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El Imperio Bizantino, conocido también por «Bizancio o de Imperio Romano de

Oriente». Bizancio, Constantinopla o Estambul, tres nombres para la misma


ciudad que fue la capital más importante de todo Oriente Próximo. Un imperio
que perduró en el tiempo y que ha sido inspiración de leyendas y cuentos
asombrosos. Ya es hora de conocer el verdadero Imperio Bizantino, una
historia larga pero que intentaremos resumir lo más posible.

ORIGEN DEL IMPERIO BIZANTINO


Cuando el Emperador Teodosio, consciente de lo costoso y difícil que resultaba
mantener la seguridad de las fronteras del Imperio, decidió en el año 395 d.C.,
dividirlo en dos partes: una oriental y otra occidental. El Imperio Romano de
Oriente fue entregado a su hijo Arcadio.
El Imperio Romano de Occidente, no pudo soportar los insistentes ataques
germanos, desapareciendo en el año 476 d.C. Por el contrario el Imperio
Romano de Oriente, también conocido como Imperio Bizantino, consiguió
perdurar hasta el año 1453, cuando los Otomanos invadieron la ciudad de
Constantinopla.

Caída de Constantinopla

El Imperio Bizantino era una algamasa de pueblos, que durante diez siglos supo
unir la cultura griega y la romana, consiguió que convivieran religiones como la
cristiana y la pagana, mezcló las costumbres de occidente con las de oriente.
Consiguiendo una riqueza cultural en todos los sentidos, recogiendo de cada
cultura lo que podía ser provechoso para una sociedad tan diversa. Dentro
del Imperio Bizantino, se hablaba el griego a pesar de considerarse romanos,
pues no dejaban de ser descendientes directos de los Emperadores de Roma.

CONSTANTINOPLA
Cuando Teodosio dividió el Imperio, otorgó la capitalidad del Imperio Romano de
Occidente a Roma, mientras que la capital del Imperio Romano de Oriente,
se convirtió en Bizancio, que tras la restauración de la ciudad por parte de
Constantino y con esa nostalgia del Imperio Romano, la llamo Nueva
Roma, nombre que no perduró en el tiempo ya que se la comenzó a llamar
Ciudad de Constantino, Constantinopla.
Bizancio había sido una antigua colonia griega, fundada por el Rey Bizas, según
relata la mitología griega. Será más tarde cuando este Imperio se le comience a
nombrar como Imperio Bizantino.

Constantino consiguió en tan solo 6 años reconstruir una ciudad de un tamaño y


con una arquitectura que nada tenía que envidiar a la ciudad de Roma.

Bizancio o Constantinopla, se encontraba en un punto estratégico, era la


puerta de entrada de Europa a Asia. Pasando del Mediterráneo al Mar Egeo y
desde ahí a través del estrecho de los Dardanelos, se llega al mar de Mármara,
una vez atravesado, llegamos a Constantinopla, por último, atravesando el
estrecho del Bósforo llegamos al mar Negro. Una ubicación estratégica como
punto de tránsito y de comercio entre Europa y Asia Menor.

Llegó a ser una de las ciudades más pobladas del mundo, debido a su gran
actividad cultural y económica. Constantinopla a menudo era atacada por tribus
germanas, hasta que, en el siglo V, el Emperador Teodosio II, construyó una
muralla de tres muros y 12 metros de altura que rodeaba la ciudad, y de la que
todavía quedan restos. Las murallas tenían una longitud de 19 km entre los que
se distribuían 96 torres de vigilancia.

NACE UN NUEVO IMPERIO: EL IMPERIO BIZANTINO


El Emperador Arcadio, heredero de Teodosio I, y primer Emperador del Imperio
Romano de Oriente o Imperio Bizantino, luchó incansablemente por mantener
las fronteras controladas y seguras. Ante los incesantes ataques bárbaros que
habían acabado con el Imperio Romano de Occidente, Teodosio II sucesor de
Acadio, reforzó las murallas originales de la ciudad de Constantinopla, por otra
compuesta de 3 muros de 12 metros de altura, que acabamos de comentar,
consiguiendo mantener la ciudad a salvo dese el siglo V, hasta el XIII, haciendo
de ésta una ciudad prácticamente inexpugnable.
El imperio repelió invasiones como la de los hunos o los
Ostrogos. Zenón, en el año 487, provocó a Teodorico para que invadiese Italia
y matase al rey germano Odoacro a cambio de darle el gobierno de Italia, hechos
que se produjo en el año 493, liberando al Imperio Bizantino de dos rivales
directo, Odoacro en Occidente y de los molestos Ostrogodos, que amenazaban
constantemente al imperio. Los godos acabaron con el Imperio de Occidente,
para fundar un nuevo reino El Imperio Germánico de Occidente, mientras que
el Imperio de Oriente se vio liberado de los constantes ataques a los que había
sido sometidos.

La situación durante el siglo V, era la siguiente:


Año 408 – Muerte de Arcadio, primer emperador en la historia del Imperio
romano de Oriente.
Año 425 – Teodosio II lleva a cabo la reforma la Universidad de la ciudad de
Constantinopla
Año 450 – Sube al trono Marciano.
Año 457 – El Patriarca de Constantinopla corona a León I.
Año 475 – Golpe de Estado de el general Basilisco
Año 476 – Cae Rómulo Augústulo, último emperador del Imperio romano de
Occidente.
Año 476 – Zenón recupera la estabilidad para el Imperio de Oriente.
Año 491 – Anastasio I, asume la corona del reino.
Año 493 – Teodorico con el consentimiento del Imperio bizantino, se hace cargo
de Italia.

