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Edición nº 40 octubre-diciembre 2019

INTERVENCIÓN
PSICOLÓGICA INMEDIATA
CON MUJERES VÍCTIMAS DE
VIOLENCIA DE GÉNERO
NATALIA LORENZO RUIZ
Psicóloga del Centro Asesor de la Mujer del Ayuntamiento
de Gijón
Miembro del Grupo de Intervención en Emergencias y
Catástrofes (GIPEC) del Colegio Oficial de Psicólogos del
Principado de Asturias

Curso válido para solicitar ser reconocido como miembro titular de


las Divisiones de Psicología clínica y de la salud, División de
Psicoterapía y División de Psicología de Intervención Social

ISSN 1989-3906
Contenido

DOCUMENTO BASE ........................................................................................... 3


Intervención psicológica inmediata con mujeres víctimas de violencia de género

FICHA 1 ........................................................................................................... 20
Instrumentos de evaluación

FICHA 2 ................................................................................................................................. 23
Medidas de autoprotección relativas al plan de seguridad personalizado
con cada víctima
Consejo General de la Psicología de España

Documento base.
Intervención psicológica inmediata con mujeres víctimas
de violencia de género

ÍNDICE
1. Violencia de género. Marco conceptual
2. Tipos de violencia
3. Mitos sobre la violencia de género
4. El ciclo de la violencia
5. Tipos de victimización
6. Reacciones emocionales de la mujeres víctimas de la violencia de género
7. Objetivos de la intervención inmediata
8. Habilidades fundamentales para la intervención inmediata con mujeres víctimas de violencia de género
9. Intervención en los primeros momentos
10. Efectos de trabajar con la violencia de género en los/as profesionales
Ficha 1. Instrumentos de evaluación.
Ficha 2. Medidas de autoprotección relativas al plan de seguridad personalizado con cada víctima.

1. VIOLENCIA DE GÉNERO. MARCO CONCEPTUAL


En el ámbito internacional cabe destacar la definición de violencia de género contenida en la Declaración sobre la
eliminación de la violencia contra la mujer, aprobada en 1993 por la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Según su Art. 1 es violencia contra la mujer “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que
tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las
amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública
como en la vida privada”.
Además, dentro de esta Declaración se consideran violencia de género, los siguientes actos (artículo 2):
a) “La violencia física, sexual y psicológica que se produzca en la familia, incluidos los malos tratos, el abuso sexual de
las niñas en el hogar, la violencia relacionada con la dote, la violación por el marido, la mutilación genital femenina
y otras prácticas tradicionales nocivas para la mujer, los actos de violencia perpetrados por otros miembros de la
familia y la violencia relacionada con la explotación;
b) La violencia física, sexual y psicológica perpetrada dentro de la comunidad en general, inclusive la violación, el
abuso sexual, el acoso y la intimidación sexuales en el trabajo, en instituciones educacionales y en otros lugares, la
trata de mujeres y la prostitución forzada;
c) La violencia física, sexual y psicológica perpetrada o tolerada por el Estado, dondequiera que ocurra”.
En la IV Conferencia Mundial de las Mujeres celebrada en Beijing (1995) se reconoce que la violencia contra las
mujeres es un obstáculo para la igualdad, el desarrollo y la paz de los pueblos ya que impide que las mujeres disfru-
ten de sus derechos y libertades fundamentales y es considerada como “una manifestación de las relaciones de poder
históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que ha conducido a la dominación masculina, a la discriminación
y a impedir el pleno desarrollo de la mujer”. Además, recoge que la violencia contra las mujeres se produce “en todas
las sociedades, en mayor o menor medida, las mujeres y las niñas están sujetas a malos tratos de índole física, sexual y
psicológica, sin distinción en cuanto a su nivel de ingresos, clase y cultura”.
Por otro lado, en la Plataforma de Acción de Beijing se amplía la definición de la “Declaración sobre la eliminación

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de la violencia contra la mujer” y abarca: “quebrantar los derechos humanos de las mujeres en situaciones de conflic-
to armado, inclusive la violación sistemática, la esclavitud sexual y el embarazo forzado; esterilización forzada, aborto
forzado; la utilización forzada o bajo coacción de anticonceptivos; selección prenatal en función del sexo e infantici-
dio femenino”. Reconoció, también, la particular vulnerabilidad de mujeres pertenecientes a minorías: “ancianas y
desplazadas; mujeres indígenas o miembros de comunidades de personas refugiadas y migrantes; mujeres que viven
en zonas rurales pobres o remotas o en instituciones correccionales”.
En el ámbito de la Unión europea, en 1999, la unidad de la Comisión Europea encargada de la igualdad de oportu-
nidades elaboró el glosario “100 palabras para la igualdad”. En él, se definía violencia de género, sexista o sexual
como “todo tipo de violencia ejercida mediante el recurso o las amenazas de recurrir a la fuerza física o al chantaje
emocional, incluyendo la violación, el maltrato a mujeres, el acoso sexual, el incesto y la pederastia”. Y, violencia
doméstica o violencia en la familia como “toda forma de violencia física, sexual o psicológica que pone en peligro la
seguridad o el bienestar de un miembro de la familia; recurso a la fuerza física o al chantaje emocional; amenazas de
recurso a la fuerza física, incluida la violencia sexual, en la familia o el hogar. En este concepto se incluyen el maltra-
to infantil, el incesto (…) y los abusos sexuales o de otro tipo contra cualquier persona que conviva bajo el mismo
techo”.
Vemos de forma muy clara que no es lo mismo violencia de género y violencia doméstica, la primera es la que se
ejerce sobre las mujeres y la segunda es aquella en que los miembros de la familia son los sujetos sobre los que se
ejerce.
En nuestro país, la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violen-
cia de Género introduce por primera vez la perspectiva de género como análisis del problema social e incorpora el
factor cultural como causa del fenómeno, dejando patente que la violencia de género que contempla y que pretende
combatir es una manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hom-
bres sobre las mujeres (hechos que alimentan la raíz misma de la violencia de género), ejercida sobre éstas por parte
de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares
de afectividad, aún sin convivencia.
La violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo
más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres
por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad,
respeto y capacidad de decisión.
La violencia de género es una manifestación más de la sociedad patriarcal y de las relaciones de poder entre mujeres
y hombres que sitúan a las mujeres en una situación de subordinación respecto de los hombres. Así, se considera que
el ámbito familiar es propicio al ejercicio de las relaciones de dominio (propias de la sociedad patriarcal), constitu-
yendo un espacio privilegiado para el desarrollo de los roles de género relacionados con el trabajo doméstico y “no
productivo” y, donde ha sido clara y contundente la prevalencia masculina. (Varela, 2016)

2. TIPOS DE VIOLENCIA
Ya hemos visto que la violencia contra las mujeres designa todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo
femenino que causa o es susceptible de causar a las mujeres un daño o sufrimiento físico, sexual o psíquico, e incluye
las amenazas de tales actos, la coacción y la privación arbitraria de la libertad, tanto en la vida pública como en la
privada (Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. ONU 1993). En nuestra legislación, ade-
más, la enmarcamos en el contexto de las relaciones de pareja.
Las formas en que esta violencia se ejerce de forma directa sobre la mujer son:
Maltrato físico: acciones de carácter intencional que conllevan daño y/o riesgo para la integridad física de la vícti-
ma. Comprende el uso deliberado de la fuerza, golpes, empujones, palizas, heridas, etc., así como las amenazas de
provocarle daño.
Maltrato psicológico: acciones intencionadas que conllevan un daño y/o riesgo para la integridad psíquica y emo-
cional de la víctima, así como contra su dignidad como persona.
Se manifiesta de múltiples formas: insultos, humillaciones, vejaciones, amenazas, etc., que son expresadas abierta o
sutilmente. Este tipo de violencia no deja huella física en el cuerpo, pero sí produce un deterioro en diversos aspectos
de la vida de quien la sufre.

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El maltrato social y el ambiental son formas de maltrato psicológico, entendido, el primero, como el control sobre la
vida social de la víctima, la reclusión o prohibición de relacionarse y el abuso y humillaciones en público y, el segun-
do, como el deterioro del entorno de la víctima, en forma de suciedad, rotura de objetos personales, etc.
Maltrato económico: actos u omisiones destinadas a controlar el aspecto económico de la vida de la víctima, res-
tringir o prohibir decisiones sobre patrimonio o dinero, controlar sus bienes, impedir el acceso a la información o el
manejo del dinero o de otros bienes económicos.
Maltrato o violencia sexual: acciones que obligan a una persona a mantener intimidad sexual forzada (por intimida-
ción, coacción –chantaje o amenaza- u otro mecanismo que anule o limite la voluntad personal).
Siempre que hay maltrato físico, económico, sexual y/o social, hay también un maltrato psicológico.

3. MITOS SOBRE LA VIOLENCIA DE GÉNERO


De cara a la problemática general que conlleva el fenómeno de la violencia de género, resulta imprescindible abor-
dar los llamados “mitos”. El propio contexto ha creado una serie de mitos que justifican al agresor, minimizan la agre-
sión y responsabilizan a la mujer. Las normas culturales y las expectativas sobre las conductas de las mujeres y de los
hombres conducen a estos mitos que perpetúan la violencia y dificultan la correcta asistencia a las víctimas (Lorente,
2001). Los mitos tratan de defender dos argumentos básicos: el primero, que lo que está sucediendo no es tan grave; y
el segundo, que la mujer que continúa en la relación lo hace o porque le gusta, o porque como afirma el primer
supuesto, no es tan grave.
Por esta razón se deben superar desde la intervención profesional estas concepciones generales en forma de mitos
sobre las situaciones de maltrato, para poder actuar así de manera eficaz.
Haciendo una revisión entre diferentes autores y profesionales relacionados con el trabajo en el campo de la violen-
cia doméstica de género, podemos señalar los siguientes mitos:
4 “El maltrato a las mujeres es algo raro y aislado”
Hay un mínimo de 2.000.000 de mujeres maltratadas en España. Cada pocos segundos una mujer es maltratada;
hay más casos de mujeres maltratadas que accidentes de coche.
4 “A las mujeres les gusta el abuso; si no se marcharían”
La relación de violencia establecida entre víctima y agresor es una relación de tortura; la mujer se encuentra some-
tida e inhibida para reaccionar. Son muchos los motivos por los que las personas que padecen violencia en el
ámbito familiar no deciden poner fin a la situación que vienen padeciendo: miedo, temor, vergüenza, dependencia
económica, dependencia afectiva, los hijos, falta de seguridad, etc. Las mujeres no se quedan en esa situación por-
que les guste la violencia, sino porque se encuentran en una situación difícil y extrema. A todo ello hay que añadir
la pérdida de autoestima por parte de la víctima que le impide actuar, así como la esperanza de que el agresor cam-
biará y que será la última vez que pase.
4 “A las mujeres les gusta que les peguen”
Las mujeres que se quedan dentro de la situación de maltrato, lo hacen porque no encuentran los recursos necesa-
rios para salir de la situación, no por cuestiones de gustos sadomasoquistas en la relación de pareja.
4 “La mujer es quien se lo busca”
Siempre se ha tendido a pensar que cada uno tiene lo que se merece; o que hay mujeres que tienden a buscar
“hombres maltratadores”. La conducta violenta no necesita causas para desencadenarse, no hay provocación que
justifique la violencia. Este es un mito muy arraigado, que tiende a culpar a la víctima y exculpar al agresor.
4 “Si la mujer hiciera lo que quiere el maltratador, la agresión no se daría”
Aunque algunas mujeres acceden a las demandas de sus parejas, pronto entienden que esto no consigue evitar le
maltrato, antes bien, muchas mujeres informan que la razón para agredirlas puede cambiar constantemente y no se
circunscribe al incumplimiento del mandato del agresor sino al capricho del mismo. Esta falta de escapatoria deja a
la mujer en una situación de indefensión aprendida, que significa que haga lo que haga va a ser víctima de malos
tratos, ya que no depende de ella sino de la motivación y necesidades de autoafirmación del agresor (sentir que
tiene el control y el poder sobre la mujer). La conducta violenta por parte del agresor es imprevisible.
4 “El maltrato a mujeres ocurre principalmente en familias de bajos ingresos y etnias”
Los datos que más se conocen sobre el fenómeno de la violencia de género, son los correspondientes a estos colec-
tivos, ya que son los casos en los que por no tener recursos, mayormente acuden a los servicios sociales. La violen-

