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AMOR ROMÁNTICO EN TIEMPOS DE FEMINICIDIO

Entrevista a Karina Vergara


En la cultura occidental, la idea del amor romántico ha desvirtuado la realidad para perpetuar ciertas
prácticas y modelos de relaciones. En la actualidad, dice Karina Vergara, es fundacional para las
expresiones de las distintas formas de violencias, construidas en nombre del amor, incluso hasta llegar
al feminicidio.

El amor romántico, tanto en la pornografía como en la vida, constituye la celebración mítica de la


anulación de la mujer. Para una mujer, el amor se define como el deseo a someterse a su propia
aniquilación. La prueba del amor es que está dispuesta a ser destruida por aquel que ama, por el
bien de él. Para la mujer, el amor siempre implica el autosacrificio, el sacrificio de su identidad, de
su voluntad y de la integridad de su cuerpo a fin de satisfacer y redimir la masculinidad de su
amante.
Andrea Dworkin

Este texto está dedicado a todas las mujeres que han sido asesinadas por sus parejas
sentimentales y, en especial, a Irinea Buendía, madre de Mariana Lima, quien en su
búsqueda de justicia frente al feminicidio de su hija, logró que la Suprema Corte de Justicia
de la Nación ordenara a las autoridades judiciales investigar con perspectiva de género el
crimen de mujeres que, por la naturaleza del mismo, tuviera que ver con un feminicidio.

La estrecha relación entre la idea del amor romántico, la violencia y la posesión, como bien
lo explica Patricia Bedolla: habita ahí, en la posesión, en no permitir la libertad; las mujeres
debemos estar en casa sirviendo al patrón al pater familias; no podemos aspirar a nada, no podemos
cambiar de pareja o tener a alguien más. Somos de ellos, y romper esta construcción desde ese punto
de vista merece cualquier castigo, incluida la muerte.
Bajo esta lógica podemos notar que el amor romántico diseñó y fortaleció una serie de
creencias y mitos nos educó bajo una pena de castigo social, para sacrificar enormes dosis
de nuestra libertad y autonomía a cambio de encajar en un molde que no sólo no es
equitativo, sino que se vuelve el espacio donde habitan todas las expresiones de las
violencias, ejercidas en nombre de ese amor.
En la actualidad la idea de ese amor es fundacional para las expresiones de las distintas
formas de violencias, construidas en nombre del amor, hasta llegar incluso al feminicidio. En
Latinoamérica y particularmente en México el setenta por ciento de los feminicidios son
cometidos por hombres que mantenían, deseaban o tuvieron un lazo “amoroso” con las
mujeres asesinadas. Las expresiones de este tipo de amor están estrechamente
relacionadas con los ejercicios de control: nos han enseñado que la violencia es una
demostración de afecto. A las mujeres nos ha costado la vida desmontar estas ideas, pasar
de ser objetos que le pertenecen al otro a ser sujetas de derechos con libertad de renunciar
o irse de una relación que nos violenta en la que podemos perder la vida.
Rosario Castellanos en su escrito “La mujer y su imagen”, nos dice que a lo largo de la
Historia, entendida como el archivo de los hechos cumplidos por el hombre, todo lo que
queda fuera pertenece al reino de la conjetura, de la fabula, de la leyenda de la mentira. Se
ha construido a la mujer más como un fenómeno de la naturaleza que un componente de la
sociedad, como una criatura humana, un mito. Así la mujer, a lo largo de los siglos, nos dice
Castellanos, ha sido elevada al altar de las deidades y ha aspirado el incienso de los devotos,
claro, cuando no se le encierra en el gineceo, en el harén a compartir con sus semejantes el
yugo de la esclavitud; cuando no se le confina en el patio de las impuras; cuando no se le
marca con el sello de las prostitutas; cuando no se le doblega con el fardo de la servidumbre;
cuando no se le expulsa de la congregación religiosa, del ágora, de la política, de la vida de
conocimiento y las ideas.

La construcción y sustento de la idea del amor romántico, ese amor que constituye la
celebración implícita de la anulación de una para otro, nos ha llevado a lo largo de la historia
a ser las eternas Ifigenias, sacrificadas, una y otra vez en los altares patriarcales.

Cuando las feministas decidimos criticar al amor romántico nunca faltan los románticos, sumamente
molestos, por la idea de ser despojados del motivo de sus poesías, serenatas y batallas contra molinos
de viento en nombre del amor; me da la impresión de que se arman así mismos como caballeros sobre
sus caballos blancos y tratan de rescatar a las princesas de las malvadas brujas que queremos
arrancarles del corazón la noción del amor romántico. Sin embargo lo que estamos diciendo es mucho
más profundo y serio que una defensa a ultranza de la idea del amor literario, estamos haciendo un
análisis estructural y político de cómo la idea del amor ha construido las sociedades occidentalizadas
en las que hoy habitamos
Con esta declaratoria comenzó la entrevista entre la que esto escribe y Patricia Karina
Vergara Sánchez, mexicana, feminista, periodista y profesora. Mujer revolucionaria,
orgullosa de sí misma, de su lucha, de su orientación sexual y su raza, y quien sin duda es
un referente en la construcción del pensamiento feminista.

