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etc.; el bien común siempre supone una elección entre diversas posibilidades. La diver-
sidad de partidos políticos se justifica únicamente por la existencia de diversas posibi-
lidades para realizar el bien común. La Iglesia da las normas fundamentales que se
derivan de la concepción cristiana las cuales deben ser respetadas por cualquier siste-
ma social que quiera se verdadero y justo, lo mismo si se refiere a las formas de
gobierno, a las sindicales o a la empresa. Los cristianos tienen obligación de poner en
práctica la doctrina social, pero con un gran campo de libertad para concretar en
programa de acción las normas fundamentales que se derivan de la concepción cristia-
na (5). Si la doctrina social de la Iglesia fuese un «sistema», los católicos no tendrían
libertad de acción; pero la Iglesia, salvo en ocasiones muy graves, no puede señalar
una opción concreta en el orden temporal.
La expresión «catolicismo social» nace en Francia cuando los católicos toman con-
ciencia de la cuestión social; sus primeras manifestaciones se dan hacia 1820. En este
año, Bouchez habla ya con crudeza de la miseria en que se encuentra el proletariado.
La expresión «catolicismo social» nace como síntesis de estas dos ideas: «progre-
so» y «problema obrero». Lo social adjetivando a catolicismo se usa antes de la revolu-
ción de 1848; pero, al hacerse con el poder los conservadores, el calificativo «social»,
en el sentido de reforma, es usado más por los socialistas. Frente al movimiento revo-
lucionario surge el poder, que dice defender a la sociedad manteniendo las estructuras.
La corriente llamada «caritativa» toma fuerza con el golpe de Estado de 1851, y la
llamada «social» pierde fuerza. A fin de siglo, la expresión «catolicismo social» logra
imponerse; se llama «católicos sociales» a los que se preocupan teórica y práctica-
mente de los problemas sociales (6).
Esa misma razón de ser del catolicismo social engloba actitudes que, teniendo un
mismo fin, varían en la teoría y en las realizaciones al interpretar la doctrina social de
la Iglesia. Antes de la Rerum novarum hubo escuelas de católicos sociales que, por
5 «En cuanto al comportamiento económico-social de los hombres, debe respetar una barreras límites, de las que es imposible salir,
y debe estar inspirado por un espíritu que tiende a la realización de los verdaderos valores humanos, la Iglesia debe intervenir
doctrinalmente, señalando las bases de cualquier sistema que pueda ser aceptable por la conciencia moral...; pero, en cuanto a la
realización del bien común temporal, exige la aplicación de un conjunto de procedimientos técnicos y coherentemente organizados
en un sistema, se escapa de la competencia aún doctrinal de Iglesia. Dentro del orden ético natural y sobrenatural, los cristianos,
y, en general, los ciudadanos, son libres para elaborar sus propios sistemas económicos, sociales y políticos. Sería muy peligroso,
y en última instancia muy lamentable, el que algún cristiano pretendiera vindicar para sí la realización de un sistema de orden
temporal como único compatible y con la doctrina social de la Iglesia» (ABAITUA-ALBERDI-SETTÉN, Exigencias cristianas en el
desarrollo económico-social p. 14, Studium,Madrid 1962).
6 Cf. DOUROSELLE,Les débuts du catholicisme social en France p. 5ss; Presse Universitaires de France (París 1951).
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ejemplo, tenían actitud distinta con relación a la intervención del Estado y a los criterios
que debían fijar la justicia del salario. En la actualidad, la misma doctrina de los Papas
tiene una matización distinta en los movimientos obreros y en los patronales; piénsese
en la postura que frente a la cogestión presentan en España los miembros de la H.O.A.C.
y los de A.S.P., movimientos ambos de Acción Católica.
Es necesario distinguir la doctrina social de la Iglesia del catolicismo social. Pío XII
afirma la importancia de esta distinción: «Este instituto se ha tomado la tarea de ense-
ñar la doctrina social de la Iglesia, cuyos principales puntos están en los documentos
de la Sede Apostólica, es decir, las encíclicas, alocuciones y epístolas de los pontífi-
ces. A este propósito han surgido varias escuelas relativas a las cuestiones sociales,
que han explanado, desarrollado y sistematizado los documentos pontificios. Hecho
que nos parece razonable.
Lo que no se ha podido evitar es que, al aplicar los principios y deducir las conse-
cuencias, unas procediesen de un modo y otras de otro, dando lugar no pocas veces a
grandes diferencias entre sí. Por eso aquí hay que procurar, como dijimos de la doctrina
de la fe y de las escuelas teológicas, que la verdadera y genuina doctrina social de
la Iglesia no se confunda con las diversas opiniones propias de cada escuela; son
dos cosas que siempre hay que distinguir muy bien» (7).
7 Discurso al IV Congreso de la Universidad Gregoriana de Roma, 17 octubre 1953: Anuario Petrus p. 95 n.4.
8 GUERRY, La doctrina social en la Iglesia p. 32 ed. cit.; cf. p. 30-32.
9 Mater et magistra p. 328 n. 238.
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Iglesia «tiene su propia doctrina social, elaborada profundamente desde los primeros
siglos hasta la Edad Moderna y estudiada en su desarrollo y perfeccionamiento desde
todos los puntos de vista y bajo todos los aspectos» (10). Pero la expresión «doctrina
social» tiene una delimitación concreta; es la doctrina que la Iglesia viene elaborando
desde León XIII para orientar los problemas sociales, especialmente desde la Rerum
novarum, pues ya antes había publicado encíclicas de indudable trascendencia social
(Quod apostolici muneris, Diuturnum illud, Cum multa, Immortales Dei, Libertas,
Sapientiae christianae).
10 Discurso a los cuaresmeros, 23 de febrero de 1944; cf. Discursi e radiomesaggi disuus santità Pio XII t. 5 p. 204.
11 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p. 322 n. 12; cf. CALVEZ, Iglesia y sociedad económica p. 17-18 (El Mensajero del Corazón de
Jesús, Bilbao 1965).
12 Quadragesimo anno: BAC, Doc. soc. p. 701 n. 20.
13 Discurso a los miembros de UNIAPAC, 7 mayo 1949: BAC, Doc. soc. p. 1070 n.8; Discurso a los Hombres de A. C. Italiana, 4
setiembre 1949: BAC, Doc. soc. p. 1079 n.8: Discurso del 28 febrero de 1948; Dicc. text. pont. p. 686 n.9; Radiomensaje de 23 marzo
de 1955; Ecclesia n. 560 p. 7; Radiomensaje de Navidad de 1953: BAC, Doc. soc. p. 1161 n. 21; cf. CALVEZ, o.c., p. 19.
14 Cf. Mater et magistra p. 322 n. 218.
15 Mater et magistra p. 322 n. 220.
16 Pío XI, Divini Redemptoris: BAC. Doc. soc. p. 860 n. 33; cf. CALVEZ, o.c., p. 21.
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2. CONTENIDO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Las verdades enunciadas por la Iglesia son inmutables y eternas, como lo son de la
ley natural y la Revelación; los principios fundamentales de la doctrina social de la
Iglesia son siempre los mismos. La formulación reciente de la doctrina social de la
Iglesia estriba en la razón misma por la que interviene: los aspectos morales de la
cuestión social; ésta no presenta siempre los mismos problemas; la Iglesia expone los
grandes principios para sacar las conclusiones que exige cada situación de la vida
social. La doctrina social contiene principalmente verdades y principios abstractos y
lejanos de la vida; faltaría su conexión con los problemas reales. La Iglesia no se
reduce a afirmar que el hombre es el fin de la vida social y que el bien común es la
misión esencial del poder público; desciende a aspectos mucho más concretos; la
exposición de los derechos de la persona humana proclamados por Pío XII y Juan
XXIII pertenece a estos principios fundamentales y constituye a la vez la norma obje-
tiva del bien común. Actuando los hombres de acuerdo con esa norma, respetan el
plan de Dios y contribuyen positivamente a la eficacia de las instituciones, porque
hacen que la sociedad responda a las exigencias de su misma naturaleza.
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Principios morales de acción. La doctrina social de la Iglesia ha sido acusada de
abstracta y utópica, incapaz de ser llevada a la práctica. Si esta doctrina fuera una
concepción de la vida que bastara prestarle un asentimiento sin urgencia de realiza-
ción, tendría fundamento la objeción; esta acusación proviene generalmente de
hombres de buena voluntad, pero más dominados por el criterio de eficacia que por
guardar la moralidad en los procedimientos.
Los Papas exponen la doctrina social con el deseo y el mandato de que se ponga en
práctica. «Cualquier concepción social está destinada, no sólo a ser conocida, sino
también a ser puesta en práctica. Lo cual es tanto más cierto de la doctrina social de la
Iglesia cuando que su luz es la verdad; su fin, la justicia, y su fuerza principal, el amor» (25).
Esta exhortación y mandato con que los Papas urgen la acción social es continua (26).
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ral de los hombres y la ordenación de lo temporal a Dios; en el lenguaje actual: evan-
gelización y civilización.
