La teoría de los dividendos residuales incita a las empresas a retribuir sus
accionistas una vez y solo cuando hayan (auto) financiado sus inversiones. Una vez que las empresas han satisfecho sus necesidades de financiación, el resto del beneficio no invertido se puede repartir en dividendos. En este caso, el pago de dividendos se convierte en un residuo pasivo. Entonces, el importe pagado por las empresas en forma de dividendos puede variar de un año a otro en función de las oportunidades de inversión que encuentran. Si las oportunidades de inversión son numerosas, distribuirán pocos dividendos; y si hay pocas oportunidades de inversión, los accionistas recibirán más dividendos. Las empresas no pueden retener los beneficios, totalmente o parcialmente, sin el acuerdo de sus accionistas. Por eso, la inversión debe tener una rentabilidad superior al coste del capital (rendimiento exigido por los accionistas). Así podría ser más interesante para los accionistas no recibir dividendos si la retención sirve para financiar inversiones que podrían luego revalorizar su patrimonio. Para que esta teoría sea efectiva se deben cumplir algunas condiciones: Las empresas determinan y mantienen constante la estructura de capital para sus futuros proyectos de inversiones. Las empresas deben invertir solo si el valor actualizado de sus inversiones es positivo, y sobre todo superior a su coste de capital. La financiación de los nuevos proyectos procede de los fondos propios, utilizando en primer lugar la financiación interna, y después vía la emisión de nuevo títulos si esto no es suficiente. La prioridad de los beneficios retenidos se explica especialmente por los diferentes costes de emisión que existen en el mercado y que las empresas deben pagar para emitir nuevos títulos. Si queda dinero después de las inversiones, las empresas distribuyen estos fondos restantes en forma de dividendos. El problema que subyace en esta teoría es que si los beneficios o las oportunidades de inversión varían de año a año un estricto cumplimiento de esta teoría implicaría una variabilidad de los dividendos, lo que haría aumentar el riesgo y, por ende, la rentabilidad exigida por los accionistas. Como resultado de todo ello esta política no suele ser seguida estrictamente por las empresas, aunque bastantes de ellas la utilizan para establecer una tasa marco de reparto de los dividendos a largo plazo. La política de dividendos debe orientarse al acrecentamiento del valor de mercado de la acción. Esto se logra en la medida que la acción tenga alta versatilidad, y se acreciente su precio en bolsa, consecuencia de la permanente generación de valor.
Bibliografía:
Mascareñas, J. (Junio de 2002). Universidad Complutense de Madrid . Obtenido
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