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ACTIVIDAD INTEGRADORA 3

1. A partir de la lectura del caso (el que podrá descargar desde el link correspondiente al
final de la página) , y teniendo en cuenta el texto “La toxicomanía y sus marcas”,
explique lo planteado por la autora respecto de la adicción como “modo de consumirse
el sujeto”.
2. Considerando el texto “El consumo. Una modalidad de ser en la adolescencia”, analice
aquellos aspectos que se presentan en el Caso Sabrina.

CASO SABRINA

Sabrina fue adicta en la adolescencia y estuvo tres años en tratamiento. Recuperada, terminó la
universidad. Hoy ayuda a otras personas a rehabilitarse.
A los 16 años, lo que para Sabrina era un acto de rebeldía constituyó su ingreso al mundo de las
drogas. Sus padres se habían separado. Cambió de colegio y dejó de ser la alumna aplicada,
introvertida y de buena conducta que había sido hasta entonces. “Yo soy una chica estructurada,
no me gustan los cambios. Creo que acceder al mundo de las drogas no tiene que ver con 'las
juntas'; yo las elegí. Cuando me cambié de colegio me hice de un grupo de chicos que
consumían. A mí nadie vino y me dijo 'venite'. Yo quería drogarme para salir de esa imagen de
santita, sentía que me iba a dar más fuerza y confianza en mí. Quería acercarme a eso de la
rebeldía, dar un giro para separarme de la Micaela que era en el otro colegio”, recuerda.

Así fue que, a mediados de su tercer año de secundaria comenzó el sinuoso camino de la
adicción. Al principio empezó consumiendo marihuana junto con sus compañeros de colegio en
reuniones sociales y, a los seis meses, comenzó con la cocaína. “Me acuerdo que mi hermana en
ese momento estaba saliendo con un chico que consumía cocaína. Le pedí y me dió. Estaba en
mi casa, era de mañana, mi mamá no estaba. Estábamos con mi hermana, el novio y yo. Le pedí,
me fui al cuarto y consumí sola. Me parecía muy careta quedarme solo con la marihuana”,
comenta.

A partir de ahí, comenzó a consumir diversas drogas y fármacos. “Al principio no compraba, era
por amigos, después empecé a averiguar cómo conseguir. Había un dealer que paraba cerca de
mi casa. La primera vez que fui a comprar me habían dicho 'ahí en el pool venden' -ya no está
más ese pool, siempre que paso me acuerdo-. Fui con un amigo, encaré yo porque a él le daba
vergüenza, tendría 17 años. Estaba nerviosa, me temblaba la voz, creo que compré marihuana, y
ahí me quedó el contacto y seguí yendo. Iba con mis perros, después le pregunté si tenía pichi
(cocaína). También consumía pastillas mezcladas con alcohol. Yo no tomo alcohol, solo lo hacía
para tomar las pastillas. Teníamos recetas y un sello médico que se había conseguido y las
comprábamos en la farmacia”, explica.

De sus últimos años de secundaria recuerda haber consumido incluso en el baño del colegio.
“Cocaína y ácido, lo que no se notaba. Pero para mí en ese momento no era algo loco consumir
en el colegio, porque drogarme era mi modo de vida”, recuerda Sabrina.

“Cuando terminé el colegio, como no hacía nada, me drogaba todo el día en mi casa. Pero lo
que consumía dependía de que lo pudiera manejar con mi vieja cuando llegaba a la noche de
trabajar. Por lo general era marihuana, cocaína y ácido los fines de semana. El tema es que yo en
esa época no tenía plata, dependía de lo que me dieran mis viejos. Eso también limitaba el
consumo. Lo que más consumía era marihuana porque era lo más barato. Muchas veces mi
mamá me encontró droga. Yo le decía 'es solo marihuana'. Mi mamá no podía poner límites,

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estaba divorciada, mi papá era grande (tenía más de 70 años) y no podía contar demasiado con
él”, continúa Sabrina.

Para ese entonces, la droga ya se había incorporado definitivamente en su vida. “En ese
momento yo me imaginaba que toda mi vida iba a seguir drogándome, que iba a tener hijos y
me iba a seguir drogando. Te empezás a proyectar, eso es la adicción. Además, yo no recordaba
otra forma de vida, por eso es que pensaba que toda mi vida iba a seguir así”, lanza.

Hoy, cuando mira atrás, piensa “¿esa era yo?”. “Yo me odiaba, por eso me maltrataba. No sentía
el drogarme como un maltrato. Pero a veces, cuando me acostaba con los efectos de la coca y
la pepa, me decía 'sos adicta, ya está'. Pensás 'nunca más', pero te dormís y al otro día volvés.
Cuando te da un bajón de cocaína o de ácido, se te aparecen todos tus fantasmas, como un
video de tu vida con las peores escenas y no podés hacer nada sino bancarte hasta que te
llegue el sueño mientras tu cerebro no para de decirte lo mierda que sos, que no vas a
conseguir novio, que tu vida es una mierda”.

El camino a la recuperación

A los 20 años comenzó terapia por problemas en la relación con un chico. Durante las sesiones,
le contó a su psicóloga de su adicción. “Me dijo: ‘Yo no voy a decir nada por el secreto
profesional, pero si me pregunta tu mamá se lo voy a decir, porque sos menor’. Un día, de las
tantas veces que mi mamá me vio drogada, le cayó la ficha. Me acuerdo que volvió un día del
trabajo, me contó que había hablado con la psicóloga, que esto así no iba a seguir y que tenía
que empezar un tratamiento. Le recomendaron un centro de rehabilitación de adicciones, y ahí
empecé”.

