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Bolivar y los Vascos

BOLÍVAR Y LOS VASCOS

Con Simón de Bolívar, llamado "El Viejo", nacido en la anteiglesia de Zenarruza (Bizkaya), en
1527, llegó a Venezuela el primero de ese apellido del que en línea directa, a través de cinco
generaciones, procede Simón Bolívar (1783-1830), el glorioso Libertador.
Descendía pues, directamente, por línea paterna, de los Bolívar de Vizcaya, pero, en el curso
de esas generaciones, tanto en dicho lado como en el materno, los sucesivos enlaces fueron
trayendo aportes, que si en algunos casos fueron de sangre vasca —Sojo, Zarate, Arratia,
Palacios, Alavés, etc.— en la mayoría eran extraños a la de los Bolívar. Esto y su nacimiento
lo convierten en ese producto típico del crisol de razas que es América y ha dado en
llamarse, el criollo.
Una cosa a observar en la vida de Simón Bolívar es su aparente desconocimiento del hecho
nacional vasco. Más o menos, los años en que él en-cahezaha la gesta de la independencia
americana coinciden con aquellos en que se fragua la muerte de la vasca, a través de las
"Noticias históricas" de Llórente (1806-1808), la llamada "Junta de reformas de abusos"
(1815) y otras maniobras preliminares con que el gobierno español fue preparando la
histórica puñalada a las libertades vascas asestada el año 1839.
Si John Adams, el que había de llegar a ser presidente de los Estados Unidos de América, en
su "Defence oí" Constitution of the United States..." aparecida en 1787 hace el elogio del
gobierno libre y democrático de Bizkaya en cuya tierra había estado pocos años antes, en
Bolívar que también había vivido en Bilbao, hacia el principio de la Zamakolada, nada
encontramos referente a las particularidades del pueblo y del régimen político vasco ni en
esos años ni más tarde cuando sus ideas políticas toman forma como en la "Memoria a los
ciudadanos de la Nueva Granada", la Carta de Jamaica, el discurso ante el Congreso de
Angostura, su proyecto de Constitución Bolivariana, etc., etc.
Lector de Rousseau, quizás nunca reparó en aquel párrafo de éste en que refiriéndose a los
vascos y al árbol de Guernica —que se alza no muy lejos del solar de los Bolívar—, escribe:
"Cuando se ve, en el pueblo más feliz del mundo, a un grupo de campesinos decidiendo bajo
un roble de los negocios del Estado y conduciéndose siempre con sabiduría, puede uno dejar
de despreciar los refinamientos de otras naciones que se hacen ilustres y miserables a la vez
con tanto arte y misterio" (Contrato Social, Libro IV, cap. I).
Otra cosa a observar es su silencio respecto a la Compañía Guipuz-coana de Caracas. Su
padre, D. Juan Vicente Bolívar, fue uno de los tres apoderados del Cabildo —los otros dos lo
fueron D. Alejandro Blanco y Villegas y D. Silvestre de Liendo— que encabezan en 1750 el
conocido expediente en que "representan ante el señor gobernador y capitán general sobre
lo perjudicial que ha sido el establecimiento de la Compañía Gui-puzcoana en la Provincia, al
servicio de Dios, a la buena administración de justicia, rentas fiscales y eclesiásticas y al
común de toda ella".
Pero en Simón Bolívar poca o ninguna huella parece que dejó esta actuación de su parte. A
lo largo de su extensísimo epistolario y demás escritos conocidos, no es posible hallar una
sola referencia a la discutida Compañía de la que podrá decirse mucho bien o mucho mal,
pero a la que nadie puede negar, al hacer un sereno balance de sus realizaciones positivas y
de las consecuencias que en Venezuela vinieron a producir las reacciones de las que no se
estimaron por tales, que constituye el hecho más importante o uno de los más importantes de
todo el siglo XVIII venezolano.
Y, sin embargo, cuando Bolívar embarca en La Guaira para Europa, el 19 de enero de 1789,
es decir, cuando estaba aún para cumplir los 16 años, vemos aparecer a varios hombres de
la recién extinguida Compañía de cuyos buenos oficios se vale para el viaje. Así tenemos
que, llegado a Vera-cruz, escribe allí el 20 de marzo de 1799 a su tío Pedro Palacios y Sojo,
con su vacilante ortografía de aquel tiempo: "Dn. Pedro Miguel de Heche-verría costeó el
biaje que fueron cuatrocientos pesos más o menos de lo cual dictaminará usted, si se lo paga