EL IMPERIO BIZANTINO DE JUSTINIANO (527-565)


Justiniano, accedió al trono en el año 527, recibió una excelente educación
milita y cuando llegó al poder quiso desarrollar una idea que había madurado a
lo largo de su vida, la idea de que sólo tenía que existir un único rey para
ejercer la autoridad política en todo el mundo cristiano, y ese rey debía ser
el Emperador Bizantino.

Imperio Bizantino a la subida al trono de Justiniano

Fue la etapa de mayor apogeo del Imperio, para conseguir unificar todos los
reinos cristianos, se propuso restablecer las fronteras de lo que había sido el
Imperio Romano. Una vez asegurada la frontera oriental del imperio, amenzada
por el fuerte expansionismo del Imperio Persa, saldada en la batalla de Dara en
el año 530, volcó todo su empeño en conquistar lo que había sido el Imperio
Romano de Occidente.

Victorias a cargo de sus generales Belisario y Narsés, conquistando las


antiguas provincias romanas del norte de África ahora en manos de los vándalos,
así como las islas de Córcega, Cerdeña y Baleares. Después
anexionaron Dalmacia, hasta que en el año 536 consiguieron entrar en Roma.
Aprovechando en el año 552, una serie de disturbios en los territorios Visigodos
de Hispania, Justiniano logró anexionar al Imperio gran parte del sur de
Hispania, provincia a la que llamó Spania, región que no abandonarían hasta el
año 620.

Pero estos sueños tenían un coste, las campañas en Occidente y los


espectáculos de exaltación, dejaron las arcas del estado bastante debilitadas,
cayendo en una profunda crisis económica que tardarían en superar. La forma
que Justiniano encontró para revitalizar la hacienda, era a través de fuertes
impuestos a los ciudadanos, provocando grandes revueltas que estuvieron a
punto de costarle el exilio, al emperador.
Por otro lado un brote de Peste en el año 534, llamada Peste de Justiniano,
agravó si aún se podía más, la situación económica del Imperio, diezmando la
población de Constantinopla en 1/3 (un tercio).

La muerte de Justiniano se produjo en el año 565, acabando así uno de los


periodos más importantes y florecientes del Imperio Bizantino.

EL IMPERIO BIZANTINO DESPUÉS DE JUSTINIANO


Los siguientes siglos no fueron especialmente buenos para el Imperio Bizantino,
se sabe que fue una época de fuertes dificultades, el Islam comenzaba a
conquistar las regiones con más recursos, los búlgaros y los
eslavos amenazaban por el norte del Imperio, luchas contra el vecino imperio
persa en el este del Imperio, todo esto añadido a las luchas internas entre el
poder religioso y el terrenal, hicieron que los siglos VII y VIII, se considerada
una época oscura que no sirvió para otra cosa que para salir como un Imperio
más afianzado y reforzado.
Justino II, sucedió a Justiniano, pero se trataba de un emperador demasiado
enfermo y demasiado loco, incapaz de administrar y de hacer frente a las
amenazas externas, murió dejando a Tiberio II a cargo del Imperio. Un
emperador que no tenía afán expansionista y a quien no le importó dejar caer
Italia a manos de los lombardos o bárbaros.
Los persas seguían adentrándose cada vez más a través de las provincias
orientales del Imperio, pero pronto cambiaría la amenaza persa por
la árabe, convirtiéndose en una adversario mejor preparado y más temido. Los
árabes habían ocupado las provincias de Siria, Palestina y África del Norte,
Hispania en manos de los Visigodos, dejando al Imperio Bizantino reducido a a
Grecia, el sur de Italia y Asiamenor.
Cuando los turcos en el siglo XI, se apoderaron de Asia Menor, la situación se
hizo crítica. A partir de este momento se puede decir que se inicia el declive del
Imperio Bizantino, dándose por finalizado en el año 1453, cuando
los Otomanos ocuparon Constantinopla.
RELIGIÓN Y CULTURA DEL IMPERIO BIZANTINO
En la época de Justiniano, Bizancio vivió su máximo esplendor, con figuras
tan destacadas como Nano de Panópolis y Pablo Silenciario o el historiador
Procopio, desgraciadamente también fue en esta época cuando se clausuró la
Academia de Atenas.
Hacia el año 528, se codificó el Derecho Romano en el Código de Justiniano
o Corpus Iuris Civilis, un código civil que no solo regulaba las relaciones
patrimoniales de los ciudadanos, como ocurre con el actual Derecho Civil, sino
que además se ocupaba de delitos criminales o de orden público y privado.

