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LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

La aportación de la Iglesia a la solución de los problemas sociales lo hace principal-


mente a través de su doctrina social.

La palabra «doctrina» puede tener diversas acepciones. Se puede entender en el


sentido tradicional como objeto de enseñanza: un conjunto coherente de ideas sobre
alguna materia. Así se puede hablar de doctrina de Platón o de Aristóteles, entendiendo
por doctrina su pensamiento filosófico (1). Modernamente se llama también doctrina a
una expresión completa y detallada sobre economía o política, a un sistema, como
cuando se habla de la doctrina del liberalismo, del marxismo o del nacional-socialismo;
el mismo Pío XII le dio alguna vez este sentido (2). Sin embargo, la expresión «doctrina
social», en el lenguaje de los documentos pontificios, significa el conjunto de principios
y normas orientados a la sociedad (3).

La Iglesia no tiene un sistema económico o político para organizar la sociedad. Han


existido partidos políticos y movimientos sociales con la pretensión de identificar su
postura con la doctrina de la Iglesia. La Sapientiae christiane, de León XIII, si condena
tal actitud es porque existía un peligro real en este sentido (4); la Cum multa, dirigida a
España en 1882, fue ocasionada por un problema parecido: identificar la religión con
una postura política concreta; al mismo motivo obedece la condenación de Le Syllon
por San Pío X en Notre charge apostolique.

Las instituciones sociales y políticas confesionales tienen el peligro de pretender


identificarse con la doctrina social de la Iglesia.

La realización del bien común temporal requiere procedimientos técnicos ordenados


a este fin: producción de bienes, planificación de la economía, leyes de circulación,

130 GUERRY, El compromiso temporal p.54-5 (Safermi, Madrid, 1961).


1 «Doctrina social significa noción e idea relativos a la esencia y al objeto de la sociedad...; en la expresión «doctrina social» queda
mejor expresado el carácter axiológico de la teoría de la sociedad, ya que el término «doctrina» se emplea en el sentido de una teoría
de los valores constituidos teniendo en cuenta la vida práctica». ULTZ, Etica t.1 p.342 ed. cit.).
2 CF. Alocución al Congreso de A. C. Italiana, 29 abril 1945; cf. GUERRY, La doctrina social, p. 77 (Rialp, Madrid 1959).
3 «Según el lenguaje más correcto que dice bien aquello que expresa, el término «doctrina» tiene un sentido muy preciso en el idioma
de la Iglesia. Etimológicamente, en efecto, significa una enseñanza (docere)» (GUERRY, La doctrina social de la Iglesia p. 78 ed. cit.).
4 BAC, Doc. pol. p. 286 n. 19.

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etc.; el bien común siempre supone una elección entre diversas posibilidades. La diver-
sidad de partidos políticos se justifica únicamente por la existencia de diversas posibi-
lidades para realizar el bien común. La Iglesia da las normas fundamentales que se
derivan de la concepción cristiana las cuales deben ser respetadas por cualquier siste-
ma social que quiera se verdadero y justo, lo mismo si se refiere a las formas de
gobierno, a las sindicales o a la empresa. Los cristianos tienen obligación de poner en
práctica la doctrina social, pero con un gran campo de libertad para concretar en
programa de acción las normas fundamentales que se derivan de la concepción cristia-
na (5). Si la doctrina social de la Iglesia fuese un «sistema», los católicos no tendrían
libertad de acción; pero la Iglesia, salvo en ocasiones muy graves, no puede señalar
una opción concreta en el orden temporal.

Tampoco se debe confundir la doctrina social de la Iglesia con el «catolicismo so-


cial».

La expresión «catolicismo social» nace en Francia cuando los católicos toman con-
ciencia de la cuestión social; sus primeras manifestaciones se dan hacia 1820. En este
año, Bouchez habla ya con crudeza de la miseria en que se encuentra el proletariado.

La expresión «catolicismo social» nace como síntesis de estas dos ideas: «progre-
so» y «problema obrero». Lo social adjetivando a catolicismo se usa antes de la revolu-
ción de 1848; pero, al hacerse con el poder los conservadores, el calificativo «social»,
en el sentido de reforma, es usado más por los socialistas. Frente al movimiento revo-
lucionario surge el poder, que dice defender a la sociedad manteniendo las estructuras.
La corriente llamada «caritativa» toma fuerza con el golpe de Estado de 1851, y la
llamada «social» pierde fuerza. A fin de siglo, la expresión «catolicismo social» logra
imponerse; se llama «católicos sociales» a los que se preocupan teórica y práctica-
mente de los problemas sociales (6).

El catolicismo social es un movimiento de pensamiento y de acción que se propone


difundir, desarrollar y poner en práctica la doctrina social de la Iglesia.

El catolicismo social prepara la primera intervención de la jerarquía de la Iglesia en


lo social; la Rerum novarum no habría existido sin los «católicos sociales», y después
de la encíclica son los que intentan llevar a la práctica sus enseñanzas y desarrollar su
doctrina. Las Semanas Sociales pertenecen a este catolicismo social.

Esa misma razón de ser del catolicismo social engloba actitudes que, teniendo un
mismo fin, varían en la teoría y en las realizaciones al interpretar la doctrina social de
la Iglesia. Antes de la Rerum novarum hubo escuelas de católicos sociales que, por

5 «En cuanto al comportamiento económico-social de los hombres, debe respetar una barreras límites, de las que es imposible salir,
y debe estar inspirado por un espíritu que tiende a la realización de los verdaderos valores humanos, la Iglesia debe intervenir
doctrinalmente, señalando las bases de cualquier sistema que pueda ser aceptable por la conciencia moral...; pero, en cuanto a la
realización del bien común temporal, exige la aplicación de un conjunto de procedimientos técnicos y coherentemente organizados
en un sistema, se escapa de la competencia aún doctrinal de Iglesia. Dentro del orden ético natural y sobrenatural, los cristianos,
y, en general, los ciudadanos, son libres para elaborar sus propios sistemas económicos, sociales y políticos. Sería muy peligroso,
y en última instancia muy lamentable, el que algún cristiano pretendiera vindicar para sí la realización de un sistema de orden
temporal como único compatible y con la doctrina social de la Iglesia» (ABAITUA-ALBERDI-SETTÉN, Exigencias cristianas en el
desarrollo económico-social p. 14, Studium,Madrid 1962).
6 Cf. DOUROSELLE,Les débuts du catholicisme social en France p. 5ss; Presse Universitaires de France (París 1951).

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ejemplo, tenían actitud distinta con relación a la intervención del Estado y a los criterios
que debían fijar la justicia del salario. En la actualidad, la misma doctrina de los Papas
tiene una matización distinta en los movimientos obreros y en los patronales; piénsese
en la postura que frente a la cogestión presentan en España los miembros de la H.O.A.C.
y los de A.S.P., movimientos ambos de Acción Católica.

Es necesario distinguir la doctrina social de la Iglesia del catolicismo social. Pío XII
afirma la importancia de esta distinción: «Este instituto se ha tomado la tarea de ense-
ñar la doctrina social de la Iglesia, cuyos principales puntos están en los documentos
de la Sede Apostólica, es decir, las encíclicas, alocuciones y epístolas de los pontífi-
ces. A este propósito han surgido varias escuelas relativas a las cuestiones sociales,
que han explanado, desarrollado y sistematizado los documentos pontificios. Hecho
que nos parece razonable.

Lo que no se ha podido evitar es que, al aplicar los principios y deducir las conse-
cuencias, unas procediesen de un modo y otras de otro, dando lugar no pocas veces a
grandes diferencias entre sí. Por eso aquí hay que procurar, como dijimos de la doctrina
de la fe y de las escuelas teológicas, que la verdadera y genuina doctrina social de
la Iglesia no se confunda con las diversas opiniones propias de cada escuela; son
dos cosas que siempre hay que distinguir muy bien» (7).

Ninguna escuela debe arrogarse el monopolio de la doctrina social de la Iglesia. Así


como las diversas escuelas teológicas deben distinguirse de la enseñanza del magis-
terio de la Iglesia, del mismo modo las diversas escuelas del catolicismo social se
distinguen de la doctrina de la Iglesia. «Como en cualquiera otra rama de la doctrina, en
la enseñanza de la doctrina social de la Iglesia es el magisterio vivo quien es la regla
inmediata y universal de la verdad» (8).

La riqueza doctrinal y la eficacia del catolicismo social depende en gran parte de


saber comprender las distintas actitudes; con comprensión, los católicos pueden unir-
se en lo fundamental, sin que obsten las diferencias para dejar de hacer lo que es
posible realizar. «Al tratar de aplicar estos principios a la realidad, puede ocurrir en
ocasiones que aun los mismos católicos, con la mayor buena fe, sostengan opiniones
distintas. Donde esto sucede procuren todos, no obstante las discrepancias, mantener
ante todo y manifestar entre sí la estima y el respeto debido; pero también descubrir, a
través de un intercambio de opiniones, en qué cosa pueden colaborar, a fin de realizar
a tiempo, de común acuerdo, lo que la misma necesidad exige» (9).

1. ¿QUE ES LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA?

La Iglesia ha ejercido un influjo beneficioso en la sociedad en todas las épocas de la


historia con su doctrina y su acción; a esta influencia se refería Pío XII al decir que la

7 Discurso al IV Congreso de la Universidad Gregoriana de Roma, 17 octubre 1953: Anuario Petrus p. 95 n.4.
8 GUERRY, La doctrina social en la Iglesia p. 32 ed. cit.; cf. p. 30-32.
9 Mater et magistra p. 328 n. 238.

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Iglesia «tiene su propia doctrina social, elaborada profundamente desde los primeros
siglos hasta la Edad Moderna y estudiada en su desarrollo y perfeccionamiento desde
todos los puntos de vista y bajo todos los aspectos» (10). Pero la expresión «doctrina
social» tiene una delimitación concreta; es la doctrina que la Iglesia viene elaborando
desde León XIII para orientar los problemas sociales, especialmente desde la Rerum
novarum, pues ya antes había publicado encíclicas de indudable trascendencia social
(Quod apostolici muneris, Diuturnum illud, Cum multa, Immortales Dei, Libertas,
Sapientiae christianae).

En los documentos de León XIII no aparece la expresión «doctrina social»; la Rerum


novarum afirma que «es la Iglesia la que deduce del Evangelio las doctrinas» (11). Pío XI
habla de «filosofía social» y de doctrina socialis catholica, que algunos traducen por
«doctrina social de la Iglesia» (12). Pío XII usa ya con mucha frecuencia la expresión
«doctrina social de la Iglesia» (13).

La doctrina social de la Iglesia debe entenderse principalmente como el conjunto de


enseñanzas que la Iglesia tiene acerca de la convivencia y de la sociedad humana (14). A
partir de la dignidad sagrada de la persona humana, «la Iglesia católica, contando
con la colaboración de sacerdotes y seglares competentísimos, ha ido deduciendo
sistemáticamente, sobre todo durante el último siglo, las normas sociales a las que
deben ajustarse las relaciones entre los hombres» (15).

La referencia a la cuestión social se ha de tener siempre en cuenta para comprender


rectamente la doctrina social; ésta ha nacido para responder a la cuestión social, y la
dinámica de los problemas sociales hace que la Iglesia responda con su doctrina a las
características que presenta la cuestión social a través de los tiempos. «La Iglesia, en
efecto, aunque no ha presentado como suyo un determinado sistema técnico en el
campo de la acción económica y social, por no ser ésta su misión, ha fijado, sin
embargo, claramente las principales líneas fundamentales, que, si bien son suscepti-
bles de diversas aplicaciones concretas según las diferentes condiciones de tiempos,
lugares y pueblos, indican, sin embargo, el camino seguro para obtener un feliz desa-
rrollo progresivo del Estado» (16). León XIII dirige sus enseñanzas para la redención del
proletariado; Pío XI se plantea toda una nueva estructuración de la sociedad; Pío XII,
cuyos primeros años de pontificado abarcan la segunda guerra mundial, dirige sus
preocupaciones a señalar los principios básicos para la instauración de un nuevo orden
después de la guerra; Juan XXIII afronta problemas esbozados ya por Pío XII, pero que
en la Mater et magistra y en la Pacem in terris los trata con una visión acomodada a las
nuevas circunstancias.

10 Discurso a los cuaresmeros, 23 de febrero de 1944; cf. Discursi e radiomesaggi disuus santità Pio XII t. 5 p. 204.
11 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p. 322 n. 12; cf. CALVEZ, Iglesia y sociedad económica p. 17-18 (El Mensajero del Corazón de
Jesús, Bilbao 1965).
12 Quadragesimo anno: BAC, Doc. soc. p. 701 n. 20.
13 Discurso a los miembros de UNIAPAC, 7 mayo 1949: BAC, Doc. soc. p. 1070 n.8; Discurso a los Hombres de A. C. Italiana, 4
setiembre 1949: BAC, Doc. soc. p. 1079 n.8: Discurso del 28 febrero de 1948; Dicc. text. pont. p. 686 n.9; Radiomensaje de 23 marzo
de 1955; Ecclesia n. 560 p. 7; Radiomensaje de Navidad de 1953: BAC, Doc. soc. p. 1161 n. 21; cf. CALVEZ, o.c., p. 19.
14 Cf. Mater et magistra p. 322 n. 218.
15 Mater et magistra p. 322 n. 220.
16 Pío XI, Divini Redemptoris: BAC. Doc. soc. p. 860 n. 33; cf. CALVEZ, o.c., p. 21.

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2. CONTENIDO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Verdades y principios fundamentales. La Iglesia respeta la autonomía de la econo-


mía y de la política; la empresa, el sindicato, el comercio, la organización de los
Estados, tienen sus propias leyes y métodos de actuación, pero donde hay una instan-
cia moral y religiosa, la Iglesia debe estar presente con su iluminación. Cristo «consti-
tuyó la Iglesia en vicaria de su misión, y lo mandó, mirando el futuro, que, si algo
padeciera perturbación en la sociedad humana, lo ordenara; que, si algo estuviera
caído, lo levantara» (18). Como «columna y fundamento de la verdad» (19), es custodia del
orden natural y del sobrenatural; por eso la concepción cristiana de la sociedad
contiene ante todo las verdades que pertenecen al derecho natural y a la Revelación;
son las verdades que se refieren al fundamento y fin de la sociedad y a las relaciones
que surgen en la vida social. «Una clara inteligencia de los fundamentos genuinos de
toda vida social tiene una importancia capital» (20).

Las verdades enunciadas por la Iglesia son inmutables y eternas, como lo son de la
ley natural y la Revelación; los principios fundamentales de la doctrina social de la
Iglesia son siempre los mismos. La formulación reciente de la doctrina social de la
Iglesia estriba en la razón misma por la que interviene: los aspectos morales de la
cuestión social; ésta no presenta siempre los mismos problemas; la Iglesia expone los
grandes principios para sacar las conclusiones que exige cada situación de la vida
social. La doctrina social contiene principalmente verdades y principios abstractos y
lejanos de la vida; faltaría su conexión con los problemas reales. La Iglesia no se
reduce a afirmar que el hombre es el fin de la vida social y que el bien común es la
misión esencial del poder público; desciende a aspectos mucho más concretos; la
exposición de los derechos de la persona humana proclamados por Pío XII y Juan
XXIII pertenece a estos principios fundamentales y constituye a la vez la norma obje-
tiva del bien común. Actuando los hombres de acuerdo con esa norma, respetan el
plan de Dios y contribuyen positivamente a la eficacia de las instituciones, porque
hacen que la sociedad responda a las exigencias de su misma naturaleza.

Juicios de las ideologías. Junto a la formulación positiva de la doctrina, la enseñan-


za social de la Iglesia contiene también el juicio y condenación de las doctrinas falsas,
que amenazan con perturbar o destruir el orden social o con levantar uno nuevo opues-
to a los principios de la ley natural. La condenación de los errores es parte integrante
de la doctrina social: la condenación del liberalismo económico (Pío XII tiene un juicio
más severo para la concepción liberal de la propiedad privada que para la negación de
la misma por el colectivismo)(21), la del racismo (22), la del totalitarismo (23), la del comunismo
(24)
.

17 Cf. VILLAN, La enseñanza social de la Iglesia p. 28 (Aguilar, Madrid 1957).


18 LEON XIII, Arcanum: BAC, Doc. soc. p. 196 n. 1.
19 1 Tim 3,15.
20 Radiomensaje de 24 diciembre de 1942. BAC, Doc. pol. p. 842 n.7.
21 Radiomensaje de septiembre de 1944: BAC. Doc. soc. p. 984 n. 22-25; PP n.26.
22 Pío XI, Mit brenender sorge: BAC. Doc. soc. p. 645; Discurso de Pío XII al Sacro Colegio Cardenalicio, 2 junio 1945; BAC, Doc. pol.
p. 887.
23 Pío XII, Summi pontificatus: BAC, Doc. soc. p. 752.
24 Pío XI, Divini Redemptoris: BAC, Doc. pol p. 669; decretos de la Sagrada Congregación de 1 de junio y 11 de agosto de 1949: BAC,
Doc. pol. p. 1702.

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Principios morales de acción. La doctrina social de la Iglesia ha sido acusada de
abstracta y utópica, incapaz de ser llevada a la práctica. Si esta doctrina fuera una
concepción de la vida que bastara prestarle un asentimiento sin urgencia de realiza-
ción, tendría fundamento la objeción; esta acusación proviene generalmente de
hombres de buena voluntad, pero más dominados por el criterio de eficacia que por
guardar la moralidad en los procedimientos.

Los Papas exponen la doctrina social con el deseo y el mandato de que se ponga en
práctica. «Cualquier concepción social está destinada, no sólo a ser conocida, sino
también a ser puesta en práctica. Lo cual es tanto más cierto de la doctrina social de la
Iglesia cuando que su luz es la verdad; su fin, la justicia, y su fuerza principal, el amor» (25).
Esta exhortación y mandato con que los Papas urgen la acción social es continua (26).

La formulación de los grandes principios de la doctrina social esta vinculada estre-


chamente a las circunstancias sociales en que aquéllos tienen que encarnarse, lo cual
requiere una orientación práctica (27).

