industrial. La reforma de la explotación agraria, las nue-
vas tecnologías y el transporte establecen las bases de una econo-
mía verdaderamente industrial. La idea económica que sustentará
este impulso será la del capitalismo liberal, representada por la obra
clásica de Adam Smith (1723-1790) “La riqueza de las naciones”
(1776). En apretada síntesis Smith proyectaba un sistema de liber-
tad natural en el que cada cual -mientras no vulnere la ley- debe
quedar libre para perseguir su propio interés y destinar sus propie-
dades hacia la competencia con la de otros individuos; el gobierno
-Estado- sólo debe ocuparse del mantenimiento de la seguridad, la
justicia y de determinadas obras e instituciones públicas. El objetivo
era el de dejar al individuo en libertad para la búsqueda y obtención
de privilegios -creándose un orden “natural” de las cosas- que pro-
duciría el mayor aumento de la riqueza de las naciones.


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En este siglo, en un régimen de libertad económica sin reglas
aparentes, se producirán las más altas tasas de injusticia social y ex-
plotación económica y cultural so-
bre una porción importante de la
población que será denominada
desde entonces como proletariado.
En condiciones de trabajo infrahu-
manas será esta clase social la que
mayor aporte otorgue al enriqueci-
miento de los dueños de los medios
de producción que se apropian de la ganancia de la transformación
que aquellos hacen de la materia prima en producto final de venta en
el mercado.

Aquí, como veremos más adelante cuando analicemos el discur-


so que sostendrá el neoliberalismo en la década del ochenta del siglo
XX, surge la falacia de la “no intervención del Estado”, Nunca existió
la falta de control estatal en la economía y en los demás órdenes de la
vida de las personas, sino que el control se ejerció sobre las personas
más vulnerables, las excluidas, las dominadas. Porque el capitalismo
incuba en su núcleo la necesaria desigualdad para la obtención de
ganancia y de su propia existencia como sistema económico, político,
cultural y criminal. Las estrategias de resistencia de los trabajadores
que operarán por sobre la explotación generalizada será la organiza-
ción en sindicatos y en el ejercicio de la huelga. La intervención estatal,
entonces, se produce declarando ilegal este tipo de actividades. Los
Estados serán funcionales a este tipo de producción económica e in-
tentarán controlar y contener a través de distintas herramientas puniti-
vas a quienes se les ocurra desafiar la autoridad y al sistema.

Para este cambio de producción económica el castigo brutal y


exponencial sobre el cuerpo ya no es “útil” y la disciplina se efectuará
sobre un nuevo molde de cuerpo y alma. Ambos deben “entrenarse”
para que subsistan y sean funcionales a las necesidades del sistema.
Nuevos valores son necesarios, porque una nueva clase de domina-
ción se instala.

2.1. Locke - Rousseau - Montesquieu - Voltaire - Beccaria - Marat


- Bentham

Desde el punto de vista político, los pensadores de la Ilustración son


el resultante de la reacción al diagrama de poder del Estado absolutista.


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Los contractualistas serán los moldeadores de este nuevo pac-
to, necesario para la nueva clase en el poder -la burguesía-. El con-
trato de Hobbes –que si bien es contractualista, pero justificador del
orden absolutista- no se enmarca en este cambio porque su objetivo
era afirmar la legitimidad monárquica del Estado, entendiendo que los
individuos debían ceder por miedo todas sus capacidades al monarca
-soberano- y que éste, una vez concentrado el poder en su autoridad,
utilizarlo como le plazca.

El liberalismo político -al cual nos referiremos en primera instan-


cia en este período- estará mejor reflejado en la teoría contractualista
del médico John Locke (1632-1704) que hará
foco en la tolerancia y en los derechos natu-
rales -hoy derechos humanos- como límites
al poder del Estado y sus distintos gobiernos.
Inglaterra, en el siglo XVII, se afirmaba políti-
camente sobre la base del parlamentarismo y
resolvía sus problemas políticos internos con
mayor velocidad y premura que los demás paí-
ses centrales de Europa. Condición, ésta, que
le permitirá liderar, como veremos, la revolución industrial que impac-
tará en el mundo entero.