¿De dónde nos llegó el amor romántico; por qué ha puesto en el imaginario colectivo que la violencia
y la desigualdad son casi un sinónimo de este amor romantizado?
Cuando hablamos del amor romántico, hablamos de una construcción social que desde hace
unos cuatro o cinco siglos viene sirviendo para edulcorar las relaciones de apropiación del
cuerpo de las mujeres para labores domésticas de cuidado y crianza, y que, además, sean
adornadas con la cintilla rosa de que todo ello lo hacemos por amor. Y por amor, el amor
romántico, los hombres se convierten en el caballero del cuento –según los recursos a su
alcance– el proveedor y rescatador de la princesa. Y, por amor, la princesa –según los
recursos a su alcance– se “entrega”, se “sacrifica” y “luchará” por ese amor. Por amor se
renuncia, por amor se espera, el amor todo lo puede. Por amor, las mujeres vemos a otras
como posibles rivales –incluso a la suegra y a la cuñada– no nos aliamos, disputamos por
quién habrá de ser la elegida, la más querida, la preferida, aunque sea simbólicamente,
aunque el varón no esté presente.

El amor romántico es la construcción de las mujeres en la competencia, en la enemistad, el


sujeto que busca ser “la deseada”. La princesa elegida y rescatada de las fauces del dragón.
Ese amor, así, tiene a las mujeres sometidas al cuento de la heterosexualidad obligatoria y
al sueño de corresponder al príncipe azul para siempre. Ese es el amor romántico que las
feministas y lesbofeministas criticamos.
¿De qué manera el amor romántico abonó a la estructura de las relaciones heteronormadas y
heterosexuales?
El amor romántico no es un fenómeno que ha existido siempre, no es un sentimiento natural
e innato a la humanidad. El amor romántico, es decir, el amor de pareja, el deseo de vivir en
pareja, fue construido bastante tarde en realidad, en el siglo XVII con la idea de los caballeros
(por eso usaba esa imagen al inicio) y las damiselas en peligro que había que rescatar. Esta
construcción romántica del amor funcionó bastante bien para legitimar los acuerdos
económicos que ya se venían haciendo al unir a hombres y mujeres para garantizar riqueza
de naciones, de feudos, los intereses económicos de los dueños de la tierra que casaban a
sus hijos e hijas o que unían a los siervos que les interesaba, etc. Lo único que hizo el amor
romántico fue legitimar y edulcorar esas negociaciones que ya existían.

El ideal occidental del que somos herederas, ha fundado la idea de lo femenino ante la rendición del
amor, un amor que representa una serie de constantes que se manifiestan a lo largo de los siglos,
como bien lo ha señalado Castellanos en diversos escritos, y que nos dicen que la mujer se define por
su capacidad de amar y entregarse al amor, por su pureza prenupcial, por su fidelidad al marido, por
su devoción a los hijos, por las labores en la casa, por su cuidado a los otros; en nombre del amor la
imagen de la mujer parece estar definida por la eterna renuncia frente al otro, y todo, claro en nombre
del amor.
El amor como opio de las mujeres, diría Kate Millet. Las rosas, los nombres de pastel o la
cena a la luz de las velas no son el amor romántico, aunque le sirven muy bien de parafernalia
al amor romántico. Las rosas no son las culpables de la manipulación, pero además de ser
una industria muy provechosa, cuánto sirven, por ejemplo, para “marcar territorio” al
mandarle rosas a una mujer en su espacio laboral, cuánto sirven para hacerse perdonar,
cuánto para simbolizar ese amor de renuncia.

El nombre de pastel, los nombres privados, puede bien ser un juego, pero cuando llama en
diminutivo, cuando es posesivo y monogámico, cuando infantiliza, ¿qué tipo de subjetividad
dentro de las relaciones va construyendo?

Las velas y la cena sazonada no son el problema en sí, si no lo que se construye alrededor
del cliché, la expectativa, la exigencia, el chantaje o la obligatoriedad de responder de tal o
cual manera a la luz de esa vela. El viaje, la noche estrellada, la tarde en el parque o la
herencia y las cuentas de banco a nombre del beneficiario, no son el amor romántico, pero
sí algunas de las posibles herramientas de control que le sirven bastante bien.

¿Entones el amor romántico tiene que ver con todo menos con el ejercicio de amar, entendido “el
amor” como un acto en libertad y autonomía?
Nos tiene que quedar claro que el amor romántico es una herencia histórica pre-sociedades
industriales, pero que las sociedades industriales retomaron bastante bien, porque sirve para
la organización de la vida en pareja, en las sociedades industriales, así alguien era enviado
al mercado de producción y alguien era obligada a sostener el espacio de reproducción, es
decir, donde se criaban a los hijos, donde se lavaban los platos, donde se hervían los
calzones para desinfectarlos y donde los alimentos se convertían en combustible para
mantener el sistema de producción independientemente de que hombres, mujeres y niños
en los primeros años de la sociedad industrial fueran enviados al mercado laboral. La idea
del amor romántico permitió que en los cuerpos de las mujeres se depositara el trabajo
reproductivo para sostener la fuerza productiva

El amor romántico sirvió para construir y afianzar estas relaciones, porque, de otro modo,
¿quién lavaría tanto calzón, quién limpiaría los mocos y el vómito, quién se haría cargo de
los cuidados, de toda la limpieza y del trabajo escatológico que implica sostener la vida
reproductiva para la vida productiva? Si no nos convencían profundamente desde la idea del
amor romántico, no lo haríamos, entonces el amor romántico sirvió y sirve para sostener
estas relaciones de producción.

Me interesa señalar particularmente el amor romántico y el heterosexual… A las mujeres se


nos construye desde la heterosexualidad como única opción y posibilidad de vida, es decir,
al servicio del príncipe azul.