La doctrina social de la Iglesia, que ha nacido y se ha desarrollado para responder a


las necesidades sociales, está integrada, en una gran parte, por principios morales de
orientación práctica. Los principios orientadores de la acción sufren alguna modifica-
ción a lo largo del tiempo por variar las circunstancias, pero siempre fieles a las verda-
des y a los principios inmutables; Juan XXIII ofrece unas normas de actuación sobre la
tolerancia religiosa que difieren de las dadas por León XXIII enfoca el problema desde
distinto punto de vista que los anteriores pontífices (28).

Los principios morales de acción de la doctrina social de la Iglesia, ni son simple


acomodación ante las situaciones concretas (sería una moral de situación), ni deduc-
ción teórica de los principios al margen de la realidad (podrían estar en contra del bien
común), sino por aplicación de los principios generales a los problemas concretos (29).
La Pacem in terris es modelo en este aspectos: contiene principios fundamentales
junto a las características de los tiempos; las tres primeras partes de la encíclica
terminan con una visión de las tendencias de la época actual, sobre la que Juan XXIII
quiere derramar el acento cristiano.

3. FINALIDAD DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Expuestos los fundamentos del contenido principal de la doctrina social de la Iglesia,


es fácil señalar su finalidad. Coincide necesariamente con su misión: la vida sobrenatu-

25 Mater et magistra p. 324 n. 226.


26 Cf. Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1955: BAC, Doc. soc. p. 1174 n. 28.
27 «Los principios morales no constituyen esquemas rígidos, sino enunciados generales que no adquieren configuración concreta
hasta que se conforman con la situación» (Ultz, Etica t. 1 p. 93 ed. cit.).
28 «No es que se deba admitir una modificación de la ley natural, pero sí puede debe admitirse una constante modificación de la vida
humana en sus manifestaciones sociales; cada época histórica presenta una forma de vivir y una capacidad de organización, que
permanentemente exige también una iluminación por los mismos principios abstractos y, en consecuencia, un enjuiciamiento y una
orientación por el magisterio de quien tiene por misión sacar todas las derivaciones de la ley natural en cada momento y situación»
(SETTEN, La Iglesia y lo social p. 85).
29 Cf. ULTZ, Etica social t. 1 p. 113 ed. cit.

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ral de los hombres y la ordenación de lo temporal a Dios; en el lenguaje actual: evan-
gelización y civilización.

Evangelización. Es la predicación del mensaje cristiano para la conversión de


los hombres a la fe. El objeto directo de la evangelización son las partes y se realiza
en el corazón de los hombres. Esta obra de la santificación depende, en gran medida,
de las condiciones sociales, ante las cuales la Iglesia no puede quedar indiferente (30).
La Iglesia busca siempre el bien religioso de los hombres; pero la vida religiosa de los
hombres; pero la vida religiosa no se desarrolla del mismo modo cuando el ambiente
social está dominado por el materialismo que cuando los valores terrenos están subor-
dinados a los eternos; no es lo mismo un régimen totalitario que un régimen de sana
libertad; que se respete la libertad del hombre o que ésta sea sojuzgada.

Cuando menos promocionados se encuentran los hombres, los factores económi-


cos, sociales y políticos condicionan con mucha más influencia su vida religiosa. La
gracia de Dios puede fructificar en las peores circunstancias, pero socialmente nece-
sita de unas condiciones mínimas humanas y sociales; si éstas son inhumanas, se
oponen al plan de Dios y son un obstáculo para la evangelización. Lo afirma la
teología y la sociología. Hay una mutua influencia entre la obra evangelizadora y la
civilización: la evangelización de la civilización, y la civilización prepara el camino a la
evangeliza-ción, no en el sentido del progresismo: primero civilizar para luego
evangelizar, sino en el sentido de que, cuando más justas sean las condiciones
sociales, mejor se desarrolla la evangelización. La evangelización, en su sentido
más preciso, lleva aneja una obra de civilización.

Civilización. La Iglesia, su doctrina social, además una finalidad en el mismo orden


temporal: la promoción humana; sin hombres verdaderos no puede darse verdaderos
cristianos. El sentido auténtico d promoción es llegar a la perfección a la que el hombre
está llamado; por eso la perfección sobrenatural, rectamente entendida, debe estar
presente en la promoción integral del hombre. El cristiano no puede aceptar una pro-
moción sobrenatural va implicada en los valores naturales, pues no puede realizarse
aparte de ellos. La doctrina social va dirigida a dar al hombre la verdadera promoción
humana, salvándole de los peligros que le amenazan en el logro de su perfección
humana, bien sea el peligro de la despersonificación o el de desviar la meta del hom-
bre de su verdadero fin.

La doctrina social de la Iglesia, al señalar al hombre los valores de la verdadera


promoción humana, orienta también todo el orden social a Dios, pues ofrece el sentido
y la finalidad que tienen las instituciones.

La Iglesia, «custodia, por voluntad de Dios y por mandato de Cristo, del orden
natural y del sobrenatural» (31), se propone llevar a la sociedad, con su doctrina social, la
verdadera finalidad de estar al servicio del hombre, para que las relaciones de los
hombres se construyan sobre la verdad, la justicia, la caridad y la libertad. Cuando la

30 Cf. Quadragesimo anno: BAC, Doc soc. p. 757 n. 130; Radiomensaje de 1 de junio de 1941: BAC, Doc. soc. p. 953 n.5.
31 Radiomensaje de Navidad de 1942: BAC, Doc. pol. p. 841 n.3; const. Gaudium et spes.

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economía, y l política, y el progreso se realizan sin tener en cuenta la ley natural, ni es
verdadera economía, ni verdadera política, ni verdadero progreso; cuando están transi-
das de la doctrina social de la Iglesia, cuando son fieles a su propia naturaleza, vuelven
a su verdadero ser. Esta es la consecratio mundi, que no consiste en la confesionalidad
de las realidades terrenas, sino en el sometimiento de las realidades sociales a los
principios de la doctrina social de la Iglesia.

4. LA REVELACION
Y EL DERECHO NATURAL,
FUENTES DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Los Papas en sus documentos hablan unas veces solamente de la Revelación (32),
otras de la ley natural (33), pero con más frecuencia señalan conjuntamente al derecho
natural y a la Revelación como fuentes de la doctrina social (34).

La Revelación, fuente de la doctrina social de la Iglesia. La Iglesia encuentra las


grandes líneas de su doctrina social en la Revelación. En ella se pueden encontrar
algunas enseñanzas para aspectos concretos: el trabajo, el uso de los bienes, la justi-
cia en el salario, etc.; pero la riqueza de la Revelación como fuente de doctrina social
está en el mensaje mismo de Dios y en las grandes verdades que trae a los hombres.

Dios, origen y fin del hombre, lo crea con amor para disfrutar de eterna bienaventu-
ranza. Por el pecado rompe el hombre con Dios (35); pero Dios hace una alianza con el
hombre, eligiendo a Israel como pueblo suyo (36). La alianza se hace realidad en Cristo,
Hijo de Dios hecho hombre, que con su muerte y su resurrección reconcilia a los
hombres con Dios (37); en El se cumplen todas las promesas (38). Jesucristo, pr imogenitus
omnis creaturae (39), se ha unido a la humanidad para cumplir los designios de gracia y
comunión con Dios. En Cristo, Dios se acerca a los hombres, y los hombres a Dios; la
humanidad y toda la creación están ya reconciliados y vocacionados a la gran unidad
de formar un cuerpo cuya cabeza es Cristo (40).

Jesucristo es el fundamento y el sostén de la vida de los hombres. «Los cristianos, a


quienes más particularmente nos dirigimos, deberán saber mejor que los demás que el
Hijo de Dios hecho hombre es el único sólido sostén de la humanidad incluso en la vida
social e histórica, y que El, al tomar la naturaleza humana, ha confirmado su dignidad
como fundamento y regla de ese orden moral.

32 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p. 322 n. 12.


33 Pío XII, Discurso al Centro italiano de estudios para la reconciliación internacional, 13 de octubre de 1955: BAC, Doc. pol. p. 1044 n. 1.
34 Pío XII, Carta al cardenal Faulhaber, 1 noviembre 1945; cf. Discorsi e radiomessaggi di Sua Santità t. 8 p. 521; Carta de la Secretaría de
Estado a Flory, presidente de la XXXII Semana Social de Francia, 14 de julio 1945, ibid., ibid., p. 540; Exhortación a un grupo de técnicos
industriales de A. C. de Barcelona, 6 setiembre 1956: Anuario Petrus p. 188 n. 3.
35 Rom 5,12.
36 Ex 23,2-33; Dt 28,14.
37 Heb 10,10; Gál 2,16-29.
38 2 Cor 1,20.
39 Col 1,15.
40 Col 1,18.

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Es, por lo tanto, su principal deber hacer que la sociedad moderna retorne en sus
estructuras a las fuentes consagradas por el Verbo de Dios hecho carne. Si alguna vez
los hombres descuidarán este su deber, dejando inerte, en lo que está de su parte, la
fuerza ordenadora de la fe en la vida pública, cometerían una traición al Hombre-Dios,
visiblemente aparecido entre nosotros en la cuna de Belén» (41).

El reino de Cristo comenzó ya en la tierra, y la Iglesia llevará al mundo el mensaje


de ese reino al que la vida social debe imitar: la unidad de los hombres con Dios y de
los hombres entre sí (42).

En la doctrina social de la Iglesia, el principio fundamental es la persona humana;


junto a la persona humana está la solidaridad de todos los hombres como base de
convivencia social; veamos, como ejemplo de la fuerza social que fluye de la Revela-
ción, dos aspectos solamente de la doctrina social de la Iglesia: la persona humana y
la solidaridad.

La persona humana. Dogma fundamental de la Revelación es la creación del hombre


por Dios, hecho a su imagen y semejanza (43), redimido pro Jesucristo y elevado a hijo
de Dios por la gracia sobrenatural. La dignidad natural del hombre es elevada en la
Revelación al carácter de algo sagrado; no es ninguna exageración la calificación de
«dignidad sagrada»(44) que el Papa da a la persona humana. La dignidad natural queda
dimensionada y elevada al orden sobrenatural. De este modo, la Iglesia, cuya doctrina
social se fundamenta en la persona humana, saca de la Revelación la doctrina que
salva el valor sagrado de la persona humana en cualquier coyuntura de la vida social (45).

La solidaridad. El olvido de la solidaridad de los hombres ha causado los grandes


males de la Edad Moderna (46). La solidaridad en el orden natural se basa en la igualdad
de la naturaleza humana; pero la Iglesia encuentra en la Revelación un fundamento
mucho más sólido, y que es el don más preciosos que Cristo le ha confiado: la caridad.

La caridad, es la plenitud de la ley (47). El amor de Dios le ha llevado a entregar su


hijo al mundo (48). Y el amor es la respuesta que Dios quiere del hombre. Es el mandato
de Jesucristo (49). Dios juzgará a los hombres por el amor ejercido con sus hermanos.
Cristo pide para todos el fruto de ese amor: Que todos sean uno, como tú y yo somos
una misma cosa (50).

41 Pío XII, Radiomensaje de 24 diciembre de 1955: BAC, Doc. soc. p. 1174-75.


42 JUAN XXIII, Alocución en la sesión inaugural del concilio Vaticano II, 11 octubre 1962: Ecclesia n. 1.109 p. 9.
43 Gén 2,7.
44 Mater et magistra, p. 322 n. 220.
45 «Junto a la cuna del recién nacido hijo de Dios, el creyente no sólo descubre su pasado y las condiciones presentes de su
naturaleza, sino que descubre también su nuevo destino, obra de un amor infinito, y de qué modo puede él recuperar la grandeza
perdida. Sabe, en efecto, que en aquella cuna yace el humano y divino Salvador, su redentor, venido a los hombres para sanar las
mortales heridas infligidas por el pecado en sus almas, restaurar la dignidad de la filiación divina y conferir las fuerzas de la gracia,
a fin de que superen, si no siempre exteriormente, al menos en el interior, el general desorden provocado pro el pecado original y
agravado por los pecados personales» (Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1956: BAC, Doc. Soc. p. 1197 n. 10).
46 Pío XII, Summi pontificatus: BAC, Doc. pol p. 778 n. 28.
47 Rom 13,10.
48 Jn 3,16; 1 Jn 4,9.
49 0Jn 15,12.
50 Jn 17,22.

73
De este mensaje de amor, la Iglesia toma la luz y la fuerza para llevar, con su
doctrina y con su acción, la solidaridad de los hombres a un grado mucho más fuerte
que el que le dan los lazos naturales.

Los dogmas contienen grandes consecuencias sociales; por eso los Papas afirman
que la doctrina social de la Iglesia se fundamenta en la Revelación juntamente con el
derecho natural.

El derecho natural. La doctrina social de la Iglesia se basa principalmente en el


derecho natural o ley natural. «¡La ley natural! He aquí el fundamento sobre el que
reposa la doctrina social de la Iglesia» (51).

Los pontífices dan una gran importancia al derecho natural en la vida social: «La ley
natural es la sólida base común de todo derecho y de todo deber, el lenguaje universal
necesario para cualquier acuerdo» (52). La raíz de todos los males que afligen a la
sociedad «brota de la negación, del rechazo de una norma universal de rectitud mortal
tanto en la vida privada de los individuos como en la vida política y en las mutuas
relaciones» (53). La leyes que regulan las relaciones humanas hay que buscarlas donde
Dios las ha dejado escritas, en la naturaleza del hombre.

En el lenguaje pontificio, derecho natural y ley natural vienen a significar lo mismo:


«A la luz de las normas de este derecho natural puede ser valorado todo derecho
positivo» (54); «tal es la principal de todas las leyes, la ley natural, escrita y grabada en el
corazón de cada hombre, por ser la misma razón humana que manda al hombre el
bien y prohibe hacer el mal» (55). Derecho natural y ley natural se corresponden; derecho
natural es el conjunto de facultades y obligaciones que brotan de la naturaleza humana,
y ley natural, la expresión de esas exigencias.

Los Papas no desarrollan el concepto de derecho natural; lo afirman sencillamente


como patrimonio común del cristianismo; en la Humani generis, Pío XII lo dice textual-
mente: «El magisterio de la Iglesia ha utilizado sus principios y sus principales asertos,
manifestados y precisados lentamente a través de los tiempos por hombres de gran
talento, para comprobar la misma Revelación divina» (56).

El conocimiento de la verdadera naturaleza del hombre es esencial para conocer el


derecho natural. Las ideologías que tienen un concepto falso del hombre están incapa-
citadas por principio para conocer el derecho natural. Los desórdenes sociales y los
errores de los sistemas sociales tienen su causa más profunda en una falsa concep-
ción de la persona humana y, por lo tanto, del derecho natural. Este arranca de la
esencia del hombre, responde a los fines de su constitución natural y expresa sus
exigencias fundamentales. El conocimiento del derecho natural se dirige a encontrar el
orden de la vida individual y social exigiendo por la naturaleza del hombre (57).

51 Pío XII, Discurso al Congreso de Estudios, 25 septiembre 1945: Anuario Petrus p. 113 n. 3.
52 Pío XII, Discurso al Centro italiano de estudios para la reconciliación internacional, 13 octubre 1955: BAC, Doc. Soc. p. 1044 n. 13.
53 Pío XII, Summi pontificatus: BAC, Doc. pol. p. 764 n. 20; Mater et magistra p. 316 n. 205.
54 Pío XI, Mit brennender sorge: BAC, Doc. pol. . 658 n. 35.
55 LEON XIII, Libertas: BAC, Doc. pol.p. 232 n. 6; cf. Pío XII, Humani generis: Col. Enc. de la ACE p. 845 n. 22.
56 Humani generis: Col. Enc. de la ACE p. 845 n. 23.
57 Cf. Pío XII: BAC, Doc. jur. p. 298 n. 7.

74
El hombre debe someterse, en la vida individual y social, al orden que descubre la
razón, ordenado por el Creador. El derecho natural es el orden establecido por Dios, y
el hombre debe guardar este orden en sus relaciones con Dios, consigo mismo y con el
prójimo. El hombre no sólo descubre estas leyes que se derivan de su naturaleza, sino
que las descubre como norma imperativa anclada en Dios, como obligación moral que
debe observar. El derecho natural tiene su último fundamento en Dios, como autor y
creador de la naturaleza (58). Quien no reconoce a Dios no pude encontrar fundamentación
sólida para el derecho. «Las leyes morales no tienen otro fundamento sino Dios; si se
prescinde de Dios, necesariamente pierden su fuerza» (59).

La Iglesia encuentra principalmente en el derecho natural las bases del orden social.
Y porque la Iglesia es la intérprete del derecho natural, ofrece en su doctrina social las
normas verdaderas y firmes de un recto orden social.

CAPITULO IV
LOS DOCUMENTOS OFICIALES DEL MAGISTERIO DE LA
IGLESIA EN MATERIA SOCIAL
1. LA CONSTITUCION DE LA IGLESIA ES DE DERECHO DIVINO

Jesucristo la ha fundado y El le ha dado sus poderes. No se pueden aplicar a la


organización de la Iglesia los mismos criterios que a la sociedad civil; hay que buscar-
los en la voluntad de Dios. La característica más importante es un fin sobrenatural: la
vida divina de los hombres. Jesucristo no confió los poderes para realizar esa misión
sobrenatural a la comunidad de fieles, sino que los «ha transmitido y comunicado a un
colegio de apóstoles o enviados, escogidos por El mismo, para que con su predicación,
con su ministerio sacerdotal y con la potestad social de su oficio hicieran entrar en la
Iglesia y a la muchedumbre de los fieles para santificarlos, iluminarlos y conducirlos a
la plena madurez de los seguidores de Cristo»(1). Tres poderes: santificar, enseñar,
gobernar. A los poderes públicos de la sociedad natural les basta con el poder de
gobierno para unir a los miembros en la consecución del bien común pero la Iglesia
necesita otras facultades superiores(2). La Iglesia no es constituida por los miembros de
la sociedad al modo de la sociedad política; ella constituye sus miembros dándoles una
nueva vida mediante el bautismo, «existe antes que los fieles para engendrarlos como
madre»(3). Misión esencial de la Iglesia es llevar a feliz término la obra de santificación
que inicia en el bautismo; para ello no le basta con el poder de gobierno; necesita el
poder de santificar y el poder de enseñar. La Iglesia ha recibido de Jesucristo la potes-
tad de santificar y la de enseñar, y fundada en ambas, la de gobernar, la de dirigir los
miembros al desarrollo de la vida sobrenatural «in aedificationem Corporis Christi»(4).
58 Summi pontificatus: BAC, Doc. pol. p. 764 n. 21, cf. Radiomensaje de Navidad de 1941: BAC, Doc. jur. p. 954 n. 5.
59 Mater et magistra p. 317 n. 208.
1 Pío XII, Discurso a los miembros del Tribunal de la Sagrada Rota romana, 2 octubre 1945 p. 211 n. 19; cf. Const.
dogmática del concilio Vaticano II sobre la Iglesia c. 3 n. 18: Ecclesia n. 1.220-1.221 p. 17.
2 Cf. SALAVERRI, XIV Semana Española de Teología. La potestad del magisterio eclesiástico y asentimiento que le es
debido (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid 1955) p. 81; JOURNET, Teología de la Iglesia, ed.
cit., p. 175.
3 CONGAR, Jalones para una teología del laicado, ed. cit., p. 46.
4 Ef. 4,11-16.