Locke, en el “Segundo Tratado sobre el gobierno civil” (1690)


teoriza sobre un Estado liberal en lo político y en lo económico que
sólo justifica su existencia si sus límites no atraviesan los derechos
que ya existían en el estado de naturaleza. Su función, en todo caso,
es asegurar esos derechos prexistentes. El contrato, para este autor,
tiene dos partes: en una primera instancia todos los individuos crean
entre ellos la autoridad superior; y luego pactan con esa autoridad la
entrega de algunos intereses para que los administre, con la salvedad
de que los derechos naturales no estarán bajo la órbita de esa institu-
ción. Es interesante destacar que entre estos derechos prexistentes y
que subsisten a la constitución del Estado está el derecho a la propie-
dad. Es decir, es un Estado que petrifica la desigualdad en la posesión
de la tierra -que existía antes a su creación- y además lo asegura para
el futuro. A través de la libertad individual, la igualdad y la racionalidad
se producirán el dictado de leyes racionales y el juzgamiento imparcial
para las relaciones entre todos los individuos libres. Por tanto, los lími-
tes no los tienen las personas, sino el Estado y el concepto de demo-
cracia liberal de Locke será aquél que reconoce la validez de derechos
intransferibles y superiores al mismo Estado.


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Desde el punto de vista penal, la teoría de Locke sería, compa-
rada con la de Hobbes y la de Rousseau, la más limitativa del poder
punitivo al justificar la emergencia de garantías para el individuo.

Para el ginebrino Jean Jacques


Rousseau (1712-1778) es el propio con-
trato el que crea el Estado, los derechos
y obligaciones de los individuos, todos so-
metidos a la voluntad general. Idea inspira-
dora de la Revolución Francesa, la misma
expresa el acto originario de una forma so-
cial de convivencia y de un gobierno que
entrelaza los controles de poder y legitima
su campo de acción: el sistema democráti-
co. Esta voluntad general consensuada se fundamentará en la ley que,
al ser constituyente de las obligaciones, será civil más no natural. En el
“Contrato Social” (1762) afirma que los derechos humanos ya no serán
naturales, sino que surgirán del propio pacto político y por ello serán
más importantes para satisfacer todas las necesidades de las personas.
Surge esta concepción social de la idea moral optimista de Rousseau
que sostenía que en el estado de naturaleza los hombres vivían felices
y sin conflictos, siendo la sociedad con sus lujos, artes y mercados la
que los pervierte al implantar un extremo egoísmo generador constante
de desigualdades. La soberanía rousseauniana está constituida por el
poder soberano expresado en la voluntad de cada uno y de todos.

Por otra parte, además de los contractualis-


tas, distintos pensadores hicieron su aporte para
contrarrestar al decadente absolutismo expre-
sado en el período anterior. Entre ellos, Charles
Secondat, barón de Montesquieu (1689-1755),
reflejó dos características políticas básicas de
la nueva clase en el poder: moderación y lími-
tes. Este equilibrio político ya se fortalecía en la
Inglaterra imperial. Montesquieu entendía que
asegurar la armonía social y la libertad política era indispensable para
sostener la expansión y conquista de nuevos mercados, elementales para
el desarrollo de la industria de manufacturas. Es por este motivo que dise-
ñó una división de funciones del poder -más conocida y mal interpretada
como división de poderes, porque el poder es uno sólo- para mantener el
equilibrio necesario y evitar el abuso de una función por sobre las otras.
En su obra al respecto, “Del espíritu de las Leyes” (1748), aparece este
estándar de balanza de poder o de pesos y contrapesos.


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En cuanto a lo estrictamente criminológico Montesquieu se anti-
ciparía al célebre Beccaria -autor central del período- al criticar la injus-
ta proporción entre los delitos y las penas y la sanción de determinados
delitos basados en supersticiones (magia, brujería, etc.). Sostenía, en
contra posición, que las penas debían estar ponderadas según el bien
jurídico afectado y que sólo se deberían juzgar las conductas externas,
considerando inútil y contraproducente el castigo severo. Por último,
planteaba una reforma procesal que aboliera las denuncias anónimas,
los delatores y las torturas.

Obviamente, mientras la burguesía -sin sospechar que Montes-


quieu reflexionaba política, social y criminológicamente por miedo a
la tiranía- celebraba el advenimiento de este pensamiento, la Iglesia
inmediatamente prohibió su obra por el contenido crítico efectuado so-
bre las supersticiones, la Inquisición española y la tajante diferencia-
ción entre derecho y moral.

Otro pensador que luchó contra las supersticiones religiosas,


François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire (1694-1778), fijó
su interés en las instituciones y en el progreso económico basado en la
ciencia. Este autor, en su pensamiento penal, defendía la presunción
de inocencia, el derecho a la defensa, la publicidad de los juicios y
criticaba además la tortura y los castigos corporales. Sostenía que los
delitos eran producto de las propias leyes punitivas y las persecucio-
nes que se realizaban en el régimen autoritario de forma arbitraria.