¿El amor romántico nos adoctrinó para amar o para servir al otro?
El uso de esta construcción, lo que genera, no son relaciones amorosas, son relaciones de
poder, de desigualdad y vulnerabilidad. No es lo mismo ser el dueño del salario que la dueña
del guisado, y en esta dimensión de desigualdad de relaciones también se genera
desigualdad en relaciones de poder; quién tiene el dinero, quién toma las decisiones, quién
va al mundo de lo público, quién se sigue quedando en el mundo de lo privado, a quién se
le exige ser el proveedor valiente, fuerte y exitoso, y a quién se le exige ser la cuidadora. Lo
que las feministas estamos tratando de hacer es darle la vuelta a la cultura porque esa
creación de amor romántico es un adoctrinamiento cultural a la servidumbre.

Cuando nosotras decimos que hay que criticar el amor romántico estamos diciendo que hay
que criticar ese lastre que nos condena a vivir en nombre del amor sacrificando, renunciando
y sirviendo, que en conclusión significa poner a las mujeres en un lugar de vulnerabilidad
física, económica, social y política. Tiene que quedarnos clarísimo que este análisis es sólo
en nuestras sociedades occidentalizadas; otras sociedades no tienen esta ridícula idea del
amor romántico, sino que desarrollan la idea de la necesidad económica de las alianzas o
de la necesidad económica para la crianza de los pequeños y las pequeñas de la comunidad,
o para los deberes. El trabajo en comunidades es algo que les sorprende. Vale la pena
analizar constantemente los procesos de otras vidas y otras formas no occidentalizadas que
no se sostienen del amor romántico, esto lo menciono solamente para dejar en claro que el
amor de pareja tal como lo vivimos en esta sociedad, no es un asunto que venga en nuestra
piel o en nuestro ADN, o que sea un rayo iluminador como los románticos defensores del
amor se imaginan; es un asunto político, económico y social que hemos construido, una
construcción sociocultural. De eso se trata: de mantenernos con vida y de que esa vida tenga
otra calidad; de que las relaciones entre seres humanos tengan otras dimensiones que no
sean las del servicio.

“Quien bien te quiere te hará llorar”, “amar es sufrir”, “si te cela es por amor”, estos refranes
aparecen sistemáticamente en relaciones amorosas, ¿qué nos dicen? ¿El amor romántico mata?
¿Dónde habita esa estrecha relación entre el amor romántico y las violencias feminicidas?
Cuando decimos que el amor romántico mata, estamos diciendo que estas relaciones
desiguales de poder, este lugar de vulnerabilidad, está estrechamente relacionado con que
la mayoría de los feminicidios ocurren en manos de esos a quienes estamos sujetas, por
medio del lazo del amor que generan estas relaciones de desigualdad, sustentado por todo
un bagaje sociocultural que nos incita al amor romántico (las canciones, los poemas, las
telenovelas, el cine, etcétera), de tal manera que prácticamente no podemos crear un
imaginario fuera de la vida en pareja

¿Por qué está tan enraizado, sostenido y solapado el feminicidio en América Latina y en particular en
México?
Ésa es una pregunta tremenda que ocuparía un tomo entero de un libro para responderse,
pero creo básicamente que estamos viviendo un momento histórico del neo-patriarcado, es
decir, hubo un momento histórico donde se fundó lo que yo llamo el primer patriarcado, que
es la apropiación de los cuerpos y de los trabajos de las mujeres, de tal forma que nos vimos
sometidas a trabajar para nuestro apropiador, a parir hijos para nuestro apropiador, pero
ahora −y esto lo he escrito ya varias veces−, se acabó la tierra por conquistar, se acabó la
tierra por colonizar, y lo que queda por colonizar son los cuerpos de las mujeres, en la
prostitución, en la venta de alquileres, en la desaparición de las herencias y pensamientos
propios de las mujeres; la venta de nuestra tortura y nuestro sufrimiento en los videos snuff o
en la pornografía “más legitimada” es un fenómeno muy contemporáneo. Entonces es
importante no ver el feminicidio meramente como un fenómeno donde un individuo decidió
utilizar su relación de poder físico, económico, moral, social, sobre la otra para destrozarla;
es cierto, eso ocurrió, pero también ocurre y existe toda una cultura de la reconquista de los
cuerpos de las mujeres que no sólo legitima la violencia exacerbada, también la permite, la
anuncia, la glorifica, incluso la vuelve una especie de glamurosidad gore, “el glamur gore”, el
encanto por la sangre y lo extremadamente violento. Existe toda una maquinaria para
validarlo, lo vemos así en las canciones, la poesía, el cine… se convierten en herramientas
para sostener, alimentar y regenerar la cultura del amor romántico. La diferencia en este
momento es que también los noticiarios endiosan, engrandecen, premian y vuelven a los
feminicidas héroes oscuros, y en cuanto más sangriento y más terrible sea y más abuso de
poder exista, más glorioso es el héroe feminicida, el héroe patriarcal.
Somos las mujeres a las que se nos ha doctrinado en nombre de ese amor romántico, pero, ¿y ellos,
los hombres?, ¿has observado procesos de deconstrucción?
En el mundo contemporáneo las luchas de los hombres y de las mujeres se convierten en
cosas diametralmente distintas cuando ellos se niegan a reconocer las relaciones de poder
y de privilegios. Muchos compañeros “progres” que he conocido están preocupados por
“rescatar la idea del amor romántico, por relacionarse de otras maneras, por aprender a oler
las flores, tener permiso para tejer como una manera de liberarse del yugo patriarcal”; las
mujeres estamos ocupadas por destejer el amor romántico para no depender de ellos para
comer, para salir, y para no vivir simbólicamente bajo su tutoría, y sobre todas las cosas,
para que no puedan hacernos literalmente pedacitos, como lo están haciendo. Lo comentaba
al inicio, lo que las feministas estamos haciendo es un análisis estructural y político acerca
de cómo la idea del amor ha construido las sociedades occidentalizadas en un terreno lleno
de desigualdades.