75
El poder de magisterio ya inseparablemente unido a la misión sobrenatural. Si se
olvida este principio, no habría un asentimiento de amor al magisterio; sólo habría un
rendimiento frío de entendimiento. En el fundamento de la obediencia a la jerarquía
debe estar el amor. La Iglesia vive esencialmente de la caridad; el amor constituye a la
Iglesia (5). La Iglesia está edificada sobre el mandamiento único de Cristo: el amor. Las
circunstancias históricas han contribuido a que la exposición tradicional de la teología
sobre la Iglesia haya sido orientada principalmente a demostrar que la Iglesia católica
es la verdadera Iglesia de Cristo, con su misión y sus poderes; pero este modo de
exponer la doctrina de la Iglesia tenía más en cuenta a los hombres que están fuera de
su seno que a los católicos. Era una exposición más ad extra que ad intra. Es necesario
que la Iglesia sea estudiada mirando, sobre todo, a la vida de los que ya están dentro de
la Iglesia. «Pensamos que es deber de la Iglesia ahora ahondar en la conciencia que
ella tiene que tener de sí, en el tesoro de verdad de que ella es heredera y custodia y en
la misión que ella debe ejercer en el mundo» (6).

Las potestades que Cristo ha dado a la jerarquía están en función de la vida cristiana
de los hijos de la Iglesia; ante todo, estos poderes deben estudiarse a la luz de la
caridad.

«Este deseo de dar a las relaciones interiores de la Iglesia el tono de espíritu propio
de un diálogo entre miembros de una comunidad cuyo principio constitutivo es la cari-
dad, no suprime el ejercicio de la función propia de la autoridad por un lado, de la
sumisión por el otro.. La autoridad de la Iglesia es institución del mismo Cristo; más
aún, le representa a El, es el vehículo autorizado de su palabra, es la transposición de
la caridad pastoral; de tal modo, que la obediencia arranca de motivos de fe, se vuelve
escuela de humildad evangélica, hace participar al obediente de la sabiduría, de la
unidad, de la edificación de la caridad que sostiene el cuerpo eclesial» (7).

El sujeto del magisterio está formado por las personas a las que Cristo confió la
potestad de enseñar: el romano pontífice y el colegio episcopal, fundamentado y presi-
dido por el mismo romano pontífice. «Porque los obispos son los pregoneros de la fe
que ganan nuevos discípulos para Cristo y son los maestros auténticos, es decir,
herederos de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomenda-
do la fe que ha de creerse y ha de aplicarse a la vida, la ilustran con la luz del Espíritu
Santo, extrayendo del tesoro de la Revelación las cosas nuevas y las cosas viejas (cf.
Mt 13,52), la hacen fructificar y con vigilancia apartan de la grey los errores que la
amenazan» (cf. 2 Tim 4,1-4)(8).

En la Iglesia, la autoridad es el centro, la piedra angular sobre la que aquélla se


edifica, es el principio de su unidad.

«Este santo concilio, siguiendo las huellas del Vaticano I, enseña solemnemente, a
una con él, que Jesucristo, eterno Pastor, edificó la santa Iglesia, enviando a sus

5 Ef 4,11-16.
6 PABLO VI, Ecclesiam suam: Ecclesia n. 1205 p. 8.
7 PABLO VI, Ecclesiam suam: Ecclesia n. 1.025 p. 20.
8 Const. dogmática del concilio Vaticano II sobre la Iglesia c. 3 n. 25: Ecclesia n. 1.221 p. 21.

76
apóstoles, como El mismo había sido enviado por el Padre (cf. Jn 20, 21), y quiso que
los sucesores de éstos, los obispos, hasta la consumación de los siglos, fuesen los
pastores en su Iglesia. Pero, para que el episcopado mismo fuese uno solo e indiviso,
estableció al frente de los demás apóstoles al bienaventurado Pedro, y puso en él el
principio visible y perpetuo fundamento de la unidad de fe y de comunión (9).

La Iglesia ejerce su magisterio, o de modo extraordinario, cuando enseña infaliblemente


una doctrina sobre la fe o las costumbres -en cuyo caso el católico recibe este magis-
terio con aceptación absoluta y de modo irreformable-, o de modo ordinario, como
enseñanzas del supremo y universal magisterio de la Iglesia, pero sin la nota de infali-
bilidad; el católico acepta estas enseñanzas -debe aceptarlas- con obediencia religio-
sa, sabiendo que le obligan en conciencia, aunque no tenga una certeza absoluta por
no estar excluida toda posibilidad de error. Tal es el magisterio del Papa cuando, sin
hablar ex cathedra, enseña como Pastor universal de la Iglesia (10); y también pertenecen a
este magisterio las enseñanzas del concilio Vaticano II: «Dado el carácter pastoral del
concilio, a evitado pronunciar de forma extraordinaria dogmas dotados con la nota de
infalibilidad; pero, sin embargo, ha fortalecido sus enseñanzas con la autoridad del
supremos magisterio ordinario; magisterio ordinario y plenamente auténtico que debe
ser aceptado dócil y sinceramente por todos los fieles, de acuerdo con el deseo del
concilio sobre la naturaleza y fines de cada documento» (11).

2. LAS ENCICLICAS

La doctrina social de la Iglesia es también parte del magisterio ordinario y auténtico


de la Iglesia. La enseñanza social de la Iglesia está contenida fundamentalmente en los
documentos de la jerarquía, principalmente en las encíclicas, por lo cual es necesario
exponer unas nociones sobre las mismas.

Encíclica es un documento escrito que el Papa dirige a la Iglesia. Hoy, encíclica


significa un documento que el Papa dirige, bien a los obispos en comunión con la Santa
Sede, o bien, juntamente con ello, a todos los católicos (Quadragesimo anno, Mater et
magistra), y aún a todos los hombres de buena voluntad, como la Pacem in terris
(dirigida «A los venerables hermanos, patriarcas, primados, arzobispos, obispos y
demás ordinarios en paz y común con la Sede Apostólica; al clero y fieles de todo el
mundo y a todos los hombres de buena voluntad»), para tratar de asuntos de gran
trascendencia para la Iglesia.

El autor es siempre el Papa. El puede buscar colaboradores, e incluso encargar la


redacción a personas especialmente versadas en la materia que quiere tratar; pero, al
estampar él su firma, pasa a ser de su personal responsabilidad. Siempre tiene el Papa
una intervención personal y todas llevan el sello inconfundible de cada pontífice.
Benedicto XIV, introductor de las encíclicas en los tiempos modernos (12), dice que

9 Ibid., n. 18: Ecclesia n. 1.221 p. 17.


10 Cf. Pío XII, Humani generis: Col. Enc. p. 843 n. 14.
11 PABLO VI, disc. 12 enero de 1966: Ecclesia n. 1.276 p. 11.
12 Cf. o. c., p. 262.

77
escribe la encíclica «en la persuación de que han de tener mayor fuerza las cartas que
el Papa por sí mismo escribe a los obispos que las escritas por otros, aún con la
autoridad del pontífice, por la mayor benevolencia pontificia que significan las epístolas
del mismo Papa a los obispos, unidos a él con el vínculo de la fraternidad» (13).

Las encíclicas pueden ser doctrinales, disciplinares, exhortativas o sencillamente


comunicación del Papa con la Iglesia. Dependen del objeto que se propongan (14). Algu-
nas son esencialmente doctrinales, como la Satis cognitum, de León XIII. El fondo
suele ser doctrinal, con las consecuencias pastorales que se deducen. Hay encíclicas
que contienen expresamente normas disciplinares, como la Pascendi, de San Pío X.

Las normas disciplinares raramente ocupan una parte especial, sino que están dise-
minadas a lo largo de los documentos. Las encíclicas sociales fundamentalmente son
doctrinales, pero proponen también las normas de orientación que se deducen de la
misma doctrina.

La encíclica Ecclesiam suam, de Pablo VI, afirma expresamente que no pretende


tratar ningún punto doctrinal. «Esta nuestra encíclica no quiere revestir carácter solem-
ne y propiamente doctrinal, ni proponer enseñanzas determinadas, morales o sociales,
sino que simplemente aspira a ser un mensaje fraternal y familiar» (15).

Las encíclicas se individualizan por las primeras palabras: en ellas hay un interés
especial en destacar de algún modo el tema que se quiere tocar. La Rerum novarum se
refiere a la situación del proletariado, motivada por el cambio de las circunstancias
sociales. La Quadragesimo anno conmemora la Rerum novarum. La Liber tas trata el
tema de la libertad. La Pacem in terris, el tema de la paz.

Las dirigidas a la Iglesia universal están redactadas en latín, aunque previamente


hayan sido escritas en otro idioma. El texto oficial es siempre el que se publica en la
Acta Apostolicae Sedis. Cuando los Papas se dirigen al episcopado de alguna nación
usan el idioma propio de la misma: Mit brennender sorge, dirigida a Alemania; Non
abiommo bisogno, a Italia Au millieu, a Francia.

El Papa habla en las encíclicas como Pastor supremo y universal de la Iglesia. Las
encíclicas son actos del magisterio:

a) Universal. Las encíclicas son enseñanzas que el Papa da para toda la Iglesia; el
Papa dirige las encíclicas a todos los obispos y aun a todos los hombres. Incluso las
encíclicas que van dirigidas a una Iglesia en particular contienen enseñanzas de ca-
rácter universal; con motivo de un problema o necesidad particular, los Papas dan
enseñanzas para la Iglesia universal; así la doctrina de la Iglesia sobre las formas de
gobierno está contenida principalmente en la Au millieu (1892), dirigida a la Iglesia de
Francia para orientar a los católicos en la actitud que debían tomar en la III República.

13 Cf. o. c., p. 265.


14 Cf. PABLO VI, Discurso en la audiencia general, 5 agosto 1964: Ecclesia n. 1205 p. 5.
15 Ecclesia n. 1.205 p. 7.

78
b) Supremo. El Papa habla en estos documentos cumpliendo el oficio de vicario de
Cristo: «Contra estos perniciosos errores..., creemos ser nuestro deber, en razón de
nuestro oficio de vicario de Cristo en la tierra y de supremo Pastor y Maestro, levantar
la voz» (16). «Como vicario de Aquel que, en una hora decisiva..., pronunció la augusta
palabra: Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad;
todo aquel que pertenece a la verdad, oye mi voz (17), declaramos que el principal deber
que nos impone nuestro oficio y nuestro tiempo es dar testimonio de la verdad» (18).

c) Ordinario. Los teólogos han discutido si las encíclicas pertenecen al magisterio


ordinario de la Iglesia. Después de la Humani generis no cabe dudar; Pío XII afirma
expresamente que «son enseñanzas del magisterio ordinario, para las cuales valen
aquellas palabras: El que a vosotros oye, a mi me oye» (19).

El Papa no habla en las encíclicas ex cathedra, pero sus enseñanzas son auténtico
magisterio de la Iglesia. Las encíclicas no son doctrinas particulares de un Papa, como
si fuera un doctor más en la Iglesia. Frente a las enseñanzas de las encíclicas no vale
invocar la autoridad de un doctor para sostener algo contrariamente a lo que el Papa ha
enseñado. «El divino Redentor no ha confiado la interpretación auténtica de este depó-
sito a cada uno de los fieles, ni aun a todos los teólogos, sino sólo al magisterio de la
Iglesia» (20).

Finalidad. La unidad es la función más característica del primado en la Iglesia: Tú


eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia(21). León XIII dedica la Satis cognitum
(29 julio 1896) a la unidad de la Iglesia. «Del mismo modo que la unidad de la Iglesia,
como congregación de los fieles, requiere necesariamente la unidad de la fe, así también
para la unidad que necesite, como sociedad divinamente constituida, ha de tener por dere-
cho divino la unidad de gobier no, que produce y comprende la unidad de comunión»(22).

El magisterio está encomendado al Papa y al colegio episcopal. «Fuera de los legíti-


mos sucesores de los apóstoles, no hay otros maestros por derecho divino en la Igle-
sia de Cristo» (23). Los obispos ejercen este magisterio diseminados en todo el mundo;
todos tienen que enseñar la misma doctrina católica, tienen que conducir y apacentar
su grey de acuerdo con el romano pontífice; pero solamente cuando están reunidos en
concilio, el Papa y los obispos tienen ocasión de cumplir juntos el ministerio apostólico.
La responsabilidad de la Iglesia es del Papa con el episcopado, por eso el Papa tiene
que tener contacto con los obispos para garantizar esta unidad. «A esta unión y comu-
nicación entre los hermanos en el episcopado debe añadirse una viva y frecuente unión
con esta Sede Apostólica.. Los romanos pontífices, al responder cuando se les consul-
taba, no respondieron como teólogos privados, sino en virtud de Cristo, para regir toda
la grey y cada una de sus partes» (24).

16 Pío XI, Casti connubii: Colec. Enc. p. 941 n. 2.


17 Jn 18,37.
18 Pío XII, Summi pontificatus: BAC, Doc. pol. p. 760 n. 14.
19 Pío XII, Humani generis: Colec. Enc. p. 843 n. 14;
20 Pío XII, Humani generis: Colec. Enc
21 Mt. 16,23.
22 LEON XIII, Satis cognitum: BAC, Doc. jur. p. 74 n. 20.
23 Pío XII, Discurso a los cardenales y obispos de todo el mundo, reunidos en Roma con motivo de la canonización de San Pío X, 31
mayo 1954: BAC, Doc. jur. p. 444 n. 7.
24 Pío XII, Discurso a los cardenales y obispos reunidos en Roma, 2 noviembre 1954: BAC, Doc. jur. p. 486 n. 24.

79
El Papa puede tener otros contactos de muchas maneras; pero, cuando se trata del
orden doctrinal y de la orientación de los problemas más importantes, el romano pontí-
fice se comunica pro medio de solemnes documentos, como son las encíclicas. El
Papa se propone en las encíclicas cumplir su oficio de Pastor para mantener la unidad
de la doctrina, preservarla de los errores y orientar la vida cristiana de los fieles. Esta
es la razón principal de que la mayoría de tales documentos vayan dirigidos a los
obispos, para que, conocidos por ellos, los propongan a los fieles, si bien, como hemos
visto, algunas están dirigidas a toda la Iglesia universal. Para mantener esa unidad, el
Papa exige a los obispos que se atengan a las enseñanzas de las encíclicas. «Hemos
escrito esta carta encíclica a todos los arzobispos, obispos y ordinarios de Italia a fin
de que todo esto fuera conocido por ti, venerable hermano, y por todos los demás, y
siempre que se celebren sínodo u ocurra predicar al pueblo y enseñarle las sagradas
doctrinas no se exponga nada que se aparte de las sentencias que antes hemos rese-
ñado. Os amonestamos también vehementemente que pongáis toda solicitud para que
nadie en vuestras diócesis se atreva a enseñar, mediante cartas o sermones, lo con-
trario» (25).

Las encíclicas son el medio que usa el Papa para unificar y orientar las enseñanzas
del magisterio ordinario de la Iglesia ejercido por los obispos, esparcidos por el mundo
en sus diócesis.

La finalidad de las encíclicas determina el estilo literario de las mismas.

La diferencia del magisterio ordinario y el extraordinario esta en la intención del


Papa.

Cuando el Papa habla ex cathedra, usa fórmulas precisas y breves para que conste
sin duda alguna a la Iglesia la voluntad del mismo de que exige un asentimiento absolu-
to, ya sea que defina un dogma o condene un error. Los Papas hablan muy pocas veces
ex cathedra; pasan generaciones de fieles sin que se haya dado tal forma de magisterio
durante su vida.

La intención del Papa en el magisterio ordinario es diferente; pretende iluminar la


vida de los fieles a través de las circunstancias históricas, mantener a los fieles unidos
en la fe, fomentar la vida cristiana en la Iglesia (26).

Esta intención de cumplir el oficio de Pastor para todos los hombres determina la
publicación frecuente de encíclicas en nuestros tiempos. Cuando la vida evoluciona
lentamente, con unos mismos principios se puede orientar durante siglos la vida de los
cristianos. Hasta la época contemporánea, la historia ofrecía, a lo largo de grandes
épocas, las mismas características. Pero la velocidad con que la vida ha evolucionado
en estos últimos cien años ha hecho necesario que la Iglesia intervenga constante-
mente, orientado la vida con nuevas encíclicas.

25 Cf. SALAVERRI, o.c., p. 260 ss.


26 Cf. SALAVERRI, o. c., p. 260s.

80
La misión magisterial y pastoral que debe cumplir la Santa Sede exige una comuni-
cación constante con los pastores, tanto para preservar el depósito de la Revolución
contra todo error como para adaptar la misma verdad a las continuas evoluciones y
necesidades de los fieles. Cuando más rápidamente evolucionen las ideas y los proble-
mas, tanto más urge el adaptar la doctrina y la legislación a las nuevas necesidades.

La necesidad de esta renovación en la enseñanza y en la vida ha llevado a la Iglesia


al concilio, convencida de que no bastaban las encíclicas, sino que todo el colegio
unido debía plantearse el problema doctrinal y pastoral que tiene la Iglesia en los
momentos actuales. «A fin de que esta doctrina alcance los múltiples campos de la
actividad humana referentes al individuo, a la familia, a la sociedad, es necesario, ante
todo, que la Iglesia no se separe del patrimonio sagrado de la verdad recibida de los
Padres. Pero al mismo tiempo tiene que mirar al presente, considerando las nuevas
condiciones y formas de vida introducidas en el mundo moderno, que han abierto nue-
vas rutas al apostolado católico. Por esta razón, la Iglesia no se considera inerme ante
el progreso admirable de los descubrimientos del ingenio humano y ha sabido estimarlos
debidamente» (27).