En cuanto a el arte de la arquitectura, los bizantinos destacaron por la profusa


decoración y la belleza de sus iglesias. Sus construcciones de planta de cruz
griega con cúpula sobre pechinas, no podemos dejar de mencionar la Iglesia de
Santa Sofía en Constantinopla o la Basílica de San Marcos de Venecia.
Los interiores de las iglesias bizantinas eran explosiones de color y lujo,
compuestas de preciosos mosaicos, decoraban los ábsides y las cúpulas de
éstas. En cuanto a la escultura destacaban los relieves sobre marfíl.
Los bizantinos supieron combinar y fusionar elementos de todas las culturas
que convivian en el Imperio, como eran los grecorromanos, orientales y
cristianos. Se crean verdaderas bibliotecas con recopilaciones de
las grandes obras clásicas, tanto en las escuelas, en las universidades o en
monasterios como el del monte Athos en Grecia.
A pesar de que Bizancio fue regido por la ley e instituciones políticas romanas
y su idioma oficial era el latín, el griego también se habla, y los estudiantes
recibieron la educación de la historia griega, la literatura y la cultura.
En términos de religión, el emperador bizantino era el patriarca de
Constantinopla, es decir el jefe de la Iglesia y del Estado, era el líder espiritual
de la mayoría de los cristianos orientales
IMPERIO BIZANTINO| EL FIN DEL IMPERIO BIZANTINO
La caída de Constantinopla, que tuvo lugar en el 29 de mayo de 1453, no podía
ser sino la crónica de una muerte anunciada. El desintegrado Imperio Bizantino,
otrora indestructible, había empezado su declive tiempo atrás y el avance
inexorable de los otomanos, que habían conquistado a la altura del siglo XV
enormes territorios en Asia y el norte de África, no encontró en ellos una gran
oposición.
Sin embargo, su caída supuso un verdadero shock para el mundo cristiano, que
veía cómo las puertas de Europa se habrían para los otomanos. Asimismo, la
caída de Constantinopla suponía el fin de un Imperio que había durado más
de mil años y al que, pese a los reclamos del Sacro Imperio Romano
Germánico, se seguía considerando en buena medida como los herederos más
directos del célebre y glorioso Imperio Romano.

De hecho, la conquista de esta mítica ciudad fue tan importante que los
historiadores han considerado 1453 como la fecha de referencia que separa
la edad Media de la Edad Moderna.

La caída de Constantinopla influyó de diferentes y destacadas formas en la


cultura occidental de la época. Así, por ejemplo, se sabe que, ante la inminente
caída de la milenaria ciudad, muchos artistas e intelectuales de origen bizantino
decidieron partir hacia occidente. Se establecieron especialmente en diferentes
territorios de Italia, con los que Bizancio habían tenido intensas relaciones
comerciales.
Dichos intelectuales y artistas llevaron consigo sus conocimientos y muchos
manuscritos de todo tipo que querían salvar de la destrucción que los otomanos
dejaban a su paso. De esta forma, llegaron a Occidente una enorme cantidad de
conocimientos que no se conocían previamente y que tuvieron una gran
influencia en el auge del Renacimiento que se estaba produciendo,
especialmente en el caso de los escritos de la filosofía neoplatónica.
En todo caso, el final del Imperio Bizantino supuso un duro golpe para la
Cristiandad Occidental. No solo desaparecía un símbolo político, ideológico,
religioso y cultural que había sido referencia durante milenios, sino que
significaba que el peligro otomano ya no tenía apenas ninguna barrera que le
separara de Europa.
De hecho, los enfrentamientos entre diferentes ejércitos cristianos y el poder
turco fueron constantes durante las siguientes décadas, llegando a sitiar la
célebre ciudad de Viena en varias ocasiones, la última de ellas más de dos siglos
después de la caída de Constantinopla, en 1683. Este impacto convirtió su
reconquista en una ambición constante pero, aunque el papa Pío II llamó a todos
los líderes cristianos a una Cruzada para reconquistarla en 1459, esta nunca se
llevó a cabo.

La Guerra Greco-Turca de 1919-1922

Durante la guerra Greco-Turca que se desarrolló entre 1919 y 1922, el


gobierno griego, bajo la idea Megali, quiso intentar la reconquista de
Constantinopla, aprovechando que el Imperio Otomano había quedado muy
debilitado tras el fin de la I Guerra Mundial (1914-1918).
Sin embargo, los griegos nunca lograron este objetivo y fueron derrotados en
esta contienda, siendo obligados por los hechos posteriores a abandonar todo lo
relacionado con el proyecto Megali. Sin embargo, algunas corrientes e ideologías
griegas todavía defienden la unión política de aquellos territorios de origen étnico
griego y que muchos territorios vinculados al antiguo Imperio Bizantino (incluida
la actual Estambul) deberían formar un complejo grupo unido.

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El Imperio Romano de Oriente o también llamado Imperio Bizantino, se
originó en el año 395 d.C. cuando el emperador Teodosio dividió el Imperio Romano en
dos: Oriente y Occidente.
A diferencia del Imperio Romano de Occidente, que fue destruido por los
germanos en el año 476 d.C., el Imperio Bizantino logró sobrevivir a la amenaza
germánica. Por eso perduró por casi diez siglos, hasta el año 1453 en el que los turcos
otomanos ocuparon su capital, Constantinopla.
A lo largo de diez siglos, los bizantinos, que eran en realidad una pluralidad de pueblos,
lograron fusionar la cultura de los griegos y romanos, los elementos religiosos de
cristianos y paganos y las costumbres occidentales y orientales. De esta manera
conservaron los aportes culturales de la antigüedad y los re-elaboraron bajo nuevas
formas.
Aunque hablaban griegos, los bizantinos se llamaban así mismos romanos, pues
consideraban herederos de este antiguo imperio. Por eso a Constantinopla se le conocía
también como la nueva Roma.

