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Filosofía&Co 11 de abril de
2019
El filósofo argentino Darío Sztajnszrajber (1968). Foto © Alejandra López, cedida por
Sztajnszrajber.
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En realidad, todo en este docente de filosofía –dice también su cuenta de
Twitter–, no solo su apellido, nos llamaba la atención. Filosofía en teatros.
Filosofía y música. Filosofía y rock. Filosofía y espectáculo. Filosofía y carteles de
entradas agotadas. Filosofía y locales y eventos al aire libre llenos cada día. Filosofía y
miles de oyentes. Filosofía y gira por Argentina, Uruguay, México, Colombia… Filosofía
y cientos de miles de seguidores en las redes sociales. Filosofía y best seller. ¿Por qué?
¿Desde cuándo un filósofo es una estrella o un influencer? ¿Y por qué no? ¿Cómo
enseña la filosofía Darío Sztajnszrajber? Está claro que sabe cómo divulgarla. Así que
nosotros, que también nos dedicamos a eso, teníamos que conocerlo de cerca, a ver si
descubríamos sus claves, sus ideas, su cómo y su porqué.
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«Los que hacemos divulgación de la filosofía buscamos recuperar algo de la vocación
originaria de una disciplina que no nace acartonada ni aristocrática ni solemne, sino que
surge en la calle y nace en lo cotidiano»
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nos hace pelearnos todo el tiempo contra nuestros lugares más seguros. Desde ahí, una
clase de filosofía ya no puede reducirse a la enseñanza de información, sino que es un
espacio para hacer filosofía. Y para ello hay recursos pedagógicos que no son los
tradicionales que para una enseñanza más clásica resultan insoportables. Lo que pasa
es que la historia misma de la enseñanza filosófica siempre ha sido una historia
subversiva; las grandes clases de filosofía siempre han sido aquellas que, por suerte, han
podido escapar a ese sentido común institucional.
Justamente hay algo de la transferencia que se da en el aula que tiene que ver con lo
erótico y que, en la medida en que pudimos llevarlo a programas de televisión, o de
radio, o a escenarios teatrales, o incluso a Filosofía en once frases –que es un libro que
entremezcla la filosofía con la ficción–, ahí hay un añadido, un excedente, que tiene que
ver con recuperar algo que es muy propio de la filosofía en términos originarios: que la
filosofía no solo se comprende racionalmente, sino que nos conmueve, nos estremece.
Las grandes preguntas existenciales no alcanza con anotarlas en un papel. Genera en
uno una zozobra, una desubicación de nuestros lugares más sólidos, y diríamos con
Nietzsche que esos martillazos desestabilizan nuestras sensaciones afectivas más
primarias. En ese sentido, la filosofía está más cerca del arte que de la ciencia, o en todo
caso entiende que la ciencia no deja de ser también un arte, no solo un acontecimiento
racional, sino también emotivo.
En el primer libro, Para qué sirve la filosofía, el eje vertebral es que la filosofía no sirve
para nada. En realidad es un saber inútil, parafraseando la cita sobre el arte que
enuncia Oscar Wilde, en la medida en que la filosofía se pregunta por qué todo tiene
que ser útil. Ante la pregunta: ¿para qué sirve la filosofía?, la respuesta que entrama el
libro es: ¿por qué todo tiene que servir para algo? La filosofía nos reconcilia con los
aspectos existenciales más improductivos, más inútiles, más inservibles y, por lo tanto,
más del margen, de las sobras. Yo creo que se hace filosofía siempre ahí, desde las
sobras, desde los restos, desde esos lugares que no cuajan, que no garpan, decimos acá
en Argentina, no «pagan» para lo que es el sentido común hegemónico. Entonces nos
despiertan como otro sentido y otra búsqueda del mismo por fuera de los lugares
establecidos.
Creo que la filosofía explora. El sentido etimológico de buscar el saber o amar el saber
tiene que ver con eso, con que hacer filosofía es no contentarse con lo que se presenta
como «normal», sino que quiere saber qué hay detrás, cómo se juega esa normalidad,
cómo se ha estructurado, qué tramas oculta, con qué otros conceptos se vincula. No
puede no haber una exploración, pero es una exploración que no va en busca de la
verdad, sino que va a cuestionar las verdades establecidas. A mí me parece que invierte
un poco el sentido de lo que es el preguntar en general, y de ahí también su
impertinencia, porque no cuaja con lo que se espera de una disciplina.
