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Pues sí, en cierta manera, esos somos: un gran laboratorio celular productor
de sustancias químicas. En concreto, nuestro cerebro, de modo muy simplificado,
está organizado por grupos de neuronas que se comunican entre ellas a través de
sustancias químicas llamadas neurotransmisores producidas en el interior de la neurona:
sustancias como la serotonina o la noradrenalina con implicación directa en los síndromes
depresivos y sustancias como las endorfinas relacionadas con la regulación del placer y el
dolor, entre los más de cincuenta neurotransmisores descubiertos hasta la actualidad.
Como ocurre en muchas ocasiones, la ciencia constata el efecto sobre nuestro organismo
de determinadas sustancias y posteriormente se descubre los mecanismos fisiopatológicos
implicados. Hoy sabemos que entre los neurotransmisores producidos por las neuronas se
encuentran los llamados péptidos opiáceos, como las endorfinas o morfina endógena.
Cuando nuestro cerebro segrega endorfinas nos sentimos relajados, contentos. ¿ Cómo se
estimula su producción? Dicen que la risa y la carcajada son la mejor fuente de endorfinas.
3-Se puede decir que sentirnos bien depende un frágil equilibrio? Si las
concentraciones de los distintos neurotransmisores se desequilibran dan lugar a
depresiones, psicosis o simplemente malestar.
Las ideas delirantes y alucinaciones de los brotes psicóticos se controlan con fármacos que
disminuyen la cantidad de dopamina en el cerebro. Por otro lado, tanto los fármacos que
aumentan la noradrenalina como la serotonina son un tratamiento de enorme eficacia en
las depresiones. Ello evidencia una clara relación de nuestro estado de ánimo con el
equilibrio de nuestros neurotransmisores. ¿Frágil equilibrio? Yo afirmaría lo contrario;
asombroso equilibro a pesar de tantos sustos y disgustos propios de nuestras estresantes
vidas.
En el interior del núcleo de todas las células de nuestro organismo se encuentran los genes.
Cada gen es responsable de la producción de una proteína. En concreto, dentro de cada una
de las más de 100.000 millones de neuronas que componen nuestro cerebro hay miles de
moléculas proteicas fabricadas por ellas mismas. Es realmente increíble que nuestro
organismo funcione correctamente; que cada sustancia química sepa y cumpla a la
perfección su función es asombroso. Pero por increíble que parezca, así sucede. Así sucede
hasta que algo falla. En la enfermedad de Párkinson fallan las neuronas que producen
dopamina. En la enfermedad de Alzheimer, hay un déficit en la producción de acetilcolina.
Respecto a la segunda cuestión, a pesar de que nuestras reacciones son el resultado de
mecanismos de supervivencia y comportamientos heredados de generación en generación,
las diferentes respuestas ante estímulos similares fundamentalmente se deben a que cada
uno de nosotros reaccionamos de acuerdo con nuestra propia experiencia previa. Cada
cerebro es único.
7-Se pueden tomar suplementos de alguno de ellos? ¿ En que casos? ¿ Tiene riesgos?
Por ejemplo, la melatonina está prohibida en España pero hay quien la toma para
dormir mejor, estar mejor.
8- ¿ Qué podemos hacer nosotros para mantenerlos "en buen estado "? ¿ Hasta qué
punto el estilo de vida influye: relajarse, hacer ejercicio, reír?
Nuestro cerebro envejece; inevitablemente envejece aunque, según nos anima la ciencia, es
un proceso potencialmente retrasable. Hoy en día se prefiere hablar de cambios más que de
perdida de neuronas como consecuencia del normal proceso de envejecimiento. Además de
la atrofia neuronal y de una reducción del número de sinapsis, la edad conlleva
una disminución en la producción de una serie de sustancias químicas, entre otras, de
neurotransmisores. Conseguir cambiar el complejísimo y multifactorial proceso de
envejecimiento con pastillas milagrosas no parece factible. Las únicas intervenciones
posibles que pueden ayudar a nuestro cerebro a envejecer mejor son las promovidas desde
nuestro interior. Alimentación, ejercicio físico e intelectual; los tres pilares de la
longevidad. Mantenerse intelectualmente activo se convierte en un arma imprescindible
para no perder facultades con la edad. La motivación como estimulo esencial para el
aprendizaje; la capacidad de emocionarse como motor de juventud.
En 1921, Otto Loewi, abrió las puertas a una de las grandes revoluciones científicas del
siglo XX; los neurotransmisores. Cogió dos corazones de rana y los colocó cada uno en su
correspondiente recipiente llenos de solución salina; dos recipientes comunicados entre si
por un canal de trasvase de liquido. Estimuló eléctricamente el nervio vago del corazón
del primer recipiente y la frecuencia del latido cardiaco disminuyó. Algo sorprendente
ocurrió en el corazón de la rana colocado en el segundo recipiente y no estimulado
directamente; su frecuencia cardiaca también disminuyó. Un sencillo experimento que
demostraba que una sustancia química, la acetilcolina, liberada por el nervio vago del
primer corazón reducía la frecuencia cardiaca del segundo corazón. Un sistema de
neurotransmisión química presente en la mayoría de mamíferos incluidos los humanos;
una comunicación algo más lenta que la sencilla comunicación eléctrica de algunos
animales pero mucho más rica, versátil.
Por toda la superficie cutánea se extienden los receptores cutáneos que captan los
diferentes estímulos sensitivos y los transforman en impulsos nerviosos que a través de las
fibras sensitivas llegan a áreas determinadas del cerebro. Estímulos mecánicos, térmicos o
químicos sobre la piel capaces de provocar distintas sensaciones que nuestro cerebro
procesa y en ocasiones eleva a la mágica categoría de bienestar. Un beso, un abrazo,
¡ cuanta química pueden llegar a liberar ¡ O bien, estímulos nocivos como la presión
intensa o la temperatura extrema que activan selectivamente unos receptores sensoriales
especializados en el dolor; el dolor como aviso de que una parte del cuerpo esta dañada.
Por otra parte, el estrés entra de lleno en el campo de las emociones. En las profundidades
de nuestro cerebro encontramos unas pequeñas estructuras comunicadas entre sí formando
un peculiar anillo; el sistema límbico; el cerebro de las emociones. Ante cualquier
situación que identifiquemos como peligrosa, los mecanismos de alarma de nuestro cerebro
frente al miedo entran en acción; el estímulo sensorial desencadenante de la alarma, ya sea
un ruido, una amenaza, o un simple susto, llega al sistema límbico ( concretamente a una
pequeña estructura en forma de almendra llamada amígdala; el centro de las emociones).
Desde aquí, a través de otra estructura clave; el hipotálamo; se ponen en marcha los
mecanismos para la acción; aumenta el latido del corazón, la respiración se acelera, los
músculos se tensan. Todos los órganos del cuerpo puestos en marcha a distancia gracias a
la intervención de numerosas sustancias químicas; hormonas y neurotransmisores; un
perfecto equilibrio que en ocasiones se rompe sin motivo aparente como ocurre en las
crisis de pánico; uno de los distintos tipos de transtornos de ansiedad; crisis vividas
por el paciente como un auténtico suplicio y un claro ejemplo de lo que nos puede ocurrir
si no somos capaces de controlar las emociones Emociones mediadas, como no, por
neurotransmisores.