La deconstrucción del amor, ¿será feminista o no será?


Para que el “amor” sea feminista tiene que estar alejado de las lógicas de pareja. El amor
que es posible cultivar es aquél entre alianzas políticas; entre quienes nos mantenemos en
combate ante el patriarcado; entre quienes llamamos amistades, que en realidad son
también formas de amores. Si insistimos en construirnos en pareja en nombre del amor,
vamos a seguir repitiendo el estereotipo romántico que tenemos introyectado. Creo que
deberán pasar algunas generaciones para pensarlo y vivirlo de otra manera. Cuando hablo
de otras relaciones de amor que no son las parejas, sino las de amor en colectivo, en grupos
políticos, en amistades, en comunidad, pienso que también (y es imperante) debe ser un
amor desromantizado, que no ponga las expectativas en los otros, en las otras, que no sea
un ejercicio basado en la idea de suplir carencias.

¿Qué significa “amor” para Karina?


Yo entiendo el amor como una alianza política necesaria para sobrevivir y para que esta vida
sea buena, y eso no puede suceder sin un análisis profundo y sin la constante revisión de
las relaciones de poder de quienes intentan amar. Pero, en definitiva, el amor feminista no
será en pareja, ni mucho menos, en pareja, de hombre y mujer. Por otro lado, las relaciones
no heterosexuales, aquéllas que buscan emular el modelo heterosexual, también están
plagadas del amor romántico, por supuesto. Es más, los discursos LGBTTTIQ parecen
competir por el nivel de toxicidad dulce romántica que pueden esgrimir; pareciera que para
ser “aceptades”, “incluides”, “reconocides” en la “diversidad”, es necesario demostrar cuán
similares o aun más “apegades” al modelo romántico se puede estar. Es decir, no es una
alianza ni es amor de aquéllos que resisten al régimen heterosexual, sino de parejas que se
esfuerzan por demostrar cuán funcionales son al modelo de sumisión y cuán abstraídos se
puede resultar une en otre, y ahí tenemos a la “comunidad” diversa desesperada por
demostrar que puede tener bodas de ensueño, casas hermosas y criar niños y niñas, con
perros y gatos, moldes más disciplinantes y melosos del amor romántico.
Las lesbianas por supuesto que repetimos el ideal romántico. Siempre recuerdo aquella obra
primera llamada “El pozo de la soledad”, en la que la protagonista “deja ir” a la amada para
que pueda tener un hijo y un esposo y toda la vida que ella no le pudo dar… y de ahí a The
L Word y a todas las series y obras contemporáneas que modelan nuevas generaciones de
consumidoras del amor romántico (y modelos de vida colonial de paso). El amor romántico
aquí se repite porque no es una alianza política entre las protagonistas de tantas historias,
sino encuentros que responden a los modelos ya establecidos de ese amor.
Todas estas reflexiones −sin detenernos a profundizar, además− en que el amor romántico
implica, también, formas de violencia que van de la manipulación y del chantaje al feminicidio,
no como otra cara de la moneda, sino como continuación material de la relación romántica,
en donde une es propiedad de otre…
Dicho y teniendo presente lo anterior, preciso que hablo desde otro punto: cuando dos o más
mujeres que dada sus anatomofisiología al nacer fueron destinadas a poner sus afectos,
servicios y cuidados en la heterosexualidad obligatoria y se han rebelado a ello, se relacionan
entre sí, negándose al cuento del amor romántico; cuando esas mismas mujeres no se
someten al cuento de la familia feliz en la diversidad sexual; cuando desde un lugar de
desobediencia política estas mujeres construyen proyectos −sexuales o no− en conjunto y
se declaran afecto, amor y/o ternura entre ellas, entonces, no se trata de un amor romántico.
Es, exactamente, el amor desde el desacato a la sumisión de unas y otras, es el amor
insumiso a la forma de amor construida en el patriarcado.

Entonces, que desde la heterosexualidad o pseudocríticas vengan a decir que debemos


renunciar al amor entre mujeres, a dejar de hablar, escribir o versar sobre la forma en que
nos amamos porque es caer en el romanticismo… Que desde la hegemonía vengan a decir
por qué deberíamos silenciar nuestras manifestaciones, ¡ja!, se llama lesbofobia y no es
nada nuevo ni crítico.
Castellanos habla sobre la osadía de indagar sobre sí mismas, de la valentía para ejercer la ternura
sobre nuestros cuerpos y caminos; critica la imagen del patriarca mediador, esa figura masculina
que, por nuestro bien, nos dice qué decir, cómo decir, dónde y frente a quién decir-nos en el mundo.
Castellanos nos habla también de que durante siglos hemos dependido de la “generosidad o de la
violencia” de aquéllos que se dijeron a sí mismos que tenían no sólo el control de la vida pública, sino
la conquista en el territorio de lo íntimo: el patriarcado.
El patriarcado ha hecho un gran trabajo por mostrar lo imposible que es el amor entre
mujeres, las múltiples formas de amor entre mujeres. Sería demasiado largo un recuento de
cuántas veces y en qué maneras han intentado invisibilizar nuestras reflexiones, borrar o
disimular nuestras escrituras, eliminar nuestros nombres. Sin embargo, caray, algo muy
poderoso debe de haber que aun con su censura, aun con el patriarcado convertido en
soldaditos a su servicio, vigilantes de lo que hacemos o decimos, no logran arrancarnos la
ternura que sentimos entre nosotras.