CONSTANTINOPLA
Actualmente esta ciudad no existe con este nombre, hoy en día esta antigua ciudad se
llama Estambul.
Fue construida por el emperador Constantino en el año 330, se construyó sobre la
antigua ciudad griega de Bizancio. En sólo seis años edificó una ciudad cuyo tamaño y
arquitectura eran equiparables a los de Roma y la llamo Constantinopla.
Constantinopla se ubicó entre el Mar Negro y el Mar Mármaro; estaba rodeado de mar
y era el paso obligado de todos los comerciantes que viajaban por mar o por tierra entre
Asia y Europa. Hasta el siglo XIII fue una de las ciudades más pobladas del mundo: sólo
Bagdad la gran ciudad del islam la igualó.
Para proteger Constantinopla de los germanos, el emperador Teodosio II, construyo en
el siglo V una muralla triple de unos 12 metros de altura que rodeo la ciudad. Esta
muralla recorre unos 19 km y tiene 96 torres, desde las cuales los soldados bizantinos
divisaban al enemigo.
LA HISTORIA DE UN GRAN IMPERIO
Desde la caída del Imperio Romano de Occidente, los gobernantes bizantinos
añoraban los tiempos en que este imperio dominaba todo el Mediterráneo. Uno de ellos
fue el emperador Justiniano, intento restaurar la grandeza del viejo imperio.

JUSTINIANO

Mapa Imperio Bizantino

Justiniano, sobrino del emperador Justino, llego al trono en el año 527. Justiniano era
como su tío, hijo de un simple campesino. Sin embargo, desde joven, recibió una
excelente formación militar. Al momento de su ascensión al trono, el Imperio Bizantino
incluía la Península Balcánica, Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto. Sin embargo,
Justiniano pensaba que el mundo cristiano debía tener una única autoridad
política: el emperador bizantino.
Con estas ideas y con la ayuda de los generales Belisario y Narsés, Justiniano se
apoderó de los territorios vándalos del norte de África, Córcega, Cerdeña y de las Islas
Baleares; conquisto Italia y Sicilia, dominadas por los ostrogodos y por último ocupó el
suroeste de la España visigoda.
Luego Justiniano emprendió la reforma del estado bizantino para renovar las
bases sobre las que se asentaba el imperio. Reorganizó la administración central,
residente en Constantinopla, que supervisaba a los funcionarios de provincias.
Además, decidió clasificar y editar las leyes romanas. Para ello, encargo al
jurista Triboniano la redacción del código Justiniano, que incluyo todas
las constituciones dictaminaras desde la época del emperador Adriano. Por otra
parte, mejoro la situación de la hacienda pública y de la recaudación de
impuestos, para sostener una organización civil y militar más eficiente.
Justiniano murió en el año 565, año en que concluyó uno de los periodos más brillantes
de la larga historia bizantina.

EL IMPERIO DE LOS SUCESORES DE JUSTINIANO


Poco tiempo después de la muerte de Justiniano, los bizantinos perdieron
posesiones conquistadas en Europa Occidental y debieron afrontar el avance de los
ávaros, eslavos y búlgaros que presionaban para internarse en la Península de los
Balcanes.
Los persas por su parte de adentraron cada vez más en las provincias orientales del
Imperio Bizantino. Sin embargo, el peligro persa fue sustituido por el árabe, que se
convirtió en el adversario más temible, ya que en el siglo VII ocupo Siria, Palestina
y el norte de África. Entonces, el imperio se redujo a Grecia, Asia Menor y el sur de Italia.
En el siglo XI la situación empeoró, cuando los turcos, en especial la tribu de los
seducidas se apoderó del Asia Menor. Estos acontecimientos marcaron el inicio de la
decadencia de Bizancio, que concluyo en 1453, cuando otra tribu de turcos, los
otomanos, ocupo Constantinopla.

ORGANIZACIÓN POLÍTICA
En contraste con las monarquías germanas, el Imperio Bizantino contó con una sólida
organización política.
El imperio constituía una monarquía teocrática en la que el emperador
o basileus era considerado el delegado de Dios en la Tierra y por lo tanto un personaje
sagrado. Por eso fue el jefe de la Iglesia y con tal podía nombrar a los patriarcas. Al
emperador se lo representó como a los santos con la cabeza rodeada por un halo de
luz.
Con un poder absoluto, el emperador fue también el jefe supremo de la administración
y del ejercito bizantino. Para su acción de gobierno contaba con tres instrumentos.

La burocracia civil, conformada por funcionarios que eran verdaderos profesionales


de la administración pública.

El ejército, muy numeroso, integrado por soldados de las más diversas


nacionalidades. En las zonas de frontera la defensa se completó con las estradiotas,
que eran soldados campesinos a quienes se les pagaba mediante la entrega de tierras.

La iglesia bizantina que a diferencia de lo que ocurría en Occidente, se encontraba


subordinada al emperador. Esta característica se le conoce como césaro-papismo.