La Iglesia, «custodia, por voluntad de Dios y por mandato de Cristo, del orden
natural y del sobrenatural» (31), se propone llevar a la sociedad, con su doctrina social, la
verdadera finalidad de estar al servicio del hombre, para que las relaciones de los
hombres se construyan sobre la verdad, la justicia, la caridad y la libertad. Cuando la
30 Cf. Quadragesimo anno: BAC, Doc soc. p. 757 n. 130; Radiomensaje de 1 de junio de 1941: BAC, Doc. soc. p. 953 n.5.
31 Radiomensaje de Navidad de 1942: BAC, Doc. pol. p. 841 n.3; const. Gaudium et spes.
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economía, y l política, y el progreso se realizan sin tener en cuenta la ley natural, ni es
verdadera economía, ni verdadera política, ni verdadero progreso; cuando están transi-
das de la doctrina social de la Iglesia, cuando son fieles a su propia naturaleza, vuelven
a su verdadero ser. Esta es la consecratio mundi, que no consiste en la confesionalidad
de las realidades terrenas, sino en el sometimiento de las realidades sociales a los
principios de la doctrina social de la Iglesia.
4. LA REVELACION
Y EL DERECHO NATURAL,
FUENTES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Los Papas en sus documentos hablan unas veces solamente de la Revelación (32),
otras de la ley natural (33), pero con más frecuencia señalan conjuntamente al derecho
natural y a la Revelación como fuentes de la doctrina social (34).
Dios, origen y fin del hombre, lo crea con amor para disfrutar de eterna bienaventu-
ranza. Por el pecado rompe el hombre con Dios (35); pero Dios hace una alianza con el
hombre, eligiendo a Israel como pueblo suyo (36). La alianza se hace realidad en Cristo,
Hijo de Dios hecho hombre, que con su muerte y su resurrección reconcilia a los
hombres con Dios (37); en El se cumplen todas las promesas (38). Jesucristo, pr imogenitus
omnis creaturae (39), se ha unido a la humanidad para cumplir los designios de gracia y
comunión con Dios. En Cristo, Dios se acerca a los hombres, y los hombres a Dios; la
humanidad y toda la creación están ya reconciliados y vocacionados a la gran unidad
de formar un cuerpo cuya cabeza es Cristo (40).
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Es, por lo tanto, su principal deber hacer que la sociedad moderna retorne en sus
estructuras a las fuentes consagradas por el Verbo de Dios hecho carne. Si alguna vez
los hombres descuidarán este su deber, dejando inerte, en lo que está de su parte, la
fuerza ordenadora de la fe en la vida pública, cometerían una traición al Hombre-Dios,
visiblemente aparecido entre nosotros en la cuna de Belén» (41).
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De este mensaje de amor, la Iglesia toma la luz y la fuerza para llevar, con su
doctrina y con su acción, la solidaridad de los hombres a un grado mucho más fuerte
que el que le dan los lazos naturales.
Los dogmas contienen grandes consecuencias sociales; por eso los Papas afirman
que la doctrina social de la Iglesia se fundamenta en la Revelación juntamente con el
derecho natural.
Los pontífices dan una gran importancia al derecho natural en la vida social: «La ley
natural es la sólida base común de todo derecho y de todo deber, el lenguaje universal
necesario para cualquier acuerdo» (52). La raíz de todos los males que afligen a la
sociedad «brota de la negación, del rechazo de una norma universal de rectitud mortal
tanto en la vida privada de los individuos como en la vida política y en las mutuas
relaciones» (53). La leyes que regulan las relaciones humanas hay que buscarlas donde
Dios las ha dejado escritas, en la naturaleza del hombre.
51 Pío XII, Discurso al Congreso de Estudios, 25 septiembre 1945: Anuario Petrus p. 113 n. 3.
52 Pío XII, Discurso al Centro italiano de estudios para la reconciliación internacional, 13 octubre 1955: BAC, Doc. Soc. p. 1044 n. 13.
53 Pío XII, Summi pontificatus: BAC, Doc. pol. p. 764 n. 20; Mater et magistra p. 316 n. 205.
54 Pío XI, Mit brennender sorge: BAC, Doc. pol. . 658 n. 35.
55 LEON XIII, Libertas: BAC, Doc. pol.p. 232 n. 6; cf. Pío XII, Humani generis: Col. Enc. de la ACE p. 845 n. 22.
56 Humani generis: Col. Enc. de la ACE p. 845 n. 23.
57 Cf. Pío XII: BAC, Doc. jur. p. 298 n. 7.
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El hombre debe someterse, en la vida individual y social, al orden que descubre la
razón, ordenado por el Creador. El derecho natural es el orden establecido por Dios, y
el hombre debe guardar este orden en sus relaciones con Dios, consigo mismo y con el
prójimo. El hombre no sólo descubre estas leyes que se derivan de su naturaleza, sino
que las descubre como norma imperativa anclada en Dios, como obligación moral que
debe observar. El derecho natural tiene su último fundamento en Dios, como autor y
creador de la naturaleza (58). Quien no reconoce a Dios no pude encontrar fundamentación
sólida para el derecho. «Las leyes morales no tienen otro fundamento sino Dios; si se
prescinde de Dios, necesariamente pierden su fuerza» (59).
La Iglesia encuentra principalmente en el derecho natural las bases del orden social.
Y porque la Iglesia es la intérprete del derecho natural, ofrece en su doctrina social las
normas verdaderas y firmes de un recto orden social.
CAPITULO IV
LOS DOCUMENTOS OFICIALES DEL MAGISTERIO DE LA
IGLESIA EN MATERIA SOCIAL
1. LA CONSTITUCION DE LA IGLESIA ES DE DERECHO DIVINO
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El poder de magisterio ya inseparablemente unido a la misión sobrenatural. Si se
olvida este principio, no habría un asentimiento de amor al magisterio; sólo habría un
rendimiento frío de entendimiento. En el fundamento de la obediencia a la jerarquía
debe estar el amor. La Iglesia vive esencialmente de la caridad; el amor constituye a la
Iglesia (5). La Iglesia está edificada sobre el mandamiento único de Cristo: el amor. Las
circunstancias históricas han contribuido a que la exposición tradicional de la teología
sobre la Iglesia haya sido orientada principalmente a demostrar que la Iglesia católica
es la verdadera Iglesia de Cristo, con su misión y sus poderes; pero este modo de
exponer la doctrina de la Iglesia tenía más en cuenta a los hombres que están fuera de
su seno que a los católicos. Era una exposición más ad extra que ad intra. Es necesario
que la Iglesia sea estudiada mirando, sobre todo, a la vida de los que ya están dentro de
la Iglesia. «Pensamos que es deber de la Iglesia ahora ahondar en la conciencia que
ella tiene que tener de sí, en el tesoro de verdad de que ella es heredera y custodia y en
la misión que ella debe ejercer en el mundo» (6).
Las potestades que Cristo ha dado a la jerarquía están en función de la vida cristiana
de los hijos de la Iglesia; ante todo, estos poderes deben estudiarse a la luz de la
caridad.
«Este deseo de dar a las relaciones interiores de la Iglesia el tono de espíritu propio
de un diálogo entre miembros de una comunidad cuyo principio constitutivo es la cari-
dad, no suprime el ejercicio de la función propia de la autoridad por un lado, de la
sumisión por el otro.. La autoridad de la Iglesia es institución del mismo Cristo; más
aún, le representa a El, es el vehículo autorizado de su palabra, es la transposición de
la caridad pastoral; de tal modo, que la obediencia arranca de motivos de fe, se vuelve
escuela de humildad evangélica, hace participar al obediente de la sabiduría, de la
unidad, de la edificación de la caridad que sostiene el cuerpo eclesial» (7).
El sujeto del magisterio está formado por las personas a las que Cristo confió la
potestad de enseñar: el romano pontífice y el colegio episcopal, fundamentado y presi-
dido por el mismo romano pontífice. «Porque los obispos son los pregoneros de la fe
que ganan nuevos discípulos para Cristo y son los maestros auténticos, es decir,
herederos de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomenda-
do la fe que ha de creerse y ha de aplicarse a la vida, la ilustran con la luz del Espíritu
Santo, extrayendo del tesoro de la Revelación las cosas nuevas y las cosas viejas (cf.
Mt 13,52), la hacen fructificar y con vigilancia apartan de la grey los errores que la
amenazan» (cf. 2 Tim 4,1-4)(8).
«Este santo concilio, siguiendo las huellas del Vaticano I, enseña solemnemente, a
una con él, que Jesucristo, eterno Pastor, edificó la santa Iglesia, enviando a sus
5 Ef 4,11-16.
6 PABLO VI, Ecclesiam suam: Ecclesia n. 1205 p. 8.
7 PABLO VI, Ecclesiam suam: Ecclesia n. 1.025 p. 20.
8 Const. dogmática del concilio Vaticano II sobre la Iglesia c. 3 n. 25: Ecclesia n. 1.221 p. 21.
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apóstoles, como El mismo había sido enviado por el Padre (cf. Jn 20, 21), y quiso que
los sucesores de éstos, los obispos, hasta la consumación de los siglos, fuesen los
pastores en su Iglesia. Pero, para que el episcopado mismo fuese uno solo e indiviso,
estableció al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro, y puso en él el
principio visible y perpetuo fundamento de la unidad de fe y de comunión (9).
2. LAS ENCICLICAS
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escribe la encíclica «en la persuación de que han de tener mayor fuerza las cartas que
el Papa por sí mismo escribe a los obispos que las escritas por otros, aún con la
autoridad del pontífice, por la mayor benevolencia pontificia que significan las epístolas
del mismo Papa a los obispos, unidos a él con el vínculo de la fraternidad» (13).
Las normas disciplinares raramente ocupan una parte especial, sino que están dise-
minadas a lo largo de los documentos. Las encíclicas sociales fundamentalmente son
doctrinales, pero proponen también las normas de orientación que se deducen de la
misma doctrina.