Sin dudas, Cesare Bonesana, marqués


de Beccaria (1738-1794), en su única obra
dedicada a la cuestión penal, “De los delitos y
de las penas” (1764), será junto a Marat uno
de los reformadores más importantes de la
cuestión punitiva en este nuevo tiempo bur-
gués y democrático. Sostendrá que el progre-
so técnico no podrá ser llevado a cabo sin un
proyecto penal que abandone el castigo y la
ejecución arbitraria de cualquier persona sin
las garantías que pongan límites al Estado punitivo existente. Su tra-
bajo fue uno de los primeros compendios que articulaba el derecho y
el proceso penal y la criminología, regido por sus conocimientos filosó-
ficos políticos. Rechazado por los juristas académicos y prohibido por
la Iglesia por más de doscientos años, los iluministas se encargaron de
ensalzar sus conocimientos y adosarlos a su programa político penal.


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Para Beccaria la pena debía estar justificada en la utilidad, en
la prevención de los delitos y no en la venganza -como sucedía en el
Antiguo Régimen-. La base de su pensamiento estará anclada en las
ideas contractualistas ya que para él el origen de las penas estará en
el contrato social. Por lo tanto, será el poder legislativo el encargado
de señalar a qué se denomina “delito” y cuál es la “pena” que le corres-
ponde. En su afán por limitar el poder del soberano sentará las bases
de las garantías penales y procesales que por derecho le corresponde
a todo individuo: principio de legalidad, certidumbre, oficialidad, impar-
cialidad, prontitud y publicidad. En cuanto a la ejecución de la pena -y
teniendo en cuenta su sentido utilitario para que el detenido y cualquier
otra persona no cometa un nuevo delito- se oponía a los castigos crue-
les, excesivos y degradantes que produce insensibilidad en el cuerpo y
alma de los hombres y proponía remplazarlos por otros que sean más
eficientes en la prevención del delito, acorde con la penalidad de los
nuevos tiempos democráticos: el encierro, la privación de la libertad.

Como mencionaba anteriormente, Jean Paul Marat (1744-1793),


será el otro autor importante del iluminismo relacionado con la raciona-
lidad de la ley como deidad de este período.
Antes de ocupar el rol de líder en la Revolu-
ción Francesa presentó su “Plan de legisla-
ción criminal” (1779), donde criticaba la idea
contractualista de la pena en clave ilustrada.
Afirma en forma concluyente que la desigual-
dad que proporciona el sistema económico
vigente, con personas explotadas, que nada
poseen y que nada bueno obtienen de la aso-
ciación contractual, no obliga a estos últimos
a respetar las leyes que tienden a proteger la propiedad antes que la
vida y/o la libertad. Deslegitimador del orden burgués, critica la aplica-
ción del poder punitivo como herramienta de sometimiento a los que
no poseen propiedad justamente porque éstos están en una posición
desfavorecida desde el mismo origen del simbólico contrato social. Pro-
ponía un nuevo modelo de convivencia donde los delitos podrían existir
sólo y en tanto que las desigualdades económicas y sociales no existie-
ran. Entonces sí existirían los delitos, pero por haberse violado lo que
considera como la “ley justa”, mientras que la ejecución de la pena debía
estar orientada hacia la corrección del culpable.

Con Beccaria, autor que justificaba la pena en tanto y en cuanto


esta cumpliera forma utilitaria y Bentham, el utilitarismo aparecería en
escena. Para ambos autores la pena debía ser la necesaria y la mí-


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nima en relación a la prevención de los nuevos posibles delitos. Para
esta corriente de pensamiento la utilidad es el principio del placer, por
eso la legislación del Estado debía estar adecuada a la mayor felicidad
para el mayor número de personas. Entonces, la
pena se puede justificar en tanto y en cuanto sirva,
“sea útil” para disuadir la conducta lesiva y para
evitar la imitación de la misma.

En definitiva, Bentham nos está hablando de la


proporcionalidad entre el disvalor de la conducta
lesiva y el castigo -pena- que a esa conducta se
debe aplicar. En este sentido, el aporte más original
o por lo que es más conocido este autor es el proyecto del Panóptico
(1791), tecnología que afectará muy pronunciadamente las diversas
teorías futuras sobre el “castigo”.

En este invento se observa el núcleo del pensamiento iluminista,


donde la razón y la transparencia le presentan batalla al oscurantismo
inquisitivo. La prisión supera a la cárcel en el sentido de que la primera
es el lugar donde se ejecuta la pena impuesta, mientras la segunda te-
nía la función de encierro pasajero hasta la producción de la pena. Por
eso, el Panóptico es el diseño disciplinador en contexto de encierro
por excelencia. El proyecto fue realizado por Bentham para alojar a los
presos que al Rey de Inglaterra, Jorge III, le sobraban. Sin embargo, el
Parlamento inglés no autorizó su construcción, pero el proyecto ideo-
lógico no quedó trunco.

