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de “tú haz la comida que yo cuelgo los cuadros”. Lo que
realmente busca el modelo es una relación asimétrica que
permita al hombre ocupar una posición de poder sobre al mujer,
y tener el control de la propia relación. Por eso la clave no
está en la asunción de determinadas tareas y, por ejemplo, hay
hombres que hacen cualquier tipo de labor doméstica, incluido
el cuidado de los hijos e hijas, ni tampoco en que esa posición
de poder sea ejercida de manera injusta exigiendo privilegios o
utilizando la violencia, un hombre puede comportarse en la
relación de la manera más pacífica, bondadosa, dialogante y
responsable, lo importante del modelo es que atribuye la
posición de autoridad a los hombres con la complicidad de una
sociedad que entiende que las cosas deben ser de ese modo. Y
esta autoridad no tiene por qué mostrarse a cada instante, sólo
cuando quien la posee lo considera necesario.
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Sin embargo, no es sencillo. No estamos hablando de espacios
aislados e inconexos, tampoco de una deriva de los
acontecimientos o de una ausencia de intencionalidad para que
las cosas sean así. Todo lo contrario. Cada uno de los
escenarios forma parte del todo de ese orden construido sobre
la desigualdad, y contribuye a su refuerzo y a su
mantenimiento, por eso todo está preparado para su perpetuación
y para que la trampa haga de la normalidad el mejor argumento
para que todo sea como tiene que ser. De ahí la trascendencia
de la relación de pareja a la hora de incorporar lo común a
través de lo individual.
EL CUENTO DE LA HISTORIA
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A las mujeres les hacen soñar con su príncipe azul, y se pasan
la vida esperándolo. No se trata de un príncipe azul, sino del
suyo, porque no es que haya un príncipe azul para todas, sino
que cada una puede tener el suyo. No es necesario que cumpla
unos requisitos o una serie de garantías de calidad, sino que
la sociedad, esa narradora del cuento de hadas madrinas, le
cuenta a las mujeres que todas ellas tendrán un príncipe azul
que llamará a su corazón como antes llamaron al de
Blancanieves, la Bella Durmiente, Cenicienta, Pretty woman o la
niña de los Rodríguez, que “se casó muy bien casada”. No hay
forma de identificarlo, porque al contrario de lo que cuentan,
no llevará corona en su cabeza, ni pieles de armiño sobre sus
hombros, ni montará en un corcel blanco rodeado de pajes
haciendo sonar trompetas a su paso, al tiempo que los
animalillos del bosque salen al camino sonrientes y sumisos, y
los pajarillos revolotean sobre sus cabezas con sus travesuras.
La única forma de identificarlo es su masculinidad, el hecho de
que se trata de un hombre. Es la envoltura en la que se
presentan los príncipes ante ellas, rescatadores, salvadores,
capaces de hacerlas felices y de posibilitar su realización
como madres, esposas y amas de casa, en definitiva, para que
lleguen a ser “auténticamente mujeres”.
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Y es que en una sociedad como la nuestra no hay relaciones de
puesto de trabajo ni, por lo tanto, ofertas laborales para
príncipes azules. Al hombre no se le educa ni se le enseña a
ser príncipe azul, a él se le ha formado en un mundo en el que
“los niños deben estar con los niños y las niñas con las
niñas”. A los niños se les enseña a ver a las mujeres como un
complemento ideal, como un objeto cuya consecución no sólo les
proporcionará satisfacción individual, sino que, además,
dependiendo de la consideración o cotización de la chica en el
mercado de las conquistas, le dará también un reconocimiento
entre los demás hombres, que se moverán entre la admiración y
la envidia, y una mayor consideración entre las propias
jóvenes, que identifican en él algunas de las características
que ya antes habían colocado en el príncipe de sus sueños,
entre las que no suele faltar el hecho de que sea apreciado y
deseado por otras compañeras, pero resultar ella la elegida.
Esta situación refuerza los papeles del hombre conquistador
cuyo éxito está en aumentar el número de mujeres y el mejorar
las características de la mujer conquistada, mientras que el de
las mujeres que entran en ese juego de conquistador-
conquistada, no se basa en el número de hombres con los que ha
tenido una relación, ni siquiera en si alguno de ellos era de
los más admirados por sus dotes de Don Juan, en estos casos
sólo se le valora algo mientras dura la relación, no después,
por eso el verdadero éxito de la mujer está en retener al
hombre, en mantener la relación todo el tiempo posible.
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de retener al hombre que la ha elegido, resulta especialmente
peligrosa para la interiorización de los papeles de sumisión y
dependencia de la mujer respecto al hombre, pues todo se reduce
a esperar y aguantar, aún en la violencia.
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espacio para ella, y por eso vuelve siempre que puede a la
intranquilidad individual del hogar. La mujer piensa cada vez
menos y sueña cada vez más con su príncipe azul que la llevará
a ese reino que ahora no se ve y que ya imagina con dificultad.
Ella ve como el príncipe azul se convierte en el Príncipe de
Beckelar, y en lugar de besos y afecto le da galletas de todos
los sabores y otros golpes de todos los colores.
Sin saber muy bien ni cómo, ni quizá ser del todo consciente,
la mujer se encuentra rememorando el pasado y esperando.
