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ORIGEN Y SENTIDO DEL SER HUMANO1

Desde el punto de vista cristiano, cada ser humano es una persona creada por Dios y llamada a
participar en una relación personal con él. Que haya sido hecho por y para Dios es el primer rasgo que
lo define. La vocación a la comunión con Dios se manifiesta en los anhelos humanos. Jesucristo es
quien revela y hace posible la consecución de este fin.

1. Toda persona humana tiene su origen y su meta en Dios


1.1. La cuestión del sentido
Cuando las personas tratan de comprenderse y orientarse en la vida, se preguntan por su origen y por
su fin. La cuestión del sentido de la existencia humana va más allá del alcance de las ciencias
experimentales. Sean cuales sean los datos conocidos y las explicaciones empíricas sobre la aparición
o desaparición de seres humanos sobre la tierra, no responden más allá del cuándo y el cómo. Para
los materialismos, el ser humano no es más que un animal evolucionado. Para los existencialismos
ateos, es un ser condenado a una existencia absurda. A la luz de la fe cristiana podemos dar una
breve y profunda respuesta: el hombre es un ser querido por Dios, creado a su imagen y semejanza y
llamado a la relación personal con él.

1.2. El amor creador de Dios


El hombre ha sido creado por Dios y colocado en la cumbre del universo material. Que el hombre ha
sido objeto del amor creador de Dios es un dato que aparece en los dos relatos del Génesis y tiene un
amplio eco en toda la Escritura: «Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gn
1, 26); «Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de
vida; y el hombre se convirtió en ser vivo» (Gn 2, 7).

En su singularidad entre todas las criaturas, el varón y la mujer, reciben el ser como señores del resto
de la creación y como interlocutores personales del Dios creador. Como afirma el Concilio Vaticano II:
«Desde su mismo origen el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el
amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva. Y solo se puede decir que vive en
plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su creador» (GS,
n. 19). Para el cristiano, ser es ser amado (Gabriel Marcel). « ¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de
que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor
inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella;
por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno» (Santa Catalina de Siena,
Il dialogo della Divina providenza, 13).

1.3. El ser humano: objeto de amor personal irreductible


En la visión cristiana, cada ser humano tiene un puesto único e indeclinable en el mundo. Es alguien
singular, irreductible a cualquier otra cosa y único entre todos los demás. Cabe hablar de la creación
del hombre como de una vocación: cada persona humana es objeto de un amor electivo de Dios para
ser hijo en el Hijo.

Cada ser humano es más que una pieza del universo, es más que un individuo de una especie, es un
ser irreemplazable, tiene una vocación particular. Cada uno es amado por Dios de un modo único y
personal. Nos sabemos «la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (Vat. II,
GS, n. 24, 3). Las demás cosas son queridas como medios y están ordenadas al hombre. Pero el
hombre es querido como interlocutor de Dios, como objeto del amor de Dios. Y, por eso, tiene un modo
de ser especial, con un destino eterno. «El mundo ha sido creado por Dios para que naciera el hombre.

1
Tomado y adaptado de Lorda, Juan Luis, and Alfredo Álvarez. Antropología teológica, EUNSA, 2016. ProQuest Ebook Central, p.58-
65 (Ad usum privatum)
Los hombres han sido creados para que reconozcan a Dios como Padre: en eso consiste la sabiduría.
Ellos reconocen a Dios para honrarlo: en eso consiste la justicia. Lo honran para recibir el premio de
la inmortalidad. Reciben después el premio de la inmortalidad para servir eternamente a Dios. ¿Ves
cómo está todo concatenado: el principio con el medio y el medio con el fin?» (Lactancio, Epitome de
las divinas instituciones, 36-37).