Elemento bien utilitario y disciplinario, el Panóptico permitía el


mejor resultado con el mínimo de esfuerzo. La armonía del diseño ar-
quitectónico y el gobierno interno confluían en el mismo objetivo: la pe-
riferia estaba construida en
forma de anillo con pequeñas
celdas totalmente iluminadas
que convergían en un centro
nuclear, donde se elevaba
una torre con anchas venta-
nas que permitían observar
todas las celdas y en toda su
dimensión, ya que la luz in-
gresaba de forma tal que la celda siempre estaba iluminada. Desde el
centro el “ojo que todo lo ve” vigilaba toda la periferia y su presencia se
hacía presente aun cuando no se vigilaba, debido al impedimento de
visión que se tenía desde la periferia al centro. Al no saber si estaba


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siendo vigilado el controlado se comportaba como si siempre estuviera
siendo visto por su carcelero. De esta forma, se internaliza al guardián
y se genera la autodisciplina como conducta.

Foucault, muchos años después, señalará que este mecanis-


mo de disciplina no sólo se produce intra-muros, sino que atraviesa a
toda la sociedad en los distintos ámbitos de control: escuela, fábrica,
ejército, etc.

2.2. Final del período: El discurso del higienismo. Malthus

Se origina en este final de período el desarrollo -junto al utilitaris-


mo y el disciplinarismo- del discurso higiénico, antecedentes impor-
tantes de la ideología positivista. Las pestes y el crecimiento de las ciu-
dades, junto al hacinamiento que producía, facilitan el surgimiento de
este discurso. La prisión se generalizará y se extenderá a lo largo del
siglo XIX, justificada por las necesidades disciplinarias y productivas
que tienen como una de sus fuentes ideológicas el pensamiento puri-
tano inglés -que luego será tan importante en el desarrollo capitalista
imperial en EE.UU.-. El discurso médico, el de la psiquiatría alienadora
y el del higienismo, junto al pensamiento puritano, serán las usinas de
pensamiento del nuevo discurso burgués justificador: hacer “algo” con
determinados sujetos portadores de anomalías o imperfecciones. La
preminencia de la ciencia médica, el desarrollo del método científico,
la clasificación y determinación de las ciencias naturales conformarán
un paradigma en el cual el ser humano es “objeto” de estudio y, como
tal, posible de ser modificado y domesticado. Asistimos a un momento
histórico donde las instituciones como el manicomio o el asilo -junto
a la penitenciaria- provocarán un “gran encierro”. Es también cuando
las ciudades comienzan a incorporar trazados urbanos “limpios” y con-
ductas higiénicas para erradicar enfermedades, pestes, profesiones
denominadas peligrosas -como la prostitución- y el desarrollo de una
“profilaxis” general que incluye a las posibles personas violadoras del
contrato social, como sistema de prevención. Ahora no son los glosa-
dores los que determinarán quiénes son peligrosos, sino que serán los
médicos los nuevos consejeros de la sociedad. El peligro real de éste
período es el contagio, por lo que toda medida preventiva será relevan-
te para evitar el descontrol y la “epidemia”. Los términos, el lenguaje, el
método y las investigaciones médicas se montarán sobre las ciencias
sociales y analizarán las conductas humanas como un objeto más de
la naturaleza, pasible de clasificación y dominación. Comienza a exa-
minarse a la sociedad como un todo y se generarán serios intentos de
modificaciones del hábitat.

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Thomas R. Malthus (1766-1834), justamente, ha sido uno de
los ilustrados que alertaría sobre la necesidad de controlar el au-
mento de la población. En el desarrollo de su teoría se vislumbra
el pesimismo que tenía en relación al progreso humano al reclamar
casi a gritos el control sobre el aumento de la población para evitar
una guerra por la supervivencia. Su pensamiento conservador queda
evidenciado en el tipo de control que recomendaba: la continencia
sexual. Creía “científicamente” que mientras la población aumentaba
en forma geométrica los alimentos lo hacían en progresión aritméti-
ca, con lo cual arribaba a la conclusión de que no habría alimentos
para todos en un futuro inmediato. En su “Ensayo sobre la población”
(1803) sostenía que la tendencia de la población a aumentar era pro-
porcionalmente mayor que la
misma tendencia en los ali-
mentos y que la naturaleza,
a través de la miseria, las
guerras y las enfermedades
mantenían un delicado equi-
librio. A Malthus le desagra-
daba esta “solución natural”
y proponía reemplazarla con una acción no natural más civilizada
-según su concepción social-: la moderación moral -a través de la
continencia sexual- que, además de combatir el vicio, permitiría una
reproducción del cuerpo social equilibrado.