«La filosofía no sirve para nada, es un saber inútil, parafraseando la cita sobre el arte que
enuncia Oscar Wilde. Ante la pregunta: ¿para qué sirve la filosofía?, la respuesta es: ¿por
qué todo tiene que servir para algo?»
El otro elemento es que la filosofía es extemporánea y eso le hace tener esa condición
intempestiva, que sus metáforas nos permiten, más allá de su origen histórico,
hablarnos e interpretar lo que queramos. En esa misma lógica, todas las teorías del
amor que hay en El banquete, aunque hablan del amor de su tiempo, uno puede
utilizarlas extemporáneamente como narrativas que de algún modo nos ayudan a
repensar el modo de vivir el amor hoy, no desde lo propositivo, sino desde la
deconstrucción. No dejan de ser metáforas que en realidad nos impulsan a cuestionar
los modos en que se construye el sentido del amor contemporáneo. Lo mismo con el
resto de las situaciones. El avance tecnológico trae nuevas temáticas, pero esas nuevas
temáticas están siempre en esa relación dialéctica con lo tradicional. La gran revolución
de la informática obviamente supone una novedad, pero la discusión entre lo real y lo
aparente está ya en Heráclito y de algún modo una cuestión está entramada con la otra.
El tema es cómo trabajar esa tensión.
Una filosofía bien encarada va a estar en la defensa de todas aquellas minorías o todos
aquellos sujetos discriminados, violentados u oprimidos, sobre todo aquellos que lo han
sido en términos de su propia exclusión por naturalización. La deconstrucción no solo
supone una reivindicación de la figura del extranjero, sino de aquellas extranjerías
solapadas. No es casual que hoy la filosofía más puntera sea la filosofía de género, que
saca a la luz los modos de la alianza entre el saber y el poder que no ha hecho otra cosa
que promover una sociedad de sujeción donde la mujer siempre ha tenido que ocupar
roles que se supone que le corresponden por naturaleza, justificando así una asimetría
social.
«La filosofía no solo se comprende racionalmente, sino que nos conmueve, nos
estremece. Las grandes preguntas existenciales no alcanza con anotarlas en un papel.
Genera en uno una zozobra, una desubicación de nuestros lugares más sólidos»
Después sí, siguen las instituciones académicas tradicionales que de alguna manera,
salvo algún que otro caso, no se ven afectadas por ese fenómeno. Está muy escindido.
Los que hacemos divulgación no estamos en la academia y los que están en la academia
de algún modo le temen a la divulgación, se inmunizan frente a ella. Hoy día hay
muchos programas de radio, columnas de filosofía en la prensa, la filosofía se
entremezcla con otros géneros… El trabajo que nosotros hacemos es ese. En ese sentido
hay una reivindicación de la filosofía. También hay filosofía en la política y en el mundo
de la empresa. Se va diseminando por lugares extraños.
El otro fenómeno importante que se dio en la Argentina fue la serie Merlí [se refiere a la
serie catalana, que en España se pudo ver primero en TV3, luego en La Sexta y
finalmente en Netflix, que compró los derechos para su emisión internacional]. Más que
ensalzar la filosofía, lo que hace Merlí es posibilitar otra lectura del rol de la escuela y
sobre todo del docente. Es una serie muy interesante que puso en evidencia otra forma
posible de vínculo en la relación entre el docente y el trabajo en el aula, un trabajo que
lo podemos dejar ya de lado en su formato tradicional y pensarlo como espacio de
transformación.
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«No hay una filosofía, hay filosofías muy diversas, en conflicto entre sí. Yo creo que el
campo de la filosofía es un campo de batalla donde distintas formas de hacer filosofía
crujen y pugnan»
«La filosofía angustia. La pregunta angustia. No nos hace felices, o por lo menos no nos
brinda el sosiego de la certeza. Nos obliga a replantearnos todo, incluso la misma idea que
tenemos de felicidad. La filosofía nos golpea de lleno con nuestras propias limitaciones.
Interrumpe el fluir de una cotidianeidad segura donde todo funciona, y pone por eso todo
entre paréntesis. Todo; en especial la noción de funcionamiento como supuesto último de
todas nuestras acciones. Al interrumpir, la filosofía hace que todo lo que venía
funcionando normalmente se detenga».
8/8