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cia de género se puede producir en cualquier pareja, independientemente de su nivel económico, cultural o social.
Cualquier mujer puede ser víctima de la violencia de género, sea cual sea su profesión edad, raza, ideología, esta-
tus social, cultural, etc.
4 “No hay manera de romper con las relaciones abusivas”
Las mujeres que se encuentran en una situación de violencia de género suelen compartir esta forma de pensar.
Resulta de gran importancia tenerlo en cuenta para identificarlo y poder así hacer ver otra realidad.
4 “El maltrato físico es más grave que el maltrato psicológico”
Normalmente, se suele otorgar mayor importancia al maltrato físico que al psicológico, por lo que no prestamos
atención a aquellas mujeres que afirman ser víctimas de maltrato si no tienen una huella física que lo corrobore. No
debemos olvidar también que las consecuencias a largo plazo del maltrato psicológico pueden llegar a ser más gra-
ves que las del maltrato físico (obviando, claro está, la situación extrema que pueda conllevar el maltrato físico,
como es la muerte de la mujer). El maltrato emocional puede llegar a aniquilar a una mujer sin ponerle una mano
encima.
4 “Hombres adictos a las drogas como el alcohol, parados, con estrés en el trabajo… son violentos como efecto de su
situación personal”.
El alcohol y algunas sustancias no cambian a nadie en esencia, sino que agudizan y desinhiben aspectos que la per-
sona ya posee. En cuanto a esta justificación hay que tener en cuenta que curiosamente, estando bajo los mismos
efectos del alcohol y otras sustancias, los maltratadores no agreden a nadie más que a su mujer, y en muchas oca-
siones ni siquiera se muestran violentos o agresivos con el resto de personas.
4 “La violencia dentro de casa es un asunto de la familia y no debe salir fuera”.
Este pensamiento ha estado presente es nuestra sociedad durante muchos años. Hay que romper con esta forma de
pensar, y cuando nos percatemos de una situación de este tipo a nuestro alrededor, debemos denunciarlo.
4 “Cuando una mujer dice NO quiere decir SI”.
Este es un viejo mito que todavía parte de la sociedad no ha superado, y gran cantidad de hombres piensan que sea
cual sea la respuesta verbal de la mujer, en el fondo siempre quieren hacer lo que ellos desean y encuentran una
justificación para ello en su conducta no verbal.
4 “En el caso de tener hijos es mejor aguantar”.
Esta forma de pensar suelen compartir tanto las mujeres que se encuentran en una situación de maltrato como el
resto de la sociedad.
4 “Los hombres son de naturaleza violenta”.
A lo largo de los años se ha identificado siempre la figura del hombre como físicamente más fuerte, violento e
impulsivo que la mujer; en muchas ocasiones se apela a esta visión para justificar algunas situaciones de maltrato.
4 “El hombre maltrata porque es un enfermo o un loco”.
Resulta difícil comprender que una persona “normal” pueda llegar a tener ese tipo de conductas aberrantes hacia
una persona, por lo que algunas veces, tendemos a pensar que si llegan a actuar de una forma que nos resulta
incomprensible, es porque tienen que estar enfermos o locos.
4 “Maltratan porque pierden el control”.
En relación con el mito anterior, en ocasiones, la justificación que se da a las conductas de maltrato, es que haya
podido ocurrir algo que “ha sacado de sus casillas” al hombre, por lo que ha perdido el control en ese momento.
Esta justificación no resulta adecuada, ya que independientemente del momento y de la situación, el hombre siem-
pre encuentra una excusa para agredir a la mujer y ejercer así su poder sobre ella.
4 “Los hombres maltratadores lo hacen a consecuencia de haber sufrido malos tratos en su infancia”.
Puede ocurrir que en algunos casos el maltratador haya vivido una situación de malos tratos en la infancia, pero el
haber sufrido esta situación, no resulta un gran predictor del futuro maltratador, ya que muchos hombres que han
vivido situaciones de maltrato en la infancia, llegan a convertirse en personas que activamente luchan contra este
maltrato.

4. EL CICLO DE LA VIOLENCIA
Para comprender un poco más este fenómeno de la violencia de género, y poder realizar así una mejor asistencia a
estas víctimas, es importante saber cómo se ha ido produciendo esa situación y en qué punto en particular se encuen-
tra la persona a la que se debe atender. Es muy frecuente que el maltrato a la mujer atraviese tres fases diferenciadas,

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que han sido muy descritas habiéndose formulado por la psicóloga estadounidense L. Walter, que estableció un
modelo de conducta que distingue las diversas etapas en el ciclo de la violencia contra la mujer:
4 Fase de acumulación de tensión
4 Fase de explosión violenta
4 Fase de “Luna de Miel”
*Estos ciclos se van repitiendo hasta que desaparece la fase de “Luna de Miel”.

4.1. Fase de acumulación de la tensión


La agresión a la mujer no comienza con el primer golpe, sino que previamente ha habido un periodo en el que han
abundado las desconsideraciones, menosprecios, rechazos, y otra serie de conductas y actitudes que han ido debili-
tando y mermando la autoestima de la mujer. Aparece un abuso verbal continuado, con agresiones de carácter leve y
asiladas, pero en progresión.
Al principio de esta situación, la mujer no se reconoce como víctima. La relación comienza a volverse más tensa y
distante de forma progresiva. Predomina el silencio, y la agresividad del maltratador se muestra más o menos encu-
bierta y aislada al principio; poco a poco esta agresividad resulta más manifiesta, intensa y frecuente. Cada vez la
autoestima de la mujer está más disminuida, y se siente incapaz de enfrentarse al hombre, e incluso llega a creer que
se merece todos los reproches y rechazos, porque ella no vale nada. El maltratador ha conseguido reducir y anular las
capacidades defensivas y críticas de la mujer. En este punto, si no existe reacción por parte de la mujer, los actos se
transforman en conductas más perversas. La forma en que se producen estas agresiones es un elemento fundamental
en la aparición del deterioro psicológico de la mujer, que le lleva a la sumisión y a una incapacidad para reaccionar y
responder a esa situación. La mujer va adoptando una serie de medidas para manejar dicho ambiente, adquiriendo
mecanismos de defensa psicológicos.

4.2. Fase de explosión violenta


Cuando la tensión llega a su punto máximo, se desata la segunda parte del ciclo de violencia en el cual el hombre
explota y utiliza la violencia física, emocional o sexual. Su meta es “dar una lección a su pareja”. Se caracteriza por
una descarga incontrolada de las tensiones que se han acumulado durante la primera fase.
La falta de control y la mayor intensidad de la violencia y de las lesiones diferencian a esta fase de los pequeños
incidentes agresivos ocurridos anteriormente. Esta fase del ciclo es más breve que las otras fases.
Las consecuencias más importantes se producen en este momento, tanto en el plano físico como el psíquico, donde
continúan instaurándose una serie de alteraciones psicológicas por la situación vivida.
La mayoría de las mujeres no busca ayuda inmediatamente después del ataque, a menos que haya sufrido importan-
tes lesiones que requieran asistencia médica inmediata, aunque, una vez ocurrido el acontecimiento violento, es
cuando hay mayor probabilidad de que la mujer denuncie los hechos ocurridos.

4.3. Fase de “Luna de Miel” o arrepentimiento


Una vez ocurrido el episodio violento, el agresor manipula la afectividad de la mujer pidiendo perdón, prometiendo
que va a cambiar y mostrándose muy complaciente. Muestra una amabilidad manifiesta hacia la mujer, tanto de pala-
bra, como de conducta, tratando de justificar la agresión de diferentes formas: que había bebido, que está pasando un
mal momento, que tiene problemas en el trabajo… o lo que es más habitual, descargando la responsabilidad sobre la
mujer, defendiendo el argumento de que no ha sido él quien le ha golpeado, sino que han sido la circunstancias; y
que realmente no ha golpeado a la mujer, sino a su conducta. A todo esto se une el arrepentimiento y las promesas de
que no volverá a ocurrir.
La mujer asocia esta fase de arrepentimiento con la anterior de castigo y une el amor (o dependencia emocional)
que siente por su compañero con la esperanza de que va a cambiar.
Esta fase integra un momento de confusión para la mujer maltratada porque en este periodo experimenta los aspec-
tos positivos de la relación de pareja.
La mujer acaba creyendo los argumentos del hombre y cree que realmente a partir de ese momento todo será dife-
rente; por lo que en muchas ocasiones, suelen retirar la denuncia que habían interpuesto o acogerse al derecho a no
declarar en el juicio.

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Esta fase termina con la negación: el hombre minimiza las agresiones y pasa a culpar a la mujer de exagerar y de
provocarle. Se trata del paso previo a un nuevo ciclo de agresión.