Estos últimos autores, como vemos, en definitiva buscaban más


que una revolución política una reforma del poder que estableciera las
bases de un nuevo discurso de dominación, ahora encabezado por
la burguesía, que justificara la distribución del ingreso desigual del ya
consolidado capitalismo como expresión económica en la sociedad.

Ya se vislumbra, en esta “relación social higiénica” como an-


tecedente del pensamiento positivista, el rol que se le debe asig-
nar al denominado delincuente. El que delinque no viola el contrato
sino que su conducta demuestra su naturaleza asocial. Por lo tan-
to, comparando al cuerpo social con el cuerpo humano -paradigma
científico médico aplicado a las ciencias sociales-, ante esta con-
ducta enferma sólo queda “recetarle” una curación o eliminación
en el caso de una conducta incurable. Así, el cuerpo social a través
del “tratamiento” del cuerpo individual se mantiene “sano” con las
medidas médicas apropiadas. La ciudad toda es “tratada” como un
organismo y se ejecutan medidas higiénicas tanto en el ámbito pú-
blico -limpieza, ventilación y remoción de aguas estancadas en hos-


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picios, cuarteles, hospitales, cementerios, etc.-, como en el privado
-saneamiento de viviendas particulares y fomento de la familia como
grupo esencial de la sociedad-.

En relación a la prostitución, cabe agregar que era necesario


perseguir la actividad por la propagación de la sífilis que afectaba
primordialmente a los jóvenes, fuerza de trabajo indispensable para
el desarrollo del capitalismo.

Ahora bien, como sabemos, la revolución industrial tuvo como


líder en su desarrollo al Estado que durante más tiempo mantuvo y
ejerció el discurso de dominación imperial sobre la tierra hasta nuestros
días: Inglaterra. No es casualidad, entonces, que el movimiento higie-
nista haya tenido en ese país el impulso hacia otras latitudes.

Aunque todavía no ingresamos a la tercera etapa -capitalismo


financiero o globalización-, que ya veremos, es importante señalar que
el neoliberalismo tendrá en cuenta el espacio urbano y el apropiamien-
to del mismo para ejercer un control más sutil, tecnológico y ecológico
para el control del conflicto y de los “desviados”.

Todo este escenario, toda esta forma de organización, tenía la


intención de naturalizar el “orden burgués” y sería el sedimento para la
búsqueda de una fundamentación científica; argumento que será en-
contrado en el período inmediatamente posterior al iluminista y que
como síntesis cerrará la etapa que estamos analizando.


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3. Tercer Período (1815-1900). Positivismo. Criminología
Científica

3.1. El pensamiento criminológico: Darwin, Spencer, Gall. Lombroso,


Ferri, Garófalo

El pensamiento criminológico de la clase ya no revoluciona-


ria, sino conservadora del poder político-económico -la burguesía in-
dustrial- pretenderá ser un pensamiento no político, alejado de todo
romanticismo utópico y cercano a toda conducta científica. Los po-
sitivistas y su criatura, la criminología biológica, serán la síntesis, la
negación de la negación dialéctica que comprenderá sin anular a los
dos períodos anteriores. La cuestión criminal se reducirá a la figura del
“autor” penalmente responsable. El “delincuente” y no el “delito” será el
objeto de estudio de los médicos, biologicistas, antropólogos y policías
que buscarán conductas patológicas individuales para explicar el par
conflicto-control y el desborde social provocado por la expansión de la
revolución industrial de la época.

Las preocupaciones por la salubridad, por la sexualidad y esen-


cialmente por el control del ser humano que se produjo en el siglo XIX
sentaron las bases para fundamentar la existencia de una inferioridad
natural en todos los hombres que no compartieran las mismas carac-
terísticas morales, religiosas, estéticas, etc., de la burguesía.

La teoría evolucionista de Charles Darwin (1809-1882) desple-


gada en “El origen de las especies” (1859) sin dudas ha influido; pero
también, otros autores de la época pensaban que los hombres per-
tenecían a distintas especies y que como primera medida no debían
cruzarse para evitar producir “razas degene-
radas”. Fundamento esencial para el impul-
so del racismo, ya que esta teoría permitía
considerar a todo ser humano “no blanco
y no burgués” inferior y, por lo tanto, fuera
de toda consideración filosófica, humanita-
ria, moral y religiosa. Como a un animal, su
apropiación, dominio y castigo serían formas
naturales de tratamiento.

Pero no fue Darwin el creador del denominado “darwinismo so-


cial”, sino un importante autor del período que aplicó los conocimientos
de aquél sobre las especies al desarrollo evolutivo del ser humano:
Herbert Spencer (1820-1903). Efectivamente, Spencer sostenía que

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las sociedades fueron evolucionando desde un estado primitivo hacia
uno con mayor grado de civilización; teoría que justificaba el dominio
de los burgueses ingleses en el orden interno y en el
mundial. Servía para explicar que el Estado no debía
interferir en la selección “natural” de los más fuertes
en el “mercado”; de lo contrario, al intervenir a favor
de los más perjudicados, sólo provocaría su empeo-
ramiento porque evitaría la producción de técnicas de
superación y supervivencia.

Siendo más las ciencias biológicas que las creencias religiosas


las que mayor aporte realizaron al desarrollo de la teoría racista, no
podemos dejar de mencionar a Franz Joseph Gall
(1758-1828), iniciador de los estudios que se ocu-
paban de observar, medir y comparar diferentes
aspectos físicos, en especial los cráneos de los
seres humanos -frenología-. Según el tamaño y el
desarrollo del cráneo se determinaba que su porta-
dor poseía un tipo de personalidad o carácter pre-
dominante que impulsaba su conducta social.

Obviamente, al frenólogo le parecían muy interesantes los crá-


neos de los delincuentes, llegando a estudiarse un universo de perso-
nas que mostraban ciertas características propias de ellos y de nin-
guna otra persona fuera de ese colectivo estudiado. Así, se llega a
explicaciones extrañas como las que pregonaban que de la autopsia
de los individuos considerados pendencieros surgía que sus cabezas
eran más bombeadas y anchas que la de los cobardes, entre otras. El
hecho es que para la frenología la delincuencia no estaba determinada
por un tema intelectual o moral, sino por un condicionamiento biológi-
co, por lo que los esfuerzos penales debían atender estas cuestiones y
no tanto el “hecho”, que sería considerado como una mera consecuen-
cia de la conducta “enferma” del individuo.

En este orden, el médico Cesare Lombroso (1836-1909) es con-


siderado el fundador de la criminología científica a través de su obra “El
hombre delincuente” (1876). Lombroso, como mencionamos con ante-
rioridad, dejó de lado el delito y se centró en el delincuente. Sostenía
que no existía diferencia entre éste último, el loco y el que tenía alguna
insania moral. Tenían en común algún grado de atavismo en su natu-
raleza, idea que le surge de una de las tantas autopsias que realizaba;
en este caso, la producida al delincuente Vilella. Escrutando su cráneo
creyó haber encontrado una peculiaridad muy propia de los homínidos


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no desarrollados -los monos- o de aquellos fetos que no completaron su
desarrollo. Este atraso, este atavismo explicaba -según creía e impuso
por estos tiempos- la conducta del hombre delincuente, considerado un
ser anormal y, lo que es muy importante, esta anormalidad es recono-
cible en sus rasgos físicos
-ayuda indispensable para
la policía científica-.

Su teoría explicativa
de la conducta primitiva
del hombre delincuente
abonaría las ideas racista ya presentes. De esta forma, la nueva disci-
plina científica se concentra, gracias a la influencia de Lombroso, en el
estudio clínico del individuo delincuente.

Otro autor del movimiento italiano en materia criminal, Enrico


Ferri (1856-1929), presentó una tesis en la que buscaba demostrar la
ficción del libre albedrío. A la teoría de Lombroso le sumará la idea de
la defensa social, por lo que la pena para este autor era una represión
necesaria para defender el organismo social, debido a la “peligrosidad”
de algunos individuos.

En un recorrido ideológico extraño, Ferri fue un socialista que


se acercó al conservadurismo para terminar adhiriendo al fascismo.
En una de sus obras principales, la “Sociología crimi-
nal” (1892) y, también en la posterior “Principios de
derecho criminal”, deja en claro que el libre albedrío
no tiene lugar en el derecho penal y que la defensa
social debe ser el objetivo de la justicia criminal. Ade-
más aportó, entre otros temas, los tres tipos de fac-
tores en la causalidad del crimen y la clasificación de
los criminales en cinco clases siendo considerado, en consecuencia,
el divulgador de la versión más conocida y elaborada del positivismo.

La clasificación de los delincuentes, justamente, hizo famosa a


la escuela positivista. Ferri los separó en delincuentes natos, locos, ha-
bituales, ocasionales y pasionales. Al delincuente nato lo consideraba
como una persona no resocializable por poseer una carga congénita y
natural hacia el delito; al loco, un individuo con una anomalía psíquica
que lo lleva a delinquir; al habitual, un sujeto con tendencia a delinquir
en forma frecuente; al ocasional, como a aquél que cede a la posibili-
dad de delinquir pero que si el contexto no es el propicio abandona la
idea de realizar tal acción; y, por último, al pasional como un individuo
con facilidad para exaltarse.