aquí o allá a Dn. Juan Esteban de Hechesuría1 que es compañero de este señor a quien vive
recomendado por Hechesuría...''.
En la posdata de esa carta escribe: "Yo me desembarqué en la casa de Dn. José Donato de
Austrea, el marino de la Basterra quien me mandó recado en cuanto llegué aquí me fuese a
su casa y con mucha instancia y me daba por razón que no habia fondo en este puerto".
De Veracruz se fue Bolívar a la ciudad de México donde sabemos pasó más de un mes
hospedado en casa de Oidor Aguirre.
La siguiente carta que de Bolívar tenemos es de fecha 30 de setiembre de 1800. Está escrita
en Madrid y en ella nos encontramos con varias de sus vinculaciones familiares de estirpe
vasca: los Aristeguieta, de uno de los cuales, Juan Félix, heredó el mayorazgo que poseía y
el marqués de Us-tariz, "el único tutor que tengo aquí". En esta carta, que está dirigida a su
tío Pedro Palacios, le da cuenta de su proyectado matrimonio con Teresa Toro a la que ha
conocido en Bilbao y que por su segundo apellido, Alai-za, es también de origen vasco y se
refiere también a otro de la misma estirpe, "Dn. Manuel Mallo... nuestro amigo y
favorecedor", quien, como se sabe, era el favorito de turno.
En la siguiente (Madrid, 20 de marzo de 1801), comienza diciendo: ' 'El 17 fui a la Compañía
de Filipinas y me dijo Visi que Iriarte nos obligaba a dar los réditos del dinero en caso que la
letra fuese protestada, desde el día de la protesta hasta que se verificase dicha entrega...".
Y en la que le sigue de 23 de agosto de 1801, fechada en Bilbao y, como la anterior dirigida a
su tío Pedro: "En orden a dinero ya he dicho a usted todo lo que hay; pues ello es menester
conseguirlo de algún modo. Aunque sería muy bueno que usted consiguiera de Iriarte su
firma. Usted le puede exponer que soy conocido por rico, y que lo más del dinero es para
mí".
Por cuyas dos cartas se ve que estaba siempre en relación con la Compañía de Filipinas,
sucesora en ciertos aspectos de la Guipuzcoana y una de cuyas firmas prominentes en
Caracas era Iriarte, de los cuales conocemos a tres hermanos: Juan, Pedro y Martín,
navarros, naturales del valle del Baztán que casaron en Caracas con tres de las "nueve
musas", como eran llamadas las hermanas Aristeguieta, el nombre de una de las cuales, la
esposa de Juan, era, por cierto, Begoña.
Con las dos cartas siguientes: la del 29 de diciembre de 1801 fechada en Bilbao y la del 13
de enero de 1802, termina la serie de las escritas desde el País Vasco, y que nos dan noticia
directa suya.
Regresado a Caracas en agosto de 1802 con su esposa, apenas pasan unos meses cuando
el 22 de enero de 1803 muere Teresa de fiebre amarilla. A los veinte años, Bolívar se
encuentra viudo, con su vida rota. El gran vacío dejado por esta pérdida habrá de llenarlo con
el cumplimiento de la gran empresa a que el destino le llamaba. En octubre de ese mismo
año se embarca para Europa. Visita España, Francia, Italia... Son los años en que se fija su
destino. Los de su amistad con Alejandro Humboldt y Bom-pland; cuando contempla la
coronación de Napoleón en Notre Dame (1804); cuando en el Mont Sacro hace su juramento
de salvar a su patria del yugo de España (1805). A su regreso de Europa, desembarca en
Charleston. Visita Washington, Philadelphia, New York y Boston, donde embarca para
Venezuela llegando, en junio de 1807, a Caracas.
Es ya un hombre al que los viajes, el trato con gente notable y el estudio, han formado ya
para su destino. El 3 de julio de 1811, pronuncia, en la Sociedad Patriótica, su célebre
discurso en pro de la independencia de Venezuela que el Congreso proclama dos días
después.
En su primer viaje a España, en el que tiene por compañero al guaíre-ño Esteban Escobar
Vildósola, un vasco, el capitán José Uriarte, comandante del navio "San Ildefonso" en que
hacían la travesía, evita, con su prudencia y aplomo de viejo lobo de mar, un peligroso
encuentro con los ingleses. Años después Bolívar confiaba al general Tomás Cipriano de
Mosquera, recordando aquel episodio y exagerando la nota (según su temperamento, como
lo advierte bien Ángel Grisanti), "en aquella oportunidad el capitán Uriarte me salvó la vida".
No iba a ser Uriarte el único salvador vasco de Bolívar. En efecto, cuando tras la caída de la