Esperando a ese príncipe azul que vendría, y la llevaría a
conocer el mundo. Al príncipe con el que formaría una familia
de reyes y reinas de la casa. Esperando a ver su hogar
convertido en un palacio y sus sueños en realidad. Esperando a
que este infierno acabe y a que el marido cambie. Esperar,
siempre esperar… es lo que oye por todos lados y el mensaje que
se manda y resuena entre las paredes de la urna que la cultura
ha construido para ella. Nada es eterno, la vida tampoco.
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Es la historia de tantas mujeres, como la que aguardaba en el
muelle de San Blas a la que canta Maná, o aquella otra a la que
los muchachos del barrio llamaban loca. Mujeres que pasan la
vida esperando e insistiendo a los hombres vestidos de blanco
que ellas no están locas. Y todo por hacer lo que habían
prometido, pero los mismos que la llevan a adoptar esa actitud
luego la responsabilizan de la conducta y de las consecuencias
que sufren, de manera que serán ellas las que provocan o tengan
algo que ver cuando son discriminadas en la sociedad o cuando
cada una de ellas es agredida y maltratada en su relación de
pareja.
LA TRAMPA DE LA NO SOLEDAD
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conductas violentas en chicos y chicas de 15 a 18 años a pesar
de todo lo que se ha avanzado, y por otro, cómo todo ello se
debe a la referencia que la cultura establece para construir la
identidad de hombres y mujeres que luego se desarrolla en la
socialización y se materializa en la relación de pareja.
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identidad, uno tercero es el referente a la expresión de las
emociones, y el cuarto se sitúa en la educación y en el
refuerzo de la identidad.
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el 8’1% de los chicos y en el 3’3% de las chicas, y se trata de
situaciones tan explícitas como por ejemplo, “está justificado
que un hombre agreda a su mujer o a su novia cuando ella decide
dejarle”, o “la violencia que se produce dentro de casa es un
asunto de familia y no debe salir de ahí”, o “por el bien de
sus hijos, aunque la mujer tenga que soportar la violencia de
su marido o compañero, conviene que no lo denuncie”, o “si una
mujer es maltratada por su compañero y no lo abandona será
porque no le disgusta del todo esa situación”… Como se puede
ver los jóvenes no incorporan nuevos mitos y prejuicios, son
los mismos de siempre reproducidos por esa juventud que se
levanta sobre las referencias de una cultura desigual. La
simple exposición inicial a esos valores puede hace que se
incorporen a su esquema moral y a que actúen en consecuencia
con conductas cargadas de violencia. El escenario es tal que se
llega a justificar la violencia en nombre de la propia relación
o familia, aceptando con más del 100% de diferencia por parte
de los chicos situaciones como que “para tener una buena
relación de pareja es deseable que la mujer evite llevar la
contraria al hombre”, y que “cuando una mujer es agredida por
su marido, algo habrá hecho ella para provocarlo”.
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ello, con independencia de ese refuerzo de los elementos de
identidad tradicionales, alimenta el conflicto al mandar una
información en sentido opuesto a chicos y chicas. Y no nos
referimos a cuestiones secundarias, sino a situaciones como las
siguientes: “las mujeres deben evitar llevar la contraria al
hombre que quieren”, “para tener una buena relación de pareja
conviene que el hombre sea un poco superior a la mujer en edad
y en el dinero que gana”, “los celos son una expresión de
amor”, “si alguien te pega, pégale tú”…
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Según el último estudio sociológico sobre la situación de la
violencia de género en España, la Macroencuesta realizada en
2011, la evolución seguida por la violencia contra las mujeres
respecto al estudio anterior (Macroencuesta, 2006), muestra un
incremento de las agresiones ejercidas por los hombres hacia
sus parejas o exparejas del 42’9%, llegando hasta prácticamente
600.000 casos al año. Sin embargo, el número de mujeres que han
dejado de sufrir esta violencia ha sido del 85’7%. Estos datos
reflejan de forma nítida la situación que hemos descrito: Se
establece una relación de pareja, se produce el conflicto y el
enfrentamiento ante las críticas de la mujer a la situación de
desigualdad que se establece dentro de la relación, el hombre
intenta imponer su criterio y mantener el orden que él
considera, incluso con el recurso a la violencia si así lo
considera, y ante esa situación la mujer deja la relación en la
mayoría de los casos. A pesar de ello, el peso de la cultura y
sus trampas aún atrapan a muchas mujeres en esa normalidad
criminal.
Los mensajes que reciben están llenos de trampas para que ellas
continúen atrapadas en la relación que creen liberarlas de sus
familias, del control paterno, de sus entornos, de su rutina…
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pero que en realidad las recluye en la nada. En la nada
personal, pues en definitiva dependen de unos chicos de los que
piensan que “son así”, y que la mejor forma de resolver
cualquier problema es entregándose más y mostrando más el amor
que define la relación de compromiso. Piensan que su amor los
cambiará, pero en el fondo las únicas que cambian son ellas que
cada vez están más controladas y dominadas.
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relación sexual en contra de la voluntad de la mujer, pero
amparada en las circunstancias propias y normales que acompañan
a una relación de pareja. Una nueva versión del clásico “las
chicas cuando dicen no, en verdad quieren decir sí”, pero ahora
sin darle oportunidad siquiera de expresar su voluntad. Todo se
da por asumido y por aceptado… “para eso está el amor y se
mantiene una relación de pareja, para poder hacer esas cosas”.
Aún así no se dan por vencidos, hay que estar atentos para
evitar nuevas trampas y trucos… Siempre están tramando algo.
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