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TEXTOS COMPLEMENTARIOS
1) A finales del siglo pasado la Iglesia se encontró ante un proceso histórico, presente ya
desde hacía tiempo, pero que alcanzaba entonces su punto álgido. Factor determinante
de tal proceso lo constituyó el conjunto de cambios radicales ocurridos en el campo
político, económico y social, e incluso en el ámbito científico y técnico, aparte del múltiple
influjo de las ideologías dominantes. Resultado de estos cambios había sido en el campo
político, una nueva concepción de la sociedad, del Estado y, como consecuencia, de la
autoridad. Una sociedad tradicional se iba extinguiendo, mientras comenzaba a formarse
otra cargada con la esperanza de nuevas libertades, pero al mismo tiempo con los
peligros de nuevas formas de injusticia y de esclavitud.
En el campo económico, donde confluían los descubrimientos científicos y sus
aplicaciones, se había llegado progresivamente a nuevas estructuras de producción de
bienes de consumo. Había aparecido una nueva forma de propiedad, el capital, y una
nueva forma de trabajo, el trabajo asalariado, caracterizado por gravosos ritmos de
producción, sin la debida consideración para el sexo, la edad o la situación familiar, y
determinado únicamente por la eficiencia con vistas al incremento de los beneficios.
El trabajo se convertía de este modo en mercancía, que podía comprarse y venderse
libremente en el mercado y cuyo precio era regulado por la ley de la oferta y la demanda,
sin tener en cuenta el mínimo vital necesario para el sustento de la persona y de su
familia. Además, el trabajador ni siquiera tenía la seguridad de llegar a vender la 'propia
mercancía', al estar continuamente amenazado por el desempleo, el cual, a falta de
previsión social, significaba el espectro de la muerte por hambre.
Consecuencia de esta transformación era la división de la sociedad en dos clase
separadas por un abismo profundo. Tal situación se entrelazaba con el acentuado
cambio político. Y así, la teoría política entonces dominante trataba de promover la total
libertad económica con leyes adecuadas o, al contrario, con una deliberada ausencia de
toda clase de intervención. Al mismo tiempo comenzaba a surgir de forma organizada, no
pocas veces violenta, otra concepción de la propiedad y de la vida económica que
implicaba una nueva organización política y social.
En el momento culminante de esta contraposición, cuando ya se veía claramente la
gravísima injusticia de la realidad social, que se daba en muchas partes, y el peligro de
una revolución favorecida por las concepciones llamadas entonces 'socialistas', León XIII
intervino con un documento que afrontaba de manera orgánica la 'cuestión obrera'. (Juan
Pablo II: "Centesimus annus", 1991, nº 4)
2) La enseñanza social de la Iglesia nació del encuentro del mensaje evangélico y de sus
exigencias -comprendidas en el mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo y en
la justicia- con los problemas que surgen en la vida de la sociedad. Se ha constituido en
una doctrina, utilizando los recursos del saber y de las ciencias humanas; se proyecta
sobre los aspectos éticos de la vida y toma en cuenta los aspectos técnicos de los
problemas pero siempre para juzgarlos desde el punto de vista moral. (Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe: "Libertatis conscientia", 1986, nº 72)
3) Se observará así inmediatamente que, las cuestiones que afrontamos, son ante todo
morales, y que ni el análisis del problema del desarrollo como tal ni los medios para
superar las presentes dificultades pueden prescindir de esta dimensión esencial.
La doctrina social de la Iglesia no es, pues, una 'tercera vía' entre el capitalismo liberal y el
colectivismo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones menos
contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia. No es tampoco una
ideología sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las
complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional,
a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas
realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el evangelio enseña
acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en
consecuencia la conducta cristiana. Por tanto, no pertenece al ámbito de la ideología, sino
al de la teología y especialmente de la teología moral. (Juan Pablo II: "Sollicitudo rei
socialis", 1987, nº 41)
4) La Iglesia expresa un juicio moral, en materia económica y social, 'cuando lo exigen los
derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas' (GS 76, 5). En el
orden de la moralidad, la Iglesia ejerce una misión distinta de la que ejercen las
autoridades políticas: ella se ocupa de los aspectos temporales del bien común a causa
de su ordenación al supremo Bien, nuestro fin último. Se esfuerza por inspirar las
actitudes justas en el uso de los bienes terrenos y en las relaciones socioeconómicas.
("Catecismo de la Iglesia Católica", 1992, nº 2420)
Evolución
1) Al enseñar la Iglesia esta luminosa doctrina no tiene otra mira que la de actuar el feliz
mensaje cantado por los ángeles sobre la ruta de Belén en el nacimiento del Redentor:
Gloria a Dios... y paz a los hombres...
Paz verdadera y verdadera felicidad también aquí, en cuanto sea posible, como
anticipación y preparación de la felicidad eterna, a los hombres de buena voluntad. (Pío
XI, "Divini Redemptoris", 1937, nº 16)
3) La Iglesia quiere mantenerse libre frente a los opuestos sistemas para optar sólo por el
hombre. Cualesquiera sean las miserias o sufrimientos que aflijan al hombre, no será a
través de la violencia, de los juegos de poder, de los sistemas políticos, sino mediante la
verdad sobre el hombre como la humanidad encontrará su camino hacia un futuro mejor.
(Juan Pablo II: Discurso inaugural en Puebla, 28-1-79)
6) ...la Iglesia tiene el derecho y el deber de anunciar a todos los pueblos la visión
cristiana de la persona humana, pues sabe que la necesita para iluminar la propia
identidad y el sentido de la vida y porque profesa que todo atropello a la dignidad del
hombre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen." (Documento de Puebla, 1979, nº
306)
1) Sin embargo, hoy más que nunca, es necesario que esta doctrina social sea no
solamente conocida y estudiada, sino además llevada a la práctica en forma y en la
medida que las circunstancias de tiempo y de lugar permitan o reclamen. Misión
ciertamente ardua, pero excelsa, a cuyo cumplimiento exhortamos no sólo a nuestros
hermanos e hijos de todo el mundo, sino también a todos los hombres sensatos. (Juan
XXIII: "Mater et magistra", 1961, nº 221)
5) La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que la vida según el Espíritu se
exprese particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su
participación en las actividades terrenas. De nuevo el apóstol nos amonesta diciendo:
'Todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús,
dando gracias por su medio a Dios Padre' (Col. 3, 17). Refiriendo esta palabra del apóstol
a los fieles laicos, el Concilio afirma categóricamente: 'Ni la atención de la familia, ni los
otros deberes seculares deben ser algo ajeno a la orientación espiritual de la vida' (AA 4).
A su vez los padres sinodales han dicho: 'La unidad de vida de los fieles laicos tiene una
gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional y social
ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben
considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de
cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres,
llevándolos a la comunión con Dios en Cristo.' (Propositio, 5) (Juan Pablo II: Chistifideles
laici, 1988, nº 17)