1.4. El ser humano: un ser religioso llamado a la unión personal con Dios
Por la fuerza de la llamada original a la existencia, el ser humano es, esencialmente, un ser religioso,
un ser referido y destinado a Dios. Este no es un rasgo añadido sino el más esencial de la persona
humana. La existencia humana se caracteriza por ser una existencia ante Dios.Cada ser humano ha
sido querido por Dios, uno por uno, y está destinado a ser su hijo en Cristo. Ese es el fin de toda
persona. Esta es su vocación original, que nunca pierde. Es una vocación a la Alianza, una vocación
al amor. Y se trata de una vocación eterna, para siempre, como el amor de Dios.

• La revelación bíblica manifiesta que el fin del ser humano trasciende su finitud y su temporalidad. El
sentido y la orientación de la vida humana está configurado por las promesas de la Alianza, unas
promesas que fueron adquiriendo un sentido cada vez más trascendente. En el Nuevo Testamento,
las promesas alcanzan su cumplimiento definitivo, en Cristo. El hombre es un ser destinado por Dios
a la vida eterna, a la amistad y a la contemplación de Dios. Y uno es quien lo hace posible: Cristo.

• La tradición ha reflexionado sobre la articulación del amor creador de Dios y del amor gratuito que le
ofrece para que alcance su plenitud en la amistad personal con Él. Este tema es tratado por los padres
de la Iglesia a propósito de la teología de la «imagen»: Cristo es la imagen perfecta del Padre a quien
estamos llamados a asemejarnos. Por ejemplo, San Agustín lo expresa magistralmente cuando
escribe: «… nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti».
Santo Tomás de Aquino argumenta que el amor de Dios ha creado el mundo y que, dentro del mundo,
el hombre es querido de una manera especial, porque es querido para gozar eternamente de Dios.
«Hay un modo según el que Dios ama todo lo que existe y según este amor común, le concede el ser.
Hay otro amor especial, con el que atrae a la criatura racional, trascendiendo su naturaleza, a la
participación del bien divino. Y según este amor se dice que lo ama sin más (simpliciter), porque según
este amor Dios quiere para la criatura el bien eterno que es Él mismo». Santo Tomás deja planteada
la relación entre «lo recibido con el ser criaturas» y «lo que llegamos a ser por benevolencia divina»
en términos de «naturaleza» y «gracia». La naturaleza humana tiene como propio el deseo de Dios y
la capacidad de recibir el auxilio divino. Pero este auxilio, con el que se eleva a la consecución del
Dios, sumo Bien, es don que sobrepasa la naturaleza. De todos modos, no hay dos fines, natural y
sobrenatural, para el ser humano, sino un solo fin, revelado y constituido en Cristo. Una vocación
común, pues todo hombre es llamado al fin sobrenatural.

• La clave de la antropología cristiana es que Jesucristo manifiesta y hace alcanzable la meta a la que
todo hombre está llamado por Dios. Lo expresa el Magisterio de la Iglesia en el Concilio Vaticano II:
«En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. […] Cristo
[…] manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación
[…]. Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena
voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación
suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia debemos creer que el
Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de solo Dios conocida, se asocien a
este Misterio Pascual» (GS, n. 22).

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que el hombre ha sido hecho por Dios y para Dios (vocación
del hombre) (cfr. CEC, nn. 1 y 26-30) y que la revelación cristiana es el camino que gratuitamente Dios
ha establecido en la historia para responder a ese destino (economía de la salvación). El hombre es
«capaz de Dios», desea a Dios y solo en Él puede encontrar su felicidad (nn. 27 y 52). Esta apertura
convierte al hombre en «un ser reli-gioso» (nn. 28 y 44). La revelación cristiana es la respuesta que da
Dios a los deseos que Él mismo ha puesto en el hombre (cfr. nn. 1-3, 26 y 51-53).

2. La apertura del espíritu humano y sus anhelos


2.1. La fe cristiana explica y da respuesta a la experiencia humana
Hay una inquietud y una nostalgia en el corazón humano que señalan hacia su origen y su fin. El deseo
ilimitado que anida en el corazón humano es una huella que remite a quien le dio el ser.