Una vez que la mujer está ya inmersa en este ciclo de violencia y las agresiones tanto verbales como físicas son más
frecuentes y violentas, la confianza en su capacidad para poder resolver y enfrentar la situación es menor y dispone
de menos recursos psicológicos. Por todo, cuanto mayor sea el tiempo en que la víctima haya estado inmersa en este
ciclo de violencia continuada, mayor será la dificultad para salir de la situación, y mayor esfuerzo el que requerirá
para ello.
Teniendo en cuenta que el maltratador arremete sin motivo aparente, la mujer no va a ser capaz de predecir las con-
secuencias de su conducta, no podrá predecir si sus conductas producirán violencia o no en cada situación. Como
consecuencia final, la mujer va a sentirse en constante peligro, con una gran ansiedad, y con el temor y la angustia de
ser agredida en cualquier momento. La mujer acaba por asumir que no puede hacer nada por salir de esa situación y
por ello simplemente se convierte en triste protagonista observadora de lo que está ocurriendo (Navarro, 2007)

4.4. Escalada de violencia


La escalada de la violencia se define como un proceso paulatino y ascendente de etapas en las que la intensidad y la
frecuencia de las agresiones se va incrementando a medida que pasa el tiempo. Comienza con conductas de abuso
psicológico bajo la apariencia y expresión, por parte del agresor, de actitudes de cuidado y protección, difíciles de
percibir por su apariencia amorosa, pero que van reduciendo la seguridad y la confianza de la mujer en sí misma y su
capacidad de reacción.
Se trata de conductas restrictivas y controladoras, que van minando su autonomía, a la vez que la sitúan en condi-
ciones de dependencia y aislamiento. Un ejemplo son los celos, la vigilancia, la censura sobre la ropa, amistades o
actividades, el control de los horarios, las salidas fuera de la casa, etc. Habitualmente estas conductas, que suelen ser
la antesala del maltrato físico, no se perciben por parte de las mujeres como agresivas, sino como manifestaciones del
carácter de la pareja o de rasgos masculinos por excelencia (rol dominante y protector a un tiempo), que se han inte-
riorizado como normales a través de los procesos de socialización en la familia, la escuela o la calle, por lo que su
importancia suele ser minimizada y son admitidas tácitamente, lo que genera a las mujeres situaciones de indefensión
aprendida y vulnerabilidad.
El aumento progresivo de la violencia, hasta llegar a las agresiones físicas e incluso a la muerte, puede extenderse a
lo largo de un prolongado periodo de tiempo, durante el cual se incrementa la pérdida de referencias, autoestima,

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seguridad personal, de manera que es difícil para la mujer víctima percibir y entender el significado y la trascendencia
del proceso en el que está inmersa, así como el riesgo que corre.
El aumento progresivo de la violencia comienza desde la etapa de “noviazgo”, en que las muestras “amorosas” están
vinculadas casi siempre a una imagen de agrado y control por parte del agresor, que confunde a la propia mujer y a la
familia de ésta, que llega a comentar con frecuencia “que chico tan amable: la trae a casa, no quiere que salga solo,
le preocupan sus amistades y además la colma de regalos”. Estos regalos, con frecuencia ni siquiera responden a los
gustos de ellas, sino a lo que el agresor determina, en su tarea de controlarlo todo, también el gusto y los deseos de la
mujer.
Las agresiones se van repitiendo de forma cíclica; las lesiones son cada vez más graves y desencadenadas por moti-
vos más insignificantes. La relación desigual entre el hombre y la mujer se va acentuando por medio de la violencia;
el, agresor se crece ante la percepción que le da la agresión sobre su autoridad, poder e impunidad, mientras que la
mujer se va hundiendo física y psicológicamente.
Es importante tener en cuenta a la hora de atender a una mujer que es víctima de violencia de género, que o bien no
es consciente de ello, o no lo es del grado del riesgo, cual es la relación con su familia. Esta realidad familiar se puede
concretar en las formas siguientes:
4 Bien desconoce del todo lo que ocurre, al no ser conscientes del proceso de aislamiento a que ha sido sometida la
mujer.
4 Bien conociendo lo que ocurre, no lo valoran en su gravedad y peligro, llegando a recomendar en muchas ocasio-
nes que continúe con el agresor, que es “el que le ha tocado en suerte”
4 No quieren saber nada de lo que le ocurre a la mujer, por miedo al agresor. Suele darse en padres muy mayores.
Es importante analizar lo anterior para averiguar, por un lado, los recursos de apoyo que tiene la víctima y, a su vez,
cómo le afecta a ésta esa realidad familiar.

5. TIPOS DE VICTIMIZACIÓN
La victimización es el proceso por el que una persona se convierte en víctima. De forma general, se puede hablar de
tres tipos de victimización diferente:
La victimización primaria se refiere a las consecuencias psicológicas que sufre una persona como consecuencia de
un delito. Hay una violación de derechos y la persona adquiere el rol de víctima. Los efectos psicológicos siempre son
negativos y entre ellos cabe destacar la indefensión, la rabia y el miedo. Si el efecto es muy traumático, la víctima con
alta probabilidad desarrollará un trastorno de estrés postraumático (Garrido, 2011). Sería la experimentada por la víc-
tima de forma individual y directa a causa de las acciones del agresor, que provocan unas consecuencias físicas, psí-
quicas, económicas, sociales, etc.
La victimización secundaria ó revictimización constituye el conjunto de costes personales que tiene para la víctima
de un hecho delictivo su intervención en el proceso penal en el que éste es objeto de enjuiciamiento. El concepto
comprende los efectos traumatizantes derivados de los interrogatorios policiales o judiciales, la exploración médico-
forense o el contacto con el ofensor en el juicio oral. En un sentido más extenso cabe también considerar los efectos

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del tratamiento informativo del suceso por parte de los medios de comunicación (Tamarit, 2006). Son los daños que
produce en la víctima la posterior intervención del sistema social y judicial. La víctima puede sufrir un impacto psico-
lógico severo porque la vivencia del hecho criminal se actualiza, se revive y perpetúa en la mente de la víctima. En
otras ocasiones, la sociedad, lejos de responder a favor de la víctima la marca o estigmatiza o responde con vacía
compasión o incluso con recelo.
La victimización primaria deriva directamente del hecho traumático; la secundaria, de la relación posterior estable-
cida entre la víctima y el sistema jurídico-penal (policía o sistema judicial) o un sistema de ayudas (indemnización
económica, asistencia psicológica, apoyo psicoeducativo a los hijos e hijas, etc.) defectuoso. Es decir, el maltrato ins-
titucional puede contribuir a agravar el daño psicológico de la víctima o a cronificar las secuelas.
La victimización secundaria supone que las víctimas tienen una nueva experiencia de agresión que puede llegar a
ser incluso más cruel que la victimización primaria cuando las instituciones que deberían protegerla no la compren-
den, no la escuchan, le hacen perder el tiempo, el dinero e incluso pueden sentirse acusadas en vez de víctimas (la ya
clásica acusación de provocación en las mujeres en un caso de violación o acoso sexual, por ejemplo).
La revictimización institucional es especialmente nociva porque provoca un daño emocional suplementario a perso-
nas con la autoestima lesionada por la agresión que ya han sufrido y porque el daño lo causan precisamente los pode-
res públicos diseñados para amparar a las víctimas, lo que supone un doble sentimiento de desprotección.
La revictimización también incluye la mala intervención psicológica terapéutica o médica que brindan profesionales
inescrupulosos y mal entrenados para atender situaciones que revisten características particulares. (Rozanski, 2003)
La victimización secundaria puede combatirse a través acciones como: facilitar la información a la víctima, adecuar
los lugares donde se realizarán las intervenciones, diseñar entrevistas apropiadas para las víctimas y para los testigos.
La victimización terciaria hace referencia al proceso por el que la sociedad ve a la víctima (Esbec, 2000); se produ-
ce un proceso de “etiquetación” a una persona con el rol de víctima. Y esto puede traer profundas consecuencias en
el comportamiento posterior.
Sólo con un mayor conocimiento y mejor comprensión del fenómeno de la victimología, conseguiremos mejorar
nuestra labor profesional y acercarnos a lo que sería un trato íntegro y honorable.

6. REACCIONES EMOCIONALES DE LAS MUJERES VÍCTIMAS DE VIOLENCIA DE GÉNERO (Sebastián y Sánchez, 2008)
Las mujeres víctimas de violencia de género pueden tener diferentes reacciones emocionales y comportarse de
manera muy distinta en estos primeros momentos, pero en todos los casos hay una importante afectación emocional
aunque, dependiendo de cada mujer, ésta puede mostrarse de una forma más o menos visible al exterior.
Si bien podemos encontrarnos con una mujer en un estado de shock, que se caracteriza por bloqueo, desorganiza-
ción y confusión, cada persona es diferente, al igual que cada agresión y las implicaciones y consecuencias que trae
consigo, por lo que las reacciones pueden variar unas de otras. Algunas mujeres reaccionarán de forma más expresiva
mientras que otras, por el contrario, podrían hacerlo de forma más “silenciosa”.
Tenemos que tener en cuenta también que gran parte de las mujeres llevan soportando esta situación durante mucho
tiempo, con las importantes consecuencias psicológicas que ello conlleva. En general, podemos decir que es frecuen-
te que aparezcan algunas de las siguientes reacciones:
4 Miedo y angustia ante la situación: Son reacciones muy comunes ya que la víctima acaba de pasar por una expe-
riencia de agresión por parte de su pareja, en la que puede haber sentido que su vida estaba en peligro. Esta situa-
ción provoca una respuesta emocional de pánico muy intensa que puede llegar a bloquearla. Unido a esto puede
sentir angustia por no saber qué hacer después, cómo salir adelante sola, qué determinación tomar, preocupación
por los hijos, etc. Las reacciones de nerviosismo generalizado, llanto y/o temblores pueden ser las consecuencias
del miedo y la angustia. En una situación de intervención en crisis debemos tener también en cuenta que alguno de
sus hijos/as han podido presenciar o haber sido víctimas de maltrato, de modo que la mujer puede estar muy preo-
cupada por esta cuestión.
4 Dependencia emocional: Si la situación de violencia se ha venido prolongando en el tiempo, como es lo habitual,
los recursos psicológicos de la mujer se encuentran mermados casi con total seguridad, de modo que, en estos
casos, nos encontramos con una mujer con una gran dependencia emocional e inseguridad. Poco a poco, el agre-
sor le ha ido reduciendo sus círculos de relación social y limitando sus actividades sociales. Este aislamiento social
genera dependencia y produce que, incluso cuando la mujer decide acabar con la situación de maltrato, se sienta
insegura e incapaz de salir adelante ella sola, sin iniciativa e incapaz de tomar decisiones. Además, es muy posible
que aparezca falta de asertividad e incapacidad para exigir sus derechos.

