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Arquitectura del Virreinato del Perú

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virreinato-del-peru/
Virreinato del Perú, entidad político-administrativa establecida por España
en 1542, durante su periodo colonial de dominio americano, que, en su
máxima extensión, estaban incluidos Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú,
también como los países de Chile y Argentina, pero que, a lo largo del siglo
XVIII, y hasta la independencia de esas zonas respecto del poder español,
apenas comprendía poco más de lo que hoy en día es Perú.
Arte y arquitectura:
La arquitectura fue algo esencial en desarrollo del virreinato,
principalmente por la labor religiosa la cual origino las catedrales,
parroquias y conventos urbanos y rurales, extendidos por toda su
geografía.
Durante el siglo XVI, en estas obras tienen elementos de la arquitectura
mudéjar, gótica y renacentista, a los que un tiempo después, tomados del
vocabulario manierista y barroco. El rococó tuvo también su reflejo en
gran parte de la arquitectura limeña y el neoclasicismo alcanzó a
integrarse completamente en los últimos años del siglo XVIII.
Los materiales de construcción que más relevancia y utilidad tenían en
ese entonces fue; la madera, el ladrillo y la piedra, aunque en algunas
ocasiones se utilizaron elementos propios de la arquitectura local. Los
lugares con importante desarrollo arquitectónico se formaron en torno a
Tunja, en Colombia; Quito, en Ecuador; y Lima y Cuzco, en Perú.
Hacia la mitad del siglo XVII, en cuzco empezó a ser popular una corriente
influida por el tenebrismo, a lo que contribuyó la presencia del jesuita
flamenco Diego de la Puente y un cierto realismo tomado de los modelos
flamencos y españoles.
Una de las características más interesantes de la pintura cuzqueña esta
enlazada con la activa población de pintores indígenas, que desarrollaron
su trabajo al mismo tiempo que el resto de los artistas. Desde temprano
se reconoció la actividad de muchos de ellos, que firmaron sus obras y
trabajaron individualmente o en colaboración con españoles o mestizos.
Arquitectura virreinal
religiosa de Lima
Antonio San Cristóbal Sebastián
Es la ciudad para sus habitantes la casa grande y común en que discurren
las vidas de cada cual. Cuando la Ciudad de los Reyes tenía dimensiones a
la medida humana, como aconteció hasta épocas no muy lejanas, la gran
casa urbana resultaba familiar y conocida, porque quien más, quien
menos, todos los vecinos transitaban por las calles y plazuelas sin
autoexiliarse de algunos barrios o zonas aledañas.
Hoy que Lima se desborda incontrolada por las chacras, huertas, pueblos y
haciendas circundantes del antiguo casco urbano, la ciudad se nos ha
tornado extraña, ancha y ajena.
Para desenvolver nuestras vidas, hemos tenido que acotar de la gran
ciudad o metrópoli algunos lugares dispersos:
El barrio donde habitamos, el centro de trabajo, los lugares de
diversión, de compras y algún que otro rincón siempre minúsculo y
perdido en la gran urbe; lo restante de la ciudad resulta para
nosotros selva de cemento inexplorada, desconocida.
El retorno a la virreinal Ciudad de los Reyes del Perú nos reintegra a la
ciudad origen de nuestro ser ciudadano. En las calles rectas y estrechas,
surcadas de acequias, en las umbrosas plazuelas recoletas, en las
pequeñas iglesias conventuales, en los claustros de arquerías silenciosas
se reencuentran el ambiente urbano que fue antaño la gran casa de los
limeños.
El rostro arquitectónico de Lima muestra los rasgos distintivos de las
generaciones pasadas que hoy son historia de nuestra personalidad
cultural.
La terminología filosófica de Zubiri cobra aquí plena actualización:
La arquitectura limeña virreinal, en sus múltiples y variadas
expresiones, nos está ofrecida como generosa posibilidad con cuyo
uso constituimos nuestro acontecer de ciudadanos limeños.
Tenía aquella Ciudad de los Reyes plena integración arquitectónica. Late
en sus edificios un entrañable aliento humano. No tienen alma, pero sí
espíritu objetivado.
Son, en cierto modo, la plasmación más duradera y generalizada de la
creación cultural; pues mientras que otros productos de la cultura a penas
perduran o necesitan ser reactualizados para poder disfrutar de ellos, la
arquitectura ha quedado ahí, frente a los hombres, hasta tanto que la
naturaleza o los propios hombres la destruyan.
Al analizar algunos monumentos más representativos de la arquitectura
virreinal en Lima, no nos basta con describir sus componentes
estructurales, estilísticos u ornamentales; sino que aspiramos también a
entender la iglesia, el claustro, o la portada como obra de unos hombres
concretos que ejercían su oficio de alarifes en una época determinada,
junto a otros contemporáneos suyos en la misma Ciudad de los Reyes del
Perú.