Dice la Escritura: «Como anhela la cierva las fuentes de las aguas, así te anhela mi corazón, Dios mío.
Mi alma tiene sed del Dios vivo; ¿cuándo llegaré a contemplar la faz de Dios» (Sal 42/41, 3; también
Sal 27/26, 8; Is 26, 9). Escribe san Ireneo: «No por necesitar al hombre Dios ha modelado a Adán,
sino por tener en quien derramar sus dones. Porque, en la misma medida en que Dios no necesita de
nada, el hombre necesita la comunión con Dios». Comenta san Bernardo: «… no le buscarías ni le
amarías, si no hubieras sido buscado y amado antes por Él» Gabriel Marcel: «Hay en nosotros una
cierta exigencia que no se satisface con el mundo por complejo que éste sea, y por ello hay una
exigencia de Dios».

El Magisterio de la Iglesia ha recogido esta doctrina en el Catecismo: «El deseo de Dios está inscrito
en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios y Dios no cesa de
atraer al hombre hacia sí, y solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de
buscar» (n., 27). «Dotada de alma espiritual, de entendimiento y de voluntad, la persona humana está
desde su concepción ordenada a Dios y destinada a la bienaventuranza eterna. Camina hacia su
perfección en la búsqueda y el amor y de la verdad y del bien» (n. 1710).

2.2. Anhelos de plenitud y de salvación


Hay muchos tipos de aspiraciones humanas que señalan su «hambre de trascendencia». Ante las
diversas experiencias del bien se despiertan anhelos de plenitud (de ser, verdad, bondad, belleza,
amor). Y ante las diversas experiencias del mal, se despiertan anhelos de salvación (pervivencia,
rectitud, justicia, paz). Son experiencias de trascendencia, que apuntan hacia algo más allá.

Blondel mostró que en la acción humana hay siempre una dialéctica entre la apertura infinita del
espíritu humano y los bienes que puede proponerse en concreto. Ningún bien sacia la apertura del
espíritu. Es una dialéctica entre lo infinito y lo finito, que muestra que el hombre ha sido hecho para
Dios. A veces, el hombre pone su felicidad y plenitud en algo creado y traslada allí sus anhelos y
esperanzas. Se entrega con una devoción y un interés que solo Dios merece. Entonces convierte
aquello en un ídolo, en un sucedáneo de Dios. Esa es la verdadera alienación del hombre.

2.3. La religiosidad humana a la espera de Cristo


La apertura ilimitada del espíritu humano y el dinamismo de sus anhelos muestran que el hombre es
un ser religioso, abierto y orientado a la trascendencia. Aquí se fundamenta el desarrollo y el peso de
las religiones históricas. La religión es una constante antropológica. «Él [Dios] creó, de un solo principio
todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el
tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a Dios, para ver si
a tientas le buscaban y le hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues
en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 26-28). «No vive plenamente según la verdad si no
reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS, n. 19, 1). «El hombre es por
naturaleza y por vocación un ser religioso» (CEC, n. 44; cfr. 28).

La historia de las religiones muestra que el hombre es capaz de alcanzar cierto conocimiento de las
cosas divinas a) a través de la belleza o el poder de la naturaleza; b) al percibir la hondura del alma,
en el interior de sí mismo; c) o por la experiencia de las personalidades religiosas. Pero también
muestra su dificultad. En un mundo herido por el pecado, las religiones, como toda la cultura, son
ambivalentes. De ahí que la humanidad, consciente o inconscientemente, busque una señal clara y
definitiva de salvación que purifique y lleve a plenitud todas las otras señales.

Es la razón de que Dios haya querido revelarse: «Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los
hombres capaces de responderle, de conocerle y amarle más allá de lo que ellos serían capaces por
sus propias fuerzas» (CEC, n. 52). El cristiano puede decir: «Ese que veneráis sin conocerlo yo lo
anuncio» (Hech 17, 23). Pues en Jesucristo se han cumplido todas esas promesas y en él ha llegado
la plenitud de los tiempos (cfr. Ga 4, 4).