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4 Aturdimiento y embotamiento afectivo: Así como confusión, desorientación, mareos y pérdida de memoria. Gene-
ralmente aparece en mujeres que aún están en estado de shock.
4 Baja autoestima y autoconcepto: En una situación de violencia prolongada, la mujer ha podido experimentar dudas
sobre sí misma, su valía, sus valores y su autoconcepto de forma constante. Esto supone un fuerte golpe para su
autoestima que genera un deterioro tremendo de su imagen como persona. Puede considerar que ha fracasado en
su rol femenino de mantenimiento de la familia, culparse y avergonzarse por lo ocurrido. A esto se unen sentimien-
tos de angustia e infravaloración así como de humillación y sumisión ya que el agresor la ha tenido menospreciada,
haciéndola sentir que no valía para nada. Por tanto, podemos encontrarnos a mujeres con un estado de ánimo muy
deprimido con sentimientos de desesperanza y vacío. Esta pérdida de esperanza puede llevar a un alto porcentaje a
considerar el suicidio.
4 Irritabilidad y desconfianza: Pueden aparecer reacciones de este tipo cuando estemos interviniendo con ellas. No
tenemos que considerar que estas reacciones van dirigidas hacia nosotros/as a nivel personal, sino que son conse-
cuencias lógicas de la situación que ha estado viviendo la víctima. Además, como ya se ha dicho anteriormente, en
numerosas ocasiones vamos a encontrarnos con mujeres que han estado aisladas socialmente y este hecho puede
contribuir a la desconfianza en los/as profesionales, que en realidad somos personas desconocidas para ellas.
4 Posición corporal de defensa, retraimiento e hipervigilancia: La mujer puede estar padeciendo un fuerte nivel de
estrés mantenido en el tiempo y vivir en estado de alerta, como consecuencia de soportar una situación en la que
se producen agresiones en muchos casos de forma repentina o que resulta impredecible saber cuándo o por qué se
van a producir.
4 Problemas para contar lo que ha ocurrido: Cuando la situación vivida ha provocado una respuesta emocional muy
intensa puede llegar a desestructurarla; de ahí que las respuestas verbales sean lentas, confusas y descoordinadas.
Además, puede aparecer un lenguaje no verbal incoherente con lo que se está contando (por ejemplo, la mujer
puede sonreír en algún momento mientras está contando lo sucedido). Podemos encontrarnos desde una incapaci-
dad para decir una sola palabra, a un lenguaje acelerado o tartamudeo, si el grado de estrés emocional es muy ele-
vado.
4 Intentos de justificar lo sucedido: Suelen hacerlo mediante minimización o autoinculpación de lo que ha ocurrido
e intentos de justificar al agresor. La minimización constituye un mecanismo de defensa por el que la mujer intenta
quitar importancia a lo ocurrido y puede generarle momentáneamente una sensación de alivio y evitar tener que
reconocer el maltrato. Los intentos de disculpar al agresor también pueden ser frecuentes, así como las verbaliza-
ciones de su sentimiento de culpabilidad. Además de la minimización, la disociación es otro mecanismo de defen-
sa. Se trata de separar la experiencia psicológica de la física cuando la agresión tiene lugar. Podemos considerar
que sería como “no estar presente” a nivel psicológico mientras se produce el maltrato. Este mecanismo, a largo
plazo, puede generar desintegración en la mujer, así como dificultades para integrar las experiencias con las emo-
ciones.
4 Vergüenza y miedo a que el/la profesional no la crea o la juzgue.
Por otro lado, la mujer víctima de violencia de género va a tener una serie de necesidades psicológicas (Garrido,
2011) que, como profesionales, debemos atender:
4 Necesidad de ser escuchada, entendida, aceptada.
4 Absoluta necesidad de “normalizar” la situación, especialmente en lo referente a los hijos/as.
4 Necesidad de apoyo y relaciones sociales.
4 Necesidad de un trato adecuado.
4 Seguridad
4 Sensación de ayuda en el proceso.
4 Soluciones de trámite, alojamiento, información.
4 Necesidad de saber qué va a ocurrir después.

7. OBJETIVOS DE LA INTERVENCIÓN INMEDIATA


Cuando una mujer víctima de violencia de género pasa por el trámite de denunciar su situación y acude a un recur-
so de atención a víctimas, necesita contar con apoyo psicológico para afrontar eficazmente esta fase, en la que se
deben tomar decisiones importantes, hacer cambios fundamentales en su vida, recuperarse de las secuelas psicológi-
cas que se derivan del maltrato e introducirse en una dinámica legal que desconoce. (Labrador y cols., 2004)

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Cuando una mujer llega pidiendo ayuda en unas condiciones que requieren una intervención inmediata, se la ha de
atender de forma urgente con el objetivo de que consiga superar su estado actual y logre una mínima organización y
control personal, así como para tratar de identificar su situación de riesgo e intentar mediar para garantizar su seguridad.
De modo más concreto, se pueden identificar los siguientes objetivos específicos a conseguir:
4 Acoger a la mujer, creando un ambiente de seguridad y confianza.
4 Facilitar la expresión emocional y de sus opiniones.
4 Ayudarle a entender su problemática (definición de su situación de violencia e implicaciones)
4 Valorar el riesgo potencial de peligrosidad en el que vive ella y el resto de los familiares.
4 Abordar las habilidades de afrontamiento más urgentes, informar de las posibilidades de acción y facilitar la toma
de decisiones.
4 Incrementar su protección, elaborando un plan de seguridad individualizado, que incluya:
4 Cómo actuar durante una agresión
4 Cómo organizar un plan de huida
4 Qué hacer después de una agresión

8. HABILIDADES FUNDAMENTALES PARA LA INTERVENCIÓN INMEDIATA CON MUJERES VÍCTIMAS DE


VIOLENCIA DE GÉNERO
El encuentro terapéutico que se establece con las mujeres víctimas de violencia de género obliga a plantear la fun-
ción del profesional como una figura de referencia, apoyo, contención y, en definitiva, yo auxiliar, como elemento
mitigador de la respuesta al trauma y de ayuda al restablecimiento del equilibrio emocional. La labor del profesional
ha de ser de apoyo, paralela a una actitud leal.
Dentro del marco de la relación de ayuda, hay que buscar lo que consideramos mejor para la víctima, pero sin olvi-
dar lo que ella misma considera mejor. Somos compañeros/as de andadura en la difícil etapa en que se encuentra ins-
talada.
El desgarro interior, la desestructuración que presentan las víctimas, hace necesaria una cobertura externa que prote-
ja a la persona mientras lleva a cabo la labor de sanación de su herida personal. De estos factores deriva la necesidad
de aportar elementos de seguridad y, si es posible, confianza. Los objetivos compartidos y la solidaridad del profesio-
nal aportan sensaciones balsámicas que permiten a la víctima aproximarse a una cierta tranquilidad desde la que
recuperar su trayectoria y su orientación vital.
De la función del profesional se desprende que en esta relación la víctima siempre ha de desempeñar un rol activo
que permita reconstruir la sensación de poder y decisión, tanto sobre su mundo interno como el externo, y retomar el
control sobre su capacidad de recuperación; es decir, que perciba cómo puede tomar decisiones y dirigir de nuevo su
vida. El impacto de la violencia de género supone una ruptura de la trayectoria vital y de determinados esquemas de
funcionamiento que permiten enfrentarse al mundo. Pero las víctimas, al ser personas normales, disponen de estrate-
gias de afrontamiento y recursos que han ido adquiriendo en base a su experiencia y que les ha permitido manejarse
de un modo adaptado. Pretendemos movilizar los recursos que ya poseen para su autoayuda, para que recuperen el
control sobre ellas mismas. Se propone que las víctimas recuperen su trayectoria, desde una adaptación previa a su
nueva situación.
La eficacia psicoterapéutica se basa en el establecimiento del rapport adecuado que ha de ir estructurándose de
modo paulatino, procurando la aceptación de la relación de ayuda, observando las reacciones de la mujer con la que
estamos interviniendo. Para conseguirlo, se ha de poseer una identificación clara de los objetivos. Sólo desde la acep-
tación mutua seremos capaces de llevar a cabo el intento de reconstruir el psiquismo dañado de la mujer o, como
poco, desbordado.
La comunicación es un elemento básico en las tareas de ayuda, por lo que hay que ser especialmente cuidadosos
con las víctimas, respetando sus necesidades y modos de elaboración, ya que, si la mujer vive la relación como una
intromisión, rechazará la ayuda que se le ofrece. Para facilitar el necesario diálogo hay que aprovechar la necesidad
de hablar, que suele ser un elemento común en las mujeres afectadas.
La víctima se encuentra en una situación de crisis personal y necesita expresar su desconcierto, en un intento de reu-
bicarse y encontrar respuestas, mientras trata de recuperar su mundo y sus vivencias. Persigue recuperar quién es, con
el deseo de retornar a su propia identificación. Necesita que las personas que ellas invisten de autoridad les informen
de las sensaciones nuevas y desconocidas que están percibiendo como espectadoras de sí mismas.

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De ahí la importancia de transmitir, desde el primer momento, la idea de normalidad y nuestra confianza en que la
persona va a recuperar la suya, para poder desarrollarse de modo autónomo.
Debemos pretender establecer la relación de ayuda considerando los siguientes factores (Pérez, 2006):

Receptividad
La comunicación plena se establece cuando ponemos de manifiesto nuestra disposición y atención hacia la persona
con quien nos pretendemos comunicar. Sólo de este modo podremos generar una sintonía adecuada. Contactar es
una habilidad necesaria en cualquier tipo de relación de ayuda. La víctima debe sentirse apoyada para que acepte
nuestra ayuda por lo que se ha de llevar a cabo con comprensión y cuidado, sin resultar invasivos. Se deben emitir
mensajes claros y potenciar la misma actitud en la víctima. Esto se consigue escuchando, devolviéndole algunos men-
sajes que manifiesta y considera relevantes. Las personas perciben el interés por ellas cuando existe una sintonía entre
lo que expresamos y los elementos no verbales, junto con la actitud general.
Debemos cuidar el tipo y nivel de lenguaje que utilizamos, de tal manera que los mensajes sean claramente com-
prensibles. Siempre supone una sensación cómoda y gratificante para la víctima el captar que se la acepta como es,
mas allá de actitudes oficialistas o formalismos, que suelen ser fríos o estereotipados. Las víctimas de sucesos violen-
tos suelen rechazar a personas que mantienen actitudes frías y distantes.
En esta primera intervención hay que tener muy claros los objetivos que consisten en aliviar, propiciar la ventilación
y tratar de estabilizar a la persona afectada desde la sensación de control de los síntomas.