LA RELIGIÓN
La sociedad bizantina era profundamente religiosa: todas las actividades cotidianas
estaban estrechamente ligadas a la región. Por ello los pleitos o querellas envolvían a
todo el pueblo y creaba serios problemas políticos.
Esto ocurrió por ejemplo con el monofisismo, una corriente religiosa que sostenía
que Cristo poseía una sola naturaleza, la divina, y que contrariaba a la posición cristiana
que invocaba la doble naturaleza de Cristo: humana y divina.
El monofisismo fue popular en Siria y Egipto, por eso, estas regiones trataron
constantemente de separarse del imperio. Esto último facilitó la conquista por los
árabes.
En el siglo VIII se originó otra querella promovida por los iconoclastas. Éstos
sostenían que las imágenes religiosas o iconos llevaban a prácticas supersticiosas,
porque se adoraba en ellas a la imagen representada y no al Dios verdadero. Además,
los iconoclastas buscaban disminuir el poder económico y social de los monjes.
A diferencia del monofisismo, los iconoclastas fueron protegidos y estimulados por
algunos emperadores bizantino. Este hecho provocó un distanciamiento entre estos
monarcas y el Papa romano, que se oponía a esta corriente religiosa.
Este proceso culminó con el cisma de Oriente entre la cristiandad occidental y
oriental, en 1054. En tanto que la primera aceptó como jefe espiritual al Papa de Roma,
el Oriente reconoció como jefe supremo al patriarca de Constantinopla. La Iglesia de
Oriente se llamo griego-ortodoxa.
LA ECONOMÍA
A lo largo de diez siglos de historia, Bizancio fue uno de los centros económicos más
importantes del mundo medieval. La economía bizantina fue mayoritariamente agraria.
Las grandes propiedades agrícolas estaban en manos de la Iglesia y de la aristocracia,
pero también había pequeños propietarios que con el correr de los siglos,
desaparecieron, incorporándose los grandes dominios como colonos.
Por otro lado, Bizancio no descuido las actividades artesanales ni el comercio. Este
imperio desarrolló un importante comercio internacional. Gracias a esta actividad,
en los mercados de Constantinopla y de otras ciudades del imperio se podían hallar
productos de zonas tan diversas como, por ejemplo, China, Persia y España. Los
artesanos bizantinos fabricaban a su vez numerosas piezas que se vendían al
extranjero.
Por ello, la moneda bizantina, el besante, fue aceptada en todos los mercados de la
Edad Media hasta el siglo XI. Se trato por lo tanto de una moneda internacional.

UNA CULTURA DE SÍNTESIS

Imperio Bizantino Iglesia San Marcos

La cultura bizantina fue una admirable síntesis de elementos grecorromanos,


orientales y cristianos. Las grandes obras del mundo clásico se recopilaron en las
escuelas y universidades, como las de Atenas o Constantinopla y en monasterios como
los célebres del monte Athos, en Grecia.
En la arquitectura los bizantinos sobresalieron por la belleza de sus iglesias. En sus
construcciones usaron la cúpula sobre pechinas y planta de cruz griega.
Los mejores ejemplos de esta obra los tenemos en la iglesia de Santa Sofía de
Constantinopla y en Italia en la basílica de San Marcos en Venecia. Los interiores de las
iglesias fueron decorados con hermosos mosaicos que recubrieron con un lujo y color
inusitado, los ábsides y las cúpulas. Por otro lado, la escultura bizantina produjo bellos
relieves en placas de marfil.

LA DECADENCIA DE UN IMPERIO
La invasión de los turcos seducidas en el siglo XI privó a Bizancio de una de las zonas
más ricas del imperio: el Asia Menor. A partir de este momento, el Imperio de Oriente
vivió una lenta y paulatina decadencia que se manifestó en una severa crisis agraria
y comercial.
Los bizantinos descuidaron su armada, y el tráfico comercial cayó paulatinamente en
más de genoveses y venecianos.
Así, la ruina del estado bizantino se hizo inevitable: debilitado en sus bases debí o ceder
territorios a distintas potencias. Por último, sufrió la invasión de los turcos otomanos.
Cuando en el año 1453, los turcos tomaron Constantinopla, el imperio se hallaba casi
reducida a la misma capital. Este hecho puso fin a mil años de historia

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¿Cómo sobrevivió mil años el
Imperio bizantino?
Bizancio caminó de la gloria al abismo, pero sus mil años de historia
evidencian su capacidad de resistencia
• ¿En qué fue grande Justiniano el Grande?
• Así fue Bizancio, la nueva Roma

Cuando Teodosio partió en dos el Imperio romano en los años finales del
siglo IV, el de Oriente y el de Occidente pasarían a tener historias
separadas. Este último ya estaba sufriendo los efectos de una crisis
económica que iría en aumento y no lograría poner coto a las invasiones de
los pueblos bárbaros. El siglo V vería su final.

En cuanto a Bizancio, o el Imperio romano de Oriente, contaba con más


posibilidades de subsistir. Su mayor músculo económico le permitió
mantener a los atacantes a raya aunque fuese a base de comprar voluntades.
El peligro, sin embargo, no venía tanto del exterior como del interior. A la
larga, las divisiones internas lo acabarían debilitando.

1. La fundación
Según la tradición, el mítico Bizante fundó una ciudad situada en el Bósforo,
el estrecho que separa Europa de la península de Anatolia. Corría el año 667
a. C. Fue esta urbe, la Byzantion griega, la que el emperador Constantino I
refundó un milenio más tarde. Llevaría su nombre, Constantinopla, y, a partir
del siglo V, sería conocida como la “Segunda Roma”. La primera, capital del
Imperio de Occidente, sucumbió ante las invasiones germánicas. Oriente, sin
embargo, sobrevivió y conservó el legado del mundo latino.

2. Justiniano y la reconquista
El emperador Justiniano (527-565) se apoderó de la Italia de los ostrogodos
y arrebató el norte de África a los vándalos. Un esfuerzo bélico tan
considerable le obligó a elevar la presión fiscal a niveles desmesurados, a la
vez que desatendía peligrosamente la frontera oriental con los persas. A su
muerte dejó un imperio exhausto, pero en su descargo hay que decir que
su reinado no se limitó a las continuas campañas militares. Realizó una
importante recopilación legislativa, y Constantinopla vio alzarse su edificio
más simbólico: la basílica de Santa Sofía.

3. El imperio se heleniza
A partir del siglo VII nos encontramos en un mundo ya más heleno que
latino. Los emperadores sustituyen el título tradicional de augusto por el de
basileus. Poco a poco, el latín, lengua de la administración, se abandona a
favor del griego. Para algunos especialistas, este es el momento en que
termina en Bizancio la Antigüedad y da comienzo la Edad Media.