En nuestros días, las encíclicas sociales revisten una importancia especial. Los
cambios realizados en la técnica, en la economía, en la política, en la vida social de los
pueblos, son rápidos y condicionan la vida religiosa de los hombres. Por eso, estas
encíclicas, que ofrecen a los hombres las normas de justicia, verdad, caridad y libertad
para los problemas sociales, tienen hoy una gran importancia en la Iglesia. Al valor
intrínseco de las encíclicas sociales podemos añadir un argumento externo por la
importancia que les han dado Juan XXIII y Pablo VI. Las encíclicas a las que Juan XXIII
ha dado más importancia han sido la Mater et magistra y la Pacem in terris; antes de
publicar la Mater et magistra hizo muchas referencias a ella, y, una vez publicada, ha
remitido constantemente a ella; ningún documento de los pontífices ha sido recordado
por Pablo VI tantas veces ni con tal solemnidad como lo ha hecho con la Pacem in
terris.

Valor de las encíclicas en el magisterio de la Iglesia. Las encíclicas son ciertamente


actos del magisterio supremo y universal de la Iglesia. Esta afirmación, sacada de los
textos mismos de las encíclicas, ha dado pie a que algunos defiendan que el Papa es
infalible cuando habla en las encíclicas, al menos en las doctrinas (28).

La asistencia divina, por la que el Papa goza de la infalibilidad, no está condicionada


a forma externa alguna; por lo tanto, nada impide al Papa proponer en una encíclica
alguna enseñanza exigiendo el asentimiento absoluto.

La mayoría de los teólogos creen que el Papa no ha exigido nunca tal asentimiento
en la encíclicas, según el uso que hacen los Papa en los tiempos modernos.

El que una doctrina la proponga el Papa infaliblemente o no depende de su intención.


En los actos del magisterio extraordinario del Papa, esta intención es clara y precisa; la
27 JUAN XXIII, Alocución en la sesión inaugural del concilio Vaticano II, 11 noviembre 1962: Ecclesia n. 1.109 p. 7.
28 0Cf. SALAVERRI, o.c., p. 275.

81
forma de definición o juicio solemne no ofrece duda alguna. En el magisterio ordinario
no aparece esta intención ni siquiera en las afirmaciones principales, aunque no faltan
autores que admitan en las encíclicas verdaderos juicios solemnes (29).

Ciertamente no hay obligación de pensar que los Papas exponen infaliblemente las
enseñanzas, aunque con frecuencia encierran verdades definidas ya por la Iglesia. «Lo
que se propone e inculca en las encíclicas pertenece ya -por otras razones- al patrimo-
nio de la doctrina católica» (30).

Asentimiento que debe prestarse a las encíclicas. Los católicos saben con gran
claridad que deben admitir con rendimiento absoluto de juicio la doctrina que la Iglesia
propone infaliblemente. En los textos de religión y en los tratados De Ecclesia, la cues-
tión del primado del romano pontífice ocupa un puesto muy importante; la elaboración
de estos tratados, primer con un carácter de defensa de la Iglesia frente a los sobera-
nos de la Edad Media y luego con un fin apologético frente a los protestantes, explica
este puesto prevalente del primado y de su infalibilidad en la exposición de la teología
de la Iglesia, ya que el romano pontífice constituye la base de su unidad.

Con frecuencia, en la formación de los fieles y en la de muchos sacerdotes se ha


desorbitado la infalibilidad y pontificia, con menoscabo de la importancia del magisterio
auténtico, no infalible, de los Papas.

Es fundamental creer los dogmas de fe y estar libres de errores y herejías; esto es


claro; pero para un católico que cree «todo lo que Dios ha revelado porque la santa
madre Iglesia así nos lo enseña», no es necesario insistir tanto en la infalibilidad del
Papa; basta que sepa que es un dogma de fe.

El Papa tranquiliza nuestra fe, porque sabemos que, cuando nos propone algún dog-
ma, es infalible; pero no aparecería tan importante para el católico la actuación del
Papa si sólo le obligara cuando habla ex cathedra. Se impone destacar la fuerza de
obligación que tiene el magisterio auténtico; en esta actividad es cuando más vitalmente
ejerce para los cristianos de hoy el oficio de maestro y pastor. Principalmente, la Igle-
sia es madre y maestra por este magisterio del Papa y del colegio de los obispos.

El asentimiento que se debe prestar a las encíclicas no puede ser absoluto; en el


magisterio auténtico no se da certeza absoluta, y, por lo tanto, el entendimiento tampo-
co puede dar asentimiento absoluto e irrevocable.

Los romanos pontífices exigen de los fieles un asentimiento verdadero a las ense-
ñanzas que dan en las encíclicas. «Y si los sumos pontífices, en sus constituciones,
de propósito pronuncian una sentencia en manera hasta aquí disputada, es evidente
que, según la intención y voluntad de los pontífices, esa cuestión ya no se puede tener
como de libre discusión entre los teólogos» (31).

29 Cf. o.c., p. 278ss.


30 Humani generis: Colec. Enc. p. 843 n. 14.
31 Pío XII, Humani generis: Colec. Enc. p. 843 n. 14; cf. ibid., n. 15-21; Pío IX, Quanta cura: BAC, Doc. pol. p. 13 n. 6; DENZ., n. 2007.

82
Los católicos deben aceptar las enseñanzas de este magisterio. Lo requiere el fin
mismo de las encíclicas: conducir con seguridad a los fines en materia de fe y costum-
bres; orientarlos para evitar los errores y para que obren conforme a la fe y a la moral.
Si los católicos sólo estuviesen obligados a aceptar el magisterio infalible, quedarían a
merced de la prudencia personal, expuestos a peligros para la misma fe y, sobre todo,
para las conclusiones que la fe entraña para la vida cristiana (32). «Esta religiosa sumi-
sión de la voluntad y del entendimiento, de modo particular se debe al magisterio
auténtico del romano pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera, que se
reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se adhiera al pare-
cer expresado por él, según el deseo que haya manifestado él mismo; como puede
descubrirse ya sea por la índole del documento, ya sea por la insistencia con que repita
una misma doctrina, ya sea también por las fórmulas empleadas»(33).

Las encíclicas de tipo social obligan con el mismo valor formal que las que tratan de
otras materias, pero podemos afirmar que en los momentos actuales revisten una
especial importancia. Las encíclicas sociales son la aportación del magisterio de la
Iglesia a la solución de la cuestión social. Los Papas urgen la obediencia tanto en la
aceptación de la doctrina social como en la realización de la misma. «Aquellos princi-
pios fundamentales obligan en conciencia a todos los católicos, y a ninguno de ellos es
lícito pactar con aquellos sistemas o tendencias que contradigan a los mismos princi-
pios, de los cuales la Iglesia ha puesto en guardia a los fieles»(34). Un cristiano debe
abrazar firmemente todos los artículos del dogma revelado y todas las verdades que
necesariamente se derivan del mismo dogma. De manera, pues, especial, también los
principios fundamentales sobre los que reposa el edificio de toda sana doctrina social,
a cuyo propósito tenemos interés en renovar hoy la grave advertencia paternal que
habíamos dirigido recientemente a los representantes de la Acción Católica Italiana» (35).
Por es o la fidelidad y aceptación del magisterio auténtico en doctrina social es de gran
transcendencia. El cristiano encuentra en esta doctrina las normas y criterios para
conocer la moral cristiana en la vida social. Las grandes síntesis de la moral cristiana
fueron hechas en épocas en las que no existían los problemas actuales; pretender
resolver y orientar la vida con aquella moral marcadamente individualista es vivir en
continuo peligro de error; no aceptar, no conocer la doctrina social, es pecar contra la
fidelidad y obediencia al magisterio de la Iglesia. El cristiano no acepta su doctrina
social porque la vea prudente y apta para resolver los problemas, sino que la acepta
con el valor religioso de la obediencia y del amor debido al magisterio vivo de la Iglesia.

Valor de los otros documentos pontificios.- La doctrina social de la Iglesia dada por
el magisterio ordinario se contiene también, además de en las encíclicas, en
radiomensajes, discursos, alocuciones y decretos de los romanos pontífices. Pío XII
no tiene ninguna encíclica especialmente social, y, sin embargo, es inmenso el acervo
de doctrina que ha dado a la Iglesia a través de sus radiomensajes y discursos.

32 Cf. SALAVERRI, Sum. Teol: BAC, t. 1 p. 668 (Madrid 1950); «Providentia illa supernaturalis etiam est ultima ratio, cur servata
proportione: episcopis et etiam directoribus animarum aliqua autoritas doctrinalis conveniat: principium auctoritatis (divinae) et
obedientiae ad exemplar Christi totam vitam internam christiane pervadere debet» (LERCHER, Instituiones theologiae dogmaticae
vol. 1 p. 298, Herder, Barcelona 1945).
33 Const. dogmática del concilio Vaticano Ii sobre la Iglesia: Ecclesia n. 1220-1.221 p. 21 n. 25.
34 Pío XII, Discurso de 10 junio de 1945: Dic. text. pont. p. 407 n. 47.
35 Pío XII, ibid., n. 48; cf. Mater et magistra p. 329 n. 240; Dictionnaire de ibéologie catholique t. 4 col. 2209.

83
¿Qué valor tienen estas enseñanzas en el magisterio de la Iglesia?

En la Humani generis y en el discurso a los cardenales y obispos del 2 de noviem-


bre de 1954, documentos citados varias veces a lo largo de este trabajo, aparece
expresamente la intención del Papa: las enseñanzas de los documentos pontificios
pertenecen al magisterio ordinario de la Iglesia; y, aunque se refieren expresamente a
las encíclicas, se deduce claramente del contexto que extiende también el magisterio
ordinario a otras intervenciones de los Papas. Pío XII lo ha afirmado expresamente en
discursos pronunciados incluso a pequeños grupos(36). «Por todo ello, conscientes del
derecho y del deber de la Sede Apostólica para intervenir, si es necesario, con autori-
dad en las cuestiones morales, Nos -en el discurso del 29 de octubre del año pasa-
do(37)- nos propusimos iluminar las conciencias en lo tocante a la vida conyugal. Y con
la misma autoridad declaramos hoy a los educadores y a la misma juventud: el mandamien-
to divino de la pureza de alma y de cuerpo vale también para la juventud de hoy» (38).

La obligación de prestar asentimiento a las enseñanzas del Papa estriba en la inten-


ción que el Papa tiene al proponerlas. La constitución dogmática del concilio Vaticano II
sobre la Iglesia lo afirma expresamente: «Esta religiosa sumisión de la voluntad y del
entendimiento, de modo particular se debe al magisterio auténtico del romano pontífice
aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera, que se reconozca con reverencia su
magisterio supremo y con sinceridad se adhiera al parecer expresado por él, según el
deseo que haya manifestado él mismo, como puede descubrirse ya sea por la índole
del documento, ya sea por la instancia con que repite una misma doctrina, ya sea
también por las fórmulas empleadas» (39).

Las formas externas del magisterio no afectan al valor de la doctrina. El único criterio
válido es el de la intención del Papa. El es lo que se debe estudiar; para ello es preciso
considerar cada uno de los documentos. La intención del Papa y el valor correspon-
diente de los documentos hay que juzgarlos por la importancia del tema, por el modo de
expresarlo, por la repetición de la misma doctrina en otros documentos, por la declara-
ción que a veces hacen los mismos pontífices. No se pueden considerar de igual valor
los discursos de Pío XII y Pablo VI con los de Juan XXIII, cuyos discursos son general-
mente exhortativos; en los mismos discursos de Juan XXIII tiene una importancia
marcadamente superior a los demás la alocución en la inauguración del concilio ecu-
ménico Vaticano II.

Estos documentos pertenecen al magisterio ordinario, y aunque, formalmente consi-


derados, tengan menos valor que las encíclicas, de hecho, atendiendo al contenido y a
la intención del Papa, tienen el mismo valor que aquéllas.

El P. Creusser, consultor del Santo Oficio, de algunas normas para juzgar cuándo los
discursos del Papa han de ser equiparados a las encíclicas:

36 Cf. FORD y KELLY, Problemas de teología moral contemporánea t. 1 p. 33 (Sal Terraer, Santander (1962).
37 Discurso a las comadronas, 29 octubre 1951: Colec. Enc. p. 1007.
38 Pío XII, Discurso del 23 de marzo de 1952; Radiomensaje sobre la conciencia cristiana como objeto de la educación: Colec. Enc. p.
866 n. 13.
39 Const. dogmática del concilio Vaticano II sobre la Iglesia c. 3 n. 25: Ecclesia n. 1.221 p. 21.

84
«Lo que nos interesa es el carácter de la alocución: ¿Tiene el Papa intención de
enseñar y en qué grado invoca él su autoridad? Aparte de una declaración expresa, su
intención puede aparecer en la calidad y número de las personas a quienes habla y en
el asunto que trata.

Si el pontífice, en una audiencia a una asociación deportiva, alaba los efectos


físicos y morales del deporte, todo el mundo tiene libertad plena para compartir o no
esta o aquella opinión del pontífice en este particular. Sus alabanzas serán, a
menudo, la expresión delicada de una invitación a buscar, en el uso del deporte o de
cualquier otra actividad humana, el progreso en los valores morales, en la nobleza del
alma y en los deberes fielmente cumplidos del propio estado. Pero cuanto mayor sea
el número de miembros de un congreso, cuando mayor sea la importancia de su
profesión, de su responsabilidad y de su influencia, con tanto mayor cuidado
veremos que el Santo Padre selecciona el tema a tratar en sus discursos e inculca el
deber de conformar la propia vida a estas enseñanzas y directrices» (40).

3. EL MAGISTERIO DE LOS OBISPOS

Los obispos son los sucesores del colegio apostólico. «Las prerrogativas propias del
colegio apostólico, como órgano rector de la Iglesia -lo que podríamos llamar jurisdic-
ción normal o poderes ordinarios de la autoridad social-, se perpetúan a través de los
tiempos...; colectiva o colegialmente, los sucesores de los apóstoles habrán de com-
partir la solicitud de todas las iglesias» (41).

Los obispos son los únicos doctores en la Iglesia, y ejercen el magisterio en su


diócesis por derecho divino bajo la autoridad del romano pontífice (42). Las enseñanzas
de la Iglesia llegan principalmente a través de los obispos, directamente o por sus
delegados; pero en este caso éstos no ejercen la enseñanza en nombre propio «ni por
su propia ciencia teológica, sino en virtud de la misión que han recibido del legítimo
magisterio, y su potestad queda siempre sometida a éste, sin que jamás llegue a ser
sui iuris, o sea, independiente de su autoridad» (43).

Se plantea un punto importante con relación a las enseñanzas de los obispos: ¿Qué
valor tiene el magisterio del obispo? ¿Hasta qué punto obliga su magisterio?.

Los obispos, unidos con el romano pontífice, son infalibles en las definiciones so-
lemnes de los concilios ecuménicos y cuando enseñan la doctrina de la Iglesia en sus
respectivas diócesis en conformidad con el Papa (44). Si las enseñanzas y decretos de
los obispos, individualmente o reunidos en asambleas provinciales o nacionales, han
sido aprobadas por el romano pontífice de forma específica, gozan también de las

40 Bulletin social des industriels 4 (1952) p. 153; cit. en FORD y KELLY, o. c., t. 1 p. 34.
41 ENRIQUE TARANCON, obispo de Solsona, Carta Pastoral a los sucesores de los apóstoles p. 42 (Ediciones Sígueme, Salamanca
1960).
42 Pío XII, Discurso 31-5-1945: BAC, Doc. jur. p. 44 n. 7.
43 Cf. Pío XII, ibid.; cf. Discurso al 11 Congreso Mundial de Apostolado Seglar, octubre 1957: Anuario Petrus p. 172; cf. const. dogmática
Lumen gentium n. 25.
44 DENZ., n. 1792.

85
mismas características del magisterio auténtico que hemos visto. Esto es cierto, así
como que cada uno de los obispos no es infalible. «Los obispos, cuando enseñan en
comunión con el romano pontífice, deben ser respetados por todos como los testigos
de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, tienen obligación de aceptar y
adherirse con religiosa sumisión del espíritu al parecer de su obispo en materia de fe y
de costumbres cuando él las expone en nombre de Cristo...

Aunque cada uno de los prelados por sí no posea la prerrogativa de la infalibilidad,


sin embargo, si todos ellos, aún estando dispersos por el mundo, pero manteniendo el
vínculo de comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, convienen en un mismo
parecer, como maestros auténticos que exponen como definitiva una doctrina en las
cosas de fe y de costumbres, en ese caso anuncian infaliblemente la doctrina de Cris-
to» (45).

El obispo tiene el poder y la misión de enseñar la doctrina de la Iglesia. Bajo la


dependencia del romano pontífice, su potestad es plena; misión suya es:

a) el recordar a los fieles las grandes enseñanzas reveladas de la doctrina cristiana


y los grandes principios de la moral;

b) Transmitir las directivas generales de la Iglesia que son necesarias para no caer
en peligros contra la fe; y

c) «el dar por sí mismo, bajo su personalidad propia, las directrices que juzgue
convenientes para asegurar en su diócesis una mejor aceptación del mensaje de
la Iglesia; de manera que en las cosas que a la salvación del alma se refieren, en
ésas tan sólo, pero en todas éstas, él es el único que tiene autoridad para legislar,
para juzgar, para aplicar sanciones» (46).

El obispo es auténtico doctor en la Iglesia: por eso, cuando habla como obispo, su
autoridad no está en razón de su sabiduría, sino en su misión de pastor: el maestro de
la Iglesia que enseña en nombre de Cristo. «Su magisterio no se funda en la ciencia
propia, sino en el poder; no es una consecuencia de sus conocimientos personales,
sino de la autoridad que tiene como sucesor de los apóstoles. Además, no debe olvidar-
se que el magisterio de la Iglesia no ha de proponer verdades nuevas; se ha de limitar a
dar testimonio auténtico de las verdades reveladas por Dios y de la doctrina enseñada
por Jesucristo. Eritis mihi testes (47), dijo Jesús a sus apóstoles. Y este testimonio
calificado no puede darlo más que el que ha recibido la misión del mismo Cristo» (48).

