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Del Grito a la Demanda – Elkin Ramírez Ortiz

Lacan dice que no comprendemos nada de la sexualidad infantil si no indagamos


sobre la sexualidad de la mujer y sobre la relación de la madre con su hijo. Partimos de la
primera vivencia de satisfacción (Freud, Proyecto de Psicología para Neurólogos). Lacan
observa que “este aparato (nervioso) es esencialmente una topología de la subjetividad
(…) construida sobre un organismo”. Con este esquema se pretende colocar inicialmente
tres dimensiones: el cuerpo, el aparato psíquico y el mundo externo. En dicho plano se
quiere ilustrar el paso desde una tensión corporal cuantitativa, hasta la cualidad
representada por el grito.

Freud parte del hecho de que una tensión endógena –como aquella que produce la
sensación de hambre- se acumula en el cuerpo, y necesita descarga. Esta tensión puede ser
suprimida solo por la vía de la acción específica, es decir, una acción coordinada y eficaz
sobre la realidad, para apaciguar la tensión inicial, tal como la consecución del alimento o
la proximidad del objeto amado. Pero el recién nacido, por su estado de desamparo
fundamental, es incapaz de provocar por sí mismo las condiciones de esta acción
específica. La tensión toma el camino de la descarga no específica (en principio): gritos,
llanto, gesticulaciones.

Esa manifestación enigmática del cuerpo que es el grito, atrae la atención y suscita la
intervención del Otro (A), una persona que acude en su ayuda, generalmente la madre y
que, dice Freud, es el objeto deseado.

Con Lacan sabemos que si otro es atraído por el grito del niño, es porque le confiere a
ese grito el estatuto del llamado, que es el primer estado de la demanda. Pero siguiendo a
Freud, la intervención de ese Otro, produce la acción específica (AE), lo que crea la
primera experiencia de satisfacción.

La respuesta de la madre o del Otro, que ha interpretado el grito como un llamado, es


la de realizar la AE por el infante. Pero esa acción tiene múltiples efectos, ya que inscribe
en el sujeto una vía de facilitación, una cadena de huellas aquí representadas por S 1 y S2,
que Freud en Proyecto de psicología, piensa en términos neuronales.
Lacan observa que ese camino que se horada en el sujeto, esa serie de trazas de la
vivencia de satisfacción, ese encadenamiento de huellas, puede aproximarse a una cadena
significante. La traza mnémica constituye entonces, una imagen del objeto que procuro la
descarga S1, imagen por excelencia del objeto perdido para siempre. Pero esta acción
específica constituye igualmente otra imagen, la de los movimientos reflejos que
acompañaron la descarga S2, imagen asociada al Otro del que pareció provenir. El conjunto
representa el mecanismo de la pulsión en el niño.

Cuando, nuevamente, aparece acumulada una nueva cantidad endógena, llamada por
Freud estado de deseo (d). Se provoca entonces, el disparo de una moción psíquica, que
tiende automáticamente a investir las huellas mnémicas (S 1, S2) de esa percepción, que es
reconstruida de una manera alucinatoria pero que no alcanzará jamás la cualidad de la
situación primera de satisfacción. El sujeto tenderá a recargar estas huellas y provocará una
alucinación en el lugar y en la ausencia del Otro. Dicha alucinación será tanto de la imagen
de ese Otro como de la satisfacción real de sus deseos. Esto es un movimiento interesante,
puesto que antes el Otro era exterior al sujeto, ahora al ser alucinado, se trata del Otro
interiorizado por una vía imaginaria.

Estas alucinaciones desencadenan un proceso de descarga primaria que conduce a la


frustración, a causa del estado de falta que resulta de la ausencia de satisfacción real. La
frustración proviene del Otro alucinado, por cuanto no procura una verdadera satisfacción,
por tal razón se convertirá en una vía que conduce el sujeto hacia el reconocimiento de la
realidad exterior.

Refiriéndose a la satisfacción alucinatoria del deseo, Lacan observa que el deseo no


puede introducirse aquí sino de una manera muy problemática. Él se pregunta qué es el
deseo cuando es el motor de la alucinación, de la ilusión de una satisfacción, que es
justamente lo contrario de una satisfacción, a saber, una frustración. Lacan confiere,
entonces, al concepto de deseo una definición funcional, dice:

La tensión puesta en juego por un ciclo de realización comportamental,


sea cual sea, inscribe en el ciclo biológico el deseo como yendo a la
satisfacción real; si el deseo tiende a la satisfacción alucinatoria es
entonces que hay allí otro registro. Hay allí un orden, que no va a
ninguna objetividad, sino que define por sí mismo el registro de lo
imaginario.

Pero la primera marca que queda después de la acción específica, considerada como
la marca de la admisión del sujeto en el significante, en sí misma no es un significante. La
recarga de esta supuesta cadena no conduce a la comunicación, sino a la alucinación. Si
partimos de la consideración ética del niño como sujeto, incluso antes de su nacimiento, es
porque esa subjetividad le viene desde que es hablado en el discurso de los padres. Esto nos
aleja de la fenomenología fácil que haría pensar el ingreso del sujeto al lenguaje a partir del
momento que habla.

Aquí pretendemos ilustrar el momento lógico en que el niño sería inmerso en el


universo lingüístico. Momento, para nosotros pleno de consecuencias, por cuanto, si
seguimos la definición lacaniana de inconsciente como el discurso del Otro, es también el
momento en el que el sujeto construye su inconsciente con las palabras del Otro.

Una lectura a partir de la segunda parte de la enseñanza de Lacan permite que el S 1 y


el S2 se coloquen en el circuito del grito a la demanda, mientras que las trazas de la primera
experiencia de satisfacción podemos aproximarlas al rasgo unario. Es decir, de una huella,
un S1 que, sin embargo, no tiene valor de significante que pueda encadenarse con otro S 2,
de manera dialéctica, sino que queda como aislado, único, huella del primer encuentro con
el significante y que conlleva un plus, un resto, que luego cobrará valor, porque permitirá
introducir el goce.

El rasgo unario es también una marca de goce. Hay un vínculo estructural entre el
rasgo unario y el objeto de amor, que relaciona las insignias de la identificación a la
demanda del Otro y la elección de objeto. Identificación significante, ¿Tomada de dónde?,
Lacan define esta relación así:

Tomemos solamente un significante como insignia de omnipotencia, lo


que quiere decir de ese poder en potencia, ese nacimiento de la
posibilidad y tendrán el rasgo unario que, de colmar la manera invisible
que el sujeto obtiene el significante, aliena a ese sujeto en la
identificación primera que forma el ideal del yo.

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