En el año 674, los musulmanes pondrían sitio por primera


vez a Constantinopla
4. La irrupción musulmana
Arabia, a la muerte de Mahoma en 632, se había transformado en una
unidad política lista para lanzarse a una fulgurante expansión internacional.
Bizancio sería una de sus grandes víctimas. Algunos de sus territorios más
ricos, como Siria y Egipto, cayeron sin apenas resistencia en manos del
islam.
Estas derrotas se vieron agravadas por las discordias civiles. Heraclio II fue
derrocado y mutilado salvajemente. Se inauguraba así la costumbre
bizantina de someter a humillación y tortura a los soberanos que perdían el
trono. Pocas décadas más tarde, en 674, los musulmanes pondrían sitio por
primera vez a Constantinopla.

5. El arma secreta
Cuando la flota islámica amenazó la capital del Imperio, quedó claro que
eran necesarios nuevos sistemas de defensa. Surgió entonces un arma que
haría famosos a los bizantinos: el “fuego griego”. Se trataba de una
sustancia inflamable capaz de destruir las embarcaciones enemigas. Su
composición, hoy desconocida, fue un secreto celosamente guardado.
Mientras los iconódulos eran partidarios de las imágenes religiosas, los
iconoclastas eran contrarios
6. La iconoclastia
La querella religiosa más importante que dividió a los bizantinos tuvo lugar
en el siglo VIII. Mientras los iconódulos eran partidarios de las imágenes
religiosas, los iconoclastas eran contrarios, al entender que se trataba de
una forma de idolatría. El emperador León III tomó partido por los
iconoclastas, en un intento de fortalecer su poder frente a la jerarquía
religiosa.

Sin embargo, fueron los iconódulos los que finalmente lograron imponerse.
El enfrentamiento había estado a punto de provocar una guerra civil. Obras
artísticas de incalculable valor se habían perdido.

7. Los monasterios
La victoria de los partidarios de las imágenes no habría sido posible sin el
apoyo de los monasterios. Estas comunidades, en el universo teocrático
bizantino, ejercieron una considerable influencia espiritual y política.
Particular importancia tu vieron los religiosos del monte Athos, donde se
desarrolló una importante labor de preservación de la cultura.

8. El cisma
A lo largo de la historia bizantina, las pugnas entre el patriarca de
Constantinopla y el papa de Roma fueron constantes. El primero se negaba
a reconocer la primacía del segundo sobre toda la cristiandad. Existían,
además, divergencias teológicas. En el siglo IX, el patriarca Focio
protagonizó la controversia del “filioque”.
En Occidente, el credo afirma que el Espíritu Santo procedía de Dios Padre
“y del Hijo” (filioque en latín). Para los orientales, este añadido resultaba
herético. Se sentaron así las bases del cisma de 1054, que separó
definitivamente a católicos y ortodoxos.

9. Los cruzados
Ante la amenaza musulmana, Bizancio solicitó la ayuda occidental. Fue un
grave error de cálculo. Los guerreros que debían entregarle las tierras
arrebatadas a la Media Luna acabaron actuando por su cuenta, sin que
nadie pudiera controlarlos. Con la cuarta cruzada, las tropas que debían
conquistar Egipto se desviaron de su ruta y tomaron Constantinopla en
1204.
Se entregaron a un terrible saqueo. Los vencedores desmembraron los
dominios recién adquiridos en diversos principados feudales, pero la
nobleza autóctona logró mantener el legado imperial en tres estados. Uno
de ellos, Nicea, consiguió en 1261 reconquistar la capital y restablecer el
Imperio.

10. La toma de Constantinopla


Desde el siglo XIII, la dinastía paleóloga presidió una interminable
decadencia que redujo a Bizancio a poco más que su capital. Desesperados,
los emperadores solicitaron de nuevo ayuda a Occidente. A cambio,
ofrecían la unión con la Iglesia de Roma.
Pero estos deseos nunca fueron respaldados por la población ortodoxa,
dominada por un fuerte sentimiento antilatino. Los turcos aprovecharon la
situación y, en 1453, tomaron por fin Constantinopla. El último emperador,
Constantino XI, murió en combate.
Así era Bizancio, la nueva Roma
• Justiniano llegó al poder con la idea de recuperar los dominios del
antiguo Imperio romano. Puede decirse que lo consiguió. Pero a
costa de un enorme precio.
• Bizancio, la nueva Roma

Desde que a finales del siglo IV Teodosio dividiese el Imperio romano en


dos, ambas partes tomaron rumbos diferentes. El de Occidente, víctima de
una creciente crisis económica, fue incapaz de hacer frente a las invasiones
bárbaras y acabó sucumbiendo ante los pueblos germánicos. El de Oriente,
también llamado bizantino, mucho más rico, logró sortear las invasiones
sobornando a los atacantes, pero sus divisiones internas lo hacían frágil.
Todo ello cambió cuando accedió al trono, en 527, un emperador que quiso
restablecer el antiguo poder de Roma: Justiniano. Consciente de que el
proyecto de reconstrucción del Imperio romano requería de amplias
reformas, se lanzó a ellas nada más acceder al poder. Modernizó la
administración, recopiló las leyes, realzó la autoridad imperial e hizo del
catolicismo intransigente la seña de identidad de su poder, llegando a cerrar
la vieja y famosa Academia de Atenas que había fundado Platón tantos
siglos antes.