3. La ordenación estructural de la criatura humana hacia Dios


3.1. El «deseo de Dios» en santo Tomás de Aquino
Santo Tomás se distancia de la concepción aristotélica de una naturaleza humana cerrada. En la
misma medida en que la inteligencia del hombre es apertura al conocimiento, y su voluntad apertura
al bien, hay en el hombre un deseo de Dios. Incluso si no lo conoce o no se da cuenta. Su naturaleza
es tan abierta, que su fin está más allá de lo que puede alcanzar por sí mismo. El ser humano tiene
como fin último a Dios, un fin que supera su finitud, a la vez que tiene un deseo natural de alcanzarlo.
La inteligencia aspira a la contemplación de Dios, y la voluntad, a la correspondiente posesión y gozo
del sumo Bien: «La inteligencia desea naturalmente la visión de la substancia divina» (C.G., IV, 57, 4);
«El fin del hombre es el bien increado, o sea Dios, es el único que, con su infinita bondad, puede llenar
perfectamente la voluntad humana» (S. Th., I-II, q.3, a.1).

Según santo Tomás la inteligencia humana está capacitada para contemplar a Dios (porque Dios es
lo máximamente inteligible). Pero al mismo tiempo, necesita que Dios se le dé, y una elevación para
contemplarlo, que es el don de la visión beatífica. Para expresar esta condición de «ser capaz», pero
al mismo tiempo «necesitar una elevación», santo Tomás empleó la fórmula «potencia obediencial»,
que significa la capacidad de recibir esa ayuda de Dios.

3.2. Debate acerca del «sobrenatural» en el siglo XX


Es necesario distinguir y armonizar «naturaleza» y «gracia»; pero sería un error tanto el separarlas,
como el confundirlas. De hecho, solo hay un fin del hombre: el sobrenatural. Es decir que todo hombre
está destinado al fin sobrenatural reve- lado por Cristo. El tema quedó sancionado por el Concilio
Vaticano II: «Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres […]; la
vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina» (GS, n. 22). Otro punto
clarificado tras fue el tema de la vocación original del hombre en Cristo. Dios no piensa primero la
naturaleza humana y después la eleva, sino que, desde el principio, Dios llama al ser humano a
participar en su vida, aunque esa llamada se revele y ofrezca en la historia de la salvación. La vida en
Cristo ya está presente en el designio creador de Dios. Es el gran tema teológico de la predestinación
en Cristo.

4. El fin del hombre revelado y realizado en Cristo


4.1. El conocimiento y el logro del fin del hombre: don de Dios en Cristo
Los deseos humanos no determinan el fin del hombre ni el camino por el que se alcanza. Más bien
ellos son una huella de esa meta y una llamada a alcanzarla. La apertura del espíritu humano es
demasiado amplia como para deducir con precisión cuál es su fin. De hecho muchos no lo saben. Por
revelación sabemos que el fin del hombre se realiza plenamente en la comunión con Dios. Pero no
podemos alcanzarlo y apropiarnos de Él con nuestras fuerzas. Es Él quien se acerca, se revela y se
da. Y el camino que elige es Cristo, Hijo de Dios hecho hombre. Esta es la novedad y el centro
irreductible del mensaje cristiano, que tiene una dimensión universal, para todos los hombres. La
realización del fin del hombre necesita una mediación. Cristo es el Mediador universal, de la revelación
de Dios y de la salvación y plenitud del hombre (cfr. 1 Tm 2, 4-5). El ser humano únicamente puede
llegar a su fin «en Cristo». Cristo es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Y también, es la «forma»
o la «imagen» perfecta del hombre, tal como Dios lo ha querido.
4.2. Tres misterios inseparables
Desde un punto de vista cristiano, el hombre se define conjuntamente por tres misterios de fe. El
primero es la Creación; el segundo, la Encarnación y Pascua de Cristo; el tercero, el pecado.
El cumplimiento de la misión del Hijo es, por un lado, plenitud de la obra de la creación. Pero, de hecho,
se realiza como redención, ya que, resuelve la tragedia de la condición humana marcada, desde el
inicio de la historia, por el pecado. Estos tres misterios se nos revelan de manera distinta y es necesario
tenerlo en cuenta para aclarar el sentido y contenido de la antropología teológica:
– Existe el ser humano creado por Dios a su imagen (naturaleza humana).
– Hay un designio de Dios previsto desde siempre por él pero revelado y realizado en la historia en
Cristo, camino y modelo del hombre (la gracia).
– Hay una situación histórica de pecado que pesa sobre la condición humana y es resuelta con la
salvación de Cristo (estado de pecado).