Después de más de tres años de haber convivido diariamente con la droga, y tras la imposición
de su madre, tuvo que embarcarse en un tratamiento para salir de su adicción. Sabrina recuerda
que al principio no quería ir. “Era un embole, iba a tener que dejar de drogarme, de ver a mis
amigos. Un fin de semana que salí con ellos, les conté. ‘¡Qué garrón! -me decían- no cambies los
gustos musicales, porque todos los que se internan terminan escuchando cumbia’. Ahí te das
cuenta qué clase de amigos eran”, reflexiona.

El viernes 6 de julio de 2001 empezó el tratamiento. Tuvo que sacar los posters de su cuarto y
también la tele. “La idea es que el cuarto sea un lugar donde vas a dormir y desprenderte de
todo lo que venías haciendo. Dejás de escuchar alguna música que asociás con la que
escuchabas cuando te drogabas. Yo tuve que desprenderme del disco Natural Mystic, de Bob
Marley. Se lo di a mi vieja. Hoy lo escucho y me acuerdo que lo escuchaba para ir a comprar
droga. La parte de consumo no era lo difícil. Lo difícil en ese momento era que tenía que ser
“careta” y armarme la vida de cero, con gente nueva”.

El tratamiento era ambulatorio, iba de 2 a 6 de la tarde. “Al principio no tenía ganas de ir. No
hablaba en los grupos de las cosas que tenía que hablar, porque era difícil. Tenés que hablar de
muchas cosas que te pesan mucho. Una vez le dije a Sergio, el director terapéutico, a quien al
principio odiaba pero que ahora quiero mucho, ‘¿por qué querés que hable de las cosas que
vengo sufriendo de toda la vida?’. En realidad lo volvés a sufrir, pero contenida, con gente que
te da herramientas para decirte cómo seguir. Cuando dicen que la droga es mala, es porque
cuando te drogás te sentís bien porque te evadís de los problemas. Lo malo es que es algo
pasajero, superficial, porque los problemas no se resuelven, no desaparecen. El tratamiento te
hace laburar en los agujeros que tenés. Después empezás a contar historias que nunca le

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contaste a nadie, ni pensaste que lo ibas a contar, cosas que no contás cuando te estás
drogando porque te sentís una pelotuda. Y llega un punto que te comprometés con el grupo, el
tratamiento y con vos”.

Durante el tratamiento fue aprendiendo cómo afrontar lo que le pasaba y qué hacer para no
recaer. “Porque no es que no te va a pasar lo mismo. Muchos de nosotros seguimos haciendo
terapia, a veces volvemos, seguimos en contacto, el tratamiento te devuelve la vida. A mí me
devolvió la confianza porque te sentís parte de un grupo que te acepta como sos, que te enseña
a relacionarte con vos mismo, a mostrarte que sos único y libre de cualquier atadura. No sentís
que estás en una secta o que te están lavando el cerebro”.

El tratamiento duró tres años. “El proceso hizo que me encontrara con mi hermana y que
frenase la competencia. Pude tener otra relación con mi mamá y mi papá. Nunca recaí. He
tenido compañeros que sí, y que volvieron y terminaron el tratamiento, y he tenido compañeros
que no. Hoy no tengo miedo de recaer, tengo siete años y medio de graduada. Los dos
primeros años son los más difíciles. Por ejemplo, si hoy vuelvo a fumar marihuana, aunque sea
una seca, tengo que volver a hacer el tratamiento. Pero ahora si voy a un lugar y están fumando,
no me dan ganas. Porque mientras pasan los años y vas generando cosas que te hacen bien
(por ejemplo hacer una carrera, irte a vivir sola, tener tu grupo de amigos) todo eso te va
alejando de lo otro. Lo comparás y decís: ‘No, no le encuentro sentido’. Lo que hacés en el
tratamiento es construir los cimientos para esa casita que va a ser tu vida, si construís para
arriba es difícil que vuelvas a recaer. Mi viejo falleció en este tiempo que estuve de graduada y
no se me ocurrió volver a consumir”, asegura.

La vida tiene sentido

Además de poder rehabilitarse de su adicción, Sabrina se recibió de licenciada en Relaciones


Públicas y hoy, entre sus tareas, colabora en el área de prensa de la fundación que la ayudó a
encauzar su vida. “Yo estaba convencida de que nunca me iba a recibir de nada. Seguramente si
mi mamá no me hubiera llevado al centro de rehabilitación, no sólo seguiría consumiendo sino
que seguiría sin ser yo misma, transando con sentimientos y opiniones de otros para poder
'pertenecer', para sentirme parte. Seguiría desconfiando de todos y me sentiría muy sola y con
muy baja autoestima, sin tener amor propio. Afortunadamente, hoy tengo un trabajo (soy
asistente de cuatro directores en una empresa de tecnología), soy docente, me mantengo, vivo
sola, tengo mi gatita. Después de recibirme le propuse a la fundación ocuparme de la prensa.
Empecé haciendo las campañas en Google con palabras relacionadas, les propuse rediseñar el
sitio. Y ahora soy medio la vocera de Valorarte, me gustaría laburar full time en eso”.

“Como hay mucho prejuicio con respecto al que se droga y no se conoce mucho qué pasa con
el que terminó el tratamiento, no lo cuento para que no se me juzgue. Si el día de mañana un
hijo mío cae, no creo que sepa manejarlo, es algo a lo que le tengo miedo. En general, hay una
tendencia: padre que fue adicto, tiene hijos adictos. Así como se sabe que solo un 7% de los
adictos que hacen el tratamiento se terminan recuperando. Cuando tenga un hijo, por supuesto
que se lo voy a contar, es parte de mi vida”.

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