Escuchar
La necesidad de escuchar y ser escuchadas es tan obvia que la olvidamos con frecuencia. Experimentamos sensacio-
nes agradables cuando se nos presta atención, mucho más si alguien intenta comprendernos. El persistente deseo de
ser comprendida adquiere una mayor dimensión cuando una persona se encuentra en crisis. Por otra parte, no pode-
mos conocer si no escuchamos, y es necesario saber cuál es la posición desde la que la persona a la que pretendemos
ayudar contempla el mundo y todo cuanto le ocurre.
Al estudiar el factor de comunicación, se ha observado la motivación que supone para la víctima el sentirse escu-
chada. Es interesante hacer hincapié en lo determinante que es este factor, también como incentivo, para el profesio-
nal, desde el momento en que otorga una sensación de estar cumpliendo la tarea con eficacia. Un trabajo que va
cumpliendo sus objetivos genera bienestar y nos distancia de cualquier desmotivación (clave para entender el síndro-
me de desgaste profesional), especialmente en personas que trabajan con víctimas. A la tarea asistencial, y más si se
lleva a cabo con personas que sufren, no le faltan momentos de tensión y de dramatismo, por lo que parece indispen-
sable encontrar en ella aspectos gratificantes que faciliten un reforzamiento desde una práctica eficiente que aporte
resultados.
Se ha de dominar el flujo de comunicación para poder navegar en él y que no suponga un ámbito de inseguridad
permanente. Debe ser una escucha activa, comprensiva, elaborando información, devolviendo en espejo los plantea-
mientos. Cuando se consigue una comunicación adecuada, se puede establecer una relación auténtica. Con ello ofre-
cemos a la víctima nuestra actitud de apoyo eficaz, ya que es uno de los componentes elementales del soporte
afectivo/efectivo.
Este factor, que se pone en marcha desde el primer encuentro, es fundamental, ya que puede generar una sensación
agradable en quienes participan en la relación y facilitar la aceptación mutua. Por otra parte, si el primer contacto es
productivo, será un estímulo para la comunicación futura.

Respeto
Es necesario considerar los esquemas y creencias propios de la mujer víctima de violencia de género, por alejados
que resulten de los nuestros. No podemos reaccionar ante sus planteamientos en términos personales, es decir, en
función de nosotros/as mismos/as. Nuestra función no consiste en buscar un trasunto nuestro, sino que debemos
conocer y aceptar modos diferentes de elaboración cognitiva.
Hay que desarrollar un estilo de aceptación de los planteamientos de la víctima, sin cuestionar aspectos que pudié-
ramos considerar incoherentes o absurdos. No se trata de tener razón, sino de ayudar a la mujer; o, dicho de otro
modo, de no imponer nuestras conclusiones, sino ayudar a que ésta pueda desarrollar las que considera que son
suyas.

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Si desde el primer momento tratamos de imponer nuestro criterio, que además la otra persona no entiende, podemos
cerrar la posibilidad de un diálogo fluido y la propia alianza terapéutica, ya que la persona afectada tenderá más a
defenderse que a aportar claridad a sus conflictos o nebulosas personales. Este factor de aceptación, sobre la base del
respeto, supone atender y aceptar las posiciones personales, observando, pero no señalando, la existencia de contra-
dicciones.
Un factor común en las víctimas hace referencia al modo de proyectar la culpabilidad, que toma formas variadas
fácilmente desmontables para un observador externo, aunque no debamos, al menos en un primer momento, cuestio-
nar tales planteamientos. Resulta más importante intentar comprender los motivos conscientes y no conscientes de los
mismos para conocer y ayudar a la víctima.
Resulta necesario conocer para ayudar, respetando los tiempos de elaboración que se expresan en el propio ritmo de
la relación terapéutica, teniendo en cuenta los aspectos dinámicos de quien padece la crisis. En este punto, hay que
considerar la importancia de respetar el nivel de elaboración de nuestra interlocutora, así como los territorios que
vamos a transitar con ella. Por ello, hay que ir valorando la información que es capaz de asumir. Más que nunca,
resulta imprescindible prestar atención a la comunicación no verbal, que nos indica el auténtico sentido y márgenes
de maniobra de la víctima.

Empatía
Debemos prestar atención a los datos, más o menos objetivos, que aporte la víctima y, del mismo modo, a su subje-
tividad. Desde este punto de vista, resulta básica la capacidad para ponernos en su lugar, que conduce a conectar
también con sus sentimientos y emociones.
Nuestra actitud ha de ser atenta pero imparcial, sin que nos dejemos sugestionar por ella, especialmente si pudiera
hacernos perder la objetividad. No resultan útiles las posturas de hostilidad, sobreadaptación o actitudes paternalistas
por el riesgo de caer en manipulaciones, cuando no de infantilizar a la víctima desde la sobreprotección. Podemos
ser, deberíamos ser, personas de confianza para la persona afectada, pero nunca haciendo dejación de nuestro estatus
y deberes profesionales, por cuanto supondría un debilitamiento de nuestra capacidad de ayuda.
Es importante tener claro que después de entrar en el mundo de la víctima hay que saber salir de él, por el riesgo
que supone la sobreimplicación al encontrarse ante el sufrimiento. Si bien no es criticable el acercamiento a las vícti-
mas, conviene no olvidar que una excesiva inmersión en el mundo de éstas podría dar lugar a que el propio profesio-
nal hiciera suyo el mismo sufrimiento que desean paliar; y, si llega a darse esta situación, es recomendable un
distanciamiento, al menos momentáneo, de estas funciones.
El enriquecimiento se da en cualquier relación de ayuda basada en una comunicación intensa y empática. Supone la
confrontación con el mundo del otro, otro mundo que permite ampliar el nuestro. Por ello, una relación constructiva
y veraz, sin estrategias más allá de los objetivos que la motivan, actúa como catalizador, activando los recursos inter-
nos de cada uno.

Comprensión
Un aspecto muy importante es tener muy claro nuestro papel en la relación que se establece. No confundir nuestro
rol con el de juez. Hay que tener muy clara la relación que se establece para no emitir juicios ni valoraciones, porque
ello denotaría como, sin ser muy conscientes de ello, nos estamos asentando en una situación de superioridad. Por
otra parte, si la víctima llega a sentirse agredida, podemos estar activando la necesidad de defenderse, situación que
distorsionaría la propia relación y le llevaría a una utilización ineficaz de sus recursos.
En nuestra tarea asistencial es muy importante la autenticidad en el contacto humano. La autenticidad mejora la
comunicación, además de resultar contagiosa. Permite una mejor calidad en el contacto, desde el cual la víctima se
muestra más abordable, y facilita la comunicación con quien intenta ayudarle.

9. INTERVENCIÓN EN LOS PRIMEROS MOMENTOS


Cuando una mujer llega en busca de ayuda suele ser un momento especialmente difícil. Lo prioritario es proporcio-
nar esa ayuda. El objetivo fundamental en este primer momento es que la víctima se sienta en una ambiente seguro y
confiable, y que constante que tiene un/a interlocutor/a que se centra en ayudarla y que tiene un compromiso funda-
mental con atender a sus demandas. Es necesario crear este clima de acogida para que la víctima pueda encontrar
desde el principio un momento y un lugar de seguridad (Labrador et al, 2008).

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La acogida a la víctima por los profesionales juega un papel muy importante en los primeros momentos de la solici-
tud de ayuda por parte de ésta. En general, la víctima que acude a un servicio de asistencia (sea médico, psicológico o
jurídico) presenta una actitud basada en comportamientos de temor, vergüenza y sentimientos de culpa, y aporta
explicaciones vagas, contradictorias y confusas. Por tanto, los profesionales deberemos mostrar una actitud basada en
la escucha activa y en la confidencialidad, evitando emitir juicios. Hay que aclarar que no existen “recetas” para la
intervención y que lo más importante es acompañar y apoyar a la víctima, mostrar que se está con ella. No podemos
pretender dar las mismas soluciones a todas las personas, ser flexible es clave para llevar a cabo una buena interven-
ción (Labrador et al., 2004).

TABLA 1
¿QUÉ SE DEBE HACER EN LA ACOGIDA A LAS VÍCTIMAS?
(Labrador et al., 2004)

1. Creer lo que la persona relata


2. Animar a la víctima a hablar sobre la situación de maltrato, sin embargo, no presionar
3. Respetar la necesidad de la víctima de confidencialidad
4. No juzgar, sólo escuchar
5. Transmitir que las reacciones que tiene son normales, que tiene derecho a sentirse
como se siente. Son reacciones normales ante situaciones anormales
6. Hacer saber a la víctima que no está sola y que otras mujeres están pasando por
situaciones similares a la suya
7. Transmitir el mensaje de que lo ocurrido no es culpa suya, no es responsable del
maltrato. La violencia nunca se justifica. Un interés excesivo y recurrente en aspectos
relacionados con lo que podría haber hecho y no hizo para evitar la agresión podría
desencadenar la aparición de sentimientos de culpa e incomprensión
8. Indicar que no debe pretender cambiar el comportamiento del agresor. Las disculpas
y promesas no van a mitigar o a hacer desaparecer la violencia
9. Dejar el tiempo que necesite la víctima para tomar sus propias decisiones. No retirar
el apoyo por la demora en la toma de decisiones, ya que puede no estar preparada
para hacer cambios fundamentales en su vida
10. Proporcionar a la víctima una lista con los recursos más importantes de la
comunidad que apoyan y trabajan con víctimas de violencia de género.

TABLA 2
¿QUÉ NO SE DEBE HACER EN LA ACOGIDA A LAS VÍCTIMAS?
(Labrador et al., 2004)

1. No decir nunca a la víctima lo que debe hacer, o cuándo debe abandonar o no la


vinculación con el agresor.
2. Nunca tomar decisiones sin el consentimiento y autorización previos de la víctima.
Respetar las decisiones que tome, pero, sin embargo, es esencial a su vez no caer en
el error de reforzar la conducta de regreso a la situación de peligro.
3. Nunca debe ofrecerse a la víctima una falsa seguridad. Es importante no minimizar el
problema o impacto del mismo.
4. No llevar a acabo intervenciones prematuras. La precipitación al llevar a cabo
medidas de urgencia puede provocar rechazo en la víctima y un abandono de la
iniciativa de pedir ayuda.
5. No deben realizarse conductas de venganza, en nombre de la víctima. Aunque resulte
impactante lo ocurrido y suscite sentimientos negativos, las consecuencias al
comportamiento del agresor serán dictadas por la justicia.
6. No adoptar una actitud sobreprotectora, es decir, evitar acompañarla en la realización
de los trámites de forma continuada, ya que dificulta el proceso de adaptación.
7. No debe mostrarse una actitud de excesivo interés por los detalles de la agresión que
la víctima no quiera comentar en ese momento. Es importante no realizar preguntas
inapropiadas o irrelevantes, pero tampoco debe tratarse lo ocurrido como un secreto
o un tema “tabú”.
8. No debe utilizarse nunca de forma inapropiada el humor, ni hacer uso de
autorrevelaciones desafortunadas.
9. No abrumar a la víctima con excesiva información.

