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Son los valores del capitalismo unidos a los del patriarcado: a las niñas
les hacemos creer que han venido al mundo a cuidar a los demás, y que
las necesidades de los hombres son prioritarias, y superiores a las
necesidades propias. Desde pequeñitas, las niñas somos engañadas con
la idea de que hemos venido al mundo a complacer, a amar y a servir a
los hombres.
Desde su más tierna infancia, el patriarcado educa a los varones para que
valoren y defiendan su libertad, y a nosotras nos educan para que
pongamos el amor romántico en el centro de nuestras vidas. A ellos les
hacen creer que siempre habrá una mujer cuidándolos: primero mamá,
luego la esposa. Y a nosotras, nos hacen creer que nacimos para cuidar a
nuestros padres, hermanos, maridos e hijos. El papel de ellos es recibir
cuidados, el nuestro, darlos.
Pese a que hemos avanzado mucho en estas últimas décadas, las niñas
siguen recibiendo mensajes contradictorios. Por una lado les pedimos
que estudien y trabajen, y tengan su propio proyecto de vida, pero por
otro seguimos contándoles los mismos cuentos de siempre para que
sean adictas a las historias románticas y para que desarrollen una fe
ciega en el paraíso del amor. El mito romántico sigue teniendo un
impacto descomunal en la construcción de la identidad femenina, y
todas las niñas que no se someten a los mandatos de género son
castigadas socialmente.
Las mujeres buenas son las adecuadas para asentar la cabeza y formar
una familia, las malas en cambio son las mujeres de usar y tirar. Las
mujeres libres que tienen deseo sexual y disfrutan del sexo sin miedo y
sin culpa, son señaladas por el patriarcado como mujeres malvadas,
interesadas, manipuladoras, perversas, degeneradas, locas,
desobedientes, salvajes e irracionales.
Así funcionan las etiquetas del patriarcado, que les dice a los hombres
que las buenas son respetables, y las malas no merecen respeto. Unas
pertenecen a un hombre, y las otras a todos porque no tienen dueño.
Los hombres creen que hay muy pocas “mujeres buenas”, y por eso se lo
piensan muy bien antes de vincularse y comprometerse emocionalmente
. Desconfían de las mujeres porque en el imaginario colectivo del
patriarcado, persiste el miedo y el odio a las mujeres indomables que no
se dejan domesticar ni someter.
A los niños no les educamos para que se relacionen con las mujeres
como compañeras. Nosotras somos siempre “las otras”, y de alguna
manera, cuanto más desconfían de nosotras, más difícil les resulta
tratarnos como a iguales: en la “guerra del amor”, somos las “enemigas”
de las que deben defenderse.
¿Por qué tanto miedo a la libertad y al poder de las mujeres? Porque a los
hombres les educamos para que luchen por ascender en la jerarquía
social, y para que se dominen unos a otros. Es un sistema muy
competitivo en el cual ninguno de ellos debe dejarse dominar por las
mujeres, pero sí por los demás hombres: cada uno de ellos tienen a otros
por encima y por debajo, y van alternando sus posiciones de poder según
con quién se relacionan. Por eso se someten al superior en el ejército, en
la empresa, en los cuerpos de seguridad del Estado, en las instituciones,
en sus sindicatos, partidos políticos y asociaciones, pero todos tienen el
premio de consolación: sea cual sea su grado de superioridad, en su casa
mandan ellos.
¿Qué implican estas cifras? Que los hombres, en casi todos los países del
mundo, tienen más tiempo para cuidarse, hacer ejercicio físico,
dedicarse a sus pasiones, disfrutar de su gente querida, tener amantes y
amigas, prepararse unas oposiciones, consolidar o adquirir nuevos
idiomas, hacer masters o doctorados, o invertir en su carrera
profesional.
Y mientras, las mujeres, vivimos con una doble jornada laboral que daña
nuestra salud mental, emocional y física: la sobrecarga de trabajo dentro
y fuera de casa nos mantiene agotadas, pero también presas. Nos
prometieron que el trabajo remunerado nos haría libres, pero la realidad
es que como los hombres nunca se incorporaron masivamente al trabajo
de cuidados, nosotras nos vimos atrapadas en dos trabajos, y
condenadas a la precariedad. En España se estima que el 52 por ciento
de las mujeres al frente de una familia monoparental se encuentran
excluidas del mercado laboral o trabajan en condiciones de precariedad,
ya que el cuidado de los hijos y la falta de medidas de conciliación les
impide optar a empleos con mayores jornadas e ingresos, según datos
del Informe “Más solas que nunca” de la ONG “Save the children” en
2020.
Los hombres siempre han gozado de una vida sexual y amorosa diversa,
gratis o de pago. A la vista están los aparcamientos de los burdeles que
hay en todos los pueblos, carreteras y barrios de ciudades de España,
repletos de vehículos de hombres casados que rompen con las normas
de la monogamia mientras sus mujeres esperan haciendo la cena en
casa.
Casi todas las niñas, gracias a los dibujos animados y los juguetes de la
infancia, sueñan con ser salvadas y mantenidas por un príncipe azul, y se
ven a sí mismas como futuras princesas. Cuando se dan cuenta de que en
realidad son sirvientas a disposición de un hombre, entonces el mito cae
por sí solo. Algunas se rebelan, y otras se hunden: la decepción y la
frustración requieren de mucho trabajo personal, y en ocasiones, de
apoyo terapéutico.
Cuando podamos identificar esos valores patriarcales con los que nos
han educado, entonces podremos empezar a liberarnos por dentro, y a
despatriarcalizarlo todo: la masculinidad, el sexo, el amor, las relaciones
que construimos, y nuestra forma de organizarnos.