Para Justiniano, esta firmeza religiosa era algo especialmente importante


en una época plagada de herejías y paganismos dividiendo el cristianismo.
La nueva identidad religiosa basada en el catolicismo más ortodoxo habría
de ser la piedra angular sobre la que construiría su política expansionista, al
tiempo que un elemento de cohesión interna de la población.
Pero antes de lanzarse a conquistar el Mediterráneo y recuperar el antiguo
Imperio romano de Occidente, ahora en manos de los vándalos,
ostrogodos, visigodos y francos, tenía que lograr la paz con los siempre
belicosos persas, que suponían una permanente amenaza en las fronteras
orientales. Tras la contundente victoria sobre ellos en Dara, al norte de
Mesopotamia, protagonizada por un joven general llamado Belisario, se
firmó la paz, y el militar fue llamado a Constantinopla como general en jefe
de Justiniano.
No obstante, su primera misión no fue conquistar territorios, sino sofocar
una revuelta interna en la capital que amenazaba el poder del Emperador.
Masacradas 30.000 personas, el orden quedó asegurado, y para simbolizar
la resurrección del poder imperial la ciudad fue reconstruida en gran parte.
Su mayor y más impresionante símbolo será la basílica de Santa Sofía.

Una vez pacificado el interior, el primer objetivo de expansión a Occidente


fue el reino vándalo del norte de África, cuya capital era Cartago. Constituía
la avanzadilla germánica, y al estar aislado por mar era un reino fácil de
hostigar. Aprovechando que sus súbditos habían depuesto al rey apoyado
por Bizancio y que profesaban la herejía del arrianismo, Justiniano decidió
atacarles. En 533, Belisario, al mando de 500 buques con 30.000 soldados a
bordo y 5.000 caballos, se lanzó a la ofensiva.

Narses era un eunuco ya mayor, con lo que su falta de


descendencia y de deseos amorosos, lo convertía en más fiable
a ojos de Justiniano.
Tras desembarcar sus fuerzas en Leptis Magna, en la actual costa libia, trató
con esmero a la población civil católica para ganársela, mientras sometía a
sus fuerzas a una disciplina férrea que impedía cualquier saqueo.
Seguidamente avanzó hacia Cartago por la antigua vía romana y venció de
forma contundente en las batallas de Ad Decimum y Ticamerón, dos
episodios que provocaron la desaparición de los vándalos de la historia.
Al año siguiente el general regresó a casa con el último rey vándalo Gelimer
como prisionero, y el Emperador le colmó de honores y le nombró cónsul.
El control del norte de África permitía una magnífica base de operaciones
para asaltar Italia. En 535 una nueva campaña se emprendió contra el reino
ostrogodo de Italia, sacando también ventaja de sus luchas intestinas.

El ejército de Belisario doblaba en efectivos al del año anterior, pero los


ostrogodos eran enemigos más duros. Primero dominó Sicilia, cuya
población católica acogió con satisfacción al os bizantinos. A continuación,
desembarcó en el sur de Italia y ascendió hasta llegara Roma y asediar
Rávena, la capital de los ostrogodos. Sin embargo, la falta de refuerzos
detuvo el avance. Justiniano envió a Narses, administrador, también militar
y hombre de confianza, para averiguar las causas de la parálisis militar.
A diferencia de Belisario, Narses era un eunuco ya mayor, con lo que su falta
de descendencia y de deseos amorosos, causa de mucha sambiciones
políticas, le convertía en un hombre mucho más fiable a los ojos del
Emperador. Sin duda, entre los dos se estableció una confianza que no se
daba con Belisario.

Dificultades en Italia
Muchas fuentes hablan de las tensiones entre Justiniano y Belisario. Según
unas, el Emperador temía que los éxitos de su general le otorgasen tanto
prestigio que le apeteciese el trono, por lo que le habría regateado fuerzas
y dinero para dificultarle la victoria en Italia. Según otras, el general fue
tentado por los ostrogodos para que cesara en sus ataques, a cambio de
otorgarle una soberanía del sur de Italia independiente de Constantinopla.

Ciertos o no estos rumores, y al margen de los recelos de la corte, Belisario


siguió luchando en Italia. Al final logró rendir la resistencia de los
ostrogodos, tomó Rávena y capturó al rey ostrogodo en 540. Pero la
desconfianza del Emperador le llevó a llamar de vuelta al militar ese mismo
año, lo que permitió un contraataque de los ostrogodos que costó a los
bizantinos la pérdida de numerosos enclaves en Italia.

Aunque se fueron perdiendo parte de las conquistas, en otras perduró la


presencia bizantina hasta cinco siglos después, como en el caso de las costas
adriáticas.
Los persas aprovecharon este golpe en el frente oriental. Rompiendo la paz
firmada, asaltaron y saquearon Antioquía. Ante esta ofensiva, Belisario fue
convocado, de nuevo, para frenarles. Tras varios años de continuos
ataques, se volvió a firmar la paz. Sin embargo, los problemas no acabaron.
Los Balcanes se veían sometidos a incursiones periódicas por parte de los
eslavos, empujados a su vez por los ávaros, procedentes de Asia central.
La defensa de estos territorios ocupó durante años alos ejércitos
imperiales, que contaban con numerosos mercenarios germánicos y
eslavos. A pesar de las dificultades, la frontera se mantuvo firme. En estas
guerras Belisario y Narses destacaron una vez más. En 552, ante los
retrocesos bizantinos en Italia, Justiniano decidió enviar hasta allí a Narses.
Tenía 64 años, pero conservaba una gran energía y contaba con la absoluta
confianza del Emperador.
Al poco de llegar obtuvo la decisiva victoria de Tagina, donde murió el rey
ostrogodo Totila, y dos años después consiguió destruir su reino para
siempre y acabar con su último y efímero monarca. De esta manera, toda
Italia quedó bajo dominio de Constantinopla, con Rávena como capital.
Aunque con los siglos se fueron perdiendo gran parte de las conquistas, en
otras perduró la presencia bizantina hasta cinco siglos después, como en el
caso de las costas adriáticas. Esto resultó determinante para que en Italia
se mantuviese, a diferencia del resto de Occidente, más viva la cultura
clásica.

