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Resumen Capítulo 3: El dios de la adivinación – Giorgio Colli

Diego Merlano Porto

En este capítulo del dios de la adivinación, Colli retoma ciertas ideas que ha venido
desarrollando en los capítulos anteriores en referencia a que la sabiduría se manifiesta en la
“manía”. Colli trae a colación la referencia de Apolo según Heráclito para ver la forma de
expresión que a diferencia del dios en ojos de Nietzsche se expresa con “un matiz
decorativo, es decir, alegría, ornamento, perfume...”, este es “la antítesis precisamente de lo
que Heráclito atribuye a la expresión del dios.”

El mito de Dionisos señala que existe una heterogeneidad metafísica en su mundo


que se describe como: “alejamiento de la naturaleza, a la heterogeneidad metafísica entre el
mundo de la multiplicidad y de la individuación, que es el mundo del dolor y de la
insuficiencia”. En cambio, en el Apolo según Colli aparece esta heterogeneidad metafísica
en una representación más envolvente que se refiere a una fractura entre el mundo de los
hombres y de los hombres. Esta se manifiesta como “como palabra profética, con la carga
de hostilidad de una dura predicción, de un conocimiento del escabroso futuro, y, por otro
lado, como manifestación y transfiguración jovial, que se impone a las imágenes terrestres
y las entrelaza en la magia del arte.”. Asimismo, Colli menciona los elementos de Apolo, el
arco y la lira, para apoyarse en este doble aspecto de realidad de Apolo. El arco se vincula
con la vida y la muerte, “como instrumento de destrucción”, pues la vida se manifiesta
como muerte o violencia; y la lira, que representan el aspecto benévolo del Dios. El arco y
la lira se construyen del mismo material y esto para señalar que hay una armonía entre estos
dos opuestos. Majestad sobre la vida y muerte, sobre lo benévolo y lo hostil.

Colli seguirá explorando los distintos campos relacionados con Apolo, sus acciones,
características y elementos, en donde se puede ver manifestada la heterogeneidad
metafísica, es decir, esta doble naturaleza del dios. En este orden de ideas, Colli se remite al
pasaje del Timeo de Platón en donde se dice que para hacer partícipe de la sabiduría hay
que tener un elemento de locura. El que está en estado de locura, el adivino, no le competen
las palabras que el mismo dice pues para el no son nada. Entonces, las palabras se dirigen
solo a las personas que pueden descifrarlas, pues solo para el que es cuerdo y racional, las
palabras cobran sentido. Entonces, “al hombre cuerdo corresponde recordar las cosas
dichas en el sueño o en la vigilia de la naturaleza adivinadora y entusiástica…le conviene
hacer y decir lo que le concierne, y conocerse a sí mismo.” A partir de esto, se hace la
distinción entre el adivino y el profeta, este último es entonces el “…el intérprete que juzga,
reflexiona, razona, resuelve los enigmas, da un sentido a las visiones del adivino.”

Esta doble naturaleza termina sosteniendo la imagen del arco y la flecha, en donde
estas “…se vuelven contra el mundo humano a través del tejido de las palabras y de los
pensamientos.”. Colli sigue sosteniendo que, hay una doble naturaleza en apolo y esta vez
se puede ver en el paso de la sabiduría divina a los hombres, pues la palabra que se
transmite es oscura, por esto, esta palabra es violenta y puede expresar la crueldad del dios.
El no poder resolver el enigma puede llevar al camino de la perdición. Es aquí donde se
“manifiesta la heterogeneidad entre la sabiduría divina y su expresión en palabras.”

Colli ahora se remite a una descripción de Apolo expuesta por Empédocles en


donde este señala que, hay algo en el fondo de apolo que no se puede capturar, que es
inefable e indescriptible. Su acción comprende unos veloces pensamientos, como el
lanzamiento de las flechas. Esto sirve para seguir argumentando que la naturaleza de Apolo
cumple esta función que se da por medio del pensamiento y la palabra y tiene que ver con
la razón y por ende con la sabiduría.

Luego, Colli se devuelve al fenómeno de la adivinación en civilización griega. Aún


con la creencia de que en el oráculo se anuncia el destino, Colli identifica que hay algo
contradictorio en esta visión. Hablará entonces de necesidad y destino. La noción de
destino que tenían los griegos no implicaba la necesidad. Los griegos no creían en el
destino sino en la voluntad, capacidad para decidir sobre el destino. Vinculan entonces el
destino con una realidad que está sucediendo todo el tiempo pero que está en otra
dimensión, desde donde se transmite información que no representa un vínculo necesario
con algo que va a pasar sino con la decisión del ser que recibe esa información. Al dios
transferir las palabras al ámbito humano y el sabio al aceptar el desafío de interpretarlas,
esto termina siendo algo opuesto a lo que el dios es. Colli concluye entonces con que “El
dios indica al hombre que la esfera divina es ilimitada, insondable. caprichosa, insensata,
carente de necesidad, arrogante, pero su manifestación en la esfera humana suena como una
norma imperiosa de moderación, de control, de límite, de racionalidad, de necesidad.”

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