primera República con la capitulación de Miranda en 1812, la vida de Simón Bolívar se halla
en peligro, aparece en escena un hombre para el que no cesarán en adelante, a través del
epistolario del Libertador, todas las demostraciones de gratitud y cariño. Que no se trataba de
meras palabras lo demostró en la carta que, el 26 de agosto de 1821, dirigió al presidente del
Congreso General de Colombia en la que se lee la relación del suceso:
"Permítame V.E. que ocupe, por primera vez, la bondad del gobierno de Colombia en una
pretensión que me es personal.
"Cuando en el año de doce, la traición del comandante de La Guaira, coronel Manuel María
Casas, puso en posesión del general Monteverde aquella plaza con todos los jefes y oficiales
que pretendían evacuarla, no pude evitar la infausta suerte de ser presentado a un tirano,
porque mis compañeros de armas no se atrevieron a acompañarme a castigar aquel traidor,
o vender caramente nuestras vidas. Yo fui presentado a Monteverde por un hombre tan
generoso como yo era desgraciado. Con este discurso me presentó don Francisco Iturbe al
vencedor:' 'Aquí está el comandante de Puerto Cabello, el señor don Simón Bolívar, por
quien he ofrecido mi garantía; si a él toca alguna pena, yo la sufro; mi vida está por la suya".
¿A un hombre tan magnánimo puedo yo olvidar? ¿Y sin ingratitud podrá Colombia
castigarlo?
"Don Francisco Iturbe ha emigrado por punto de honor, no por enemigo de la República, y
aun cuando lo fuese, él ha contribuido a librarla de sus opresores sirviendo a la humanidad, y
cumpliendo con sus propios sentimientos: no de otro modo. Colombia, en prohijar hombres
como Iturbe, llena su seno de hombres singulares.
"Si los bienes de don Francisco Iturbe se han de confiscar, yo ofrezco los míos como él
ofreció su vida por la mía; y si el Congreso Soberano quiere hacerle gracia, son mis bienes
los que la reciben, soy yo el agraciado.
"Suplico a V.E. se sirva elevar esta representación al Congreso General de Colombia, para
que se digne resolver lo que tenga por conveniente. Excmo. Señor: Simón Bolívar".
Estamos en 1815. Bolívar se halla en Jamaica donde el 6 de setiembre escribe su profética
carta sobre el porvenir de la América española. El 10 de diciembre no dormía en su
habitación. Ocupó su hamaca uno de sus oficiales, su ex habilitado y amigo leal en quien el
negro Pío. brazo ejecutor de una conspiración criminal, tomándole por Bolívar, hundió su
puñal. Eran las diez de esa noche. Se hizo un examen oficial el lunes 11 de diciembre "en el
cuerpo del señor Félix Amestoy, difunto habilitado de la Guardia de Honor del General
Bolívar". El informe redactado a raíz del examen terminaba con esta declaración: "El
infortunado habilitado era un hombre de excelente educación y de los más caballerosos y
finos modales y pensaba navegar la próxima mañana para Santo Domingo (Haití). Su viaje
fue más largo. La fatalidad al colocarlo en la hamaca del Libertador le hizo que, aun sin
proponérselo, salvara la vida de Bolívar".
Y aún otro salvador tuvo el Libertador, a quien cierta y positivamente debió la vida. La célebre
Manolita o para decir su nombre entero, Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru, es decir, con
sangre vasca por parte de ambos padres, la que de un modo heroico se constituyó aquel
triste 25 de setiembre de 1828 en "La Libertadora del Libertador". Es muy fácil criticar ciertos
aspectos de la vida de esta amante de Bolívar. Pero sin necesidad de llamar en nuestra
ayuda a la galantería ni siquiera a la caridad, es de simple justicia proclamar las admirables
dotes de valor, serenidad e inteligencia que desplegó en aquella noche trágica, así como su
inquebrantable fidelidad al recuerdo del Libertador, quien supo también rendir desinteresado
homenaje a otras mujeres de nuestro linaje, como la heroína Luisa Arrambide, "entre las más
bellas de su sexo..." (carta de 18-VIII-1815), o a las Garaicoas, de las que "...todo me dice:
aquí estuvieron, aquí jugaron, aquí cantaron..." (carta del 16-VI-1823), etc.
La obra independenüsta de Bolívar había tenido un precedente que él supo reconocer. Hacia
1561 pasó por Venezuela un hombre vasco que dejó su nombre lleno de trágicas