4.3. Naturaleza y gracia: distinción e inseparabilidad


La naturaleza tiene la pregunta (la apertura), pero no la respuesta. La respuesta se ha realizado y
revelado en la historia. Aquí se da la paradoja, que se sale del marco de la filosofía. La naturaleza
humana ha encontrado su fin en la historia de la salvación, y el hombre no puede entenderse sin esa
historia. En esa medida, se pueden distinguir naturaleza y gracia, y, al mismo tiempo, no se pueden
separar. «Naturaleza» es lo que el ser humano lleva en sí mismo por su condición de criatura.
«Gracia», lo que Dios le concede libre y benevolentemente en la historia, en el misterio de Jesucristo,
por el Espíritu Santo.

4.4. La predestinación en Cristo


Cuando Dios pensó al hombre, lo pensó ya en Jesucristo. «Aplicando a la vida divina las analogías
temporales del lenguaje humano, podemos decir que Dios quiere «antes» comunicarse en su divinidad
al hombre, llamado a ser en el mundo creado su imagen y semejanza; lo elige «antes», en su Hijo
eterno y de su misma naturaleza, a participar en su filiación (mediante la gracia) y solamente
«después» («a su vez») quiere la creación, quiere el mundo, al cual pertenece el hombre» (Juan Pablo
II, Audiencia general, 28.V.1986). Pero ordenó su acción. Primero creó al hombre con una naturaleza
espiritual, «abierta» y no determinada; con una vocación al encuentro con Dios. Después, por
benevolencia, en la historia, reveló y abrió el camino al fin, en la identificación con Jesucristo.
El término «predestinación» en el cristianismo no significa «ciego destino» ni «capricho» de una
divinidad. «Significa la elección eterna de Dios, una elección paternal, inteligente y positiva, una
elección de amor» (ídem). Este es el misterio de la «predestinación o preelección en Cristo» del que
habla san Pablo: «Nos eligió en él antes de la fundación del mundo para ser santos e inmaculados en
su presencia, en el amor, eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de
Jesucristo, según en el beneplácito de su voluntad» (Ef 1, 4-5). Por tanto, solo hay una vocación
humana revelada y ofrecida en Cristo. No hay otro fin, no hay otro camino, no hay otra forma de
plenitud. Todo lo humano encuentra su realización y salvación incorporándose a Cristo, y en él la
comunión con la Trinidad, los demás hombres y las criaturas todas.

TALLER: Una vez leído el texto, reflexiona y responde:


1. ¿Qué razones da el cristianismo al afirmar que toda persona humana tiene su origen y su
meta en Dios? (Revisa todo el punto # 1 del texto)
2. Explique con su palabras la afirmación: “El ser humano: un ser religioso llamado a la unión
personal con Dios” (Revisa específicamente el punto # 1.4 del texto)
3. Ante la constatación del hecho de la apertura infinita del espíritu humano y de sus anhelos,
¿qué explicación da el cristianismo?, ¿qué conclusiones filosóficas y teológicas se pueden
extraer? (Revisa todo el punto # 2 del texto)
4. ¿Cuál es el fin del hombre revelado y realizado en Cristo? (Revisa todo el punto # 4 del texto)

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