El poder de enseñar de los obispos se extiende a todo lo que alcanza el objeto del
magisterio de la Iglesia; por lo tanto, también a la doctrina social. Esto reviste hoy
especial importancia por el aspecto religioso que entraña. El obispo tiene la misión de
enseñar la doctrina y las normas de conducta que se derivan en aquélla. La orientación

45 Const. dogmática del concilio Vaticano II sobre la Iglesia c. 3 n. 25.


46 JOURNET, Teología de la Iglesia p. 169 ed. cit.
47 Heb 1,8.
48 ENRIQUE TARANCON, obispo de Solsona, o. c., p. 116 ed. cit.; cf. FORD y KELLY, o.c., p. 41-42.

86
para las necesidades particulares de las diócesis o de una región no las da la Iglesia
universal, sino el prelado o grupo de prelados, si se trata de orientaciones para varias
diócesis.

Existe el peligro de pretender limitar el poder de los obispos a lo estrictamente


religioso. «Y en primer lugar se advierten hoy tendencias y maneras de pensar que
intentan impedir y limitar el «poder de los obispos» (sin exceptuar al romano pontífice),
en tanto en cuanto son pastores de la grey a ellos confiada. Reducen su autoridad,
ministerio y vigilancia a unos ámbitos estrictamente religiosos: predicación de las ver-
dades de fe, dirección de los ejercicios de piedad, administración de los sacramentos
de la Iglesia y ejercicio de las funciones litúrgicas. Intentan separar la Iglesia de todos
aquellos asuntos que se refieren a la verdadera vida, cual se vive, «la realidad de la
vida», como ellos dicen, por ser cosas fuera de su competencia... Contra tales errores
ha de sostenerse clara y firmemente lo siguiente: el poder de la Iglesia no se restringe
«a las cosas estrictamente religiosas», como suele decirse, sino que todo lo referente
a la ley natural, su enunciación, interpretación y aplicación, pertenece, bajo su aspecto
moral, a la jurisdicción de la Iglesia» (49).

La oposición al magisterio del obispo surge cuando se ignora su misión pastoral y


sólo se le considera como hombre de ciencia y gobierno; cuando se cree que sus
enseñanzas y disposiciones pueden someterse a la crítica de los fieles como las de
cualquier maestro privado. Esto es un gravísimo error, pues indica que se olvida el
carácter sobrenatural de la Iglesia y de la jerarquía. «Los obispos, cuando enseñan en
comunión con el romano pontífice, deben ser respetados por todos como los testigos
de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, tienen obligación de aceptar y
adherirse con religiosa sumisión del espíritu al parecer de su obispo de materia de fe y
costumbres cuando él la expone en nombre de Cristo» (50).

Las enseñanzas del obispo y sus disposiciones obligan en conciencia y no pueden


desobedecerse sin riesgo de la fe y de las costumbres, sobre todo sin grave peligro
para el bien común de la diócesis. Cuando los fieles consideran el magisterio y las
disposiciones del obispo al margen de la misión pastoral que él tiene, se cae en un
terreno puramente humano; se pierde de vista la realidad verdadera de la Iglesia, cuyo
bien común es sobrenatural; el magisterio del obispo no puede ser considerado fuera
del orden sobrenatural. El bien común de la Iglesia es la vida divina en el hombre. El
obispo es la cabeza visible de la Iglesia en la diócesis, y de él reciben los fieles la vida
sobrenatural y la unión con la Iglesia. Por el obispo llegan la doctrina y la santificación
a los fieles, y, cuando ejerce el magisterio por medio de otros sacerdotes, delegados
suyos, solamente representan el magisterio de la Iglesia en cuanto están unidos al
obispo. «Es sabido que en la Iglesia la tarea de la predicación pertenece propiamente al
obispo, y ningún sacerdote puede arrogarse para sí mismo esta función; el sacerdote
debe haber recibido la misión legítima, y sólo el obispo puede conferírsela. Esta verdad
tradicional, que no es inútil recordarla al clero tanto secular como regular, no tiene

49 Pío XII, Discurso de 2 noviembre de 1954 a los cardenales y obispos reunidos en Roma para la proclamación de la Realeza de
María: Anuario Petrus p. 142 n. 9-10; cf. decreto del concilio Vaticano II Christus Dominus n. 12.
50 Const. Lumen gentium n. 25.

87
solamente un aspecto disciplinar. Porque precisamente por esta referencia esencial al
obispo es como la predicación se convierte en un acto verdadero de Iglesia; el acto por
el cual la esposa de Cristo continúa dispensando, por la voz de su sacerdote, las
inagotables riquezas de la doctrina evangélica» (51).

El deber de obediencia lo ha afirmado expresamente el magisterio de la Iglesia en un


discurso que, por la solemnidad externa por el tema y la intención con que habla el
Papa, es, sin duda, equiparable a las encíclicas. «Al tratarse de preceptos y opiniones
que los legítimos pastores (el romano pontífice para toda la Iglesia y los obispos para
los fieles confiados a su cuidado) promulgan sobre cuestiones de ley natural, los fieles
no pueden recurrir al dicho (que suele emplearse en las opiniones de los particulares):
«Tanto vale su autoridad cuanto valen sus razones». De ahí que, aunque lo que mande
la Iglesia no convenza a alguien por las razones que se den, sin embargo, tiene obliga-
ción de obedecer» (52). Pudiera suceder que las directrices que dé el obispo no sean las
más oportunas, que otras normas fuesen más acertadas; pero el obispo tiene el gobier-
no de la diócesis y el oficio auténtico de enseñar, y, por lo tanto, sólo acatando y
obedeciendo las enseñanzas del prelado se contribuye al bien espiritual de la diócesis,
norma suprema de toda actividad pastoral. El bien común de la diócesis debe ser el
criterio supremo de toda labor eclesial.

4. ESPECIFICACION DEL ASENTIMIENTO DEBIDO A LOS


DOCUMENTOS SOCIALES PONTIFICIOS

Las encíclicas exigen un asentimiento religioso, obligan en conciencia bajo pecado;


pero esto no significa que todo el contenido de las mismas tenga el mismo valor y
obligue de igual modo. Las encíclicas, por su misma finalidad de orientar a los cristia-
nos en la vida social, contienen principios doctrinales, juicios, directrices, de distinto
valor.

Sin ser exhaustiva, puede hacerse una clasificación de las diversas afirmaciones
que se encuentran en los documentos sociales pontificios (53):

a) Verdades de fe.
b) Principios de derecho natural.
c) Conclusiones.
d) Juicios absolutos.
e) Directrices.
f) Datos de observación.

a) Verdades de fe. Las encíclicas no proponen nuevas verdades de fe; pero la Reve-
lación es la fuente más importante de la doctrina social, y en ella, juntamente con
la ley natural, se encuentra la verdadera concepción cristiana de la vida. Estas

51 MONTINI al LXVII Congreso de Obras Católica de Francia, 13 abril 1954: Anuario Petrus p. 173 n. 2.
52 Pío XII, ibid.: Anuario Petrus p. 143 n. 10.
53 Cf. VAN GESTEL, oc., p.127ss; VILLANI, o.c., p.15-29.

88
verdades pertenecen al magisterio de la Iglesia y han sido declaradas por ella en
otras ocasiones. Cuando la Iglesia las ha enseñado como dogma de fe, el no
aceptarlas sería pecado de herejía.

En la doctrina social de la Iglesia encontramos muchas verdades reveladas; así


encontramos la creación del hombre (54); la elevación del hombre al orden sobrenatural (55);
el pecado (56); la redención del hombre por Jesucristo (57); la hermandad de todos los
hombres (58); el Cuerpo místico de Cristo (59); la caridad cristiana (60); la justicia (61); la
justicia en el salario (62); el trabajo (63).

Muchas de las verdades reveladas que encontramos en los documentos pontificios


son, a su vez, verdades que se conocen por la ley natural.

b) Principios inmutables de derecho natural. Junto a las verdades de fe, encontra


mos en las encíclicas principios de derecho natural conocidos e interpretados por
el magisterio de la Iglesia; son las grandes afirmaciones que los pontífices recuer
dan para iluminar el orden social. Así encontramos el principio de la dignidad de la
persona humana, ser espiritual, libre y, por lo tanto, responsable; es el principio
fundamental de la doctrina social (64); la naturaleza social del hombre, ordenado a
vivir en sociedad para conseguir el pleno desenvolvimiento de sus facultades (65);
el principio de la igualdad natural de todos los hombres (66); el principio de autori
dad en el Estado (67); el principio del bien común como misión esencial del Estado
(68)
el destino originario de los bienes de la tierra para todos los hombres (69); los
derechos fundamentales del hombre (70).

Los principios inmutables, de los cuales hemos mencionado algunos, obligan tam-
bién en conciencia.

c) Conclusiones. Cuando los Papas recuerdan constantemente principios derivados


de las verdades reveladas y del derecho natural, aparece clara la intención de
obligar en conciencia a prestar el asentimiento.

54 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p.327 n.15; Casti connubii; BAC, Doc. soc., p.625 n.12; Quadragesimo anno: BAC, Doc. Soc. p.751
n.18.
55 Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1956: BAC, Doc. soc. p.1196 n.8; Mater et magistra p.322 n.219.
56 Pío XI, Quadragesimo anno; BAC, Doc. soc. p.758 n.132; Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1956: p.1196 n.8-10.
57 Divini Redemptoris: BAC Doc. Soc. p.693 n.35; Pío XII, Radiomensaje de junio de 1951, BAC, Doc. soc. p.852 n.2.
58 Divini Redemptoris; BAC, Doc. Soc. p.693 n.35; Pío XII, Summi pontificatus: BAC, Doc. pol. p.769 n.30; Radiomensaje de Navidad de
1947: BAC, Doc. pol. p. 947 n.34.
59 Mater et magistra p.337 n.258.
60 Quadragesimo anno: BAC, Doc. soc. p.737 n.88; Mater et magistra p.336 n.257.
61 Divini Redemptoris: BAC, Doc. soc. p.871 n.50; Quadragesimo anno: BAC, Doc. Soc. p.714 n.47; Mater et magistra p.316 n.206.
62 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p.326 n.14.
63 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p.344 n.32.
64 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p.314-315 n.4-5; Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1952, BAC, Doc. soc. p.1139 n.24; Mater
et magistra p.317 n.208; ibid., p.322 n.219.
65 León XIII, Libertas: BAC, Doc. Pol. p.244 n.16; Divini Redemptoris: BAC Doc. Pol. p.686 n.29; Pío XII, Radiomensaje de Navidad de
1942: BAC, Doc. pol. p.843 n.9; Mater et magistra p.322 n.219.
66 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p.341 n.30; Pío XII, Summi pontificatus: Bac. Doc. pol. p.769 n.30; Juan XXIII, Pacem in terris p.37
n.7.
67 León XIII, Diuturnum illud: BAC, Doc. Pol. p.110 n.3; Immortale Dei: BAC, Doc. Pol. p.191 n.2.
68 Rerum novarum: BAC, Doc. Soc. p.335 n23; Pío XII, Discurso de 1 junio de 1951; BAC, Doc. soc. p.857 n.15; Discurso de 13 de junio de
1943: BAC, Doc. Soc. p.973 n.1.
69 Quadragesimo anno: BAC Doc. soc. p.714 n.46; Radiomensaje de 1 junio de 1941: BAC, Doc. soc. p. 956 n.13; Mater et magistra p.
314 n.99.
70 Pío XII; Radiomensaje de Navidad de 1942: BAC, Doc. pol. p.850; Pacem in terris, p.37-42 n.9-22.

89
No se puede concretar el grado de esta obligación, pero se puede afirmar que tiene
razón de pecado el rechazar esas enseñanzas; además, la doctrina de la Iglesia no
tiene una postura estrecha que pretenda determinar el grado concreto de moralidad;
tiene una actividad superior: orientar a los cristianos hacia la verdad, hacia la justicia y
hacia la caridad.

Cuando los principios señalados por algún Papa son después sistemáticamente si-
lenciados por sus sucesores al tratar de los mismos temas, indica que ya no urge la
obligación que tenía cuando se dieron. Los criterios para conocer el pensamiento de los
Papas lo más exactamente posible serán expuestos al tratar las normas de interpreta-
ción de los documentos.

d) Juicios absolutos. Las encíclicas también encierran juicios absolutos y formales


sobre doctrinas, sistemas sociales y situaciones. Cuando el Papa ha dado un
juicio absoluto y formal sobre alguna doctrina, el cristiano tiene que acatar en
conciencia la decisión pontificia; por ejemplo, las afirmaciones siguientes que
encontramos en las encíclicas: es un crimen obedecer a las leyes que contradi
cen el derecho divino (71): el comunismo es intrínsecamente malo (72); el totalitaris
mo erige al Estado en dios (73); la propiedad privada, sin subordinación al bien
común, es contraria al derecho natural (74).

A veces, los juicios que dan los Papas no son absolutos y categóricos; en este caso
no es obligatorio el asentimiento, pero el cristiano debe procurar pensar con el Papa. En
la aceptación de estos juicios entran en juego las circunstancias y los argumentos que
los Papas dan para razonarlo; así: el juicio favorable al sindicato italiano del fascismo
(75)
; la división de poderes en la organización político-jurídica de los pueblos (76); radical
insuficiencia del capitalismo (77); organización democrática de la comunidad política (78).

e) Directrices. Las directrices son indicaciones que los Papas aconsejan para orien
tar la sociedad; la misma expresión de los pontífices indica que no las urgen como
obligación en ciencias: modificar el contrato de trabajo con elementos del contrato
de sociedad (79); formación de cooperativas (80); participación de los obreros en la
propiedad de la empresa(81); las instituciones deben reformarse evolucionando paso
a paso (82).

Aunque estas directrices no obliguen en conciencia, el cristiano debe procurar se-


guirlas mientras no tenga razones poderosas que lo desaconsejen. La unidad de acción
es condición importante para la eficacia de la acción social cristiana y esta unidad sólo
puede surgir cuando los cristianos son fieles en seguir las orientaciones del Papa.

71 León XIII, Sapientiae cbristianae: BAC, Doc.pol. p.270.


72 Divini Redemptoris: BAC, Doc. pol. p.708 n.60.
73 Summi pontificatus: BAC, Doc. Pol. p.775 n.40.
74 Pío XII, Radiomensaje de 1 setiembre de 1944: BAC, Doc. p.983 n.24.
75 Quadragesimo anno: BAC, doc. soc. p.739 n.95.
76 Pacem in terris p. 59 n.62.
77 Pablo VI, Discurso a la Unión de Empresarios y Dirigentes Católicos, 8 junio de 1964: Ecclesia n.1.199 p.11.
78 Radiomensaje 24 diciembre de 1944; BAC, Doc. pol. p.875 n.14.
79 Quadragesimo anno: BAC, Doc. soc. p.726 n.65.
80 Mater et magistra p.291 n.144.
81 Mater et magistra p.262 n.77.
82 Pacem in terris, p.91 n.57.

90
f) Datos de observación. Existen hechos y situaciones reales que son datos
comprobables por el conocimiento científico o por la mera observación vulgar
independientemente del juicio de valor que se haga de ellos. Cuando los Papas
exponen, describen, constatan tales hechos, sus afirmaciones no tienen más va-
lor que el que da la experiencia; su autoridad magisterial no se extiende a estos
campos. Sin duda tiene el valor humano que confiere al Papa el lugar que ocupa
en el mundo; el Papa tiene información y asesoramiento científicos como pocos
hombres pueden tenerla. Pocos hombres pueden tener el conocimiento que tiene
el romano pontífice sobre la situación social de todo el mundo. En esos datos de
observación no queda comprometida la fidelidad que el cristiano debe al Papa.

Cuando los juicios de valor del Papa se fundamentan en la observación de la vida, su


valoración queda condicionada a la objetividad de esos hechos. Cuando habla sobre la
potencialidad de las armas atómicas (83); cuando habla sobre la precisión de los instru-
mentos fotográficos, sobre el desarme general y métodos de control (84); cuando habla
sobre la historia de la geofísica (85), en estos casos no está comprometida la función
magisterial del Papa como pastor de la Iglesia. Estos ejemplos son casos límite. Pero
cuando se refiere a jornadas excesivas de trabajo, a condiciones de las fábricas, a
leyes económicas, tampoco las afirmaciones de los pontífices sobre la realidad de
esos hechos tienen valor de magisterio pontificio. Juan XXIII describe el ambiente
económico de fin de siglo XIX, y lo hace con extrema claridad y decisión, pero el
admitirlo o no admitirlo no tiene carácter religioso (86). Problema social de máxima tras-
cendencia es el hambre en el mundo. Pablo VI lo pone como primer problema de las
necesidades del mundo: «¡Las necesidades del mundo! La pregunta da vértigo. Así son
de vastas, múltiples e inconmensurables las necesidades. Pero de entre ellas son tan
evidentes algunas y urgentes, que todos nosotros en alguna manera las conocemos.

La primera es el hambre. Se sabía que existía, pero hoy se ha descubierto. Es un


descubrimiento ahora científico, que nos advierte que más de la mitad del género
humano no tiene pan suficiente. Generaciones enteras de niños mueren y languidecen
aún hoy de indescriptible indigencia. El hambre produce enfermedad y miseria, y éstas,
a su vez, aumentan el hambre. No es solamente la prosperidad la que falta a pueblos
inmensos; es que carecen aun de lo necesario» (87). Este problema es uno importantísimo
dentro de los problemas que se plantea la doctrina social de la Iglesia; pero los datos,
los hechos, no entran dentro de las obligaciones que para un cristiano tiene el magiste-
rio de los romanos pontífices.

83 «Aptas para producir en todo el planeta una peligrosa catástrofe, para llevar el exterminio total de la vida animal y vegetal y de todas
las obras humanas a regiones cada día más vastas, armas capaces hoy, con los isótopos artificiales radiactivos de larga vida
media, de infeccionar en forma duradera la atmósfera, el suelo, los océanos mismos incluso lejos de las zonas atacadas directa-
mente y contaminadas por las explosiones nucleares. Y así, ante los ojos del mundo aterrorizado, existe la previsión de destruccio-
nes gigantescas, de extensos territorios hechos inhabitables y no utilizables para el hombre, adem ás de las consecuencias
biológicas que pueden producirse en los gérmenes y en los microorganismos, ya por el resultado incierto que un prolongado
estímulo radiactivo puede tener sobre los organismos mayores, comprendido el hombre y su descendencia» (Pío XII, Radiomensaje
pascual, 18 abril 1945: Anuario Petrus p.17 n.2).
84 Pío XII, Radiomensaje de 24 diciembre de 1956: BAC, Doc. soc. p. 1208 n.45.
85 Pío XII, Discurso a la X Asamblea General de la Unión Geodésica y Geofísica Internacional, 4 setiembre de 1954, Anuario Petrus
p.106 n.2.
86 Cf. Mater et magistra p. 232 n.11
87 Pablo VI, Radiomensaje de 23 diciembre de 1963: Ecclesia n.1.173 p.5.