No estamos exentas de caer en discursos románticos, en tanto humanas y en tanto


habitantes y receptoras del discurso hegemónico, cierto. Sin embargo, dado que el amor
lésbico, dado que el amor entre mujeres −sexual y no sexualmente explícito− sigue siendo
un tema sancionable-censurable, criticado por las mentes más conservadoras, y se ha
intentado convertir en mercancía por las industrias y, aun, se ha tratado de silenciar por las
vocecillas del patriarcado “progre” −sumado todo ello a que seguimos necesitando el rescate
de genealogías y la gestión de referentes de nuestras ternuras y amores desobedientes:
seguir hablando, escribiendo, dibujando, creando desde nosotras, entre nosotras, para
nosotras y de nuestras formas de amarnos−, es un acto de radicalidad política necesario.
Por lo tanto, si a alguien le incomoda: quítese, no estorbe, que estamos ocupadas. ❧
EL AMOR EN TIEMPOS DE GUERRA

¿Cómo se relaciona el amor con los tiempos que vivimos? ¿Tiene el mismo significado ahora que hace
cuarenta o cincuenta años? Violeta Pacheco analiza cómo las formas de amar y de encontrar a la
persona amada han evolucionado según los contextos sociales, dando pie a nuevas vías para
relacionarse.

En México, las juventudes del 68 llegaron a hablar abiertamente de amor, incluso se hablaba
con mucha pasión del amor a la lucha, luego vino la fuerte represión por parte del Estado al
movimiento estudiantil y, con ello, cientos de encierros de los cuerpos físicos, así como de
los discursos amorosos en las luchas y movimientos sociales de los setentas. En esa década
represiva eran otros sentimientos, otras pasiones las que preocupaban a las juventudes.
¿Quién hubiera sido capaz de ocuparse seriamente del amor cuando el fantasma
descarnado de la muerte acechaba a las juventudes revolucionarias? Durante aquellos años
el problema vital se resumía en saber y estudiar: ¿qué es la clase? ¿Para qué sirve la
formación política? ¿Cómo entrenarse en la montaña? ¿Cómo obtener recursos económicos
para mantener el movimiento? ¿Es la democracia mejor que el comunismo? Y un sinfín de
cuestiones más, eran los dilemas de las juventudes mexicanas.

Los discursos amoroso-revolucionarios comenzaron a ocultarse cuando vino la represión


estudiantil y con ello fueron perdiéndose las energías necesarias para reflexionar sobre el
amor. Tanto en el matrimonio como fuera de él, las relaciones quedaron privadas del amor y
fueron reducidas a un acto vacío, simple, sin crear lazos sentimentales ni espirituales.

Hoy, a cincuenta años del movimiento del 68, sabemos que en México ya no vivimos una
simple represión por parte del Estado. Hoy somos un país en guerra –aunque ésta no haya
sido oficialmente declarada–. De acuerdo al Índice de Paz Global 2016, tenemos más
muertes por violencia que países que viven en declaradas guerras civiles como Irak con
32,000 muertes y Afganistán con 22,170. Según ese Índice, que midió el año 2015, el país
más violento fue Siria mientras que México ocupó el segundo lugar con 33,000 muertes
violentas.

Y como toda guerra tiene su botín para quien la gana, en la guerra que orquestó el Estado
mexicano, el botín hemos sido las niñas y mujeres de este país. Hemos sido el objeto a
acumular para la clase dominante en turno y sus aliados. Hemos sido las depositarias de
caricias robadas y/o compradas. El político busca mujeres para satisfacer sus deseos
sexuales –aunque ello lo lleve a conseguir acompañantes extranjeras que han sido víctimas
de trata y las disfrazan de scorts–. El sacerdote busca niñas y niños para satisfacer su
celibato –aunque ello lo lleve a conseguir monaguillos víctimas de abuso infantil–. El
narcotraficante busca mujeres para las fiestas del cartel –aunque ello lo lleve a violar mujeres
jóvenes víctimas de desaparición–. El militar, policía y sicario son parte de redes de trata que
reclutan a diario niñas y mujeres jóvenes para diversas formas de esclavitud; la prostitución
es sólo una de ellas.
Por tanto, es de admirarse que en el territorio mexicano, con su guerra no declarada por el
Estado, una guerra contra la sociedad civil y principalmente contra sus juventudes como
principal blanco, haya cabida para reflexionar sobre el amor.

Un poco de historia
Según la teoría marxista, la historia de la humanidad se divide en los distintos modos de
producción material y de reproducción de la vida. Por un lado, la producción son las formas
de transformar la naturaleza para producir alimentos, vestimenta, vivienda, etcétera, así
como las herramientas para producir todo eso, y por el otro lado, están las relaciones
humanas en esa forma de producir, así como la reproducción misma de la especie humana.
Esta teoría explica también cómo es que el ser humano, al organizarse para modificar la
naturaleza y producir cosas, va transformándose también a sí mismo y al resto de relaciones
que tiene1.
La primera forma de producción es la tribu, donde la mayor virtud humana era el amor
determinado por los vínculos de la sangre en el lecho de la organización familiar que se tenía
siempre al interior de una tribu, nunca con otras tribus.