resonancias. Fue Lope de Aguirre, cuya sola mención lo dice todo aquí. Pues bien, cuando el
18 de setiembre de 1821, Bolívar embarcó en Maracaibo a bordo de una goleta que había de
llevarlo a San Carlos camino de Cúcuta, donde se le esperaba para que prestase juramento
como presidente de Colombia, tomó para lectura durante su travesía un ejemplar de la
"Historia de Venezuela", de Oviedo y Baños. Su atención recayó, principalmente, sobre
aquellos pasajes en que se narran las peripecias de Aguirre y sus marañones, aguas abajo
del Amazonas, hasta la isla de Margarita y Costa Firme y más que nada le sorprendió y atrajo
la célebre carta dirigida por el oñatiarra al Rey Felipe II, algunos de cuyos párrafos el
Libertador leyó en voz alta para sus compañeros de travesía y dictó luego a uno de ellos, el
coronel Briceño, una nota dirigida al Gobernador de Maracaibo, pidiéndole que hiciera
insertar en "El Correo Nacional", periódico que en aquella ciudad se editaba, la dicha carta
que Bolívar calificó de "Acta primera de la Independencia de América el año de 1560".
De estirpe vasca fueron varios de los que en las campañas emancipadoras colaboraron con
él en los más altos puestos: el General J osé Antonio Anzoategui, quien, según la frase del
Libertador,' 'valía él solo por un ejército"; el general Urdaneta, fiel entre los fieles a Bolívar; el
general Juan Bautista Arismendi, caudillo de Margarita y tantos otros que en este momento
vienen a mi memoria como los generales Iribarren y Sagarzazu, los coroneles Aramendi y
Azkue y tamos otros que pudieran citarse. Y ya que de sus campañas hablamos no
olvidemos aquellas insistentes recomendaciones al general Salom (Tnijillo, 14 de marzo de
1824), al coronel Tomás de Heres (Santiago, 19 de abril de 1824) y al general José de La
Mar (Huan-cachuco, 7 de mayo de 1824), para "que se solicite a precio de oro el tal hierro
dulce de Vizcaya para que hagan infinidad de clavos y los manden,.."; para "que se compre...
acero de Vizcaya para que se hagan herraduras y clavos en el país...", etc., etc.
En sus últimas horas de Santa Marta no faltaron tampoco entre sus fieles acompañantes
algunos que dignamente pudieran ostentar la representación de la estirpe como el coronel
Miguel Sagarzazu y los hermanos Juan y Manuel de Ujueta. A este último correspondió el
alto honor de cerrar para siempre los ojos del Libertador allá en la quinta de San Pedro
Alejandrino y ayudar al doctor Révérend en el embalsamamiento del cadáver la noche de
aquel 17 de diciembre. Y con una devoción que fue más allá de la muerte, supo defender sus
restos de la furia de los antibolivaria-nos que trataban de profanar su tumba en la misma
catedral de Santa Marta y consiguió permiso "para construir la bóveda, llevando a su
domicilio el ataúd que guardaba lo que el tiempo había respetado del que fue su amigo para
custodiarlo, mientras el arquitecto terminaba los trabajos".
Después de esto, cuando se ve que entre los hombres que más se han afanado en
Venezuela en exaltar la figura del Libertador destacan en primer plano, entre otros, nombres
como el del General Rafael Urdaneta, fundador de la Sociedad Bolivariana de Venezuela; el
de Ramón Azpurua, Felipe Larrazabal y, coronando la obra de todos, el de Vicente Lecuna,
uno no puede dejar de pensar que la sangre, a través de los misteriosos caminos que en su
tenue pero tenaz fluir sabe recorrer, ha obrado como sólo ella sabe hacerlo en el esfuerzo de
estos hombres cuyos sonoros apellidos brotaron del mismo viejo pero perenne manantial del
que surgió el de Bolívar.

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Fecha de nacimiento: 24 de julio de 1783, Casa Natal del Libertador, Caracas


Fallecimiento: 17 de diciembre de 1830, Quinta de San Pedro Alejandrino, Santa Marta,
Colombia
Nombre completo: Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte-
Andrade y Blanco
Cónyuge: María Teresa del Toro Alayza (m. 1802–1803)
Padres: María de la Concepción Palacios y Blanco, Juan Vicente Bolívar y Ponte

Vicente Amezaga Aresti

Compilacion, Edicion, y Publicacion


Xabier Iñaki Amezaga Iribarren

Editorial Xamezaga
La Memoria de los Vascos en Venezuela

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