Las encíclicas se individualizan por las primeras palabras: en ellas hay un interés
especial en destacar de algún modo el tema que se quiere tocar. La Rerum novarum se
refiere a la situación del proletariado, motivada por el cambio de las circunstancias
sociales. La Quadragesimo anno conmemora la Rerum novarum. La Liber tas trata el
tema de la libertad. La Pacem in terris, el tema de la paz.
El Papa habla en las encíclicas como Pastor supremo y universal de la Iglesia. Las
encíclicas son actos del magisterio:
a) Universal. Las encíclicas son enseñanzas que el Papa da para toda la Iglesia; el
Papa dirige las encíclicas a todos los obispos y aun a todos los hombres. Incluso las
encíclicas que van dirigidas a una Iglesia en particular contienen enseñanzas de ca-
rácter universal; con motivo de un problema o necesidad particular, los Papas dan
enseñanzas para la Iglesia universal; así la doctrina de la Iglesia sobre las formas de
gobierno está contenida principalmente en la Au millieu (1892), dirigida a la Iglesia de
Francia para orientar a los católicos en la actitud que debían tomar en la III República.
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b) Supremo. El Papa habla en estos documentos cumpliendo el oficio de vicario de
Cristo: «Contra estos perniciosos errores..., creemos ser nuestro deber, en razón de
nuestro oficio de vicario de Cristo en la tierra y de supremo Pastor y Maestro, levantar
la voz» (16). «Como vicario de Aquel que, en una hora decisiva..., pronunció la augusta
palabra: Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad;
todo aquel que pertenece a la verdad, oye mi voz (17), declaramos que el principal deber
que nos impone nuestro oficio y nuestro tiempo es dar testimonio de la verdad» (18).
El Papa no habla en las encíclicas ex cathedra, pero sus enseñanzas son auténtico
magisterio de la Iglesia. Las encíclicas no son doctrinas particulares de un Papa, como
si fuera un doctor más en la Iglesia. Frente a las enseñanzas de las encíclicas no vale
invocar la autoridad de un doctor para sostener algo contrariamente a lo que el Papa ha
enseñado. «El divino Redentor no ha confiado la interpretación auténtica de este depó-
sito a cada uno de los fieles, ni aun a todos los teólogos, sino sólo al magisterio de la
Iglesia» (20).
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El Papa puede tener otros contactos de muchas maneras; pero, cuando se trata del
orden doctrinal y de la orientación de los problemas más importantes, el romano pontí-
fice se comunica pro medio de solemnes documentos, como son las encíclicas. El
Papa se propone en las encíclicas cumplir su oficio de Pastor para mantener la unidad
de la doctrina, preservarla de los errores y orientar la vida cristiana de los fieles. Esta
es la razón principal de que la mayoría de tales documentos vayan dirigidos a los
obispos, para que, conocidos por ellos, los propongan a los fieles, si bien, como hemos
visto, algunas están dirigidas a toda la Iglesia universal. Para mantener esa unidad, el
Papa exige a los obispos que se atengan a las enseñanzas de las encíclicas. «Hemos
escrito esta carta encíclica a todos los arzobispos, obispos y ordinarios de Italia a fin
de que todo esto fuera conocido por ti, venerable hermano, y por todos los demás, y
siempre que se celebren sínodo u ocurra predicar al pueblo y enseñarle las sagradas
doctrinas no se exponga nada que se aparte de las sentencias que antes hemos rese-
ñado. Os amonestamos también vehementemente que pongáis toda solicitud para que
nadie en vuestras diócesis se atreva a enseñar, mediante cartas o sermones, lo con-
trario» (25).
Las encíclicas son el medio que usa el Papa para unificar y orientar las enseñanzas
del magisterio ordinario de la Iglesia ejercido por los obispos, esparcidos por el mundo
en sus diócesis.
Cuando el Papa habla ex cathedra, usa fórmulas precisas y breves para que conste
sin duda alguna a la Iglesia la voluntad del mismo de que exige un asentimiento absolu-
to, ya sea que defina un dogma o condene un error. Los Papas hablan muy pocas veces
ex cathedra; pasan generaciones de fieles sin que se haya dado tal forma de magisterio
durante su vida.
Esta intención de cumplir el oficio de Pastor para todos los hombres determina la
publicación frecuente de encíclicas en nuestros tiempos. Cuando la vida evoluciona
lentamente, con unos mismos principios se puede orientar durante siglos la vida de los
cristianos. Hasta la época contemporánea, la historia ofrecía, a lo largo de grandes
épocas, las mismas características. Pero la velocidad con que la vida ha evolucionado
en estos últimos cien años ha hecho necesario que la Iglesia intervenga constante-
mente, orientado la vida con nuevas encíclicas.
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La misión magisterial y pastoral que debe cumplir la Santa Sede exige una comuni-
cación constante con los pastores, tanto para preservar el depósito de la Revolución
contra todo error como para adaptar la misma verdad a las continuas evoluciones y
necesidades de los fieles. Cuando más rápidamente evolucionen las ideas y los proble-
mas, tanto más urge el adaptar la doctrina y la legislación a las nuevas necesidades.
En nuestros días, las encíclicas sociales revisten una importancia especial. Los
cambios realizados en la técnica, en la economía, en la política, en la vida social de los
pueblos, son rápidos y condicionan la vida religiosa de los hombres. Por eso, estas
encíclicas, que ofrecen a los hombres las normas de justicia, verdad, caridad y libertad
para los problemas sociales, tienen hoy una gran importancia en la Iglesia. Al valor
intrínseco de las encíclicas sociales podemos añadir un argumento externo por la
importancia que les han dado Juan XXIII y Pablo VI. Las encíclicas a las que Juan XXIII
ha dado más importancia han sido la Mater et magistra y la Pacem in terris; antes de
publicar la Mater et magistra hizo muchas referencias a ella, y, una vez publicada, ha
remitido constantemente a ella; ningún documento de los pontífices ha sido recordado
por Pablo VI tantas veces ni con tal solemnidad como lo ha hecho con la Pacem in
terris.
La mayoría de los teólogos creen que el Papa no ha exigido nunca tal asentimiento
en la encíclicas, según el uso que hacen los Papa en los tiempos modernos.
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forma de definición o juicio solemne no ofrece duda alguna. En el magisterio ordinario
no aparece esta intención ni siquiera en las afirmaciones principales, aunque no faltan
autores que admitan en las encíclicas verdaderos juicios solemnes (29).
Ciertamente no hay obligación de pensar que los Papas exponen infaliblemente las
enseñanzas, aunque con frecuencia encierran verdades definidas ya por la Iglesia. «Lo
que se propone e inculca en las encíclicas pertenece ya -por otras razones- al patrimo-
nio de la doctrina católica» (30).
Asentimiento que debe prestarse a las encíclicas. Los católicos saben con gran
claridad que deben admitir con rendimiento absoluto de juicio la doctrina que la Iglesia
propone infaliblemente. En los textos de religión y en los tratados De Ecclesia, la cues-
tión del primado del romano pontífice ocupa un puesto muy importante; la elaboración
de estos tratados, primer con un carácter de defensa de la Iglesia frente a los sobera-
nos de la Edad Media y luego con un fin apologético frente a los protestantes, explica
este puesto prevalente del primado y de su infalibilidad en la exposición de la teología
de la Iglesia, ya que el romano pontífice constituye la base de su unidad.
El Papa tranquiliza nuestra fe, porque sabemos que, cuando nos propone algún dog-
ma, es infalible; pero no aparecería tan importante para el católico la actuación del
Papa si sólo le obligara cuando habla ex cathedra. Se impone destacar la fuerza de
obligación que tiene el magisterio auténtico; en esta actividad es cuando más vitalmente
ejerce para los cristianos de hoy el oficio de maestro y pastor. Principalmente, la Igle-
sia es madre y maestra por este magisterio del Papa y del colegio de los obispos.
Los romanos pontífices exigen de los fieles un asentimiento verdadero a las ense-
ñanzas que dan en las encíclicas. «Y si los sumos pontífices, en sus constituciones,
de propósito pronuncian una sentencia en manera hasta aquí disputada, es evidente
que, según la intención y voluntad de los pontífices, esa cuestión ya no se puede tener
como de libre discusión entre los teólogos» (31).
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Los católicos deben aceptar las enseñanzas de este magisterio. Lo requiere el fin
mismo de las encíclicas: conducir con seguridad a los fines en materia de fe y costum-
bres; orientarlos para evitar los errores y para que obren conforme a la fe y a la moral.
Si los católicos sólo estuviesen obligados a aceptar el magisterio infalible, quedarían a
merced de la prudencia personal, expuestos a peligros para la misma fe y, sobre todo,
para las conclusiones que la fe entraña para la vida cristiana (32). «Esta religiosa sumi-
sión de la voluntad y del entendimiento, de modo particular se debe al magisterio
auténtico del romano pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera, que se
reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se adhiera al pare-
cer expresado por él, según el deseo que haya manifestado él mismo; como puede
descubrirse ya sea por la índole del documento, ya sea por la insistencia con que repita
una misma doctrina, ya sea también por las fórmulas empleadas»(33).
Las encíclicas de tipo social obligan con el mismo valor formal que las que tratan de
otras materias, pero podemos afirmar que en los momentos actuales revisten una
especial importancia. Las encíclicas sociales son la aportación del magisterio de la
Iglesia a la solución de la cuestión social. Los Papas urgen la obediencia tanto en la
aceptación de la doctrina social como en la realización de la misma. «Aquellos princi-
pios fundamentales obligan en conciencia a todos los católicos, y a ninguno de ellos es
lícito pactar con aquellos sistemas o tendencias que contradigan a los mismos princi-
pios, de los cuales la Iglesia ha puesto en guardia a los fieles»(34). Un cristiano debe
abrazar firmemente todos los artículos del dogma revelado y todas las verdades que
necesariamente se derivan del mismo dogma. De manera, pues, especial, también los
principios fundamentales sobre los que reposa el edificio de toda sana doctrina social,
a cuyo propósito tenemos interés en renovar hoy la grave advertencia paternal que
habíamos dirigido recientemente a los representantes de la Acción Católica Italiana» (35).