Con los años siguientes, surgió la producción comunal, que fue el resultado de la fusión de
diversas tribus para formar una ciudad. Ya en la ciudad, nació una especie de amor-amistad
entre dos personas que no eran familia pero vivían en una misma tribu, lo que tuvo una
importancia trascendental para la colectividad, que logró con el factor social de la amistad
pasar de la fase de la organización puramente amorosa-familiar a una organización más
compleja.

Luego vino la producción feudal o por estamentos, donde el matrimonio consistía en el


estricto cumplimiento de los intereses de las familias nobles y sus tradiciones, separadas del
amor. No era conveniente para el hombre –porque la mujer no tenía elección– anteponer su
amor verdadero, su pasión, a los intereses de su familia, puesto que si rompía las normas
establecidas se le consideraba como un paria y era segregado por la sociedad de su tiempo.
En esta época el amor como una pasión era diferente al matrimonio.

En la forma de producción capitalista, cimentada sobre el individualismo, ya no hay sitio para


el amor hacia otro ser. La sociedad capitalista inicial consideraba al amor como una debilidad
del espíritu completamente inútil y hasta nocivo.

Lutero, el reformador religioso, y todos los pensadores del Renacimiento (siglo XV) y la
Reforma (siglo XVI), comprendieron la fuerza social del amor y se dieron cuenta de que para
que la familia quedase económicamente unida, era necesaria una íntima unión de la palabra
amor; es así que fusionaron el amor carnal y el amor psíquico, como el nuevo ideal moral de
amor dando inicio al concepto del amor como equivalente al de matrimonio.

La Iglesia fomentaba desde sus orígenes la palabra amor y, al mismo tiempo, patrocinaba
las relaciones violentas entre los sexos. Un ejemplo es cuando los hombres quieren tener
relaciones sexuales y las mujeres no quieren, son violadas. Los hombres son perdonados y
las mujeres violadas son castigadas por no permitir que el matrimonio se consume mediante
el sexo. Y todo esto sucedía en nombre del amor, pero se equivocaban: amor y violencia no
puede coexistir, tal como lo afirma la escritora feminista bell hooks (en minúsculas, como ella
se nombraba), quien dio palabras al amor en su texto Claridad, señalando que la violencia
es totalmente opuesta al amor. (hooks, 2000, p. 3-14)

Amor versus poliamor


Anteriormente, era común escuchar la palabra poligamia para referirse a una forma de
matrimonio con una base religiosa y una normatividad preestablecida, y no sólo a relaciones
sexuales de un hombre con varias mujeres, o de una mujer con varios hombres. La poligamia
no necesariamente se vive un amor, aunque sí se buscan sexualmente los cuerpos; ha sido
condenada por la Iglesia y permitida ancestralmente en el Islam –aunque sólo en los
hombres–.

Los argumentos de la Iglesia para condenar la poligamia, tienen que ver con la comunión
que lleva el matrimonio de amar a una persona espiritual y físicamente, hasta que la muerte
los separe. Cuando el hombre o la mujer se alejan de dicho pacto, entran en pecado y ese
pecado es de carácter mortal. En el Islam es permitida la poligamia siempre y cuando el
hombre tenga dinero suficiente para mantener y/o comprar a cada una de las mujeres con
las que está. En las mujeres la poligamia no es permitida, de hecho es un acto mal visto para
la religión y para la sociedad islámica.

Del 2010 a la fecha, se escucha con mayor frecuencia el término poliamor para referirse al
acto de amar a una mujer u hombre por su espíritu cuando sus pensamientos, deseos y
aspiraciones entran en armonía, y al mismo tiempo poder sentir atracción física por otra
persona. Además, con el poliamor no sólo se habla de un amor pasional lleno de ternura,
apoyo y comprensión de varios hombres y/o de varias mujeres al mismo tiempo, sino que se
complementa en muchas ocasiones con la práctica de relaciones sexuales.

La semejanza entre la poligamia y el poliamor es que participan más de dos personas,


mientras que las diferencias son que la poligamia busca relaciones más duraderas de tipo
matrimonial y no sucede necesariamente en el poliamor. En el poliamor, la relación es
definida y consentida por todas las personas involucradas más que por normas religiosas y
sociales como sucede con la poligamia.

El amor puede tener varios significados. Existe un concepto romántico en los diccionarios;
desde la Iglesia es visto como un sentimiento, para los griegos existe una tipología de cuatro
subconceptos filosóficos, y la psicología del amor nos habla de reacciones químicas en el
cerebro humano. Así, cada época y nación ha ido dando al amor sus propias definiciones,
pero no existe un concepto universal del amor. ¿Corresponde ahora dotar de nuevos
significados al amor para poder amar?

Amor versus violencia


Para ir resignificando al amor, M. Scott Peck nos regala en su libro Un camino sin huellas,
publicado por primera vez en 1978, esta definición: “El amor es la voluntad de extender
nuestro yo con el propósito de alimentar el crecimiento espiritual propio y el de otra persona.
El amor es lo que el amor hace. El amor es un acto de la voluntad –es decir, a la vez una
intención y una acción–. La voluntad también implica elegir. No estamos obligados a amar.
Elegimos amar”2.
Esta definición de amor implica resignificarlo para pensarlo no como un sentimiento, sino
como un acto que implica una elección y con ello una responsabilidad. Rompe con la historia
del sentimiento del amor y con el discurso de que no podemos controlar nuestros
sentimientos, como si las personas simplemente nos enamoráramos sin ejercer ninguna
elección ni voluntad –o al menos eso es lo que la cultura patriarcal ha querido perpetuar–.