91
Señalar el valor de las diversas afirmaciones, su fuerza, su obligatoriedad, depende
de la intención de los Papas, manifestada en los documentos sobre estas materias
económicas, sociales y políticas. Para conocer la distinta fuerza y valoración es nece-
sario interpretar con fidelidad la mente del Papa.

5. INTERPRETACION DE LOS DOCUMENTOS PONTIFICIOS

La Doctrina Social de la Iglesia encuentra cada día una mayor difusión: publicación
de las encíclicas, diccionarios de textos pontificios, referencias en la gran prensa,
libros que exponen el pensamiento social católico. A veces se tergiversa el verdadero
sentido de las afirmaciones pontificias; se intenta probar con textos pontificios opinio-
nes preconcebidas, pero que en modo alguna expresan la doctrina social católica. Así,
para demostrar que la Acción Católica debe preocuparse de los problemas sociales, lo
cual es justo y necesario, suele citarse a San Pío X en Il fermo propósito (88): «Tales
son, venerables hermanos, las características, el objeto y las condiciones de la Acción
Católica considerada en su parte más importante, que es la solución de la cuestión
social, digna, por consiguiente, de que se apliquen a ella con la mayor energía y cons-
tancia todas las fuerzas católicas. Lo cual, sin embargo, no excluye que se favorezcan
y promuevan también otras obras de vario carácter, de diversa organización; pero
todas igualmente destinadas a este o aquel bien particular de la sociedad y del pueblo
y al reflorecimiento de la civilización cristiana en todos sus aspectos» (89). De este texto
se deduce que los católicos deben preocuparse de los problemas sociales, pero no que
sea el fin más importante de la Acción Católica. El Papa se refiere a las organizaciones
creadas por inspiración de la Iglesia para realizar la llamada «acción social»; por eso,
poco antes, orientando la eficacia de tal acción, afirma en el mismo documento:; «Para
asegurar, pues, la consecución de esta unidad entre las varias obras dignas igualmen-
te de alabanza, se ha mostrado en otros países singularmente eficaz una institución de
carácter general, que, con el nombre de Unión Popular, está destinada a reunir a los
católicos de todas las clases sociales, pero especialmente a las grandes muchedum-
bres del pueblo, en torno a un solo centro común de doctrina, de propaganda y de
organización social» (90).

Hasta Pío XI no se puede hablar de la Acción Católica tal como se entiende en


nuestros días.

Para comprender este ejemplo y otros parecidos no es necesario una formación


especial ni un esfuerzo de exégesis; pero la doctrina social de la Iglesia, desarrollada a
través de distintos tiempos, necesita ser estudiada, según las normas de interpreta-
ción que requiere su naturaleza. La exposición del auténtico sentido de la doctrina
social requiere una recta interpretación. Las palabras, entendidas literalmente, no pue-
den ser el criterio definitivo para conocer el pensamiento de la Iglesia: un mismo princi-
pio puede tener una nueva formulación en documentos posteriores.

88 Radiomensaje de 11 junio de 1905: BAC, Doc. Soc. p. 474.


89 BAC, Doc. soc. p.489 n.19.
90 Ibid., p.485 n.14.

92
Las dificultades para comprender la doctrina social surgen del mismo contexto histó-
rico-prudencial de las encíclicas. Las orientaciones que dan los Papas no son
extratemporales; se ordenan y se relacionan con las circunstancias permanentemente
mudables de la sociedad. Los valores que el hombre debe perseguir en su actuación se
realizan en un complejo económico, político y social determinado. Los problemas que
un cristiano tiene para la colaboración con el Estado en la consecución del bien común
serán muy distintos si vive en un régimen comunista o en un país de libertad democrá-
tica; no será fácil conocer los valores que deben prevalecer en concreto.

La necesidad de interpretar los documentos no viene determinada ni por las verda-


des de fe ni por los principios inmutables de la ley natural. Estos son claros y de valor
supratemporal, valen semper et pro semper; estos principios no quedan condicionados
por el contexto histórico de los tiempos. La necesidad de interpretar la doctrina social
se ordena principalmente a las conclusiones dadas para orientar a los cristianos. Las
conclusiones de los grandes principios proyectan sobre las condiciones mudables de
la historia los valores absolutos de los seres y de los fines (91).

Estas conclusiones, que pueden llamarse principios de segundo orden, comprenden


una doble referencia: una a los valores absolutos y otra a las realidades variables. Las
afirmaciones generales solamente pueden ser comprendidas en su valor exacto si se
tiene en cuenta la realidad social que ha motivado la doctrina. La situación histórica
condiciona también el asentimiento que se debe prestar a la doctrina de la Iglesia. En
los grandes principios nunca puede haber razón para denegar el rendimiento de juicio;
en cambio, en las otras afirmaciones puede suceder que, al variar los datos, no tenga
valor la afirmación que se apoyaba en ellos; e incluso es posible que, aun en el tiempo
en que se da la doctrina, la realidad no responda a la que el documento se refiere. En
este caso no existiría obligación de aceptar el juicio de la Iglesia; v.gr., el socialismo, tal
como se daba en tiempo de encíclica Quod apostolici muneris, no era tan monolítico
como en ella aparece; el juicio que da León XIII ni siquiera es válido para todos los
socialismos de 1878.

Criterios de interpretación

Fidelidad al texto. Esta norma, aunque sencilla, es fundamental. El texto único oficial
es el que se publica en las Acta Apostolicae Sedis; las demás traducciones, aun las
facilitadas por la Santa Sede, son oficiosas; no tiene más valor que otras traducciones.
La variedad de las versiones obedece generalmente a la deficiencia del texto facilitado
por la Santa Sede. Así ha ocurrido con la versión española de la Mater et magistra.
Aunque las traducciones son fundamentalmente iguales, puede variar el matiz de algu-
nas expresiones, e incluso pueden ser tan distintas, que produzcan desorientación. En
la Mater el magistra, al confirmar la doctrina expuesta para la fijación del justo salario,
una traducción dice:

91 Cf. Pío XII, Radiomensaje de 24 diciembre de 1944; BAC, Doc. pol. p. 883 n.44.

93
«Las normas que exponemos ahora valen, claro está, para todo tiempo y lugar» (92).
En cambio, en otra traducción se dice: «Es evidente que los principios expuestos valen
para todo tiempo y en todas partes» (93). La expresión española que exponemos ahora
puede significar que se refiere a lo que sigue, sin afectar a lo anterior; el texto oficial
dice attigimus (94), lo cual aclara el sentido sin lugar a duda alguna. Es necesario conocer
el texto original para comprender el sentido y matiz que el documento encierra. La
mentalidad del traductor puede aparecer más fácilmente en las titulaciones de los
diversos párrafos, ya que generalmente en la versión oficial sólo vienen tituladas las
grandes partes del documento.

Contexto interno de las diversas afirmaciones de las encíclicas. Los documentos


tienen un fin primordial, señalado por los mismo pontífices en la introducción e incluso
en el mismo título de la encíclica. La Rerum novarum trata del proletariado: «Estima-
mos deber nuestro hacer lo mismo (dirigir una carta encíclica) en relación con la
condición de los obreros» (95). La Quadragesimo anno conmemora la Rerum novarum:
«Carta encíclica sobre la restauración del orden social y su perfeccionamiento con la
ley evangélica al celebrar el XL aniversario de la encíclica Rerum novarum, de León
XIII» (título de la Quadragesimo anno). Todo lo que trata cada encíclica debe ser consi-
derado en relación con el tema general. Sacar un texto del sentido que tiene dentro de
la encíclica puede causar equívocos y graves errores. Quizá el peligro mayor de inter-
pretar mal la doctrina social se da al usar indiscriminadamente textos que respondien-
do al mismo concepto -trabajo, propiedad, sindicato, huelga-, no exponen el sentido que
cada uno encierra dentro de la intención general de la encíclica.

Se podían aducir muchas de estas falsas interpretaciones. Se aduce el n.94 de la


Quadragesimo anno, que dice textualmente: «Quedan prohibidas las huelgas; si las
partes en litigio no se ponen de acuerdo, interviene la magistratura» (96), para deducir
que la doctrina social de la Iglesia prohibe la huelga; siendo así que el n.94 es parte de
un todo que comienza en el n.91, en el que Pío XI describe la situación de la organiza-
ción profesional en el régimen fascista de Italia. Para defender el sindicato vertical
suele aducirse con harta frecuencia a Pío XI, para demostrar que el ideal de la Iglesia
es la organización profesional, en la que «los hombres se encuadren, no conforme a la
categoría que se le asignan en el mercado del trabajo, sino en conformidad con la
función social que cada uno desempeña» (97). Pero, al aducir este texto, silencian lo que
afirma más abajo con referencia al mismo tema: «Y puesto que nuestro predecesor, de
feliz memoria, describió con toda claridad tales asociaciones (profesionales), Nos con-
sideramos bastante con inculcar esto: que el hombre es libre no sólo para fundar
asociaciones de orden y de derecho privado, sino también para elegir aquellas organi-
zaciones y aquellas leyes que estime más conducentes al fin que se ha propuesto» (98).

El aducir textos desenmarcados de su contexto y de la doctrina general para apoyar


un sistema económico, político o ideológico es un mal grave y que produce el despres-
92 BAC, Texto bilingüe, p. 34 n.2 (1961).
93 Ibid, p.259 n.72.
94 BAC, texto bilingüe, p. 34 n.2.
95 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p. 311 n.1.
96 BAC, Doc. soc. p.739.
97 Quadragesimo anno: BAC, Doc. soc. p.734 n.83.
98 Quadragesimo anno: BAC, Doc. soc. p.734 n.87.

94
tigio de la Iglesia ante aquellos que no conocen su doctrina social. Se ha llegado a
querer probar que es justo el capitalismo en sí mismo porque León XIII y Pío XI dijeron
que no hay injusticia en que unos pongan el capital y otros el trabajo (99). León XIII y Pío
XI no intentaron dar una definición del capitalismo. El sistema económico de su tiempo
se caracterizaba, entre otras notas, por tal separación, y como los socialistas conde-
naban la propiedad privada y el régimen de asalariado como contrario a la naturaleza,
ellos defienden con energía la propiedad frente a los socialistas.

Contexto histórico. El contexto histórico de los documentos es más difícil de cono-


cer, pero no menos necesario (100). Hemos visto que la doctrina social es motivada por
circunstancias históricas, que hay una instancia de valores eternos y otras instancia
circunstancial: la realidad sociológica de cada época: Se ha llegado a afirmar que es
suficiente con que las afirmaciones hayan sido hechas por los Papas para poder ser
citadas como criterios de verdad para cualquier situación. Esto es un gran error. Los
que así piensan creen que la fidelidad literal, sin esfuerzos de exégesis, es condición
suficiente para poder citar textos pontificios (101). Existen católicos cuyos periódicos
citan con más frecuencia a Pío IX y a León XIII (Quod apostolici muneris, Humanum
genus) que a Pío XII y a Juan XXIII o Pablo VI para orientar a los hombres de hoy, como
hacen algunas revistas actuales; además, no ofrecen a los lectores ningún criterio de
interpretación. Esto no puede llamarse una orientación cristiana que comulgue con el
sentido verdadero de la doctrina social de la Iglesia.

Podemos ver algún ejemplo para comprender la necesidad de ver el contexto históri-
co para interpretar rectamente el sentido del pensamiento pontificio.

León XIII en 1878, primero de su pontificado, publica la Quod apostolici muneris,


sobre el socialismo. El mismo Enchiridion symbolorum pone una parte de esta encícli-
ca como doctrina de la Iglesia sobre el socialismo (102).

Lo que el Papa condena en este encíclica vale para todos los movimientos e ideolo-
gías que sostengan lo que el Papa condena: derribar los fundamentos de la sociedad (103);
destruir todo lo sabiamente establecido por las leyes humanas y divinas (104); defender el
amor libre y la disolución de la familia (105); arrebatar toda propiedad adquirida a título de
legítima herencia, o por el trabajo intelectual o manual, o con el ahorro personal (106). León
XIII condenó a los que defendían estas aberraciones, y su condenación sigue válida
para cuantos hoy piensen de igual modo. Pero es injusto y falso aducir la Quod
apostolici muneris para condenar el socialismo en general; si un socialismo defiende
esas monstruosidades, tal socialismo queda condenado por esta encíclica, pero no
puede aplicarse este documento a los que se llamen socialistas; sería hacer un uso
falso de la doctrina de la Iglesia, porque el Papa habla del socialismo como si fuese un
todo homogéneo «socialistas, comunistas, nihilistas» (107).
99 Rerum novarum: BAC, Doc. Soc. p. 324 n.14; Quadragesimo anno: BAC, Doc. Soc. p. 719.n.53.
100 Cf. Van Gestel, o.c. c.8.
101 Cf. SORAS, Opciones políticas y documentales de la Iglesia p.66 (Estela, Barcelona 1962).
102 Cf. DENZ, 1849-1852.
103 BAC, Doc. pol. p.61 n.1.
104 Ibid.
105 Ibid., p.62.
106 Ibid.
107 Ibid. p.61 n.1.

95
La encíclica envuelve una idea confusa del socialismo aun para 1878; manifiesta la
idea general que existía en la sociedad de llamar socialismo a diversos movimientos:
socialistas, comunistas, anarquistas, nihilistas, sin distinguir lo que realmente les dife-
renciaba, aunque tuvieran todos un fondo común. Lo que realmente determina la encí-
clica no es ni el socialismo ni el comunismo, sino el anarquismo. Aparece claro en el
primer punto que el Papa tiene delante al anarquismo de su tiempo: «De este modo, la
venerable majestad y el poder de los reyes han llegado a ser objeto de un odio tan
grande por parte de la plebe revolucionaria, que estos sacrílegos traidores, impacien-
tes de todo freno, en breve han dirigido más de una vez sus armas, con impío atrevi-
miento, contra los mismos príncipes» (108).

En 1878 comienza una cadenade atentados cometidos por los anarquistas, y que
crearon un ambiente de terror. Fue «la propaganda por el hecho», como llamaban al
asesinato realizado con fines políticos. En Rusia reviste una violencia especial. A los
atentados contra el zar, que comenzaron en 1866 con Karakozow, se respondió con
una ola de represión, y a ésta con nuevos atentados, hasta culminar en 1881 con el
asesinato del zar (ocasión que contribuyó a que León XIII publicara la encíclica
Diuturnum illud). En el mismo año, 1878, se habían cometido atentados contra
Alfonso XII, el Káiser Guillermo I y el rey Humberto de Italia. No todos los atentados
eran cometidos por anarquistas, pero éstos los justificaban aunque hubieran sido
cometidos por otros movimientos. «Todos los partidos -dice el anarquista Kropotkin-
recurren a la violencia en la medida en que su actuación abierta es obstaculizada por la
represión y en que las leyes excepcionales los colocan fuera de la ley» (109). Los
anarquistas también se llamaban con frecuencia socialistas, pero se distinguían
netamente de otros movimientos, sobre todo de los comunistas; atacaban con igual
violencia a la religión y al Estado, como los mayores tiranos contra la libertad del
hombre. El programa que presentó Bakunin para crear la Alianza de la Democracia
Socialista, al romper con la Liga por la Paz y la Libertad, rechazado por revolucionario,
afirmaba: «La Alianza se declara a sí misma atea; defendiendo la abolición del culto, la
sustitución de la fe por la ciencia y de la justicia divina por la humana» (110). Este es el
ambiente que tiene el Papa en cuenta en su encíclica; de ahí lo equivocado de aducir la
Quod apostolici muneris para condenar el socialismo, sin indicar en que socialismo se
dan las características que el Papa condena.

Parecido problema surge al interpretar la encíclica Diturnum illud (1881), sobre el


origen de la autoridad política. Sin el contexto histórico no es posible captar el valor de
la afirmación que hace en el n.4: «Es importante advertir en este punto que los que han
de gobernar los Estados pueden ser elegidos, en determinadas circunstancias, por
voluntad y juicio de la multitud, sin que la doctrina católica se oponga o contradiga a
esta elección. Con esta elección se designa el gobernante, pero no se confieren los
derechos del poder. Ni se entrega el poder como un mandato, sino que se establece la
persona que lo ha de ejercer» (111).

108 Quadragesimo anno; BAC, Doc. pol. p.962 n.1.


109 COLE, Historia del Pensamiento socialista t.2 p.295 ed.cit..
110 COLE, o.c., t.2 p.220 ed. cit.
111 BAC, Doc. pol. p. 111 n.4.

96
Tomada a la letra esta afirmación de León XIII, el Papa se pronunciaría por la teoría
de la designación en el origen de la autoridad política; en esta teoría, la elección hecha
por el pueblo es sólo condición necesaria para que la autoridad descienda inmediata-
mente de Dios al designado para gobernar. Según las palabras del Papa, los católicos
no podrían defender ya la teoría de la traslación, según la cual la autoridad no viene
inmediatamente de Dios al gobernante, sino mediatamente, a través del pueblo; la
autoridad queda radicalmente en el mismo pueblo; es decir, cuando el gobernante no
realiza el bien, razón de ser de la autoridad, ésta vuelve otra vez al pueblo.

Podía parecer que los católicos tenían que aceptar la teoría de la designación, pues-
to que también Pío X recoge las palabras de León XIII al condenar Le Syllon, en el
sentido que aparece literalmente, ya que Le Syllon nunca defendió que la autoridad
tengan su último origen en la voluntad del pueblo. Dice San Pío X: «Además de que es
anormal que la autoridad ascienda, puesto que por naturaleza desciende, León XIII ha
refutado de antemano esta tentativa de conciliación de la doctrina católica con el error
del filosofismo. Porque, prosigue, es importante» (112), y continúa con el texto citado de
León XIII.

La interpretación auténtica de estos textos nos dice que lo único que el Papa conde-
na es que la autoridad tenga su origen en la voluntad del pueblo. Esto se deduce por el
fin general de la encíclica Diuturnum illud: defender el origen divino de la autoridad en
contra de la teoría del liberalismo político. Este rechazaba toda vinculación de la auto-
ridad política con Dios.