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Lo interesante del desarrollo de la clasificación de Ferri es que
liga las conductas humanas, sean honestas o deshonestas, al ambien-
te físico y social que lo rodea. Lo que da cuenta de la subordinación de
la criminología no sólo a las cuestiones biológicas, sino también a las
sociológicas. En definitiva, propone que bajo un riguroso método cien-
tífico el proceso penal y todo el sistema deberían accionar en forma
objetiva la defensa social ante el que está “determinado” a delinquir.

Por último, pero que no agota la cantidad de pensadores que inten-


taban influir desde el positivismo italiano, Rafaelle Garófalo (1851-
1934), a través de su obra más importante, “Criminología” (1855), es-
taba abocado a encontrar el concepto de delito natural; o mejor dicho,
a demostrar la existencia del delincuente natural bajo una ideología
más racista que científica. Entendía Garófalo que los delitos no son
los mismos y que varían según la sociedad. En realidad pensaba en
las sociedades no europeas, a quienes las consideraba degeneradas.
Por el contrario, las sociedades europeas eran las únicas capaces de
poseer los sentimientos básicos y naturales
de piedad y probidad. Cuando el sentimien-
to de piedad era lesionado se afectaba a la
vida o a la salud y cuando se lesionaba el
de probidad se atentaba contra la propiedad.
Por lo tanto, para Garófalo los delincuentes
naturales eran aquellas personas que vio-
laban esos sentimientos. En este sentido,
para estos individuos no existiría medida de
resocialización posible. Inclusive, se cree
que es el primero en utilizar el concepto de
“peligrosidad”, al incluirlo en un artículo del
año 1878 y definiendo a esta temeritá -peligrosidad- como una actitud
perversa constante y activa, debiendo ser la pena proporcional a la pe-
ligrosidad del individuo y no al daño ocasionado. Por supuesto, estaba
de acuerdo con la pena de muerte y con la expulsión de la sociedad
del “enemigo peligro”.

3.2. Corrientes criminológicas positivistas. Italianos y franceses.


Lacassagne

Otras corrientes criminológicas positivistas se desarrollaron en


otros países, siendo la francesa la que más disputa “intelectual” le pro-
puso a la italiana. En oposición al interés antropológico escrutado por
los autores italianos, los franceses hacían más foco en lo social. Es
decir, como buenos positivistas, centraban la atención en el hombre

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delincuente pero mientras que los italianos pensaban que el hombre
“nace” determinado, la escuela francesa sostenía que éste se “hace”,
se construye en sociedad. Esta diferencia provocó fuertes críticas ha-
cia Lombroso y sumergió a los criminólogos franceses en el estudio del
medio y no de la herencia del hombre delincuente, denominándose por
estos lugares a la nueva disciplina como “mesología criminal”, en vez
de la “antropología criminal” italiana.

Esta escuela tuvo como fundador y autor notorio al médico le-


gista Alexandre Lacassagne (1843-1924), destacándose entre sus
obras “El hombre criminal comparado con
el hombre primitivo” (1882), donde expresa
que el hombre criminal llega a este estado
por degeneración y no por el famoso atavis-
mo, concepto que tomó prestado del campo
psiquiátrico. Degeneración de tipo patológica
que se puede desarrollar en un medio propi-
cio -como los gérmenes, los delincuentes no
producen daño a menos que se encuentren
en un medio propicio-, la teoría de Lacassagne ha sido denominada
“teoría microbiológica del delito”. El ambiente social es el medio en el
que se cultiva la delincuencia, por lo que este autor sostenía que en
la etiología del crimen existían dos factores que se combinaban para
producir el hecho delictivo: el individual y el social.

3.3. El positivismo en Argentina José Ingenieros

En nuestra región el positivismo aparece y se consolida luego de


las luchas internas -en nuestro país, después de la derrota de Rosas
en la batalla de Caseros- en donde el surgente paradigma de domina-
ción centralizado se organiza bajo una estructura estatal conforme los
dictados de la división internacional del trabajo. Para ello, el estableci-
miento y enquistamiento de oligarquías terratenientes y extranjerizan-
tes serán necesarias para abortar cualquier intento de creación de una
burguesía nacional y soberana como sí lo habían propiciado los países
autodenominados “centrales”.

Muchos autores han contribuido al desarrollo positivista en La-


tinoamérica y en Argentina, particularmente. Por estos pagos el ele-
mento común, el delincuente enemigo, era el inmigrante, objeto de
xenofobia y represión bajo la concepción peligrosista positiva europea.
Muestra acabada de esta actitud ha sido en la Argentina la Ley de
Residencia de 1902 -vigente en el centenario, tan republicanamente

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declamado en los últimos años- que autorizaba la expulsión de anar-
quistas y de todo otro “elemento” indeseable proveniente del extranje-
ro y obstaculizador del “orden” y el “progreso”.

