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Freud parte del hecho de que una tensión endógena –como aquella que produce la
sensación de hambre- se acumula en el cuerpo, y necesita descarga. Esta tensión puede ser
suprimida solo por la vía de la acción específica, es decir, una acción coordinada y eficaz
sobre la realidad, para apaciguar la tensión inicial, tal como la consecución del alimento o
la proximidad del objeto amado. Pero el recién nacido, por su estado de desamparo
fundamental, es incapaz de provocar por sí mismo las condiciones de esta acción
específica. La tensión toma el camino de la descarga no específica (en principio): gritos,
llanto, gesticulaciones.
Esa manifestación enigmática del cuerpo que es el grito, atrae la atención y suscita la
intervención del Otro (A), una persona que acude en su ayuda, generalmente la madre y
que, dice Freud, es el objeto deseado.
Con Lacan sabemos que si otro es atraído por el grito del niño, es porque le confiere a
ese grito el estatuto del llamado, que es el primer estado de la demanda. Pero siguiendo a
Freud, la intervención de ese Otro, produce la acción específica (AE), lo que crea la
primera experiencia de satisfacción.
Cuando, nuevamente, aparece acumulada una nueva cantidad endógena, llamada por
Freud estado de deseo (d). Se provoca entonces, el disparo de una moción psíquica, que
tiende automáticamente a investir las huellas mnémicas (S 1, S2) de esa percepción, que es
reconstruida de una manera alucinatoria pero que no alcanzará jamás la cualidad de la
situación primera de satisfacción. El sujeto tenderá a recargar estas huellas y provocará una
alucinación en el lugar y en la ausencia del Otro. Dicha alucinación será tanto de la imagen
de ese Otro como de la satisfacción real de sus deseos. Esto es un movimiento interesante,
puesto que antes el Otro era exterior al sujeto, ahora al ser alucinado, se trata del Otro
interiorizado por una vía imaginaria.
Pero la primera marca que queda después de la acción específica, considerada como
la marca de la admisión del sujeto en el significante, en sí misma no es un significante. La
recarga de esta supuesta cadena no conduce a la comunicación, sino a la alucinación. Si
partimos de la consideración ética del niño como sujeto, incluso antes de su nacimiento, es
porque esa subjetividad le viene desde que es hablado en el discurso de los padres. Esto nos
aleja de la fenomenología fácil que haría pensar el ingreso del sujeto al lenguaje a partir del
momento que habla.
El rasgo unario es también una marca de goce. Hay un vínculo estructural entre el
rasgo unario y el objeto de amor, que relaciona las insignias de la identificación a la
demanda del Otro y la elección de objeto. Identificación significante, ¿Tomada de dónde?,
Lacan define esta relación así: