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Freud - La Represión PDF
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LA REPRESIÓN (*)
1915
Sigmund Freud
(Obras completas)
OTRO de los destinos de un instinto puede ser el de tropezar con resistencias que
aspiren a despojarle de su eficacia. En circunstancias cuya investigación nos
proponemos emprender a seguidas, pasa el instinto al estado de represión. Si se tratara
del efecto de un estímulo interior, el medio de defensa más adecuado contra él, sería la
fuga. Pero tratándose del instinto, la fuga resulta ineficaz, pues el Yo no puede huir de sí
mismo. Más tarde, el juicio de repudio del instinto (condena), constituyen para el
individuo un excelente medio de defensa contra él (**). La represión, concepto cuya
fijación ha hecho posible el psicoanálisis (***), constituye una fase preliminar de la
condena, una noción intermedia entre la condena y la fuga.
Tal estímulo adquirirá de este modo, una amplia analogía con un instinto. Sabemos ya,
que en este caso, experimentamos dolor. Pero el fin de este pseudoinstinto es tan sólo la
supresión de la modificación orgánica y del displacer a ella enlazado. La supresión del
dolor no puede proporcionar otro placer de carácter directo. El dolor es imperativo. Sólo
sucumbe a los efectos de una supresión tóxica o de la influencia ejercida por una
desviación psíquica.
Bajo la influencia del estudio de las psiconeurosis, que nos descubre los efectos
más importantes de la represión, nos inclinaríamos a exagerar su contenido psicológico
y a olvidar que no impide a la representación del instinto perdurar en lo inconsciente,
continuar organizándose, crear ramificaciones y establecer relaciones. La represión no
estorba sino la relación con un sistema psíquico: con el de lo consciente.
Pero antes, quisiéramos decir algo en general, sobre ambos destinos, labor que se
nos hace posible en cuanto conseguimos orientarnos un poco. El destino general de la
idea que representa al instinto no puede ser sino el de desaparecer de la consciencia, si
era consciente, o verse negado el acceso a ella, si estaba en vías de llegarlo a ser. La
diferencia entre ambos casos carece de toda importancia. Es, en efecto, lo mismo, que
expulsemos de nuestro despacho o de nuestra antesala a un visitante indeseado, o que no
le dejemos traspasar el umbral de nuestra casa. El destino del factor cuantitativo de la
representación del instinto puede ser triplemente vario. El instinto puede quedar
totalmente reprimido y no dejar vestigio alguno observable; puede aparecer bajo la
forma de un afecto cualquiera, y puede ser transformado en angustia. Estas dos últimas
posibilidades nos fuerzan a considerar la transmutación de las energías psíquicas de los
instintos en afectos, y especialmente en angustia, como un nuevo destino de los
instintos.