Por es o la fidelidad y aceptación del magisterio auténtico en doctrina social es de gran
transcendencia. El cristiano encuentra en esta doctrina las normas y criterios para
conocer la moral cristiana en la vida social. Las grandes síntesis de la moral cristiana
fueron hechas en épocas en las que no existían los problemas actuales; pretender
resolver y orientar la vida con aquella moral marcadamente individualista es vivir en
continuo peligro de error; no aceptar, no conocer la doctrina social, es pecar contra la
fidelidad y obediencia al magisterio de la Iglesia. El cristiano no acepta su doctrina
social porque la vea prudente y apta para resolver los problemas, sino que la acepta
con el valor religioso de la obediencia y del amor debido al magisterio vivo de la Iglesia.
Valor de los otros documentos pontificios.- La doctrina social de la Iglesia dada por
el magisterio ordinario se contiene también, además de en las encíclicas, en
radiomensajes, discursos, alocuciones y decretos de los romanos pontífices. Pío XII
no tiene ninguna encíclica especialmente social, y, sin embargo, es inmenso el acervo
de doctrina que ha dado a la Iglesia a través de sus radiomensajes y discursos.
32 Cf. SALAVERRI, Sum. Teol: BAC, t. 1 p. 668 (Madrid 1950); «Providentia illa supernaturalis etiam est ultima ratio, cur servata
proportione: episcopis et etiam directoribus animarum aliqua autoritas doctrinalis conveniat: principium auctoritatis (divinae) et
obedientiae ad exemplar Christi totam vitam internam christiane pervadere debet» (LERCHER, Instituiones theologiae dogmaticae
vol. 1 p. 298, Herder, Barcelona 1945).
33 Const. dogmática del concilio Vaticano Ii sobre la Iglesia: Ecclesia n. 1220-1.221 p. 21 n. 25.
34 Pío XII, Discurso de 10 junio de 1945: Dic. text. pont. p. 407 n. 47.
35 Pío XII, ibid., n. 48; cf. Mater et magistra p. 329 n. 240; Dictionnaire de ibéologie catholique t. 4 col. 2209.
83
¿Qué valor tienen estas enseñanzas en el magisterio de la Iglesia?
Las formas externas del magisterio no afectan al valor de la doctrina. El único criterio
válido es el de la intención del Papa. El es lo que se debe estudiar; para ello es preciso
considerar cada uno de los documentos. La intención del Papa y el valor correspon-
diente de los documentos hay que juzgarlos por la importancia del tema, por el modo de
expresarlo, por la repetición de la misma doctrina en otros documentos, por la declara-
ción que a veces hacen los mismos pontífices. No se pueden considerar de igual valor
los discursos de Pío XII y Pablo VI con los de Juan XXIII, cuyos discursos son general-
mente exhortativos; en los mismos discursos de Juan XXIII tiene una importancia
marcadamente superior a los demás la alocución en la inauguración del concilio ecu-
ménico Vaticano II.
El P. Creusser, consultor del Santo Oficio, de algunas normas para juzgar cuándo los
discursos del Papa han de ser equiparados a las encíclicas:
36 Cf. FORD y KELLY, Problemas de teología moral contemporánea t. 1 p. 33 (Sal Terraer, Santander (1962).
37 Discurso a las comadronas, 29 octubre 1951: Colec. Enc. p. 1007.
38 Pío XII, Discurso del 23 de marzo de 1952; Radiomensaje sobre la conciencia cristiana como objeto de la educación: Colec. Enc. p.
866 n. 13.
39 Const. dogmática del concilio Vaticano II sobre la Iglesia c. 3 n. 25: Ecclesia n. 1.221 p. 21.
84
«Lo que nos interesa es el carácter de la alocución: ¿Tiene el Papa intención de
enseñar y en qué grado invoca él su autoridad? Aparte de una declaración expresa, su
intención puede aparecer en la calidad y número de las personas a quienes habla y en
el asunto que trata.
Los obispos son los sucesores del colegio apostólico. «Las prerrogativas propias del
colegio apostólico, como órgano rector de la Iglesia -lo que podríamos llamar jurisdic-
ción normal o poderes ordinarios de la autoridad social-, se perpetúan a través de los
tiempos...; colectiva o colegialmente, los sucesores de los apóstoles habrán de com-
partir la solicitud de todas las iglesias» (41).
Se plantea un punto importante con relación a las enseñanzas de los obispos: ¿Qué
valor tiene el magisterio del obispo? ¿Hasta qué punto obliga su magisterio?.
Los obispos, unidos con el romano pontífice, son infalibles en las definiciones so-
lemnes de los concilios ecuménicos y cuando enseñan la doctrina de la Iglesia en sus
respectivas diócesis en conformidad con el Papa (44). Si las enseñanzas y decretos de
los obispos, individualmente o reunidos en asambleas provinciales o nacionales, han
sido aprobadas por el romano pontífice de forma específica, gozan también de las
40 Bulletin social des industriels 4 (1952) p. 153; cit. en FORD y KELLY, o. c., t. 1 p. 34.
41 ENRIQUE TARANCON, obispo de Solsona, Carta Pastoral a los sucesores de los apóstoles p. 42 (Ediciones Sígueme, Salamanca
1960).
42 Pío XII, Discurso 31-5-1945: BAC, Doc. jur. p. 44 n. 7.
43 Cf. Pío XII, ibid.; cf. Discurso al 11 Congreso Mundial de Apostolado Seglar, octubre 1957: Anuario Petrus p. 172; cf. const. dogmática
Lumen gentium n. 25.
44 DENZ., n. 1792.
85
mismas características del magisterio auténtico que hemos visto. Esto es cierto, así
como que cada uno de los obispos no es infalible. «Los obispos, cuando enseñan en
comunión con el romano pontífice, deben ser respetados por todos como los testigos
de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, tienen obligación de aceptar y
adherirse con religiosa sumisión del espíritu al parecer de su obispo en materia de fe y
de costumbres cuando él las expone en nombre de Cristo...
b) Transmitir las directivas generales de la Iglesia que son necesarias para no caer
en peligros contra la fe; y
c) «el dar por sí mismo, bajo su personalidad propia, las directrices que juzgue
convenientes para asegurar en su diócesis una mejor aceptación del mensaje de
la Iglesia; de manera que en las cosas que a la salvación del alma se refieren, en
ésas tan sólo, pero en todas éstas, él es el único que tiene autoridad para legislar,
para juzgar, para aplicar sanciones» (46).
El obispo es auténtico doctor en la Iglesia: por eso, cuando habla como obispo, su
autoridad no está en razón de su sabiduría, sino en su misión de pastor: el maestro de
la Iglesia que enseña en nombre de Cristo. «Su magisterio no se funda en la ciencia
propia, sino en el poder; no es una consecuencia de sus conocimientos personales,
sino de la autoridad que tiene como sucesor de los apóstoles. Además, no debe olvidar-
se que el magisterio de la Iglesia no ha de proponer verdades nuevas; se ha de limitar a
dar testimonio auténtico de las verdades reveladas por Dios y de la doctrina enseñada
por Jesucristo. Eritis mihi testes (47), dijo Jesús a sus apóstoles. Y este testimonio
calificado no puede darlo más que el que ha recibido la misión del mismo Cristo» (48).
El poder de enseñar de los obispos se extiende a todo lo que alcanza el objeto del
magisterio de la Iglesia; por lo tanto, también a la doctrina social. Esto reviste hoy
especial importancia por el aspecto religioso que entraña. El obispo tiene la misión de
enseñar la doctrina y las normas de conducta que se derivan en aquélla. La orientación
86
para las necesidades particulares de las diócesis o de una región no las da la Iglesia
universal, sino el prelado o grupo de prelados, si se trata de orientaciones para varias
diócesis.
49 Pío XII, Discurso de 2 noviembre de 1954 a los cardenales y obispos reunidos en Roma para la proclamación de la Realeza de
María: Anuario Petrus p. 142 n. 9-10; cf. decreto del concilio Vaticano II Christus Dominus n. 12.
50 Const. Lumen gentium n. 25.
87
solamente un aspecto disciplinar. Porque precisamente por esta referencia esencial al
obispo es como la predicación se convierte en un acto verdadero de Iglesia; el acto por
el cual la esposa de Cristo continúa dispensando, por la voz de su sacerdote, las
inagotables riquezas de la doctrina evangélica» (51).
Sin ser exhaustiva, puede hacerse una clasificación de las diversas afirmaciones
que se encuentran en los documentos sociales pontificios (53):
a) Verdades de fe.
b) Principios de derecho natural.
c) Conclusiones.
d) Juicios absolutos.
e) Directrices.
f) Datos de observación.
a) Verdades de fe. Las encíclicas no proponen nuevas verdades de fe; pero la Reve-
lación es la fuente más importante de la doctrina social, y en ella, juntamente con
la ley natural, se encuentra la verdadera concepción cristiana de la vida. Estas
51 MONTINI al LXVII Congreso de Obras Católica de Francia, 13 abril 1954: Anuario Petrus p. 173 n. 2.
52 Pío XII, ibid.: Anuario Petrus p. 143 n. 10.
53 Cf. VAN GESTEL, oc., p.127ss; VILLANI, o.c., p.15-29.
88
verdades pertenecen al magisterio de la Iglesia y han sido declaradas por ella en
otras ocasiones. Cuando la Iglesia las ha enseñado como dogma de fe, el no
aceptarlas sería pecado de herejía.