El más destacado criminólogo positivista argentino, entre otros,


ha sido José Ingenieros (1877-1925) que cumplió con las máximas
sostenidas hasta hace muy pocos años por
profesores académicos que cuando veían que
algún joven tenía ideas de izquierda se reían
socarronamente y explicaban que estaba bien
que en la juventud se tuvieran “esas” ideas por-
que eran un berretín de la propia inmadurez de
esos años juveniles, pero una vez que se “sen-
taba cabeza” no existía alternativa política que
la de ser conservador. Ingenieros de joven te-
nía preocupaciones socialistas y -se dice- hasta muy cercanas al anar-
quismo, siendo miembro del Partido Socialista, secretario del fundador
del partido, Juan B. Justo (1865-1928) y activo participante en huelgas
mientras los demás positivistas las criminalizaban.

Pero luego de especializarse médicamente en patologías men-


tales y siendo receptivo al pensamiento de José María Ramos Mejía
“sentaría cabeza” y desde el rol de profesor en psicología y desde el
servicio de alienados de la Policía se convertiría en el mayor apóstol
de la fe positivista en Argentina. Tanto es así que en 1907 fue nom-
brado director del primer Instituto de Criminología que, como anexo,
funcionaba en la Penitenciaria Nacional de la calle Las Heras.

En su tratado de “Criminología” (1912) hace gala del cono-


cimiento que tenía sobre el positivismo médico europeo -conocía
la obra de Lombroso, pero también la de sus críticos- diferenciaba,
como lo hacían los criminólogos franceses, a los delincuentes por
sus anomalías morales -congénitas en los delincuentes natos, ad-
quiridas en los habituales y transitorias en los ocasionales-; también
por sus anomalías intelectuales -congénitas en las locuras constitu-
cionales, adquiridas en las locuras adquiridas y transitorias en alco-
hólicos u otros intoxicados- y, por último, por sus anomalías volitivas
-congénitas en los epilépticos, adquiridas en los alcohólicos crónicos
y transitorias en los impulsos pasionales-.

Como pionero en el sentido criminológico positivista argenti-


no, Ingenieros propuso un programa que esbozaba tres momentos:
un momento etiológico criminal que buscaba las causas biológicas


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y las determinadas por el ambiente; otro, que prevé una clínica cri-
minal para determinar la temibilidad del delincuente; y, por último, el
que contiene una terapéutica criminal, la pena, que debía asegurar la
defensa social a través de medidas preventivas y el asilamiento en
instituciones según el grado de peligrosidad del delincuente.

Como se puede observar, el positivismo, síntesis de la etapa


que se acaba de describir, sostenido en la ciencia médica y la crea-
ción de instituciones represivas -cuerpo policial, penitenciario, etc.- y
de aislamiento -hospitales, hospicios, manicomios-, sienta las bases
del discurso de dominación político, económico y social de la burgue-
sía en la cima del proceso de toma de decisiones. Esto cambiará en
la próxima etapa, cuando se analice, en el siglo XX el surgimiento del
capitalismo imperial, con su propia criminología que estará basada
más que nada en la cuestión social que en la individual, pero que
mantendrá los pilares ideológicos, políticos y económicos de los tres
períodos analizados de esta etapa. La criminología europea cruzará
el atlántico y será el escenario estadounidense el que desplegará una
nueva visión criminológica. De un contexto en decadencia -el euro-
peo- se pasará a estudiar al delincuente en un tejido social marcado
por el ingreso masivo de inmigrantes a un país consolidado en el
modelo industrial -Estados Unidos-, luego de dirimir esa disputa en la
guerra civil de fines del siglo XIX.


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Bibliografía

• ANITUA, Gabriel Ignacio. “Historia de los pensamientos criminoló-


gicos”, Editores del Puerto S.R.L. (2006), primera edición, Buenos
Aires, Argentina.

• CIAFARDINI, Mariano. “Globalización. Tercera (y última) etapa del


capitalismo”, Ed. Luxemburg, (2011), primera edición, Buenos Aires,
Argentina.

• MARX, Karl - Engels Friedrich. “La Ideología Alemana”, Nuestra


América (2010), primera edición, Buenos Aires, Argentina.

• ZAFFARONI, Eugenio Raúl. “La palabra de los muertos. Conferencias


de criminología cautelar”, Ediar, (2011), primera edición, Buenos Aires,
Argentina.


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