Tras la acogida, el objetivo es facilitar la expresión emocional de la víctima. A veces no ha podido contar a nadie su
situación, o lo ha hecho en condiciones o con interlocutores inadecuados. Simplemente necesita contarlo, exponer su

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realidad. Es de esperar que su exposición no sea precisa, ni coherente, pero es importante que la lleve a cabo. Es muy
importante que la persona pueda “reprocesar” su memoria de la situación, precisar poco a poco sus pensamientos al
respecto, de forma que llegue a una visión más completa de su situación y los hechos que ha vivido (Labrador et al.,
2008).
Hay que saber esperar a que la víctima aclare y ordene la información proporcionada, especialmente la relacionada
con la falta de justificación de la violencia. No debemos imponer un ritmo estricto, sino ser flexibles y pacientes y
adecuarnos al ritmo de la víctima.
Por otro lado es conveniente ser hábil en el manejo de los silencios, de modo que hay que permitir a la víctima que
exprese toda la información que necesite. Si la persona se queda bloqueada, puede hacerse alguna pregunta o repetir
alguna de las ideas previas para animar a que continúe.
La víctima ha de poder expresar sus sentimientos, pensamientos y sensaciones sin miedo a la crítica. Puede permitir-
se la manifestación de llanto, conductas de ira, agresividad verbal y gritos, siempre y cuando se reoriente a la calma.
En todos estos casos, como profesionales debemos infundir sosiego y serenidad, hablar en tono tranquilo y represen-
tando un elemento de ayuda no hostil.
Hay que ayudar a que recuerde momentos difíciles y cómo los afrontó y buscar recursos positivos a su alrededor en
los que no había pensado, sin embargo, nunca se debe dar nuestra propia solución.
Debe suministrase información a la víctima acerca de su situación, consecuencias legales y psicológicas de la vio-
lencia de género e implicaciones en todas las áreas de su vida.
Es importante que entienda las reacciones psicológicas que se producen como consecuencia del acontecimiento, y
explicarle que son respuestas normales ante una situación extraordinaria (Labrador et al., 2004).
Una vez que la víctima se haya “tranquilizado”, ha reducido su ansiedad, es fundamental dar información para
avanzar en el proceso de recuperación psicológica.
Información muy útil que debemos dar (Ley orgánica 1/2004):
4 Asistencia letrada.
4 Solicitud de orden de protección.
4 Ofrecimiento de acciones o disponibilidad.
4 Posibilidad de casa de acogida.
4 Derivación a otros recursos (sociales, asociaciones, etc.)
Podemos ayudar a la víctima dándole información sobre la no justificación de la violencia, luchando contra los sen-
timientos de culpabilidad que subyacen a su comportamiento. Se sienten culpables por el hecho de no haber denun-
ciado antes o no haber iniciado antes estos
procesos judiciales. Hay que insistir en estos casos
TABLA 3
que cualquier momento es bueno para iniciar el
DERECHOS DE LAS MUJERES VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO
procedimiento, que tomar una decisión de este tipo (Ley Orgánica 1/2004)
no es fácil, que está siendo muy valiente, aunque
4 Derecho a recibir plena información y asesoramiento adecuado a su situación
seamos repetitivos en nuestras argumentaciones,
personal, a través de los servicios, organismos u oficinas que puedan disponer las
repetir que no todo el mundo tiene el valor de Administraciones Públicas
4 Derecho a servicios sociales de atención, de emergencia, de apoyo y acogida y de
pedir ayuda externa cuando lo necesita.
recuperación integral. La atención multidisciplinar implicará especialmente:
Algunas recomendaciones para transmitir informa- a) Información a las víctimas.
ción: b) Atención psicológica.

4 Mensajes sencillos (usar términos fáciles de


c) Apoyo social.
d) Seguimiento de las reclamaciones de los derechos de la mujer.
entender). e) Apoyo educativo a la unidad familiar.

4 Organizar la información a transmitir previamen-


f) Formación preventiva en los valores de igualdad dirigida a su desarrollo personal y
a la adquisición de habilidades en la resolución no violenta de conflictos.
g) Apoyo a la formación e inserción laboral.
te en nuestra cabeza (qué es lo que queremos
4 Derecho a recibir asesoramiento jurídico gratuito en el momento inmediatamente
decir y qué vocabulario vamos a utilizar). previo a la interposición de la denuncia, y a la defensa y representación gratuitas por
4 Repetir aspectos claves de la información a trans- abogado y procurador en todos los procesos y procedimientos administrativos que
tengan causa directa o indirecta en la violencia padecida.
mitir. 4 Derecho a la reducción o a la reordenación de su tiempo de trabajo, a la movilidad

4 Enfatizar los aspectos más importantes del men- geográfica, al cambio de centro de trabajo, a la suspensión de la relación laboral con
reserva de puesto de trabajo y a la extinción del contrato de trabajo.
saje. 4 Ayudas sociales y económicas.

El hecho de que la víctima de violencia de género 4 Colectivo prioritario en el acceso a viviendas protegidas y residencias públicas para
mayores.
generalmente solicite ayuda cuando ha transcurrido

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muy poco tiempo desde la situación crítica (o sea derivada por el personal que haya gestionado dicha crisis), junto
con lo traumático de la situación, puede favorecer la aparición de reacciones agudas de ansiedad, caracterizadas por
síntomas de hiperactividad vegetativa (mareos, sudores, taquicardias, hiperventilación,…), pánico o angustia, miedo a
perder el control, etc.
Estas situaciones generan un malestar significativo y evidente en la víctima, al tiempo que dificultan la movilización
de recursos cognitivos y personales necesarios para afrontar las demandas actuales del medio (toma de decisiones
sobre denuncias, planes de seguridad, etc.). Por ello, debemos estar preparados para abordar estas reacciones y neu-
tralizarlas con la mayor rapidez posible.
Para controlar los niveles de activación de la víctima podemos iniciar una aproximación física, buscando el contac-
to físico con mucha cautela, buscar contacto visual, actuar despacio y con seguridad, pudiendo prever posibles reac-
ciones explosivas o agresivas. Así mismo, debemos evitar reaccionar con ansiedad, modelando nuestra respuesta de
afrontamiento seguro y sereno, manteniendo y transmitiendo calma.
Transmitir a la mujer que sufre una reacción de estrés y que se trata de una respuesta normal dada su situación.
Explorar sus sensaciones físicas y aclarar que se deben a un incremento de la activación fisiológica.
Se puede lograr una reducción rápida de los niveles de activación y ansiedad a través de ejercicios sencillos de res-
piración: indicar que realice una serie de inspiraciones profundas, reteniendo el aire tras cada inspiración, y exhalán-
dolo lentamente, forzando el vaciado de los pulmones. Si su nivel de ansiedad es tan elevado que no puede seguir
nuestras instrucciones, podemos utilizar el modelado, realizando nosotros el ejercicio respiratorio animándola a que
nos siga.
Una vez manejada la reacción de estrés es imprescindible reactivar a la mujer, conectándola de nuevo y gradual-
mente con la realidad de su problema, con las actividades y los hechos que debe afrontar, con especial atención al
proceso de toma de decisiones. La mujer víctima de violencia de género se enfrenta a una situación en la que es
imprescindible que adopte soluciones y decida sobre los pasos que va a dar. Es normal que en este momento existan
dificultades de procesamiento y/o una tendencia a se fácilmente influenciable y a la precipitación; por ello se debe ser
directivos/as en el proceso, pero manteniendo una actitud neutral, informativa y no valorativa. Se ha de ser pacientes,
puesto que la indefensión aprendida por las víctimas a lo largo del tiempo en el que han sufrido violencia repercute
en un estilo de afrontamiento resignado y pasivo, que dificulta el proceso de toma de decisiones y el pensamiento
orientado al problema (Labrador et al., 2008).
Se trata de facilitar la toma de decisiones de la víctima sobre las medidas más urgentes de afrontamiento en su situa-
ción. Hay que efectuar un análisis de la motivación de la víctima para denunciar o de cuáles son los motivos que pue-
den inhibir a la víctima de presentar una denuncia por violencia de género, como sentimientos de culpa o vergüenza,
miedo a nuevas agresiones, miedo a no ser creída o respetada en el entorno legal, etc. Labrador et al. (2004) señalan
algunos de los factores para no denunciar:
4 Miedo a la respuesta del agresor al comunicarle que ha sido denunciado: más acoso, agresiones, amenazas de qui-
tarle a los hijos o hijas, etc.
4 Sentimientos de culpa: achacarse la responsabilidad del episodio de maltrato.
4 Sentimientos de vergüenza: por tener que hacer pública su situación de pareja ante familiares, conocidos y extraños.
4 Miedo a la respuesta del entorno: a no ser creída, al procedimiento judicial, que se le acuse de enferma mental, a tener
que enfrentarse sola a la nueva situación…
4 Vinculación emocional con el agresor: esperanza de que el agresor cambie, de que se dé una reconciliación definitiva.
4 Dependencia del agresor: económica, personal, social.
4 Miedo a que las hijas o hijos pierdan la figura paterna: Muchas mujeres sobrevaloran el acceso de sus hijos a la
figura paterna sin tener en cuenta el impacto de la exposición a la violencia.
4 Situación psicológica de la víctima: muchas veces tienen tal deterioro psicológico que están incapacitadas para
tomar decisiones.
4 Experiencias pasadas negativas por parte de instituciones o familiares: sentencias o medidas de protección inade-
cuadas, solicitud de silencio o paciencia por parte de familiares, etc.
Tras la realización del análisis de la motivación de la víctima para no denunciar o para presentar una denuncia,
debemos proporcionarle información sobre las distintas opciones que tiene, en función de su decisión (Labrador et
als., 2004):
a) Si decide no interponer denuncia: se respetará su voluntad y no se la forzará, pero se le explicará, según el análisis