Los principios inmutables, de los cuales hemos mencionado algunos, obligan tam-
bién en conciencia.
54 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p.327 n.15; Casti connubii; BAC, Doc. soc., p.625 n.12; Quadragesimo anno: BAC, Doc. Soc. p.751
n.18.
55 Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1956: BAC, Doc. soc. p.1196 n.8; Mater et magistra p.322 n.219.
56 Pío XI, Quadragesimo anno; BAC, Doc. soc. p.758 n.132; Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1956: p.1196 n.8-10.
57 Divini Redemptoris: BAC Doc. Soc. p.693 n.35; Pío XII, Radiomensaje de junio de 1951, BAC, Doc. soc. p.852 n.2.
58 Divini Redemptoris; BAC, Doc. Soc. p.693 n.35; Pío XII, Summi pontificatus: BAC, Doc. pol. p.769 n.30; Radiomensaje de Navidad de
1947: BAC, Doc. pol. p. 947 n.34.
59 Mater et magistra p.337 n.258.
60 Quadragesimo anno: BAC, Doc. soc. p.737 n.88; Mater et magistra p.336 n.257.
61 Divini Redemptoris: BAC, Doc. soc. p.871 n.50; Quadragesimo anno: BAC, Doc. Soc. p.714 n.47; Mater et magistra p.316 n.206.
62 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p.326 n.14.
63 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p.344 n.32.
64 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p.314-315 n.4-5; Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1952, BAC, Doc. soc. p.1139 n.24; Mater
et magistra p.317 n.208; ibid., p.322 n.219.
65 León XIII, Libertas: BAC, Doc. Pol. p.244 n.16; Divini Redemptoris: BAC Doc. Pol. p.686 n.29; Pío XII, Radiomensaje de Navidad de
1942: BAC, Doc. pol. p.843 n.9; Mater et magistra p.322 n.219.
66 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p.341 n.30; Pío XII, Summi pontificatus: Bac. Doc. pol. p.769 n.30; Juan XXIII, Pacem in terris p.37
n.7.
67 León XIII, Diuturnum illud: BAC, Doc. Pol. p.110 n.3; Immortale Dei: BAC, Doc. Pol. p.191 n.2.
68 Rerum novarum: BAC, Doc. Soc. p.335 n23; Pío XII, Discurso de 1 junio de 1951; BAC, Doc. soc. p.857 n.15; Discurso de 13 de junio de
1943: BAC, Doc. Soc. p.973 n.1.
69 Quadragesimo anno: BAC Doc. soc. p.714 n.46; Radiomensaje de 1 junio de 1941: BAC, Doc. soc. p. 956 n.13; Mater et magistra p.
314 n.99.
70 Pío XII; Radiomensaje de Navidad de 1942: BAC, Doc. pol. p.850; Pacem in terris, p.37-42 n.9-22.
89
No se puede concretar el grado de esta obligación, pero se puede afirmar que tiene
razón de pecado el rechazar esas enseñanzas; además, la doctrina de la Iglesia no
tiene una postura estrecha que pretenda determinar el grado concreto de moralidad;
tiene una actividad superior: orientar a los cristianos hacia la verdad, hacia la justicia y
hacia la caridad.
Cuando los principios señalados por algún Papa son después sistemáticamente si-
lenciados por sus sucesores al tratar de los mismos temas, indica que ya no urge la
obligación que tenía cuando se dieron. Los criterios para conocer el pensamiento de los
Papas lo más exactamente posible serán expuestos al tratar las normas de interpreta-
ción de los documentos.
A veces, los juicios que dan los Papas no son absolutos y categóricos; en este caso
no es obligatorio el asentimiento, pero el cristiano debe procurar pensar con el Papa. En
la aceptación de estos juicios entran en juego las circunstancias y los argumentos que
los Papas dan para razonarlo; así: el juicio favorable al sindicato italiano del fascismo
(75)
; la división de poderes en la organización político-jurídica de los pueblos (76); radical
insuficiencia del capitalismo (77); organización democrática de la comunidad política (78).
e) Directrices. Las directrices son indicaciones que los Papas aconsejan para orien
tar la sociedad; la misma expresión de los pontífices indica que no las urgen como
obligación en ciencias: modificar el contrato de trabajo con elementos del contrato
de sociedad (79); formación de cooperativas (80); participación de los obreros en la
propiedad de la empresa(81); las instituciones deben reformarse evolucionando paso
a paso (82).
90
f) Datos de observación. Existen hechos y situaciones reales que son datos
comprobables por el conocimiento científico o por la mera observación vulgar
independientemente del juicio de valor que se haga de ellos. Cuando los Papas
exponen, describen, constatan tales hechos, sus afirmaciones no tienen más va-
lor que el que da la experiencia; su autoridad magisterial no se extiende a estos
campos. Sin duda tiene el valor humano que confiere al Papa el lugar que ocupa
en el mundo; el Papa tiene información y asesoramiento científicos como pocos
hombres pueden tenerla. Pocos hombres pueden tener el conocimiento que tiene
el romano pontífice sobre la situación social de todo el mundo. En esos datos de
observación no queda comprometida la fidelidad que el cristiano debe al Papa.
83 «Aptas para producir en todo el planeta una peligrosa catástrofe, para llevar el exterminio total de la vida animal y vegetal y de todas
las obras humanas a regiones cada día más vastas, armas capaces hoy, con los isótopos artificiales radiactivos de larga vida
media, de infeccionar en forma duradera la atmósfera, el suelo, los océanos mismos incluso lejos de las zonas atacadas directa-
mente y contaminadas por las explosiones nucleares. Y así, ante los ojos del mundo aterrorizado, existe la previsión de destruccio-
nes gigantescas, de extensos territorios hechos inhabitables y no utilizables para el hombre, adem ás de las consecuencias
biológicas que pueden producirse en los gérmenes y en los microorganismos, ya por el resultado incierto que un prolongado
estímulo radiactivo puede tener sobre los organismos mayores, comprendido el hombre y su descendencia» (Pío XII, Radiomensaje
pascual, 18 abril 1945: Anuario Petrus p.17 n.2).
84 Pío XII, Radiomensaje de 24 diciembre de 1956: BAC, Doc. soc. p. 1208 n.45.
85 Pío XII, Discurso a la X Asamblea General de la Unión Geodésica y Geofísica Internacional, 4 setiembre de 1954, Anuario Petrus
p.106 n.2.
86 Cf. Mater et magistra p. 232 n.11
87 Pablo VI, Radiomensaje de 23 diciembre de 1963: Ecclesia n.1.173 p.5.
91
Señalar el valor de las diversas afirmaciones, su fuerza, su obligatoriedad, depende
de la intención de los Papas, manifestada en los documentos sobre estas materias
económicas, sociales y políticas. Para conocer la distinta fuerza y valoración es nece-
sario interpretar con fidelidad la mente del Papa.
La Doctrina Social de la Iglesia encuentra cada día una mayor difusión: publicación
de las encíclicas, diccionarios de textos pontificios, referencias en la gran prensa,
libros que exponen el pensamiento social católico. A veces se tergiversa el verdadero
sentido de las afirmaciones pontificias; se intenta probar con textos pontificios opinio-
nes preconcebidas, pero que en modo alguna expresan la doctrina social católica. Así,
para demostrar que la Acción Católica debe preocuparse de los problemas sociales, lo
cual es justo y necesario, suele citarse a San Pío X en Il fermo propósito (88): «Tales
son, venerables hermanos, las características, el objeto y las condiciones de la Acción
Católica considerada en su parte más importante, que es la solución de la cuestión
social, digna, por consiguiente, de que se apliquen a ella con la mayor energía y cons-
tancia todas las fuerzas católicas. Lo cual, sin embargo, no excluye que se favorezcan
y promuevan también otras obras de vario carácter, de diversa organización; pero
todas igualmente destinadas a este o aquel bien particular de la sociedad y del pueblo
y al reflorecimiento de la civilización cristiana en todos sus aspectos» (89). De este texto
se deduce que los católicos deben preocuparse de los problemas sociales, pero no que
sea el fin más importante de la Acción Católica. El Papa se refiere a las organizaciones
creadas por inspiración de la Iglesia para realizar la llamada «acción social»; por eso,
poco antes, orientando la eficacia de tal acción, afirma en el mismo documento:; «Para
asegurar, pues, la consecución de esta unidad entre las varias obras dignas igualmen-
te de alabanza, se ha mostrado en otros países singularmente eficaz una institución de
carácter general, que, con el nombre de Unión Popular, está destinada a reunir a los
católicos de todas las clases sociales, pero especialmente a las grandes muchedum-
bres del pueblo, en torno a un solo centro común de doctrina, de propaganda y de
organización social» (90).
92
Las dificultades para comprender la doctrina social surgen del mismo contexto histó-
rico-prudencial de las encíclicas. Las orientaciones que dan los Papas no son
extratemporales; se ordenan y se relacionan con las circunstancias permanentemente
mudables de la sociedad. Los valores que el hombre debe perseguir en su actuación se
realizan en un complejo económico, político y social determinado. Los problemas que
un cristiano tiene para la colaboración con el Estado en la consecución del bien común
serán muy distintos si vive en un régimen comunista o en un país de libertad democrá-
tica; no será fácil conocer los valores que deben prevalecer en concreto.