El ataque de los búlgaros


A pesar del desgaste económico y militar que suponían las continuas
campañas defensivas en los Balcanes y ante los persas, Justiniano no
renunció a sumar más territorios a su imperio. Enterado de las luchas
internas de los visigodos en la península ibérica, envió un cuerpo
expedicionario que desembarcó primero en Ceuta y luego en Cádiz y
Cartagena, sometiendo el sur de España y parte de la zona levantina, así
como las Baleares.
En ello fue crucial la fuerte romanización de esas zonas, que consintieron
con agrado el dominio bizantino, basado en el catolicismo, contra el
visigodo, marcado por el arrianismo. Con esta última ofensiva, el control del
Mediterráneo quedaba más cerca. A estos nuevos territorios les llamaron
provincia de Spania, y su presencia en ellos se prolongó hasta el primer
tercio del siglo VII.

Los avances eslavos en los Balcanes volvieron a paralizar la expansión y


preci-pitaron una estrategia defensiva. En el invierno de 551 los búlgaros
habían invadido la región, aunque los sobornos del Imperio lograron que
retrocediesen. Más grave fue la invasión que tuvo lugar siete años más
tarde, gracias a un invierno muy frío que heló grandes tramos del Danubio.
Los búlgaros y ávaros ocuparon la zona desbordando las diferentes
fortificaciones defensivas de Bizancio.
A los pocos meses, más de 10.000 jinetes de una tribu búlgara, encabezada
por un aguerrido jefe llamado Zabergán, se presentaron ante las murallas
de Constantinopla dispuestos a conquistarla y saquearla. La situación era
muy apurada, ya que el ejército bizantino estaba disperso por el
Mediterráneo y apenas se contaba con fuerzas para repeler el asalto.
Otra vez se acusó a Belisario de estar implicado en la intriga, y aunque
defendió su inocencia se le condenó, pese a que acabó siendo perdonado.
Justiniano llamó entonces a Belisario, finalizando el retiro al que le había
condenado. Este se puso manos a la obrarápidamente. Utilizó a los 300
guardias de palacio como núcleo central de su improvisado ejército.
Después requisó todas las monturas que pudo, cavó nuevas trincheras y
reclutó a todo ciudadano, joven o veterano, capaz de empuñar un arma
para un adiestramiento acelerado. Su estrategia era hacer creer a los
invasores que disponía de más fuerzas de las que en realidad tenía.

Tras encargar a las mejores tropas que contuviesen el ataque frontal de la


caballería búlgara, con el resto atacó por los flancos, logrando poner en fuga
a los invasores. Al cabo de poco, el Emperador cayó enfermo y se dispararon
rumores sobre su muerte. Los conspiradores aprovecharon para hacerse
con el poder durante un tiempo, pero cuando Justiniano se repuso
emprendió castigos ejemplares. Otra vez se acusó a Belisario de estar
implicado en la intriga, y aunque defendió su inocencia se le condenó. No
obstante, poco después fue perdonado y rehabilitado con todos los
honores.

El legado de Justiniano
El Emperador murió en 565 a los 82 años de edad. Había borrado del mapa
a vándalos y ostrogodos, y de los pueblos arrianos solo resistían
parcialmente los visigodos. Toda África del norte, Italia y parted e Hispania
habían regresado al redil del antiguo imperio, y el Mediterráneo volvía a ser
casi un lago romano. Los francos, ya convertidos al catolicismo sesenta años
antes y, por tanto, más asentados entre la población galo-romana,
aceptaron una tácita sumisión al Imperio bizantino. Eran los únicos que
escapaban a la soberanía directa de Constantinopla y, por otra parte, los
únicos a los que esta jamás pretendió conquistar.
Pero la otra cara de la mo-neda fueron unas arcas exiguas por las guerras y
los sobornos pagados a los pueblos bárbaros, que apenas se podían
reponer, pues las nuevas provincias conquistadas estaban esquilmadas tras
dos siglos de ocupación germánica. El resultado final fue que, aunque el
imperio que Justiniano legó a sus sucesores era poderoso y grande, tenía
los pies de barro.
Durante los siguientes siglos las disputas internas por el poder, los cismas y
las tensiones religiosas, las rivalidades políticas y las crecientes amenazas
de búlgaros, persas, árabes y luego turcos hicieron que el Imperio se fuese
desangrando. Las provincias sirias y egipcias, más inclinadas al
monofisismo, pronto se sintieron enemigas de Constantinopla. Hubo
momentos de esplendorosa recuperación, pero al poco tiempo eran
devorados por una nueva crisis.
El territorio del Imperio se vio reducido poco a poco, y con ello su capacidad
de producción agrícola y recaudación impositiva, así como sus recursos
demográficos. Esta sería la lenta agonía que marcaría su devenir hasta que,
a mediados del siglo XV, con la caída de la capital a manos de los otomanos,
el Imperio bizantino fuese defenestrado definitivamente de la historia.

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