Bueno será rescatar del olvido los nombres de algunos alarifes que
dotaron a Lima de sus más prestigiosos monumentos. Entre ellos
encontramos religiosos como fray Diego Maroto, dominico, y fray
Cristóbal Caballero, mercedario, que ejercieron el cargo de Maestro
Mayor de Fábricas Reales durante toda la segunda mitad del siglo xvii; y a
cuya labor debe Lima obras notables. Otros, como Juan Martínez de
Arrona, Pedro de Noguera, Asensio de Salas y Diego de Aguirre, excelentes
ensambladores y escultores, ejercitaron simultáneamente la arquitectura
en portadas, claustros e iglesias. El alarife Manuel de Escobar quizá haya
sido el más activo de toda la arquitectura virreinal, pues construyó o
reconstruyó el segundo claustro de la Merced, San Francisco, San Juan de
Dios, el Hospital de San Bartolomé, y las bóvedas de la Recoleta
Dominicana, además de innumerables obras civiles y celdas religiosas.
Los monumentos limeños nos resultan más cercanos y humanizados
cuando los vinculamos con las personas de sus creadores.
Nos proponemos destacar que, entre los monumentos existentes y otros
que han desaparecido, se tejió la tradición arquitectónica limeña, fluida y
variable, pero enmarcada dentro de cauces privilegiados.
Perdura únicamente la espadaña del Monasterio de Santa Catalina; pero
desde otras múltiples espadañas limeñas ya desaparecidas las campanas
de los monasterios llamaban a la oración.
Admiramos el alfarje de la antesacristía de San Agustín, la única obra que
nos queda del carpintero Diego de Medina, además de las mesas del
refectorio del Carmen que usan cada día las monjas carmelitas desde hace
casi tres siglos y medio; gracias a ese objeto que esta con ellas por largo
tiempo se puede reconstruir con la imaginación la época en que muchas
iglesias limeñas se cubrían con techumbres mudéjares.
Tenemos que dirigirnos a la iglesia Santa Catalina, Monserrate o la
Santísima Trinidad para evocar que mucho antes de ser barroca, Lima se
vistió de arquitectura gótico-isabelina con ornamentos mudéjares.
Aunque se atribuye al barroco peruano en general la ausencia de
invocaciones creadoras en cuanto a volumen y la planta de los edificios,
encontramos concepciones volumétricas originales en las Nazarenas, los
Huérfanos, el camarín de la Merced o la capilla de San Martín de Porres en
el Convento de Santo Domingo; mientras que las portadas limeñas
presentan una volumetría de planos escalonados en los lados que alcanza
ritmo de sinfonía en la portada de la sacristía de San Francisco.
Estas valoraciones de la arquitectura limeña nos abren perspectivas más
amplias al analizar monumentos particulares; pues cada uno de ellos
cobra sentido como expresión de tendencias arquitectónicas desarrolladas
en largos periodos de la época virreinal.
Algunos monumentos corresponden limitadamente a una etapa; pero
otros, como la Merced, son verdaderos laboratorios experimentales de la
arquitectura virreinal, donde se ha cumplido toda la evolución de los
estilos en cuanto a la planta, las cubiertas y la ornamentación, a lo largo
de varios siglos.
Todos estos datos han sido tomados de los protocolos notariales
conservados en el Archivo General de la Nación, en Lima; y a todos los
respalda con rigurosa exactitud la correspondiente ficha documentada del
fichero que he reunido a lo largo de algunos años de concurrencia
permanente al Archivo.
Por el carácter de esta publicación, se han suprimido las referencias
bibliográficas de cada caso, para no abrumar a nadie con una erudición
aquí fuera de lugar.
Espero que algún día pueda ver la luz de la publicación la gran obra ya
terminada sobre la arquitectura virreinal de Lima en el siglo xvii donde se
transcriben íntegros más de ciento cincuenta conciertos notariales de
obra, de los cuales no pasan de media docena los conocidos, y aun estos
solo lo son por referencias muy someras. Quiero expresar aquí mi
reconocimiento y gratitud a todo el personal de Archivo General de la
Nación, cuyas cordiales atenciones he recibido durante incontables días.
De Santa Cruz Muñoz, M A. (2008). La Arquitectura en el Virreinato.
Recuperado de https://es.slideshare.net
De Sanchez Hernández, D. (2015). La Arquitectura Virreinal. Recuperado
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San Cristobal.A. (2011). Las histografias hispánicas, europeístas y la


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