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realizado, el motivo que explica su resistencia a solicitar ayuda. Se explica el círculo de la violencia de género, a
modo de psicoeducación. Se ha de insistir en las advertencias sobre su seguridad y la de sus hijos/as y se continua-
rá informando sobre las diferentes opciones y recursos a su alcance (servicios de asesoramiento jurídico, servicios
especializados de atención psicológica, servicios sociales, servicios de emergencia, casas de acogida, etc.).
b) Si la mujer está dispuesta a denunciar los hechos se le facilitará información sobre el lugar y el modo de interponer
una denuncia por violencia de género, informándola así mismo de sus derechos como víctima y de las particulari-
dades del trámite judicial.
En todos los casos, tanto si decide interponer denuncia como si no, se les debe ayudar a diseñar un Plan de Seguri-
dad y de Protección para disminuir el riesgo de peligrosidad para ellas, para sus hijos/as y para las personas con las
que tienen contacto.
El plan de seguridad y de protección debe ser elaborado por las víctimas, y no por el profesional que las asesora. El
profesional se limitará a ayudarlas a identificar las alternativas disponibles, a valorar los costes y beneficios de cada
una de estas alternativas y poner a su disposición todos los recursos posibles para que puedan llevar a cabo este plan.
Aquí es necesario que la mujer describa los últimos incidentes de malos tratos con la intención de identificar indica-
dores de riesgo para la repetición o inminencia de la agresión.
Una de las claves para la seguridad de la víctima es conseguir romper la convivencia con el agresor, preferiblemente
haciendo que sea él quien salga del domicilio común. Por desgracia, esta solución es poco frecuente y normalmente
conlleva un trámite judicial ante la negativa del agresor de salir del domicilio, en cuyo transcurso el riesgo se ve
aumentado.
Una alternativa es que la víctima se traslade a un lugar seguro (domicilio de familiares, amistades, casa de acogi-
da…), donde no pueda ser localizada y/o alcanzada por el agresor.
En el caso de una posible agresión, ante su inminencia, lo primero es tratar de escapar de ella. Por ello es importante
disponer de un plan de escape personalizado y específico que se elaborará también conjuntamente con la víctima.
Si no se puede evitar la agresión, se puede intentar reducir la intensidad y consecuencias, protegiendo las partes
vitales, en especial la cabeza, la cara y el cuello.
Si la agresión ocurriera es importante acudir a un centro sanitario para realizar un parte de lesiones, activando los
correspondientes protocolos de actuación en situaciones de violencia de género, si así lo deseara la víctima.

10. EFECTOS DE TRABAJAR CON LA VIOLENCIA DE GÉNERO EN LOS/AS PROFESIONALES (Cueto, M., 2003)
El trabajo relacionado con mujeres víctimas de violencia de género, al igual que otras problemáticas que se atienden
en nuestra profesión, es duro para los y las profesionales por la complejidad de los distintos casos, porque puede
suponer una gran implicación emocional y porque puede afectar física y psíquicamente.
Algunos riesgos a tener en cuenta son:
4 Contaminación psíquica: se refiere al exceso de implicación emocional que el profesional tiene con respecto a la
persona que atiende. En el caso de mujeres víctimas de violencia de género es inevitable cierto grado de implica-
ción emocional. Sin embargo, se debe evitar intervenir sólo desde la “buena voluntad”, estableciendo la adecuada
distancia terapéutica y adquiriendo los conocimientos y habilidades necesarios para una atención eficiente.
4 Sobre-identificación: se refiere a un grado de identificación con la mujer víctima, que supone que el profesional
toma decisiones por ella o intenta que ella las acepte, aunque no se vea capaz de llevarlas adelante (sobre todo si
ve muy claro lo que habría que hacer si fuera él la víctima). Para evitarlo, es necesaria, además de lo comentado en
el punto anterior, una actitud de respeto de la propia evolución de la mujer, apoyándola a lo largo de todo el pro-
ceso en sus decisiones, como forma de obtener resultados.
4 Fracaso: la ausencia de resultados en muchos de los casos de violencia de género, a pesar del tiempo y esfuerzo
dedicado, crea una sensación de frustración en el profesional, que puede llevarle a intervenir desde el escepticis-
mo, restando efectividad a cualquier intervención. Para evitarlo o minimizarlo es necesario que el profesional reali-
ce una definición realista de los objetivos y metas a alcanzar y asuma que su papel en la violencia doméstica forma
parte de una estrategia mucho más amplia de intervención, con muchos otros sectores y profesionales implicados.
4 Burnout: aparece como consecuencia de todo lo anterior, cuando se desequilibran las expectativas individuales del
profesional y la realidad del trabajo diario, junto con un inadecuado afrontamiento del conflicto. La solución más
eficaz para prevenir este síndrome pasaría por el desarrollo de habilidades de afrontamiento por los profesionales,
que les permitan eliminar o mitigar la fuente de estrés o neutralizar las consecuencias negativas de esa experiencia.

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4 Es aconsejable realizar sesiones clínicas con compañeros/as.


4 Debatir y compartir la información con profesionales fuera del equipo y/o de diferentes instituciones.
4 Se debe atender a la profesionalidad y formación continuada, al conocimiento de los propios límites y dificultades,
y al establecimiento óptimo de la variable empatía - distancia.
4 La actitud es muy importante y va a influir de manera decisiva sobre el comportamiento. Asimismo, se debe ser
consciente de la sensibilidad y límites para saber hasta dónde se puede trabajar con la otra persona, sin que interfie-
ran los propios conflictos y limitaciones.

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Ficha 1.
Instrumentos de evaluación
(Extraído de Labrador et als., 2008, “Protocolos de atención psicológica a mujeres víctimas de violencia de género”,
II. Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid)
Tras la primera atención y acogida a las mujeres que demandan ayuda por la vivencia de situaciones de violencia de
género, se continuará con una evaluación más completa de los problemas derivados de su experiencia traumática, de
sus posibles recursos y limitaciones, de forma que permita precisar su situación personal y poder llevar a cabo una
intervención rápida, específica y eficaz.
A continuación se detallan los instrumentos recomendados para evaluar los diferentes aspectos relevantes:
4 Valoración de la peligrosidad:
4 Entrevista de valoración de peligrosidad (De Luis, 2000)
4 Análisis de la violencia de género:
4 Entrevista semiestructurada para víctimas de violencia doméstica (Labrador y Rincón, 2001)
4 Valoración del apoyo social:
4 Cuestionario de Apoyo Social de Saranson (Social Support Questionarie, Short Form-Revised, SSQSR) (Saranson
et al., 1999)
4 Valoración de conductas de afrontamiento:
4 COPE Inventory (Carver, Scheir y Weintraub, 1989). Adaptación española de Cruzado y Crespo (1997)
4 Cuestionario COPE abreviado, Brief-COPE (Carver, 1997). Adaptación española de Crespo y López (2003)
4 Escala de estrés percibido, Perceived Stress Scale (PSS) (Cohen, Kamarck y Mermelstein, 1983)
4 Escala de modos de afrontamiento revisada, Ways of Coping Inventory (WOC-R) (Lazarus y Folkman, 1984)
4 Inventario de solución de problemas sociales, Social Problems Solutioon Inventory (SPSI) (D’Zurilla y Nezu,
1990).
4 Calidad de vida y adaptación:
4 Cuestionario de cambios de vida recientes, Recent Life Changes Questionaire (RLCQ) (Homes y Rahe, 1967;
Miller y Rahe, 1997)
4 Listado de experiencias vitales, Life Experience Survey (LES) (Saranson, Johnson y Siegel, 1978)
4 Escala de acontecimientos molestos/agradables cotidianos, Dayly hassles/uplifts Scale (Kanner, Coyner, Schaefer
y Lazarus, 1981)
4 Escala de calidad de vida, Quality of life Scale (QLS) (Heinrichs, Hanlon y Carpenter, 1984)
4 Escala de satisfacción con áreas de la vida, Satisfaction with life Domain Scale (SLDS) (Baker e Intagliata, 1982)
4 Escala de inadaptación (Echeburúa, Corral y Fernández-Montalvo, 2000)
4 Escala de calidad de vida en mujeres víctimas de violencia de género (Labrador, 2006)
4 Abuso y dependencia de sustancias:
4 Entrevista de consumo de alcohol CAGE, Cage Alcohol Interview Schedule (Hayfield, McLeod y Hall, 1974;
Ewing, 1984)
4 Test de identificación de trastornos relacionados con el uso de alcohol, Alcohol Use Disorders Identification
Test (AUDIT) (Babor et al., 1992)
4 Cuestionario breve de alcoholismo (CBA) (Feuerlein, 1976)
4 Test de alcoholismo de Munich (MALT) (Feuerlein, 1977)
4 Test de discriminación del alcoholismo de de Michigan, Michigan Alcoholism Screening Test (MAST) (Selzer,
1971)
4 Trastorno de estrés postraumático:
4 Escala de gravedad de síntomas del trastorno de estrés postraumático (Echeburúa et al., 1997)

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4 Escala de trastorno de estrés postraumático administrada por el clínico, Clinical-Administered PTSD Scale
(CAPS) (Blake et al., 1990)
4 Escala diagnóstica de estrés postraumático, Posttraumatic Stress Diagnostic Scale (PDS) (Foa et al., 1999)
4 Escala de impacto de los sucesos, Impact of Event Sacle (IES) (Horowitz, Wilner y Álvarez, 1979)
4 Cuestionario para la valoración de las experiencias traumáticas, Questionnaire to rate Traumatic Experiences
(TQ) (Davidson y Smith, 1990)
4 Escala de Trauma de Davidson, Davinson Trauma Scale (DTS) (Davidson et al., 1977)
4 Escala revisada de impacto del estresor (EIE-R) (Weiss y Marmar, 1997)
4 Disociación:
4 Examen del estado mental para disociación (Loewenstein y Richard, 1991)
4 Escala de experiencias disociativas, Dissociative Experiences Scale (DES) (Bernstein y Putnam, 1986)
4 Inventario multidimensional de disociación, Multidimensional Inventor of Dissociation (MID) (Dell & Lawson,
2005)
4 Cuestionario de disociación somatoforme, Somatoform Dissociation Questionnaire (SDQ-20) (Nijenhuis, Spin-
hoven, Van Dyck, Van der Hart y Vanderlinden, 1996)
4 Depresión:
4 Escala para trastornos afectivos y esquizofrenia, Schedule for Affective Disorders and Schizophrenia (SADS)
(Endicott y Spitzer, 1978)
4 Módulo de resultados de la depresión, Depression Outcomes Module (DOM) (Smith, Ross y Rost, 19969
4 Escala de actitudes disfuncionales, Disfunctional Attitudes Scale (DAS) (Weissman y Beck, 1978)
4 Escala de depresión del Centro de Estudios Epidemiológicos, Center for Epidemiologic Studies Depression Scale
(CES-D) (Radloff y Locke, 1977)
4 Escala autoaplicada para la depresión de Zung, Zung Self-ratting Depression Scale (Zung SDS) (Zung, 1965)
4 Escala para la evaluación de la depresión de Hamilton, Hamilton Ratting Scale for Depression (HAM-D) (Hamil-
ton, 1960)
4 Inventario de depresión de Beck, Beck Depression Inventory (BDI) (Beck et al., 1961)
4 Ansiedad:
4 Pauta de entrevista para los trastornos de ansiedad, Anxiety Disorders Interview Schedule (ADIS-IV) (Brown,
DiNardo y Barlow, 1994)
4 Entrevista clínica estructurada para los trastornos del eje I del DSM-IV, Structured Clinical Interview for DSM-IV
Axis Disorders-Clinician Version (SCID) (First et al., 1997)
4 Entrevista estructurada diagnóstico DSM-IV de trastornos de ansiedad, Interview Guide for Evaluating DSM-IV
Psychiatric Disorders and the Mental Status Examination (Zimmerman, 1994)
4 Escala de valoración de la ansiedad de Hamilton, Halmiton Anxiety Rating Scale (HARS) (Hamilton, 1959)
4 Inventario de evaluación de la ansiedad estado-rasgo, State-Trait Anxiety Inventory (STAI) (Spielberger, Gorsuch
y Lushene, 1970)
4 Inventario estímulo-respuesta del rasgo general de ansiedad, S-R Inventory of General Trait Anxiosness (Endler y
Okada, 1975)
4 Cuestionario de salud general de Goldberg, General Health Questionaire (GHQ) (Goldberg, 1979) (subescala B,
de Ansiedad-Insomnio)
4 Inventario de situaciones y respuestas de ansiedad (ISRA) (Miguel-Tobal y Cano, 1986, 1988)
4 Cuestionario de ansiedad de Beck, Beck Anxiety Inventory (BAI) (Beck, Brown, Epstein et al., 1988)
4 Cuestionario de autoverbalizaciones ansiosas, Anxious Self-Statements Questionnaire (ASSQ) (Kendall y Hollon,
1989)
4 Cuestionario de preocupaciones del Estado de Pensilvania, Penn State Worry Questionnaire (PSWQ) (Meyer,
Miller y Metzger, 1990)
4 Autoestima:
4 Escala de autoestima de Rosenberg (Rosenberg, 1965)
4 Cogniciones postraumáticas:
4 Escala de impacto de los sucesos, Impact of Event Scale (IES) (Horowitz, Wilner y Alvarez, 1979)
4 Inventario de cogniciones postraumáticas, The Posttraumatic cognition inventory (PTCI) (Foa, Ehlers, Clark,
Tolin y Orsillo, 1999)

