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Introducción
Aunque la vida cristiana debería ser caracterizada por tremendo vigor espiritual, la dolorosa
realidad es que muchos creyentes manifestamos muy poca vitalidad espiritual. A veces
andamos tristes, desanimados, preocupados, y hasta derrotados en la vida cristiana. Sentimos
que es muy difícil seguir al Señor, y obedecer Su Palabra. Experimentamos muy poco gozo
espiritual, y por lo tanto damos una mala impresión de la vida cristiana. ¡Esto no debe ser!
La Biblia indica que hay muchas razones por la cual deberíamos experimentar una tremenda
fuerza espiritual, a la par que vivimos como creyentes. Consideremos algunas de estas
razones:
ii. La presencia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo vive en cada creyente, justo para
darle el poder necesario para vivir la vida cristiana.
iii. Las promesas de Dios. Pedro las describe como, “preciosas y grandísimas
promesas” (2 Ped 1:4). Estas promesas deben alentarnos espiritualmente (Fil 1:6; 4:19; Mat
6:33; Rom 8:28).
iv. La comunión con Dios. ¡Qué privilegio poder hablar con Dios, compartir nuestras
vidas con Él! Sal 16:11.
Si Dios nos ha dado tantas cosas para fortalecer nuestra vida espiritual, y sin embargo
andamos con muy poco vigor espiritual, debe ser porque hay una pérdida de vitalidad
espiritual en nuestras vidas. Somos como una llanta que se desinfla constantemente. La
pregunta es, ¿por qué? ¿Qué está causando esta pérdida de poder espiritual?
Juan afirma que lo que nos ayuda a vivir vidas victoriosas es nuestra fe (1 Juan 5:4). La fe es el
vínculo espiritual que nos une a Dios, y por medio del cual podemos recibir tremendo vigor
espiritual (1 Ped 1:5). Mientras nuestra fe sea firme, no hay nada que no podamos hacer. Si
tuviéramos fe como un simple grano de mostaza, podríamos hacer cosas sorprendentes
(Mateo 17:20).
b. No Permanecemos en Cristo
En Juan 15, el Señor se compara con una vid, y afirma que los discípulos eran como ramas.
Para gozar de vigor, la rama solo necesita quedar unido al tronco. Así es la vida cristiana; la
clave es quedar unido a Cristo – el resultado será abundante fruto espiritual (Juan 15:5, 7).
¡Nuestra falta de vigor espiritual dice mucho de nuestra relación con Cristo!
Este es otro factor que produce debilitamiento espiritual. Pablo lo menciona en Efe 4:30.
Nuestra falta de fe, nuestra falta de comunión con Cristo, y nuestra falta de alimentación
espiritual entristecen al Espíritu Santo, y por ende no gozamos Su poder en nuestras vidas.
e. Sembramos a la ‘carne’
A veces, como creyentes, en vez de vivir vidas de obediencia a Dios, procurando andar en el
Espíritu, nos dejamos engañar por las cosas del ‘mundo’, y terminamos alimentando la ‘carne’.
Esto produce un gran debilitamiento espiritual. Como esperamos poder gozar la vida cristiana,
y tener vidas victoriosas, si constantemente estamos ‘sembrando a la carne’ (Gál 6:8).
¿Cuál es la solución?
¿Cómo podemos restaurar nuestro vigor espiritual? Hay ciertos pasos que son necesarios
tomar:
ii. Tenemos que compararnos con algunos de los grandes héroes de la fe – Abraham,
Moisés, Josué, David, Daniel, etc. ¿Somos como ellos? ¿Por qué no? Son nuestros modelos
de cómo vivir la vida cristiana.
Todo esto nos llevará a un profundo quebrantamiento delante de Dios, que es el primer paso
en la restauración espiritual.
Una vez que hemos hecho un análisis de nuestra vida personal, tenemos que preguntarnos si
realmente queremos cambiar; no vaya a ser que estamos satisfechos con nuestra condición
espiritual. Cristo tuvo que hacer una pregunta interesante a un paralítico (Juan 5:6).
Si deseamos cambiar, tenemos que analizar la causa de nuestro debilitamiento espiritual. Para
cada creyente, podría ser diferente. Tenemos que usar los cinco puntos mencionados en el
primer punto, y ser honestos ante Dios, y con nosotros mismos.
¿Es falta de fe, falta de comunión con Cristo, falta de una buena alimentación espiritual, falta
de agradar al Espíritu Santo, o falta de decir no a la ‘carne’?
Conclusión
Si hacemos eso, sentiremos una nueva vitalidad espiritual, y lograremos mayor avance en la
vida cristiana (2 Ped 1:8), mayor gozo como hijos de Dios, mayor autoridad espiritual, y
seremos mejor testimonio ante el mundo que nos rodea (2 Ped 1:10-11).