Criterios de interpretación
Fidelidad al texto. Esta norma, aunque sencilla, es fundamental. El texto único oficial
es el que se publica en las Acta Apostolicae Sedis; las demás traducciones, aun las
facilitadas por la Santa Sede, son oficiosas; no tiene más valor que otras traducciones.
La variedad de las versiones obedece generalmente a la deficiencia del texto facilitado
por la Santa Sede. Así ha ocurrido con la versión española de la Mater et magistra.
Aunque las traducciones son fundamentalmente iguales, puede variar el matiz de algu-
nas expresiones, e incluso pueden ser tan distintas, que produzcan desorientación. En
la Mater el magistra, al confirmar la doctrina expuesta para la fijación del justo salario,
una traducción dice:
91 Cf. Pío XII, Radiomensaje de 24 diciembre de 1944; BAC, Doc. pol. p. 883 n.44.
93
«Las normas que exponemos ahora valen, claro está, para todo tiempo y lugar» (92).
En cambio, en otra traducción se dice: «Es evidente que los principios expuestos valen
para todo tiempo y en todas partes» (93). La expresión española que exponemos ahora
puede significar que se refiere a lo que sigue, sin afectar a lo anterior; el texto oficial
dice attigimus (94), lo cual aclara el sentido sin lugar a duda alguna. Es necesario conocer
el texto original para comprender el sentido y matiz que el documento encierra. La
mentalidad del traductor puede aparecer más fácilmente en las titulaciones de los
diversos párrafos, ya que generalmente en la versión oficial sólo vienen tituladas las
grandes partes del documento.
94
tigio de la Iglesia ante aquellos que no conocen su doctrina social. Se ha llegado a
querer probar que es justo el capitalismo en sí mismo porque León XIII y Pío XI dijeron
que no hay injusticia en que unos pongan el capital y otros el trabajo (99). León XIII y Pío
XI no intentaron dar una definición del capitalismo. El sistema económico de su tiempo
se caracterizaba, entre otras notas, por tal separación, y como los socialistas conde-
naban la propiedad privada y el régimen de asalariado como contrario a la naturaleza,
ellos defienden con energía la propiedad frente a los socialistas.
Podemos ver algún ejemplo para comprender la necesidad de ver el contexto históri-
co para interpretar rectamente el sentido del pensamiento pontificio.
Lo que el Papa condena en este encíclica vale para todos los movimientos e ideolo-
gías que sostengan lo que el Papa condena: derribar los fundamentos de la sociedad (103);
destruir todo lo sabiamente establecido por las leyes humanas y divinas (104); defender el
amor libre y la disolución de la familia (105); arrebatar toda propiedad adquirida a título de
legítima herencia, o por el trabajo intelectual o manual, o con el ahorro personal (106). León
XIII condenó a los que defendían estas aberraciones, y su condenación sigue válida
para cuantos hoy piensen de igual modo. Pero es injusto y falso aducir la Quod
apostolici muneris para condenar el socialismo en general; si un socialismo defiende
esas monstruosidades, tal socialismo queda condenado por esta encíclica, pero no
puede aplicarse este documento a los que se llamen socialistas; sería hacer un uso
falso de la doctrina de la Iglesia, porque el Papa habla del socialismo como si fuese un
todo homogéneo «socialistas, comunistas, nihilistas» (107).
99 Rerum novarum: BAC, Doc. Soc. p. 324 n.14; Quadragesimo anno: BAC, Doc. Soc. p. 719.n.53.
100 Cf. Van Gestel, o.c. c.8.
101 Cf. SORAS, Opciones políticas y documentales de la Iglesia p.66 (Estela, Barcelona 1962).
102 Cf. DENZ, 1849-1852.
103 BAC, Doc. pol. p.61 n.1.
104 Ibid.
105 Ibid., p.62.
106 Ibid.
107 Ibid. p.61 n.1.
95
La encíclica envuelve una idea confusa del socialismo aun para 1878; manifiesta la
idea general que existía en la sociedad de llamar socialismo a diversos movimientos:
socialistas, comunistas, anarquistas, nihilistas, sin distinguir lo que realmente les dife-
renciaba, aunque tuvieran todos un fondo común. Lo que realmente determina la encí-
clica no es ni el socialismo ni el comunismo, sino el anarquismo. Aparece claro en el
primer punto que el Papa tiene delante al anarquismo de su tiempo: «De este modo, la
venerable majestad y el poder de los reyes han llegado a ser objeto de un odio tan
grande por parte de la plebe revolucionaria, que estos sacrílegos traidores, impacien-
tes de todo freno, en breve han dirigido más de una vez sus armas, con impío atrevi-
miento, contra los mismos príncipes» (108).
En 1878 comienza una cadenade atentados cometidos por los anarquistas, y que
crearon un ambiente de terror. Fue «la propaganda por el hecho», como llamaban al
asesinato realizado con fines políticos. En Rusia reviste una violencia especial. A los
atentados contra el zar, que comenzaron en 1866 con Karakozow, se respondió con
una ola de represión, y a ésta con nuevos atentados, hasta culminar en 1881 con el
asesinato del zar (ocasión que contribuyó a que León XIII publicara la encíclica
Diuturnum illud). En el mismo año, 1878, se habían cometido atentados contra
Alfonso XII, el Káiser Guillermo I y el rey Humberto de Italia. No todos los atentados
eran cometidos por anarquistas, pero éstos los justificaban aunque hubieran sido
cometidos por otros movimientos. «Todos los partidos -dice el anarquista Kropotkin-
recurren a la violencia en la medida en que su actuación abierta es obstaculizada por la
represión y en que las leyes excepcionales los colocan fuera de la ley» (109). Los
anarquistas también se llamaban con frecuencia socialistas, pero se distinguían
netamente de otros movimientos, sobre todo de los comunistas; atacaban con igual
violencia a la religión y al Estado, como los mayores tiranos contra la libertad del
hombre. El programa que presentó Bakunin para crear la Alianza de la Democracia
Socialista, al romper con la Liga por la Paz y la Libertad, rechazado por revolucionario,
afirmaba: «La Alianza se declara a sí misma atea; defendiendo la abolición del culto, la
sustitución de la fe por la ciencia y de la justicia divina por la humana» (110). Este es el
ambiente que tiene el Papa en cuenta en su encíclica; de ahí lo equivocado de aducir la
Quod apostolici muneris para condenar el socialismo, sin indicar en que socialismo se
dan las características que el Papa condena.
96
Tomada a la letra esta afirmación de León XIII, el Papa se pronunciaría por la teoría
de la designación en el origen de la autoridad política; en esta teoría, la elección hecha
por el pueblo es sólo condición necesaria para que la autoridad descienda inmediata-
mente de Dios al designado para gobernar. Según las palabras del Papa, los católicos
no podrían defender ya la teoría de la traslación, según la cual la autoridad no viene
inmediatamente de Dios al gobernante, sino mediatamente, a través del pueblo; la
autoridad queda radicalmente en el mismo pueblo; es decir, cuando el gobernante no
realiza el bien, razón de ser de la autoridad, ésta vuelve otra vez al pueblo.
Podía parecer que los católicos tenían que aceptar la teoría de la designación, pues-
to que también Pío X recoge las palabras de León XIII al condenar Le Syllon, en el
sentido que aparece literalmente, ya que Le Syllon nunca defendió que la autoridad
tengan su último origen en la voluntad del pueblo. Dice San Pío X: «Además de que es
anormal que la autoridad ascienda, puesto que por naturaleza desciende, León XIII ha
refutado de antemano esta tentativa de conciliación de la doctrina católica con el error
del filosofismo. Porque, prosigue, es importante» (112), y continúa con el texto citado de
León XIII.
La interpretación auténtica de estos textos nos dice que lo único que el Papa conde-
na es que la autoridad tenga su origen en la voluntad del pueblo. Esto se deduce por el
fin general de la encíclica Diuturnum illud: defender el origen divino de la autoridad en
contra de la teoría del liberalismo político. Este rechazaba toda vinculación de la auto-
ridad política con Dios.
Cierto que la encíclica creó algún desconcierto; pero, preguntada la curia romana
sobre este aspecto, contestó que el Papa sólo condenaba la tesis liberal (113).
No es de este lugar estudiar las causas que contribuyeron a que muchos teólogos
abandonasen en el siglo XIX la teoría más tradicional en la Iglesia, influenciados por la
revolución y por los ataques de los gobiernos liberales a la Iglesia. Sin duda que esta
situación influyó también en León XIII y en San Pío X (114).
97
El sindicato. León XIII, al hablar en la Rerum novarum de la cooperación de los
propios interesados a la solución del problema social, expone la doctrina cristiana
sobre las asociaciones. Dentro del mismo tema encontramos en la encíclica afirmacio-
nes fundamentales de derecho natural: «El constituir sociedades privadas es derecho
concedido al hombre por la ley natural, y la sociedad civil ha sido constituida para
garantizar el derecho natural y no para conculcarlo» (116); y afirmaciones condicionadas
por el tiempo, al señalar, por encima del fin profesional («en principio se ha de estable-
cer como ley general y perpetua que las asociaciones de obreros se han de constituir y
gobernar de tal modo, que proporcionen los medios más idóneos y convenientes para
el fin que se proponen») (117), otro fin extralaboral: «Pero es evidente que se ha e tender,
como fin principal, a la perfección de la piedad y de las costumbres, y asimismo que a
este fin habrá de encaminarse toda la disciplina social» (118).