Cierto que la encíclica creó algún desconcierto; pero, preguntada la curia romana
sobre este aspecto, contestó que el Papa sólo condenaba la tesis liberal (113).

No es de este lugar estudiar las causas que contribuyeron a que muchos teólogos
abandonasen en el siglo XIX la teoría más tradicional en la Iglesia, influenciados por la
revolución y por los ataques de los gobiernos liberales a la Iglesia. Sin duda que esta
situación influyó también en León XIII y en San Pío X (114).

Los documentos pontificios no deben aplicarse a instituciones o a ideologías diferen-


tes de aquellas para las cuales fueron publicados (115) -Instituciones-. Las instituciones
son cauces de vida colectiva; son variables por su propia naturaleza. La doctrina dada
para orientar estas realidades históricas que evolucionan continuamente sólo tiene
valor en función de esas mismas instituciones. Es precisos distinguir lo que es doctrina
supratemporal de lo que es doctrina histórico-prudencial.

Veamos algunos ejemplos:

112 Notre charge apostolique. BAC, Doc. pol. p. 411 n. 21.


113 «Sapientissimus Pontifex animo intendens non ad innocuas catholicae gentis oponiones, sed pestiferas novatorum doctrinas, qui,
inter terram et caelum quodvis vinculum abrumpere pertendentes, civiles potestatis originem non a Deo sed ab hominum consilio
manare affutiunt, iure meritoque clama: Potestas a Deo est. Hinc ipse, dum profunde ac copiose verum edisserit argumentum, haec
dua vocabula immediate, mediate silentio preterit, quo sane incendi modo ibi non Ecclesiae filios sed perdulles corripi, hosque
tantum meliora consilia amplectenda excitari liquido constat» (cf. YURRE, Lecciones de filosofía social P. 281, Esset, Vitoria 1959;
ROMMEN, El Estado en el pensamiento católico p. 539, Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1956).
114 Con relación al origen de la autoridad, cf. Pío XII, Radiomensaje de 24 diciembre de 1944; BAC, Doc. pol. p. 883 n. 44; Discurso a
la Rota romana, 2 octubre 1945; BAC. Doc. jur. p. 210 n. 16.
115 Cf. VILLAIN, o.c., p. 31.

97
El sindicato. León XIII, al hablar en la Rerum novarum de la cooperación de los
propios interesados a la solución del problema social, expone la doctrina cristiana
sobre las asociaciones. Dentro del mismo tema encontramos en la encíclica afirmacio-
nes fundamentales de derecho natural: «El constituir sociedades privadas es derecho
concedido al hombre por la ley natural, y la sociedad civil ha sido constituida para
garantizar el derecho natural y no para conculcarlo» (116); y afirmaciones condicionadas
por el tiempo, al señalar, por encima del fin profesional («en principio se ha de estable-
cer como ley general y perpetua que las asociaciones de obreros se han de constituir y
gobernar de tal modo, que proporcionen los medios más idóneos y convenientes para
el fin que se proponen») (117), otro fin extralaboral: «Pero es evidente que se ha e tender,
como fin principal, a la perfección de la piedad y de las costumbres, y asimismo que a
este fin habrá de encaminarse toda la disciplina social» (118).

León XIII tiene presente las antiguas corporaciones, con finalidades profesionales y
con finalidades religiosas; no conoce el sindicato tal como se irá perfilando con el
tiempo, hasta llegar a ser una asociación netamente profesional en la organización y en
los fines. Las organizaciones obreras católicas de final de siglo no percibían con clari-
dad la necesidad de separar los fines profesionales de los fines religiosos. El Papa se
refería a corporaciones profesionales con carácter marcadamente religioso. Esto es lo
circunstancial.

La afirmación doctrinal de derecho natural -el derecho a fundar asociaciones y crear


grupos intermedios -sigue con la misma fuerza y cada día aparece más urgente la
necesidad de poner este derecho en práctica; por el contrario, el carácter circunstan-
cial y los fines religiosos señalados por el Papa para las asociaciones han evoluciona-
do de tal modo, que sería ir contra el pensamiento pontificio pretender unas organiza-
ciones profesionales con fines religiosos por encima de aquéllos. Así vemos que Pío XI
distingue claramente las asociaciones de carácter profesional y las de carácter religio-
so (119). Pío XII afirma que la función esencial del sindicato es «la de representar y
defender los intereses de los trabajadores en los contratos de trabajo»(120). Ni siquiera
sería justo insistir en este carácter reivindicativo que señala Pío XII, porque las cir-
cunstancias de hoy no son ya las de 1845. Los sindicatos han evolucionado tanto desde
León XIII hasta Pablo VI, que sería anticristiano aplicar el sindicato las directrices que
los Papas han señalado para situaciones concretas. Pablo VI orienta hoy a las organi-
zaciones profesionales por unos horizontes muchos más amplios que los dados inclu-
so por Pío XII. «No se trata ya, como otras veces, para el sindicato, de consagrar
exclusivamente sus esfuerzos a la defensa de los justos derechos y a la reivindicación
necesaria en las llamadas estructuras liberales, donde la victoria correspondía de he-
cho al más fuerte. Le hace falta ahora construir, si no en común, al menos en armonía,
mediante un diálogo fecundo con las otras comunidades, bajo la dependencia reconoci-
da de la autoridad responsable, quien procurará favorecer esta libre participación de
todos en la edificación de la sociedad»(121).

116 Rerum novarum: BAC, Doc. soc. p. 350 n. 35.


117 BAC, Doc. soc. p. 355
118 Rerum novarum, ibid.
119 Cf. Quadragesimo anno: BAC. Doc. Soc. p. 740 n. 96.
120 Alocucion a los afiliados a las asociaciones de trabajadores italianos, 11 marzo de 1945: BAC, Doc. soc. p. 993.
121 Carta de la Secretaría de Estado a la Li Semanas Sociales de Francia: Ecclesia n. 1.202 p. 8.

98
Ideologías. Con las ideologías y los movimientos sociales inspirados en ellas suce-
de a veces lo mismo que hemos dicho de las instituciones. Los pontífices juzgan las
ideologías y las condenan cuando constituyen un peligro para la vida cristiana. Puede
ocurrir que, habiendo dado un juicio sobre una ideología o sobre un movimiento, se
encierra una realidad muy distinta bajo el mismo nombre con el transcurso de los años.
No se pueden aplicar al socialismo todos los juicios que los Papas han hecho sobre él.

Desde mediados del siglo pasado se dan ya diferentes socialismo; el Manifiesto de


Carlos Marx (1848) señala diversos socialismos. Pío IX condena el comunismo en
1846, pero no podía referirse a lo que hoy llamamos comunismo, puesto que éste
todavía no había sido fundado. Pío XI expone en la Quadragesimo anno la bifurcación
que ha sufrido el socialismo en los últimos años: el socialismo científico, o comunismo,
y el socialismo moderado.

El socialismo científico o marxismo se funda en la ideología de Marx y de Lenin.


Siguen válidas para este socialismo las condenas que ha hecho la Iglesia, porque sigue
defendiendo una concepción de la vida radicalmente anticristiana. La condenación del
comunismo hecha por Pío XI vuelve a repetirse con Pío XII, y Pablo VI la ha reafirmado
varias veces. Algo muy distinto ha ocurrido con lo que hoy se llama generalmente
socialismo; más que una ideología de los hombres que lo forman. ¿Hasta qué punto
vale, por ejemplo, a la afirmación de Pío XI para los socialistas de hoy: «Nadie puede
ser a la vez buen católico y socialista verdadero»? (122).

El Papa, en este juicio que parece circunstancial, hace indirectamente una condena
absoluta. El Papa condena una concepción de la vida opuesta al verdadero cristianismo
por ser «incompatible con los dogmas de la Iglesia católica» (123); las incompatibilidades
que el Papa enumera son tres: la sociedad no tiene otro fin que el bienestar material y
no debe tener en cuenta el fin trascendente del hombre (124); la sociedad, para procurar
los bienes materiales, puede sacrificar a este fin los valores más elevados del hombre,
incluso la libertad (125); defiende una sociedad sin verdadera autoridad social (126).

Para Pío XI, «verdadero socialismo» es el que tiene esta concepción de la vida; por
eso, en este juicio histórico del socialismo se contiene implícitamente un juicio absolu-
to: la condenación de una visión de la vida opuesta a la concepción cristiana. Siempre
que los socialistas mantengan tal concepción, vale para ellos la afirmación pontífica.

Si, por el contrario, algunos se llaman socialistas no tienen tal concepción anticristiana,
sino que sólo aspiran a unos postulados de organización social -supresión de privile-
gios, igualdad de oportunidades, economía dirigida, nacionalización de las grandes
empresas-, sin plantearse otros problemas de valores, no valdría para ellos la afirma-
ción de que no se puede ser verdadero socialista y católico a la vez, pues un católico
podría defender esos postulados dentro de la concepción cristiana. «Entre los diversos
socialistas, algunos no ponen de manifiesto ninguna concepción particular del hombre

122 Quadragesimo anno: BAC, Doc. soc. p. 752 n. 120.


123 Quadragesimo anno: BAC, Doc. soc. p. 751 n. 117.
124 Quadragesimo anno: BAC, Doc. soc. p. 752 n. 118.
125 Ibid., p. 752 n. 118.
126 Ibid.

99
ni de la sociedad; tienen solamente el deseo de que la actividad económica sirva del
mejor modo posible del hombre; sin embargo, otros es evidente que siguen mantenien-
do las ideas que Pío XI condena en la Quadragesimo anno (127).

Vemos cómo la interpretación de los documentos pontificios exigen un estudio dete-


nido para usar sus afirmaciones según la intención verdadera de la Iglesia.

Reiteración de los mismos principios. Norma importante para la interpretación de la


doctrina social de la Iglesia es la repetición y la fuerza con que los Papas nos recuer-
dan principios expuestos por Papas anteriores. Puede suceder que lo que un Papa ha
señalado con marcada intención, los pontífices siguientes lo silencien sistemáticamente
por no creerlo necesario o porque su realización no parece oportuna en la evolución
que ha seguido la vida social. Puede suceder también que los Papas formulen la misma
doctrina de modo distinto. Este criterio es fundamental para no confundir las directrices
auténticas de la Iglesia. Tal ha sucedido con la confesionalidad del Estado.

León XIII afirmó con insistencia en la encíclica sobre la constitución cristiana del
Estado que éste debe ser confesional y católico (128). León XIII vive en una época en que
los gobiernos de países católicos combaten a la Iglesia. Esta es despojada de su
libertad y de sus derechos en pueblos donde la pluralidad religiosa no tiene todavía
relevancia. Estas circunstancias influyen para que el Papa insista en la obligación de
ajustar la legislación de los pueblos católicos a la tesis de la confesionalidad del Esta-
do. San Pío X mantiene esta misma postura: pero Pío XII insiste mucho más en el bien
común como único criterio para la constitución cristiana del Estado. La tolerancia reli-
giosa en la comunidad política se estudia bajo nuevos aspectos condicionados por la
historia (129). Juan XXIII, en la segunda parte de la Pacem in terris, síntesis de la
doctrina de la Iglesia en materia política, ni siquiera menciona el tema de la
confesionalidad. Y el concilio Vaticano II plantea las verdaderas consecuencias que se
deducen de la libertad religiosa (130).

La conclusión es que la Iglesia, dada la pluralidad religiosa que hoy se da en el


mundo, orienta la doctrina conforme a las necesidades que hoy tiene la humanidad.
Sería un flaco servicio a la Iglesia insistir, como punto esencial de la actitud social de
los católicos, en defender la confesionalidad del Estado.

Los criterios expuestos y los ejemplos aducidos prueba la necesidad de conocer


bien el pensamiento de la Iglesia sobre los problemas sociales, económicos y políti-
cos.

No se puede usar a capricho los textos pontificios para probar posiciones preconce-
bidas; tampoco se pueden usar ni literal ni rígidamente, como si la doctrina de la Iglesia
fuese intemporal, concretada y desarrollada de espaldas a la realidad social.

127 Cf. VILLAIN, La enseñanza social de la Iglesia p. 150 ed. cit.


128 Immortale Dei. BAC, Doc. pol. p. 193 n. 3-4.
129 Cf. Pío XII, Discurso al II Congreso Nacional del a Unión de Juristas Católicos, 6 diciembre 1953: BAC, Doc. jur. p. 435 n. 14-16;
Discurso al X Congreso Internacional de Ciencias Históricas, 7 de septiembre de 1955: BAC, Doc. jur. p. 535 n. 21.
130 Cf. Declaración Dignitatis humanae n.6.

100
La fidelidad al pensamiento verdadero de la Iglesia exige que en el uso de los textos
de doctrina social se guarden las normas de interpretación que requiere la doctrina
social.

CAPITULO V PROGRESO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA


IGLESIA

La Revelación pública quedó terminada con la muerte del último apóstol, y la natura-
leza humana fue configurada definitivamente desde su origen con la creación del pri-
mer hombre. La Iglesia conoce progresivamente las verdades contenidas en la Revela-
ción y en el derecho natural; todo lo que la Iglesia conoce es verdad, pero no conoce
toda la verdad de una vez para siempre. La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo,
reflexiona sobre lo que ya está realmente contenido en la Revelación; esta reflexión,
con la ayuda de la asistencia divina, hace que la Iglesia progrese en el conocimiento de
la verdad.

Los principios inmutables del derecho natural pueden ser conocidos por deducción
lógica, con abstracción de toda realidad sociológica; pero el conocimiento de las verda-
des hechas sin tener en cuenta la realidad de la vida formaría una concepción filosófi-
ca, pero no constituiría una verdadera ética.

La doctrina social de la Iglesia es mucho más que una concepción abstracta; es una
ética social auténtica. La doctrina social de la Iglesia se desarrolla en interrelación de
vida y reflexión. Esto hace que progrese necesariamente. Una ética alejada de los
hechos se anquilosa por su natural esterilidad. La doctrina social de la Iglesia parte de
la vida y proyecta sobre ella el orden absoluto de los valores. Cuando más cerca está la
Iglesia de los problemas sociales, más eficazmente influye en los hombres. Por eso,
cuando se da alejamiento y separación entre la Iglesia y el mundo, aquélla influye poco
en la orientación cristiana de los problemas de la sociedad.

La doctrina social progresa principalmente porque tiene que ser iluminación del que-
hacer social ni está ni nunca estará terminada; sólo se consumará en el momento de la
instauración total del reino, porque ya será todo verdad y caridad.

Interesa señalar los modos por los que la doctrina social de la Iglesia progresa y se
desarrolla; esto ayuda, a su vez, a tener una comprensión orgánica del pensamiento
social cristiano. Por no conocer este desenvolvimiento de la doctrina social, algunos
acusan a la Iglesia de relativismo; piensan que la Iglesia dicta su doctrina al compás de
los tiempos, sin tener inconveniente en cambiar de posición si las circunstancias lo
piden.

101
1. LA DOCTRINA SOCIAL PROGRESA POR UNA MAYOR
EXPLICITACION DE LOS PRINCIPIOS

Los principios y las directrices que un Papa de responden a las necesidades del
tiempo en que le toca vivir. La asistencia divina no es una revelación que manifiesta en
cada momento ni los principios doctrinales ni las orientaciones para la acción.

El auxilio del Espíritu Santo no cambia las condiciones humanas de la Iglesia; ésta
tiene que someterse a las leyes del desenvolvimiento natural. «Todos saben cómo la
Iglesia está inmersa en la humanidad, forma parte de ella; de ella proceden sus miem-
bros, de ella extrae preciosos tesoros de cultura, y cómo sufre sus vicisitudes históri-
cas y también contribuye a sus éxitos» (1).

A través del desenvolvimiento natural de su vida, la Iglesia ofrece a los hombres,


bajo la asistencia divina, la doctrina que ella cree oportuna para las necesidades de la
sociedad. Las orientaciones doctrinales que un Papa da pueden quedar cortas e impre-
cisas para nuevas vicisitudes y nuevos problemas; por eso los pontífices aclaran la
doctrina dada por los Papas anteriores; unas veces sacan nuevas consecuencias,
otras enfocan la misma doctrina bajo nuevos puntos de vista.

En este aspecto vamos a considerar un tema doctrinal y práctico: la actuación del


cristiano en lo temporal, para ver cómo la doctrina social progresa por aclaraciones de
los Papas.

Estudiaremos la actuación del cristiano en lo temporal desde León XIII. Este Papa
llega al solio pontificio en 1878. La coyuntura en que se encuentra entonces la Iglesia
es extremadamente difícil. Las revoluciones del pensamiento y las revoluciones políti-
cas hacen que la Iglesia se vea atacada y encuentre dificultades para el cumplimiento
de su misión.
En países tradicionalmente católicos, los gobiernos liberales privan a la Iglesia de
libertad.

En Francia, los gobiernos que se suceden en la III República muestran un laicismo


radical. En 1878, Gambetta, en el discurso de su programa político, denuncia violenta-
mente la enseñanza religiosa d las congregaciones; declara la guerra «a la milicia
multicolor que tiene su patria en la última de las siete colinas de Roma» (2). Las congre-
gaciones de religiosos son expulsadas en Francia; se suprime la enseñanza religiosa
en las escuelas primarias; se suceden medidas vejatorias para la Iglesia; los católicos
están desunidos por motivos políticos ante tan graves males para la religión.

En Italia, la Iglesia atraviesa una situación difícil desde la ocupación violenta de los
Estados pontificios; el odio que la masonería muestra al Papa se manifiesta siempre
que puede: dificultades para el nombramiento de obispos; se pone en venta el patrimo-
nio de Propaganda Fide; los políticos italianos favorecen los ataques hechos contra la

1 PABLO VI, Ecclesiam suam: Ecclesia n. 1.205 p. 9.


2 FERNANDO HAYWORD, León XIII p. 129 (Litúrgica Española, Barcelona 1952).

102
Iglesia; pretenden destruir el papado; la enseñanza que se da en las escuelas es feroz-
mente anticlerical. Tan violentos fueron los ataques que se hacían al Vaticano, que León
XIII pensó varias veces en salir de Roma.

En Alemania, el Kulturkampf intenta someter al silencio a la Iglesia.