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4 Problemas de salud y valoración de síntomas:


4 Cuestionario de 90 síntomas revisado, Symptom Checklist-90-Revised (SCL-90-R) (Derogatis, 1994, 2001)
4 Cuestionario de salud general de Goldberg, General Health Questionnaire (GHQ) (Goldberg, 1979)
4 Cuestionario de salud SF-36, Medical Outcomes Survey Short-Form General Health Survey (SF-36) (Ware, 1993)
4 Escala de satisfacción con áreas de la vida, Satisfaction with Life Domains Scale (SLDS) (Baker e Intagliata,
1982)

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Ficha 2.
Medidas de autoprotección relativas al plan de seguridad
personalizado con cada víctima
1. Portar siempre un teléfono móvil.
2. Crear una lista de teléfonos de emergencia y asistencia. Por ejemplo, dependencias policiales, casa de acogida,
diferentes organizaciones de víctimas, línea de emergencia, médico, y cualquier otro contacto de confianza.
3. Conocer los derechos que le asisten, y los recursos que tiene a su disposición en su entorno cercano.
4. Portar siempre el teléfono móvil, con las lista de números importantes y de emergencia en un lugar preferente:
guardar los números de emergencia (112, 091, 062 y 092) en el dispositivo móvil vinculándolos a teclas de marca-
ción automática y rápida.
5. Instalar la app AlertCops (del Ministerio del Interior) en el móvil, u otras aplicaciones equivalentes.
6. Portar fotocopia de las disposiciones judiciales de protección.
7. Mejorar las medidas de seguridad en el domicilio, siempre que el agresor lo haya abandonado, como:
4 Cambio o refuerzo de cerraduras en la puerta de entrada, e instalarlas en otras habitaciones.
4 Cada vez que se esté en el hogar, dejar las llaves puestas por dentro.
4 Instalación de videoporteros, y adecuar o colocar mirillas con buena visibilidad.
4 Añadir luces adicionales en el exterior.
4 Instalar detectores de incendio y extintores.
4 Instalar sistemas de alarma conectados con CRA’s.
8. Identificar a los vecinos de más confianza que pueden ser contactados en caso de emergencia. Informarles de la
situación, y pedirles que llamen a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad si advierten presencia del agresor o si oyen
gritos o sonidos de un ataque violento. Incluso acordar diferentes señales con ellos para avisar: ej, si el teléfono
suena dos veces, la cortina está cerrada o hay una luz encendida, etc.
9. Medidas en relación al teléfono o Smartphone, como:
4 Cambiar sus números de teléfono y solicitar a la compañía de telecomunicaciones que no sean incluidos en
guías o listados públicos.
4 Instalar aplicaciones de bloqueo o grabación de llamadas.
4 Bloquear las llamadas y las comunicaciones a través de cualquier cuenta de aplicación digital (whatsapp, line,
etc.) de los números del agresor.
4 Si se produce una comunicación, y se realizasen amenazas o insultos, colgar y comunicarlos inmediatamente a
las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
4 No atender llamadas de números desconocidos.
4 Tener siempre activa la geolocalización.
10. Uso seguro de las nuevas tecnologías y de las redes sociales:
4 Restringir el acceso a su perfil.
4 Elegir un “Nick” en lugar de mostrar se auténtico nombre.
4 No aceptar solicitudes de amistad de personas desconocidas o del entorno del presunto agresor.
4 Seleccionar cuidadosamente qué información personal, fotografías y vídeos quiere mostrar.
11. Medidas respecto a centros escolares, como:
4 Informar al colegio de su situación y, en su caso, informar de las medidas judiciales en vigor.
4 Informar al colegio que si realiza una reunión de padres, no se convoque a los dos juntos.
12. Medidas en el lugar de trabajo, como:
4 Informar al responsable de su centro de trabajo de la situación.

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4 Si el autor de los hechos le llama al trabajo o le envía algún tipo de mensaje, guardarlos.
4 Enseñar al personal de seguridad de la empresa, responsables, dirección y compañeros de confianza una foto
reciente del agresor.
4 Mantener una copia de las medidas de seguridad en su lugar de trabajo.
13. Adoptar, si es preciso, las medidas más pertinentes del Plan de Seguridad personalizado con menores.
14. Dejar el domicilio. Si se produce el cambio de domicilio, no facilitar la nueva dirección a personas en las que no
se confíe, y siempre comunicarlo a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad encargadas de las medidas de protección.
En caso de permanecer en el mismo domicilio, adoptar nuevas rutinas en los desplazamientos y salidas para desa-
rrollar cualquier actividad cotidiana.
15. Recomendaciones de seguridad en el lugar de trabajo:
4 No utilizar las mismas rutas de traslado al centro de trabajo o de vuelta a casa.
4 Procurar no ir sola a desayunar o a comer.
4 Pedir al personal de seguridad o a compañeros de confianza que le acompañen a su coche o medio de trans-
porte. Procurar viajar compartiendo el trayecto.
4 Si fuera posible. Solicitar un cambio del centro de trabajo o de horario, y asegurar que se garantice la confiden-
cialidad de estos cambios.
16. Planificar y practicar una rutina de escape de emergencia:
4 Salir del domicilio rápidamente
4 Si no se puede salir, confinarse en un lugar seguro, yendo a una habitación segura con el dispositivo móvil,
donde pueda encerrarse y llamar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
4 Hacer uso de las ventana para gritar y solicitar auxilio; e incluso para escapar.
4 Mantenerse alejada de las dependencias o habitaciones del domicilio donde puedan existir objetos peligrosos
(cocina, garaje, gimnasio, etc.)
4 Mantenerse lejos de baños, armarios o áreas pequeñas donde el agresor la pueda atrapar sin tener ninguna salida.
4 Tener preparada una señal con los menores o personas que residan en el domicilio, para que se confinen en un
lugar seguro o salgan del inmueble para pedir ayuda.
17. Tener preparada una bolsa de emergencia por si es necesario marcharse precipitadamente. Esconderla en un lugar
seguro (por ejemplo, en la casa de un/a vecino/a o amigo/a), evitando amigos/as comunes con el agresor o sus
familiares. La bolsa de emergencia podrá incluir:
4 Documentos esenciales: de identidad (pasaportes, certificados de nacimiento, tarjetas de seguro, etc.); relacio-
nados con la vivienda (por ejemplo, de arrendamiento, contrato de alquiler, título de la tierra); tarjetas o carti-
llas sanitarias, tanto de la víctima como de los menores a su cargo.
4 Llaves de la casa, del automóvil y de la oficina.
4 Direcciones / números de teléfono de contactos importantes.
4 Dinero, libretas bancarias y tarjetas de crédito y débito.
4 Medicamentos o prescripciones.
4 Prendas de vestir y suministros básicos para la víctima y sus hijos.
4 Mantener una pequeña cantidad de dinero disponible en todo momento, para el transporte (por ejemplo).
4 Tener en todo momento un teléfono móvil accesible.
18. Mantener contacto diario con los agentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que estén encargados de su pro-
tección.

MEDIDAS DE AUTOPROTECCIÓN RELATIVAS AL PLAN DE SEGURIDAD PERSONALIZADO CON MENORES


1. Enseñarles a salir de la habitación cuando se produzca un acto violento.
2. Disponer una habitación segura en la casa, preferiblemente con una cerradura en la puerta y un teléfono, y ense-
ñarles a ir allí en cuanto se produzca la situación violenta (es necesario subrayar la importancia de estar seguros).
3. Avisar a los/as niños/as de la situación violenta, ya que muchas veces no las identifican. Para ello es recomendable
acordar una palabra o un gesto clave que la mujer pueda usar fácilmente para que sus hijos sepan cuándo tienen
que pedir ayuda. Enseñar a los/as menores a pedir esa ayuda a los/as vecinos/as de confianza, familiares, etc.
4. Enseñar a los/as menores a ponerse en contacto con la policía, tanto con el teléfono fijo de casa como con el
móvil:

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a) Hacerles entender que no deben utilizar un teléfono mientras les vea el agresor.
b) Decirles que tienen que facilitar a la policía su nombre completo y la dirección.
c) Es importante que los niños dejen el teléfono descolgado, ya que la policía sin haber entendido bien puede
devolver la llamada y crear una situación más peligrosa.
5. Planificar una alternativa para cuando no puedan utilizar el teléfono: por ejemplo, enseñarles a realizar los gestos
de ayuda que se hayan pactado con los/as vecinos/as para que ellos alerten a la policía.
6. También enseñarles un sitio seguro fuera de la casa, estableciendo la ruta más segura, para que la mujer pueda
encontrarse con ellos fácilmente una vez pasado el episodio violento.
7. Practicar con los/as hijos/as los aspectos anteriores hasta que los hagan con destreza.

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