Si continuamos viendo al amor como un sentimiento, estaríamos validando los feminicidios


llamados crímenes pasionales, en los que se afirma que un hombre mató a una mujer porque
la amaba, porque sentía amor por ella y a causa de un momento de ira, rabia y celos, la
mató. No, el amor es lo que el amor hace y si alguien comete un crimen no habrá sido por
amor, quizá fue por miedo y odio. Se mata en el nombre del amor, pero habría que recordar
las palabras de bell hooks: no pueden coexistir amor y violencia. De hecho ella misma narra:

“Oímos de hombres que pegan a sus hijos y a su mujer y luego se van al bar de la esquina
y proclaman apasionadamente cuánto las aman. Si hablas con sus esposas en un día bueno,
puede que ellas insistan en que sus maridos las aman a pesar de la violencia. Una
abrumadora mayoría de nosotros provenimos de familias disfuncionales en las que se nos
enseñó que no éramos del todo satisfactorias, en las cuales se nos humillaba, se abusaba
de nosotros verbal o físicamente, se nos descuidaba emocionalmente y al tiempo se nos
enseñaba a creer que éramos amados. Para la mayoría de la gente, es demasiado aterrador
asumir una definición del amor que ya no le permita ver amor en su familia. Muchos de
nosotros necesitamos aferrarnos a una noción del amor que haga el abuso aceptable o, al
menos, que haga que lo que nos ha pasado no parezca tan malo”3.
En México, la guerra tiene por blanco a las juventudes y pone mayor énfasis cuando las
víctimas son mujeres. En 2016, la estadística calculaba 7 feminicidios por día, y para el
primer semestre del 2018, según cifras oficiales del secretario ejecutivo del Sistema Nacional
de Seguridad Pública, existen 1,701 carpetas de “homicidios dolosos” de mujeres en que el
crimen organizado estuvo involucrado; es decir, de feminicidios no tipificados como tales por
el Estado mexicano.

Tomando como referencia los 1,701 feminicidios en los primeros seis meses del año en
curso, la estadística ha aumentado: ya no son 7 sino 9 los feminicidios diarios. En los
feminicidios está involucrado el crimen organizado y la omisión y/o simulación del Estado
mexicano lo pone como el orquestador de tales crímenes, que son mejor dicho víctimas de
guerra.

La mayoría de las víctimas son mujeres jóvenes en edad productiva y reproductiva; lo mismo
pasa con sus victimarios: son en su mayoría hombres jóvenes. Estamos ante la presencia
de hombres jóvenes matando mujeres jóvenes, juventudes matando juventudes, matando
los cuerpos físicos y también el símbolo que representan, matando los sueños y las
esperanzas del presente e incluso de futuro.

Desde aquel 11 de diciembre de 2006, cuando el ahora expresidente Felipe Calderón declaró
una “guerra contra el narcotráfico”, el Estado mexicano ha causado una carnicería contra la
sociedad civil en la que los mayores blancos hemos sido las juventudes, olvidando con ello
el factor del bono demográfico, es decir, ese fenómeno en el que la población en edad de
trabajar es mayor que la dependiente (niñas, niños, adultas y adultos mayores), y por tanto,
el potencial productivo de la economía tendría que ser mayor.

El Estado mexicano no ha aprovechado plenamente el bono demográfico con el que cuenta


en este momento histórico para desarrollar el capital humano y potenciar así el crecimiento
de la nación o lo que Philippe Le Billon llama economía de guerra “sistema de la producción,
movilización y asignación de recursos para sostener la violencia”4. En el caso de México, los
principios económicos de guerra no van contra el narcotráfico, si no en alianza con el crimen
organizado, lo que permite que la guerra y la militarización se perpetúen aún con el cambio
partidario del gobierno entrante. Recordemos tan sólo el caso –que aún continua impune–
de la desaparición forzada de los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa, quienes fueron
desaparecidos por acción, omisión y/o simulación de policías de los tres niveles de gobierno,
militares y grupos del crimen organizado.
Amor y espiritualidad
Hoy podemos apreciar algunas transformaciones en el campo de la música, la escritura, el
teatro y en la vida espiritual y artística de la humanidad. Sin embargo, mientras más se
agudiza la lucha ideológica, prevalecen en la humanidad “problemas” cada vez mayores, uno
de ellos es el que tiene que ver con el amor y que de cierta forma no se ha podido “resolver”.
Esto es porque en sus intentos de “solución” han estado inmersos la clase, el género, la raza,
la heteronorma y el adultocentrismo, o dicho de otra forma, la cultura patriarcal.

Recordemos que la caballería exigía a todos sus miembros la práctica de elevadas virtudes
de carácter exclusivamente personal. Estas virtudes, además de las del dominio militar, eran
la valentía, la intrepidez, la bravura, el coraje, etc. No era la organización del ejército la que
determinaba la victoria en el campo de batalla, sino las cualidades individuales de los
combatientes. Un caballero enamorado podía ser un héroe en las batallas; si su pasión era
por una mujer, podía triunfar más fácilmente en los combates y sabía sacrificar sin temores
su vida en nombre de su amada. El caballero enamorado obraba impulsado por el deseo de
sobresalir para conquistar de este modo a la elegida de su corazón. Lo común era que la
mujer elegida por un caballero tuviera una posición inaccesible para él; podía ser la esposa
del señor feudal o hasta la reina misma. Ese ideal inaccesible se reflejaba en el amor que
impulsaba al hombre a llevar a cabo hazañas heroicas dignas de las mayores virtudes.