León XIII tiene presente las antiguas corporaciones, con finalidades profesionales y
con finalidades religiosas; no conoce el sindicato tal como se irá perfilando con el
tiempo, hasta llegar a ser una asociación netamente profesional en la organización y en
los fines. Las organizaciones obreras católicas de final de siglo no percibían con clari-
dad la necesidad de separar los fines profesionales de los fines religiosos. El Papa se
refería a corporaciones profesionales con carácter marcadamente religioso. Esto es lo
circunstancial.
98
Ideologías. Con las ideologías y los movimientos sociales inspirados en ellas suce-
de a veces lo mismo que hemos dicho de las instituciones. Los pontífices juzgan las
ideologías y las condenan cuando constituyen un peligro para la vida cristiana. Puede
ocurrir que, habiendo dado un juicio sobre una ideología o sobre un movimiento, se
encierra una realidad muy distinta bajo el mismo nombre con el transcurso de los años.
No se pueden aplicar al socialismo todos los juicios que los Papas han hecho sobre él.
El Papa, en este juicio que parece circunstancial, hace indirectamente una condena
absoluta. El Papa condena una concepción de la vida opuesta al verdadero cristianismo
por ser «incompatible con los dogmas de la Iglesia católica» (123); las incompatibilidades
que el Papa enumera son tres: la sociedad no tiene otro fin que el bienestar material y
no debe tener en cuenta el fin trascendente del hombre (124); la sociedad, para procurar
los bienes materiales, puede sacrificar a este fin los valores más elevados del hombre,
incluso la libertad (125); defiende una sociedad sin verdadera autoridad social (126).
Para Pío XI, «verdadero socialismo» es el que tiene esta concepción de la vida; por
eso, en este juicio histórico del socialismo se contiene implícitamente un juicio absolu-
to: la condenación de una visión de la vida opuesta a la concepción cristiana. Siempre
que los socialistas mantengan tal concepción, vale para ellos la afirmación pontífica.
Si, por el contrario, algunos se llaman socialistas no tienen tal concepción anticristiana,
sino que sólo aspiran a unos postulados de organización social -supresión de privile-
gios, igualdad de oportunidades, economía dirigida, nacionalización de las grandes
empresas-, sin plantearse otros problemas de valores, no valdría para ellos la afirma-
ción de que no se puede ser verdadero socialista y católico a la vez, pues un católico
podría defender esos postulados dentro de la concepción cristiana. «Entre los diversos
socialistas, algunos no ponen de manifiesto ninguna concepción particular del hombre
99
ni de la sociedad; tienen solamente el deseo de que la actividad económica sirva del
mejor modo posible del hombre; sin embargo, otros es evidente que siguen mantenien-
do las ideas que Pío XI condena en la Quadragesimo anno (127).
León XIII afirmó con insistencia en la encíclica sobre la constitución cristiana del
Estado que éste debe ser confesional y católico (128). León XIII vive en una época en que
los gobiernos de países católicos combaten a la Iglesia. Esta es despojada de su
libertad y de sus derechos en pueblos donde la pluralidad religiosa no tiene todavía
relevancia. Estas circunstancias influyen para que el Papa insista en la obligación de
ajustar la legislación de los pueblos católicos a la tesis de la confesionalidad del Esta-
do. San Pío X mantiene esta misma postura: pero Pío XII insiste mucho más en el bien
común como único criterio para la constitución cristiana del Estado. La tolerancia reli-
giosa en la comunidad política se estudia bajo nuevos aspectos condicionados por la
historia (129). Juan XXIII, en la segunda parte de la Pacem in terris, síntesis de la
doctrina de la Iglesia en materia política, ni siquiera menciona el tema de la
confesionalidad. Y el concilio Vaticano II plantea las verdaderas consecuencias que se
deducen de la libertad religiosa (130).
No se puede usar a capricho los textos pontificios para probar posiciones preconce-
bidas; tampoco se pueden usar ni literal ni rígidamente, como si la doctrina de la Iglesia
fuese intemporal, concretada y desarrollada de espaldas a la realidad social.
100
La fidelidad al pensamiento verdadero de la Iglesia exige que en el uso de los textos
de doctrina social se guarden las normas de interpretación que requiere la doctrina
social.
La Revelación pública quedó terminada con la muerte del último apóstol, y la natura-
leza humana fue configurada definitivamente desde su origen con la creación del pri-
mer hombre. La Iglesia conoce progresivamente las verdades contenidas en la Revela-
ción y en el derecho natural; todo lo que la Iglesia conoce es verdad, pero no conoce
toda la verdad de una vez para siempre. La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo,
reflexiona sobre lo que ya está realmente contenido en la Revelación; esta reflexión,
con la ayuda de la asistencia divina, hace que la Iglesia progrese en el conocimiento de
la verdad.
Los principios inmutables del derecho natural pueden ser conocidos por deducción
lógica, con abstracción de toda realidad sociológica; pero el conocimiento de las verda-
des hechas sin tener en cuenta la realidad de la vida formaría una concepción filosófi-
ca, pero no constituiría una verdadera ética.
La doctrina social de la Iglesia es mucho más que una concepción abstracta; es una
ética social auténtica. La doctrina social de la Iglesia se desarrolla en interrelación de
vida y reflexión. Esto hace que progrese necesariamente. Una ética alejada de los
hechos se anquilosa por su natural esterilidad. La doctrina social de la Iglesia parte de
la vida y proyecta sobre ella el orden absoluto de los valores. Cuando más cerca está la
Iglesia de los problemas sociales, más eficazmente influye en los hombres. Por eso,
cuando se da alejamiento y separación entre la Iglesia y el mundo, aquélla influye poco
en la orientación cristiana de los problemas de la sociedad.
La doctrina social progresa principalmente porque tiene que ser iluminación del que-
hacer social ni está ni nunca estará terminada; sólo se consumará en el momento de la
instauración total del reino, porque ya será todo verdad y caridad.
Interesa señalar los modos por los que la doctrina social de la Iglesia progresa y se
desarrolla; esto ayuda, a su vez, a tener una comprensión orgánica del pensamiento
social cristiano. Por no conocer este desenvolvimiento de la doctrina social, algunos
acusan a la Iglesia de relativismo; piensan que la Iglesia dicta su doctrina al compás de
los tiempos, sin tener inconveniente en cambiar de posición si las circunstancias lo
piden.
101
1. LA DOCTRINA SOCIAL PROGRESA POR UNA MAYOR
EXPLICITACION DE LOS PRINCIPIOS
Los principios y las directrices que un Papa de responden a las necesidades del
tiempo en que le toca vivir. La asistencia divina no es una revelación que manifiesta en
cada momento ni los principios doctrinales ni las orientaciones para la acción.
El auxilio del Espíritu Santo no cambia las condiciones humanas de la Iglesia; ésta
tiene que someterse a las leyes del desenvolvimiento natural. «Todos saben cómo la
Iglesia está inmersa en la humanidad, forma parte de ella; de ella proceden sus miem-
bros, de ella extrae preciosos tesoros de cultura, y cómo sufre sus vicisitudes históri-
cas y también contribuye a sus éxitos» (1).
Estudiaremos la actuación del cristiano en lo temporal desde León XIII. Este Papa
llega al solio pontificio en 1878. La coyuntura en que se encuentra entonces la Iglesia
es extremadamente difícil. Las revoluciones del pensamiento y las revoluciones políti-
cas hacen que la Iglesia se vea atacada y encuentre dificultades para el cumplimiento
de su misión.
En países tradicionalmente católicos, los gobiernos liberales privan a la Iglesia de
libertad.
En Italia, la Iglesia atraviesa una situación difícil desde la ocupación violenta de los
Estados pontificios; el odio que la masonería muestra al Papa se manifiesta siempre
que puede: dificultades para el nombramiento de obispos; se pone en venta el patrimo-
nio de Propaganda Fide; los políticos italianos favorecen los ataques hechos contra la
102
Iglesia; pretenden destruir el papado; la enseñanza que se da en las escuelas es feroz-
mente anticlerical. Tan violentos fueron los ataques que se hacían al Vaticano, que León
XIII pensó varias veces en salir de Roma.
La Iglesia tiene que defender la fe; es la misión que Dios ha confiado a la jerarquía;
pero León XIII no sólo llama a los católicos seglares a que colaboren con la jerarquía y
a que trabajen con mandato de ella, sino que afirma que es misión propia de los mis-
mos seglares. «En este desmedido delirio universal de opiniones a que nos hemos
referido, es misión de la Iglesia, obligatoria siempre, proteger la verdad y arrancar de
las almas el error, ya que a la tutela de la Iglesia ha sido confiada la gloria de Dios y la
salvación de las almas. Pero, cuando la necesidad apremia, la defensa de la fe no es
obligación exclusiva de los que mandan, sino que, como dice Santo Tomás, «todos» y
cada uno están obligados a manifestar públicamente su fe, ya para instruir y confirmar
a los demás fieles, ya para reprimir la audacia de los infieles. Retirarse ante el enemigo
o callar cuando por todas partes se levanta un incesante clamoreo para oprimir la
verdad, es actitud propia o de hombres cobardes o de hombres inseguros de la verdad
que profesan» (3). León XIII da las orientaciones para que los católicos defiendan su fe y
la libertad de la Iglesia participando en la ida pública (4).
León XIII destaca ya el puesto del laico en la misión de la Iglesia. Aunque el Papa no
extienda esta misión a la actividad temporal considerada en sí misma, sin embargo,
está ya implícitamente en el texto indicado la participación del seglar en la misión de la
Iglesia a través de su actuación temporal.