En este ambiente de falta de libertad y de violencia para la Iglesia aparece como


más urgente conseguir la libertad de la Iglesia y la defensa de la fe. Tras unos años de
pontificio erizado de problemas y dificultades, León XIII publica en 1890 la encíclica
Sapientiae christianae, sobre los deberes de los católicos como ciudadanos y como
hijos de la Iglesia. En este documento da la doctrina sobre los deberes que tienen los
católicos para con las dos sociedades.

La Iglesia tiene que defender la fe; es la misión que Dios ha confiado a la jerarquía;
pero León XIII no sólo llama a los católicos seglares a que colaboren con la jerarquía y
a que trabajen con mandato de ella, sino que afirma que es misión propia de los mis-
mos seglares. «En este desmedido delirio universal de opiniones a que nos hemos
referido, es misión de la Iglesia, obligatoria siempre, proteger la verdad y arrancar de
las almas el error, ya que a la tutela de la Iglesia ha sido confiada la gloria de Dios y la
salvación de las almas. Pero, cuando la necesidad apremia, la defensa de la fe no es
obligación exclusiva de los que mandan, sino que, como dice Santo Tomás, «todos» y
cada uno están obligados a manifestar públicamente su fe, ya para instruir y confirmar
a los demás fieles, ya para reprimir la audacia de los infieles. Retirarse ante el enemigo
o callar cuando por todas partes se levanta un incesante clamoreo para oprimir la
verdad, es actitud propia o de hombres cobardes o de hombres inseguros de la verdad
que profesan» (3). León XIII da las orientaciones para que los católicos defiendan su fe y
la libertad de la Iglesia participando en la ida pública (4).

León XIII enseña claramente la obligación del cristiano de ayudar a la Iglesia a


cumplir su misión a través de la actividad temporal. En su tiempo, la teología no se
había planteado los problemas de las realidades terrenas; solamente se toma concien-
cia del laicismo; por eso se considera necesario que los cristianos trabajen por mante-
ner la confesionalidad de las instituciones temporales.

León XIII destaca ya el puesto del laico en la misión de la Iglesia. Aunque el Papa no
extienda esta misión a la actividad temporal considerada en sí misma, sin embargo,
está ya implícitamente en el texto indicado la participación del seglar en la misión de la
Iglesia a través de su actuación temporal.

En el campo estrictamente social, León XIII impulsa a los católicos (5) a preocuparse
por las clases populares; pero la acción social que el Papa recomienda no aparece
como obligación nacida de la vocación propia del seglar. Se exhorta al seglar a trabajar
en lo social, pero movido fundamentalmente por la situación religiosa de los obreros.
No aparece aún la plena responsabilidad del seglar. Las orientaciones de la jerarquía

3 BAC, Doc. pol. p. 273 n. 7.


4 Ibid., p. 285ss n.16-19.
5 Rerum novarum y Graves de communi.

103
para la acción social de la Iglesia tienen aún un matiz de «clericalismo», de excesiva
subordinación del seglar a la jerarquía en su actuación temporal (6).

El Papa afirma que la Iglesia no puede desentenderse de la cuestión social, que los
seglares deben contribuir a resolverla: crear instituciones, grupos; pero lo espiritual
aparece unido externamente a lo temporal, sin ver claramente el aspecto religioso que
tiene en sí mismo lo temporal.

San Pío X se mantiene en el mismo terreno; anima a los católicos a que trabajen por
los problemas sociales, pero la actividad seglar queda excesivamente dependiente de
la jerarquía. San Pío X precisa, sin embargo, la misión de la Iglesia en el orden tempo-
ral: «Restaurar en Cristo no sólo lo que pertenece propiamente a la divina misión de la
Iglesia, de conducir las almas a Dios, sino también todo aquello que, como hemos
explicado, deriva espontáneamente de aquella divina misión, la civilización cristiana en
el complejo de todos y cada uno de los elementos que la constituyen» (7). San Pío X
afirma también que es tarea de los seglares, de la acción católica, pero no distingue
con claridad la actividad de los católicos de la actividad de las organizaciones católi-
cas dependientes de la jerarquía (8).

Con Pío XI se da un gran paso en el progreso de la doctrina sobre la actuación de los


católicos en el orden temporal. Define ya claramente la Acción Católica como organiza-
ción de apostolado dependiente de la jerarquía. La Acción Católica, como organización,
no puede realizar actividad de orden temporal, pero debe preparar a sus miembros
para realizar esas actividades bajo su propia responsabilidad. «Estamos persuadidos
además, y lo deducimos de lo anterior (se refiere a la organización profesional), que
ese fin se logrará con tanta mayor seguridad cuanto más copioso sea el número de
aquellos que estén dispuestos a contribuir con su pericia técnica, profesional y social,
y también (cosa más importante todavía) cuanto mayor sea la importancia concedida a
la aportación de los principios y su práctica; no ciertamente por la Acción Católica (que
no se permite a sí misma actividad propiamente sindical o política), sino por parte de
aquellos hijos nuestros que esa Acción Católica forma en esos principios, y a los cuales
prepara para el ejercicio del apostolado bajo la dirección y el magisterio de la Iglesia»(9). Pío
XI urge la necesidad de formar a los católicos en la doctrina social de la Iglesia(10).

En tiempo de Pío XI toma fuerza en la Iglesia la preocupación por comprender con


más profundidad el papel de la Iglesia en el mundo. La teología reflexiona sobre los tres
aspectos que señalamos en la primera parte y que van unidos conjuntamente: reflexión
sobre la esencia de la misma Iglesia, sobre la misión del laico en ella y sobre la
teología de las realidades terrenas.

Pero es, sobre todo, en tiempos de Pío XII cuando los hombres de estudio y los
hombres de acción se esfuerzan por encontrar el puesto que la Iglesia, y con ella el
seglar, tiene en la elaboración del nuevo orden del mundo.

6 Cf. Graves de communi: BAC, Doc. soc. p. 425-430-432-436 n. 6-12-15-19.


7 Il fermo proposito: BAC, Doc. soc. p. 479 n. 67.
8 Cf. ibid., p. 484ss n. 12-19; Notre charge apostolique: BAC. Doc pol. p. 40ss. n. 6ss.
9 Quadragesimo anno: BAC. Doc.soc. p.740 n.96.
10 Quadragesimo anno: BAC, Doc.soc. p.766 n.143; Divini Redemptoris: BAC, Doc.soc. p.882 n.67-69.

104
En la teología se habla ya de la consecretio mundi. Pío XII precisa que la misión del
seglar es realizar esta consecratio mundi es, en lo esencial, obra de los seglares
mismos, de hombres que se hallan mezclados íntimamente en la vida económica y
social, que forman parte del gobierno y de las asambleas legislativas»(11). Los seglares
realizan una doble misión; la primera, directamente apostólica: «Del mismo modo, las
células católicas, que deben crearse dentro, entre los trabajadores, en cada fábrica y
en cada ambiente de trabajo, para conducir de nuevo a la Iglesia a los que se hallan
separados de ella, no pueden ser constituidas más que por los mismos trabajado-
res»(12) y realizan una tarea temporal. «El llamamiento que Nos hicimos el año pasado a
los católicos alemanes se dirige también a los apóstoles seglares de todo el mundo,
dondequiera que reinen la técnica y la industria. Una tarea importante os incumbe -les
decíamos-: la de dar a este mundo de la industria una forma y una estructura cristia-
nas... Cristo, por quien todo ha sido creado, el Dueño del mundo, sigue siendo también
Dueño del mundo actual, pues también está llamado a ser un mundo cristiano. A voso-
tros os toca grabarle la huella de Cristo (2-10-1956). Esa es la más pesada, pero
también la tarea más grande, del apostolado del elemento seglar»(13).

Está ya claramente expresada la doctrina de la Iglesia sobre la actuación temporal


del seglar. Juan XXIII vuelve a repetir lo mismo en la Mater et magistra: la misión de la
Iglesia(14); la obligación que tienen los seglares de poner en práctica la doctrina so-
cial(15), lo cual debe constituir un verdadero compromiso. «De cuanto acabamos de
exponer brevemente no se deduce que nuestros hijos, pero especialmente los segla-
res, obrarían prudentemente si disminuyeran de algún modo su cristiana aportación a
las necesidades de orden temporal. Por el contrario, volvemos a afirmar que esta apor-
tación debe realizarse cada día con voluntad más decidida»(16). En la Pacem in terris
recuerda nuevamente esta obligación de los cristianos de actuar en lo temporal y da
directrices concretas de acción.

La Iglesia expone esta doctrina porque es vocación específica del seglar. «Por la
necesidad, sí, que tiene la Iglesia de vosotros, pero más aún por la vocación a la
plenitud de la vida cristiana que ella descubre en vuestro espíritu por la elevación
sobrenatural que reconoce al fiel»(17). El Vaticano II, tanto en el capítulo 4 de la constitu-
ción dogmática Lumen gentium como en la constitución pastoral Apostolicam
actuositatem, estructura la doctrina sobre la misión del seglar en la cristianización de
las estructuras.

Hemos visto cómo un mismo principio -la función del seglar en la misión de la Iglesia
en el mundo- se desarrolla progresivamente por la mayor explicitación que hacen los
Papas.

Del mismo modo se podría ver este desenvolvimiento de la doctrina social a través
de otros puntos, v.gr. el derecho de asociación desde que León XIII lo enuncia para
11 Pío XII, Discurso al II Congreso Mundial del Apostolado Seglar, 5 octubre de 1957: Anuario Petrus p.173 n.4.
12 Ibid.
13 Ibid., cf. Pío XII, Radiomensaje de 24 diciembre de 1948: Colec. Enc.p. 1689 n.9.
14 Ibid., p.335 n.256.
15 Ibid., p.329 n.240.
16 Mater et magistra p.334 n.254.
17 PABLO VI, Discurso a los graduados 3 febrero 1964: Ecclesia n.1.175 p.9.

105
probar la legitimidad de las organizaciones profesionales(18) hasta que Juan XXIII lo declara
exigencia absolutamente necesaria para salvar la liber tad de la persona humana(19).

2. LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA PROGRESA POR LA DEDUCCION


DE CONSECUENCIAS QUE SE DERIVAN DE LOS PRINCIPIOS

La exposición de los tratados de justicia ocupa la mayor parte de los libros de moral.
La Sagrada Escritura nos dice que clama al cielo la injusticia de los salarios. He aquí....
que el salario de los obreros que fue defraudado por vosotros clama, y el clamor de
ellos ha llegado a los oídos del Dios de los ejércitos(20).

Es un principio absoluto el deber de pagar con justicia la retribución del trabajo; pero
la determinación de las condiciones que deben guardarse para que el salario sea justo
ha necesitado muchos estudios hasta llegar a las conclusiones que hoy tenemos; sin
pensar, además, que todo esté ya dicho.

León XIII afirma que es un crimen no pagar el salario justo (21), que el deber principal
de los patronos es dar a cada uno lo que sea justo(22); afirma también que es de justicia
natural un salario suficiente para «alimentar a un obrero frugal y morigerado»(23). León
XIII se fija fundamentalmente en el carácter necesario y humano del trabajo, sin que se
detenga en precisar las consecuencias que se derivan del rendimiento económico del
obrero para la fijación del salario. Tampoco expone qué se debe entender por justicia
natural; queda para la labor de los teólogos y moralistas concretar las conclusiones.

Pío XI recoge las conclusiones de los diversos estudios, y cuarenta años después
de la Rerum novarum precisa ya que las relaciones entre trabajo y capital «deben ser
reguladas conforme a las leyes de la más estricta justicia conmutativa»(24); concreta
también los criterios para la retribución del trabajo, lo cual no puede hacerse «si no se
tiene en cuenta su carácter social e individual»(25). Los aspectos que se han de tener en
cuenta son: las necesidades del obrero y de su familia (26), la situación de la empresa
(destaca solamente la empresa que no puede pagar el salario suficiente) (27) y el bien
común(28).

Pío XII habla expresamente del rendimiento económico para fijar la retribución del
trabajo. «La Iglesia ha sostenido siempre el principio de que a la trabajadora se le debe,
por igual prestación de trabajo y en paridad de rendimiento, la misma retribución que al
trabajador»(29).
18 Rerum novarum: BAC, doc.soc. p.348 n.34.
19 JUAN XXIII, Pacem in terris p.41 n.19.
20 Sab 5,4.
21 Rerum novarum: BAC, Doc.soc. p.326 n.14.
22 Ibid., p.325.
23 Rerum novarum: BAC, Doc.soc. p.345.
24 Quadragesimo anno: BAC, Doc.soc. p.766 n.110.
25 Ibid., p.727 n.69.
26 Ibid., p.727 n.71.
27 Ibid., p.728 n.72.
28 Ibid., p.729 n.74.
29 Discurso al I Congreso italiano sobre el trabajo femenino, 15 agosto 1945: Colec. Enc. 3d. p. 1013.

106
La Encíclica Mater et magistra señala un avance considerable en los criterios de
justicia y de equidad para la fijación del salario, valederos «para todo tiempo y en todas
partes»(30): el salario debe ser suficiente «para llevar el obrero una vida digna de persona
humana y hacer frente como conviene a sus obligaciones familiares»(31); pero se
debe tener también en cuenta «la efectiva aportación de cada uno a la producción, la
situación de las empresas respectivas, las exigencias del bien común nacional, parti-
cularmente por lo que se refiere al empleo de la mano de obra, y, por último, las
exigencias del bien común internacional»(32). El mismo Papa aplica el criterio del rendi-
miento económico a las empresas que han autofinanciado nuevas inversiones; en tales
empresas, dice, «se debe reconocer a sus propios trabajadores un cierto título de
crédito ante la propia empresa, especialmente si les dan un salario que no excede del
mínimo vital»(33).

La Mater et magistra señala unos criterios ciertos que siempre se han de tener en
cuenta para fijar el salario según la justicia y la equidad; pero, a su vez, deja abierto un
panorama de gran trascendencia para todas las relaciones de justicia conmutativa.
Cuando afirma que el salario debe fijarse atendiendo al bien común, sus afirmaciones
parecen extenderse a todas las relaciones de justicia. Esto supone la necesidad de
estudiar todo el tratado de justicia a la luz de este principio fundamental de la doctrina
de la Iglesia: el bien común. Todas las relaciones de justicia conmutativa deben tener
en cuenta la situación de la renta nacional y las necesidades de los hombres. La
doctrina social de la Iglesia crece a través de las condiciones que vive la sociedad. Los
hechos sociales, la reflexión, las ciencias auxiliares, ayudan a la Iglesia a sacar nue-
vas consecuencias y a precisar mejor los principios.

El magisterio formula la doctrina social como doctrina de la Iglesia. «Existe, como es


bien sabido, una doctrina social cuyos principios fundamentales han sido fijados por los
sumos pontífices en documentos oficiales»(34).

En la elaboración de la doctrina social colaboran sacerdotes y seglares. No hubiera


sido posible sin la contribución de muchas fuerzas que mutuamente se apoyan y ayu-
dan para la formulación y desarrollo de esa doctrina(35). La Iglesia se sirve en la elabo-
ración de la doctrina social, como en toda su doctrina, de las ciencias auxiliares; éstas
surgen por el estudio de la realidad y consiguen descubrir verdades que de otro modo
no podrían ser conocidas; la doctrina social que se proyecta sobre la vida social nece-
sita de estas doctrinas auxiliares para la aplicación de los grandes principios. Los
progresos hechos en la ciencia económica con sus propios métodos han sido ayuda
poderosa para que la Iglesia exponga su doctrina sobre la necesidad de que crezcan
paralelamente el progreso económico y el social; los estudios de la sociología, para su
doctrina sobre los desequilibrios de las zonas y de los pueblos; la Mater et magistra, a
lo largo de la segunda y tercera parte, va de la mano con la economía y la sociología.
De tal modo esto es necesario y cierto, que no se puede tener un conocimiento verda-
30 Ibid., p.259 n.72.
31 Ibid., p.259 n.71.
32 Ibid.
33 Ibid., p.261 n.75.
34 Pío XII, Discurso al Centro italiano de estudios para la reconciliación internacional, 3 octubre 1955: BAC, Doc.pol. p.1050 n.31; cf.
Alocución de 17 de octubre de 1953: Ecclesia n.64 p.541.
35 Cf. Mater et magistra p.322 n.220.

107
dero de la doctrina social, y mucho más puede aplicarse con justicia, sin tener
nociones claras de las ciencias afines, especialmente de la economía, la
sociología, la psicología social y el derecho.

En el desarrollo de la doctrina social, los seglares deben tener un papel


importante. Las ciencias auxiliares son necesarias para el progreso de la
doctrina; y, aunque las nociones básicas de estas ciencias deben ser
conocidas por todos los que pretendan tener verdadera formación en la
doctrina social de la Iglesia, el conocimiento científico de las ciencias que de
suyo no son eclesiásticos corresponde principalmente, aunque no
exclusivamente, a los seglares. Del mismo modo, los seglares son los que
deben poner en práctica la doctrina; el esfuerzo por llevar el pensamiento social
de la Iglesia a los problemas hace que los seglares vean más posibilidades,
propongan problemas y desarrollen por eso mismo la doctrina.

La Iglesia, sin renunciar a ninguno de los principios enseñados por el


magisterio, va acrecentando el acervo de su doctrina social, mientras otras
doctrinas tiene que abandonar principios que en algún tiempo fueron
considerados como el fundamento de su sistema. El Partido Socialista
Unificado (P.S.U.) de Francia afirma ya que «la apropiación de los
instrumentos de producción no es un elemento necesario de la definición del
socialismo» (36). Esto habría parecido una herejía socialista a principios de siglo.

La doctrina social de la Iglesia está hecha y se va haciendo; es tradición y


es progreso. «La doctrina social de la Iglesia es evolución, incluyendo en esta
palabra todo aquello que expresa permanencia y progreso. Es también
tradición, implicando en ella el progreso, que no es sino tradición
continuada»(37).

La doctrina social de la Iglesia es punto de partida y es ruta. Como punto de


partida, es el fundamento del que el cristiano no se puede desviar ni un solo
grado; pero, fiel a ella, puede y debe impulsar el desarrollo de la misma doctrina.
Como ruta es norma que la Iglesia confía a los católicos, sacerdotes y seglares
para cumplir la misión que Ella tiene en el mundo.
36 Cf. CALVEZ, Derecho de propietad; socialismo y pensamiento cristiano p.14 (Taurus, Madrid, 1962).
RENARD, L’Eglise et la question social p.23.

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