En la época de las damas y los caballeros nos habrían dicho que eso era el amor, aunque
siguiendo la definición de Peck, no hay un esbozo de amor en este asunto de caballeros. El
hombre y la mujer enamorados pueden, en determinados casos y con la ayuda de
determinadas circunstancias, realizar hechos que no podrían hacer en otra disposición de
espíritu. Hay aquí la elección de realizar combates y grandes proezas, no un propósito de
alimentar el crecimiento espiritual del caballero ni el de la otra persona.

Hay personas que eligen estar con alguien más, que expresan su voluntad de amor por otra
persona, sólo que olvidan o deciden no adentrarse en el crecimiento espiritual mutuo, porque
a veces relacionan lo espiritual a un sentido religioso, aunque no siempre tienen esa
asociación; también se puede tener un trabajo espiritual y amar alejada de la religión.
Además del trabajo espiritual, se requiere comenzar una labor sumamente compleja,
comprender todo lo creado, todo lo adquirido, todo lo conquistado por las luchas y
movimientos de las juventudes de otras décadas. Las nuevas juventudes mexicanas,
creadoras de las nuevas formas de vida, estamos obligadas a sacar una enseñanza de todo
fenómeno social y psíquico que nos precede, como es el amor. Debemos comprender,
asimilar, apropiarnos y transformar al amor en un arma más para la defensa nuestros pueblos
y comunidades. Únicamente bajo la bandera del amor, podrá la humanidad seguir con vida
y vencer para crear una nueva forma de ser humanidad.

Amor como factor social: un asunto político y no de orden privado


En las luchas contemporáneas que aspiran a ganar se observa un interés en lo que se refiere
al amor. Las y los militantes que hace algún tiempo no leían más que libros de formación
política, ahora leen libros de referencia al amor y amor al pueblo.

Ninguna persona puede entregarse por completo a la lucha sin detenerse a pensar en el
amor. El amor, despreciado durante años, reaparece siempre y reclama sus derechos, se
atreve a salir de nuevo. Las luchas, vividas sin amor, acumulan un excedente de energía y
éste busca su salida en un éxtasis amoroso con una intensidad y pasión medida por la
soledad que precedió en sus luchas.

Hemos llegado al momento de reconocer que el amor no es sólo un poderoso factor de la


naturaleza biológica, sino también un factor de transformación social, aunque la Iglesia se
empeñe en convertirlo en un asunto de orden privado, meramente matrimonial entre dos
personas, sean o no del mismo sexo; la Iglesia sabe cómo encadenar el amor a sus normas
morales para que cumpla sus intereses. El amor es, por tanto, un asunto político, un tema
de carácter público, y cuando se trata de las mujeres es doblemente político; primero porque
se atreven a amar y segundo porque se dan el lujo de rechazar como figura del amor a un
hombre y tienen la valentía de amar a otras mujeres.

El amor en tiempos de guerra puede ser un elemento creador; es decir, un elemento


productor, innovador, inventor lleno de energías, sueños y esperanzas –similar a un caballero
enamorado que podía ser un héroe en las batallas; si su pasión era una mujer–, del que
pueden obtenerse beneficios a favor de la colectividad, lo mismo que de cualquier otro
fenómeno de carácter social y psíquico. El amor no puede ser un asunto privado que interese
solamente a dos corazones aislados, por el contrario, supone un principio de unión invaluable
para que la colectividad alcance su desarrollo histórico, basado en la premisa del amor al
prójimo, del amor al pueblo, del amor al otro.

El capitalismo reinante ha inculcado durante siglos, la idea de que el amor debe estar
fundamentado en un principio de propiedad, de que el amor otorga el derecho de poseer
enteramente el cuerpo amado. Este principio de exclusividad se institucionaliza en el
matrimonio y se enraíza en el cerebro de los hombres que violan y matan a las mujeres,
porque creen que les pertenecemos, que somos sus mujeres.
Con la bandera del amor –no como concepto sino como acto, ejercicio o práctica–, la
voluntad del crecimiento espiritual del otro, del prójimo, del pueblo, puede triunfar sobre el
individualismo y el egoísmo reinante y con ello el deseo egoísta de unirse (o amar) para
siempre a un único ser.

Para que el amor triunfe hay que potenciarlo más allá de los besos, abrazos, caricias y
cuidados, con voluntad y actos en la práctica encaminados al crecimiento del espíritu. En los
tiempos de guerra en que vivimos, el amor puede ser nuestra arma de defensa para ir
construyendo otros caminos

El reconocimiento de derechos mutuos, la horizontalidad, el compromiso, la confianza, los


cuidados, la responsabilidad, la escucha, el respeto, el apoyo mutuo y la unidad común, la
comunidad, de las personas, son algunos de los factores propios del amor que propician el
desarrollo del espíritu. Entonces, cuanto más numerosos son los hilos tendidos entre las
almas, las inteligencias y los corazones, más sólido es el espíritu y con más facilidad puede
realizarse el ideal de crear una nueva humanidad, amorosa y sin guerra. ❧

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