En el campo estrictamente social, León XIII impulsa a los católicos (5) a preocuparse
por las clases populares; pero la acción social que el Papa recomienda no aparece
como obligación nacida de la vocación propia del seglar. Se exhorta al seglar a trabajar
en lo social, pero movido fundamentalmente por la situación religiosa de los obreros.
No aparece aún la plena responsabilidad del seglar. Las orientaciones de la jerarquía
103
para la acción social de la Iglesia tienen aún un matiz de «clericalismo», de excesiva
subordinación del seglar a la jerarquía en su actuación temporal (6).
El Papa afirma que la Iglesia no puede desentenderse de la cuestión social, que los
seglares deben contribuir a resolverla: crear instituciones, grupos; pero lo espiritual
aparece unido externamente a lo temporal, sin ver claramente el aspecto religioso que
tiene en sí mismo lo temporal.
San Pío X se mantiene en el mismo terreno; anima a los católicos a que trabajen por
los problemas sociales, pero la actividad seglar queda excesivamente dependiente de
la jerarquía. San Pío X precisa, sin embargo, la misión de la Iglesia en el orden tempo-
ral: «Restaurar en Cristo no sólo lo que pertenece propiamente a la divina misión de la
Iglesia, de conducir las almas a Dios, sino también todo aquello que, como hemos
explicado, deriva espontáneamente de aquella divina misión, la civilización cristiana en
el complejo de todos y cada uno de los elementos que la constituyen» (7). San Pío X
afirma también que es tarea de los seglares, de la acción católica, pero no distingue
con claridad la actividad de los católicos de la actividad de las organizaciones católi-
cas dependientes de la jerarquía (8).
Pero es, sobre todo, en tiempos de Pío XII cuando los hombres de estudio y los
hombres de acción se esfuerzan por encontrar el puesto que la Iglesia, y con ella el
seglar, tiene en la elaboración del nuevo orden del mundo.
104
En la teología se habla ya de la consecretio mundi. Pío XII precisa que la misión del
seglar es realizar esta consecratio mundi es, en lo esencial, obra de los seglares
mismos, de hombres que se hallan mezclados íntimamente en la vida económica y
social, que forman parte del gobierno y de las asambleas legislativas»(11). Los seglares
realizan una doble misión; la primera, directamente apostólica: «Del mismo modo, las
células católicas, que deben crearse dentro, entre los trabajadores, en cada fábrica y
en cada ambiente de trabajo, para conducir de nuevo a la Iglesia a los que se hallan
separados de ella, no pueden ser constituidas más que por los mismos trabajado-
res»(12) y realizan una tarea temporal. «El llamamiento que Nos hicimos el año pasado a
los católicos alemanes se dirige también a los apóstoles seglares de todo el mundo,
dondequiera que reinen la técnica y la industria. Una tarea importante os incumbe -les
decíamos-: la de dar a este mundo de la industria una forma y una estructura cristia-
nas... Cristo, por quien todo ha sido creado, el Dueño del mundo, sigue siendo también
Dueño del mundo actual, pues también está llamado a ser un mundo cristiano. A voso-
tros os toca grabarle la huella de Cristo (2-10-1956). Esa es la más pesada, pero
también la tarea más grande, del apostolado del elemento seglar»(13).
La Iglesia expone esta doctrina porque es vocación específica del seglar. «Por la
necesidad, sí, que tiene la Iglesia de vosotros, pero más aún por la vocación a la
plenitud de la vida cristiana que ella descubre en vuestro espíritu por la elevación
sobrenatural que reconoce al fiel»(17). El Vaticano II, tanto en el capítulo 4 de la constitu-
ción dogmática Lumen gentium como en la constitución pastoral Apostolicam
actuositatem, estructura la doctrina sobre la misión del seglar en la cristianización de
las estructuras.
Hemos visto cómo un mismo principio -la función del seglar en la misión de la Iglesia
en el mundo- se desarrolla progresivamente por la mayor explicitación que hacen los
Papas.
Del mismo modo se podría ver este desenvolvimiento de la doctrina social a través
de otros puntos, v.gr. el derecho de asociación desde que León XIII lo enuncia para
11 Pío XII, Discurso al II Congreso Mundial del Apostolado Seglar, 5 octubre de 1957: Anuario Petrus p.173 n.4.
12 Ibid.
13 Ibid., cf. Pío XII, Radiomensaje de 24 diciembre de 1948: Colec. Enc.p. 1689 n.9.
14 Ibid., p.335 n.256.
15 Ibid., p.329 n.240.
16 Mater et magistra p.334 n.254.
17 PABLO VI, Discurso a los graduados 3 febrero 1964: Ecclesia n.1.175 p.9.
105
probar la legitimidad de las organizaciones profesionales(18) hasta que Juan XXIII lo declara
exigencia absolutamente necesaria para salvar la liber tad de la persona humana(19).
La exposición de los tratados de justicia ocupa la mayor parte de los libros de moral.
La Sagrada Escritura nos dice que clama al cielo la injusticia de los salarios. He aquí....
que el salario de los obreros que fue defraudado por vosotros clama, y el clamor de
ellos ha llegado a los oídos del Dios de los ejércitos(20).
Es un principio absoluto el deber de pagar con justicia la retribución del trabajo; pero
la determinación de las condiciones que deben guardarse para que el salario sea justo
ha necesitado muchos estudios hasta llegar a las conclusiones que hoy tenemos; sin
pensar, además, que todo esté ya dicho.
León XIII afirma que es un crimen no pagar el salario justo (21), que el deber principal
de los patronos es dar a cada uno lo que sea justo(22); afirma también que es de justicia
natural un salario suficiente para «alimentar a un obrero frugal y morigerado»(23). León
XIII se fija fundamentalmente en el carácter necesario y humano del trabajo, sin que se
detenga en precisar las consecuencias que se derivan del rendimiento económico del
obrero para la fijación del salario. Tampoco expone qué se debe entender por justicia
natural; queda para la labor de los teólogos y moralistas concretar las conclusiones.
Pío XI recoge las conclusiones de los diversos estudios, y cuarenta años después
de la Rerum novarum precisa ya que las relaciones entre trabajo y capital «deben ser
reguladas conforme a las leyes de la más estricta justicia conmutativa»(24); concreta
también los criterios para la retribución del trabajo, lo cual no puede hacerse «si no se
tiene en cuenta su carácter social e individual»(25). Los aspectos que se han de tener en
cuenta son: las necesidades del obrero y de su familia (26), la situación de la empresa
(destaca solamente la empresa que no puede pagar el salario suficiente) (27) y el bien
común(28).
Pío XII habla expresamente del rendimiento económico para fijar la retribución del
trabajo. «La Iglesia ha sostenido siempre el principio de que a la trabajadora se le debe,
por igual prestación de trabajo y en paridad de rendimiento, la misma retribución que al
trabajador»(29).
18 Rerum novarum: BAC, doc.soc. p.348 n.34.
19 JUAN XXIII, Pacem in terris p.41 n.19.
20 Sab 5,4.
21 Rerum novarum: BAC, Doc.soc. p.326 n.14.
22 Ibid., p.325.
23 Rerum novarum: BAC, Doc.soc. p.345.
24 Quadragesimo anno: BAC, Doc.soc. p.766 n.110.
25 Ibid., p.727 n.69.
26 Ibid., p.727 n.71.
27 Ibid., p.728 n.72.
28 Ibid., p.729 n.74.
29 Discurso al I Congreso italiano sobre el trabajo femenino, 15 agosto 1945: Colec. Enc. 3d. p. 1013.
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La Encíclica Mater et magistra señala un avance considerable en los criterios de
justicia y de equidad para la fijación del salario, valederos «para todo tiempo y en todas
partes»(30): el salario debe ser suficiente «para llevar el obrero una vida digna de persona
humana y hacer frente como conviene a sus obligaciones familiares»(31); pero se
debe tener también en cuenta «la efectiva aportación de cada uno a la producción, la
situación de las empresas respectivas, las exigencias del bien común nacional, parti-
cularmente por lo que se refiere al empleo de la mano de obra, y, por último, las
exigencias del bien común internacional»(32). El mismo Papa aplica el criterio del rendi-
miento económico a las empresas que han autofinanciado nuevas inversiones; en tales
empresas, dice, «se debe reconocer a sus propios trabajadores un cierto título de
crédito ante la propia empresa, especialmente si les dan un salario que no excede del
mínimo vital»(33).
La Mater et magistra señala unos criterios ciertos que siempre se han de tener en
cuenta para fijar el salario según la justicia y la equidad; pero, a su vez, deja abierto un
panorama de gran trascendencia para todas las relaciones de justicia conmutativa.
Cuando afirma que el salario debe fijarse atendiendo al bien común, sus afirmaciones
parecen extenderse a todas las relaciones de justicia. Esto supone la necesidad de
estudiar todo el tratado de justicia a la luz de este principio fundamental de la doctrina
de la Iglesia: el bien común. Todas las relaciones de justicia conmutativa deben tener
en cuenta la situación de la renta nacional y las necesidades de los hombres. La
doctrina social de la Iglesia crece a través de las condiciones que vive la sociedad. Los
hechos sociales, la reflexión, las ciencias auxiliares, ayudan a la Iglesia a sacar nue-
vas consecuencias y a precisar mejor los principios.
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dero de la doctrina social, y mucho más puede aplicarse con justicia, sin tener
nociones claras de las ciencias afines, especialmente de la economía, la
sociología, la psicología social y el derecho.